You are on page 1of 8

1

Filosofía, ciencia y religión


El origen etimológico del término filosofía significa "amor a la sabiduría o alconocimiento" ,ya que proviene de
"philein"( amor ) y sophos ( sabiduría ).Igualmente, el origen etimológico de la palabra ciencia significa
"conocimiento",proveniente de "scientia". La historia de la filosofía tiene sus comienzos hace másde dos mil quinientos años,
y durante un tiempo estos dos ámbitos del saber teníanla misma concepción y estaban muy relacionadas.Sin embargo, hoy en
día estas dos ciencias se distan en el sentido que la ciencia haavanzado específicamente en muchos ámbitos del saber ( que
antes también erandel ámbito de la filosofía) que han sido profundizados y por lo tanto, la filosofía haperdido ciertas parcelas
del saber. La filosofía aporta claridad a la ciencia y por esoes considerada como la ciencia de todas lasciencias,la ciencia
universal.La relación entre ciencia y filosofía tiene varias opiniones; algunos creen que seoponen y otros que se identifican.
Aún así, la relación que mantienen es decomplementación. Como ya hemos dicho, tanto una como la otra tienen
comoobjetivo el conocimiento de la verdad. Los contenidos del conocimiento, loscontenidos empíricos, sólo nos llegan a
través de las ciencias positivas, quenecesitan de la filosofía para entramar esos conocimientos en tanto totalización, ypara
discutir hasta qué punto alcanzan esos conocimientos un grado de objetividad,así que se necesitan mutuamente. Por lo tanto,
si colocamos la filosofía y ciencia enel mismo plano, una insiste en el aspecto empírico, otra en el aspecto teórico y
detotalización del saber.Igualmente, la filosofía no ha sido siempre buena amiga de la ciencia, ya quealgunas corrientes
filosóficas, como por ejemplo el escepticismo, han provocado unadistanciación entre ellas, afirmando que el conocimiento
científico estaba basado encreencias y que a través de los sentidos no podíamos llegar al conocimientoabsoluto. Un defensor
de esta teoría fue David Hume, que a pesar de ser un filosofoempírico, llegó a no aceptar el conocimiento científico, aunque
nunca dejo de buscarla verdad.

2
En cuanto a la metodología, la filosofía utiliza un modo razonado de obrar, hablar opensar; que depende en gran medida de la
manera o forma como se concibe elmundo. Para conocer la realidad el filósofo se vale de la ciencia y ésta se vale
demétodosde investigación. Podemos afirmar que la filosofía es experimentaltambién, no se queda en lo racional, en el buen
uso de la razón, porque se nutre delas investigaciones científicas. Los métodos de la filosofía son varios, dependiendodel
corriente filosófico y del autor.La ciencia posee cualidades específicas que la diferencia del pensar cotidiano y deotras formas
de conocimiento, ellas son: es objetiva, porque investiga al objeto ofenómeno de estudio; es racional, porque utiliza la razón,;
es sistemática, porque esorganizada en sus métodos y en sus resultados; es general, porque suinterésfundamental es
establecer leyes onormasgenerales; es falible, porque reconoce quecomete errores, el científico nunca cree haber alcanzado la
verdad absoluta, susconclusiones son válidas mientras no sean desmentidas. En consecuencia todas susafirmaciones, leyes o
teorías están sujetas a revisión permanente paraperfeccionarlas hasta hacerlas cada vez más objetivas, racionales, sistemáticas
ygenerales.En conclusión, podemos decir que, por una parte, la filosofía ayuda a la ciencia arazonar sus teorías conseguidas a
través del método hipotético-deductivo que sevalidan conforme sucedan los hechos en la realidad, y por otra parte, la
cienciaayuda a la filosofía a comprender los hechos de la realidad y la explicación delcomportamiento del universo y de
la naturaleza.También es importante la relación que mantiene la filosofía y la ciencia con otrasdoctrinas, como por ejemplo
con teología y la religión.La religión es la relación de los humanos con Dios a quien se le atribuye ser lacausa última de todo
lo existente. Todareligiónimplica fe en uncredo,obediencia auncódigomoralestablecido en el respectivo libro sagrado y
participación en unculto. La filosofía se ha encargado de estudiar los contenidos y realizarevaluaciones comparativas entre
las diversasreligiones.De igual forma, la teologíaes la doctrina que trata todo lo concerniente a Dios.

3
Es interesante advertir que casi todos los filósofos griegos, exentos de prejuiciosposteriores, llegan en su búsqueda filosófica
a Dios, como causa suprema de todo loque existe, y explicación última a nuestros enigmas. La historia de la cultura y dela
ciencia nos dan muchos ejemplos de grandes científicos y filósofos que fueron almismo tiempo hombres sumamente
religiosos. Recordemos algunos
nombres: Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Galileo, Leonardo da Vinci, Descartes,Pascal y Leibniz.Existen,
naturalmente, algunas diferencias entre filosofía y religión. No es lanoción de Dios ni de sabiduría, ni de conocimiento, ni de
lo verdadero, lo quepermite distinguir la Filosofía de la Religión. El origen de la diferencia está enrelación con el criterio de
fe y de creencia. En efecto, el filósofo "cree que...", esdecir, supone, opina y busca pruebas de su conocimiento a través de la
experienciay los hechos, y la religión "cree en...", sin necesidad de comprobar la verdad de sucreencia, puesto que tiene fe en
los testimonios de aquellos que han recibido larevelación o a quienes se les ha transmitido una revelación o un dogma, y en
supropia vivencia.Tanto la religión como la filosofía pretenden explicar la esencia del universo, lasustancia última de la
materia y del espíritu, y en medio de las distintas disciplinasdel saber está el humano como sujeto y objeto de investigación.
Tanto lospostulados religiosos como los filosóficos son obra de la razón. Mediante la devociónexpresamos la creencia en el
más allá; mediante la filosofía nos esforzamos enexplicar lo que está más allá de nuestros sentidos. En filosofía se
expresanpensamientos especulativos tanto como en las religiones.Teología y filosofía en la antigüedad caminaron juntas y
aún continúan agarraditasde las manos. Mediante la filosofía se nos promete sabiduría; mediante el temor aDios también se
nos promete sabiduría. Las religiones nos enseñan a admirar lasabiduría divina en la naturaleza; la filosofía en el intento de
explicar lanaturaleza, nos hace sabios. De todas formas, es una pérdida de tiempo para losidealistas pretender demostrar la
existencia de Dios, tanto como lo es para losmaterialistas esforzarse por demostrar su inexistencia.En cuanto a la relación
entre ciencia y religión ( en concreto con el cristianismo ) noha sido siempre sencilla. En el siglo XIX está relación se
presenta como un continuo

Ciencia, Religión y Filosofía: Evolución,


Creacionismo, Teoría del Diseño
Inteligente y las Elucubraciones de
Científicos y Filósofos
Siempre he pensado que la física es la carrera que mejor amuebla una cabeza para hacer ciencia y
filosofía de la ciencia. Matemáticas, contacto con el mundo físico, grandes dosis de abstracción y también
especulación. Sin embargo, a veces los teóricos involuntariamente desbarran en demasía. Jamás leí texto
alguno sobre creacionismo, por cuanto conocía bien sus argumentos y me parecía la peor forma de perder el
tiempo. Sin embargo, cuando surgió la “Teoría del Diseño Inteligente”, inmediatamente me acordé de las
numerosas ocasiones, en las que leyendo libros de divulgación de afamados físicos teóricos, me topaba con el
denominado “Principio Antrópico”, en sus versiones débil y fuerte. Y es aquí donde comenzó a surgir el
problema. Tales desbarres dieron aliento al “enemigo” y así surgió la “Teoría del Diseño Inteligente”,
fundada sobre una interpretación maniquea de las comentadas elucubraciones de los cosmólogos. No obstante,
al fin y al cabo, las fuentes sobre las que construyeron su edificio hacen uso de comentarios y posiciones
discutidas en el mundo de la ciencia. Flaco favor, pensé, han hecho esta vez nuestros colegas a los biólogos,
y a fin de cuentas a la ciencia en general, así como a la docencia de los jóvenes estadounidenses. Sin embargo,
el otro día, desde la bitácora “A Bordo del Otto Neurath”, Jesús Zamora Bonilla nos informaba de
los desbarres especulativos de uno de los más afamados filósofos de la biología. Me refiero a los
que Michael Ruse derrama en su último libro “¿Puede un Darvinista Ser Cristiano?” ¿Porqué entonces los
científicos se rasgan la vestidura sobre esta forma de neocreacionismo?, cuando algunos de ellos parecen
ser sus principales ideólogos, lo quieran reconocer o no. Vamos, que los Republicanos del Senado de EE.UU.
que defienden incluir en la enseñanza la “teoría” del diseño inteligente, junto al darvinismo, deberían
imponerles una medalla.

Ya no vale volver la cabeza hacia otro lado, y exclamar “pío, pío que yo no he sido”. Pues va a ser que
sí. Una cosa es especular y la otra desbarrar de forma tan estrepitosa. Del mismo modo, resulta un tanto
grotesco que los alegatos de los científicos escandalizados ante este neocreacionismo lanzan a sus
defensores no los viertan también contra aquellos colegas que les dan “alas”. No vale ya descalificarles
apriorísticamente tachándoles de acientíficos, como hicieron en su momento con el viejo, puro y duro
creacionismo. Ahora, el debate debería estar mejor argumentado, por mucho que sepamos que la versión
moderna no sea más que un mero camuflaje, maquillado de cientifismo, de la antigua. En la Wikipedia española,
se puede leer de qué versa la “Teoría del diseño inteligente” y el “Principio Antrópico Fuerte”. Recomiendo
seriamente su lectura. Para este post tan solo extraeré las siguientes líneas de la enciclopedia libre sobre
el Principio Antrópico.

 El principio antrópico débil (WAP) indica que “los valores observados de todas las cantidades físicas y
cosmológicas no son igualmente probables, sino que están restringidos por el hecho de que existen lugares del
Universo donde se ha podido desarrollar la vida basada en el carbono y el hecho de que el Universo sea
suficientemente antiguo como para que esto haya ocurrido.”
 El principio antrópico fuerte (SAP) indica que “el Universo debe tener unas propiedades que permitan a la vida
desarrollarse en algún estadio de su historia.”
 El principio antrópico final (FAP) indica que “un modo de procesamiento inteligente de la información debe llegar
a existir en el Universo y, una vez que aparece, nunca desaparecerá”.

La versión débil del principio ha sido criticada por su falta de imaginación, ya que asume que no es posible que se den
otras formas de vida (por lo que ha sido tildado por algunos de chovinismo carbónico). También se suele decir que el rango de
valores que pueden tomar las constantes físicas y que permiten la evolución de vida basada en el carbono puede ser mucho
menos restringido del que se ha propuesto (Stenger en “Realidad intemporal”). Por otra parte la versión fuerte ha sido tildada
como no científica, ya que no puede probarse ni falsarse y es innecesaria. La tercera de las versiones, la versión final, es
discutida en otro artículo; aunque Barrow y Tipler indican que, a pesar de ser propuesto en el contexto de la Física, el
enunciado está “muy relacionado con los valores morales.” Algunos de los filósofos de la ciencia que apoyan las
afirmaciones del principio antrópico son proponentes de la conjetura del diseño inteligente.

Extraigamos ahora unas líneas de la Wikipedia española sobre el diseño inteligente.


El diseño inteligente es el nombre utilizado para describir a la ideología con características dogmáticas que sostiene que el
origen y evolución del Universo, la vida y el hombre, son el resultado de acciones racionales emprendidas de
forma deliberada por uno o más agentes inteligentes (….) El movimiento del Diseño Inteligente, igualmente rechaza las
posturas representadas por las variantes pro-evolución de la idea creacionista, conocidas como creacionismo
evolutivo y, en términos más filosóficos, la evolución teísta; que aunque creen en la existencia de un creador y un propósito,
a diferencia del Movimiento del Diseño Inteligente, sí aceptan que los seres vivos se han diferenciado a través de un
proceso de evolución natural; ya que consideran cierta la teoría evolutiva, representada por la síntesis evolutiva
moderna. Así, el diseño inteligente no es una teoría científica, ya que no sustenta sus bases en experimentaciones, y
observaciones críticas y científicas, como lo hace la teoría de la evolución

¡Alto!: ¡Un momento! Veamos los que nos dice ahora uno de los más eminentes filósofos y defensores del
neodarwinismo, es decir Michael Russe, en el siguiente enlace. Se trata de una reseña a su libro: “¿Puede
un Darwinista Ser Cristiano?: La Relación Entre Ciencia y Religión”:

¿Puede alguien que acepta la teoría darwinista de la selección natural suscribir a su vez las afirmaciones básicas del
cristianismo? Esta es la pregunta que se lanza en estas páginas al centro del debate existente sobre la relación entre ciencia
y religión y, en particular, entre esa forma de biología evolucionista llamada darwinismo y los principios básicos de la fe cristiana.

En un momento en el que los continuos avances de la ciencia en materia de biología y neurología ponen inevitablemente en
tela de juicio los dogmas religiosos y dan lugar a obras tan polémicas como The God delusion, de Richard Dawkins (de próxima
aparición en España bajo el título El espejismo de Dios ) esta obra de Michael Ruse nos ofrece una alternativa conciliadora.
Con una perspectiva equilibrada sobre el tema mediante la cual realiza un serio análisis en el que, además de abordar figuras
destacadas como el anteriormente mencionado Richard Dawkins y Stephen Jay Gould —por la parte de la ciencia— o Arthur
Peacocke y Robert J. Russell —por la parte de la religión—, sopesa en detalle las afirmaciones del neocreacionismo y revela
algunos paralelismos sorprendentes entre los materialistas darwinianos y los pensadores tradicionales como san Agustín (…).

El origen del hombre. Ciencia, Filosofía y Religión Mariano Artigas y Daniel Turbón Eunsa, Pamplona, 2007 Carlos
A. Marmelada carlosalbertomarmelada@yahoo.es Aunque todavía son muchas las incertidumbres que
envuelven el conocimiento del origen de la humanidad, la ciencia arroja cada día más luz sobre el tema. La
cuestión es si sólo la ciencia es la que puede hacer eso mismo. ¿Acaso la filosofía y la religión ya no pueden decir
nada que tenga sentido al respecto? Precisamente lo que intenta el libro de Artigas y Turbón es: “establecer un
marco filosófico que dé cuenta, en otro nivel de racionalidad, de lo que la ciencia actualmente nos dice sobre
nuestras raíces” (p. 11). La ciencia es una forma de conocimiento extremadamente exitosa. Ha conseguido
transformar la sociedad y el mundo en tan sólo tres siglos, permitiéndole al hombre influir, para bien o para mal,
en la propia naturaleza. Ese mismo éxito es el que ha hecho pensar a más de uno que la ciencia agota la
racionalidad; o que, por lo menos, es la mejor forma de racionalidad que puedo alcanzar el entendimiento
humano. Es cierto que ni la filosofía ni la teología puede vivir de espaldas a la racionalidad científica si es que
quieren decir algo que tenga sentido para el hombre actual; pero esto no significa, ni mucho menos, que la
ciencia ocupe un lugar privilegiado, y ya no digamos de superioridad en cuanto a capacidad de conocimiento
objetivo de la realidad. Lo único que significa es que existen una serie de cuestiones que son fronterizas entre
estas tres formas del saber humano y, por ello, que las tres han de estar abiertas a un diálogo fecundo que sólo
puede beneficiarles, siempre y cuando ese diálogo se realice con el debido respeto a los límites metodológicos
de cada uno de estos saberes. Por ello la lectura de este libro “constituye una invitación a reflexionar
personalmente las distintas cuestiones que van apareciendo a lo largo de las páginas” (p. 16). Ya el primer
capítulo nos pone, desde un principio, frente a las cuestiones básicas que se abordarán en este libro: ¿acaso
somos seres puramente materiales cuya existencia finaliza con la muerte biológica? ¿Somos el simple fruto de
unas fuerzas naturales movidas por el azar o somos el resultado de un plan divino? Desde luego, responder una
cosa u otra significa plantarnos ante un concepto de hombre radicalmente distinto según la respuesta a la que
lleguemos. En efecto, no es lo mismo decir que el ser humano es el fruto de una evolución biológica producida
íntegramente al azar que decir que un Dios trascendente crea el universo confiriéndole un dinamismo que
implica un despliegue evolutivo a su creación de tal suerte que también cuenta con la concurrencia fortuita de
causas para poder realizar el origen biológico del hombre. 2 Actualmente resulta de gran importancia el poder
establecer los límites reales de la teoría científica de la evolución. Cuando se hace esto se ve como la evolución,
en cuanto teoría científica que es, “no tiene nada que decir sobre la existencia de un plan divino” (p. 20). Esto es
algo de sentido común. La ciencia natural estudia la realidad material dejando fuera de su ámbito, de una forma
deliberada por los imperativos metodológicos, por lo que no puede decir nada acerca de ellas, ni a favor ni en
contra. Cuando se olvida esto se suele hacer “decir a la ciencia más de lo que, en realidad, está en condiciones
de decir” (p. 25). Hay ocasiones en las que los problemas se originan a partir de una confusión semántica. Por
esto los autores insisten en aclarar la diferencia existente entre el naturalismo metodológico y el naturalismo
ontológico. El primero es de índole genuinamente científica y consiste en centrarse en el estudio de los aspectos
cuantitativos de la naturaleza, por lo que deja totalmente de lado el estudio de las realidades espirituales ya que
su método de investigación es incapaz de abordarlas. El segundo, en cambio, no es científico sino filosófico e
incurre en el error de declarar que las realidades espirituales no existen porque no son susceptibles de ser
estudiadas por las herramientas metodológicas de la ciencia. El naturalismo ontológico abusa de la teoría
científica de la evolución y le obliga a decir a ésta más de lo que ella, en rigor, dice para intentar convertirla en
una aliada del materialismo y en un enemigo de la religión. Pero la verdad es “que religión, filosofía y ciencia
natural responden a perspectivas diferentes” (p. 26) y por ello no se contraponen, sino que se complementan.
Hay cuestiones, como los orígenes del universo y los orígenes del hombre que son fronterizas entra estas tres
formas del saber humano. Esclarecer estas fronteras es de lo que trata el libro de Artigas y Turbón. El segundo
capítulo trata sobre el origen de los vivientes y se inicia con un pequeño repaso a las teorías de la evolución
biológica desde el siglo XVIII. Los nombres de Linneo, Lamarck, Darwin, Wallace, Spencer y Hugo de Vries van
desfilando por estas páginas para dar paso al estudio de la teoría sintética y de la teoría del equilibrio puntuado.
El capítulo sigue con el estudio de la evolución humana, pero no desde un punto de vista del registro fósil, sino
desde la perspectiva de la evolución de la notoria encefalización que tenemos los humanos; abordando
cuestiones como el por qué de nuestra dilatada infancia o la necesidad de la introducción de la adolescencia en
nuestro desarrollo ontogenético. Esto nos lleva directamente al capítulo tres, en el que se aborda el origen del
hombre. Aunque aquí se habla algo del registro fósil nuevamente se aborda el tema de la encefalización. En esta
ocasión se relaciona con el lenguaje. ¿Cuál fue la primera especie de homínido que empezó a hablar? Los
autores abordan esta cuestión en este capítulo. También se analiza la primera salida de los humanos fuera de
África. Para 3 finalizar se vuelve a revisar el desarrollo ontogenético exclusivamente humano: la infancia y la
adolescencia. El capítulo cuarto trata sobre el origen y desarrollo de nuestra especie. Naturalmente, aquí se
habla también de los neandertales y de las teorías que sostienen que toda la humanidad actual procede de unas
poblaciones africanas que emigraron y colonizaron el mundo entero sustituyendo a las poblaciones existentes
(hipótesis out of Africa); así como de su competidora, la hipótesis de la continuidad regional. En la actualidad la
mayoría de los especialistas optan por la primera, aunque los autores dejan constancia del caso excepcional de
un cráneo hallado en China. Este capítulo es, pues, el lugar adecuado para hablar de la Eva africana o Eva
mitocondrial y del Adán cromosoma Y. El quinto capítulo, escrito en colaboración con Enrique Moros, trata
sobre la relación entre la evolución biológica y la acción divina. Lo primero que explican los autores es algo
evidente, pero que muchas veces se olvida o simplemente se desconoce, y es el hecho de que las teorías
científicas sobre la evolución no resuelven los interrogantes religiosos (p. 73 y ss.). La presunta oposición entre
evolución y acción divina carece de base; “en efecto, para que algo pueda ser estudiado por las ciencias, debe
incluir dimensiones materiales, que puedan someterse a experimentos controlables, y esto no sucede con el
espíritu, ni con Dios, ni con la acción de Dios” (p. 77). En ciertas ocasiones “el darwinismo suele ser utilizado
para afirmar que Darwin ha hecho posible ser ateo de modo intelectualmente legítimo, porque el darwinismo
mostraría que no es necesario admitir la acción divina para explicar que existe el orden en el mundo” (p. 78).
Pero lo cierto es que “la cosmovisión evolutiva, en lugar de poner obstáculos a la existencia de la acción divina,
es muy congruente con los planes de un Dios que ordinariamente quiere contar con la acción de las causas
creadas” (pp. 80- 81). Uno de los temas claves en el debate sobre la compatibilidad entre la teoría de la
evolución y el cristianismo, lo constituye la cuestión de la finalidad en la naturaleza. De esto trata el capítulo
sexto. Naturalmente, aquí es el lugar para analizar las tesis de Jaques Monod y Stephen Jay Gould. Monod habla
del azar, pero él mismo propone la existencia de teleonomía en la naturaleza; ahora bien, la teleonomía no deja
de ser “una especie de teleología o finalidad” (p. 86); por ello: “no debería haber ningún problema para
combinar la evolución y la existencia de un plan divino” (p. 88). La razón de ello estriba en que “el mismo efecto
puede ser considerado como contingente cuando se compara con sus causas inmediatas y, al mismo tiempo,
estar incluido dentro del plan divino que no puede fallar” (p. 89). Dicho de otro modo, la existencia del azar
dentro de una creación divina hecha con racionalidad no es algo imposible, sino totalmente lógico. Según Carlo
Rubia, Premio Nobel de Física en 1984 “está claro que todo esto no puede ser consecuencia de la casualidad (…)
Hay, evidentemente, algo o alguien haciendo las cosas como son” (p. 92). En definitiva: “la combinación de azar
y necesidad, de variedad y selección, junto con las potencialidades para la autoorganización, pueden ser
contempladas fácilmente como el camino utilizado por Dios para producir el proceso de la evolución” (p. 92). 4
El azar es el resultado de la concurrencia accidental de numerosas causas independientes. El azar existe, es algo
real, pero solamente existe desde una perspectiva inmanente, “para Dios, que es la Causa Primera de la que
depende siempre todo, no hay azar ni causalidad. Por tanto, de la existencia del azar en la evolución no se
puede concluir que no exista un plan divino y que el ser humano no sea el resultado previsto de ese plan” (p.
93). El hecho de que el azar sea compatible con un orden que refleja una creación llevada a cabo de forma
racional no significa que tengan razón los partidarios del diseño inteligente. El capítulo séptimo trata sobre el
origen del movimiento denominado creacionismo científico. Los ultracreacionistas adoptan una postura radical
por oposición a los ultradarwinistas; pero el error de ambos es muy similar, lo que pretenden ambos grupos es
resolver la cuestión sobre la base de alguna evidencia científica. Ambas partes pretenden demostrar sus tesis
con argumentos científicos, pero como eso no es posible tienen que hacer decir a la ciencia cosas que realmente
ni dice ni puede decir; y, por eso, surgen discusiones sobre qué es realmente ciencia y qué no lo es. Para los
ultraevolucionistas el concepto de “evolucionismo científico” resulta ser sinónimo de “naturalismo”; es decir,
que se niega, lisa y llanamente, la existencia de realidades que estén fuera de las fuerzas de la naturaleza que
estudia la ciencia experimental. Pero el hecho de que la ciencia experimental sólo estudie fenómenos materiales
no significa que no existan realidades espirituales; lo único que sucede es que la ciencia sólo puede estudiar ese
tipo de realidades por causa de sus límites metodológicos. El evolucionismo, entendido como teoría científica es
una cosa y el materialismo como filosofía es otra muy distinta que no se colige, en absoluto, de la primera. De
modo que sostener, como hacen los ultradarwinistas, que el materialismo es la conclusión lógica de la teoría
científica de la evolución biológica es confundir los planos científicos y filosóficos. El creacionismo científico se
opone a que se enseñe la teoría científica de la evolución en las escuelas porque la entiende como una aliada de
ese materialismo ateo al que aludíamos. Pero esto es desenfocar el tema, y al hacer dicha identificación,
incurren en el mismo error que los ultradarwinistas. La teoría del diseño inteligente (DI) es un movimiento que
pretende demostrar que la ciencia es capaz de evidenciar que la naturaleza refleja claramente la existencia de
un diseño que ha sido concebido de una forma intencionada por un diseñador inteligente. La motivación de los
partidarios del DI es la misma que la de los creacionistas científicos, combatir el materialismo que pretende
basarse en la ciencia para refrendar sus tesis. La diferencia estriba en que los partidarios del DI no se basan ni en
la Biblia 5 ni en argumentos extraídos de la religión, sino que insisten en que sus tesis son científicas. En cuanto
a cómo es ese Diseñador Universal no se comprometen a identificarlo con un Dios personal y providente. El
capítulo ocho trata sobre la relación existente entre la evolución y la persona humana. Los autores se admiran
del hecho de que haya quienes “utilicen a la ciencia, una de nuestras creaciones más asombrosas, para rebajar
lo que realmente somos” (p. 110), cuando resulta que la propia ciencia es un ejemplo patente de la
excepcionalidad que supone la inteligencia humana. Desde este punto de vista reconocer la dignidad humana y
su peculiaridad frente al resto de la naturaleza no es algo que suponga una actitud de soberbia antropocéntrica
sino el simple reconocimiento de un dato objetivo. ¿Cuándo aparecieron las dimensiones espirituales del
hombre? ¿Fue con Homo sapiens? ¿O, tal vez, ya estaban presentes en Homo habilis? Ahí está el debate. Un
debate que implica tener claro “¿qué es lo singular del hombre, lo que le distingue y le caracteriza?” (p. 116). En
este capítulo se analiza el emergentismo, que afirma que todas las cualidades específicamente humanas salen o
emergen de las potencialidades de la materia. También se pasa revista a la postura antitética, que afirma que el
hombre es un ser de la naturaleza pero que, al mismo tiempo, la trasciende. El terreno está listo para abordar la
relación entre la evolución y el cristianismo, algo que se hace en el capítulo 9. Capítulo que se abre con una
pregunta fundamental, clara y directa: “¿se puede ser, a la vez, evolucionista y cristiano?” (p. 121); la respuesta
de los autores es que sí. Y frente a aquellos que pregonan una evolución creativa ellos contraponen una
creación evolutiva. En este capítulo, en primer lugar, se pasa revista a la posición histórica, en relación con el
evolucionismo, del pensador católico Mivart. A continuación se analizan las palabras de la carta escrita el 16 de
enero de 1948 por la Pontificia Comisión Bíblica y enviada al arzobispo de París con la aprobación del Papa Pío
XII y que trata sobre los primeros capítulos del Génesis. En 1950 el propio Pío XII publicó una encíclica, la
Humani generis, en la que habló del evolucionismo y su relación con la fe cristiana. La siguiente referencia es
Juan Pablo II; concretamente un discurso suyo realizado en 1981 en la Academia Pontificia de Ciencias y otro
hecho en 1985 y dirigido a los participantes de un simposio sobre fe cristiana y evolución, en donde recordó la
mencionada encíclica de Pío XII. Al año siguiente Juan Pablo II volvió a tratar el tema en su catequesis. Pero las
palabras más significativas del Santo Padre se pronunciaron en 1996 cuando dirigió un mensaje a la Academia
Pontificia de Ciencias. En esta ocasión dijo que la teoría de la evolución era más que una hipótesis. Como no
podría ser de otra forma, también hay un epígrafe dedicado a analizar la posición de Benedicto XVI ante la
evolución, arrancando desde sus homilías sobre los primeros capítulos del Génesis y pronunciadas en 1981 y
publicadas en 1985 bajo el título: Creación y pecado. El 6 capítulo se cierra con una interesante reflexión sobre
el monogenismo y el poligenismo. El último capítulo, el décimo, se centra en el análisis de la relación entre
ciencia e ideología. La postura de los autores es bien clara: “ni el hecho de la evolución ni su explicación
mediante variaciones genéticas y selección natural tienen por qué interpretarse en clave materialista ni
antisobrenaturalista, y son compatibles con la existencia de un dios personal creador que gobierna todo el
mundo, también el desarrollo de la evolución” (p. 137). El análisis no se reduce sólo al a evolución biológica, sino
que arranca con unas reflexiones sobre la imposibilidad de una autocreación del universo, aunque enseguida
vuelve al tema de la evolución biológica. La tesis que defienden los autores se puede resumir en una frase: “las
teorías biológicas no proporcionan base alguna para el materialismo o el agnosticismo” (p. 143). El texto de los
autores finaliza con una declaración a favor de un diálogo interdisciplinario que sería muy beneficioso para
todos porque “la armonía entre ciencia, filosofía y religión es el camino para conseguir una auténtica sabiduría
capaz de dar sentido a los problemas humanos” (p. 145). El libro se cierra con más de treinta páginas dedicadas
a analizar toda una serie de documentos de Juan Pablo II, Robert Speamann, Fiorenzo Facchini, y los puntos 56 a
70 escritos por la Comisión Teológica Internacional y que están dedicados a la persona humana en cuanto
creada a imagen y semejanza de Dios. Artigas y Turbón han logrado redactar un libro fundamental para
entender correctamente las relaciones entre la teoría científica de la evolución y los contenidos de la fe
cristiana.
Filosofía, religión o ciencia: ¿Quién dice la verdad?
Filosofía, religión o ciencia. Tiene usted unos segundos para elegir una de estas tres opciones. ¿Por
qué existe tanta rivalidad? Cada una de ellas es necesaria, no existiría la una sin la otra. ¿Acaso cabe
imaginar un mundo solamente compuesto de números que no puedan alcanzar la explicación de las
entrañas del ser? ¿De veras podemos vivir en un mundo de ideas filosóficas suspendidas en las
nubes y las cuales no puedan ser traídas a la tierra en forma de datos demostrables? ¿Es demasiado
retorcido afirmar que no necesitamos ni la fe ni las creencias?

Filosofía y ciencia antes se encontraban fundidas en una sola disciplina. Tras la separación del mito y
el logos, en la Antigua Grecia podíamos encontrar filósofos con conocimientos científicos de la talla de
Aristóteles (su Metafísica es un claro ejemplo de obra científica). Para Aristóteles, existía una
sinonimia entre la Filosofía y la Ciencia, puesto que cada una explicaba aspectos de la realidad que a
la otra se le escapaban. Es allá, en el Renacimiento, cuando ambas se separan y comienza una
eterna rivalidad que perdura hasta nuestros días.

La Filosofía tiene fama de estar compuesta por teorías sin fundamentos, basadas en los diferentes
puntos de vista de cada autor o ser pensante, y que no aporta conocimientos concretos ni tangibles.
No obstante, nos creemos todo lo que la Ciencia proclame. Observar como en una crema solar viene
inscrito "científicamente testado" nos proporciona una absoluta confianza. Si científicos han
comprobado que esto es bueno para mi piel, tiene que ser completamente cierto. Es ahora cuando se
abre un debate, ¿hasta qué punto es fiable la labor de la Ciencia? Ha curado enfermedades, pero
también ha destruido vidas de forma masiva. Y no sólo eso, a pesar de que la Ciencia suele estar
respaldada por datos y estadísticas, también se basa en suposiciones. La teoría del Big Bang y los
planetesimales es uno de los muchos conjuntos de leyes que han sido impuestos como reales, a pesar
de no poseer las suficientes pruebas. De acuerdo, se supone que el tiempo es el resultado del eco de
la gran explosión. Insisto: se supone. Actualmente no se aportan datos tangibles que demuestren que
aquello ocurrió según el patrón de unos científicos.

Por otro lado, la Teología y la Filosofía también mantienen una disputa. Un conflicto para responder al
verdadero sentido de la vida. Una absurdez de proporciones inmensas. ¿Qué es la Filosofía sino un
conjunto de creencias? ¿Qué es la Teología sino una ramificación de las teorías filosóficas? Mientras
una se dedica a orientar la vida hacia un Dios (incluso a demostrar su existencia, tal como intentó
Tomas de Aquino), la otra reflexiona acerca del tiempo, la muerte y el objetivo vital desde una
perspectiva laica. No obstante, esta es otra lucha sin sentido, puesto que se muestran dos realidades,
ambas válidas, entre las cuales los humanos tienen que elegir para encaminar su vida: vivir para un
Dios que nos premiará o nos castigará; o vivir para nosotros mismos sin esperar nada del mañana,
sirviéndonos de la recompensa de nuestras propias acciones (el hombre recto que denomina Kant).

En conclusión, se nos plantea una cuestión de difícil respuesta. ¿Quién dice la verdad? ¿Filosofía,
religión o ciencia? Aunque parezca increíble, todas ellas expresan la verdad. Parece técnicamente
imposible, pero muy coherente desde un punto de vista global. Finalmente, cada una tiene su propio
concepto de verdad, término complicado de precisar. La Filosofía defiende el veritas latino: es
verdadero si la proposición a través del lenguaje del individuo corresponde con la realidad. En cambio,
para el Cristianismo, únicamente existe la verdad eterna, la verdad que envuelve a Dios. Y, por último,
la Ciencia considera verdad los hechos que sean demostrables mediante la experimentación.

¿Filosofía, religión o ciencia? Tiene usted unos segundos para elegir una de las tres opciones. O
quizás, usted prefiera ser más crítico, tolerante y objetivo y decida reconocer, de una vez por todas,
que nuestro día a día lo compone lo intangible y reflexivo, lo sacro, y lo demostrable. Filosofía, religión
y ciencia, todas indispensables

You might also like