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- El “nuevo espectador”
La concepción tradicional, silencio respetuoso ante la obra, la apreciación casi mística del objeto,
similar a la experiencia religiosa, ha sido sacudida por las nuevas formas de representación del arte
contemporáneo, las cuales han hecho surgir otro espectador que seculariza, desentroniza las escalas
de valores de la estética moderna.
Hay un público que interviene, actúa en y sobre la propuesta artística, un público que interactúa en
los procesos tanto de producción (creación) como recepción de la obra.
Si bien desde los 60 la propuesta de hacer participar al público en el proceso de creación es un
recurso estético frecuente, hoy en día las tecnologías digitales facilitan la interacción que da por
suelo la idea del artista-dios, del artista intocable. Lo digital permite que los sujetos antes receptores
hayan cambiado su rol y su mirada por el de espectador/creador. La obra abierta es susceptible de
permanentes cambios no solo del creador sino de los receptores co-creadores.
La distancia crítica ayuda al espectador/usuario a apreciar mejor, a rescatar la capacidad de disentir.
La categoría de interacción exige una postura más reflexiva y crítica frente a las manifestaciones del
concepto global del “todo vale” o del todo es posible en el arte.
1. La Obra de Arte.
Considerado como una obra, como modelo ideal de toda obra humana, el mundo nos habla de quién
lo hizo, del mismo modo que la obra refleja la mente del artífice. El ser humano no sólo utiliza todos
los materiales del universo, como si estuvieran a su servicio, en las obras de arte, sino que además
los embellece. De esta manera se produce un giro revolucionario que tiene lugar en el Renacimiento.
Ya no se trata de poner la acción de Dios como modelo de la acción humana, ahora la acción
creadora de Dios es el modelo para el hombre creador y la creación del mundo por Dios es la primera
obra de arte. Se trata de un hacer creativo, la categoría creación permite concebir la tarea, la acción,
de los artistas como una emulación del poder de dar vida, característico de Dios. Este trasfondo
teológico llegará a estar presente con toda su intensidad incluso en el arte contemporáneo más
vanguardista. Toda la ideología tradicional subyacente del arte y la práctica artística como
“diferencia”, así como la idea del “artista genial”, del “genio artístico” tienen su raíz en esta
construcción metafísica y espiritualista.
Pretender delimitar qué es una obra de arte es una tarea condenada de antemano al fracaso. La
propia práctica de las artes desborda cualquier intento de poner límites ideológicos al desarrollo de
su actividad, la pretendida duración supra-histórica de las obras es un espejismo ideológico. La
capacidad de las obras de arte de ir más allá del tiempo en que fueron producidas tiene que ver con
su fuerza para sintetizar lo que el ser humano “vive” y “espera” en ese tiempo.
Se entendía que la obra era un objeto producido, incluso una “cosa” concebida como expresión de un
contenido espiritual que va mucho más allá de su valor inmediato. Se le presuponía un carácter
definido: con principio y fin, es decir con una estructura cerrada, delimitada, con sus propios límites y
fronteras y la acción del artista la dejaba completa. Se entendía que la obra tenía una unidad
constitutiva. De ahí el carácter único e irrepetible.
Sin embargo se han visto profundos cambios en el decurso de los tiempos modernos y muy en
particular con el desarrollo de la tecnología y el tipo de problemas entre materialidad y espiritualidad
que implica. Estos cambios alteraron, entre otras cosas, la categoría de obra de arte.
En primer lugar hay una crisis del objeto artístico tradicional; en lugar de un objeto o cosa, las obras
se conciben como estructuras dinámicas, abiertas e incluso aleatorias, sin contenido “espiritual”. Se
abre así la dinámica de la intervención creativa del espectador en la propia obra que constituye uno
de los rasgos del arte más significativos de nuestros tiempos. Por último, agrega el autor, las ideas
de originalidad y unidad de la obra se ven confrontadas con una situación completamente
contradictoria en el marco de una cultura tecnológica que hace posible la reproducción masiva e
introduce las propuestas artísticas en una dinámica de serialidad, multiplicidad y repetibilidad.
2. El Artista
Fue en el Renacimiento cuando la figura del artista quedó delimitada con los rasgos que le
caracterizan en la cultura moderna. El artista adquiere el status de “un dios”. Dos rasgos caracterizan
al artista en la Antigüedad: se le considera un héroe y un mago. Para el primer rasgo se suelen
destacar sus dotes desde la niñez, lo que le permite ascenso social, fama y riquezas, estereotipos
que se arrastran hasta nuestros días. El segundo rasgo tiene que ver con la fuerza de encantamiento
que suscita el poder de producir imágenes. Marcelo Ficino brinda una analogía establecida entre el
Dios creador y el ingenio creador del hombre, analogía que será el eje sobre el que se sustente la
idea del hombre como un Dios en la tierra. El hombre es un dios en la tierra porque transforma
creativamente lo que la naturaleza pone a su disposición.
Si las artes son la máxima expresión de la inteligencia creativa del hombre, los artistas quedarán
como aquellos que mejor uso hacen de esa capacidad. Para Ficino, el momento de la creación
humana, artística, se concibe como una especie de iluminación del principio racional del alma. Es
precisamente la melancolía lo que hace posible la creación, la condición necesaria para que el
carácter superior del genio salga fuera mediante la acción del frenesí creativo, del furor divino.
Cuando el alma se repliega sobre sí, participa de los misterios celestes y de la providencia divina,
según el principio de identidad de las inteligencias, lo que da paso a la posesión divina, momento en
el cual las almas melancólicas se exaltan y brillan más que las otras. Ese es el momento del
entusiasmo, de iluminación. La teoría ficiniana del genio creativo se asimilará rápidamente en la
literatura artística, justificando así el carácter divino y la diferencia constitutiva del artista respecto a
los demás. Dos nuevos elementos que se incorporarán de forma persistente a la leyenda del artista.
Lo que implica la palabra “divino” se ha convertido en el siglo XVI en un término de aplicación general
a todos los grandes artistas y sus obras. Y de forma general a todo creador, y no solo al artista
plástico, también a escritores, músicos. Y el segundo aspecto, la diferencia constitutiva del
melancólico, el término excéntrico. Siempre se habló de los artistas como raros, locos, caprichosos,
peculiares, términos que estereotipan personajes a lo largo de los siglos pero la realidad es que no
hay algo así como una personalidad distintiva o diferenciada del artista aunque se siga pensando que
el artista es constitutivamente diferente, justamente por ese “encantamiento” que produce la obra.
Los atributos de “genio” presentan una intensa variedad, en el marco del Romanticismo se
caracteriza al genio como un héroe de la libertad, a lo largo del siglo XIX se lo identifica con Cristo y
se subraya su carácter de mártir. Se ha asociado al artista con la bohemia, con la vida de escasez y
marginal; hay artistas decadentes.
Con el desarrollo de la sociedad de masas, los artistas van comprendiendo que su figura de genio
hace más factible la penetración social de su arte, con la consiguiente notoriedad, fama y riquezas.
Los medios de comunicación diluyen el peso de las palabras por su empleo indiscriminado y
reiterativo. El término genio se aplica hoy con demasiada frecuencia y a meros oportunistas que
elaboran personajes excéntricos con vistas a la publicidad. No hay ninguna razón sólida que permita
hablar de un tipo intemporal de “artista”, de un carácter o personalidad constitutiva.
3. La Crítica de Arte
Las primeras exposiciones se realizaron en Francia, con el nombre de “Salones" donde sólo podían
exponer los miembros de la Academia. Pero cuando en el siglo XVIII se permitía la libre entrada a los
“Salones” apareció de forma paralela una institución de gran importancia por su papel de mediación
entre los productos artísticos y su recepción social: la crítica de arte.
Se entiende por crítica la formulación de un juicio de valor aplicado a obras literarias, artísticas o
musicales, sostenido con argumentos intelectuales. Como un elemento clave en la clasificación y
jerarquización de las obras, así como en la formación del gusto del público. Los escritos de Diderot
presentan dos rasgos de gran importancia teórica: un uso general de la idea de crítica aplicada al
conjunto de las artes, y una fundamentación filosófica de la misma.
La crítica se despliega en paralelo a una actividad expositiva, de presentación pública de obras
singulares, que vienen así a solicitar un principio de ordenamiento por el que el público pueda
situarse ante ellas sin quedar a la deriva. La crítica artística se plantea como reflexión estética
aplicada, como un intento de especificación de principios filosóficos y estéticos generales a través de
la valorización y jerarquización de las obras artísticas singulares. En Diderot se abre una nueva forma
de enjuiciamiento del hecho artístico. La crítica debe ser respetuosa con la libertad de creación del
artista, del genio. Pero a la vez, Diderot plantea la necesidad de la educación artística, de cultivar el
talento para que haya propiamente gusto. Así queda delimitado el objetivo y la función social de la
crítica: el juicio del crítico orienta y jerarquiza y de ese modo contribuye a la formación del gusto,
tanto de los propios artistas como del público cultivado en general.
Otro punto que plantea Diderot es la equiparación del crítico con el artista, con el hombre de genio.
Tanto al artista como al crítico, Diderot exige Gusto, que se configura por la experiencia y el estudio y
después Sensibilidad. Puede darse el gusto sin la sensibilidad, lo mismo que la sensibilidad sin el
gusto. Por eso es necesaria la intervención de la Razón que implica saber remontarse del arte a la
naturaleza. Y esa es la tarea del crítico quien, cuando es capaz de llevarla a cabo, resulta tan genial
como el propio artista. En Diderot quedan perfilados el ejercicio y la fundamentación teórica de la
crítica de arte como filosofía aplicada, lo que implica situar al crítico, junto con el artista, en el nivel de
genio.
Por otro lado aparece lo que es quizás la mejor síntesis de los grados que el pensamiento ilustrado
establece en el proceso de recepción estética. Esa síntesis es una intervención crítica acerca de las
relaciones entre literatura y artes visuales. Lessing distingue tres tipos: el amante de las artes, el
filósofo y el crítico; Lessing reconoce la complejidad del ejercicio de la crítica, la posibilidad que
resulte fallida, tanto por la dificultad de aplicar adecuadamente las reglas generales, como por la que
entraña el necesario equilibrio a mantener en las artes, ya que cada un crítico certero y clarividente
hay cincuenta que lo embrollan todo. Lessing esboza hasta qué punto la fragilidad de la crítica es una
actividad tentativa, difícilmente realizable a plena satisfacción.
A lo largo del siglo XVIII se van asentando y consolidando los espacios institucionales de intervención
de la crítica de arte. El desarrollo de publicaciones periódicas dedicadas a la literatura, teatro, artes
plásticas o la música contribuirá decisivamente a la penetración social del sistema unificado de las
bellas artes, así como a extender y democratizar los criterios ideológicos sobre lo que se asienta el
arte moderno. La crítica proporciona al público pautas y modelos de aproximación a las obras. Este
proceso entraña una doble consecuencia: por un lado, favorece la formación y expansión de un
público para las artes y la difusión de una mentalidad crítica, por otro, confiere al crítico una posición
de autoridad ejercida además de modo creciente desde los medios de comunicación, formadores de
opinión pública.
Baudelaire dio un impulso renovado de la crítica de arte. Mientras que en Diderot o Lessing la crítica
se concebía como filosofía aplicada, en Baudelaire el curso del pensamiento se invierte: es el estudio
de la literatura y el arte en su particularidad, el trabajo crítico sobre el presente permite elaborar una
auténtica filosofía del arte. De lo concreto a lo general y no de lo general a lo concreto. El poeta
intenta transmitir una idea de la crítica en la que ésta no renuncie a la razón porque es la razón que
debe operar como guía en la formulación del juicio crítico pero en la que ésta sea vea impulsada por
la pasión. A partir de Baudelaire la crítica de arte se amplía hasta ser considerada teoría de la
actualidad, filosofía de la cultura, lo que resulta decisivo para comprender que sea Baudelaire el
primer gran crítico y teórico de la modernidad.
Así la crítica fue siendo desplazada originando reajustes y redefiniciones: fórmulas como la del crítico
como artistas o arte de la crítica tienden a proclamar la agudeza e ingenio del crítico, su capacidad
interpretativa, así como la voluntad estilística de su discurso. Que queda igualada con los hechos
artísticos que enjuicia y valora.
Los excesos de comentarios o la utilización de paráfrasis (explicación o interpretación de un texto)
que pretenden traducir el contenido de la obra llevaron a una desconfianza abierta hacia la
interpretación crítica.
Según Jiménez ese pluralismo crítico no sólo es inevitable sino positivo. Habla de la diversidad de
niveles y problemáticas que presenta toda propuesta artística además de advertir que no existe un
juicio crítico único y definitivo. El trabajo de interpretación y valoración está tan abierto a las
reconstrucciones y a las nuevas formulaciones como las obras mismas. A la vez que la crítica se
vuelve sobre sí misma y se desarrolla algo así como una metacrítica se da también una actitud
opuesta, que incide en la superfluidad de la crítica y plantea la posibilidad de su disolución. La
disolución de la crítica podría entenderse como un efecto de la aparente inmediatez, de la ilusoria
transparencia, con la que nuestra cultura de masas envuelve a toda propuesta artística, en ese girar
de los sentidos en que todo es reducido a signo, la crítica se ve desbordada por la inmediatez de las
obras ya encuadradas y canalizadas por los medios de comunicación. Pero un aspecto que exige la
continuidad de la tarea crítica deriva del propio carácter acumulativo de la cultura, donde la
proliferación de productos, eventos y acontecimientos artísticos hace más necesaria que nunca una
tarea de distinción, de valoración.
Hoy en día las funciones tradicionales de la crítica de arte: jerarquización de las obras, mediación y
orientación del público, son ejercidas de un modo directo por los diversos filtros de los medios de
comunicación social y en muchas ocasiones por la publicidad y el diseño. Aparecen así los
denominados persuasores ocultos, instancias que de un modo inadvertido para el gran público
establecen pautas no contrastadas de valoración, que por ello mismo actúan como pautas
autoritarias.
Lo que propone el autor es establecer pautas de universalización a partir del diálogo abierto con las
obras y propuestas artísticas singulares. Así entendida, la crítica de arte es una apuesta
argumentativa sobre las obras y sobre el conjunto de la cultura, apoyada siempre en conceptos y
categorías de carácter general. Esto supone a la crítica como acompañamiento de las obras, y ese
es el núcleo último de su papel de mediación social. La crítica es mediación entre las obras, los
artistas y los públicos. El buen ejercicio de la crítica de arte se alcanza cuando se produce una buena
articulación entre el saber ver y el saber decir, es ahí donde se sitúa la objetividad. Una objetividad
que debe aspirar a la construcción de un lenguaje que pueda ser compartido, que al hacer explícitos
sus argumentos sea capaz de establecer una relación de diálogo a través de las obras, con los
públicos y con los artistas.
Unidad 2
Walter Benjamin describió un cambio radical en su visionario texto de 1936 bajo el título “La obra de
arte en la época de su reproductibilidad técnica”. Todo el análisis se fundamenta en la oposición bien
conocida, machacada y hasta trivializada desde su ensayo, entre la obra dotada de un “aura” única y
mágica, del arte del pasado y la obra fundamentalmente reproducible de nuestra época. Esta
oposición se repite en una segunda pareja de conceptos: el del valor del culto y el del valor de
exposición, que opone unicidad y reiteración indefinida, sacrificio y automatismo.
Todo esto conduce a Benjamin a una última distinción entre lo serio y el juego, la atención y la
desenvoltura cristalizada en lo que llama la estética de la distracción. Este tipo de Estética anuncia
una experiencia estética que se podría llamar DESESTETIZADA. Esta experiencia desestetizada es
análoga a la experiencia visual y corporal a la vez, que hacemos de la arquitectura, experiencia
“distraída” del usuario, del paseante ocioso y del transeúnte (que transita) por oposición a la del
conocedor y del iniciado.
No hay esencia inmutable de la obra de arte sino una esencia histórica que depende de las
transformaciones sociales y de los descubrimientos técnicos que a partir de la invención de la
litografía (impresiones sobre piedra caliza) y luego la fotografía, han abierto la vía de la reproducción
de las obras. Las transformaciones sociales que las acompañan son: la aparición de un público en
masa, las nuevas condiciones de trabajo y de percepción del mundo, el aumento de los valores de la
distracción y de la exposición, la transformación de la política en espectáculo masivo, en resumen,
las transformaciones que han ido acompañando al desarrollo del capitalismo industrial.
Lo que la reproductibilidad técnica destruye es el aura; su existencia singular y frágil, la contingencia
de la obra, de su autenticidad. La obra reproducible está libre de sujeción a un tiempo y a un espacio,
pierde sus ataduras con la tradición. Se ofrece a todos y en serie, es en todos los sentidos accesible.
Esto provoca un cambio en la experiencia estética porque a la masa van dirigidas las obras
estandarizadas. Se pasa del culto y de la experiencia singular a la apropiación colectiva en la
exposición y la “publicidad”.
El diagnostico vale en particular para el cine, el arte más dependiente de la industria porque no sólo
es mecánicamente reproducible sino que fue hecho para eso.
Benjamin sostiene que lo que se reproduce en la película no es una obra de arte sino una
performance del actor frente a unos aparatos captando imagen y sonido. El elemento artístico surge
con el corte y el montaje. El actor no se encuentra en situación de juego como en el teatro sino en
situación de prueba frente a aparatos controlados por el equipo de realización. En este caso el papel
del público está ausente o imaginado. Con esta ausencia del público desaparece el aura o mejor
dicho el aura se vuelve abstracta, tan irrepetible que se agota.
El cine ofrece al espectador una nueva forma de experiencia sensible: una experiencia colectiva,
contraria a la experiencia de arte reservada a una pequeña cantidad de personas privilegiadas.
La idea de Benjamin es que la película nos revele “las miles determinaciones de la que depende
nuestra existencia” y que logra además abrirnos un campo de acción inmenso e insospechado. Por
medio de la cámara, la percepción colectiva se apropia de los modos de percepción fantasmáticos. El
cine abre un mundo de ensueño. De ahí que el espectador pase de un mundo en el que se recogía
frente a las obras para sumergirse en ellas o penetrarlas a un mundo donde anda distraído y
manipulado por las imágenes para su más grande placer: se abre el tiempo “de la recepción en la
distracción”.
La alienación de la humanidad llega a su cúspide cuando la destrucción de la humanidad se vive de
manera estética. Benjamin propone que la politización del arte sustituya la estetización política y de
la guerra. Sostiene la tesis de un cambio radical en los modos de percepción y de un cambio en la
naturaleza de la obra de arte. Para él, la estética no es más que una ciencia de la percepción y su
objeto contemporáneo tendría que ser la película de cine. A las experiencias auráticas de la
autenticidad le sustituyen experiencias de la distracción, generadas por el consumo de obras
reproductibles y hechas para ser reproducidas.
Benjamin tenía razón. Nuestro mundo del arte incluye desde fines del siglo XX más música grabada y
discos, más fotografía, películas y libros baratos que cuadros únicos, ediciones incunables.
Benjamin entreveía el advenimiento de formas de arte que ya ni siquiera serían artísticas, en el
sentido del pasado y en las que ya ni siquiera quedaría algo del recuerdo de la contemplación y del
recogimiento que asociábamos al arte en el tiempo de su culto.
En el arte contemporáneo ya no estamos frente a obras sino instalados en la distracción, sumergidos
en la relación. Las instalaciones envuelven al observador en el seno de dispositivos en los que tiene
una experiencia flotante y borrosa que depende tanto de las intenciones del artista, de su propio
recorrido como espectador y de las intermitencias de su atención.
En relación con los medios de la distracción, habría que reformular la afirmación de Benjamin de la
“recepción en la distracción” por la de interacción en la distracción. La mayor parte de estas obras de
un nuevo tipo van dirigidas a las masas: por el cable, repetidores satelitales, videocaseteras,
videojuegos. Proceden de los últimos adelantos de una técnica en progreso constante (la
digitalización informática y su transformación en software). En este estado de interacción distraída, el
espectador entra a un mundo de imágenes y sensaciones diferentes.
Un nuevo régimen de atención se está instalando, privilegiando el barrido rápido en detrimento de la
lectura y del desciframiento de las significaciones. La imagen se vuelve fluida, más móvil; es menos
espectáculo o dato que elemento pragmático, elemento de una cadena de acciones; pierde su valor
de referencia o de denotación para inscribirse en una cadena de metamorfosis.
La religión del arte por el arte instalada en el corazón del modernismo fue una tentativa última para
salvar el aura, sacralizando las obras y haciéndolas autónomas. Pero desde 1936 la lucha se había
perdido de antemano cuando el culto estaba condenado a tomarse a sí mismo como objeto. Las
obras auricas también han estado sujetos a la ley de la reproducción. Los cuadros únicos circulan en
las exposiciones, en fotografías, en diapositivas o en ficheros numerados, están reproducidos en las
revistas, en la TV, en los libros de arte y en la red.
El museo se ha transformado también en lugar de distracción. En nombre de la democratización del
acceso al arte, ha recomendado, trivializándolo (quitándole importancia) la relación discreta a las
obras áuricas sobrevivientes. Se ha convertido en un lugar de turismo administrado con eficiencia,
con una constante preocupación pública, para que los visitante circulen mejor, para su mayor placer y
guardando el tiempo necesario para realizar algunas compras en la tienda de “productos derivados”.
Igualmente su considerable éxito como institución significa también la persistente fuerza del deseo de
aura, de autenticidad, de singularidad y de valor.
Benjamin consideraba el cine como el arte colectivo por excelencia, por estar destinado a un público
reunido para la proyección. No se le ocurrió que un día habría artes que pudiesen dirigirse a las
masas pero tocando a cada quien individualmente en su casa. Desde hace mucho tiempo la TV está
en cada hogar y los reproductores de casete de audio, discos compactos o radio acompañan a cada
individuo en su burbuja subjetiva.
El aura desaparece por completo cuando un pensamiento totalmente enfocado al presente ya no
puede sostener relación con la procedencia de las cosas, con la “aparición única de algo muy lejano”
y con la tradición que la conserva.
- Benjamin sostiene que el arte técnicamente reproductible, si bien destruye el aura- el aquí y ahora
irrepetible- de la obra de arte tradicional, puede convertirse en un instrumento de emancipación que
permitiría establecer una sociedad igualitaria y desideologizada. Sin embargo no deja de señalar el
peligro de la utilización de los medios reproductibles por parte del fascismo con fines conservadores.
- Adorno, a diferencia de Benjamin destaca especialmente el componente fetichista de los medios
técnicamente reproductibles. Según él, el carácter fetichista no es un atributo de la obra de arte
burguesa, cuyo rasgo fundamental sería la autonomía, sino de la producción de bienes culturales de
acceso masivo en una sociedad de consumo.
DIALÉCTICA
Es posible reintroducir la noción de dialéctica en Deleuze sin violentar su pensamiento. Basta con
pensar, por ejemplo, en ese capítulo de Mil mesetas titulado «Máquinas de guerra», que es el
término que Deleuze y Guattari usan para denominar un dispositivo capaz de contradecir los
aparatos de Estado.
Hay una gran diferencia en la producción de exposiciones entre las instituciones pequeñas y las
grandes:
- En un pequeño museo de provincias francés "Rochechouart", que posee una colección muy
hermosa de Raoul Hausmann. Allí tuve un grado de libertad poética que hubiese sido imposible en
una institución mayor.
- Más adelante intervine en una exposición de obras del pintor franco-húngaro Simon Hantaï. Claude
Berri, el gran coleccionista, tenía una galería en París y convenció a Hantaï para organizar una
muestra. La exposición estaba colgada en las paredes en junio, pero el artista dijo que quería esperar
a que yo terminara un libro que estaba escribiendo con él. Así que la exposición estuvo instalada
pero cerrada durante más de seis meses, mientras yo acababa el trabajo tranquilamente. En este
caso, por tanto, dispuse de una gran libertad temporal.
- Por último, organicé una muestra en Le Fresnoy, una escuela de arte que tiene un enorme espacio
expositivo. Es un centro que dispone de todos los medios técnicos, especialmente informáticos,
necesarios para experimentar y que, por tanto, me permitió una gran libertad de producción.
Al mismo tiempo, también he organizado exposiciones para algunas instituciones grandes, donde las
cosas no siempre han ido tan bien:
- En el Centro Pompidou, por ejemplo, fue horroroso, me daba la impresión de que todo se hacía con
el fin de obstaculizar el trabajo. Sólo a modo de ejemplo: aunque el Centro Pompidou posee la mayor
colección de Man Ray del mundo, tuve que pedir prestado un «rayograma» de una galería privada.
Una gran institución es un aparato de Estado que a veces puede facilitar el trabajo y otras puede
impedirlo.
DENKRAUM
Significa «espacio para el pensamiento», que es lo que una exposición ha de propiciar. Esto no
implica una defensa unilateral de las exposiciones temáticas, hay también maneras inteligentes de
hacer exposiciones monográficas. Me refiero, más bien, al modo en el que Aby Warburg concibe su
Atlas Mnemosyne como un espacio para el pensamiento, una forma visual de conocimiento que es
un cruce de fronteras entre el saber puramente argumentativo y la obra de arte. Es necesario releer a
Warburg porque su trabajo ha sido aplastado, negado, por sus propios discípulos. El único autor que
ha escrito hasta ahora una monografía sobre Warburg, Gombrich, era su enemigo teórico. Su
biografía es extremadamente útil y honesta, pero es la obra de alguien que detesta su método.
Warburg fundó la iconografía moderna. Era el heredero de una familia de banqueros y creó una
biblioteca privada extraordinaria centrada en lo que denominaba «ciencias de la cultura»: arte, obras
clásicas, literatura, costumbres y fiestas populares, antropología, etc.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial transformó todas sus herramientas de historia del arte
para intentar entender el conflicto, porque comprendió que había vínculos entre la producción de las
imágenes y la destrucción de los hombres, aunque sólo fuera a causa de la propaganda política.
Alemania perdió la guerra al tiempo que se producía la revolución rusa y los comunistas alemanes
intentaban también una revolución bolchevique. Esta especie de aceleración de la historia hizo que
en 1918 Warburg se volviera completamente loco: se creía responsable de la guerra, intentó
suicidarse. Entre 1918 y 1924 le atendieron varios psiquiatras, especialmente Ludwig Binswanger,
que había escrito una carta muy célebre a Freud diciéndole que creía que Warburg estaba acabado.
Sin embargo, en 1924 Warburg da una conferencia sobre el rol curativo de la magia en la que
rememora el viaje que había hecho treinta años antes entre los indios hopi. Y después de esta
conferencia Binswanger le dijo: «Escuche, está usted curado, puede volver a casa». Su asistente,
Fritz Saxl, dio una fiesta de bienvenida en su biblioteca, que en aquel momento estaba en proceso de
convertirse en una institución semipública. En la sala de lectura, Saxl colocó un conjunto de
imágenes del archivo sobre paneles, a modo de resumen de todo lo que había interesado a Warburg
desde 1895: Botticelli, Ghirlandaio, Durero, Rembrandt, etc. Inmediatamente Warburg se dio cuenta
de las posibilidades de esta metodología, que iban más allá de un simple memorandum de su
trabajo.
Warburg convirtió el modelo de la doble proyección de Wölfflin –la proyección de dos imágenes sobre
una pantalla blanca con las luces apagadas– en un dispositivo de exposición: ya no hay una pantalla
blanca, sino varias pantallas negras, las luces están encendidas, ya no hay dos imágenes para
mostrar el dibujo y el color, sino setenta imágenes con múltiples relaciones posibles. Es una muestra
visual y una argumentación, un espacio para el pensamiento. Tanto Wittgenstein como Freud
mostraron que hay ámbitos en los que no hay explicación posible, sino sobredeterminación. En el
caso de una exposición es el espectador el que, enfrentado a las distintas relaciones posibles que
propone esa muestra, debe construir las determinaciones.
ENSAYO
- «El ensayo como forma» es el primer artículo de una magistral recopilación sobre literatura de
Adorno. En él expone que un ensayo es un pensamiento en imágenes, un pensamiento que tiene
afinidad con la imagen. Un ensayista es alguien que engrana distintas imágenes de modo que
saquen a la luz un pensamiento. No hay dogma aquí, sino montaje. El montaje como forma
continuamente abierta es lo que encontramos en Krakauer, que para Adorno es el prototipo mismo
de ensayista, en Godard, en Farocki, etc.
- En segundo lugar, el ensayo es capaz de dotar a la realidad de legibilidad, un concepto
benjaminiano que Adorno retoma. De nuevo, legibilidad no quiere decir explicación, más bien alude al
modo en que, de repente, en determinados momentos de la historia, ciertos fenómenos se vuelven
perceptibles para nosotros. A veces se produce una conjunción del pasado y del presente que hace
la historia visible. Benjamin denomina a este proceso «Bild», imagen, e incluso «dialektische Bild»,
imagen dialéctica, porque no se trata de una imagen simple.
- En tercer lugar, Adorno dice que el ensayo es un dispositivo anacrónico, en el sentido de que utiliza
una técnica antiquísima (antigua) del lenguaje, como es la exégesis, que se ha empleado para la
interpretación bíblica, pero que también fue usada por Freud o Benjamin. Pero, simultáneamente,
implica una técnica del lenguaje muy moderna, como es la crítica política. Son dos dimensiones
inseparables.
- Finalmente, el ensayo conlleva la ausencia de una última palabra, de un final. Decir que uno escribe
un ensayo es ya decir que uno va a volver a intentarlo, a ensayarlo de nuevo. Un planteamiento que
remite, una vez más, al análisis que Walter Benjamin hace del montaje como un procedimiento que
se basa necesariamente en la idea de que una obra de arte nunca está acabada, es siempre
perfectible. Charles Chaplin es capaz, incluso durante la producción o la explotación de sus películas,
de transformar el montaje de sus películas, igual que más tarde Godard es perfectamente capaz,
incluso hoy, de hacer una nueva versión de las Histoires du cinéma. Esta es la diferencia, según
Benjamin, entre una obra de arte moderna y, por ejemplo, una obra de arte griega. En la medida en
que hoy una obra de arte está siempre inacabada, tampoco se queda obsoleta. Hay una frase muy
célebre de Man Ray que dice: «Nos han acusado, a mí y a Marcel Duchamp, de no acabar nunca lo
que hacemos; esto se debe a que somos hombres infinitos». En esto debería consistir una
exposición, en un ensayo basado en relaciones entre imágenes que en principio son infinitas, que
pueden ser repensadas una y otra vez.
UNIDAD 3
2° parcial de Fundamentos Estéticos
La relación entre la historia del arte y la crisis de lo político en una teoría crítica de la cultura
I- La identidad es un invento moderno occidental. La modernidad burguesa necesitó del concepto
para dotar de contenido la figura del individuo. El individuo es la figura que constituye la base
filosófica, política y económica de toda construcción social de la burguesía europea a partir del
Renacimiento.
Por otro lado, hay una imagen crítica de la modernidad, contrapuesta desde el propio interior de esa
modernidad europea, ejemplarmente expresada por Marx o Nietzsche o Freud, que cuestiona
implacablemente ese universalismo de la identidad individual, ese esencialismo del Sujeto moderno.
Semejante cuestionamiento supone una imagen colectiva y fracturada del Sujeto moderno, ya sea,
por la lucha de clases, por la voluntad de poder, oculta detrás de la moral convencional o por las
pulsiones irrefrenables del inconsciente.
Esta representación generada para hablar de los individuos, pronto se trasladó al ámbito de las
sociedades y a la identificación de éstas con la identidad nacional. Se trata de otra necesidad
burguesa vinculada a la construcción moderna de los estados nacionales en el contexto del
emergente modo de producción capitalista: la representación de una “identidad nacional” en la que
todos los súbditos de un Estado pudieran reconocerse simbólicamente en una cultura, una lengua y
una tradición histórica comunes fue desde el principio un instrumento ideológico de primera
importancia. Desde el principio la imagen y la lengua constituyeron elementos decisivos de dicha
construcción.
Mediante la violencia física o simbólica se transformaron radicalmente las formas de representación
identitaria de esos pueblos. Pero esto produjo una paradoja: si por una parte ese proceso de
definición un tanto artificial de “culturas” nacionales tuvo mucho de ficción, por el otro, cumplió un rol
ideológico nada despreciable en la lucha anticolonial.
Esta tensión entre las representaciones “ficticias” y sus efectos “reales” creó, para las nuevas
sociedades así “inventadas”, una situación particular y altamente conflictiva bajo la cual la propia
noción de “cultura nacional” se transformó en un campo de batalla y sufrió sucesivos
desplazamientos según fuera la ideología, la posición política, étnica o clasista de quienes intentarán
reapropiarse de esa noción.
II- Se produjo una profunda crisis del “sistema de representación”, en este caso, crisis del discurso de
la estética, de la teoría del arte o la filosofía de las formas simbólicas en general.
La lógica de “representatio” en tanto representación simbólica incorruptible del Rey, al mismo tiempo
sustituye y es el cuerpo del Poder. Y lo hace con toda la ambigüedad en el cual la imagen “Re-
presentante” hace presente al objeto “representado” precisamente por su propia ausencia, en el
sentido de que esta ausencia de lo “representado” es la propia condición de existencia del
“representante”.
La propia condición de posibilidad de la existencia de la representación es la eliminación visual del
objeto; allí donde está la representación, por definición sale de la escena el objeto representado. Y al
mismo tiempo, la existencia virtual del objeto “invisible” es el determinante último de la
representación. Se pone entonces en juego una paradójica dialéctica entre presencia/ausencia.
Lo invisible es parte constitutiva de lo visible y lo contrario es igualmente cierto: lo visible produce lo
invisible como una determinación concreta y específica de la invisibilidad.
En determinadas circunstancias históricas y sociales, este juego de visibilidad/invisibilidad puede ser
producido con objetivos políticos-ideológicos bien precisos, y no sólo al servicio del poder, sino por el
contrario, al servicio de una reconstrucción de las representaciones e identidades colectivas con fines
de resistencia a la opresión.
Por ejemplo el velo de la mujer argelina como símbolo de esa resistencia, el velo pasa a cumplir una
función de fortaleza frente a la mirada insidiosa de la ocupación colonial. El velo ya no es símbolo de
sometimiento, es ahora resignificado como índice de resistencia cultural: la mujer argelina puede
mirar a sus nuevos amos sin ser mirada por ellos. Allí hay una desaparición de la imagen, de la
representación, que permite que ese cuerpo no pueda ser simbólicamente violado por el escrutinio
permanente del opresor.
Texto 2: "La imagen intolerable". Ranciere Jacques.
¿Qué es lo que vuelve intolerable una imagen? ¿Es tolerable hacer y proponer a la vista de los otros
tales imágenes?
Oliveiro Tosacani, el afiche dela joven anoréxica, ofrecía a los que la vieran no solamente la bella
apariencia sino también la realidad abyecta. Oponía a la imagen de la apariencia una imagen de la
realidad: demasiado intolerablemente real. La imagen es declarada no apta para criticar la realidad
porque ella pertenece al mismo régimen de visibilidad que esa realidad. Este desplazamiento de lo
intolerable en la imagen a lo intolerable de la imagen ha estado en el corazón de las tensiones que
afectan el arte político.
Otro ejemplo es el del niño muerto en medio de un lujoso apartamento. El niño muerto era la realidad
intolerable oculta por la confortable vida norteamericana, el montaje del arte político le arrojaba a la
cara. Ese choque de la realidad y de la apariencia resulta anulado en algunas prácticas
contemporáneas del collage. Se suponía que la imagen del niño muerto desgarrara la imagen de a
felicidad artificial, pero no hay visión particular para que tal visión haga conscientes a aquellos que la
ven, la reacción ordinaria es cerrar los ojos. Para ello, debe estar convencido de que él mismo es
culpable.
Tal es la dialéctica esencial al montaje político de las imágenes. Una de ellas debe jugar el rol de la
realidad que denuncia el espejismo de la otra. Parecía imposible conferir a cualquier imagen que
fuese el poder de mostrar lo intolerable y de llevarnos a luchar contra ello.
Si toda imagen muestra simplemente la vida invertida, devenida pasiva, basta con darla vuelta para
desencadenar el poder activo que ella ha tergiversado.
Paradoja: Si no mirara imágenes, el espectador no seria culpable. Por otra parte, al acusador tal vez
le importe más la demostración de su culpabilidad que su conversión a la acción. Es aquí donde la
voz que formula la ilusión y la culpabilidad adquiere toda su importancia. Ella denuncia la inversión de
la vida, que consiste en ser un consumidor pasivo de mercancías que son imágenes y de imágenes
que son mercancías.
- El Régimen crítico estético del arte en el contexto de la diversidad cultural y sus políticas de
identidad
La globalización y el multiculturalismo han estimulado un creciente proceso de sociologización y
antropologización del arte. Buscando politizar el arte, su contenido y sus manifestaciones más que
buscar el significado estético del arte.
En el caso del arte latinoamericano, este proceso de sociologización del arte se agudiza aún más, ya
que la mirada internacional no espera de la periferia que compita en artificios discursivos, sino que
ilustre su compromiso con la realidad a través de una mayor referencialidad de contexto.
- Universalismo y contexto
Desmontar el canon moderno de la cultura occidental dominante: un canon que se identifica con lo
masculino, lo blanco, lo letrado, lo metropolitano, para exhibir la violencia representacional a través
de la cual lo Universal impone su jerarquía a costa de silenciamientos y tachaduras de las
diferencias, potenciar las luchas representativas que se desatan en los márgenes de la
representación oficial para cuestionar el monopolio de una categoría superior, han sido tareas de la
crítica posmoderna.
La teoría feminista y la teoría poscolonial han demostrado que el “valor” y la calidad son nociones
históricamente determinadas, construidas en la intersección de sistemas de gusto, de ideologías y
convenciones pero además atravesadas por las divisiones, las peleas de intereses que socavan la
aparente neutralidad tras la cual se oculta el idealismo estético basado en el dogma de la
autosuficiencia de la forma.
Para los márgenes y las periferias culturales que se habían visto expulsadas del dominio
autocentrado de la modernidad occidental dominante, fue vital reivindicar el contexto para combatir
el universalismo o imperialismo. La reivindicación del contexto afirma los espacio-tiempo micro-
diferenciados que agitan a la trama viva de cada cultura para oponerse a la síntesis homogeneizante
de la función centro del dispositivo metropolitano.
Es decir, que la globalización descontextualiza, por eso la reivindicación del espacio-tiempo de cada
cultura.
Esto trae la paradoja según Sarlo de que lo latinoamericano haya reclamado tan insistentemente su
derecho al contexto para desafiar el idealismo trascendental del valor estético, que ahora se
encuentra redimido sólo al contexto y no al arte, a la diversidad cultural (social, político) y no a las
problemáticas formales y discursivas del lenguaje estético.
El centro se asigna el privilegio de la identidad (la universalidad del arte) mientras le reserva a la
periferia el uso estereotipado de la diferencia como simple ilustración del contexto.
El proyecto de la modernidad.
Lo que actualmente se discute es si los presupuestos y los ideales modernos que están en la base
de nuestra concepción del mundo y de nuestras vidas aún siguen en pie o, por el contrario se han
agotado. La modernidad se vincula con las ideas de progreso, revolución, emancipación, desarrollo,
racionalidad, universalidad.
De la ruptura con la tradición se sigue que esta época debe pensarse a sí misma sin recurrir a
modelos del pasado sino que tiene que ser la fuente de sus propios criterios, sentidos y valores. Al
desplazar los fundamentos de los mitos, de la fe y de la tradición, la modernidad se conforma como
un proceso de racionalización en todas las dimensiones de la existencia humana y se propone la
autonomía respecto de las autoridades religiosas o políticas. Este nuevo pensamiento adopta como
principio fundamental el de la subjetividad, es decir, reivindicar el carácter singular del individuo, su
capacidad crítica, su autonomía y su libertad.
La paradoja o contradicción sería, si la ciencia como la tecnología convirtieron al mundo en un lugar
menos inhóspito, si el bienestar y la libertad son derechos incuestionables, si cada vez mayor número
de personas tiene acceso al conocimiento y al arte, sin embargo, el mundo moderno y el optimismo
ilustrado deben dar cuenta también de, por ejemplo, la solución final aplicada por los nazis a los
judíos, las bombas atómicas, la cultura de masas, el consumismo, la violencia fundamentalista, el
hambre y las enfermedades. La cuestión es si entonces estos hechos invalidan las concepciones de
la modernidad o si es coherente defenderlas.
UNIDAD 4
2° parcial de Fundamentos Estéticos
Texto 1: ¿Cuándo hay arte? Oscar de Gyldenfeldt
Las limitaciones y frustraciones que han llevado a los teóricos del arte a los intentos de dar respuesta
a la tradicional pregunta “¿Qué es el arte?” mueven al autor a preguntarse ¿Cuándo hay arte? Y
¿Por qué una cosa es obra de arte y cuándo y por qué no?
La primera ruptura la constituye en 1913 la obra de Marcel Duchamp “Rueda de bicicletas”. Sus
ready-mades no pueden ser abarcados por los convencionales preceptos estéticos que hasta ese
momento se aceptaban. Porque aquello que hacía a lo evidente en la obra de arte se pierde y lo
único que rige como evidente es la falta de evidencia. Su cualidad sensible no es lo más importante.
El artista francés elige este objeto por lo que llama la “indiferencia estética”, es decir no hay en él
ningún atractivo ni alguna cualidad estética notable. ¿Por qué un objeto que viene del campo de lo
útil es una obra de arte?
La conjunción de sensibilidad y concepto articularán el desenvolvimiento de las experiencias
estéticas del arte contemporáneo, tanto para los artistas como para los receptores de la obra de arte.
- El marco ontológico: la verdad y el arte.
Nietzsche: “No hay hechos sólo interpretaciones”, con esta afirmación se derrumba el lugar sagrado
de la verdad. ¿Dónde está la verdad si sólo existen interpretaciones? Heidegger también se interesa
por este tema en el desarrollo de su pensar filosófico y para pensar la esencia de la obra de arte.
Esto lo conducirá a decir que en lugar de un fundamento hay un abismo, una distancia. Heidegger
sostendrá que el ser “no está dado, sino que es algo que se va haciendo”. Por lo tanto, el ser es una
posibilidad. Heidegger sostendrá que el Ser es evento, acontecer, ocurrir, se relaciona con sentido.
Otro término importante en la filosofía haideggeriana es el de dasein (ser ahí). El dasein es el “ahí”
del ser, es el existente humano que no está dado de una vez y para siempre, sino que es algo que
se va haciendo, no es una esencia previa a la existencia. El hombre se encuentra en estado de
yecto, es decir arrojado al mundo sin haberlo elegido. Y por eso su angustia, porque su esencia no
está determinada de antemano sino que su esencia se va elaborando en el existir, en el hacerse. El
tema de la libertad tiene una importancia fundamental en su obra.
- Obra de arte – artista – arte
La obra de arte existe porque hay artista y hay arte, pero fenomenológicamente lo que está primero
es la obra, lugar de plasmación del arte y del artista. Pero cualquier obra es ante todo una cosa. Por
este motivo, investigará el estatus ontológico de tres términos: cosa, útil y obra de arte.
Heidegger afirma que la obra de arte no es mera cosa, porque es alegoría (representación
simbólica). Por esto la obra no está completa, sólo comenzará a entrar a una red de significados
cuando esté presente ante un espectador, quien completará los espacios en blanco.
Es necesario distinguir cosa de útil. Heidegger señala que el útil es tanto más útil cuando
desaparece, al útil sólo lo usamos. Es en su funcionamiento que captamos lo que es.
La obra tiene en común con lo útil que los dos están hechos por el hombre. Pero el útil no tiene la
autonomía que tiene la obra de arte. Esta no tiene una finalidad en tanto no sirve para otra cosa, no
es un medio. Por lo tanto, la obra estaría entre el útil (hecho por el hombre) y la cosa, que no tiene
una finalidad particular.
Para el filósofo alemán el fin supremo de la obra de arte es develar las esencias en general de las
cosas. La obra de arte reconduce al espectador a reflexionar sobre las ideas y las esencias. La obra
“des - oculta” la verdad. Por eso Heidegger dirá que la obra, por un lado, muestra, exhibe algo, pero,
por otra parte, está lo oculto de la obra.
Para analizar esta dialéctica entre lo oculto y lo desoculto que exhibe la obra de arte, el filósofo
partirá de los conceptos de mundo y tierra. Hay una lucha entre lo que se muestra y lo que
permanece oculto. La obra no solamente oculta sino que muestra que oculta. Así el mostrar pone de
manifiesto un permanente ocultar. La obra no nos está dando todo, lo cual determina el rico campo
de interpretaciones.
Esto hace el enigma de la obra de arte, la obra abre un mundo, lo funda, es original. Heidegger
rechaza de esta manera la idea de verdad como adecuación, porque no existe un contenido previo a
la forma como si existiera una verdad previa a la obra.
La comprensión Heideggeriana de mundo remite al dasein. Sólo el existente humano tiene mundo. Y
esto es lo más íntimo y propio de la obra de arte porque ella lo hace presente. Abre un mundo y nos
introduce en la grandeza, en la dignidad, en lo más propio de una época determinada y lo propio del
mundo de un creador. Porque todo gran artista da testimonio de su tiempo, de su época, de su
comprensión, y de su integración, como creador, con su pueblo.
Entonces Heidegger habla de auténtica obra de arte en tanto expresa un mundo. El auténtico artista
plasma a través de la obra lo que él también ha vivenciado individualmente. Su obra es expresión de
un mundo.
La pregunta ¿Cuándo hay arte? Tiene en el filósofo alemán una respuesta. Hay arte si la obra se nos
presenta o cumple con las siguientes condiciones: ser alegoría, ser símbolo, abrir un mundo, ser
apertura de la verdad
El otro concepto, el de tierra se relaciona con el misterio, el ocultamiento. Así como la obra muestra
el mundo, al mismo tiempo oculta la tierra. Esta tierra es lo que los griegos llamaron physis,
entendida como algo que está en constante manifestación y por eso nunca termina de darse. La
“aparición” señala la “desaparición”, o resalta el ocultamiento y viceversa. La tierra no puede ser sin
lo abierto del mundo si es que quiere aparecer. Y el mundo no puede ser sin la tierra si quiere
fundarse en algo decisivo para construir un nuevo arraigo.
Heidegger afirma que lo determinante es el arte. El arte es el gran acontecimiento de la verdad que
se pone de manifiesto en la lucha entre mundo y tierra. El arte de este modo no puede ser “superado”
por la religión y la filosofía como sostenía Hegel, porque el arte “funda la verdad”.
- El marco sociológico. La institución arte.
Danto afirma que no hay “fin” del arte pero sí un “fin de la historia del arte”, entendida esta como
plasmación periódica de distintas expresiones culturales atravesadas por grandes relatos. Estos
grandes relatos devenían “deber ser”, marcos conceptuales y fuentes de mandatos que establecían
drásticamente qué era lo permitido como manifestación artística.
Por el contrario, en el mundo del arte contemporáneo a partir de Duchamp y Warhol, lo que acontece
es un gran pluralismo. El arte de ningún modo ha muerto. Sí ha llegado a su fin, establece Danto, el
dogma del mandato, aquello que debe definir un único marco para el hacer del artista. Por eso
entiende a lo contemporáneo de hoy como poshistórico. Es éste el principal atributo que caracteriza
al arte actual. Ningún tipo de relato se puede privilegiar. Ningún relato puede constituir
exclusivamente el marco a partir del cual el arte encuentre un único camino para su desarrollo.
Según Danto el “fin de la historia del arte” comienza con una obra de Warhol de 1964 “Caja de jabón
Brillo”. Lo que ocurre con las cajas de Warhol es que resignifican o dicen otra cosa diferente de lo
que muestran las que se encuentran en las estanterías de los supermercados. Son ontológicamente
diferentes.
Cualquier objeto puede ser obra de arte pero no cualquiera lo es. Lo será dentro de una aceptación
teórico reflexiva, si lo presentado como propuesta estética está haciendo referencia a una
comprensión particular del fenómeno.
Dickie está interesado tanto como Danto en la reacción que provoca la obra de arte en el receptor.
Dickie comienza por definir qué es un artefacto, algo hecho por el hombre. Pero ¿qué ocurre con los
ready-mades como las Cajas de Warhol? En estas piezas convergen el diseñador y el fabricante de
las cajas, como también el artista, representante de la “institución arte” que es la que confiere a un
objeto su estatuto de obra de arte. El objeto pasa a estar destinado a una apreciación estética,
efectivizada por el público al que se la destina.
Por lo tanto, una obra de arte es un “artefacto”, es decir, algo creado, hecho o no por el artista, que
se justifica como objeto de arte al ser presentado ante un público que integra el mundo del arte.
Todos estos conceptos, obra de arte, receptor, artista, mundo del arte, son interdependientes, uno
supone la existencia simultánea de los otros, existencia que se plasma como la compleja
organización estructural de un todo.
A modo de conclusión
La comprensión de los ready-mades como obras de arte requiere siempre de alguna aclaración
conceptual para iniciar un diálogo con la propuesta del artista que crea y presenta su obra. Es decir,
que el receptor necesita tener consciencia de que lo que se está presentando como obra de arte es
obra de arte. Y también podrá comprender que el concepto de arte cambia en el tiempo, siendo las
obras de arte expresiones de los diferentes modos culturales de la historia humana.
El delimitar cuándo un objeto es arte y cuándo no está íntimamente ligado a la ética, lo que también
trae aparejados sus inconvenientes, ya que es difícil aceptar un tribunal que decida qué debe ser arte
y cómo debe ser.
Si hay algo asociado a la fiesta, es que se rechaza el aislamiento de unos hacia otros. La fiesta es
siempre fiesta para todos. La fiesta y la celebración se definen porque en ellas no sólo no hay
aislamiento sino que todo está congregado. Saber celebrar es un arte.
La celebración no consiste en que haya que ir para después llegar. Al celebrar una fiesta, la fiesta
está siempre y en todo momento allí. Y en esto consiste precisamente el carácter temporal de la
fiesta: se la celebra y no se distingue en la duración de una serie de momentos sucesivos. La
estructura temporal de la celebración no es la de disponer de tiempo.
La experiencia práctica, normal, del tiempo es la del tiempo para algo, es decir, el tiempo de que se
dispone, que se divide, el tiempo que se cree tener o no se tiene. Es por su estructura, un tiempo
vacío, algo que hay que tener para llenarlo con algo.
Por el contrario, es característico de la fiesta ofrecer tiempo, detenerlo, nos invita a demorarnos. Esto
es la celebración. En ella, se paraliza el carácter calculador con el que normalmente dispone uno de
su tiempo. Una obra de arte tiene su tiempo propio que nos impone. Esto significa que la obra de arte
no está determinada por la duración calculable de su extensión en el tiempo, sino por su propia
estructura temporal.
En la experiencia del arte, se trata de que aprendamos a demorarnos de un modo específico en la
obra de arte. Un demorarse que se caracteriza porque no se torna aburrido. Cuanto más nos
sumerjamos en ella, tanto más elocuente, rica y múltiple se nos manifestará. La esencia de la
experiencia temporal del arte consiste en aprender a demorarse.
Texto 4: “ARTE ES TODO LO QUE LOS HOMBRES LLAMAN ARTE" José Jimenez
Dino Formaggio (1973) plantea que "Arte es todo aquello que los hombres llaman arte".
Con esta frase Formaggio da lugar a distintas ideas. En primer lugar, no se pueden fijar límites,
normas, entre lo que es arte y lo que no lo es. El arte de hoy es un conjunto de prácticas y
actividades humanas totalmente abierto. En segundo lugar, un análisis implícito en la idea de
Formaggio, es que lo que convierte a algo en principio abierto, en arte es que sea llamado arte.
Jiménez considera que esto lleva a un análisis de la retórica, en el plano del discurso y del lenguaje.
El valor económico de una obra, si bien segrega una "retórica", necesita una justificación del
lenguaje, en el uso informativo y en el crítico también.
Una característica de la sensibilidad moderna es el desarrollo de la capacidad de la crítica, de juzgar.
El público actual es activo, y debe aceptar la pluralidad de la representación, de códigos y lenguajes,
el "nuevo espectador" es un elemento muy importante en el perfil de nuestro tiempo que no tiene un
código único, homogéneo, a diferencia del arte clásico. Jimenez señala que es muy importante
mantener la exigencia crítica y saber que no todo vale.
La exigencia crítica es uno de los aspectos que justifican la necesidad de una teoría del arte. Lo que
si es seguro, es que no podría ser una teoría del arte normativa. Como explique anteriormente, el
arte es hoy un conjunto de prácticas y actividades humanas abierto, intentar poner límites seria
absurdo.
La teoría del arte, prolonga los usos informativos y críticos del lenguaje a una dimensión autónoma
(independiente de las instituciones artísticas). Se abre un contraste entre la instancia expresiva del
arte (producción) y la de su valorización (recepción). La teoría debe asumir el riesgo de la
independencia como un "mandato moral", en la formulación del juicio crítico: autonomía de criterio.
En relación con las ideas de Grüner, considero que Lucrecia Martel intenta a través de la
incertidumbre y el ocultamiento, provocar una actitud inquietante en el espectador, que es quien
imagina todo aquello que no esta explicito en la película.
Grüner dice que "ningún pretendido Concepto Universal impuesto por ningún “pensamiento único”
puede disolver la singularidad concreta e irreductible de la obra, así como ninguna homogeneidad
globalizada debería poder disolver la singularidad concreta y múltiple de la vida, de cada vida". Con
esto, manifiesta que no esta de acuerdo con que haya un solo punto de vista, ya que las diferencias
culturales parten de la autenticidad y creatividad de los diferentes grupos, y esto no es un problema,
por lo contrario considera que el arte debe fomentar nuevas comunicaciones que desaten
interrogantes sobre los enigmas del mundo.
Las películas de Lucrecia Martel apuntan justamente a una gran variedad de interpretaciones, que es
diferente en cada espectador, permitiendo que cada interpretación sea tan valida como cualquiera.