Entre la ficción y la realidad: Historia de Mayta, los demonios que
pueblan la fantasía, que invaden y reorganizan lo real.
La novela, como lo entiende Vargas Llosa, es una superación y un ataque deicida a lo
que constituye lo real, la imposición de un orden arbitrario a esa sustancia caótica que es la realidad. Sí, la novela es la elaboración e institución de leyes allí donde estas no existen, donde su ausencia nos sobrecoge de incertidumbres. En una novela, el mundo se revela ante nuestros ojos de una manera un tanto distinta a cómo ordinariamente este lo hace; encontramos en ella, de un modo singular, los fundamentos de lo inexplicable, el motor de las más secretas pasiones y sentimientos. Aquellas sinrazones que mueven a la locura, a la violencia, a la entrega o al amor. Sin embargo, en ciertos puntos de quiebre, esta existencia paralela desborda a aquello a lo que sirve de reflejo. Así, el contorno de la ficción, como en el simbólico Quijote, se desdibuja y la frontera se trastorna, las utopías pugnan por materializarse, los personajes superan lo onírico y adoptan un nuevo carácter. El problema que frente a ello se plantea Vargas Llosa es, sin lugar a dudas, el inmemorial dilema sobre las consecuencias y resultados que trae consigo la literatura, es decir, el poder de la imaginación. Historia de Mayta es quizá, dentro de la novelística vargaslloseana, la obra que mejor ejemplifica y aborda esta problemática circunstancia. Las dos caras de la ficción se asoman en sus páginas. Una que, por un lado, construye un espacio en el que el artificio tiene un fin estético. Siendo, en última instancia, una oportunidad para reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestra libertad. Y, por el otro, la ficción convertida en ideología, instrumentalizada y forzada por el nuevo papel adoptado: guía y conductora ante los avatares del mundo.