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El papel de la consultoría privada en la antropología social1

José Luís Sánchez Muñoz

Introducción

En las últimas décadas, la práctica antropológica tradicional atraviesa una


crisis en cuanto a medios, ámbitos de estudio y legitimidad. A la luz de las
transformaciones globales producidas por la privatización de lo público, el
creciente peso de los mercados en la toma de decisiones y la irrupción de
programas de desarrollo, la antropología está llamada a ser la piedra angular
en la observación y resolución de los problemas sociales contemporáneos
bajo un prisma cada vez más con el enfoque multidisciplinar. En este escrito
pretendo ofrecer una visión resumida sobre el nuevo papel que ha de adquirir
la práctica antropológica hoy en día, una vez haya sido revisada su utilidad
en la realidad actual. Este nuevo papel corresponde a la iniciativa privada
y autónoma, cada vez con mayor peso a raíz de las dinámicas sociales y
mercantiles que se dan en nuestros días. Se me permitirá cierto distanciamiento
respecto a los paradigmas que en el pasado han orientado los estudios de
campo, así como ofrecer una sugerencia para el análisis crítico de la realidad:
el cuestionamiento hacia uno de las axiomas que antropólogos de todas las
escuelas han mantenido en el transcurso de sus estudios, a saber, la falta de un
posicionamiento claro, comprometido y con base científica hacia los sujetos
de estudio y sus interlocutores.

1 Este artículo es fruto de la asistencia y de las ideas surgidas tras el Ciclo de Conferencias sobre el Desempeño
Laboral Contemporáneo de Antropólogos y Científicos Sociales, realizado del 29 de enero al 7 de mayo de 2010, en
el Aula Magna de la Facultad de Filosofía en la Universidad Autónoma de Querétaro.

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Este escrito no pretende ser un ensayo sino un interruptor. Mi intención es
alentar a los jóvenes egresados de antropología y a los antropólogos alejados
de su vocación inicial, a que reconsideren tanto el papel que les corresponde
en la sociedad, como la oportunidad que les puede ofrecer un mercado laboral
global y en transformación. En la primera parte del artículo, se exponen los
puntos que permiten reconsiderar la vigencia de los marcos institucionales, en
los que se ha realizado la práctica antropológica hasta hoy. A continuación y
en función de los puntos anteriores, se describirán las condiciones que hacen
posible el surgimiento de la práctica antropológica privada en un contexto
marcado por el neoliberalismo. Por último se considerarán los inconvenientes
y los obstáculos a los que esta práctica necesariamente ha de enfrentarse.

El Paradigma dominante en antropología

Desde su surgimiento como disciplina científica, la antropología aplicada


ha sido partícipe de una tragedia, y como tal, requiere de una profunda
catarsis con el fin de afrontar el protagonismo que merece en un mundo en
transformación. Centrando nuestra atención en las tres esferas dentro de las
cuales se ha venido desarrollando la práctica antropológica hasta nuestros
días, el panorama no puede mostrar mayor asimetría y desaliento. Por un lado
encontramos la esfera estatal y la esfera académica, feudos históricos de la
labor etnográfica desde que Malinowsky encallara en Kiriwina. Por otro lado
encontramos la esfera desconocida de la incipiente práctica privada, en sus
más diversas e inexploradas formas (García Espejel, 2001).

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En primer lugar, a pesar de enarbolar la bandera de la imparcialidad en
su interés por el otro, la historia demuestra que los estudios etnográficos
amparados por el Estado no han sido del todo desinteresados. Del mismo
modo, es más que improbable que las instituciones gubernamentales tengan
capacidad para ser la meta profesional de todos aquellos recién egresados.
La razón es sencilla: no hay presupuesto para mantener a un nutrido número
de funcionarios antropólogos, pese a si haberlo para otros turbios menesteres
tales como una burocracia pesada y del todo ineficiente.

En lo que respecta a la primera idea, la intencionalidad original de la


antropología ha sido desvirtuada con el tiempo y relegada a ser mera comparsa
en iniciativas políticas de oscuros designios, amparadas por no menos oscuras
disciplinas. Cuando ha dejado de ser una herramienta puesta al servicio de
potencias coloniales, para controlar mejor a sus salvajes e indisciplinados
súbditos, ha sido relegada en favor de los discursos que en mayor medida
justificaban la preeminencia de la modernidad y del desarrollo. También ha
sido un eficaz instrumento para justificar las políticas de los mismos Estados
y los intereses académicos y corporativos en boga. Por citar varios ejemplos,
encontramos aquellos que constituyen los motivos que han estado detrás de la
labor de los antropólogos, los cuales son tan dispares como la consolidación
del poder por parte de las autoridades en territorios hostiles o desconocidos,
o la denominada integración de los pueblos indígenas carentes de sentido de
la patria (Gamio, 1960), o recientemente, la compatibilidad entre la ayuda
ligada -también denominada ayuda oficial al desarrollo- y las condiciones
socioculturales locales (Escobar, 2005). Bajo esta perspectiva, podríamos
afirmar que la producción antropológica viene siendo de un tiempo a esta
parte, más un medio que el fin en si mismo defendido en sus orígenes.

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Esta mencionada disposición del antropólogo al servicio de las instituciones
estatales, no viene más que a reflejar una forzada adaptación del científico
social a los problemas creados por el mismo Estado y no a los problemas
observados por el propio profesional. Sólo bajo una condición esta situación
puede dar lugar a un buen trabajo, a saber, que las inquietudes del antropólogo,
sean equivalentes a aquellos temas que el Estado considera como prioritarios
en su agenda. Esto se hace palpable en el trabajo de algunos antropólogos
indigenistas en el primer tercio del siglo XX, entre los que destaca
Manuel Gamio. Pionero de la práctica antropológica en México y sin duda
comprometido con el conocimiento de los pueblos indígenas, Gamio resultó
ser el precursor de las políticas indigenistas estatales cuyo fin era integrar
al Estado en construcción a los mismos sujetos que él estudiaba (Gamio,
1960; Warman, 1970). La aplicación de la llamada teoría de la aculturación
integrativa, fruto de una visión homogeneizadora para construir la nación
basada en el etnocidio y en la homogeneidad nacional, ha demostrado ser no
obstante un rotundo fracaso (Nahmad Sitton, 1988) además de constituir la
causa de las mayores catástrofes mundiales tenidas lugar en los últimos dos
siglos.

En la actualidad, las instituciones estatales parecen haber enmendado los


errores del pasado y son garantes de un rigor, y de una labor investigadora,
de indudable calidad sobre importantes problemas sociales. En este sentido
cabe destacar la labor de Oscar Banda, Antonia Gallart y sobre todo Marcela
Lagarde, antropóloga, parlamentaria, catedrática especializada en estudios de
género en la UNAM, quien no sin mucho batallar, ha logrado incluir el Delito
de Feminicido en el Código Penal Federal y sacar adelante la Ley General de

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Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia2. A pesar de contados
logros, en la esfera pública aún pesa el carácter marginal de las dotaciones
financieras en materia antropológica al mismo tiempo del desgaste que supone
la losa de la burocracia para su puesta en práctica. Oscar Banda denuncia el
peso del Estado al afirmar que “…de las 53 iniciativas de Ley en torno al
desarrollo de los derechos de pueblos indígenas presentadas en la Legislatura
pasada, únicamente dos de ellas fueron dictaminadas en Comisiones y sólo
una se aprobó”3. El mensaje de Banda es, sin duda, desalentador para todo
antropólogo que pretenda depender de instituciones gubernamentales para
realizarse en su vida profesional.

En este sentido, es del todo injusto que el antropólogo, para producir


conocimiento deba obtener el permiso y las facilidades legales por parte del
burócrata, quien no produce nada. Las demandas de un desarrollo sostenido,
sin duda una de las bazas de la práctica antropológica en la actualidad,
siguen siendo persistentes pero se ven ensombrecidas por la inoperancia de
la administración y de los largos y complicados procesos de aprobación. Una
inoperancia que difícilmente, está encaminada a cumplir las expectativas
laborales de la mayor parte de antropólogos y antropólogas que se licencian
cada año. Al mismo tiempo, el hecho de trabajar bajo el paraguas del Estado
conlleva una serie de riesgos, entre ellos el de degenerar en una pérdida de
inquietud o en una mala praxis, debido al acomodamiento que supone el estar
respaldado por un contrato laboral vitalicio, aquel del que, para bien o para
mal, gozan la mayoría de empleados públicos a ambos lados del Atlántico.

2 Información extraída de la conferencia realizada en el Rectorado de la Universidad Autónoma de Madrid, el 28


de abril de 2011.
3 Información extraída de la conferencia realizada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma
de Querétaro, el 5 de febrero de 2010.

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A este respecto me cabe hacer una última observación de índole claramente
personal, respecto al ciclo de conferencias en el cual se basa este escrito. En
su transcurso, he de hacer una clara distinción entre el entusiasmo y la energía
que me transmitieron las experiencias de los ponentes que habían decidido
entregarse a la consultoría antropológica privada, que habían decidido
mojarse y hacer camino, y el aburrimiento y lo previsible de las aportaciones
de aquellos que habían tenido o siguen teniendo puestos de responsabilidad
en organismos públicos. Aun respetando su trabajo, sinceramente no puedo
evitar mostrarme escéptico entorno a sus verdaderos logros.

En segundo lugar, tras la relativa consolidación de un modo de pensamiento


posmoderno en las ciencias sociales, los antropólogos contamos con una
producción literaria lo suficientemente completa con el fin de rebelarnos, no
sólo contra los paradigmas que hasta ahora se han venido desarrollando dentro
de la disciplina, sino también contra las fuerzas que han llevado al mundo
contemporáneo a regirse por dogmas ajenos al respeto de los pueblos y la
preservación de la cultura, en pro de las teorías desarrollistas y del crecimiento
bajo sus más diversas formas. No sólo es palpable la servidumbre respecto a
los centros de toma de decisiones y el conformismo con el establecimiento
de jerarquías, sino que también es incómodo para un antropólogo ver cómo
su labor ha sido ninguneada, relegada a un segundo plano, condenada a un
inmerecido ostracismo por parte de aquellos que han adquirido las riendas
en la conformación de una sociedad basada en el racionalismo economicista
y en la tecnología, en la apropiación de lo público, la destrucción del medio,
la dependencia y la desigualdad. Economistas, ingenieros, científicos,
profesionales en alza, valorados por su aportación material en pro del
desarrollo, no han dudado en mantener un trato condescendiente, cuando no

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desconocedor, hacia la práctica profesional del antropólogo, considerándola
una carrera sin salidas. Incluso hemos llegado al punto de concebirnos a
nosotros mismos como profesionales de tercera (Vázquez Mellado, 2005). Es
posible hablar de toma de decisiones que por su índole claramente cultural,
debían estar en manos de científicos sociales, pero que sin embargo han sido
tomadas por burócratas o por los profesionales menos indicados para tal
menester, cuando no ignoradas o carentes de la atención debida.

También la labor etnológica impuesta desde arriba y el rezago profesional


mencionado, han degenerado en un progresivo distanciamiento real respecto a
nuestros sujetos de estudio, limitándonos a una actitud de meros espectadores,
puestos a merced de la institución estatal o académica que financia nuestra
estancia en el campo o nuestra tesis, y por ende, víctimas de las ataduras
que nosotros mismos hemos creado con nuestras meritocráticas sociedades.
Ello nos inhibe a la hora de emprender cualquier iniciativa de intervención
respaldada por la fortaleza y la imparcialidad que en cambio, sí proporciona
la práctica autónoma.

En tercer lugar nos hemos percatado de que el papel desarrollado por las
instituciones académicas, si bien necesario, autónomo e imparcial por lo que
respecta a investigación y divulgación, no es suficiente para una adecuada
expansión más allá de este tradicional dominio de la antropología. Del mismo
modo que ocurre en la esfera pública, la universidad no puede esperar a dar
cabida a tan ingente volumen de trabajo o de inquietudes.

La universidad siempre ha sido el baluarte, el feudo donde la antropología


nació y hoy sigue fortaleciéndose, la fuente de donde emana su legitimidad.

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Pero a la vez, la universidad no se halla carente de cierto afán elitista, un
afán alejado de los problemas reales de la sociedad y que parece manifestarse
únicamente en los propios ámbitos académicos. Sin dudar en ningún momento
de su necesidad, las instituciones universitarias insisten en dificultar la libre
disposición del conocimiento a los sujetos de estudio en particular y a la
sociedad en general. Aunque también, habría que tomar en consideración hasta
qué punto una sociedad idiotizada y alienada, volcada en el materialismo, en
el crecimiento y en el entretenimiento, puede ser seducida por los libros y el
placer que proporciona el conocer más de si misma y de las otras.

Los ámbitos académicos imponen a su vez una particular visión sobre


la realidad, donde conocimiento y aportaciones se ordenan de una manera
jerárquica, densa e ininteligible, en donde prima un lenguaje demasiado
técnico que no siempre es comprendido. Es aquí donde los profesionales de
las ciencias sociales no debemos conformarnos con ser buenos antropólogos
o historiadores, sino además buenos divulgadores y comunicadores. Pero algo
que rara vez proporciona la universidad, es la formación de profesionales
integrales. Por lo tanto, para romper con los dogmas establecidos, el
antropólogo no sólo ha de ser especialista en su área, sino también debe
convertirse en gestor, comunicador y experto en marketing.

Es sabido que tanto en México como en Europa existe una creciente y activa
participación de indígenas y no occidentales en estudios antropológicos,
así como un creciente número de antropólogos provenientes de áreas tales
como la administración, la psicología, la arquitectura e incluso las ingenierías
(Nahmad Sitton, 1988). Es posible que estos nuevos receptores y sujetos del
trabajo etnográfico, tengan mucho que decir sobre los resultados de diversos

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estudios previos y de aquellos que se vienen desarrollando en la actualidad.
De este modo, es posible vislumbrar uno de los pilares de la antropología
hoy en día, a saber, el de considerar como destinatarios de la divulgación
científica social a una amplia variedad de usuarios, y no sólo a aquellos
sabios correctores acomodados en sus vetustas cátedras.

Cantos de sirena en el futuro inmediato

Como se puede comprobar el panorama descrito no es demasiado alentador


y la primera sensación que percibimos, al recibirnos como antropólogos, es
de desaliento. Pero como predijo Einstein, “…es en la crisis donde nace la
inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Sin crisis no hay
méritos. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado”.
Conviene aquí hacer un alto para describir brevemente el crudo contexto
económico y social, en el que ha de desenvolverse la práctica antropológica
en las futuras décadas. A efectos de este artículo, me limitaré a dar una leve
pincelada remitiéndome a ciertos casos representativos.

En Europa, la presencia del capital corporativo en las instituciones viene


siendo un hecho, y ello está desencadenando más de un encendido debate entre
aquellos defensores trasnochados de un Estado niñera en crisis, y las posturas
neoliberales del laissez fare. Sólo cabe mencionar dos ejemplos para definir
la actual coyuntura. El Plan Bolonia, cuyo fin va más allá de establecer un
espacio europeo de educación superior, no viene más que a allanar el camino
de una tendencia que se venía implantando desde la pasada década, pero que
aún no gozaba de un pleno respaldo público e institucional. A partir de ahora y
en virtud del mismo, compañías y fundaciones privadas tendrán luz verde para

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dirigir y financiar cursos, postgrados, programas de prácticas, disponiendo en
la universidad de una cantera de mentes afines potencialmente “empleables”.
Por un lado, supone una merma del carácter libre, neutral e independiente de
la universidad, a favor, según los mencionados detractores, de una corriente
dogmática y usurpadora por parte de los mercados. Sin embargo, al mismo
tiempo se soluciona un problema que últimamente se venía haciendo cada vez
más y más incómodo: la financiación (MEC, 2003).

En un segundo ejemplo, existe una menguante dotación en los presupuestos


estatales en cuanto a materia sociocultural se refiere, España por ejemplo, se
halla a la cola de Europa en fondos destinados a la investigación universitaria.
Ello se traduce en una baja remuneración y en una mengua de los medios
disponibles. La precariedad de gran parte de los investigadores se refleja en
que no perciben salario, sino que trabajan como becarios (Moreno, 2005). No
cabe duda de que la entrada del capital privado transformará esta situación. La
puesta en peligro de la autonomía universitaria conviene ser discutida aparte.

En muchos ámbitos, entre ellos el de la antropología, estos hechos pueden


resultar claramente dramáticos siempre y cuando, no se produzca una
transición ordenada o un cambio de manos públicas a manos privadas. En
otras palabras, podemos vislumbrar un modelo diferente de financiación, un
nicho de mercado o un mejor postor, que a priori permita a investigadores
sociales la realización de su trabajo y la remuneración afín por su servicio,
siempre que cumplan con unas expectativas que a nosotros nos corresponde
juzgar como éticas o justas.

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Otra de las coyunturas presentes es el creciente endeudamiento del
Estado, a expensas del mantenimiento de una monstruosa e ineficiente
administración pública, y de una política de gastos inadecuada. Es este un
hecho patente a raíz de la reciente crisis económica, financiera y ante todo
moral que vive Europa. Una vez más, se cae en la tentación de contravenir
el muy respetable paradigma, sostenido por los defensores de derechos tan
duramente conseguidos, de afirmar que el único camino para conseguir un
estado eficiente y desarrollado, es deshacerse de los lastres que no vienen
más que a constituir un serio perjuicio a largo plazo para las cuentas públicas
y por ende, para la economía de cualquier nación. Me refiero aquí al peso
de la burocracia y de la administración, así como a los estragos producidos
por el despilfarro, al mal gobierno, a la política fiscal y a un largo etcétera, y
no necesariamente a la provisión de sanidad, educación y servicios sociales,
rúbricas necesarias, intocables y creadoras de riqueza en el largo plazo.
La contracción del Estado debería suplirse con una mayor intervención de
agentes privados, y una inevitable tendencia a la mercantilización de áreas
que hasta ahora estaban bajo el paraguas del primero.

Mi intención no es declararme a favor o en contra de esta creciente


tendencia global hacia la mercantilización. Ello constituye un hecho, al
igual que es un hecho la multiplicación de profesionales freelance decididos
a vender su trabajo al mejor postor. Mi intención más bien consiste en
remarcar el hecho de que esa misma mercantilización, es compatible con el
nuevo papel profesional del antropólogo como investigador y que es sobre
el mercado, donde el profesional de las ciencias sociales debe reinventarse.
Es en este contexto de crisis de las esferas tradicionales de desenvolvimiento
antropológico donde debemos considerar nuestra labor como antropólogos.

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La desregulación estatal y la falta de oportunidades como trabajadores
asalariados, como burócratas, como docentes o como becarios, evidentemente
conlleva una serie de problemas. Sin embargo, supone al mismo tiempo una
ruptura del orden establecido, un campo abonado para nuevas oportunidades y
maneras de desarrollar nuestras inquietudes profesionales. Este es sin duda un
buen comienzo para hacernos partícipes de la sociedad que nos ha tocado vivir.
Una vez que somos conscientes de esta realidad, debemos hallar la manera
mediante la cual nos pueda beneficiar en nuestra práctica profesional, y una de
esas maneras, posiblemente la más obvia, es la de convertirnos en empresarios.

Puntos fuertes y débiles de la consultoría en antropología

Llegados a este punto, conviene referirse de una vez por todas a la incipiente
e inexplorada tercera vertiente de la antropología, la de la práctica autónoma
y profesional, aquella aplicada y adaptada a los requerimientos que impone
un capital cada vez más omnipresente en lo que atañe a la investigación en
ciencias sociales. La práctica de la antropología en el marco de la consultoría
privada, capaz de ofrecer productos específicos ante necesidades concretas,
presenta perspectivas alentadoras y supone sin duda un aliciente para que
aquellos antropólogos y antropólogas que opten por desarrollar sus carreras
en el mundo empresarial, se decidan a dar el salto fuera del lugar al que el
paradigma vigente les ha confinado.

A priori, la consultoría privada puede adolecer de los mismos problemas


atribuidos a las otras dos esferas de actividad mencionadas. Al fin y al cabo,
¿qué es la consultoría sino un servicio a disposición de terceros?, ¿no supone
ello que la toma de decisiones final, tanto en lo que respecta a la contratación

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como a la difusión final del producto, vendrán de fuera? ¿Contribuiremos
con ello a favorecer intereses opuestos a los pueblos y a la preservación
de la diversidad cultural? ¿Serán los antropólogos los nuevos abogados
del diablo en el campo del desarrollo, tal como lo han sido ingenieros y
economistas? Llegado a este punto es donde el antropólogo ha de hacer gala
de un posicionamiento ético, basado en la buena práctica y en principios
científicos sólidamente argumentados. Siempre podremos pensárnoslo dos
veces a la hora de adentrarnos en proyectos que no satisfacen un código ético
en menor o mayor medida consensuado4, aunque ello suponga renunciar a las
mieles ofrecidas por el mercado. Del mismo modo también es posible crear
una respuesta concreta, ambiental y socialmente respetuosa, y ofrecerla como
producto a una determinada organización.

Hay quienes pondrán el grito en el cielo o cargarán enérgicamente contra


la osadía de considerar nuestro trabajo como un producto, al vernos como
meros instrumentos al servicio del entramado corporativo capitalista. Y bien,
¿qué otras salidas tenemos a nuestro alcance? Sin duda, una de las ventajas
que poseemos como antropólogos es la de plantear desde perspectivas sólidas
y argumentadas, el cuestionamiento de aquellos paradigmas precedentes en
nuestra disciplina, los cuales pocas veces responden los embates de un mundo
cada vez más cambiante e interdependiente. Si lo hacen son susceptibles de
ser derribados y sustituidos, pues cualquier paradigma, por muy bien asentado
y aprobado que esté por la comunidad científica o la sociedad civil, siempre
será vulnerable en la medida de que existan voces discordantes.

4 Ante la falta de colegios profesionales o asociaciones de antropólogos en el mundo hispano, propongo como
referencia el código ético establecido por la American Anthropology Association.

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Conviene por tanto, preguntarse acerca de las ventajas y los inconvenientes
de aceptar los hechos tal como son, así como empezar a considerar la opción
de vender nuestro trabajo. En primer lugar nos acecha la incertidumbre de si en
realidad existe ese mercado o aquellos contratantes, que al igual que nosotros,
hayan tenido la idea de considerar como vendible nuestro conocimiento. La
evidencia empírica nos demuestra que efectivamente dicho mercado existe,
aunque por un momento pueda parecer que está oculto o acaparado por las
instituciones académicas, en un tipo de competencia que bien podría ser
tachada de desleal desde un punto de vista económico, y que en absoluto
nos favorece. Por poner un ejemplo, la variable sociocultural debería ser un
requisito indispensable para la consecución de cualquier proyecto de desarrollo
(Cernea, 1995), y como tal viene incluida en la definición de Evaluación
de Impacto Medioambiental (o EIA en sus siglas en inglés), siendo un
requisito legal previo a la realización de cualquier obra, al menos en Europa.
Lamentablemente y en el caso de existir, los proyectos siempre se llevan a
cabo por profesionales que ni son antropólogos ni poseen las destrezas y los
conocimientos metodológicos para realizarlos. Del mismo modo también cabe
mencionar la fingida legitimidad que agencias gubernamentales y empresas,
han depositado en los estudios dirigidos desde las instituciones académicas.
La academia no sólo es entonces nuestro lugar de origen como profesionales.
A partir de ahora será también nuestra competencia más directa.

El terreno de la consultoría privada ha sido recién descubierto por


profesionales vinculados a la esfera pública, lo cual arroja cierto optimismo
sobre sus expectativas de futuro. Si una persona con tanta experiencia decide
pasar a la acción, por algo será. La antropóloga María Antonieta Gallart, con
una eminente trayectoria en instituciones gubernamentales, desde 2009 es

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consultora independiente en proyectos de investigación cualitativa y evaluación
de programas públicos en materia indígena, en el tema de desarrollo social
y educativo. Su caso es sin duda ejemplo del hastío profesional que puede
producir en un antropólogo una atadura indefinida bajo la tutela del Estado.
Al mismo tiempo he aquí una facilidad que los viejos burócratas tienen y
los recién licenciados no: la disposición de una tupida red de contactos y
un volumen considerable de capital social5 que puede ser aprovechado en
beneficio propio.

Otro aspecto a discurrir es la importancia de nuestro trabajo, es decir,


cómo es visto por profesionales pertenecientes a otras ramas y en qué medida
puede ser de utilidad. Como ya he mencionado, el trabajo del antropólogo
es subestimado hoy en día, cuando no ignorado o relegado a un segundo
plano (Vázquez Mellado, 2005). ¿Seguirá siendo así en caso de convertirnos
en consultores independientes? No en la medida en que un consultor haga
público su trabajo y se de a conocer con el fin de captar clientes, o en la medida
que participe en proyectos con un profundo calado social del que puedan
hacer eco los medios. Sin embargo, este es un cambio que tardará décadas en
gestarse. Si bien al oficio de antropólogo no se le concede la importancia que
merece, en el ámbito profesional, se dispone de la capacidad necesaria para
que comience a tenerla.

Continuando con la cuestión acerca de si existe mercado para la práctica


etnográfica, no sólo es patente aquel que acaparan otros en nuestro nombre,
sino que además es posible dar cuenta de un filón de oportunidades allí donde

5 Este concepto se interpreta, no en el sentido contable mercantil del importe monetario o el valor de los bienes
aportados por un número de socios, sino como variable que mide la colaboración social entre los diferentes grupos
de un colectivo humano.

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en principio parece no haberlas o donde no tenemos la destreza de verlas.
Ello se da en virtud de un paradigma dominante que ignora la importancia
de los estudios sociales, incluso en los más insospechados rincones de la
sociedad. A este respecto, el profesional de las ciencias sociales debe adquirir
un papel activo como gestor, haciendo llegar a esas empresas o instituciones
gubernamentales la importancia de los estudios antropológicos, ya sea para
aumentar el éxito de sus proyectos o para mejorar la implantación de sus
políticas. Uno de los ámbitos en que esto está sucediendo es dentro de las
corporaciones. Precisamente entre las intervenciones más interesantes del ciclo
de conferencias referido, estuvo la del Ingeniero Antonio Vázquez Ferruzca,
pionero en un campo que vincula industria y cultura organizacional, en donde
la antropología aplicada independiente está dando sus primeros frutos. Sin
restar importancia a la labor de los psicólogos sociales o a los responsables
de los recursos humanos en las grandes compañías, se abre aquí un campo
de investigación multidisciplinar en el que los antropólogos tenemos mucho
que aportar. Patentes son los primeros trabajos en materia de antropología
industrial y cultura organizacional, que tanto en Europa como en América
Latina se han ido asentando dentro del campo de la consultoría privada.
Un pionero en este campo es sin duda Salomón Jorge Babor, reconocido
emprendedor que ha hecho de la colaboración con la empresa privada en los
más distintos ámbitos, desde la capacitación a la coordinación de grupos en
distintos contextos sociales hasta la comunicación, la cual es su verdadero
campo de investigación.

Tal vez este sea el campo donde los antropólogos tengamos un mayor
desempeño, debido al auge experimentado por la empresa transnacional y su
en principio aparente disponibilidad de recursos. Pero no conviene olvidar

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otros campos en los que el antropólogo consultor puede especializarse. Tal es
el caso de la mediación intercultural y la resolución de conflictos en lugares
tan dispares como escuelas, centros de inserción, instituciones penitenciarias y
comunidades rurales, o de los desplazamientos de población, o asentamientos
involuntarios, en ámbitos sociales de migración, las relaciones interétnicas,
las políticas de igualdad de género, la conciliación de vida laboral y personal,
el riesgo de exclusión social, los proyectos de desarrollo, etcétera. Este tipo de
profesionales son cada vez más necesarios con el fin de solucionar problemas
antropológicos mediante una aproximación externa a la organización, y
por tanto independiente y autónoma. Para las organizaciones públicas,
sujetas a cada vez mayores recortes presupuestarios y a la imposibilidad de
contratar personal de plantilla, el medio más asequible de obtener este tipo de
asesoramiento a partir de la contratación de profesionales externos. Igualmente
aquí son varias las pequeñas empresas que se han formado bajo esta misión,
tanto en España como en el mundo anglosajón, pudiendo citar Magenta
Consultoría de Género y Mediación Social e Intercultural, JB Intercultural
Consulting, Dinamia Consultoría Social, Cross Cultural Consulting y Harnett
Tannam Consultancy. Una breve visita a sus sitios web permite obtener una
panorámica general de todos los servicios relacionados con la mediación
social e intercultural, y así conocer la labor de unos científicos sociales que, si
bien poseen vínculos con la esfera gubernamental o académica, permanecen
libres y autónomos en su práctica profesional.

Otro campo de aplicación de los servicios de consultoría en antropología es


la promoción, conservación y gestión del patrimonio etnológico y cultural. Sin
duda, es este un campo de especialización con futuro en el caso de la República
Mexicana, por razones más que evidentes. Los esfuerzos llevados a cabo en

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este ámbito por los agentes federales y estatales, se ven complementados por
la financiación de fundaciones extranjeras y personalidades con vocación
filantrópica. Es aquí donde de un tiempo a esta parte, son varios los
antropólogos que han intervenido como consultores externos.

Consideremos la decisión primordial que lleva a un funcionario a contratar


nuestros servicios. Cualquier evaluación, diagnóstico, definición de políticas
de desarrollo o propuesta será efectuada en un marco de imparcialidad e
independencia. El sometimiento a requerimientos académicos metodológicos,
a un lenguaje técnico y elaborado no tiene cabida en consultoría. La rigidez
impuesta por una adaptación forzosa a los esquemas de trabajo planteados por
un sistema asalariado, dará paso a la innovación y a la originalidad que supone
la práctica etnográfica libre y autónoma. Los honorarios serán sustanciosos y
con ellos las penalidades económicas que nos impedían invertir en nuestro
trabajo, serán cosa del pasado. Precisamente esos valores de creatividad e
innovación se convertirán en los valores por los que compitan las futuras
consultoras en antropología. Como profesionales vinculados a un mundo en
constante cambio, hemos de superar las limitaciones derivadas de un trabajo
pura o meramente escrito. Para ello se requiere una continua adaptación a
las innovaciones que las tecnologías de la información y las aplicaciones
informáticas ofrecen. Además de investigadores, debemos ser editores
y montadores de video, expertos en sistemas de información geográfica
informatizada, bloggeros y comunicadores, por citar sólo unos ejemplos.
La formación continua en los más insospechados ámbitos que hace décadas
seríamos incapaces de adivinar, ha pasado a ser un requisito de primer orden.

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En último lugar conviene referirse a una de las consecuencias que se
derivan de la práctica profesional autónoma de la antropología, que no
es otra que la de vernos en condiciones de poder emitir juicios de valor,
de posicionarse a favor o en contra de nuestros sujetos de estudio o de la
actitud de nuestro empleadores. Si un antropólogo es contratado para algún
servicio en concreto, una vez que se ve respaldado por un trabajo de campo
exhaustivo y convenientemente documentado, una vez obtenidas una serie de
conclusiones sólidas, el antropólogo es el profesional más adecuado a la hora
de emitir juicios de valor o en el momento de definir políticas, recomendar
actuaciones o descartar programas, siempre sobre la base de un conocimiento
previo. ¿Acaso no ha sido contratado para ello? Si se le contrata, al fin y
al cabo se hace con el objetivo de que se pronuncie. Es su obligación dar
su aprobación sobre algo que está bien, así como también lo es denunciar
alguna actuación que en su opinión resulte una fechoría. Del mismo modo, un
antropólogo hará bien en pronunciarse sobre algún acto deleznable cometido
por las autoridades, al igual que puede verse en la postura de rechazar su
participación en un proyecto de desarrollo que suponga el desplazamiento
forzoso de una comunidad o ponga en peligro la subsistencia de la misma.

A modo de conclusión, es una tarea de los antropólogos de hoy dedicarse a


su disciplina alejándose del paternalismo académico y académico estatal, que
hasta hoy han alentado (o perjudicado) los estudios antropológicos. Muchos de
los futuros antropólogos y antropólogas nos vemos en una difícil elección al
enfrentarnos a un mercado laboral saturado, en un contexto de crisis económica
marcado por la eventualidad y la precariedad. No parece que las jerarquías vayan
a desaparecer mañana, pero sin duda puede haber un modo de aprovecharse de
ellas. ¿Es esto moralmente ético? Corresponde a nosotros la labor de delimitarlo.

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La diferencia entre el modo “tradicional” de hacer antropología y este
nuevo modo, radica en que esta última tiene en consideración las ventajas que
aporta tanto el posicionamiento como los juicios de valor del antropólogo.
Si la consultoría permite ser autónomos, la antropología debería ser un
instrumento que posibilitara reflejar los juicios propios de los profesionales
que la practican en los trabajos por los que se les contrata, siempre que
dichos juicios estén sólida y científicamente argumentados. A pesar de que en
ocasiones sean impuestos una serie de términos de referencia previos, o una
metodología específica para analizar un determinado problema o diagnosticar
las necesidades de una comunidad, el ejercicio autónomo de nuestra profesión
permitirá tomar una papel activo en el transcurso del trabajo etnográfico, será
posible darle un cariz propio, un reflejo del modo según el cual creemos que
deben hacerse las cosas. Dejar traslucir en nuestros estudios una voluntad de
cambio y transformar la realidad a través del convencimiento sutil de nuestros
empleadores.

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