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Los seres humanos somos seres lingüísticos. Nuestras experiencias se realizan desde el
lenguaje, y es a través de él que damos sentido a nuestra existencia. Nietzsche decía que el
lenguaje es una prisión de la cual no podemos escapar, y es bien conocida la sentencia de
Heidegger: "El lenguaje es la casa del ser".
Precisamente fue a partir de las teorías de estos dos filósofos, que representan puntos de
ruptura en la evolución del pensamiento occidental, y de Ludwig Wittgenstein, con el
llamado "giro lingüístico", que se abrió un camino hacia una comprensión diferente de las
relaciones entre los seres humanos y el lenguaje, desde la cual éste pasó a ocupar un lugar
central. Siglos atrás se consideraba que el lenguaje era sólo un instrumento para describir
lo que percibíamos o expresar pensamientos y sentimientos. La concepción tradicional
suponía que la realidad antecedía al lenguaje y que éste se limitaba a dar cuenta de ella.
Una interpretación generativa y activa fue reemplazando esa interpretación pasiva del
lenguaje, que lo reducía a su rol descriptivo. Las ciencias sociales en general, pero también
la biología y las llamadas "ciencias duras", como la matemática y la física, fueron
reconociendo en los últimos años la importancia decisiva del lenguaje en la comprensión
de la vida humana.
Por otra parte, actos del habla como "los declaro marido y mujer" o "instituyo como
heredero" o "yo te bautizo" -dichos con un adecuado respaldo institucional- y otros de uso
tan frecuente como "te prometo", "te acuso", "te prohíbo" ponen al descubierto que
muchas realidades sociales lo son únicamente en virtud de las palabras. Cuando decimos a
alguien "te juro", no estamos describiendo un juramento, estamos realmente haciéndolo.
El estudio del lenguaje como acción tuvo su origen en la filosofía del lenguaje. Fue J. L. Austin
el primero en sugerir que la emisión de un enunciado conlleva la realización de acciones a
través de las palabras. Y como lo señaló J. Searle siguiendo a Austin, "hablar un lenguaje es
realizar actos de acuerdo con reglas". Para Austin y para Searle, como también para
Habermas, el acto del habla es un tipo de acción, y sus teorías abordan el estudio del
lenguaje desde la interacción social. Por ello, la filosofía del lenguaje sostiene que éste no
sólo nos permite hablar sobre las cosas, sino que además crea realidades, hace que sucedan
cosas. Y la forma en que lo externo existe para nosotros es lingüística.
Desde luego, hay dominios existenciales no lingüísticos, pero sólo desde el lenguaje nos es
posible darles un sentido y reconocer su importancia. Es innegable que el mar seguirá
siendo mar aun si no lo nombramos. Pero es sólo desde el lenguaje como adquiere un
sentido para cada uno de nosotros y para cada cultura, siendo lingüística la forma en que
esa realidad existe.
Diferentes autores coinciden en señalar que el lenguaje no es un mero medio entre el sujeto
y la realidad, ni tampoco un vehículo transparente o elemento accesorio para reflejar las
representaciones del pensamiento, sino que posee una entidad propia que impone sus
límites y determina, en cierta manera, tanto el pensamiento como la realidad. Las nuevas
teorías sostienen que el lenguaje es acción, porque no solamente hablamos de las cosas,
sino que, al hablar, alteramos el curso de los acontecimientos. Y además de intervenir en
ellos, establecemos relaciones, definimos la forma en que somos vistos por los demás. Pero
también nuestra identidad es un fenómeno lingüístico.
Fuente
Gómez Para, A. (3.03.2010). Habitamos en el lenguaje. Consultado el 12/09/2017.Recuperado de:
http://www.lanacion.com.ar/1239055-habitamos-en-el-lenguaje