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Paranoia y criminalidad

El delirio reivindicativo y el acto criminal

Introducción
En la presente clase trataremos de poner a prueba y verificar
algunas cuestiones teóricas desarrolladas en las anteriores a partir
de un caso actual: el crimen cometido por el odontólogo Ricardo
Barreda, quien el 15 de noviembre de 1992 asesina a su esposa
Gladys Mac Donald, a su suegra Elena Arreche y a sus hijas Cecilia
y Adriana. Se trató de un hecho que conmovió a la opinión pública y
fue motivo de controversia en el ámbito judicial, en relación al
diagnóstico psiquiátrico y la imputabilidad o inimputabilidad del
acusado. Es decir, si obraron causas que le hubieran impedido
comprender la criminalidad de sus actos o dirigir sus acciones.

Fue considerado autor penalmente responsable de los delitos de


homicidio calificado por el vínculo (tres hechos) y un homicidio
simple y condenado a reclusión perpetua. De los tres jueces de la
causa, uno votó en disidencia por considerar que actuó sin
posibilidad de comprender la criminalidad del acto y la dirección de
sus acciones por hallarse afectado de una psicosis delirante
sistematizada crónica bajo la forma de delirio de reivindicación. Y se
expedía en el sentido de que correspondía absolver libremente al
imputado y disponer su internación para tratamiento.

Hubo peritajes forenses que resumimos en dos diagnósticos


diferentes conclusivos en los que se basaron los jueces para decidir
sobre la imputabilidad o inimputabilidad. Es decir, si era penalmente
responsable o no.

Peritaje 1: En un último interrogatorio el perito afirma que Barreda


estaba loco antes del hecho, durante el hecho y en la actualidad y
hace el diagnóstico de delirio de reivindicación. Es decir que no
pudo hacer una comprensión valorativa de los hechos aunque
reconociese su autoría.
Peritaje 2: Neurótico severo, caracteropatizado, base narcisista,
organización psicológica de modo obsesivo cristalizada como
rasgos de personalidad, lo que le confirió un grado de estabilidad
rígida difícilmente modificable. Luego, imputable.

Adelanto que la conclusión de mi trabajo es que se trata de un


delirio pasional reivindicativo.

De nuestros antecedentes
Algunas consideraciones teóricas previas de carácter general y
algunas en particular en relación a la cuestión que nos ocupa.
Sabemos que en nuestra subjetividad la relación natural con las
cosas está perdida, que por el lenguaje hay una falta radical en el
universo discursivo; por lo que el significado, el sentido de la vida,
las relaciones humanas, el qué quiere decir cada cosa es una
construcción que viene al lugar de lo que no se puede saber ni decir
sin fallar. Esta construcción, en tanto neuróticos, es fantasmática y
está sostenida en un significante primordial el Nombre del Padre
que constituye nuestra realidad psíquica y que nos sostiene en un
universo de significación sexual de orden fálica. Es con ésta
realidad psíquica, edípica, con la que respondemos al qué Desea el
Otro y al de qué Goza el Otro articulando y estando en conjunción-
disyunción con nuestro objeto de satisfacción pulsional ubicado en
nuestro fantasma particular que contiene - φ de la castración.
Estamos de pleno en la función y campo de la palabra y del
lenguaje, articulados en un discurso, discurso del inconsciente.

Cuando no hay afirmación primordial, represión, entonces forclusión


y otro modo de armar la realidad humana. El delirio vendrá al lugar
del fantasma que no hay en un intento de reintroducir en el campo
del Otro un hecho de discurso, solo que el sujeto no recibirá su
propio mensaje en forma invertida sino de un modo directo.
Entonces el síntoma no será un retorno de lo reprimido sino un
retorno en lo real y el sujeto estará alienado en el significante pero
no separado del objeto de goce, por lo que no está en una relación
de imposibilidad con el mismo. Es así que el goce no sería
fantasmático sino retorna en el cuerpo o en el Otro sin la mediación
del discurso del inconsciente. En un caso hablamos del llamado
esquizofrénico donde todo lo simbólico sería real y en el otro de
paranoia donde habría un predominio de lo imaginario, un pegoteo
imaginario. En la paranoia hay la construcción de Otro real donde
se encuentra incluido sin separación el objeto. El delirio hace
retornar como S2 el goce en el Otro. El delirio es un universo
parcial, un campo de significaciones, que organiza un cierto
significante a veces luego de un largo trabajo de elaboración.
Sabemos que el encuentro con el significante sólo en lo real S1
produce perplejidad, pero la certeza de que eso que presenta le
concierne al sujeto y es lo que llamamos significación de
significación. El trabajo delirante producirá un saber que le dé
sentido, sentido gozado, a eso que sólo se presentaba como
iniciativa del Otro, algo que le está dirigido y es interpretado en el
orden de lo perjudicial para el sujeto. En la paranoia es impensable
la contradicción, el otro siempre opera en un mismo sentido. El
saber está confundido con el goce del Otro. No hay contingencia ni
azar, no hay pregunta, todo respuesta. No hay llamado a verificar
algún efecto de verdad. Luego la verdad estará confundida con un
saberlo todo. El llamado a la verificación no encuentra puntos de
imposibilidad, sin inscripción en el inconsciente como
desciframiento e interpretación no es sensible al equívoco y una vez
constituida la significación es plena y unívoca. Este saber que el
Otro goza de él en su delirio dijimos que sería el correlato de su ser
de goce en el fantasma que no hay. En el fantasma en tanto
neuróticos el goce del Otro que no hay es una suposición, ya que el
goce es siempre del Uno y en la psicosis se realiza en lo real del
delirio. Este permite al sujeto reintegrarse como plus de goce en el
campo del Otro mientras no se confronte con el desecho que es
como objeto a que lo conduciría al pasaje al acto. Estamos
hablando de la paranoia en tanto entidad clínica, psicosis paranoica
y no sólo como diría Lacan en “El estadío del espejo” que es “el
estado nativo del sujeto”. Veremos como en el caso la significación
fundamental que adviene es la maldad del Otro encarnado en la
suegra, esposa e hijas que sólo quieren perjudicarlo, no lo
entienden. Veremos cómo se traza el camino para librarse del goce
malévolo que conduce a la reivindicación de su dignidad a través
del homicidio.

Con la psiquiatría
Lacan en el capítulo II: “La significación del delirio” del seminario 3
toma la caracterización que Emil Kraepelin hace de la paranoia en
1899: “Desarrollo insidioso de causas internas y según una
evolución continúa, de un sistema delirante, duradero e imposible
de quebrantar, que se instaura con una conservación completa de
la claridad y el orden del pensamiento, la volición y la acción” y la
cuestiona al decir que la clínica la contradice. En nuestro caso
veremos que hay sí un momento fecundo y no sólo un desarrollo
insidioso, que hay causas externas (elemento emocional en la vida
del sujeto) y que varia con el tiempo cuando de lo paranoico, en
tanto delirio interpretativo, vira a un delirio reivindicativo. Aunque
siempre con la misma fuerza estructurante.

Dirá Lacan: “¿A qué se debe la ambigüedad de lo hecho en torno a


la noción de paranoia? A muchas cosas y quizás a una insuficiente
subdivisión clínica. Pienso que los psiquiatras aquí presentes tienen
un conocimiento suficiente de los distintos tipos clínicos como para
saber, por ejemplo, que un delirio de interpretación no es para nada
lo mismo que un delirio de reivindicación. También es conveniente
distinguir entre psicosis paranoicas y psicosis pasionales”.

Fuimos a buscar éstas referencias clínicas en la tesis doctoral de


Paul Bercherie que, con modificaciones, se publicó con el título “Los
fundamentos de la clínica”.

Nos dice: “Alrededor de 1910 se constituye el edificio nosológico


considerado en Francia como clásico. Sérieux y Capgras inauguran
sus trabajos sobre el delirio de interpretación coronados con su
célebre monografía ‘Las locuras razonantes’”.

Opondrán el delirio de interpretación al delirio de reivindicación. El


primero es una psicosis sistematizada crónica y se caracteriza por
la multiplicidad de interpretaciones delirantes, ausencia de
alucinaciones, evolución progresiva por extensión. El delirio de
reivindicación tiene un carácter primario, organizador de una idea
prevalente, obsesionante y sectorizada que lejos de luchar contra
ella, el delirante no piensa más que en satisfacerla con el alivio
consecutivo al lograrlo. Ausencia de ideas delirantes absurdas,
concepciones verosímiles, cotidianas, limitadas, sin megalomanía
verdadera ni delirio de persecución física. Puede ser altruista
(reforma política, religiosa) o egoísta (idea de perjuicio, celos, etc.).
Inicio brusco, evolución por brotes sucesivos con intermitencias más
o menos largas, extensión sectorizada. Los autores agrupan con el
nombre de paranoia los delirios de reivindicación y de
interpretación.

A partir de 1920 de modo coincidente Gaëtan de Clérambault


clasifica los delirios paranoicos en:

Delirios pasionales:

 Delirios erotomaníacos

 Delirios de celos

 Delirios reivindicativos

Delirios interpretativos

Refiere que en el pasional se produce un nudo ideo afectivo inicial,


que llama el postulado, que lo conduce hacia una finalidad precisa.
El delirio está polarizado, sectorizado, enteramente inscripto en el
postulado inicial. Opera en base a interpretaciones de tipo personal
y especialmente en elementos imaginativos en base al nudo inicial.
El delirante pasional se adelanta hacia un objetivo con una
exigencia consciente, completa de entrada, no delira más que en el
dominio de su deseo, no modifica su relación con el medio y sólo lo
hace en el terreno de su pasión.

Por el contrario el delirante interpretativo tiene como base el


carácter paranoico. En otros términos, un sentimiento de
desconfianza se desarrolla en todos los sentidos, conceptos
múltiples y cambiantes. La extensión es por irradiación circular, la
época de inicio no puede ser precisada, navega en el misterio,
inquieto, sorprendido y pasivo, busca explicaciones. No hay nada
equivalente al postulado ideo afectivo, no hay célula madre, no hay
idea directriz. De Clerambault en el capítulo “Los delirios
pasionales: erotomanía, reivindicación, celos” que está en el libro
“Automatismo mental- Paranoia” de editorial Polemos dice: “Sérieux
y Capgras separaron a los reivindicativos de los interpretativos,
adherimos a todos sus criterios diferenciales pero añadimos la
noción siguiente: tanto los reivindicativos como los interpretativos
provienen de un dato único, la patogenia pasional, aunque en el
pasional… la interpretación se realiza según constelaciones no
reticulares ilimitadas”.

Estas sucintas descripciones que tomamos de los clásicos


acompañan la conceptualización de paranoia y delirio reivindicativo
con que se expidió uno de los grupos de peritos en el caso.

El caso: el veredicto, conclusiones


Se extraerán y analizarán párrafos del veredicto que dictara la
Cámara 3ª en lo Criminal y Correccional de La Plata sala I el 14 de
agosto de 1995.

Se probó suficientemente que el odontólogo Ricardo Barreda fue el


autor material de los cuatro homicidios.

Al prestar indagatoria el 26 de noviembre de 1992 dice: “… el


imputado reconoce que luego de una discusión con su esposa
pierde la noción de las cosas y no sabe cuánto tiempo pasa hasta
que se encuentra con el arma en la mano…”. Al comparecer en la
audiencia oral el 18 de mayo de 1993 sostiene: “Que el día del
hecho se le había puesto en la cabeza desde hacía
aproximadamente dos años que era un problema entre ellas y yo.
Que esto lo dice en el sentido de la muerte de todas las
componentes del grupo familiar. Que después del postoperatorio,
cuando pudo caminar, concurrió a la armería Cosoli, donde compró
una caja de cartuchos para la escopeta que tenía el declarante y
que guardaba debajo de la escalera… ésta idea de muerte que se
generó en el postoperatorio se fue acrecentando con el tiempo y se
le había hecho una cosa inexorable, inevitable, es decir una forma
de hacer justicia. Que no sabía en qué momento iba a hacerlo pero
que tenía que hacerlo… sucede entonces el episodio de la parra”.
Al comparecer en la audiencia oral manifestó: “Entonces le digo (a
la esposa): voy a pasar la caña en la entrada, el plumero en el techo
porque estaba lleno de telas con insectos atrapados que causaba
muy mala impresión, o si no, le digo voy a atar y cortar un poco las
puntas de la parra que ya andaban jorobando, que la parra se caía
para abajo… voy a sacar las telas de la entrada que es lo que más
se ve. Me dice: mejor que vayas a hacer eso, andá a hacer eso,
andá a limpiar que los trabajos de conchita son los trabajos que te
quedan mejores, es para lo que más servís. Y me molesta
sobremanera, no era la primera vez que me lo decía, el asunto
venía a que yo me tendía mi ropa, si se me despegaba un botón me
cosía el botón, o cosas que tenía que hacerme en la indumentaria
me las hacía yo. Bueno, le digo, entonces no sé, siento como una
especie de rebeldía. Bueno, digo entonces, el conchita no va a
limpiar nada la entrada, el conchita va a atar la parra y… bueno, voy
a buscar, había que sacar una escalera del garaje. Voy a buscar un
casco que estaba en el bajo escalera… y encuentro afuera del bajo
escalera la escopeta parada. Los cartuchos estaban al lado, en el
suelo en una caja… y bueno, la tomo, siento como una fuerza que
me impulsa a tomarla, la tomo, voy hacia el fondo y disparo”.

El perito que diagnostica el delirio de reivindicación refiere: “…en


relación a la concepción de las ideas como aquella significación que
hace que no se pueda encontrar ningún otro tipo de explicación a
por qué un individuo se adhiere a una determinada concepción de la
vida, ya sea del universo, de su familia, de su felicidad. No sólo no
admite haberse equivocado sino que está absolutamente
convencido de que tenía que pasar lo que pasó, como si un
determinismo superior hubiera guiado sus pasos hacia la instancia
final… el ingrediente pasional se exterioriza claramente en directa
vinculación a la que fue inicialmente uno de sus liminares objetivos
de vida -la construcción de un hogar familiar- y que terminó
transformándose en el enemigo mortal, el enfrentamiento con las
mujeres.”
Dijo la jueza: “Dominado por su obsesión irresistible, el reivindicador
lejos de luchar contra ella no piensa más que en satisfacerla y
obtener el alivio consecutivo a esa satisfacción… la incoercibilidad e
irreductibilidad de la idea es tal que aún hoy, a más de dos años del
hecho, esgrime como motivo racionalmente aceptable de los
homicidios la terca y concertada oposición de su familia a sus
deseos de reconocimiento y unión, sin ninguna especie de duda,
autocrítica o arrepentimiento”.

Todo lo antes expuesto durante el juicio parece confirmar que


efectivamente se trata de un delirio reivindicativo, el motivo del
crimen. Este es nuestro punto de vista. El paciente habría soportado
durante años el supuesto rechazo familiar y denigración, según su
decir, pero su ego fuerte y el ideal familiar que sostenía hacía que el
objeto de goce que era para el Otro se sostuviera en continuidad en
su persona. Nada de lo que sucedía lo apartaba de su ideal ni hacía
tambalear a su ego de sostén y podríamos decir que sólo juntaba
más y más pruebas de lo equivocadas que estaban las mujeres de
la casa. Ellas nunca se daban cuenta de lo mucho que hacía por
ellas. A mi entender pude detectar un comienzo brusco, un
desencadenamiento, un inicio de ésta psicosis. Lo siguiente que voy
a comentar para apuntar a éste concepto es extraído del libro “El
caso Barreda” de los autores Ricardo Canaletti y Rolando Barbano
de editorial Planeta.

El odontólogo Ricardo Barreda se casa con una mujer con la que


tiene por ideal desde su punto de partida constituir una familia
consciente que su esposa era bastante reprimida en su vida sexual.
Dice haber sido feliz, tal es así que en su cumpleaños 29 la suegra
(Abeba) le regala la escopeta de dos caños con la que él cometería
el crimen sabiendo cuán aficionado era a la caza. Según dice todo
parecía funcionar muy bien en la vida familiar pese a cierta
insatisfacción en la intimidad conyugal. Hay un episodio que
recuerda el odontólogo cuando tenía alrededor de 39 años y sus
hijas Celicia, 11 y Adriana, 8. Cecilia fue la preferida y vino al lugar
del hijo varón que no tuvo. Sería odontóloga como él. Adriana, en
cambio, estudiará y se recibirá de abogada. El hecho es que ese
episodio perduraría con los años como una impronta indeleble en su
conciencia. El episodio ocurrió en Mar del Plata y siempre le produjo
una sensación de malestar. Fue durante unas vacaciones, al
regreso de una cena. Iban en el auto y las hijas (aún nenas)
empezaron a pelearse. Se dijeron malas palabras, se agredieron
con las manos, se tiraron del pelo y se arañaron. Le pidió a su mujer
que interviniera, pero notó que en lugar de parar la pela les daba
instrucciones para pegarse y arañarse. Entonces sintió nauseas. Al
llegar al departamento, madre e hijas estaban como si nada hubiese
pasado, riéndose y festejando la salida. ¿Qué estaba pasando?
Pensó que si eso seguía así, le esperarían cosas muy
desagradables. La mamá debía ponerles freno y no sólo no lo hacía
sino que hacía todo lo contrario. Él era el equivocado, tal como se lo
hacían sentir, el aguafiestas. Se había dado cuenta de que lo
dejaban como el causante de todo lo antipático y le sacaban a
relucir sus defectos. Según dice comenzó a darse cuenta que Beba,
su mujer, y Abeba, su suegra, se estaban volviendo en su contra.
Ellas eran malas y recién ahora se veían sus verdaderas caras.

Este parece ser el comienzo de la significación delirante paranoica


interpretativa, hasta que en un nuevo estallido advino lo pasional
reivindicativo. Esta escena que acabamos de describir marca cierta
disolución imaginaria. Llamado a intervenir en la pelea entre las
niñas, muy posiblemente un juego, pide a su mujer que interceda.
Esta se le aparece como un tercero que más que sancionar el juego
marca al mismo con un carácter terrorífico y malévolo. El espejismo
con sus niñas bien amadas, dobles de sí mismo, de desvanece y
aparece su aspecto mortífero. Hay una iniciativa del Otro que
comienza a identificar en el lugar de su esposa y la madre de ésta
como instigadora de lo peor hacia su persona. Interpreto que desde
éste desencadenamiento pasarán casi 20 años de consistencia
imaginaria de su ego hasta la conclusión homicida. El era
inmutable, inocente, todos sus actos estaban justificados. Podía
pavonearse con mujeres de distinta condición sin disimular el
componente sexual de esa relación delante de las hijas pequeñas y
la esposa, no entrando en lo más mínimo ésta actitud en
contradicción alguna con el ideal de familia que perseguía. No era
un acting dirigido a las mujeres de la familia tratando de ocupar un
lugar en su deseo. Era, por el contrario, un acto de pleno derecho
en tanto hombre sin responsabilizarse de nada. Eran ellas quienes
no lo entendían y obraban en su contra. En tanto psicótico, el goce
está rechazado. Lo execrable viene del Otro. No hay ninguna
posibilidad de giro de goce al inconsciente, hay rechazo del
inconsciente en el sentido de discurso.

En el último año anterior al crimen y luego de ser operado de una


hernia de disco, ni bien pudo caminar, llegó a la conclusión de que
era la vida de ellas o la de él. En lo imaginario querían ocupar su
lugar. En lo real, su muerte. En ningún momento ninguna división
subjetiva. Nada de lo que él pudiera hacer justificaba las conductas
de ellas. El haber estado recluido en una pieza, en esa casa, con
escasa asistencia de su familia no hacía más que engrandecer y
hacer más noble su posición y más injusto e ingrato el trato recibido.
Es muy probable que para cualquier neurótico la imagen narcisista
ante éstos avatares hubiera temblado, presentificando la
insuficiencia y la castración. Nada de esto sucedió, por el contrario
comenzó a gestar la idea de reivindicar la afrenta de que había sido
objeto. En los dos días previos al asesinato, las hijas se recibían de
odontóloga y escribana. Estaban de novias. Cecilia -su preferida-
dejaba la casa, había obtenido por concurso un puesto en un
hospital. Le pidió al padre que le saliera de garante para comprar un
equipo odontológico nuevo y él le ofreció el que ya tenía, usado, a
condición de que obrara intercediendo para tener los favores de su
madre que lo rechazaba, cosa que Cecilia no hizo. Encima Cecilia
quería llevarse una mesita de morondanga a lo que él se opuso.

Hacía meses que se había puesto en marcha el hacer justicia.


Había practicado con su escopeta disparándole a los árboles en un
descampado, comprobando su puntería y el poder de fuego del
arma. Participó en un curso que daba el Colegio de abogados de La
Plata para interiorizarse sobre los temas legales alrededor del
homicidio.

El acto homicida se precipitó cuando ésta vez “el conchita” que


tantas veces había asumido como goce en sus tareas domésticas,
al ser escuchado le reveló de modo injuriante su condición de resto,
de desecho, que ya no pudo contener indemne su consistencia
imaginaria. Entonces sintió como una especie de rebeldía y en la
búsqueda de algo para podar la parra, se encuentra con el arma y
siente una fuerza que lo impulsa a tomarla y comienza la seguidilla
de disparos. En el ataque a los otros, el reivindicador hace un último
intento por librarse de ese goce que le viene del otro y así extraerlo,
poder separarse y recobrar su dignidad. Barreda mismo dice que
después del homicidio se sintió aliviado y tal es así que luego de
pasar por el zoológico y por el cementerio, pasó una tarde de hotel
con su amante, luego cenó y recién después llegada la noche volvió
a su domicilio donde cometiera el crimen. No experimentó la menor
angustia, aunque le contó a esa mujer que se había mandado “una
cagada”.

Durante todo el juicio y aún después si se le preguntaba por su


responsabilidad, respondía: “Reconozco que tal vez haya sido
demasiado bueno o las haya querido demasiado a todas. Yo a mí
mujer siempre la quise, de mis hijas ni hablar… las chicas fueron
cambiando, en esa casa había una especie de matriarcado. Y la
orquestadora de todo era la madre de mi mujer, una persona de
carácter fuerte, entrometida”. Manifestó que si volvieran a darse las
mismas condiciones y circunstancias volvería a hacerlo. Se
presentó como “un hombre inocente que aguantó y dio hasta que no
pudo más”.

Dr. Raúl Daniel Dresco

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