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Así pues, el camino más largo entre dos puntos es el camino científico.
Pero la paradoja surge de que después de tantas idas y venidas
aparentemente fútiles, se logra una herramienta para pensar sumamente
poderosa, tan poderosa que en este momento lleva a los hombres al espacio y
hasta el planeta Tierra corre el peligro de desaparecer, tragado por este
omnipotente “Moloch” creado a fuerza de vacilaciones y circunloquios.
Pero la aplicación del método científico no es una cosa fácil. Nunca,
por más experiencia que tenga el científico, está seguro de que procede con
corrección en las etapas de cualquier investigación. Unas veces se peca por
exceso de ortodoxia, exceso de escepticismo, de duda; otras, al contrario, el
error consiste en demasiada confianza, en el excesivo crédito prestado a una
teoría.
El que esto escribe demoró veinte años en prestar atención a las
famosas “Profecías de la Gran Pirámide”, pensando que se trataba de puras
elucubraciones mitológicas sin ningún fundamento real. Cuando descubrí
que la Velocidad de la Luz —en metros absolutos— era el número 286.1 y
que este número en medidas de “pulgadas piramidales” se encontraba por
todas partes en la Gran Pirámide, pude ver que las supuestas
“elucubraciones” del ingeniero Davidson, publicadas hacia 1905 sobre dichas
profecías, tenían una absoluta base científica, a despecho de que para
nuestra ciencia “la profecía no existe”.