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SEMINARIO ARTE Y PSICOANÁLISIS.

DESEO… DESEO… BELLEZA

El arte ha estado ligado al psicoanálisis, muchas veces de manera directa, cuando los
psicoanalistas tomaban algún autor para estudiar su “patología” y a partir de allí, entender mejor
su arte. Otras veces, ha habido orientaciones pedagógicas que usan el arte como terapia, para
diferentes tipos de malestares.

Sin embargo, este no es el enfoque e este seminario. Aquí se trata de reflexionar sobre el arte
en general: ¿cómo podemos entender lo que es el arte?, ¿hay que ir más allá de la
representación para comprenderlo a cabalidad?, ¿puede haber una obra de arte que no sea
represente ni diga nada?, ¿es el arte imagen o ventana?, ¿es posible repensar el arte, sobre todo
el posmoderno que es hegemónico, desde el psicoanálisis?

Para respondernos a estas preguntas nos apoyaremos en el psicoanálisis y especialmente en la


relación entre deseo y belleza, independientemente de qué entendamos por belleza y
mostraremos esa duplicación del deseo que nos conduce hacia el arte; de allí el título: deseo del
deseo, entonces arte.

1. El deseo según Lacan.

1.1.

“Este año hablaremos del deseo y de su interpretación”. Este es el núcleo del psicoanálisis, aquí
se centra su tarea, porque el deseo está allá muy dentro, en el inconsciente, y solo tiene sentido
si se accede a ese deseo que se encuentra detrás de los fenómenos, como su “fundamento”:
“Interviene en la medida en que estas ponen en juego el deseo”. (Lacan, 2014, pág. 11)

Pero, está lejos de ser evidente qué es el deseo, porque tiende a ser reducido a “la noción de
afectividad, positiva o negativa”. (Lacan, 2014, pág. 13) Se trata de preguntarse por el deseo más
allá del afecto, del sentimiento; sin embargo, no existe una respuesta simple, directa.

La dirección que nos permitirá acceder a la comprensión del deseo se encuentra en el carácter
de su interpretación: “El lazo interno, el lazo de coherencia, en la experiencia analítica, entre el
deseo y su interpretación, presenta en sí mismo un rasgo que solo la costumbre nos impide ver:
cuán subjetiva es por sí sola la interpretación del deseo. Bien parece que hay en ese algo ligado
de una manera igualmente interna a la manifestación misma del deseo”. (Lacan, 2014, págs. 18-
19)

De tal manera que no hay una exterioridad de la interpretación respecto del deseo, sino que
este conduce a aquella; algo en el deseo lleva a esa subjetividad de la interpretación, como si el
deseo pusiera las condiciones de su interpretación subjetiva. Deseo y subjetividad están
estrechamente vinculados.

En este momento Lacan recurre a elementos que ha desarrollado en los seminarios anteriores y
que aquí los sintetiza. Digamos que el deseo y su interpretación subjetiva solo se pueden dar en
la medida en que pertenecen de lleno al orden del lenguaje y específicamente de una cadena
significante: “…el psicoanálisis nos muestra en esencia lo que denominaremos la captura del
hombre dentro de lo constituyente de la cadena significante”. (Lacan, 2014, pág. 19)

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En la medida en que el inconsciente está estructurado como lenguaje, el deseo y su
interpretación también lo están. Desentrañar lo que es el deseo nos obliga a colocarnos en esa
“captura” del ser humano dentro del lenguaje.

Se trata, en este caso, de entender esa cadena significante como una forma: “…la puesta en
juego de la noción de forma en cuanto aprehensión de los medios de mantenimiento de la
constancia del organismo”. (Lacan, 2014, pág. 19)

Aquí cabe detenerse a reflexionar las implicaciones que tiene esta introducción de la forma. Esta
se vincula a la posibilidad de supervivencia de cualquier organismo respecto de su medio,
porque puede sobrevivir únicamente si mantiene una cierta regularidad, constancia, más allá de
la información o de la variación de los elementos. Sin esta forma, el ser humano o cualquier otro
organismo, simplemente se diluiría en la lógica del estímulo-respuesta.

El ser humano queda capturado en la cadena significante; esto es, queda capturado en una
determinada forma, que al mismo tiempo que crea una serie de restricciones, permita -abre el
campo de posibilidades- para su existencia desde cierta constancia en sus respuestas. A pesar
de las innumerables variaciones de los estímulos y las respuestas, esa cadena significante del
lenguaje nos proporciona un cierto “mantenimiento de una totalidad”, que es lo que nos
permita a cada uno ser uno mismo. (Lacan, 2014, pág. 19)

La forma no es una exterioridad de la cual pudiéramos prescindir o que fuera irrelevante a la


hora de ser humanos; sino que sin esta forma no seríamos tales. El deseo y su interpretación
también, en este sentido, quedan capturados por esta forma que es la cadena significante.

Ahora bien, extrayendo la conclusión de lo que se ha dicho “cuando está en juego la subjetividad
capturada por el lenguaje, hay emisión, no de un signo, sino de un significante”. (Lacan, 2014,
pág. 20)

1.2.

Quedar atrapado en el lenguaje quiere decir que se ingresa a un campo conformado por una
cadena significantes, porque un significante “toma su valor y su sentido, a partir de su relación
con otro significante dentro de un sistema de oposiciones significantes…” (Lacan, 2014, pág. 21)

La implicación que tiene para cada uno de nosotros es enorme, porque para ser sujetos tenemos
que volvernos discurso. Un discurso que no se sostiene solo, que no puede ser solipsista, sino
que implica desde el inicio “el hecho de que este está relacionado con otros sujetos hablantes”.
La captura del sujeto en el lenguaje introduce violentamente la figura del Otro, porque no hay
lenguajes privados sino siempre públicos. (Lacan, 2014, pág. 22)

De hecho, el discurso del Otro es previo a mi propio discurso; cada uno entra a formar parte de
ese campo discursivo en el cual hace mucho tiempo que otros llevan hablando, en donde el
cruce de significantes se torna cada vez más intrincado. Por esto, “lo que articula la cadena del
discurso como algo que existe más allá del sujeto le impone a este su forma, quiéralo o no”.
(Lacan, 2014, pág. 23)

El deseo se expresa dentro de esta cadena significante del discurso del Otro. Así que lo primero
que se nos hace presente no es “mi deseo”, sino el deseo del Otro: “¿Qué quieres? Se plantea
al Otro la pregunta acerca de lo que quiere.

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Y entonces, nos encontramos con esta afirmación brutal, dicha sin querer, de paso, antes de ir
a otro tema, pero que sacude los cimientos de lo que creemos ser, de la manera cómo
entendemos la conformación de nuestra subjetividad:

“…el deseo como algo que en primer lugar es el deseo del Otro”. (Lacan, 2014, pág. 24)

No se trata de que yo enuncie mi deseo y se lo plantee al otro, o se le demande al otro; eso


vendrá después. El primer acceso a mi deseo es en realidad el encuentro con el deseo del Otro;
la frase completa dice:

“Se la plantea desde el lugar donde el sujeto tiene su primer encuentro con el deseo, el
deseo como algo que en primer lugar es el deseo del Otro”. (Lacan, 2014, pág. 24)

Para la Lacan, “la experiencia del deseo del Otro es esencial”, porque solo el Otro puede colocar
frente a mí, esos significantes articulados con los que yo podré decir mi deseo, más aún tener
un deseo, que en realidad son una sola cosa. Aunque aquí no se desarrolla hay que señalar que
este proceso “deviene inconsciente”. (Lacan, 2014, pág. 24)

Mi experiencia del Otro es, desde el inicio, el descubrir un Otro deseante, en donde el deseo se
articula, se dice, habla. Esto hace que no haya un acceso a “mi deseo” sino a través del habla del
Otro, a quien pregunto qué desea. Una brecha constitutiva se instala en mi interior, en mi
inconsciente, que es esta no coincidencia con mi propio deseo, que no puede sino estar mediado
por el deseo del Otro dentro del sistema de significantes.

La experiencia que pueda yo tener acerca de mi propio deseo, “es al principio aprehendida como
la del deseo del Otro, y en el interior de la misma el sujeto ha de situar su propio deseo. Este no
puede situarse fuera de ese espacio”. (Lacan, 2014, pág. 26)

Cualquier deseo que yo pueda tener, por más personal, íntimo, particular, que me imagine que
es, en realidad atraviesa por el deseo del Otro. Esta no es una característica más de mi
subjetividad, sino que establece mi ser, mi calidad de ser humano, mi existencia entera. Yo soy
en la medida en que mi experiencia del deseo es un viaje a través del deseo del Otro para
regresar hasta mí mismo.

1.3.

El sujeto enfrentado a la imposibilidad de su deseo a menos que atraviese por el deseo del otro,
se siente desamparado, no sabe qué hacer, cómo comportarse. Siempre había creído, más aún
desde la psicología, que los deseos eran lo más personal, propio, intransferible y ahora descubre
que su deseo es en realidad el deseo del Otro. Y para colmo, ¿qué difícil entender y dilucidar
cuál es el deseo del Otro? Un deseo que se presenta siempre como “oscuro y opaco”:

“Ante la presencia primitiva del deseo del Otro como oscuro y opaco, el sujeto está sin
recursos, hilflos. La Hilflosigkeit -empleo el término de Freud- en francés se llama
détresse [desamparo] del sujeto”. (Lacan, 2014, pág. 26)

¿Cómo el sujeto resuelve el desamparo? ¿Qué puede hacer? Ahora tiene que colocarse frente
al Otro, cuyo deseo le constituye como sujeto. Ya no puede evitar esta confrontación, porque
en esto se la va la vida misma, el conjunto de su experiencia como sujeto. Como si de pronto,
toda la maquinaria individualista se hubiera venido abajo, porque no hay primero el sujeto y

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luego la relación con el Otro; sino primero la relación con el deseo del Otro y entonces, la manera
específica como me convierte en sujeto.

Entonces, ¿a dónde acude el sujeto frente al deseo del Otro? Nos encontramos con la mirada
del otro -y aquí es otro concreto, específico, empírico, así escrito con minúscula: otro- El otro
me ve y se pone en movimiento el orden imaginario, aquel en donde reproduzco la realidad,
siempre de manera metonímica, desplazada. Allí, en el orden imaginario, es en donde puedo
resolver mi desamparo frente al deseo del otro:

“¿Mediante qué lo resuelve?... Se trata de la experiencia del semejante en el sentido de


que este es mirada, en que el otro es quien nos mira, en que hay que hace jugar cierto
número de relaciones imaginarias…” (Lacan, 2014, pág. 28)

Desde luego, la relación de espejo que establezco con la realidad no se da de la misma manera
con este otro, porque lo descubro no como cosa, sino como un sujeto, que es como “yo”, otro
sujeto que me mira: “El sujeto se defiende de su desamparo y, con ese medio que le brinda la
experiencia imaginaria de la relación con el otro, construye algo que, a diferencia de la
experiencia especular, es flexible con el otro”. (Lacan, 2014, pág. 28)

Este otro que me mira, y que me impone su deseo, me mira y sobre todo, me habla y me permite
descubrirme a mí mismo como sujeto que habla. Me habla y yo respondo. “Dice” su deseo y
“yo” respondo a su deseo: “Por eso lo que les designo aquí como el lugar de salida, el lugar de
referencia a través del cual el deseo aprenderá a situarse, es el fantasma”. (Lacan, 2014, pág.
28)

Y este “lugar” desde el cual el “deseo” responde es el fantasma, como ese especial espacio del
orden imaginario, de la imaginación, en donde el sujeto trabaja con el deseo del otro, sobre el
deseo del otro y atenúa su desamparo, porque otro le ha mirado, le ha hablado.

Ahora bien, como todo lo que pasa en ese plano de lo imaginario, también el otro es
aprehendido de manera desplazada, metonímica; jamás es el otro tal como es o pretende ser,
sino ese otro establecido como fantasma en mi interior. Así, aquello que Lacan llama fantasmas,
es esa relación enteramente ubicada como lengua que establezco con el otro imaginario, tal
como su deseo habla en mi interior, en mi orden imaginario:

“…se trata del sujeto como hablante, en cuanto se revela al otro -al otro imaginario-
como mirada. Cada vez que tengan que vérselas con algo que en sentido estricto es un
fantasma, verán que es articulable en estos términos de referencia, en cuanto relación
del sujeto hablante con el otro imaginario. Esto es lo que define al fantasma.” (Lacan,
2014, pág. 28)

Finalmente, el sujeto puede hablar porque otro le mira y le habla, porque ese otro le confiere
un lugar en el mundo. El sujeto puede escapar, siempre provisionalmente de su desamparo, en
cuanto ha encontrado su fantasma: su relación con el otro imaginario.

El deseo humano no es el deseo de un objeto; el deseo siempre va más allá de los “objetos del
deseo”, porque la verdad de estos radica en el deseo de otro ser humano, que habla, que me
mira. El deseo es deseo del deseo del otro:

“La función del fantasma es dar al deseo del sujeto su nivel de acomodación, de
situación. Por eso el deseo humano tiene esa propiedad de estar fijado, adaptado,

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asociado, no a un objeto, sino siempre esencialmente a un fantasma”. (Lacan, 2014, pág.
28)

1.4.

El deseo establece la relación entre “…entre dos seres que están sometidos a las condiciones del
lenguaje” (Lacan, 2014, pág. 39), fuera del cual la comunicación entre ellos sería imposible. Sin
embargo, nos encontramos con que hay dos sujetos al interior nuestro: “Creo que todas las
dificultades que aquí se han planteado dependen de la no distinción entre los dos sujetos…”
(Lacan, 2014, pág. 42)

¿Cómo entender esta afirmación tan explícita en Lacan? La distinción entre esos dos sujetos que
están en el interior de cada uno de nosotros, tiene que ver con dos aspectos, el uno harto
conocido y el otro que siempre está allí, pero que nos cuesta reconocerlo.

Por una parte, está el sujeto del conocimiento, aquel se enfrenta al mundo y lo aprehende, que
coloca frente a sí a los objetos; este sujeto es aquel que estaba en capacidad de decir “Pienso,
luego existo”. Sin embargo, no agota la totalidad de la subjetividad, la integralidad de lo que
cada uno es. Hay algo más, siempre hay alguien más dentro de nosotros.

Y ese algo más, ese otro sujeto, es aquel que habla, que se define en cuanto lo hace, en cuanto
se comunica con otro y mira cómo su deseo es en realidad el deseo del otro, que se expresa
precisamente a través del lenguaje.

Es en este segundo sujeto en donde está el deseo; o mejor, en donde se encuentra el fantasma,
que es el lugar del deseo: “Quiero decir que ese yo podría con gran facilidad ser seguido en el
discurso mismo por un paréntesis: yo (que hablo), o yo (digo que)”. (Lacan, 2014, pág. 43)

Ese sujeto dual aparece cuando en el juego del lenguaje se produce una duplicación, que permite
que ese otro sujeto haga su aparición, detrás de lo que cada uno dice, detrás de lo que dice el
primer sujeto, debajo de los significados, están los significantes, que son el territorio de ese otro
sujeto.

En el ejemplo de Lacan, cada uno de nosotros enuncia: “Yo digo que” hace mucho frío, por
ejemplo; y a continuación, por la razón que sea, regreso sobre lo dicho, insisto, reitero. En esta
reiteración del “Te repito que…” asoma ese otro sujeto.

“Este se torna muy evidente, como otros lo han señalado antes que yo, gracias al hecho
de que un discurso formula Yo digo que, y que agrega y yo lo repito, no dice en ese yo lo
repito algo inútil, pues lo que hace es precisamente distinguir los dos yo [Je] en cuestión:
el que dijo que, y el que adhiere a lo que este ha dicho. Si necesitan otros ejemplos para
percibirlo les sugeriré la diferencia que hay entre el yo de Yo lo amo (a usted) o de Yo te
amo (a ti), y del Aquí estoy yo”. (Lacan, 2014, pág. 43)

Cuando se introduce el deseo y se pronuncia esta frase inconmensurable, brutal, “Yo te amo”,
siempre, aunque no sea explícito, se tiene que sostenerlo, apoyarlo, con un “Aquí estoy yo”; en
realidad, detrás del “Yo te amo” yace una demanda, una exigencia: “Mírame, aquí estoy yo”.

Así que, ¿en dónde está el deseo?, ¿cuál es el lugar que ocupa? Ya sabemos que el deseo está
en el fantasma. Cuando alguien dice “Yo te deseo”, está haciendo algo que tiene consecuencias
enormes: “La implicación del sujeto en el deseo siempre hace surgir esa estructura que, con

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derecho es prevalente. Decirle a alguien Yo te deseo es muy precisamente, decirle Yo te implico
en mi fantasma fundamental”. (Lacan, 2014, pág. 50)

“Yo te deseo” quiere decir que, ya que mi deseo es el deseo del otro, el deseo sobre el que se
levanta el orden imaginario es el tuyo, estoy hecho, estructurado, con tu deseo; y todo lo que
diga, en la medida en que el inconsciente está estructurado como lenguaje, lo hago con las
palabras de los otros.

Con esas palabras de aquel que deseo me digo a mí mismo y les hablo a los demás, sabiendo
que detrás de lo que diga está el deseo del otro: “Todo discurso es el discurso del Otro, incluso
cuando quien lo sostiene es el sujeto”. (Lacan, 2014, pág. 43)

En la preciosa imagen que usa Lacan, Yo te deseo significa Tú eres bella, lo que quiere decir que
relleno mi imaginación con estas “imágenes” que se derivan del deseo del otro

“…si ese Yo te deseo tiene algún sentido, es un sentido mucho más difícil de formular.
Yo te deseo, articulado en el interior de uno mismo, si me permiten, en referencia a un
objeto, tiene casi el sentido de Tu eres bella, en torno al cual se fijan, se condensan,
todas imágenes enigmáticas cuyo raudal se denomina, para mí, mi deseo”.

Por eso cabe la pregunta: “A la pregunta ¿Acaso sabe lo que hace?, Freud responde No… Ese
segundo piso solo vale a partir de la pregunta del Otro, a saber, Che vuoi? ¿Qué quieres?” (Lacan,
2014, pág. 44) y “el sujeto que habla no sabe lo que hace cuando habla, es decir, en función de
ese inconsciente…” (Lacan, 2014, pág. 51)

Cuando el sujeto habla, ¿sabe lo que hace? ¿Tenemos una idea clara de las implicaciones que
tiene hablarle al otro y demandar su deseo? ¿Sabemos las consecuencias de decir Yo te deseo?
¿Sabemos que estamos jugándonos a nosotros mismos completamente? ¿Nos enteramos de
estamos colocando al otro como nuestro fantasma fundamental, en el centro de lo que cada
uno es?

Cada uno cree que ha dicho su deseo y espera una respuesta a su demanda, la que fuere. Pero,
desconoce, porque está en su inconsciente, que su exigencia no está dirigida realmente a tener
una respuesta, la que fuere; sino que esa demanda carece de respuesta, porque el Otro no tiene
la respuesta. ¿Qué podría decir el Otro si supiera que detrás de ese Yo te deseo, le estoy
colocando en ese lugar crucial, que me define completamente, que es mi fantasma fundamental,
aquel que organiza todo mi orden imaginario, con el cual -con el otro sujeto- me represento el
mundo?:

“Es un significante del Otro, por supuesto, ya que la pregunta se plantea en el nivel del
Otro que carece de una parte, a saber, justamente, del elemento problemático en la
pregunta concerniente al mensaje”. (Lacan, 2014, pág. 45)

Se tiene que insistir en que no hay respuesta a una frase como “Yo te deseo” porque la otra
persona podría decir, por ejemplo, “Yo también te deseo”, pero para ambos estaría oculto que
se están colocando el deseo del otro, allá en lo profundo de cada uno, en su inconsciente.

Por eso Lacan, muestra que el tema de los significados se desplazan hacia los significantes: “…lo
importante es que el sujeto no puede tener la respuesta porque la única respuesta es el
significante que designa sus relaciones con el significante. En la exacta medida en que articula
esa respuesta, el sujeto se aniquila y desaparece”. (Lacan, 2014, pág. 46)

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1.5.

El deseo me constituye como sujeto y al mismo me aniquila como tal; me hace y me deshace. La
existencia sin el deseo, sin su presencia, queda como una vida desnuda, sin más: “…la existencia
reducida a sí misma, la existencia más allá de todo lo que puede sostenerla, la existencia
sostenida en la abolición del deseo”. (Lacan, 2014, pág. 112)

¿Cómo puede suceder esto? ¿Cuál es la “la dialéctica de las relaciones del sujeto con su deseo”?
(Lacan, 2014, pág. 115)

Para comprender esta dualidad que nos enfrenta al deseo, tenemos que colocar a ese sujeto
frente al objeto de su deseo. Tenemos que ponernos frente a este objeto del deseo y
confrontarnos con él, dar la cara ante esa presencia que se vuelve inevitable, ineludible:

“Para interrogar con más detalle lo que ese deseo humano quiere decir, lo que significa,
henos aquí pues llevados a tomar la cuestión por la otra punta, una punta que no se
presenta en los sueños, a saber, por nuestro algoritmo, en el cual la S tachada es
confrontada, puesta en presencia, puesta delante, de a minúscula, el objeto”. (Lacan,
2014, pág. 114)

Pero, el deseo puede perderse, no realizarse, fallar. Sabemos que el deseo puede faltar. Más
aún, la manera cómo ese deseo está estructurado, cómo se presenta, dependiendo del deseo
del otro -que es efectivamente mi deseo-, está en suspenso. Podría ser que lo busquemos y no
esté; podría suceder que ese deseo que espero que se dé y me satisfaga en un futuro más o
menos definido, cuando llegue el momento, no esté.

El hecho de que coloquemos nuestro deseo como “promesa, anticipación”, que lo pongamos en
un “signo”, hace que el deseo nos amenace con desaparecer. Esta desaparición nos llena de
temor, porque el deseo está en el núcleo de nuestra existencia, en el inconsciente que nos hace
ser lo que somos:

“El sujeto aliena siempre su deseo en un signo, una promesa, una anticipación, algo que
conlleva como tal una pérdida posible. Debido a esa pérdida posible, el deseo se ve
ligado a la dialéctica de una falta. Es subsumido en un tiempo que, como tal, no está allí
-al igual que el signo no es el deseo-, un tiempo que en parte está por venir. En otros
términos, el deseo ha de confrontarse con el temor de no mantenerse en el tiempo bajo
su forma actual y, artifex, de perecer, si puedo expresarme así”. (Lacan, 2014, pág. 117)

Este riesgo de la desaparición del deseo, también significa el riesgo de abolición del sujeto, su
tachadura, su abolición; porque el sujeto “cuenta” y hace cuentas con su deseo, organiza su
existencia en torno a este, le recubre constantemente de signos, es la fuente de sus esperanzas
y le hace todo el tiempo, promesas. El sujeto a cada paso se anticipa a su deseo y trabaja con él:
“Esto no solo quiere decir que la vivencia humana está sostenida por el deseo -lo sospechamos,
desde ya- sino que el sujeto humano tiene en cuenta ese deseo, cuenta con este”. (Lacan, 2014,
pág. 118)

Sin embargo, aquí se abre una dimensión en la relación del sujeto con su deseo. Me pregunto,
¿qué pasa si mi deseo se realiza, se satisface?, ¿qué sucede si al fin llega y nos interpela
directamente?

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Cuando esto sucede, nos colocamos en las manos del otro, porque nuestro deseo solo puede
ser satisfecho por el deseo del otro. Entonces, surge un nuevo temor: ¿quedaré en sus manos?,
¿estaré preso de lo que el otro quiera hacer de mí y conmigo?: “En esos casos tan notables en
los cuales el sujeto teme la satisfacción de su deseo se dan demasiado a menudo. Ocurre que
esa satisfacción hace que en lo sucesivo él dependa del otro que va a satisfacerlo”. (Lacan, 2014,
pág. 118)

Esta amenaza de quedar en manos del otro, hace que el sujeto postergue la satisfacción del
deseo, prefiere dejarlo para más tarde, para otra oportunidad, en mejores condiciones o quizá
esperar el deseo de otro “otro”, no el que tengo aquí conmigo, en este momento.

Al detener la satisfacción del deseo, también me alejo del objeto del deseo y dejo ese fantasma
sin formarse, sin constituirse, deja de establecerse la relación entre el sujeto y el objeto del
deseo -que es el deseo del otro-; y así, al no contar con mi deseo, mi propia subjetividad queda
en entredicho, su propia formación queda postergada:

“El sujeto pasa su tiempo evitando una tras otra las ocasiones que se le presentan de
encontrarse con lo que en su vida siempre fue acentuando como el deseo más apremiante.
Ocurre que aquí también está lo que él teme: esa dependencia -que yo evocaba- para con el
otro. De hecho, la dependencia respecto del otro es la forma bajo la cual se presenta en el
fantasma lo que el sujeto teme y lo que lo hace apartarse de la satisfacción de su deseo”. ”.
(Lacan, 2014, pág. 119)

Lacan introduce un nivel adicional en esta dialéctica de la relación entre el sujeto y su deseo.
Leamos lo que dice:

“Lo que el sujeto teme cuando se representa al otro no es, en lo esencial, depender de su
capricho, sino que el otro selle ese capricho como signo. He aquí lo que está velado. No hay
signo suficiente de la buena voluntad del sujeto, a no ser la totalidad de los signos en que él
subsiste. En verdad, no hay otro signo del sujeto que el signo de su abolición como sujeto, ese
signo que se escribe -S- [S tachada]” ”. (Lacan, 2014, pág. 119)

Tenemos que preguntarnos, ¿qué significa que el otro “selle ese capricho como signo”? ¿Y por
qué la introducción del signo lleva a su “abolición como sujeto”? Como se ve, las consecuencias
son fundamentales, porque no hay simplemente sujeto -S- sino que tenemos un sujeto que solo
puede enunciarse como -S- [S tachada]

¿Qué sucede cuando el otro sella el capricho con un signo, cualquiera que sea el que elija? Como
digo, sin importar el signo que elija, el deseo del otro no satisface mi deseo directamente, sin
más; el otro no puede darse de este modo, enteramente, sin residuo. El otro en realidad
responde a mi demanda por su deseo, a través de un signo, que es, ante todo, lenguaje. Quizás
el otro me escribe un mensaje, envía un emoticon, llama demasiadas veces, compra un regalo.

Y ese signo, al mismo tiempo que transporta su deseo, también lo distancia, porque no es el
deseo del otro, sino el signo del deseo del otro. A su vez, la relación del sujeto con el objeto del
deseo, solo puede darse a través de signos. Esta estructuración del sujeto como lenguaje, del
inconsciente como lenguaje, se expresa en esta S tachada.

1.6.

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En esa relación que se establece con el otro, a través del deseo, se produce esa duplicación entre
el yo y el Ideal del yo; esto es, entre el sujeto empírico que cada uno es y esa proyección
imaginaria que hago sobre mí mismo, que está articulada al deseo del otro. Es con este deseo
con la que se produce el Ideal del yo:

“A la inversa, ¿en qué se convierte el sujeto? ¡Cómo se estructura? ¡Por qué se


estructura como yo y como Ideal del yo? Ustedes no podrán percibir esto en su
necesidad estructural absolutamente rigurosa más que como aquello que constituye el
retorno, el regreso, de la delegación de afecto que el sujeto envió a ese objeto, el a”.
(Lacan, 2014, pág. 127)

Porque esta imagen estructurante proviene del otro, pero del otro como imagen. La letra a
designa a este otro en cuanto imagen, que se funde con mi yo, que permite que haya un yo

“De esta a en verdad todavía no hemos hablado nunca, en el sentido de que aún no les
mostré que necesariamente debe plantearse, no en calidad de a, sino en calidad de
imagen de a, imagen del otro que, con el yo, son una sola y la misma cosa”. (Lacan, 2014,
pág. 127)

Ahora bien, dentro de esa economía del deseo es indispensable distinguir entre la función de
este deseo y la función de la demanda, porque se abre aquí una brecha que impide la
coincidencia plena, sin más, entre deseo y demanda. ¿Acaso demandamos lo que deseamos?:

“Nuestra experiencia nos confronta con la necesidad de hacer una distinción esencial
entre dos funciones. Hay en el sujeto algo que debemos denominar deseo. No obstante,
la constitución de ese deseo, su manifestación, las contradicciones que en curso de los
tratamientos estallan entre el discurso del sujeto y su comportamiento, obligan a
distinguir de aquél la función de la demanda.” (Lacan, 2014, pág. 129)

Si nos preguntamos por la demanda, si indagamos y nos interrogamos acerca de aquello que
demandamos, deberíamos reconocer que hay algo que va más allá de esta, algo que la rebasa,
que junto con la demanda se coloca otra cosa. Cuando exigimos felicidad, placer o simplemente
algo material, ropa, un auto, detrás de estos pedidos, hay algo más que imploramos, que
suplicamos y que, desde luego, no reconocemos.

Porque una demanda siempre está dirigida al otro, a aquel que puede hacer posible la
satisfacción de esa demanda o que así lo creemos. Cuando pedimos algo, en realidad estamos
exigiendo la presencia del otro, la permanencia del otro a mi lado, para mí que, además, haga el
gesto de que puede cumplir con la exigencia que le hemos puesto.

Y cuando el otro está presente le llamamos amor; no lo que haga o diga o deje de hacer o deje
de decir, ni los gestos ni los aspavientos, sino su sola presencia; aunque el otro crea que está
entregando sus “sentimientos”, cuando lo único que puede hacer es estar allí, porque no tiene
más que dar que su presencia. El amor es el otro como don, pero el otro es siempre alguien
imaginado, alguien desplazado, que tampoco coincide consigo mismo; en este sentido, el otro
es una metonimia, un tropo, un juego del lenguaje:

“El asunto es que la demanda nunca es pura y simplemente demanda de algo, en la


medida en que en el trasfondo de toda demanda precisa, de toda demanda de
satisfacción, está, por la acción del lenguaje, la simbolización del Otro, el Otro como
presencia y como ausencia, el Otro que puede ser el sujeto del don de amor. Lo que él

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da está más allá´ de todo lo que puede dar. Lo que es justamente esa nada, que es todo,
de la determinación presencia-ausencia”. (Lacan, 2014, pág. 131)

Por esto, tendemos a proteger al otro, a cargar con su dolor, con sus preocupaciones o con
aquello que imaginamos que el otro quiere: “Esa suerte de protección brindada que en última
instancia se encuentra, más o menos, en la raíz de toda comunicación entre los seres, en los
cuales siempre se juega lo que uno puede o no puede hacer saber al otro.” (Lacan, 2014, pág.
133)

Mas, ¿qué sucede cuando ese deseo que ese esconde detrás de cada demanda, falla,
desaparece? Entonces sentimos que nos hemos quedado vacíos, que la vida desnuda, sin más
se ha hecho presente, porque es el deseo lo que me permite existir, me permite escapar a la
confrontación con la mera existencia y con la fragilidad de esta. Cuando falta el deseo, entonces
viene el dolor. Si falta completamente, el dolor se vuelve insoportable:

“Pero es también el dolor de la existencia como tal, en ese límite en el cual la existencia
subsiste en un estado en que ya nada se aprehende de ella más que su carácter
inextinguible y el dolor fundamental que la acompaña cuando todo deseo la abandona,
cuando todo deseo se ha desvanecido de esa existencia”. (Lacan, 2014, pág. 133)

Cuando estamos en ese límite y parece que la existencia se disolverá finalmente, nos aferramos
al deseo, que hace que soportemos lo insoportable, que es el riesgo de que la existencia se
extinga. El deseo nos “tranquiliza”:

“Tal imagen lo separa de esa suerte de abismo o de vértigo que se abre para él cada vez
que se ve confrontado con el último término de su existencia, y vuelve a unirlo a lo que
tranquiliza al hombre, a saber, el deseo. Lo que necesita interponer entre él y la
existencia insostenible es en este caso un deseo.” (Lacan, 2014, pág. 134)

Estamos llevados a creer que ya con este deseo y con la demanda que lo oculta, hemos
alcanzado una cierta tranquilidad, hemos huido del dolor. Aquí se abre un nuevo proceso,
porque una tensión se introduce, tan dolorosa como la anterior. Creíamos estar huyendo del
dolor solo para encontrar con otro dolor.

Porque este deseo, que es el deseo del otro, se parte entre este otro y la imagen del otro; y los
dos procesos no coinciden. El otro se “niega” a coincidir con la imagen del otro que tengo dentro
de mí: “La tensión imaginaria a-a ‘entre el yo y el otro -que podemos denominar, dentro de
ciertas relaciones, la tensión entre a minúscula e imagen de a -estructura de manera general la
relación del sujeto con el objeto…” (Lacan, 2014, pág. 135)

¿Qué le pasa al sujeto como consecuencia de la separación entre el otro y el otro imaginario,
que son objetos del deseo? El sujeto sufre una elisión; esto es, algo en él queda roto, incompleto;
se encuentra dentro del sujeto una falla, una brecha que no puede cerrar, un abismo que no
puede cruzar. Esta es la S tachada, el sujeto en la imposibilidad de constituirse plenamente, de
ser totalmente él mismo: “En efecto, el deseo, como tal plantea al hombre, y con respecto a
todo objeto posible, la cuestión de la elisión subjetiva, -S-“. (Lacan, 2014, pág. 135)

De tal manera que se enfrenta a su dilema más radical: o bien queda atrapado en el ese objeto
del deseo, porque solo puede acceder al otro como otro imaginario y esto es posible únicamente
a través del lenguaje; o bien, acepta a ese otro imaginario, a ese objeto del deseo que viene bajo
la forma de un significante, que está allí como significante y no como significado:

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“En la medida en que, como deseo, es decir, en la plenitud de un destino humano como
lo es el de un sujeto hablante, se acerca a este objeto, el sujeto se ve atrapado en una
suerte de atolladero. No podría alanzar este objeto sin verse, como sujeto de la palabra,
borrado en esa elisión que lo deja en la noche del trauma, en aquello que en sentido
estricto está más allá de la angustia misma. O, si no, resulta tener que tomar el lugar del
objeto, sustituirlo, subsumirse bajo cierto significante”. (Lacan, 2014, pág. 135)

1.7. Pedido y anhelo.

La distinción entre deseo y demanda nos lleva a la necesidad de diferenciar entre pedido y
anhelo. El pedido se ubica en el plano de la conciencia, de lo que exigimos del otro o de la
existencia y respecto de lo cual esperamos una respuesta directa, concreta, inmediata. En este
momento el sujeto se entrega a la enunciación de su necesidad, tal como la percibe y la siente
en ese momento. El sujeto cree que esto expresa su deseo, que incluso lo agota, pero hay mucho
más detrás:

“El plano del pedido es primero, inmediato, manifiesto, espontáneo. En el pedido


¡Socorro! O ¡Pan!, que a fin de cuentas es un grito, por un momento el sujeto es idéntico,
de la manera más integral a su necesidad.” (Lacan, 2014, pág. 136)

En anhelo está en el inconsciente. La característica fundamental del inconsciente es ser


anhelante, dirige su mirada no solo a la demanda inmediata, a la necesidad tal como la sentimos
en este momento; sino, se ubica allá muy dentro de cada uno y se proyecta hacia adelante,
posiblemente a la vida entera o durante toda la existencia.

“En cambio, la articulación del plano anhelante está en el segundo nivel. Esa es la
dimensión en la cual el sujeto, en el curso de su vida, ha de orientarse, es decir hallar lo
que se le ha escapado por estar fuera y más allá de todo lo que filtra la horma del
lenguaje. A medida que se desarrolla, ese filtrado rechaza, reprime cada vez más, lo que
al principio tendría a expresarse de la necesidad del sujeto.” (Lacan, 2014, pág. 136)

El anhelo me permite orientarme en la vida, establecer lo que en el fondo quiero, establecer


cuál es mi deseo. Sin este anhelo estoy perdido, vago sin rumbo, saltando de demanda en
demanda, de pedido en pedido, de exigencia en exigencia.

La relación entre pedido y anhelo les lleva a cada uno en dirección contraria; mientras más
fuertemente expreso mis necesidades, más de oculta mi anhelo, más se pierde en la profundidad
del inconsciente. Mientras más dejo que hable mi deseo, mi anhelo, las demandas se aplacan,
las necesidades cobran sentido y se someten a este anhelo profundo que me dirige en la vida.

Este es finalmente el dilema al cual constantemente nos vemos abocados; de una parte, esa
terrible maquinaria de lo que pedimos, de lo que exigimos, de nuestro grito contra todo incluidos
nosotros mismos; de otra parte, el anhelo que receloso se niega a dejarse ver y que, por el
contrario, viaja a nuestras zonas más oscuras, pero que sin el cual es imposible que sepamos a
dónde vamos, qué queremos de la existencia, que deberíamos demandar al otro.

El centro de la terapia y del autoanálisis está en viajar con el sujeto hacia el encuentro con su
deseo, con su anhelo, a reconocer detrás de las demandas, de los pedidos, de las necesidades
aquello que efectivamente se anhela y, por lo tanto, a encontrarse con su inconsciente:

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“Precisamente en este punto debe bascular, oscilar, vacilar, la acentuación de nuestra
interpretación. Si sabemos acentuarla de cierta manera, enseñamos al sujeto a
reconocer en el nivel superior -que es el nivel anhelante, el nivel de lo que él anhela, el
nivel de sus anhelos en la medida en que son inconscientes -los soportes significantes
escondidos, inconscientes, en su demanda”. (Lacan, 2014, pág. 137)

Si evitamos este recorrido, se preferimos quedarnos en la superficie, si no reconocemos esos


“significantes” que muestran mi anhelo, entonces estoy perdido en la maraña de exigencias que
nunca logran satisfacernos, porque cuando alguna de ellas se cumple, siempre hay otra que
surge. Este es un camino interminable que no nos orienta.

Por esto, hay que ir detrás del deseo, descubrir en dónde se oculta, develar cómo habla, saber
cómo se expresa, apartar el síntoma para mirar directamente a mi deseo: “Si el deseo parte [de]
lo que constituye el síntoma, a saber, el fenómeno metafórico, es decir, la interferencia de
significante reprimido en un significante patente, es un craso error no intentar situar, organizar,
estructurar, el lugar de ese deseo”. (Lacan, 2014, pág. 130)

2. Arte y psicoanálisis.

2.1. ¿Qué es una cuadro?

En el Seminario, clase 11, Lacan se pregunta: ¿qué es un cuadro? El punto de partida es la


relación entre la mirada y el sujeto, porque un sujeto se da en la medida en que entra dentro de
ese espacio de la mirada –campo escópico: “para empezar, es preciso que insista en lo siguiente
–en el campo escópico la mirada está afuera, es decir, soy cuadro”. (Lacan, Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 85)

Solo por la mirada del otro, que viene junto con la luz, el sujeto se instituye, comienza a existir
como tal, en la medida en que es foto-grafiado: imagen produce una signatura en el mundo, a
la que llamamos sujeto.

En el cuadro, como en el sujeto, no se trata de la representación. Ciertamente esta se hace


presente siempre: de alguna manera representan el mundo, lo repiten a su modo y hablan
acerca de él, porque “en presencia de la representación estoy seguro de mí mismo, en tanto
estoy seguro de que, en suma, sé un rato largo”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales
del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 86)

Pero, la representación se quiebra, se fractura, se escinde, se divide entre lo real y la


representación; y más aún, “entre su ser y su semblante”, entre su ser y la manera cómo se
muestra a los demás, empujado por el deseo que le lleva más allá de la representación, por
debajo de esta, penetrándola por todos lados.

De tal manera que mientras en la superficie del cuadro está la representación, lo que está detrás,
lo que lo soporta, lo que le confiere algún sentido, es el deseo; solo este permite que “no quede
enteramente atrapado en la captura imaginaria”, en la mera reproducción de la realidad por
más desplazada o metonímica que sea esta: “A nivel perceptivo, es la manifestación de una
relación que ha de ser inscrita en una función más esencial, a saber, que en su relación con el
deseo la realidad solo aparece como marginal”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 87)

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Y se trata de encontrar en el cuadro, ese juego de fuerzas que se le escapa, que provienen del
deseo y que se están allí, en una primera mirada como ausencia. Doble plano que se articula a
través de una doble mirada: aquella de las cosas que me miran y mi propia mirada que responde:
“En el campo escópico, todo se articula entre dos términos que funcionan, de manera
antinómica-del lado de las cosas está la mirada, es decir, las cosas me miran, y no obstante, las
veo”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág.
88)

Cuando vemos una pintura, esta nos mira, nos obliga a dejar atrás nuestra mirada sobre ella y
estamos exigidos a entrar en el campo de ese otro modo de ver que me interroga, que me
cuestiona, que me dice que no se trata de mi representación del mundo y tampoco de la
representación contenida en el cuadro, sino de otra cosa que aparece allí como pincelada, luz,
color, movimiento.

Esta estrategia de fascinación que ejerce sobre nosotros el cuadro, proviene de ese deseo que
contiene y con el que pretende darme sosiego, placer, incomodidad, disgusto. Esto es, que
negocia permanentemente con mi deseo, introduciendo otro deseo; más aún, el cuadro no es
otra cosa que “el deseo del Otro –diré que se trata de una especie de deseo del Otro, en cuyo
extremo está el dar-a-ver”.

Lacan, J. (1964). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11.

Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .

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