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El Tribunal Constitucional al emitir sentencia en el Exp.

Nº 00835-HC/TC
precisa el siguiente criterio:

Las vías de tránsito público y el establecimiento de rejas como medida de


seguridad vecinal (Exp. N.º 3482-2005-HC/TC, caso Luis Augusto Brain Delgado y
otros)
5. Siendo las vías de tránsito público libres en su alcance y utilidad,
pueden sin embargo, en determinadas circunstancias, ser objeto de
regulaciones y aún de restricciones. Cuando éstas provienen directamente del
Estado, se presumen acordes con las facultades que el propio ordenamiento
jurídico reconoce en determinados ámbitos (como ocurre, por ejemplo, con las
funciones de control de tránsito efectuadas por los gobiernos municipales);
cuando provienen de particulares, existe la necesidad de determinar si existe
alguna justificación sustentada en la presencia o ausencia de determinados
bienes jurídicos.

6. Justamente en la existencia o reconocimiento del bien jurídico seguridad


ciudadana se encuentra lo que, tal vez, constituya la más frecuente de las
formas a través de las cuales se ven restringidas las vías de tránsito público.
Tras la consabida necesidad de garantizar que la colectividad no se vea
perjudicada en sus derechos más elementales frente al entorno de inseguridad
recurrente en los últimos tiempos, se ha vuelto una práctica reiterada el que los
vecinos o las organizaciones que los representan opten por colocar rejas o
mecanismos de seguridad en las vías de tránsito público. Aunque queda claro
que no se trata de todas las vías (no podría implementarse en avenidas de
tránsito fluido, por ejemplo) y que sólo se limita a determinados perímetros (no
puede tratarse de zonas en las que el comercio es frecuente), es un hecho
incuestionable que la colocación de los citados mecanismos obliga a evaluar si
el establecimiento de todos ellos responde a las mismas justificaciones y si
puede exhibir toda clase de características.

7. Este Colegiado ha tenido la oportunidad de precisar que la instalación


de rejas como medida de seguridad vecinal no es, per se, inconstitucional, si se
parte de la necesidad de compatibilizar o encontrar un marco de coexistencia
entre la libertad de tránsito como derecho y la seguridad ciudadana como bien
jurídico. Lo inconstitucional sería, en todo caso, que el mecanismo
implementado o la forma de utilizarlo resulte irrazonable, desproporcionado o
simplemente lesivo de cualquiera de los derechos constitucionales que
reconoce el ordenamiento. Como lo ha sostenido la Defensoría del Pueblo en
el Informe Defensorial N.° 81 denominado Libertad de tránsito y seguridad
ciudadana. Los enrejados en las vías públicas de Lima Metropolitana, emitido en el
mes de enero de 2004, pp. 42, “No se puede admitir un cierre absoluto de una
vía pública, ya que ello afectarían el contenido esencial del derecho al libre
tránsito. Consecuentemente, se debe garantizar que los enrejados no sean un
obstáculo para el ejercicio del derecho al libre tránsito, sino sólo una limitación
razonable y proporcional. Ello quiere decir que dicha medida tiene que estar
justificada por los hechos que le han dado origen, el crecimiento de la
delincuencia; por la necesidad de salvaguardar un interés público superior, la
protección del bien jurídico seguridad ciudadana; y debe ser proporcionada a
los fines que se procuran alcanzar con ella”.

Caso APONTE

STC 2663-2003-HC/TC. Caso Mabel Aponte. Tipos de habeas corpus


17 febrero, 2011

Estimados amigos:

La clasificación de los tipos de habeas corpus es un tema que la doctrina constitucional ha contemplado en
nuestro país a través de la sentencia – HC/TC, la cual puede ser leída
en http://www.tc.gob.pe/jurisprudencia/2004/02663-2003-HC.html.

Caso anicama
La tutela es la protección que se brinda a un determinado interés ante una situación en la
cual la misma ha sido lesionada o insatisfecha; ante dicha eventualidad el ordenamiento
jurídico ha establecido una serie de mecanismos para la tutela de nuestras situaciones
jurídicas, siendo la forma de tutela por excelencia la tutela jurisdiccional [efectiva]; empero,
no debemos perder de vista el hecho de que la tutela jurisdiccional es sólo una de las
modalidades de tutela de los derechos.

Por ello, el proceso viene a ser “aquel medio [de tutela] que el Estado –en compensación
por prohibirnos hacernos justicia por mano propia-, nos ofrece para que por él y en él
obtengamos, todo aquello y precisamente aquello que tenemos derecho a conseguir”
[ARIANO, 2000:164].

Para Arrarte, la tutela jurisdiccional efectiva “es aquél [derecho] que pertenece a todo sujeto
de derecho y le permite estar en aptitud de exigir que sus conflictos de intereses o
incertidumbres sean resueltos a través de un proceso en el que se respeten garantías
procedimentales mínimas, y se concluya con una decisión objetivamente justa; aún cuando
no necesariamente sea favorable a sus intereses” [2007:4]. Es decir, que si bien el derecho
a la tutela jurisdiccional implica el acceso a la jurisdicción a efectos de peticionar la tutela de
nuestras situaciones jurídicas, empero el aludido derecho no implica la obtención de una
decisión judicial favorable, sino el derecho a que se dicte una resolución en derecho, la
misma que sea el resultado de un proceso llevado con las mínimas garantías.

De allí que, siguiendo Arrarte podemos “resaltar el doble carácter del derecho a la tutela
jurisdiccional en su manifestación del debido proceso, comprendiendo no sólo el iter
procesal (también denominado en nuestro país como debido proceso formal, y que abarca
entre otros derechos, el del juez competente, el de ser oído, el de probar, el de impugnar,
así como el de contar con una decisión debidamente motivada, etc.), sino también el
resultado mismo de tal actividad, es decir, la decisión, exigiendo que ésta sea objetivamente
justa producto de lo que se ha denominado debido proceso sustantivo, además de correcta”
[2007:4].

Ahora bien, la efectividad de la tutela jurisdiccional bebe tener en cuenta al derecho material,
de allí que, “el derecho a la efectividad engloba el derecho a la preordenación de técnicas
procesales capaces de dar respuestas adecuadas a las necesidades que de él provienen”
[MARINONI, 2007:176].

En este sentido, la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre en su


artículo XVIII señala que: “Toda persona puede ocurrir a los tribunales para hacer valer sus
derechos. Asimismo debe disponer de un procedimiento sencillo y breve por el cual la justicia
lo ampare contra actos de la autoridad que violen, en perjuicio suyo, alguno de los derechos
fundamentales consagrados constitucionalmente”. De igual manera, la Convención
Americana sobre Derechos Humanos prescribe en el inciso 1 de su artículo 25° [Protección
Judicial]: “Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro
recurso efectivo ante los jueces o tribunales competentes, que la ampare contra actos que
violen sus derechos fundamentales reconocidos por la Constitución, la ley o la presente
Convención, aun cuando tal violación sea cometida por personas que actúen en ejercicio de
sus funciones oficiales”.

Razones por las cuales, el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva, como todo derecho
[fundamental] inherente a la persona humana, implica que las normas procesales [así como
los precedentes vinculantes] han de ser interpretadas y aplicadas de conformidad con el
contenido de este derecho fundamental [artículo 139 inciso 3 de la Constitución Política del
Estado].

II

El inciso 2) del artículo 200º de la Constitución, establece que el proceso de amparo procede
contra el acto u omisión, por parte de cualquier persona, que vulnera o amenaza los
derechos reconocidos por la Constitución, distintos de aquellos protegidos por el hábeas
corpus [libertad individual y derechos conexos] y el hábeas data [acceso a la información y
autodeterminación informativa]. En tal sentido, es presupuesto para la procedencia del
proceso de amparo [y en cualquier proceso constitucional] que el derecho que se alegue
afectado sea uno reconocido directamente por la Constitución.

En la STC N° 1417-2005-AA/TC “Caso Manuel Anicama Hernández”, el Tribunal


Constitucional ha delimitado el contenido del derecho fundamental a la pensión, así como
también ha fijado las reglas de procedibilidad para la tutela de este derecho a través del
proceso de amparo.

Así, en el fundamento “31.31” de la referida sentencia el Tribunal Constitucional, ha


precisado que: “los derechos fundamentales reconocidos por la Norma Fundamental, no se
agotan en aquellos enumerados en su artículo 2°, pues además de los derechos implícitos,
dicha condición es atribuible a otros derechos reconocidos por la propia Constitución. Tal es
el caso de los derechos a prestaciones de salud y a la pensión, contemplados en el artículo
11°, y que deben ser otorgados en el marco del sistema de seguridad social, reconocido en
el artículo 10°”; asimismo refiriéndose al derecho fundamental a la pensión [fundamento
37.37], anota el interprete de la Constitución que, forman parte del contenido esencial
directamente protegido por el derecho fundamental a la pensión, las disposiciones legales
que establecen los requisitos del libre acceso al sistema de seguridad social consustánciales
a la actividad laboral pública o privada, dependiente o independiente; las disposiciones
legales que establecen los requisitos para la obtención de un derecho a la pensión; aquellas
pretensiones mediante las cuales se busque preservar el derecho concreto a un mínimo
vital; por otro lado, se precisa que, “debido a que las disposiciones referidas al reajuste
pensionario o la estipulación de un concreto tope máximo a las pensiones, no se encuentran
relacionadas a aspectos constitucionales directamente protegidos por el contenido esencial
del derecho fundamental a la pensión, prima facie, las pretensiones relacionadas a dichos
asuntos deben ser ventiladas en la vía judicial ordinaria”.

Ello quiere decir, que se podrá demandar vía proceso de amparo la violación de las normas
que establecen los requisitos para el libre acceso al sistema de seguridad social, las que
establecen los requisitos para la obtención del derecho a la pensión y aquellas pretensiones
que estén orientadas a preservar el derecho a un mínimo vital. Por lo que, las pretensiones
que no versen sobre el contenido directamente protegido por el derecho fundamental a la
pensión, antes señalados, deberán de ser sustanciadas en la vía del proceso contencioso
administrativo.
III

No obstante, las reglas fijadas por el Tribunal Constitucional admite una interpretación
discrecional a efectos de su aplicación a los casos concretos, en este sentido refiere dicho
órgano jurisdiccional que: “tomando como referente objetivo que el monto más alto de lo que
en nuestro ordenamiento previsional es denominado “pensión mínima”, asciende a S/.
415,00 (Disposición Transitoria de la Ley N.º 27617 e inciso 1 de la Cuarta Disposición
Transitoria de la Ley N.º 28449), el Tribunal Constitucional considera que, prima facie,
cualquier persona que sea titular de una prestación que sea igual o superior a dicho monto,
deberá acudir a la vía judicial ordinaria a efectos de dilucidar en dicha sede los
cuestionamientos existentes en relación a la suma específica de la prestación que le
corresponde, a menos que, a pesar de percibir una pensión o renta superior, por las objetivas
circunstancias del caso, resulte urgente su verificación a efectos de evitar consecuencias
irreparables (vg. los supuestos acreditados de graves estados de salud), dichas
pretensiones podrán ser dilucidadas en la vía del proceso de amparo”.

Del párrafo citado, podemos concluir entonces, que en atención a las condiciones objetivas
del caso en concreto [lo que a decir del Tribunal Constitucional estaría referido a la persona
del demandante], se podrá sustanciar en la vía del proceso de amparo los cuestionamientos
respecto al monto de la pensión.

Ahora bien, en que consistirán esas condiciones objetivas, para el Tribunal un supuesto lo
tenemos cuando el demandante adolezca de una enfermedad grave [graves estados de
salud], la misma que debe de estar debidamente acreditada. Pero, pregunto ¿a que nivel de
gravedad?, si como todos sabemos, toda enfermedad implica un riesgo para nuestra salud.

De una interpretación literal, se tiene que para el Tribunal Constitucional: quien pretenda
tutelar su derecho a la nivelación o al reajuste, tiene que estar gravemente enfermo, esto
es, al borde de la muerte; empero, esta interpretación no puede ser aceptada, pues contrasta
con el contenido del derecho constitucional a la tutela jurisdiccional efectiva y con lo
establecido en el artículo 1° de la Constitución. Por ello una interpretación,
constitucionalmente válido, nos conduce a señalar, que la enfermedad o aflicción en la salud
del demandante, a efectos de que proceda tutelar su derecho vía proceso de amparo, ha de
tratarse de una enfermedad que revista cierta gravedad, esto es, que dada las
características personales del demandante [la edad por ejemplo], sea idónea para poner en
riesgo su subsistencia o sus consecuencias potencialmente irreversibles.

Por otro lado, debemos preguntarnos ¿bastará un certificado médico para acreditar el grave
estado de salud? para la aplicación de este supuesto; creemos que si. Pero ello no quiere
decir, que se trate de cualquier certificado, sino de uno que cumpla con los requisitos para
constituir medio probatorio idóneo para acreditar la enfermedad.

Otro supuesto, vendría a ser, por ejemplo, el grado de necesidad del demandante
[conjugado con su edad], cuya insatisfacción pone en peligro su subsistencia. En este caso,
nos encontramos ante la figura de una persona cuyo único sustento es la pensión, el mismo
que en el monto que percibe no cubre todas sus necesidades.

En este sentido, el proceso [de amparo en este caso] debe de ser entendido –dice Luiz
Guilherme Marinoni- “como un instrumento capaz de dar protección a las situaciones
carentes de tutela”; de allí que, “el Juez no puede conformarse con una interpretación que
concluya en la incapacidad del proceso para atender al derecho material, pues ello sería lo
mismo que negarle valor al derecho fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva, que
representa el deber del Estado de prestar la tutela jurisdiccional debida”.

Por ello, las reglas de procedencia establecidas en la STC N° 1417-2005-AA/TC-Lima “caso


Manuel Anicama Hernández”, debe de ser interpretada en concordancia con el conteni

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