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Veremos en uno de los testimonios del pase de Luis Darío Salamone,13 el paso
del síntoma a la entrada, nombrado por él como “empacho”, a la construcción
del sinthome, como una nueva manera
de relación con el goce, la sed. Hay que advertir que en las entrevistas
preliminares en el dispositivo analítico, bajo transferencia, es importante que el
síntoma se despliegue en la cadena asociativa.
Si bien el síntoma tiene un núcleo silencioso, autista, que es lo real -como
veremos en este testimonio-, el sujeto mismo le da sentido a ese síntoma
inicial. La orientación de la práctica por lo real, no supone que se excluya el
primer tiempo lógico de la misma, ni que se enfrente prematuramente al
analizante con el goce, lo que solamente produce deserción. Tienen que darse
algunas condiciones, preparar el terreno, para que ello llegue a darse. El
recorrido del síntoma va de lo Simbólico a lo Real, que no es sin lo Imaginario
(las identificaciones del sujeto que caen); el aislamiento de puntos de real que
irrumpen, allí donde se fuga el sentido.
El pasante describe el sufrimiento anterior a su análisis como una profunda
infelicidad jugada a partir de inhibiciones (timidez), síntomas corporales
(dolores de cabeza, empacho y vómitos) y angustias, la tríada freudiana, tres
nombres de lo real. Los libros y las películas, eran a la vez refugio y
encierro, con una fuerte atracción hacia lo siniestro; gozar de lo angustioso en
la literatura y el cine, evitaba que la propia angustia se desencadenara;
escapaba a veces y cuando la parálisis lo impedía, aparecían síntomas:
cefaleas y dolores de estómago.
Después del pase, este síntoma hace lazo de otra manera; lo siniestro toma la
vertiente de lo cómico y de la episteme sobre la angustia en la conexión cine-
psicoanálisis, lo que se pone en acto en su trabajo en las Noches de cine en la
Escuela, con un ciclo sobre El imperio de la angustia.
Relata que tuvo un primer análisis que le permitió situar algunos S1, pero sin
tomar en serio lo real. Su primer analista deja el psicoanálisis por la medicina y
él elige un segundo analista, procurando antes escuchar de él en la Escuela,
durante un año, un deseo decidido hacia el psicoanálisis. Elige a Jorge
Chamorro. Es interesante que diga el nombre del analista, lo que es algo que
solo saben algunos pocos, o que casi nunca se menciona, porque se trata, al
final, del pasante como analista que deviene de su análisis y de la lógica de la
cura que él logró cernir. No se habla mucho del analista, porque se advierte
que el Otro no es más que un semblante y eso hace caer, al final del análisis, la
transferencia, porque “la transferencia es un baile de máscaras con el Otro que
no existe”,14 y sus restos se dirigen a la Escuela y al psicoanálisis. Me serviré
de esta excepción para acompañarme, en el trabajo sobre este testimonio, de
algunas enseñanzas de Jorge Chamorro sobre la Dirección de la cura.
Lo que aparecía a título de síntoma a la entrada, eran dolores de estómagos
que llevaban a descomposturas y vómitos incoercibles que requerían
antiespasmódicos. Despliega asociativamente el “empacho”, que es el nombre
del síntoma, y aparecen dolores de cabeza y estómago padecidos desde niño.
La abuela quería curarlo del “empacho” tirándole “el cuerito”, o utilizaba una
cinta que le ponía en la boca del estómago apartándose unos pasos para
volver a acercarse mascullando oraciones. Esa práctica le resultaba dolorosa y
humillante y hacía que se escapara. Para Lacan, en 1976, el pase es la puesta
a prueba de la hystorización en el análisis y ésta la hace el analizante al
recortar la historia con respecto a un significante, que en este caso nombra
uno de los síntomas, el empacho, puntuado por el analista con un corte. La
entrada en análisis se da en la entrevista siguiente con un sueño transferencial
que enlaza al analista con el síntoma: “En el sueño concurría a análisis, tocaba
el timbre, bajaba por las escaleras una señora gorda que me aseguraba que no
iban a
poder atenderme porque el señor estaba empachado” y aparece una
respuesta: el escapismo. Esta entrada en análisis hizo que afloraran recuerdos
en los que logró decantar los S1, los “titiriteros de su posición subjetiva”.
Veremos el extravío inevitable en el sentido; es la ficción de la novela familiar
del neurótico, como decía Freud y el momento preciso en que el sujeto se
percata de “su extravío”, al que lo ha conducido el análisis mismo con la
proliferación de sentido que ha promovido. Al promover la articulación del
inconsciente con el síntoma, la operación analítica alienta el florecimiento del
sentido sexual, que al mismo tiempo que promueve la elaboración extravía al
analizante…y se topa con los bordes donde naufraga el sentido”.15
Es decir, que si hay una orientación hacia lo real por parte del analista, el
sujeto encontrará los límites del sentido, de las certezas que espera obtener
de él y es en esa fuga de sentido, que puede aislar lo real.
De lo que se trata es de situar esa fuga y no de
introducir de manera abrupta lo real por parte del
analista, lo cual sería lo mismo que responder al
síntoma con sentido, o llevar al analizante a responder
al síntoma con lo real y no a responder del síntoma por
su real. Este tipo de intervenciones no son más que la
incapacidad para acoger lo real en el dispositivo. De
nuevo volvemos a que es en el análisis del analista, en
forma privilegiada, donde se opera su formación; así que
si el analista no ha obtenido de su propio análisis la
neutralidad “con sus propios amores con la verdad y el
sentido” entrará a la escena analítica como sujeto de
goce, operando con su propio fantasma y no con su
deseo de analista. Es en la fuga de sentido que extraemos la orientación y la
neutralidad analítica.
Continuemos con el testimonio. El primer Salamone, llamado Luis, vendría
proveniente de Sicilia, escapando de la mafia con una amenaza de ser capado.
“Te voy a capar”, por otra parte, era una amenaza frecuente en el discurso
paterno que explicaba ese significante amo como “es lo que le hacen a los
toros para que no tengan más hijos”. Otro de los Salamone, Francisco, era un
arquitecto famoso, con una obra monumental en el Cementerio de Laprida que
simbolizaba cómo el cuerpo que reposa se reintegra a la tierra, mientras el
sujeto se obsesionaba precisamente lo contrario: en los sueños, lo visitaban los
muertos. En el pueblo decidieron homenajear a la familia poniéndole Salamone
a una calle, no por homenaje ni al genial arquitecto, ni al padre, sino por una
contingencia: la tatarabuela fue el primer muerto enterrado en el cementero
del pueblo y Salamone nombraron a la calle que va al cementerio. La manera
de empalagarse con el sentido sobre la muerte, fue esta mitología familiar y el
gusto por lo siniestro en la literatura y en el cine.
Es importante entonces orientar la escucha analítica de esta novela familiar en
dos campos: el $ (lo pulsional) y el A.