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1Predicación

Capilla SEMLA 26 oct 2016

Texto: Juan 4:1-26

“Al solo nombre de Jesucristo nuestro Salvador, temblaba yo de pies a cabeza.” “Yo
recuerdo muy bien cuán horriblemente me amedrentaba el juicio divino y la vista de
Cristo como juez y tirano.” “Cuando contemplaba a Jesús en la cruz, me parecía que me
fulminaba un rayo, y cuando se pronunciaba su nombre, hubiera preferido oír el del
demonio.” ... “¿Quién puede amar a quien trata a los pecadores según justicia?” “La sola
expresión justicia de Dios despertaba en [mí] sentimientos de horror y de odio.”

Esas palabras son de Martín Lutero, quien dio inicio a la Reforma Protestante el 31 de
octubre de 1517, hace 499 años. Describen muy bien la forma en que veía a Jesús y a
Dios en su juventud y en sus primeros años de ser fraile agustino: vívía lleno de miedo,
temiendo sufrir la ira de ese Dios por sus pecados. Esas palabras de Lutero hacen un
buen contraste con la primera línea de un himno que todos conocemos, “Oh, qué amigo
nos es Cristo,” o con la confesión, “Jesús es mi buen pastor.” Al principio de su vida, para
Lutero Cristo era todo menos un buen pastor o un amigo—más bien era su enemigo,
ante quien temblaba de miedo.

¿Cómo sucedió que Lutero llegó a ver a Jesucristo y a Dios así? Ese es el concepto de
Cristo y de Dios que le había comunicado y enseñado la iglesia de su tiempo. Los que
tenían el poder en la iglesia promovían ese concepto de Dios y de Cristo porque les
permitía controlar y manipular a la gente. Se decía que, para ser salvo de la ira de Dios
en este mundo y el mundo venidero, había que someterse a las autoridades de la iglesia,
quienes eran los representantes exclusivos de Dios y de Jesucristo en la tierra.

Esa enseñanza era el medio por el cual las autoridades de la iglesia recibían grandes
sumas de dinero y otros bienes al rezar misas, administrar los sacramentos, e imponerle
a la gente otras prácticas y ritos. Amenazaban a todos los que no les obedecían con el
fuego del purgatorio y del infierno. Esa visión de Dios y Jesucristo impulsó a Lutero y
muchas otras personas a adoptar la vida monástica, creyendo que tal vez así podían
aplacar la ira de Dios y ganar su favor. De esa manera, entregaban no sólo sus bienes
sino su misma vida en las manos de la iglesia, que así fortalecía su dominio y poder
sobre la sociedad.

-1-
Como podemos ver en el pasaje sobre Jesús y la mujer samaritana que escuchamos hace
algunos momentos, la misma situación existía en Palestina en el tiempo de Jesús. Las
autoridades judías, como los principales sacerdotes de Jerusalem y grupos como los
fariseos y saduceos, decían ser los representantes de Dios en la tierra. Eran los únicos
que podían hablar por Dios e interpretar correctamente las Escrituras hebreas.

Utilizaban la creencia que Dios habitaba en el templo de Jerusalén para oprimir a la


población judía, pues recibían todas las ofrendas y diezmos que la gente entregaba al
templo y obtenían grandes sumas de dinero y bienes al cobrar por los sacrificios y otros
servicios que ofrecían en el templo. Para ellos, igual como para la iglesia de tiempos de
Lutero, la religión era un negocio. Utilizaban su enseñanza sobre Dios para controlar,
manipular, subyugar, y oprimir a judíos no sólo en Palestina sino a través de todo el
imperio romano.

Según el pasaje del Evangelio de Juan que escuchamos, Jesús se sintió obligado a
retirarse de Galilea debido al ministerio que estaba realizando, pues había atraído a un
gran número de seguidores. Esto lo hacía predicando un Dios muy distinto aios de las
autoridades judías: un Dios de gracia y misericordia que recibía con agrado a todas las
personas que querían acercarse a él con un corazón sincero, incluyendo a los pobres, los
marginados, y los que llevaban la etiqueta de pecadores.

Eso no lo podían tolerar las autoridades, de modo que Jesús decidió refugiarse un
tiempo en Samaria, donde la gente no aceptaba a las autoridades judías como
representantes de Dios. Los samaritanos eran odiados por los judíos, pues decían ser el
verdadero pueblo de Dios. Según los judíos, los samaritanos eran una raza mixta que no
aceptaban al Dios de Israel que moraba en el templo de Jerusalén. Por eso, cuando el
pueblo judío logró su independencia de los griegos un siglo y medio antes de Jesús, una
de las primeras cosas que hicieron fue ir a destruir el templo samaritano que había en el
Monte Gerizim, donde los samaritanos adoraban al Dios en que creían.

Durante toda su vida, la mujer samaritana con la que se encontró Jesús en el pozo de
Jacob había sufrido opresión de muchas formas. Era despreciada y violentada no sólo
por ser samaritana, sino también por ser mujer. Para los varones, ella era un objeto para
ser utilizado de acuerdo a sus propios intereses y deseos. Como en muchas partes del
mundo hoy donde no hay que agua corriente, como mujer, ella tenía que cargar el agua
del pozo a su casa — un trabajo pesado que los hombres del pueblo bien podían hacer,
pero no querían.

-2-
Cuando Jesús le dice a la mujer que ha tenido cinco maridos y que el que tenía ahora no
era su marido, debemos entender su propósito no en términos de degradar a la mujer,
sino reconocer lo que había sufrido. En aquel tiempo, no se practicaba el divorcio como
hoy lo conocemos, sino que los hombres podían despedir y desechar a sus mujeres
cuando se les daba la gana. Eso las obligaba a buscar unirse con otro hombre para tener
una casa donde vivir y cubrir sus otras necesidades básicas, pues las mujeres dependían
en todo de los hombres.

Eso le había pasado cinco veces a esta mujer. Y ahora, se habia unido a otro hombre sin
casarse. Eso significaba que no gozaba de los derechos y protecciones que la ley
otorgaba a las mujeres debidamente casadas. Sin duda, esta mujer había sufrido
violencia de muchas formas—no sólo violencia física, sino también violencia social,
psicológica, y doméstica. En su vida, muchos la habían tratado como un objeto para ser
utilizado y luego desechado, pues asi se trataba a la gran mayoría de mujeres.

Pero, para su sorpresa, Jesús se negó a tratarla así, como un objeto. Sin duda, primero le
pidió agua para tomar, pues él no tenía con qué sacar el agua del pozo. Pero luego le
ofrece una agua diferente, “agua viva.” Debemos entender esa agua viva en términos de
una vida distinta, una nueva forma de relacionarse con Dios y los demás.

Creer en Jesús y en el Dios que proclamaba significaba rechazar la opresión y la violencia


en todas sus manifestaciones para buscar establecer relaciones de amor, justicia,
igualdad, y solidaridad con los demás, en particular con los que compartían la misma
visión. Y lo primero que hizo esta mujer al recibir esta agua viva de Jesús fue regresar
corriendo a su pueblo para anunciar ahí a Jesús y al Dios liberador que él proclamaba.

Hoy día seguimos viviendo en un mundo y una sociedad donde predominan la injusticia,
la corrupción, la opresión, y la violencia. Esa violencia toma muchas formas, incluyendo la
discriminación, la marginación, y la privación de los derechos que todo ser humano
tiene. Silenciar a otros, no eschucharles, y negarles un trato digno y justo es hacerles
violencia.

Pero también sigue existiendo la violencia física, como recordamos hoy al pensar en los
feminicidios que han ocurrido y siguen ocurriendo a través de todo el país. No sólo se
trata a las mujeres como objetos para ser aprovechadas para ciertos intereses, abusadas,
denigradas, y luego desechadas, sino que se les quita la misma vida. Y después, la
sociedad y las autoridades ni siquiera se molestan por buscar a los asesinos de estas
mujeres. Más bien, les permiten seguir libres para continuar practicando la violencia.

-3-
Cuando Lutero comenzó a estudiar la Biblia, poco a poco descubrió ahí a otro Dios, un
Dios muy diferente al Dios opresivo que proclamaba la iglesia de aquel tiempo. Lutero
encontró al Dios de amor, gracia, misericordia, justicia, paz, y solidaridad que había
enviado a su Hijo al mundo para liberarlo del mal.

Cuando Lutero llegó a concebir a Dios y a Jesucristo de esa manera, no podía quedarse
callado. Se sentía movido a compartir esa nueva visión de Dios y de Jesús, ese evangelio,
con los demás. Y eso significaba rechazar públicamente al Dios opresivo que se estaba
proclamando, y denunciar la corrupción, el egoísmo, y las injusticias de los que
mantenían que ése era el verdadero Dios.

Al anunciar a un Dios diferente y denunciar al Dios que los que tenían el poder usaban
para oprimir a los demás, Lutero tuvo que enfrentar la violencia. Pero a pesar de eso,
Lutero se negó a guardar silencio y más bién proclamó al Dios que había encontrado en
las Escrituras y a su Hijo Jesucristo.

Y así se dio inicio a la Reforma, pues muchos otros llegaron a creer en el Dios de Lutero,
el Dios de Jesucristo, para ser liberados y buscar la liberación de los demás. Celebrar la
Reforma hoy significa rechazar a los Dioses falsos en cuyo nombre se practica la
opresión y la violencia. También significa desenmascar a todos los que justifican su
maldad en nombre de esos Dioses. Al mismo tiempo, asumir el espíritu de la Reforma
significa buscar en amor la justicia, la paz, y el bienestar de todos dentro de la sociedad y
el mundo en que vivimos. Hacer eso es compartir con otros el agua viva que ofrece
Jesús, esa nueva vida caracterizada por la solidaridad con todas las personas y grupos
que hay a nuestro alrededor, y en particular los que son víctimas de la injusticia y la
violencia.

Seguir a Jesucristo significa participar en su misión de crear comunidades alternativas y


una sociedad diferente, donde predominan los mismos valores y el mismo praxis que
vemos en él. Y hoy también recordamos que seguir a Cristo significa trabajar para poner
fin al trato injusto y violento que reciben las mujeres en nuestro mundo cuando se les ve
como objetos y hasta se les quita la vida, y promover en su lugar la inclusión y la
equidad.

Pero adoptar el espíritu de la Reforma significa también reconocer que nosotros también
somos pecadores que necesitamos ser liberados y transformados. Todos nosotros, como
individuos y como iglesias, seguimos cayendo en la opresión y la injusticia
continuamente, aun sin querer.

-4-
Y lo que necesitamos es reconocer nuestro pecado, pedirle perdón a Dios y los demás, y
comprometernos de nuevo a luchar contra toda la injusticia y la violencia que se practica
alrededor de nosotros en nombre de un Dios falso y opresivo. Eso significa proclamar el
evangelio de Jesucristo que Lutero redescubrió en las Escrituras, buscando el bienestar y
la justicia en nuestras iglesias, nuestros hogares, nuestra sociedad, y en todos los
espacios en los que nos movemos.

De hecho, negarnos a compartir ese evangelio y asumir ese compromiso es practicar la


violencia contra los demás, pues al no ofrecerles el agua viva que recibimos de Jesús, les
hacemos un mal. Si en verdad somos hijos e hijas de la Reforma Protestante hoy, no nos
queda otra alternativa que comprometernos con todo lo que representa Jesucristo y el
Dios que él proclamaba por todas partes, y particularmente donde había sufrimiento,
marginación, opresión, y violencia.

Si hacemos eso, descubriremos cada día de nuevo lo que Lutero descubrió: que nuestro
Señor no es un tirano ni un juez airado, sino un amigo y un buen pastor. Seguir a ese
Dios y a su Hijo Jesucristo es entrar en un mundo nuevo para invitar a todos los demás,
tanto opresores como oprimidos, a vivir en ese mundo con nosotros. Amén.

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