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Isais Contreras, Miguel Ángel.

“Suicidio y opinión pública en la Guadalajara


de fines del siglo XIX: representaciones y censuras”, en Jorge Alberto
Trujillo Bretón, Federico de la Torre de la Torre, Agustín Hernández Ceja
y María Estela Guevara Zárraga (eds.), Anuario 2005. Seminario de
Estudios Regionales, Tepatitlán de Morelos, Universidad de
Guadalajara/Centro Universitario de los Altos, 2007, pp. 107-133.
Suicidio y opinión pública
en la Guadalajara de fines
del siglo XIX: representaciones
y censuras

Miguel Ángel Isais Contreras*

Durante siglos, el haber concebido que un sujeto se provocara la muerte a


sí mismo produjo diversidad de reacciones. A favor o en contra, lo suicidas
comenzaron a cargar con un estigma que, con el tiempo, iba adquiriendo
una explicación causal. No obstante, otras voces se preocupaban no tanto
por entenderlo, sino por emitir juicios que reprochaban y terminaban por
censurar el acto. En las sociedades de tradición occidental, tanto la Igle-
sia como el Estado han sido las principales instituciones encargadas de
difundir ese tipo de discurso. Éste asimismo cundió sobre la educación
que debía impartirse, en la moral social, entre lo lícito y lo punible, entre
lo que debía decirse y publicarse, entre lo que era reprochable y sublime.
El suicidio durante buena parte del porfiriato, y en general de toda la
segunda mitad del siglo xix, representó toda esa parte negada de las acti-
tudes del ser humano. Sin embargo, muchos otros filósofos y hombres de
jurisprudencia en contra de lo preestablecido, bosquejaron de manera,
digamos "objetiva", las posibles causas que conducían hacia la muerte
voluntaria. Otro grupo menor todavía creyó posible la descriminalización
del suicidio.
Los cánones de la Iglesia —divulgados en gran magnitud por los ca-
suistas, sacerdotes y moralistas—, las leyes de los Estados y los juicios tanto
subversivos como recriminatorios de editores, alienistas, moralistas, perio-
distas y todo aquel grupo que mediante una modalidad impresa influyó en

Actualmente es estudiante de la Maestría en Historia por la UNAM.


migueliscon@hotmail.com
Miguel Ángel Isals Contreras

el sentir del vulgo, asentaron las bases para que el suicidio en el México
porfíriano, y aun desde antes, actuara bajo una peculiar representación.
En México, el desarrollo de la opinión o esfera pública ha ido muy
de la mano de los procesos políticos que, concretamente para la segun-
da mitad del siglo XIX, representaron núcleos tanto liberales como po-
sitivistas, además de la fuerza que comenzaron a adquirir las sociedades
de grupos científicos e intelectuales a fines del mismo siglo. Este nuevo
ambiente produjo una multiplicación de los procesos de imprenta, de-
bido también a las renovadas tecnologías que fueron adquiriendo, y en
donde la opinión pública se fundaba en impresos que se comprometían
principalmente en "modelar las conductas sociales e individuales" (Pal-
ti, 2005: 87).
Paralelamente, en la Ciudad de México, más que en Guadalajara,
se vislumbró un proceso más: el reportaje o la crónica policíaca, que
venían a suplantar los artículos políticos y gacetillas (compuestas estas
últimas muchas veces de información un tanto abreviada), generaban
mayor morbo y gusto entre los lectores, razón por la cual los anuncian-
tes comenzaban a tomar mayor interés en aparecer dentro de la gran
gama de periódicos que circulaban (Castillo, 1997:30-31). Pero lo cierto
es que en Guadalajara este proceso se presentó sólo en casos verdade-
ramente escandalosos y aislados, tornándose más común hacia finales
del porfiriato, específicamente cuando surge La Gaceta de Guadalajara
(1902) (Palacio, 1995:239).
En la Guadalajara de finales del siglo XIX los impresos moralistas,
religiosos, científicos, noticiosos y culturales que circularon por la ciu-
dad tuvieron como primordial propósito captar la atención de la socie-
dad —entiéndase por ésta su sector que leía— y colarse así en su cavilar
cotidiano. El cuerpo de dichos impresos quedaba conformado por la
notable diversidad de periódicos, boletines y misivas —entre otfos pan-
fletos—,cuya continuidad y permanencia era, en la mayoría de los ca-
sos, un tanto variable. Sin importar su tendencia ideológica, todos ellos
emitieron argumentos por lo general adversos sobre el infortunado fin
de los suicidas.
Por su parte, tanto la Iglesia como el Estado, que eran las dos grades
instituciones que regían moral e ideológicamente a la sociedad-mexica-
na y tapatía, al momento de abordar el suicidio respectivamente ade-
cuaban —el Estado— las leyes, a la vez que mantenían —la Iglesia— la
mayoría de los cánones eclesiásticos.

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Suicidio y opinión pública

Una vez colapsado el efímero imperio de Maximiliano, las reformas


juaristas retomaron su camino reinstaurando los decretos de la liber-
tad de imprenta de 1861, los cuales dejaban muy en claro que las ideas
emitidas por la prensa, entre otras publicaciones, no podían ser objeto
de ninguna inquisición judicial salvo los casos en que se atacara a la
moral y provocasen así algún delito que perturbara el orden público y la
integridad de individuos de la esfera privada o pública sin que éstos se
hubiesen visto involucrados en un proceso jurídico (Reyna, 1976: 47).
Bajo los mismos lincamientos, en el año de11868 quedaron reestableci-
dos tales decretos. Así, la prensa, a pesar de las limitaciones y medidas
opresivas que había sufrido en tiempos anteriores a dicha ley, incur-
sionaba en el porfiriato manteniendo "el firme propósito de expresar
sus opiniones por medio de la sátira, crítica o las noticias informativas"
(Reyna, 1976:55).
Conforme avanzaban los progresos técnicos de las imprentas por
el desarrollo de modernización que vislumbraba la nación, al igual que
los estímulos que ofrecía la ley de imprenta entonces vigente, mayor
cantidad de periódicos fueron apareciendo, conservando y defendiendo
cada uno sus tendencias ideológicas. Independientes, políticos, litera-
rios, infantiles, científicos, de carácter doméstico o para las mujeres,
comerciales, católicos e incluso protestantes,1 fueron aquel compendio
de impresos que igualmente tuvieron presencia y convocatoria —unos
más que otros— entre los tapatíos que podían acceder a ellos. Todos, y
casi se puede asegurar que fue sin excepción, formularon juicios, notas
y comentarios sobre el suicidio desde su peculiar perspectiva que, por
lo común, no diferían demasiado unos de otros.
Por comenzar a citar algunos y siguiendo un orden cronológico,
empezaré con el órgano oficial El Imperio, que durante su breve vida
(como lo fue la segunda monarquía) contó con la colaboración de plu-
mas de la talla de los licenciados Manuel Mancilla y Luis Gutiérrez Ote-
ro (Iguíniz, 1955:93-96). Para dicho periódico el fenómeno del suicidio
fue muy perceptible, ya que para diciembre de 1864 lanzaron un desple-
gado alertando a la sociedad por la inmoralidad en que se incurría en tal
acto. Incluso llegaron a considerar al suicidio como un acto cometido
bajo los efectos de una enfermedad. No obstante también lo declararon
como un crimen, y como tal creían que las leyes debían deshonrar al
que se matara, para que hubiera menos suicidios, porque con ese fun-

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Miguel Ángel Isais Contreras

damento las leyes así serían más "útiles a la sociedad".1 Agregaron que
otras de sus causas también lo eran la impiedad y el abandono de las
ideas religiosas "que tanto ha fomentado la escuela liberal", proponien-
do como fórmula terapéutica contra el suicidio justamente el abrigo de
la religión.2
Según lo dio a conocer para 1869 José María Reyes, quien fuera
miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, México
"por centenares de años desconoció prácticamente el suicidio", hasta
que ingresó al ritmo de la modernidad, en donde el "escepticismo uni-
versal y la relajación de las costumbres" cundió sobre todo en las gran-
des urbes y la juventud, al ser ahora, según dijo, las principales causas
del suicidio "la falta de creencia y el indiferentismo religioso y políti-
co".3 Asimismo y preocupado por la elevada tasa que ya alcanzaba el
suicidio en México (puede inferirse aquí que se refiere principalmente
a la capital del país), llegó a registrar alrededor de 41 casos de 1868 a
mayo de 1869, cuya causa más recurrente era el "amor burlado", segui-
da por las quiebras financieras.
Ahora bien, con lo ya expuesto se ponía de manifiesto la gran influen-
cia que el catolicismo tenía sobre la prensa tapatía, al grado de haberse
diseñado órganos impresos exclusivamente para delinear la moral social
bajo iniciativa de la misma Iglesia. Como un ejemplo de ello podemos
mencionar el periódico católico La Civilización, financiado en 1868 por el
licenciado Jesús Ortiz, canónigo de Catedral, y puesto bajo la dirección
del joven escritor Rafael Arroyo de Anda (Iguíniz, 1955:130).
Para el mes de marzo de 1869, el papel que tuvo La Civilización en
lo tocante al suicidio inspiró a sus redactores a emitir un desplegado de
opinión que les fue extendido a su vez por el periódico francés Le Trait
d'Union, el cual circuló en la Ciudad de México y fue impreso totalmente
en lengua gala por iniciativa del connotado periodista y empresario Rene
Masson. El desplegado fue traducido y dividido para su aparición en dos
números, en cada uno de ellos se hizo relación de los dos tipos de enfer-
medades que antecedían al suicidio: las corporales y las del espíritu.

1. "Moralidad Pública. El Suicidio", en El imperio. Periódico oficial del gobierno del Departamento
de Jalisco, núm. 44, Guadalajara, 7 de diciembre de 1864, p. 2.
2. ídem.
3. José María Reyes. "Estadística Criminal. El Suicidio", en Boletín de la Sociedad Mexicana de
Geografía y Estadística de la República Mexicana, 2a. Época, tomo I, México, Imprenta del
Gobierno, 1869, pp. 361-363.

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ouiuiaio y opinión puoiica

Sobre las enfermedades corporales, Le Ttait d' Union, más que La


Civilización, las concebía como los elementos que producen la melanco-
lía,4 haciendo mucho hincapié en la fuerte influencia que ejercía el fac-
tor hereditario (hijos del producto de uniones endógenas, por ejemplo)
así como de los malos hábitos, como los deleites mundanos y la vida se-
dentaria combinada con exaltaciones sombrías, la cual es muy frecuente
"en esas clases de artesanos, de artistas y de letrados, que arruinan su
salud por defecto de movimiento".5 De la misma manera hicieron un
llamado contra la negligente actitud de los padresjr los maestros por
educar a los niños para el suicidio y no inducirlos a "evitar toda intem-
perancia, toda excitación a toda ocupación enteramente exclusiva de
una parte del cuerpo a expensas de las otras partes". Cabe agregar que
en ese mismo desplegado concebían una marcada diferencia entre lo
urbano y lo rural, al ser el suicidio mucho más común en el primero de
estos ámbitos:
En ninguna parte son más comunes las enfermedades que en las ciudades y los
países en que reinan una vida regalada y costumbres delicadas. Por el contrario,
en un pueblo sobrio, en que la simplicidad de las costumbres es religiosamente
respetada, en que el ejemplo del deleite no se ofrece a la vista, la debilidad y la
melancolía son raras, los suicidios desconocidos.6

Para el siguiente número, La Civilización se ocupó en enumerar las


enfermedades del espíritu, las cuales provenían "principalmente de la
excesiva estimación de las ventajas y de los bienes de la tierra", que no
eran otra cosa más que los excesos de la belleza, la riqueza, el honor y
el amor.7 Aspectos que, sobre todo la juventud —decían— recibe tanto
de sus padres como de la multitud.

4. Cabe señalar que con el "desmembramiento" que comenzó a sufrir la locura a finales del
siglo xvil, surgió el concepto de melancolía, el cual terminó por suponer a los suicidas como
locos, volviendo a su vez más compleja su definición al considerarse la influencia que ejercían
algunos aspectos emocionales y —apenas— sociales. Todavía para el siglo xix, la ciencia
positivista, mediante la antropología criminal, reconocía a la melancolía como una afección
mental adquirida que se caracterizaba por "presentar ideas delirantes de naturaleza triste y
por una depresión que llega hasta el estupor", y sus causas, además de los factores heredita-
rios, también eran los disgustos, la miseria y la alimentación insuficiente, entre otras (Cesare
Lombroso, Medicina Legal, 1.1, trad. por Pedro Dorado, Madrid, La España Moderna, s. f.,
p.347).
5. "El suicidio", en La Civilización, núm. 81, Guadalajara, 9 de marzo de 1869, p. 1.
6. ídem.
7. Ibídem, núm. 82, Guadalajara, 12 de marzo de 1869, p. 1.

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Miguel Ángel Isais Contreras

A grandes rasgos, lo que prevalece en el discurso de los redactores


de Le Trait d'Union es que la combinación de ambas enfermedades —la
espiritual y la corporal— conllevaba inevitablemente a la locura que con-
cluye con el desprecio de sí mismo: "Este enfado de la existencia, junto
con el trastorno del sistema nervioso y con los remordimientos de la con-
ciencia termina con frecuencia en una negra melancolía, en una peligrosa
preocupación del espíritu, y todavía más frecuentemente en el suicidio".
Ahora bien, con estos ejemplos ya se dejaba entrever la situación
moral en que permaneció el acto suicida para algunos medios impre-
sos; sin embargo, otros sectores de la opinión pública se preocupaban
asimismo por sus aspectos legales que, para esa fecha, fueron de con-
siderable controversia. A este respecto, quienes se sintieron más obli-
gados a observarlo bajo tal premisa fueron los miembros de la clase
jurisprudente, la cual, de la misma manera, contó con tribunas propias
para exponer sus debates.
Una de ellas fue el periódico de jurisprudencia y legislación de la
ciudad de México, El Derecho, órgano que, vale decirlo, posteriormente
sirvió de ejemplo para muchos otros de similar estructura. Los colum-
nistas de El Derecho en todo momento estuvieron muy preocupados
en atender polémicas legislativas suscitadas en México. Así, para 1871
continuaban vertiendo bastante tinta sobre las novedades y vicisitudes
del juicio de amparo, así como de pertinentes observaciones hechas al
recién elaborado Código Penal de la ciudad de México.8 Del mismo
modo, atendieron las condiciones legales en que permanecía el suicidio
haciéndose la pregunta medular: "¿Es el suicidio un delito que debe
reprimirse con pena corporis aflictiva?".9 Sin duda, y como lo demos-
traban la mayoría de las legislaciones europeas, la modernidad jurídica
ya no planteaba la pena sobre los suicidas, la cual, todavía para el siglo
XVIII, se ejercía con la cancelación y confiscación de sus bienes hereda-
bles e incluso con vejaciones a sus cadáveres. No obstante, en la letra no
existía un claro rompimiento con la legislación dieciochesca en cuanto
al suicidio, ya que para el siglo xix, y sobre todo en el conato, la mayoría
de los juzgados mexicanos no sabían hasta dónde realmente calificar
tales actos.

8. Este mismo Código fue adoptado en Jalisco —a excepción de breves modificaciones poste-
riores— para 1885, y puesto en marcha al año siguiente.
9. J. Biviano Beltran, "Suicidio", en El Derecho. Periódico de Jurisprudencia y Legislación, rúm.
31, México, 5 de agosto de 1871, p. 373.

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Suicidio y opinión pública

Recapitulando algunos datos de las legislaciones antiguas, Biviano


Beltrán, columnista de El Derecho, se dio a la tarea de encontrar puntos
de ruptura entre los códigos clásicos y modernos en lo tocante a la san-
ción del suicidio. Resultando de ello que para los primeros proyectos de
códigos criminales en México, concretamente en el veracruzano de 1848,
el suicidio se introdujo dentro de los "delitos contra las personas", pre-
sentado en tres diferentes grados: contra los que instigaran un suicidio;
y concretamente contra los suicidas, prohibiendo la sepultura pública de
sus cadáveres a la vez que de sus exequias fúnebres, exceptuándose esta
medida sólo en los casos evidentes de locura y frenesí.10 No obstante, con
el establecimiento de la Constitución de 1857 y la separación de la mano
eclesiástica en asuntos civiles, para el Código Penal del Distrito Federal
de 1871 (adaptado posteriormente en Jalisco hacia 1885) el suicidio dejó
de enumerarse dentro de los delitos contra las personas, por considerár-
sele como una acción que "no ofende a otra persona, sino a sí mismo".
Pese a ello, Beltrán no olvidó mostrar su propio parecer:

Consideramos, pues, el suicidio como una desgracia lamentable, y no como un


delito: lo consideramos como un extravío funesto de la razón, de tristes y lamenta-
bles consecuencias. [No obstante, lo] reprobamos, así como otros hechos no menos
repugnantes a la moral: y deseamos que la educación, el conocimiento de los debe-
res morales, el ejemplo, y los consejos de los padres de familia a sus hijos, sean el
medio de corregir esta manía funesta que conmueve los ánimos.11

Pese a esos mensajes promovidos tanto en la prensa de la Ciudad de


México como en la de Guadalajara, los suicidios continuaban y se multi-
plicaban en ambas capitales, ya que para octubre de 1876, un mes antes
de que Porfirio Díaz llegara al Ejecutivo por vez primera, el periódico
Juan Panadero, fundado en Guadalajara y tachado de independiente
y del gran gusto de la gente por su cariz oposicionista casi a cualquier
gobierno (Iguíniz, 1955: 136), publicó una carta del escritor español
Pedro Antonio de Alarcón, con la intención de presentar lo que tan
notable figura señalaba en relación al suicidio, discurso que lamentaba
la necia conducta de literatos que acudían a tal atrevimiento, al man-
tenerse así, como infinidad de círculos de opinión lo advirtieron, una
aparente vigencia del romanticismo:

10. Ibídem, núm. 33, México, 19 de agosto de 1861, pp. 397-398.


11. Ibídem, pp. 398-399.

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Miguel Ángel Isals Contreras
No, no hagamos, cien años después de Goethe y de Rousseau, la sacrilega apoteo-
sis del suicidio. El suicidio pudo estar de moda entre las gentes que viven la vida
del alma, allá en los febriles días del romanticismo; pero hoy ha sido relegado al
uso exclusivo de los comerciantes que quiebran, de los jugadores que pierden lo
suyo, lo ajeno, de los ladrones de frac cogidos in fraganti, y de todos los que para
decirlo genéricamente, no viven otra vida que la de la materia, cuyo dispensador y
regulador es el dinero.12

Quizá los redactores de Juan Panadero hayan decidido publicar esta nota
por su completa concomitancia con los suicidios en todo México para ese
mismo tiempo. En el caso de los literatos, no pasaba aún mucho tiempo
de la tan difundida muerte de Manuel Acuña; y en lo que respecta a los
comerciantes, en la misma cotidianeidad tapatía se daban muestra de ello.
Para el año de 1884 un colaborador del semanario político y de juris-
prudencia El Litigante,™ se mostró sorprendido por la elevada cantidad
de suicidios que se presentaron en Francia durante los años de 1878 a
1882, periodo que en que rebasaron, según lo declaró, las 33 mil muertes.
Su extrañeza fue aún mayor cuando se dio cuenta que los suicidios por
amor ocupaban un sexto lugar, por debajo de los motivados por enaje-
nación mental, dolencias físicas, la embriaguez e incluso la miseria. Tal
rareza quizá se le haya hecho manifiesta por lo que él mismo pudo haber
observado en el contexto nacional y de la misma Guadalajara, ya que
—decía— los dramas en los que estaba inmiscuido el amor debía ser la
primera causa de suicidio. No obstante, aprovechó para advertir lo que a
su parecer representaban tales muertes: "Los que se matan, no son cri-
minales. Se les llama cobardes por personas que temo mucho no tengan
una idea muy clara de lo que es valor. En cuanto a mí, los llamo más bien
desgraciados".14
Juan Panadero tiempo después, y sobre ese mismo tenor, no ocultó
su parecer ante tan peculiar asunto. Durante la dirección de Gregorio
R. Flores, la redacción volvió a emitir una misiva, a modo de reflexión,
sobre la falta de principios morales y de sustento en la fe católica como
importantes pilares que hacían que el individuo soportara los agravios
y dolores de la vida:

12. "Tiene muchísima razón", en Juan Panadero, t. vil, núm. 435, Guadalajara, domingo 3 de
octubre de 1876, p. 4.
13. "Algunos datos estadísticos sobre la criminalidad y el suicidio en Francia", en El Litigante,
tomo ra, núm. 43, Guadalajara, 23 de noviembre de 1884, p. 1.
14. ídem.

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Suicidio y opinión pública
Yo debo ceder pues, a la voz inextinguible de mi conciencia benéfica, yo debo obe-
decer un designio santo que me ha de acompañar hasta el sepulcro; más si para
salvarme del suicidio necesito primero adquirir una virtud ¿qué cosa es fe? Fe, es el
testimonio que debemos darle a lo que no vemos. Siendo como lo creo, de esa ma-
nera, este pobre defensor del pueblo, que anhela por inculcar a sus compatriotas
toda clase de principios morales, porque nunca estará de parte de las desastrosas
medidas que adoptan algunos escépticos, hoy que se permita decir ¿creemos o no
creemos?15

Este mensaje, que intentó popularizar Juan Panadero, del mismo modo
tornó su dirección para descalificar la propagación de "las pésimas doc-
trinas del Calvino"16 que, entre de sus múltiples males, desterraba a los
hombres de los brazos de la fe.

El foro católico

Pero si hubo un periódico que no cesó de descalificar y estigmatizar el


suicidio fue el bisemanario católico La Linterna de Diógenes, fundado
por el escritor tapatío Bruno Romero y constituido principalmente por
columnistas pertenecientes al clero. A los dos años de su fundación
(1889), y un mes después del magnicidio del general Ramón Corona, y
bajo su lema: ¡Se han popularizado el mal y la miseria! ¡Popularicemos
pues, el bien y la verdad!, comenzaba a mostrar cierta inquietud al res-
pecto. Para ellos, y por principio de cuentas, el acto suicida represen-
taba dos cuestiones: un manifiesto choque contra la divinidad humana
y una latente falta de amor del individuo hacia sí mismo.17
En fechas posteriores, la misma Linterna estuvo de acuerdo en cali-
ficar como "epidemia" a la elevada tasa de suicidios que se reproducían
tanto en México como en la misma ciudad de Guadalajara. A todo lo

15. "El suicidio", en Juan Panadero, t. XXI, núm. 3233, Guadalajara, domingo 21 de agosto de
1898, p. 1.
16. ídem.
17. "El suicidio", en La Linterna de Diógenes, año in, núm. 142, Guadalajara, 18 de diciembre de
1889, pp. 1-2.
* Con esto no quiero decir que fue el único año en que dicho semanario presentó un mayor
número de comentarios relativos al suicidio, ya que tras la consulta en los acervos, algunas
de las fechas —como de éste y otros periódicos— presentaron lagunas por no existir hasta el
presente material alguno. Por tal modo no sería raro suponer que La Linterna no separó en
mucho el dedo del reglón en lo concerniente a los suicidios durante otras fechas en que este
semanario tuvo vida.

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Miguel Ángel tsais Contreras

largo del año de 1899* La Linterna publicó variedad de comunicados


en donde sus comentarios, en algunos de ellos, fueron equiparados con
otros periódicos de la localidad o del país —y que tuviesen la misma
tendencia— con la plena intención de respaldar su discurso. Por ejem-
plo, al haberse referido a El Tiempo de la ciudad de México, coincidió
en que la parte moral, las creencias y la religión, como complementos
de la pedagogía entonces moderna, eran elementos importantísimos
que protegían al hombre de la "epidemia de suicidios".18
Para el mes de junio de ese mismo año, La Linterna añadió un ele-
mento más que conducía o hacía más posible el suicidio: el gusto por las
novelas; que en combinación con la falta de una buena educación moral
y religiosa, era una costumbre a la que muchas otras personalidades,
como el mismo sacerdote y hombre de leyes, Agustín Rivera, también
se opusieron:
Verdad es que la lectura de las novelas, como dice muy bien el escritor Doctor Don
Agustín Rivera, es un factor poderoso, pero más que éstas, la falta de educación
religiosa y de moralidad. [...] Si se quiere que el suicidio tenga un hasta aquí, edu-
cad al hombre desde niño, en la religión y en la moral, y desechad todas las novelas
que no sirven para ilustrar, sino para corromper el corazón principalmente de los
jóvenes y de las jóvenes.19

Días antes, el mismo Agustín Rivera, quien nunca desaprovechó la


oportunidad de expresar sus ideas respecto al suicidio, presentó en la
revista conservadora La Defensa (calificada por sí misma como "cien-
tífica y literaria"), lo que a su parecer eran los dos principales factores
que influían en el suicidio:
El primero es la debilidad del cerebro por la falta de educación física. Es una ra-
reza que un gordo se suicide, y se podría haber jurado que Fray de la Concepción
jamás se suicidaría. El segundo factor son las malas novelas [...] Jóvenes: leed una
novela entre cien. Las novelas y los cuentos no matan a nadie, únicamente hacen
perder el tiempo.20

18. "La epidemia de suicidios", en op. cit, año xm, núm. 783, Guadalajara, 22 de abril de 1899,
' P-2. . . -
19. L, E Rodríguez, "El suicidio", en op. cit, año xm, núm. 800, Guadalajara, 28 de junio de
1899, p. 1.
20. Agustín Rivera. "Pensamientos. Sobre las causas del suicidio", en La Defensa, núm. 3,
Guadalajara, 25 de junio de 1899, p. 4.

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Suicidio y opinión pública

Al mes siguiente, y en reacción por la multiplicación de crímenes que


se propagaban —según decían los redactores deLaLintema— por toda
la sociedad mexicana, el semanario lanzó una nueva amonestación en
la que incluiría ahora, como propagadora de la epidemia suicida, a la
filosofía liberal y anticlerical de los Estados, procedimientos que, asegu-
raban, recrudecían la perversa influencia del diablo:
La libertad de enseñar lo malo y engañar a los hombres, establecida ya en todas
las naciones liberales como fundamento social y político con el nombre de libertad
de pensamiento, de la palabra, de la imprenta, del periódico, del libro. ¿Y quién
puede tener interés en sostener esa libertad de mentir, de engañar y de perder a
los hombres? Fuera del diablo no conocemos a otro. El diablo, padre de la mentira,
homicida y ladrón, f...] es el único interesado en hacer de la sociedad una sucursal
del infierno, y como a ello le ayuda el liberalismo, de aquí nuestro aserto.21

Fuera de la problemática del suicidio pero con ese mismo pretexto La


Linterna impulsó múltiples ataques hacia la manera de conducirse *de
los gobiernos locales, sobre todo por algunas de sus posturas que iban
en contra del catolicismo nacional.
El día 21 de ese mismo mes, La Linterna nuevamente se adhería a
los comentarios y propuestas que emitían los periódicos de la Ciudad de
México —El Imparcial y El Tiempo— para imponer medidas necesarias
en la lucha contra la propagación del suicidio en dicha capital; La inicia-
tiva era la de eliminar por completo las notas periodísticas que hicieran
alusión a cualquier acto suicida, con lo cual se podría apaciguar ese
connotado sentido novelesco que atraía y provocaba a la vez reacciones
en sus lectores.22 ¡

21. Adolfo Clavarana, "La epidemia suicida", en op. cit, año xni, núm. 804, Guadalajara, 12 de;
julio de 1899, p. 1. '
22. "Contra el suicidio", en op. cit, año Xffl, núm. 798, Guadalajara, 21 de julio de 1899;' p. 2.
Inclusive Cesare Lombroso también advirtió de esa vulgarización de los criminales y sus pa-
siones en la prensa, ya que, para él, tales organismos constituirían una "escuela de vicios y
de crímenes" que lo único que lograban era excitar la imaginación de los lectores. Para 1907
Lombroso hizo mención sobre la creación de una liga similar en Italia que manifestó su de-
manda a favor de la desaparición de la crónica escandalosa. Cesare Lombroso, "Lo que dice
Lombroso", enArgos. Gaceta de Policía, 1.1, núm. 14, Guadalajara, 15 de julio de 1907, pp. 217-
219. De igual manera, este mismo proceso de censura noticiosa lo pudo demostrar el historia-
dor francés Georges Minois en la prensa y publicaciones de opinión en el París de mediados del
siglo xvni, en donde el gobierno acumuló esfuerzos por silenciar cualquier clase de impresos
que hicieran alusión o defendieran el suicidio. Georges 'Minois, History of Suicide. Voluntary
Death in Western Culture, EU, The Johns Hoptóns University Press, 1999, p. 293. ¡

117
Miguel Ángel Isais Confieras

Sus reflexiones, recriminaciones y demás atributos que le imputa-


ron algunos colaboradores de La Linterna al suicidio, dejaba en claro
—al menos para ese sector y sus probables lectores— el elevado grado
de inmoralidad y cobardía que éste les representaba. Todavía para el
mes de noviembre La Linterna formuló un categórico comentario de
primera plana en donde se advertía de la deshonra y repudio que podía
representar el suicidio, aun por encima de los demás crímenes:

El suicida es el mayor de los criminales. ¿Y habrá persona que quieran concurrir al


entierro de un suicida? Imposible parece que haya quien rinda tributo de amistad
o afecto a un criminal, a un malvado que muere en su crimen. El criminal arrepen-
tido merece compasión y amparo; pero el suicida es un criminal empedernido que
muere escandalizando, que muere renunciando a toda esperanza de reconciliación
con Dios. [...] Debería reestablecerse la antigua ley en que declaraba infame la
memoria del suicida.23

Prohibido para las mujeres

Pero para comprender mejor la percepción que tuvo la prensa hacia el


suicidio, no hay que olvidar lo que se decía, o no, del suicidio femenino.
La incursión de la mujer en la vida pública bajo el rol laboral, motivó que
el discurso moral o burgués dedicado hacia la mujer obrera o trabaja-
dora le imputara atributos en los que no dejaban de descalificar su nueva
actividad que comúnmente fue asociada con la prostitución. Advertían
que una de sus principales funciones dentro de la sociedad, por no decir
exclusiva, era su tarea reproductora, ser buena madre y buena esposa. Su
labor —confinada al ámbito privado— tenía que coadyuvar a la forma-
ción de ciudadanos —hombres— más útiles a la nación (Ramos, 2001:
296-302).
La fisiología femenina durante todo el siglo xix permaneció como
un misterio que, y pese a ello, el ojo clínico masculino no dudó en re-
solver a sus posibilidades. Para ese tiempo gran parte de los alienistas y
médicos en general consideraban a la histeria como un malestar propio
de la naturaleza de las mujeres, cuyo origen se denotaba desde el pecu-
liar funcionamiento de la matriz y las manifestaciones que desarrollaba
su libido (Corbin y Perrot, 1993, t. 4:576-578).

23. Rafael Torres Marino, "El suicida", en La Linterna de Diógenes, año xm, núm. 836,
Guadalajara, 8 de noviembre de 1899, p. 1.
Suicidio y opinión pública

Así la mujer, como parte elemental que era del buen funcionamien-
to de la familia, tenía pocas o nulas posibilidades de error. Su vida con-
finada al espacio doméstico no le permitía hundirse en los achaques
propios de su sexo y a los que la reducía la sociedad. La mujer suicida,
al menos para la Guadalajara porfiriana, fue algo inconcebible, aunque
eso no hubiese querido decir que tal preferencia no existió.
No obstante, y tras un rastreo en las actas criminales que almacena
el Archivo Histórico del Supremo Tribunal de Justicia, el suicidio fe-
menino fue completamente raro. Ahora bien, la función que aquí des-
empeñaron las fuentes hemerográficas ha resultado de gran valor, pues
con su ayuda, y sin importar lo breve de muchas de las notas de gaceti-
lla, pueden encontrarse la existencia y algunos patrones específicos del
suicidio en las mujeres.
El día 27 de diciembre de 1896, el semanario La Libertad, entonces
calificado como independiente y fundado por el abogado Francisco L.
Navarro —hombre cuyo temple oposicionista logró transmitir en las pá-
ginas de su diario— (Iguíniz, 1955, t. II: 259-260), dio nota de que el día
24 de ese mismo mes una señora se introdujo a la parroquia de Analco
tal vez intoxicada por algún corrosivo, pues momentos después "cayó
para no levantarse más".24
En enero del siguiente año25 —casi un mes después— el mismo sema-
nario dio nueva nota de que una joven de "familia decente" se ahorcó de
una canal por una de las calles de la vecina villa de San Pedro. A su vez,
agregaron —dato realmente curioso— que por cuestiones de parentesco,
las autoridades no hicieron las averiguaciones correspondientes del caso,
seguidamente que el cadáver fue sepultado sin ningún requisito. De he-
cho, para los mismos redactores de La Libertad el acontecimiento quedó
lleno de incongruencias tras haber puesto en tela de juicio la veracidad
de los hechos: "Como no se sabe bien si en efecto hubo suicidio o se co-
metió algún crimen, bueno sería que se esclareciera suficientemente el
hecho".26
A tal cuestionamiento de Lo Libertad, podría agregarse la actitud que
asumieron las propias autoridades, lo cual puede suponer que resolvie-
ron por no levantar el acta formal que conforme a ley correspondía y a

24. "Suicidio", en La Libertad, 1.1, núm. 64, Guadalajara, domingo 27 de diciembre de 1896, p. 2.
25. Ibídem, núm. 69, Guadalajara, jueves 14 de enero de 1897, p. 2.
26. ídem.

119
Miguel Ángel Isals Contreras

iniciativa, posiblemente de los mismos familiares. Razón ésta última qui-


zá —y pese a ser un solo caso— que puede explicar la casi inexistencia de
mujeres suicidas en el Archivo Histórico del Supremo Tribunal.
Como comparación, dieciocho años atrás (1879) el periódico Las
Clases Productoras21 publicó un caso semejante que igualmente sucedió
en la villa de San Pedro. Una joven perteneciente a una de las princi-
pales familias de Guadalajara, "cuya posición resalta más por las be-
llísimas cualidades de su saber y su virtud", se propinó un balazo en él
pecho sin provocarse la muerte. No obstante la exhibición del caso, Las
Clases Productoras mostró su solidaridad con los familiares al no haber
mencionado siquiera el nombre de la joven y ofreció asimismo alientos
para su pronto alivio: "Que su apreciable familia obtenga pronto este
consuelo, y la delicada joven no permita que vuelva a cruzar por su
mente el pensamiento terrible de su propia destrucción".28
De este modo, se puede observar el estado tan intangible en apa-
riencia del suicidio femenino en la Guadalajara porfiriana —que no se
descarta haya sido similar aun años atrás—. Si es difícil establecer una
relación estadística de los suicidios masculinos, casi imposible será para
el caso de las mujeres, atribuido todo ello a dos factores principalmen-
te: el ocultamiento por parte de los familiares dentro de las clases pri-
vilegiadas —muchas veces en convenio tanto con las autoridades como
con la prensa y hasta la misma Iglesia— y el grado de pasmo y espanto
que ocasionaba en toda la sociedad, asimismo como para evitar tal vez
la vergüenza.29 En la mujer tales actitudes no tenían cabida. De suceder,
algunas veces también lo hacían de manera involuntaria. Así, el suici-
dio femenino —al menos en Guadalajara— preferentemente no tuvo
mucha difusión tanto en la prensa como en los tribunales porque su
aparición, por muy breve que fuera, ponía en entredicho la estabilidad
social (Castillo, 2001: 325).

27. "Conato de suicidio", en Las Clases Productoras, Guadalajara, 29 de septiembre de 1879, año
II, núm. 98, p. 4.
28. ídem.
29. En lo tocante al ocultamiento y la vergüenza que puede provocar en los familiares una acción
semejante al suicido, me respaldo aquí en lo sugerido por el psiquiatra Thomas Szasz, quien
afirmó que este sentimiento de vergüenza y reservas en cuanto a hacer del dominio público la
existencia de un enfermo mental o suicida en la familia, evitaría en lo sucesivo la propagación
o el señalamiento del vulgo. Thomas Szasz, El mito de la enfermedad mental Bases para una
teoría de la conducta personal, Buenos Aires, Amorrortu, 1994 (1a edición 1961), p. 64.

120
Suicidio y opinión pública

Nuevas causas

No obstante, otros periódicos que también circulaban en la capital jalis-


ciense en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del xx pretendían
seguir diferentes tendencias, aunque en algunos puntos no muy alejados
de los ya citados. ^j
Para el año de 1908 el diario La Libertad, además de haber publicado
a lo largo de todo su periodo de vida múltiples notas sobre suicidios, de
la misma forma se mostró preocupado por las cifras alarmantes'de ellos
por toda Europa, lamentando a su vez la falta de datos estadísticos para
el caso de México, los que a su parecer debían haber tenido similares
magnitudes.
Bajo una firme convicción en los argumentos de la ciencia —sin que-
rer decir con ello que haya dejado de respetar las ideas religiosas—, La
Libertad convino en que un mejor ataque contra el suicido se lograría si
la ciencia también colaborase, aun por encima de la propaganda moral y
religiosa:

Entre tanto, pues, que andamos queriendo encontrar como causas únicas del fenó-
meno de que estamos hablando, en la religiosidad, educación y moralidad del indivi-
duo, presa de esa dolencia, no haremos otra cosa que distraer a la ciencia, del estudio
que se debe dedicar al objeto, para aventurarse por otras esferas, perdiendo tiempo
y oportunidades.30

La Libertad mantenía y daba por hecho el grado de enfermedad mental en


que los suicidas culminaban sus actos, y en base en tal argumento creían
que los gobiernos del país tenían la responsabilidad de asistir a los suje-
tos propensos al suicidio con instalaciones y procedimientos adecuados.
Ahora ya no sólo era responsabilidad de la educación moral y religiosa:

¿Por qué el Estado no ha de tomar un participio enérgico y directo en el asunto,


creando y sosteniendo un centro de clínica a donde se remitan para su observación y
cura a todos aquellos que den muestras efectivas de propensión a privarse de la exis-
tencia? [...] El gobernante que tal realizara en Jalisco, si no era loado y bendecido al
presente, cuando empezaran a palparse los benéficos efectos de una institución de la
clase a que nos referimos, obtendría los más calurosos aplausos de la sociedad.31

30. "El suicidio. Estadística espeluznante. Sus causas más probables. El Estado puede prevenir el
mal", en La Libertad, año xm, t. xvni, núm. 813, Guadalajara, 11 de junio de 1908, p. 1.
31. Ibídem, núm. 814, Guadalajara, 12 de junio de 1908, p. 1.

121
Miguel Ángel Isals Contreras

Como un diario de verdadera oposición, La Libertad no dejó de apro-


vechar el momento para realizar constantes reclamos hacia el gobierno
del estado y su administración. Aun así, cabe mencionar que los redac-
tores de dicho diario concebían otra etiología del suicidio asociada con
una propuesta terapéutica. La Libertad pretendía romper de una vez
por todas con ese falso paradigma del suicidio como un acto ejecutado
bajo el completo artificio de Satanás:
¡Pobres enfermos! No eran sugestiones de Satanás contra las que tenían que lu-
char, en aquellos tremendos momentos, sino contra una afección física. A la vez
que encomendarse a Dios para que los ayudase a dominar aquel secreto impulso,
debieran haber pasado al consultorio de algún especialista y reclamar el auxilio de
sus conocimientos.32

Representando a Ron

Mientras así permanecieron las cosas, para 1889 hubo un evento en


donde la prensa jugó un importante papel en el manejo de la crónica
real y la generación de estigmas. El 11 de noviembre de ese año, los
periódicos tapatíos en su conjunto, algunos sin confirmar sus fuentes
con precisión, atendieron en largas páginas el asesinato del general
y entonces gobernador del estado de Jalisco Ramón Corona por un
joven profesor que respondía al nombre de Primitivo Ron, sujeto que
momentos después se daría así mismo la muerte —cuestión esta última
que desmentiría y llevaría a debate el Doctor Atl tiempo después.

32. ídem.
* Nunca se ha dudado del asesinato del general Ramón Corona perpetrado por Primitivo Ron,
pero a raíz de tal acontecimiento las implicaciones que posteriormente se generaron alrede-
dor de éste por paite de la prensa y hombres de política, ofrece hoy en día cierta desconfianza
a ojos de los investigadores: si Porfirio Díaz en realidad había mandado matar al gobernador
Corona, si Primitivo Ron se dio muerte después del crimen que cometió o fue acometido por
terceros, etc. Estudios contemporáneos han tenido la precaución de atinar en tales riesgos al
poner énfasis en el análisis discursivo (Sarah Corona Bertín, "La verosimilitud en la crónica
policial. El asesinato de un gobernador", en Comunicación y Sociedad, núm. 31, septiembre-
diciembre de 1997. Departamento de Estudios de la Comunicación Social. Universidad de
Guadalajara, pp. 151-173); otros no obstante también han decidido aceptar con un poco más
de confianza tales informes y relatos que se generaron en torno a dicho evento aunque de
alguna manera igualmente precautoria. Raúl López Alraaraz, Ramón Corona: autopsia psico-
lógica de su asesino, Guadalajara, Gobierno del Estado de Jalisco, Uned, 1984.

122
Suicidio y opinión pública

No obstante, evitaré para lo presente incurrir en cuestiones que ten-


gan que ver con la verosimilitud tanto del asesinato del general Coro-
na como de los tintes políticos que tal evento adquirió —asuntos que
también requieren y han sido objeto de varios análisis—,* así también
como del supuesto suicidio de Primitivo Ron. Mi intención va más en-
caminada a demostrar aquel imaginario o estigma que diseñó la pren-
sa tapatía sobre la desequilibrada figura de Ron y que posteriormente
difundiría entre la sociedad. Sin embargo no está por demás hacer un
breve recuento de tal acontecimiento que ofrecieron diversos diarios y
personalidades de la ciudad.
Para el día 10 de noviembre de 1889 cuando eran las cuatro y media
de la tarde, el general Ramón Corona salía del Palacio de Gobierno en
compañía de su esposa, su hijo y una nana, con la intención de dirigirse
al Teatro Principal, antes Coliseo Zumelzu, que se encontraba ubicado
en los cruces de las calles de Degollado y del Carmen (hoy Juárez), para
disfrutar de la obra Los Mártires de Tacubaya. El trayecto real de Corona
nunca fue muy claro, mientras unos decían que caminó por la calle de Lo-
reto para doblar en Degollado, otros aducían que caminó por la misma
calle de Palacio (hoy Ramón Corona) para después dar vuelta en la del
Carmen y así llegar a dicho teatro. Igualmente se prestó a divergencias
la ubicación original de Primitivo Ron y de quienes lo acompañaban. Sin
embargo, la mayoría de las versiones acordaron que el atroz suceso fue
cometido en el cruce de las calles de Degollado y del Carmen, donde Ron
le atestó dos puñaladas por la espalda, hiriéndolo de gravedad: una de
ellas en el cuello y otra en el vientre. En el acto, Ron intentó alejarse del
lugar y a tras haber corrido sólo algunos metros, dijeron algunos, se dio
cuatro puñaladas; y a razón de otros, fue alcanzado por unos gendarmes,
siendo ellos quienes le proporcionaron las mismas lesiones en el pecho.
Ron terminó muriendo casi en el acto (López, 1984:17-29).
La figura de Ron, a diferencia de la de Ramón Corona que fue ele-
vada en sus honras fúnebres, cayó en total descrédito en todos los me-
dios no sólo por su acción criminal en contra de un ilustre gobernante,
sino también por haber culminado sus actos, cierto o no, con una ac-
ción suicida —según lo manifestó la prensa mediante versiones oficia-
les— que, a más de setenta años de distancia, fue puesta en duda por
la versión del muralista Gerardo Murillo, el Doctor Atl, hombre que se
declaró testigo de tales hechos.
A decir de Murillo, la gente no creyó en la historia del suicidio, la
que a su vez rumoreaba que en aquel hecho sangriento estaba la mano
123
Miguel Ángel Isais Contreras

de Porfirio Díaz,33 los medios y la élite política posiblemente se pre-


ocuparon más, si se toma en cuanta tal argumento, en divulgar entre
la sociedad la idea no sólo de un suicidio por demás intrigante, sino en
representar la vida de Primitivo Ron como la de un hombre infame y
demente. Tal pareciera que todas las imágenes, representaciones y con-
ductas que ellos consideraban propias normalmente de un acto suicida,
fueron imputadas a Primitivo Ron. Así, Primitivo era un enfermo ro-
mántico, un filósofo liberal, un enemigo de la Iglesia y por consiguiente
un enajenado mental.
Pero ¿de qué argumentos se valieron para lanzar tales calificativos?
La prensa en su conjunto, en donde también se vio involucrada la de la
Ciudad de México, popularizó la nota o manifestación suicida que se le
encontró, supuestamente, a Ron entre sus pertenencias al momento de
haber asesinado a Ramón Corona, en donde él decía suicidarse por las
razones siguientes:
1Q Porque desde que nací he sufrido intensamente.
2a Porque he sido despreciado por las mujeres, prueba de ello que jamás he
tenido una novia.
3Q Porque he sido injustamente la burla de mi parentela, de mi tierra natal,
del Sur, del Gobierno, del Distrito Federal, de México, de la Junta Directiva de
Estudios de Jalisco y del Comercio.
4S Porque no puedo remediar la situación de mi familia, de las viudas, de los
huérfanos, de los heridos, de los caminantes, de los soldados y de la humanidad
doüente.
5S Porque para mí no hay goces de ninguna clase, pues el aroma de las flores,
el dulce de las frutas, el canto de las aves, y los ecos de la música no deleitan a mis
sentidos; por el contrario, sufro mucho al ver que todos no pueden gozar, como yo
lo deseo.
6S Porque yo no quiero sufrir en el porvenir, no quiero echar al mundo hijos
que sean desgraciados.34 ;

Tras su estentóreo crimen, mucho se publicó sobre la vida personal de


Ron con la única finalidad de demostrar sus intensas conductas suici-
das. La Linterna de Diógenes, que tiempo después lanzaría constantes
recriminaciones al fenómeno del suicidio en general, arremetió contra
la figura de Ron calculando su grado patológico: "El nombre del mise-

33. "Dr. Atl. Primitivo Ron", en El Informador, Guadalajara, 13 de octubre de 1963, p. 6-C.
34. "Manifestación. Mi decisión suicida", en La Linterna de Diógenes, Guadalajara, 13 de no-
viembre de 1889, p. 1.
Suicidio y opinión pública

rabie que tiene consternado en estos momentos al estado de Jalisco, era


Primitivo Ron [tenía] llena la cabeza de ideas extrañas y exageraciones
que acusaban en él la demencia tanto más terrible cuanto más repri-
mida. El suicidio era su monomanía favorita".35
Juan Panadero por su parte, a los diez días después del asesinato de
Corona, mostró un singular fastidio por la importancia y popularidad
que había adquirido Ron en la mayoría de los periódicos de Guadalaja-
ra —en la que ellos mismos habían colaborado— y del centro del país:

¡En mala hora se le ocurrió a ese loco hacérsele célebre! [...] La muerte del Gral.
Corona ha sido una casualidad; a su paso por una calle, encontró una inmundicia
cualquiera; la pisó descuidado y resbaló. Nada más. Engrandecer y deificar ese
infeliz, sería tanto como deificar y engrandecer a la cascara del plátano que causa
la muerte del viandante que en ella resbala.36

Fuente: Octaviano de la Mora (López Almaraz, 1984).

35. "Más pormenores", en ibídem, p. 2.


36. "¿Qué será de nosotros?", en Juan Panadero, t. XV, núm. 2109, Guadalajara, 21 de noviembre
de 1889, p. 1.

125
Miguel Ángel Isais Contreras

Tanto el quebrantado gobierno de Jalisco como la familia de Corona


recibieron gran cantidad de condolencias y palabras de aliento de todas
partes del país, en las que tampoco se dejaban de vapulear la figura del
desdichado suicida:

El desventurado Primitivo Ron, ¡asesino y suicida! a juzgarlo por los escritos que
se dicen suyos, se palpa que se inició con la lectura mal digerida de autores impíos,
socialistas y blasfemos, en los más absurdos errores y falsas doctrinas. Las tinieblas
de la duda, perdida la fe en el porvenir, envolvieron en noche eterna su alma, y la
desesperación ahogó en su pecho todo sentimiento.37

Así, si no se sabía mucho de Primitivo hasta antes del magnicidio, la


prensa por consecuencia se encargó, mediante los supuestos escritos
que aquel dejó, de interpretar su conducta moral y educación que ter-
minaron por demostrar su estado de demencia. Como sucedía con la
mayoría de los suicidas con cierto nivel ilustrado de aquella época, "el
pernicioso influjo del más desconsolador materialismo" (Pérez Verdía,
1989 [1911]: 505) se hacía presa de sus gustos y aficiones, lo que daba
como resultado un distanciamiento de sus deberes morales y sobre todo
de la fe católica. Diseñando una imagen que, más que descalificar la
conducta autodestructiva de Ron, retomaba una lucha más en contra
del suicidio.
De este modo, la prensa al comentar la nota de algún suicidio o
de individuos que intentaran tal cometido, no evadió la posibilidad de
emitir algún juicio al respecto, que por lo regular iba en el sentido de
la total reprobación. Como un ejemplo de esto se presenta la nota que
publicó La Libertad:

Ayer cerca de las 6 de la tarde en la casa 441 de la calle de Morelos, uno de tantos
desviados de razón que responde al nombre de Vicente Ayala, y por pretextos que
nunca faltan a "los chiflados" de nuestro vetusto planeta, intentó contra su vida
en estado de embriaguez (chiflado y ebrio... que lo fajen) causándose una lesión
en el cuello y dos en el abdomen. [...] Ayala se escapó de hacerles compañía a los
eternos silenciosos del Panteón, y en cuanto a la parte legal, el hecho fue consig-
nado al Juez le de lo Criminal. ¡Al manicomio! ¡Al manicomio con él para que sea
curado de amor!38

37. Archivo Histórico de Jalisco (en adelante AHJ), G. Vázquez del Castillo, Autlán, I9 de di-
ciembre de 1889, Gobernación, 17,1889, fe. lv-2.
38. "Conato de suicidio", en La Libertad, Guadalajara, 14 de julio de 1908, p. 2.

126
Suicidio y opinión pública

Es de notarse que entre los periódicos tapatíos algunos de ellos se decla-


raron a sí mismos como católicos. La Linterna de Diógenes, El Católico
y El Regional fueron muestra de algunos de ellos. Por lo cual, es de
gran importancia analizar el enfoque de tales semanarios —como la
ha sido el caso de La Linterna—, ya que por lo común la mayoría de
sus redactores eran miembros directos de la Iglesia, en este caso, del
Arzobispado.
Así, en la Guadalajara de finales del siglo xix la Iglesia, como lo
hizo con la mayoría de los delitos que actuaban en contra de la moral y
los mandatos divinos, no olvidó transmitir su posición sobre la inmora-
lidad del acto suicida. Para ello los sacerdotes y teólogos mexicanos em-
plearon diversos mecanismos: algunos de ellos lo fueron posiblemen-
te el haber tratado de persuadir a sus feligreses en las congregaciones
parroquiales; y otro, igual de eficaz, fue su intervención en la prensa
local que, si no religiosa, la mayoría era sumamente conservadora. El
Católico y La Linterna de Diógenes fueron sus principales espacios de
expresión.

El discurso científico

Si bien para el Código Penal del estado de Jalisco de 1885 el suicidio


ya no representaba una conducta delictiva, al conato, al menos implíci-
tamente, lo llegó a considerar como un comportamiento que atentaba
contra el orden público, acción que, por consecuencia, debía ser sancio-
nada. Y esto sucedía porque el conato o intento de suicidio perseguía
por lo regular diferentes fines. Comúnmente, los sujetos que incurrían
en él lo hacían en medio de un escándalo, la mayoría de las veces dentro
de la esfera doméstica, para llamar la atención del cónyuge o los fami-
liares. Cuando dicho conato trascendía a la esfera pública e implicaba
otras circunstancias delictuosas, la situación legal de quienes lo ejecu-
taban se veía agravada por un proceso judicial. Así, aunque al conato
tampoco se le reconoció directamente como un delito, regularmente
tenía serias implicaciones legales, por ejemplo: alterar el orden público,
riñas, lesiones, etc. Es importante reconocer que durante la mayoría
de estos actos, incluidos los suicidios consumados, existía exceso en el
consumo del alcohol.
El alcoholismo tuvo un papel preponderante en el desarrollo del
suicidio en la Guadalajara porfiriana. Era, decía el discurso elitista, el

127
Miguel Ángel Isais Contreras

peor de los vicios, la causa del desempleo, la violencia doméstica, la


holgazanería, la criminalidad, la vagancia y de todo lo inmoral. El exce-
so de trabajo y las responsabilidades a su vez eran apaciguados con el
consumo del alcohol. Su estrecho vínculo con el suicidio también hacía
a éste más común en la sociedad tapatía. Si hablamos del conato de sui-
cidio, en donde existe el testimonio de quienes así lo determinaron, casi
en su totalidad éstos declaraban no saber lo que hacían, que por su es-
tado de ebriedad no recordaban nada; incluso algunos otros declararon
que jamás lo volverían a intentar o que fue producto de un accidente.
Los que intentaban suicidarse, a sabiendas o no de que lo que ha-
cían era un delito, presentaban como su valioso argumento y defensa su
estado de ebriedad al momento de haber consumado el hecho. Para el
Código Penal del estado de Jalisco de 1885, si el acusado manifestaba,
en cualquier delito que fuese, un evidente estado alcohólico durante
sus actos, era excluido de su responsabilidad criminal por creerse que
actuaban privados enteramente de la razón. La presencia del alcohol,
así como la evidente enajenación mental, funcionaban —a como lo esti-
maron los primeros códigos— como verdaderos atenuantes.
Ahora bien, y retomando algunos aspectos del punto de vista cientí-
fico, para el profesor y doctor Adolfo Oliva, quien fue uno de los higie-
nistas más renombrados en la capital jalisciense, el alcoholismo repre-
sentó un malestar que trajo consigo la modernidad, ya que favorecía la
propagación de la locura, la pereza y la vagancia. Al referirse a los efec-
tos internos que causaba la excesiva ingesta de alcohol, éste llegaba al
corazón para dirigirse después "por la carótida interna al cerebro". La
reacción que ejercía sobre esta última zona adquiría una situación de
delirium tremens que en muchos casos, y debido a su estado de completa
languidez y atrofia mental, podía llegar a convertirse en parálisis gene-
ral, demencia o melancolía alcohólica, esta última era en donde más
se desarrollaba —decía— la monomanía suicida (Oliva, 1903: 16). Así,
para Oliva no había más que agregar entre el estrecho vínculo suicidio-
alcoholismo: "La mayoría de los suicidas son alcohólicos. Los progresos
del suicidio están en razón directa del desarrollo que el alcoholismo ha
alcanzado en los últimos años. [...] Cualquiera que sea la forma de deli-
rio, los miserable sujetos a él [el alcoholismo] están expuesto a cometer
homicidios o a suicidarse" (Oliva, 1903:17-35).
De cualquier manera, el suicidio en la ley fue una verdadera contro-
versia, y así también lo manifestó el abogado Manuel Mancilla, quien

128
Suicidio y opinión pública

señaló que existía una falta de apreciación al respecto: "No obstante el


que atenta contra su vida, sin morir, cuando sea curado, debe sufrir al-
guna pena extraordinaria, pues en realidad ha cometido un delito, que
el orden público debe castigar, y reprimir" (Mancilla, 1879: 50).
Otro médico muy renombrado en la sociedad tapatía fue Miguel
Mendoza López, quien fuera jefe durante algún tiempo de la sala de
enajenados del Hospital Civil de Guadalajara. Sin referirse específica-
mente al suicidio en sus Elementos de Medicina Legal, al menos hizo
mención sobre las causas más comunes que lo podían consumar. En
primer lugar encontró a la melancolía o lipemanía, comportamiento ca-
racterizado por un delirio triste y una enajenación parcial depresiva y
cuyas causas a su vez provenía de "la miseria, de las fatigas prolongadas
del espíritu o de los reveses de la fortuna" (Mendoza, 1884:141):

La forma depresiva o delirio melancólico, como dije antes, ataca al quinto de nú-
mero de casos [de locura]. El enfermo cree que ha cometido un delito, que lo van
a entregar a los tribunales, que ha deshonrado a su familia, que la ha sumido en la
miseria, y llora y constantemente lamenta su situación, no quiere salir del rincón de
su pieza, evita la presencia de las personas (Mendoza, 1884:144).

Asimismo definió la locura transitoria, la cual, aseguró, se presentaba


en algunos sujetos como un cambio repentino en sus comportamientos,
al grado de llegar a cometer un crimen, y culminado éste, volvían al
perfecto uso de su razón. Muy propia, continuó, de los que intenta-
ban suicidarse,* Para Mendoza López esta clase de enajenados debían
de "estar siempre secuestrado de la sociedad, á menos que su carácter
varíe favorablemente, siendo este cambio un signo de curación" (Men-
doza, 1884:145).
Otra forma de locura en la que también se encontraba inmiscuido
el suicidio era la locura impulsiva; aunque relacionada con la transitoria,
aquella tenía la peculiaridad de actuar en contra de la moral, de la con-
ciencia y de las leyes, al ser al mismo tiempo ejecutados de la manera
más premeditada.

Para el psiquiatra italiano Cesare Lombroso este tipo de conducta también la pudo clasificar
como la delincuencia por pasión, representada en "aquellos casos de fuerza irresistible, de
amor contrariado, que casi siempre termina por doble suicidio, y que en realidad es bas-
tante raro, teniendo caracteres peculiares que lo distinguen del criminal [...] muéstrense en
extremo conmovidos, no sólo antes sino hasta después del delito, y sufren una reacción in-
mediata de amargura, y al arrepentirse intentan o consuman en el acto el suicidio." Cesare
Lombroso, El amor en los locos, Madrid, La España Moderna, s. f., Estudios de Psiquiatría y
Antropología, pp. 144-148.

129
Miguel Ángel Isais Contreras

La locura impulsiva tiene dos formas diferentes. En algunos enfermos la impul-


sión se presenta muchas veces, pero siempre la misma; el individuo puede intentar
suicidarse, asesinar o robar; pero en cada uno de sus accesos pretende siempre el
mismo acto. En otros, por el contrario, la impulsión es variable; ya quieren asesi-
nar o suicidarse y después desean incendiar, robar, profanar las tumbas, etcétera
(Mendoza, 1884:147-148).

En la locura epiléptica, una variable más entre las señaladas por Mendoza
López, el comportamiento suicida también se hacía presente mediante
los ataques epilépticos, los que producían la pérdida momentánea de la
inteligencia. Y por último aparecía la locura alcohólica, cuya forma más
aguda denominó —y era mejor conocida— como deliruim tremens, carac-
terizada por las personas que habitualmente ingerían bebidas embriagan-
tes en exceso y en quienes se manifestaba un delirio violento (Mendoza,
1884:148). Del mismo modo, el suicidio podía ser una de sus fatales con-
secuencias.
A fin de cuentas, para Mendoza López el suicidio podía considerarse
una manía cuya etiología comprendía variedad de factores, la mayoría
de ellos eran configurados a partir de la enajenación mental. Sin haberlo
manifestado explícitamente, ofreció elementos para diseñar la monoma-
nía suicida que, como las demás manías, debía de ser sujetada y tratada
terapéuticamente. Nótese además que la implicación criminal del suici-
dio, asimismo de la tentativa, nunca apareció en su estudio como algo por
considerarse.
En resumen, para la mayoría de los médicos legistas e higienistas
mexicanos de finales del siglo xix y principios del xx, el suicidio ya perdía
todo sustento de responsabilidad criminal; ahora sólo debían ser tratados
como cualquier otro enfermo mental.
Así, bajo esta variedad de desajustes y riesgos que implicó la moder-
nidad nacional, el suicidio también formó parte de tal enredo. Su aumen-
to, que se presentó hacia la última veintena de años del siglo xix, llamó
la atención tanto de periodistas, científicos, médicos, higienistas, sacer-
dotes, abogados, y demás miembros de la élite porfiriana que a su vez lo
estigmatizaron fuertemente con sus contundentes discursos cargados de
un amplio sentido moral.
Los suicidas tapatíos, según los estatutos que culturalmente delineó
tal ideología dominante, ineludiblemente eran alcohólicos, ignorantes,
feroces románticos y, sobre todo, sujetos desprovistos de todo raciocinio
moral.

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