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TEMA 7B.

LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA: ESCRITURA Y TRADICIÓN


La teología católica de la primera mitad del siglo XX llevó consigo un redescubrimiento
del valor de la Tradición. Más tarde, ese valor de la tradición ha pasado también a la
filosofía hermenéutica y a la teoría del conocimiento. En todo caso, la persistencia de su
valor ha supuesto un planteamiento más profundo del carácter y del lugar de la
Sagrada Escritura en la Iglesia.
Esto se deja notar ya en la epistemología propuesta en DV. En efecto, el capítulo I de
DV, como se ha visto en el tema anterior, trata de la “revelación en sí misma” y no
menciona en ningún momento a la Sagrada Escritura, ya que, como se ha visto allí, la
Escritura no es un instrumento inmediato de revelación. En cambio, el capítulo II de
DV se dedica a la “transmisión de la revelación” y trata, sobre todo, de la Escritura y la
Tradición. Y eso, desde el principio. El capítulo I comienza así: “Quiso Dios en su
bondad y sabiduría revelarse a sí mismo…” (DV 2); el capítulo II, así: “Dispuso Dios
benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de todos los hombres
permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones”
(DV 7). Hay una economía de la revelación y una economía de la transmisión de la
revelación (R. Latourelle). La Sagrada Escritura pertenece a la secunda. Ahora bien, la
Escritura no transmite sola: siempre lo hace una cum traditione, junto con la tradición
(DV 9.21.24). Veamos los términos principales de esta actividad.
1. TRADICIÓN, TRADICIONES Y ESCRITURA
La tradición es, antes que nada, un fenómeno humano de carácter cultural (cultiva al
hombre, le permite ser más humano) y social (comporta la interacción de personas y
sociedades). Por tanto, supone un lenguaje que es el medio para trasmitir o comunicar
algo. Sustancialmente comporta los actos de “transmitir, recibir, guardar”. Lo que se
trasmite es muy variado pero incluye significados y valores de las cosas. Como se ha
dicho ya, un acto de revelación de Dios revela cuando alguien lo entiende, pero muere
ahí a no ser que ese alguien lo exprese para otro: esto es un fenómeno de tradición.
Pero vayamos por partes. En la teología católica se ha utilizado la palabra tradición –y
el plural: tradiciones– con diferentes significados. Si se precisan un poco, se podrá
delimitar mejor su contenido.
a. Tradición
Tradición. En la teología neoescolástica posterior al Concilio de Trento, Tradición
significaba el acto de transmitir distinto de la Sagrada Escritura: la Escritura y la
Tradición son sujetos distintos de transmisión de la Revelación. Esta es una definición
estrecha de la tradición. Cuando se usa en este sentido en DV, es denominada
normalmente Sacra Traditio.
Sin embargo, Tradición se utiliza normalmente con un sentido más amplio, como el
que hemos recordado en el párrafo anterior: la Tradición es el fenómeno con el que una
cultura transmite, recibe y conserva, unos significados, unos valores, etc. En este
sentido, la Escritura forma parte de la Tradición, es uno de sus elementos. Este
significado de Tradición es el que normalmente usaremos aquí.
b. Tradiciones
Tradiciones es la palabra que utilizaba Trento cuando afirmaba que el Evangelio “se
contiene en los libros escritos y las tradiciones no escritas que, transmitidas como de
mano en mano, han llegado hasta nosotros desde los apóstoles” (DH 1501). Tradiciones
equivale aquí a tradiciones eclesiásticas. Es, nuevamente, un sentido estrecho de
tradiciones. DV no lo utiliza nunca.
En la concepción moderna del fenómeno de la tradición, las tradiciones son
“particularizaciones” de la tradición: la Tradición vive y se expresa en las tradiciones.
Así, por ejemplo, la revelación de Dios al pueblo en el AT se transmitió en círculos
sacerdotales y dio lugar a la tradición sacerdotal que se ve, por ejemplo, en el libro del
Levítico; se transmitió también en círculos proféticos y desembocó, entre otros lugares,
en el libro del Deuteronomio. Lo mismo en el NT, la tradición de las palabras y los
hechos de Jesús, transmitidas en diversos grupos cristianos desembocaron en los
evangelios de Mateo, Lucas o Juan.

c. Escritura
Desde la perspectiva amplia de Tradición, la escritura es como una sedimentación de la
Tradición: la tradición siempre precede a la escritura. Sin embargo, dentro de la
tradición, la escritura ocupa un lugar insustituible: toda tradición no transmite más que
actualizándose en el lugar y el momento de la recepción. En cambio, la escritura
transmite conservando el contexto de origen. En ese sentido, la escritura acaba por ser
guía para la tradición: “Los textos de la Biblia son normalmente expresión de tradiciones
religiosas que existían antes de ellos. El modo como se relacionan los textos con las
tradiciones es diferente en cada caso, ya que la creatividad de los autores se manifiesta en
diversos grados. En el curso del tiempo, múltiples tradiciones han confluido poco a poco
para formar una gran tradición común. La Biblia es una manifestación privilegiada de este
proceso que, en un primer momento, ella ha contribuido a realizar, y del que, después, ha
continuado siendo norma reguladora” (PCB 1993, III, A).
2. LA TRADICIÓN APOSTÓLICA Y LA SAGRADA TRADICIÓN
En la Iglesia, el origen de toda la tradición –y por tanto de la transmisión de lo
revelado– comienza en Cristo. DV 7 lo expresa de manera condensada:
“Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total de Dios altísimo (cf. 2 Co 1,30; 3,16; 4,6),
mandó a los Apóstoles, comunicándoles los dones divinos, que el Evangelio, que prometido antes
por los Profetas, Él completó y promulgó con su propia boca, lo predicaran a todos los hombres
como fuente de toda verdad salvadora y de toda ordenación de las costumbres. Esto lo realizaron
fielmente tanto los Apóstoles, que en la predicación oral transmitieron con ejemplos e
instituciones lo que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o
habían aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como los Apóstoles y varones apostólicos
que, bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo, escribieron el mensaje de la salvación. Mas,
para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los Apóstoles
dejaron como sucesores suyos a los Obispos, entregándoles su propio cargo de magisterio”.

El punto de partida es el mandato universal por el que Cristo envía a sus apóstoles a
predicar el Evangelio. Los apóstoles cumplieron el mandato mediante palabras
(predicación oral y también con escritos) y con obras: ejemplos e instituciones. Esta
predicación incluía lo que habían aprendido de Jesucristo (entre lo que se contaba la
Sagrada Escritura de Israel como promesa del Evangelio) y lo que les hizo aprender el
Espíritu Santo. También dejaron sucesores en el ministerio. Esto es lo que entregan los
apóstoles a sus sucesores: es decir, la tradición apostólica.

a. La Tradición apostólica
Los apóstoles, la generación apostólica, constituye un fenómeno singular: su
constitución está en las acciones apostólicas. De hecho, los apóstoles murieron cuando
murieron los apóstoles. Los sucesores de los apóstoles lo son en su “ministerio”
episcopal. Esta distinción entre ambos momentos es muy clara en los escritores
cristianos de finales del siglo I y comienzos del II. Ellos distinguían con precisión entre
lo que provenía de los apóstoles y lo que enseñaban ellos; entre los escritos apostólicos
y los suyos propios. Con ellos, se daba ya un fenómeno de transmisión distinta: no de
Cristo a sus apóstoles, sino de los apóstoles a sus sucesores en la Iglesia. La recepción
en la Iglesia de lo enseñado por los apóstoles –lo que se denomina tradición apostólica–
lk0o realiza la sagrada Tradición. DV 8 lo describe así:
Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros
inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que
los Apóstoles, comunicando lo que ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que
conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito (cf. 2 Ts 2,15), y que
combatan por la fe que se les ha dado una vez para siempre (cf. Judas 3). Ahora bien, lo que
enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y
aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y
transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.

b. La sagrada Tradición
Las dos primeras frases señalan contenidos y formas de la tradición apostólica –los
libros sagrados y otras tradiciones– y la tercera es la definición católica de Tradición: la
transmisión en la Iglesia: en la doctrina, la vida y el culto. La Tradición se define aquí
de manera coextensiva con la Iglesia que es al final, el sujeto de la tradición. Pero, como
la tradición no se transmite más que a través de tradiciones particulares, las diversas
formas de transmitir dan lugar a lo que se denomina tradiciones eclesiásticas que son
“las tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el
transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en
las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las
diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas,
modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia” (CCE
83).
Como puede no ser claro a primera vista qué proviene de la tradición eclesial y que es
tradición apostólica, la Escritura, que es apostólica, y contiene de manera especial la
predicación apostólica es la norma que guía este discernimiento. Por eso, la Iglesia, a
las Sagradas Escrituras “siempre las ha considerado y considera, juntamente con la
Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas
de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y
hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los
Apóstoles” (DV 21). En este texto se menciona el papel de la Escritura como “regla de
fe”, pero unida a la Tradición. Esto introduce un aspecto importante: la relación de la
Escritura con la Tradición.
3. LA SAGRADA ESCRITURA Y LA TRADICIÓN
a. Una sola fuente de revelación
La Tradición junto a la Escritura era el principio teológico recordado en el Concilio de
Trento frente al principio de la sola Scriptura de la teología protestante. En la teología
católica posterior a Trento se desarrolló la teoría de las dos fuentes de la Revelación: la
Escritura y la Tradición; el Evangelio se transmitía en parte con la Escritura y en parte
con la Tradición (en tradiciones no escritas). Otros autores para resaltar el valor de la
Escritura explicaban que la revelación se transmitía “toda” en la Escritura y “toda” en
la Tradición (formalmente; si fuera materialmente, habría que admitir que sólo las
formulaciones expresas de la Escritura pudieran tenerse como norma de la fe), pero eso
supondría que la Tradición sirve solo como contexto de transmisión: si todo está en la
Escritura, ¿qué necesidad hay de la Tradición? El Concilio, con una definición más
dinámica de la revelación, pudo afrontar esta cuestión. Lo hace en DV 9:
“La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas.
Porque, procediendo ambas de la misma fuente divina, se funden en cierto modo y tienden a un
mismo fin”

El texto se refiere a una única fuente de la que proceden ambas inseparablemente. La


Escritura nunca está separada de la Tradición. Al hablar de una misma fuente –el
Evangelio transmitido en la tradición apostólica y recibido en la Iglesia– señala que la
Sagrada Tradición no nace de la Escritura, sino de la misma fuente que la Escritura.
b. Diferencias entre la Escritura y la Tradición
Sin embargo, hay una diferencia entre las dos:
“La Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración
del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles
la palabra de Dios a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo, para que, a la luz del
Espíritu de la verdad, con su predicación fielmente la guarden, la expongan y la difundan”.

La Escritura y la Tradición son realidades mutuamente destinadas, inviables


aisladamente aunque con una existencia propia. La Tradición precede
cronológicamente a la Escritura, pero en cambio solamente la Escritura es formalmente
Palabra de Dios por razón del carisma de inspiración divina de que goza el hagiógrafo.
Por eso el Magisterio no saca su seguridad solo de la Sagrada Escritura.

c. El servicio de la Tradición a la Escritura


Parece evidente el papel de guía que tiene la Sagrada Escritura en la toda la Tradición
de la Iglesia: unidas, “son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra
contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verlo cara a
cara, tal como es” (DV 7).
En cuanto a las relaciones entre ellas, el Concilio señala unas cuantas:
“Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia vivificante de esta Tradición, cuyos
tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición
conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va
conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operante; y de esta forma Dios, que
habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo,
por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia y por ella en el mundo, lleva a los
creyentes a toda verdad y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col.,
3,16)”.

Se apunta en primer lugar una verdad que la Iglesia sólo conoce por la Tradición: el
“canon integro de los libros sagrados”. Pero, sobre todo, señala que sólo en la Iglesia,
con la Tradición vivificando la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo hace presente el
Evangelio.
4. SAGRADA ESCRITURA, IGLESIA, TRADICIÓN Y TRADICIONES
La Sagrada Tradición hace presente en la vida de la Iglesia la Tradición apostólica. Un
ejemplo lo puede mostrar. Cuenta San Ireneo de su maestro Policarpo discípulo del
Apóstol San Juan: “recordaba las palabras de unos y de otros y qué era lo que había
escuchado de ellos acerca del Señor, de sus milagros y de sus enseñanzas. Y después de
haberlo recibido de estos testigos oculares de la vida del Verbo, todo lo relataba en
consonancia con las Escrituras” (Eusebio, Hist. Eccl., V, 20,6). Policarpo no se limita a
repetir las palabras de los apóstoles sino que él mismo le da un sentido a los hechos y
palabras de Jesús mediante las Escrituras. Repite el gesto, la tradición apostólica, pero
no las palabras.
Ahora bien, por este fenómeno de actualización, que no es distinto de la vida misma de
la Iglesia, la actualización de lo transmitido en el momento y lugar de destino, puede
acabar por cambiar el significado originario, y dar lugar a tradiciones disonantes. En
los mismos libros del Nuevo Testamento, hacen notar que algunas doctrinas que
algunos enseñaban y difundían no eran conformes con “la fe ha sido transmitida a los
santos de una vez por todas” (Judas 3; cf. 2P 2,21). Esa fe se refiere al “evangelio de
Cristo” (Rm 15,19; Ga 1,7; 1Co 9,12; 2Co 2,12; 2Co 9, 13; 2Co 10,14; etc.), al “misterio de
Cristo” (Ef 3,4), al misterio pascual, a la revelación del Padre y a los mandatos del
Señor.
Por eso, espigadas por todo el Nuevo Testamento, aparecen algunas fórmulas de fe (los
llamados pre-símbolos) que expresan contenidos de la fe en forma sintética. De este
tipo son, por ejemplo, la confesión de fe “Jesús es Señor” (Rm 10,9), o el célebre texto
sobre la resurrección del Señor, en el que aparecen relacionados el “evangelio” y el
movimiento esencial de recibir y transmitir que caracteriza a la tradición (1Co 15,1 ss.).
También aparece la idea del “depósito” (parathéke) que menciona Pablo en las cartas a
Timoteo: “Guarda el depósito” (1Tm 6,20); “guarda el buen depósito por medio del
Espíritu Santo que habita en nosotros” (2Tm 1,14). El acto apostólico del testimonio fue
único, pero el acto de transmisión de ese testimonio deberá continuar en el magisterio
(cf. 2Tm 2,2). Al referirse al depósito, Pablo está invitando a la conformidad del
magisterio con el testimonio apostólico.
A lo largo del siglo II, fueron apareciendo diversas formas de cristianismo –sobre todo
de carácter gnóstico–, que decían fundar sus enseñanzas en revelaciones secretas. En
este contexto Ireneo señaló el lugar de la verdad en la Tradición:
“La verdadera gnosis está en la enseñanza de los Apóstoles y en el antiguo organismo de la Iglesia
extendida en el mundo entero; y en la marca distintiva del Cuerpo de Cristo consistente en la
sucesión de los Obispos, a los cuales entregaron los Apóstoles cada Iglesia local; en la
conservación sin adulteración de las Escrituras que llega hasta nosotros; en su cultivo integral, sin
adición ni substracción; en una lectura sin fraude, y en una exposición correcta, armoniosa,
exenta de peligro y de blasfemia, totalmente de acuerdo con las Escrituras” (Adv. haer., IV,33,8).
En muchos pasajes especifica diversos aspectos que señalan la verdadera transmisión
de la revelación: la regla de fe, la interpretación guiada por el Espíritu, etc. Aquí se
apuntan los principales: la transmisión pública del ministerio apostólico, la integridad
de las Escrituras y la exposición de la doctrina en conformidad con ellas. Las Escrituras
apostólicas unifican el testimonio apostólico.

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