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c. Escritura
Desde la perspectiva amplia de Tradición, la escritura es como una sedimentación de la
Tradición: la tradición siempre precede a la escritura. Sin embargo, dentro de la
tradición, la escritura ocupa un lugar insustituible: toda tradición no transmite más que
actualizándose en el lugar y el momento de la recepción. En cambio, la escritura
transmite conservando el contexto de origen. En ese sentido, la escritura acaba por ser
guía para la tradición: “Los textos de la Biblia son normalmente expresión de tradiciones
religiosas que existían antes de ellos. El modo como se relacionan los textos con las
tradiciones es diferente en cada caso, ya que la creatividad de los autores se manifiesta en
diversos grados. En el curso del tiempo, múltiples tradiciones han confluido poco a poco
para formar una gran tradición común. La Biblia es una manifestación privilegiada de este
proceso que, en un primer momento, ella ha contribuido a realizar, y del que, después, ha
continuado siendo norma reguladora” (PCB 1993, III, A).
2. LA TRADICIÓN APOSTÓLICA Y LA SAGRADA TRADICIÓN
En la Iglesia, el origen de toda la tradición –y por tanto de la transmisión de lo
revelado– comienza en Cristo. DV 7 lo expresa de manera condensada:
“Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total de Dios altísimo (cf. 2 Co 1,30; 3,16; 4,6),
mandó a los Apóstoles, comunicándoles los dones divinos, que el Evangelio, que prometido antes
por los Profetas, Él completó y promulgó con su propia boca, lo predicaran a todos los hombres
como fuente de toda verdad salvadora y de toda ordenación de las costumbres. Esto lo realizaron
fielmente tanto los Apóstoles, que en la predicación oral transmitieron con ejemplos e
instituciones lo que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o
habían aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como los Apóstoles y varones apostólicos
que, bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo, escribieron el mensaje de la salvación. Mas,
para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los Apóstoles
dejaron como sucesores suyos a los Obispos, entregándoles su propio cargo de magisterio”.
El punto de partida es el mandato universal por el que Cristo envía a sus apóstoles a
predicar el Evangelio. Los apóstoles cumplieron el mandato mediante palabras
(predicación oral y también con escritos) y con obras: ejemplos e instituciones. Esta
predicación incluía lo que habían aprendido de Jesucristo (entre lo que se contaba la
Sagrada Escritura de Israel como promesa del Evangelio) y lo que les hizo aprender el
Espíritu Santo. También dejaron sucesores en el ministerio. Esto es lo que entregan los
apóstoles a sus sucesores: es decir, la tradición apostólica.
a. La Tradición apostólica
Los apóstoles, la generación apostólica, constituye un fenómeno singular: su
constitución está en las acciones apostólicas. De hecho, los apóstoles murieron cuando
murieron los apóstoles. Los sucesores de los apóstoles lo son en su “ministerio”
episcopal. Esta distinción entre ambos momentos es muy clara en los escritores
cristianos de finales del siglo I y comienzos del II. Ellos distinguían con precisión entre
lo que provenía de los apóstoles y lo que enseñaban ellos; entre los escritos apostólicos
y los suyos propios. Con ellos, se daba ya un fenómeno de transmisión distinta: no de
Cristo a sus apóstoles, sino de los apóstoles a sus sucesores en la Iglesia. La recepción
en la Iglesia de lo enseñado por los apóstoles –lo que se denomina tradición apostólica–
lk0o realiza la sagrada Tradición. DV 8 lo describe así:
Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros
inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que
los Apóstoles, comunicando lo que ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que
conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito (cf. 2 Ts 2,15), y que
combatan por la fe que se les ha dado una vez para siempre (cf. Judas 3). Ahora bien, lo que
enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y
aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y
transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.
b. La sagrada Tradición
Las dos primeras frases señalan contenidos y formas de la tradición apostólica –los
libros sagrados y otras tradiciones– y la tercera es la definición católica de Tradición: la
transmisión en la Iglesia: en la doctrina, la vida y el culto. La Tradición se define aquí
de manera coextensiva con la Iglesia que es al final, el sujeto de la tradición. Pero, como
la tradición no se transmite más que a través de tradiciones particulares, las diversas
formas de transmitir dan lugar a lo que se denomina tradiciones eclesiásticas que son
“las tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el
transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en
las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las
diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas,
modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia” (CCE
83).
Como puede no ser claro a primera vista qué proviene de la tradición eclesial y que es
tradición apostólica, la Escritura, que es apostólica, y contiene de manera especial la
predicación apostólica es la norma que guía este discernimiento. Por eso, la Iglesia, a
las Sagradas Escrituras “siempre las ha considerado y considera, juntamente con la
Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas
de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y
hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los
Apóstoles” (DV 21). En este texto se menciona el papel de la Escritura como “regla de
fe”, pero unida a la Tradición. Esto introduce un aspecto importante: la relación de la
Escritura con la Tradición.
3. LA SAGRADA ESCRITURA Y LA TRADICIÓN
a. Una sola fuente de revelación
La Tradición junto a la Escritura era el principio teológico recordado en el Concilio de
Trento frente al principio de la sola Scriptura de la teología protestante. En la teología
católica posterior a Trento se desarrolló la teoría de las dos fuentes de la Revelación: la
Escritura y la Tradición; el Evangelio se transmitía en parte con la Escritura y en parte
con la Tradición (en tradiciones no escritas). Otros autores para resaltar el valor de la
Escritura explicaban que la revelación se transmitía “toda” en la Escritura y “toda” en
la Tradición (formalmente; si fuera materialmente, habría que admitir que sólo las
formulaciones expresas de la Escritura pudieran tenerse como norma de la fe), pero eso
supondría que la Tradición sirve solo como contexto de transmisión: si todo está en la
Escritura, ¿qué necesidad hay de la Tradición? El Concilio, con una definición más
dinámica de la revelación, pudo afrontar esta cuestión. Lo hace en DV 9:
“La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas.
Porque, procediendo ambas de la misma fuente divina, se funden en cierto modo y tienden a un
mismo fin”
Se apunta en primer lugar una verdad que la Iglesia sólo conoce por la Tradición: el
“canon integro de los libros sagrados”. Pero, sobre todo, señala que sólo en la Iglesia,
con la Tradición vivificando la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo hace presente el
Evangelio.
4. SAGRADA ESCRITURA, IGLESIA, TRADICIÓN Y TRADICIONES
La Sagrada Tradición hace presente en la vida de la Iglesia la Tradición apostólica. Un
ejemplo lo puede mostrar. Cuenta San Ireneo de su maestro Policarpo discípulo del
Apóstol San Juan: “recordaba las palabras de unos y de otros y qué era lo que había
escuchado de ellos acerca del Señor, de sus milagros y de sus enseñanzas. Y después de
haberlo recibido de estos testigos oculares de la vida del Verbo, todo lo relataba en
consonancia con las Escrituras” (Eusebio, Hist. Eccl., V, 20,6). Policarpo no se limita a
repetir las palabras de los apóstoles sino que él mismo le da un sentido a los hechos y
palabras de Jesús mediante las Escrituras. Repite el gesto, la tradición apostólica, pero
no las palabras.
Ahora bien, por este fenómeno de actualización, que no es distinto de la vida misma de
la Iglesia, la actualización de lo transmitido en el momento y lugar de destino, puede
acabar por cambiar el significado originario, y dar lugar a tradiciones disonantes. En
los mismos libros del Nuevo Testamento, hacen notar que algunas doctrinas que
algunos enseñaban y difundían no eran conformes con “la fe ha sido transmitida a los
santos de una vez por todas” (Judas 3; cf. 2P 2,21). Esa fe se refiere al “evangelio de
Cristo” (Rm 15,19; Ga 1,7; 1Co 9,12; 2Co 2,12; 2Co 9, 13; 2Co 10,14; etc.), al “misterio de
Cristo” (Ef 3,4), al misterio pascual, a la revelación del Padre y a los mandatos del
Señor.
Por eso, espigadas por todo el Nuevo Testamento, aparecen algunas fórmulas de fe (los
llamados pre-símbolos) que expresan contenidos de la fe en forma sintética. De este
tipo son, por ejemplo, la confesión de fe “Jesús es Señor” (Rm 10,9), o el célebre texto
sobre la resurrección del Señor, en el que aparecen relacionados el “evangelio” y el
movimiento esencial de recibir y transmitir que caracteriza a la tradición (1Co 15,1 ss.).
También aparece la idea del “depósito” (parathéke) que menciona Pablo en las cartas a
Timoteo: “Guarda el depósito” (1Tm 6,20); “guarda el buen depósito por medio del
Espíritu Santo que habita en nosotros” (2Tm 1,14). El acto apostólico del testimonio fue
único, pero el acto de transmisión de ese testimonio deberá continuar en el magisterio
(cf. 2Tm 2,2). Al referirse al depósito, Pablo está invitando a la conformidad del
magisterio con el testimonio apostólico.
A lo largo del siglo II, fueron apareciendo diversas formas de cristianismo –sobre todo
de carácter gnóstico–, que decían fundar sus enseñanzas en revelaciones secretas. En
este contexto Ireneo señaló el lugar de la verdad en la Tradición:
“La verdadera gnosis está en la enseñanza de los Apóstoles y en el antiguo organismo de la Iglesia
extendida en el mundo entero; y en la marca distintiva del Cuerpo de Cristo consistente en la
sucesión de los Obispos, a los cuales entregaron los Apóstoles cada Iglesia local; en la
conservación sin adulteración de las Escrituras que llega hasta nosotros; en su cultivo integral, sin
adición ni substracción; en una lectura sin fraude, y en una exposición correcta, armoniosa,
exenta de peligro y de blasfemia, totalmente de acuerdo con las Escrituras” (Adv. haer., IV,33,8).
En muchos pasajes especifica diversos aspectos que señalan la verdadera transmisión
de la revelación: la regla de fe, la interpretación guiada por el Espíritu, etc. Aquí se
apuntan los principales: la transmisión pública del ministerio apostólico, la integridad
de las Escrituras y la exposición de la doctrina en conformidad con ellas. Las Escrituras
apostólicas unifican el testimonio apostólico.