Professional Documents
Culture Documents
QUEVEDO
La poesía de Quevedo está marcada por una serie de temas y de tópicos literarios que
responden, como no puede ser de otra manera, al siglo XVII, cuando el madrileño
peleaba por la hegemonía poética con otros dos grandes de la literatura del Siglo de
Oro: Lope de Vega y Góngora. Esta guerra literaria ha quedado recogida en poemas
de aquella época, y el enfrentamiento llegó incluso a lo personal entre Quevedo y
Góngora, los dos colosos que luchaban por el cetro poético español en el siglo XVII.
Lope de Vega congenió con Quevedo, fue <<campeón>> de los corrales de comedias,
y tenía bastante con atacar a Cervantes con golpes bajos, como el apócrifo de
Avellaneda que salió de sus cenáculos. Por tanto, la guerra poética y personal la
dirimieron Quevedo y Góngora, como se aprecia en este soneto donde el poeta
madrileño se despacha a gusto con el cordobés por su ascendencia judaica y el
culteranismo que profesaba:
1
y en la Corte bufón a lo divino.
Otro tópico, en este caso literario, que recorre los versos de Quevedo, es el
denominado menosprecio de corte y alabanza de aldea. Un tópico que legitima el
ámbito rural y censura el urbano, surgido de las nuevas relaciones sociales burguesas.
Asimismo, este tópico reivindica el saber natural, la pobreza y la vida retirada, y
desaprueba el poder del dinero. Sin ir demasiado lejos y vinculado con este tópico, se
localiza el tópico aurea mediocritas, cuyo ideal de vida interior consiste en vivir con lo
que se tiene, como se observa en este soneto: <<A un amigo que retirado de la corte
pasó su edad>>
2
En esa soledad, que libre baña
En la edición de James O. Crosby para Cátedra, que hemos utilizado en este trabajo,
el hispanista norteamericano ha preferido mantener las mayúsculas porque, a su
juicio, <<señalan a veces las palabras importantes>> y <<ofrecen alguna idea del
aspecto tipográfico de los impresos poéticos contemporáneos del autor>> (pág. 23).
Crosby ha esbozado también los problemas editoriales que presentan los textos de
Quevedo en Poesía original completa, (1963), elaborada por José Manuel Blecua
(1966: 328-337).
Como hemos adelantado, los versos de Quevedo están marcados también por el
tópico literario aurea mediocritas que sostiene un ideal de vida austera para alcanzar
la felicidad, porque no es, según este tópico, más rico el que tiene mayor poder
económico, sino el que codicia menos: <<Quitar codicia no añadir dinero, / Hace ricos
los hombres, Casimiro: / Puedes arder en púrpura de Tiro, / Y no alcanzar descanso
verdadero>> (Quevedo, 1996a: 147). El tópico literario beatus ille, que defiende la vida
retirada, lejos de las asechanzas de la corte, y que se relaciona con los otros dos
tópicos anteriores, se manifiesta también en el soneto <<A un amigo que retirado de la
corte pasó su edad>>: <<Dichoso tú, que alegre en tu cabaña>> (pág. 154). Y en los
siguientes versos, surge el tópico la cuna y la sepultura, donde lo único cierto es la
muerte: <<Mozo y viejo espiraste la aura pura, / Y te sirven de cuna y sepultura, / De
paja el techo, el suelo de espadaña>> (ibid.). Quevedo cuenta, además, con un tratado
moral titulado La cuna y la sepultura (1634). Sin embargo, al poeta madrileño le queda
<<el refugio –según Francisco Ynduráin– de su estoicismo cristiano>> (1969: 185). Un
estoicismo cristiano que ha señalado también Pedro Laín (1948: 66).
3
Uno de los tópicos literarios de Quevedo que no deja indiferente a nadie es, sin lugar a
dudas, el tópico amor post mortem del soneto <<Amor constante más allá de la
muerte>>. El soneto de amor más importante de Quevedo, o, como ha escrito Dámaso
Alonso, <<probablemente el mejor de la literatura española>> (1971: 526), porque
Quevedo domina –como ha destacado José Manuel Blecua– <<todos los recursos
poéticos habidos y por haber>> en un poema donde el alma deja el cuerpo, o se libera
de él, para atravesar la laguna Estigia y <<pasar a mejor vida>> (Quevedo, 1996b: XV):
En este soneto Borges ha observado que <<la memorable línea: <<polvo serán, mas
polvo enamorado>> es una recreación, una exaltación, de una de Propercio: <<Ut meus
oblito pulvis amore vacet>> >> (1952: 49). Pero aparte de esta interesante aportación
sobre el origen de este soneto, fruto de la vasta cultura borgiana, lo importante es la
lógica interna organicista que determina el texto. Una lógica interna organicista que
determina, por otra parte, la producción poética de Quevedo, aunque en este caso el
poema contiene una temática animista, porque existen, como ha demostrado Juan
Carlos Rodríguez, <<dos matrices productivas desde las que se generan los diversos
tipos de discursos ideológicos>> en esa época (1990: 115); y este poema en concreto,
determinado por la matriz organicista, que se fundamenta en la noción de sangre, no
puede desprenderse de la noción de alma, propia de la matriz animista que ha
4
aparecido con las nuevas relaciones sociales burguesas: <<Y podrá desatar esta alma
mía […] Venas, que humor a tanto fuego han dado, / Medulas, que han gloriosamente
ardido […] Polvo serán, mas polvo enamorado>> (Quevedo, 1996a: 255-256).
Otro tópico literario, que atraviesa los versos de Quevedo, es el tópico tempus fugit, el
tiempo huye, se escapa, vuela. Este tópico invita a aprovechar el tiempo, el momento
presente, y conduce al tópico carpe diem. Sin embargo, en los poemas de Quevedo no
tiene este significado. En sus versos el tópico tempus fugit significa aceptar que la vida
es corta y, por tanto, prepararse para <<la otra>>, porque eso es lo verdaderamente
importante en el organicismo, como se observa en el salmo XIX: <<Cualquier instante
de la Vida Humana/ Es nueva ejecución con que me advierte/ Cuán frágil es, cuán
mísera, cuán vana>> (pág. 120). Miguel Ángel García ha diferenciado este soneto de
Quevedo (el salmo XIX), determinado por la lógica organicista, de otro similar de
Francisco de Aldana (el poema LXI), pero producido desde el animismo cristiano,
porque los dos sonetos pertenecen a <<dos lógicas diferentes como son la
inequívocamente organicista de Quevedo y la animista cristiana de Aldana. Tales
lógicas se fundamentan en supuestos comunes, pero pertenecientes a infraestructuras
ideológicas distintas>> (2010: 649). El tópico tempus fugit en los versos de Quevedo
se vincula con el tópico vanitas vanitatum (vanidad de vanidades), o sea, los bienes
materiales, terrenales, son perecederos, desaparecen, y lo único tangible es la muerte
que todo lo iguala: << ¡Cómo de entre mis manos te resbalas!/ ¡Oh cómo te deslizas,
Edad mía!/ ¡Qué mudos pasos traes, o Muerte fría, / Pues con callado pie todo lo
igualas!>> (Quevedo, 1996a: 120). Es decir, aunque sea un poco tarde, la muerte
iguala las clases sociales, pero eso no era nuevo. Jorge Manrique ya lo había dicho,
meritoriamente, en las Coplas a la muerte de su padre desde el mismo horizonte
ideológico feudal: <<allí los ríos caudales, / allí los otros medianos/ y más chicos, / y
llegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos>> (Manrique,
1981:116).
Por tanto, el tópico tempus fugit significa aceptar, desde la lógica organicista que
determina los poemas de Quevedo, que la vida de aquí es corta y que se escapa con
rapidez entre las manos, tanto para la clase dominada como para la nobleza y la
burguesía (la dos clases que luchaban por imponerse desde el siglo XVI): <<Bien te
veo correr, Tiempo ligero, / cual por mar ancho despalmada nave>> (pág. 517). En
resumidas cuentas, los versos de Quevedo, determinados por el organicismo,
reivindican, con esta poesía de <<consuelo>> para ricos y pobres, el horizonte
ideológico feudal, donde la vida es una peregrinación del homo viator (hombre viajero)
hacia la <<otra vida>>: <<Si soy pobre en mi vivir/ y de mil males cautivo, / más pobre
nací que vivo, / y más pobre he de morir>> (pág. 516). Los versos lo dicen claramente:
de nada sirve ambicionar riquezas ni cambiar de clase social.
5
mientras lo dudas; / De ayer te habrás de arrepentir mañana, / Y tarde, y con dolor,
serás discreta >> (págs. 214-215).
Quevedo cuenta también con poemas reseñables donde aparece su preocupación por
España (Ynduráin, 1969: 202). Quizá este soneto sea el más significativo de esta
temática, donde la preocupación por la decadencia de España se relaciona con el
deterioro del <<yo>> poético:
6
ningún sitio, ni siquiera donde <<poner los ojos>> (ibid.). El poema, organicista hasta
la <<medula>>, termina con este último verso, donde el personaje poético no
encuentra ningún lugar ni asidero <<Que no fuese recuerdo de la muerte>> (ibid.).
Quevedo se refugió en Italia porque había matado a un hombre que había golpeado a
una bella mujer un jueves santo en una iglesia. El poeta, que era, además de misógino
(otro tópico, de su vida en este caso), amigo de las tabernas y de los burdeles, hombre
de honor y consumado espadachín, acabó con él en la puerta del templo. <<Y ya
tenemos al caballeresco de Don Francisco –escribe Rafael Alberti–, recién salido de
aquellas tinieblas de muerte, en el claro azul del reino de Sicilia, del brazo de su amigo
el virrey don Pedro Girón, duque de Osuna, quien lo hace su diablo consejero, su
embajador, su confidente, su compadre de aventuras nocturnas por la ciudad>>
(Alberti, 1960: 14). Pero Quevedo es también un siervo fiel de su mecenas, del duque
de Osuna. No tenía otra opción. El mecenazgo era lo único que existía en aquella
época. No había instituciones, ni circuitos literarios, ni editoriales valientes, y ni
siquiera cabía la posibilidad de convertirse en un poeta maldito, o de las afueras,
dentro de esas relaciones sociales burguesas en su primera fase mercantil o
manufacturera. Por tanto, Quevedo se <<pegó>> a los mecenas, a los nobles, o, si se
quiere, a sus amigos protectores, y les dedicó versos de elogio, pero no porque se
sintiera en deuda con ellos por los favores recibidos, sino porque se sentía, desde su
horizonte ideológico feudal, determinado por la relación señor/ siervo, como un siervo
que debía rendir pleitesía a su señor, incluso después de la muerte de su señor, como
corroboran estos versos dedicados a la muerte del duque de Osuna: <<Estas armas,
vïudas de su Dueño, / Que visten de funesta valentía/ Este, si humilde, venturoso leño,
// Del grande Osuna son; Él las vestía, / Hasta que apresurado el poster sueño, / Le
ennegreció con Noche el blanco día >> (Quevedo, 1996a: 198).
El duque de Osuna murió en la cárcel, donde había sido enviado después de haber
caído en desgracia. Quevedo escribió cuatro sonetos muy sentidos cuando falleció
(Alonso, 1971: 557), como prueban estos versos, donde enaltece la figura del duque,
su amigo, su protector, su señor, que le había otorgado el hábito de la Orden de
Santiago por <<los servicios prestados>>. Un señor al que admiraba, al que sirvió de
confidente, de correveidile: <<Faltar pudo su Patria al grande Osuna, / Pero no a su
defensa sus hazañas; / Diéronle Muerte y Cárcel las Españas, / De quien él hizo
esclava la Fortuna>> (Quevedo, 1996a: 137). Aunque fue un fiel servidor del duque de
Osuna, eso no quiere decir que fuera el único noble al que le dedicara versos de
elogio. Hubo más. Pero tampoco Quevedo fue, obviamente, el único que escribió
versos de alabanza a los nobles. Era algo corriente en aquella época. Cuando muere
Felipe III, Quevedo regresa a Madrid y recupera su sitio en la Corte de Felipe IV, un
rey que se preocupa por el arte (nombra a Velázquez pintor de cámara). Quevedo
elogió a Felipe IV y lo exhortó en sus versos para que castigara a los rebeldes:
<<Pues tus Vasallos son el Etna ardiente, / Y todos los Incendios que a Vulcano/
Hacen el Metal rígido obediente, // Arma de Rayos la invencible mano: / Caiga roto y
deshecho el insolente/ Belga, el Francés, el Sueco y el Germano>> (págs. 85-86).
Pero el <<idilio poético>> entre Felipe IV y Quevedo se rompe por culpa de la política
centralizadora y modernizadora del valido del rey, el Conde-duque de Olivares, que
intenta socavar el poder de la nobleza, <<su clase amiga>>. Quevedo no se queda,
obviamente, cruzado de brazos, ni mira para otro lado, y esgrime la afilada punta de su
poesía satírica contra la política de Felipe IV y del Conde-duque: <<Toda España
están en un tris/ y a pique de dar un trás, / ya monta a caballo más// que monta a
maravedís>> (Alberti, 1960: 17). El afilado acero satírico de Quevedo se ceba,
principalmente, con el valido del rey, al que ataca sin piedad y responsabiliza de la
7
decadencia de España; pero lo peor no era eso para Quevedo, sino que el Conde-
duque se hubiera atrevido, después de haber limpiado las cloacas del reino, a
imponerle impuestos a la nobleza parasitaria, a los señores, a sus amigos protectores.
Quevedo podía estar tranquilo. En España el poder nobiliario era fuerte como una roca,
y resistió las acometidas de la política del valido. El Conde-duque será derrotado. Era
cuestión de tiempo. Quevedo lo sabía. Por eso se atrevió a escribirle poemas satíricos
de este calibre:
en la perdición de España?
Quizá Quevedo no midió bien sus fuerzas, o se arriesgó como un valiente, que lo era,
o se sentía seguro, o no temía las represalias, pero el caso es que el poeta madrileño
pasó dos años y medio en la cárcel por sus <<veleidades poéticas>> contra el valido.
Cuando cae el Conde-duque, el rey le otorga la libertad, pero esos dos años y medio
en prisión han minado seriamente su salud, y dos años después de haber sido puesto
en libertad Quevedo muere (Alberti, 1960: 20-22).
8
Tampoco se le pasa por alto a Quevedo criticar los defectos físicos de los personas, ni
a los judíos, con Góngora a la cabeza: <<Érase un hombre a una nariz pegado, /
Érase una nariz superlativa, / Érase una alquitara medio viva, / Érase un peje espada
mal barbado>> (pág. 345). Incluso se burla de los eruditos que enamoran a mujeres
cultas, pero poco agraciadas físicamente, cuando él era un hombre culto y no
precisamente un portento de belleza. ¿Ironía u olvido?: <<Al que sabia y fea busca, /
El señor se la depare; / A malos conceptos muera, / Malos equívocos pase>> (pág.
452). Sin embargo, los dardos más envenenados de sus poemas satíricos y burlescos
van dirigidos contra las mujeres, desde las flacas (aunque hoy en día parezca mentira)
hasta las adúlteras (págs. 66-71). Así, se convierte en el <<campeón>> poético de la
misoginia, pero muchos de estos poemas son meros juegos de artificio: <<Viénense a
diferenciar/ La gallina y la mujer, / En que ellas saben poner, / Nosotras sólo quitar; / Y
en lo que es cacarear, / El mismo tono tenemos. / Todas ponemos, / Unas cuernos y
otras huevos >> (pág. 267).
Poderoso Caballero
Es don Dinero.
Y es de nobles descendiente,
Al Duque y al ganadero,
9
Poderoso Caballero
Este poema popular critica el poder del dinero, pero desde un horizonte ideológico
feudal: <<Pues que da y quita el decoro >> y <<es quien hace iguales/ Al Duque y al
ganadero>> (pág. 91). El problema es que haya aparecido ese mercado que <<hace
iguales/ Al Duque y al ganadero>> (ibid.), es decir, el noble con su sangre azul no es
nadie sin dinero. Por tanto, el tema del dinero es capital en los poemas de Quevedo,
porque es capaz de comprar cualquier voluntad, incluso la de los jueces: <<Pues
untándolos las manos/ Los ablanda el corazón?/ ¿Quién gasta su opilación/ Con oro y
no con acero?/ El dinero. >> (pág. 276).
Temas literarios de unos poemas organicistas que critican con virulencia los nuevos y
viejos oficios urbanos y a quienes los desempeñan, y tópicos literarios que legitiman
una vuelta atrás, una regresión, a los modos de producción feudales cuando el siervo
sólo tenía que prestarle fidelidad a su señor y no existía el interés económico. Temas y
tópicos literarios de unos poemas perfectos y certeros porque, en componer versos y
en el manejo de la espada, Quevedo era un maestro.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
CROSBY, James O. (1966). <<A New Edition of Quevedo's Poetry>>, Hispanic Review,
XXXIV, págs. 328-337.
GARCÍA, Miguel Ángel (2010). <<Sin que la muerte al ojo estorbo sea>>. Nueva
lectura crítica de Francisco de Aldana, Mérida, Editora Regional de Extremadura.
LAÍN ENTRALGO, Pedro (1948). <<La vida del hombre en la poesía de Quevedo>>,
Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, Número I, págs. 63-101.
10
QUEVEDO, Francisco de (1996b). Poesía original completa, ed. introducción y notas
de José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 4ª ed.
11