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Europa se sacudió políticamente como nunca hasta ese momento.

Las revoluciones se
hicieron sentir por todos los rincones. La burguesía quería su revolución y temía la del
proletariado, quien todavía inmaduro, no pudo llevar adelante una acción de conjunto
independiente.

Diego Gómez
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Sociólogo
Sábado 30 de junio | Edición del día

[1/4] Imágenes: Berlín, barricada en Viena y barricada en París 1848

Las revoluciones de 1848 fueron las más extendidas que se han dado en el continente europeo, pero al
mismo tiempo las menos exitosas. Salvo el caso francés, el resto de los regímenes monárquicos
volvieron al poder luego de haber sido derrotados inicialmente. Y la República Francesa se alejó lo más
rápido posible de las consignas que habían dado lugar a la revolución hasta “desembocar” en un
autogolpe dado por Luis Bonaparte, el sobrino de Napoleón, que iba a finalizar en la instauración del
Segundo Imperio Francés. Sin embargo, a pesar de su estrepitoso fracaso, las revoluciones dejaron un
gran aprendizaje para quienes pretendían ir más allá de la mera caída de las monarquías, para aquellos
que como Marx y Engels se sintieron absolutamente descontentos por el rumbo y destino que llevaron
adelante las clases dirigentes burguesas revolucionarias.
Contexto histórico de las revoluciones

La revolución francesa y el imperio napoleónico habían transformado sensiblemente la política en el


continente europeo. El triunfo de las fuerzas reaccionarias de la Santa Alianza, en 1815, no había
retrotraído las cosas a los tiempos del Ancien regime1. Sí bien triunfadora, la alianza restauradora
encabezada por el zar Alejandro I2 y el príncipe Klemens von Metternich3 no pudo evitar la pérdida de
fuerza de los regímenes absolutistas y el consecuente ascenso de la monarquía constitucional. El poder
de los monarcas comenzó a ser cada vez más formal que verdadero (aunque no en todos los casos). El
liberalismo, el constitucionalismo, las libertades públicas, la proclamación de igualdad de derechos
ante la ley, etc., surgidos en Francia como consecuencia del movimiento revolucionario iniciado en
1789 no habían podido ser sepultados por el Congreso de Viena4.

Desde comienzos del siglo XIX, como un signo de época, las monarquías constitucionales se habían
ido consolidando en buena parte de Europa Occidental. No solo en Gran Bretaña y Francia, sino
también en Bélgica, España, Portugal y en algunos territorios alemanes se iba abandonando el régimen
monárquico a secas por uno en donde el ascenso de la burguesía en el plano económico se hacía sentir
cada vez más en la arena política.

Para comienzos de la década de 1840 la parte occidental de Europa se encontraba en un verdadero


proceso de transición. Los avances de la ciencia y la tecnología aplicados a la producción agrícola, en
particular, y a la producción de mercancías, en general, iban desgastando los cimientos del viejo modo
de producción feudal.

En Gran Bretaña tuvieron lugar los avances técnicos sustanciales que de a poco iban a ir imponiéndose
en el resto del continente: la máquina a vapor, el uso generalizado del carbón, la mecanización de la
hilatura y el tejido, la instalación del telégrafo, el alumbrado a gas en las grandes ciudades, etc. Pero
también “nacían” instituciones y sistemas financieros, que articulados con los avances técnicos y la
gran propiedad privada de la tierra, iban a ir generando los comienzos de la gran producción de masas
capitalista.

Los sucesos revolucionarios de 1848 tuvieron lugar en un periodo de transición entre el modo de
producción capitalista y el feudal. Las monarquías constitucionales fueron un indicador político de
dicha situación. Y las características y dinámicas que tuvo la “Primavera de los Pueblos”5 en cada uno
de los escenarios en los que se dio (Francia, Alemania, Italia, Hungría, Polonia, Moldavia, Valaquia,
etc.) tuvieron que ver con el desarrollo, estadio y relación de cada una de las clases y fracciones de
clases autóctonas.

1
La revolución francesa denominaba Ancien regime, de manera peyorativa, al modo de gobierno anterior a la revolución.
2
Zar de Rusia desde 1801 hasta su muerte en 1825. Sí bien inicialmente mantuvo una buena relación con Napoleón,
rápidamente se convirtió en su principal enemigo.
3
Noble, político y diplomático austríaco. Líder de la restauración monárquica de 1815.
4
Congreso restaurador monárquico celebrado en Viena en 1815 para restablecer las fronteras luego de la derrota de
Napoleón.
5
Forma de denominar a las revoluciones de 1848 porque se dieron durante la primavera europea y además significaron un
“nacer” de las naciones.
Baldassare Verazzi. Episodio de las cinco jornadas de Milán (contra la ocupación austriaca
del 18 y 22 de marzo de 1848)

Las revoluciones
En 1947 se había acentuado la crisis económica que venía aquejando al continente europeo. El inicio
del problema se manifestó en el campo, lo cual provocó una reacción en cadena. En principio un
sensible descenso de la producción agrícola provocó una dramática disminución de los productos
alimenticios al tiempo que se elevaba notablemente el precio de los mismos. Esto trajo apareado una
constricción del consumo de las industrias textil y de la construcción, provocando el crecimiento del
desempleo y la disminución de los salarios. No fue una crisis pasajera sino que afectó de manera
sustancial al “joven” capitalismo industrial generando una situación de miseria de los trabajadores del
campo y la ciudad.

Friedrich Engels creía que podía darse una crisis política directa entre el proletariado y la burguesía.
Esperaba que la dramática situación desembocara en un enfrentamiento entre estas dos clases. En un
artículo publicado en octubre de 1847, en el diario pro- republicano francés La Reforme, afirmaba que
la crisis provocaría “una agitación extraordinaria entre los obreros, que ahora se veían despedidos a
montones después de haber sido explotados por los industriales durante el periodo de auge comercial”6.
El autor del Anti-Dühring apostaba al levantamiento del proletariado británico, debido a que al ser Gran
Bretaña el país capitalista más desarrollado entendía que la clase obrera había podido reunir, allí, las
mejores condiciones organizativas y revolucionarias. Un triunfo en Inglaterra podía producir un efecto
dominó en el resto de las economías europeas. Tanto Engels como Marx ponían, en las vísperas de las
revoluciones de 1848, enormes esperanzas en el triunfo del movimiento obrero británico. Habían
publicado en febrero de ese año el Manifiesto del Partido Comunista. En donde, además de detallar las
principales características del modo de producción capitalista, ponían énfasis en destacar el rol del
proletariado como el “sepulturero” de la burguesía, aunque esto no iba a terminar sucediendo en 1848.
En Inglaterra, en donde el movimiento obrero estaba más desarrollado, el movimiento cartista, la lucha
irlandesa de liberación nacional y el tradeunionismo estaban declinando en su intensidad cuando
comenzaba 1848.

6
Engels, Friedrich (1847). En “Las Revoluciones de 1848”. Fondo de Cultura Económica. México D.F.
Pero en el continente la situación era diferente. En 1847 la “Campaña de los Banquetes”, en Francia,
daba cuenta de una situación de extrema tensión entre el gobierno y la oposición. Desde fines de 1846
el reino había prohibido las reuniones políticas, por lo tanto comenzaron a realizarse grandes banquetes
en donde los comensales pagaban importantes sumas de dinero para escuchar discursos políticos
opositores. El gobierno no podía, en principio, prohibirlos porque no se trataba en lo formal de un mitin
sino de una comida por la cual se pagaba. Entonces la oposición política burguesa al régimen
monárquico fue surgiendo y publicitándose en los “banquetes” con Thiers7 al “centro” y Odilon Barrot
en una posición que tendía a la “izquierda”.

Pero el 22 de febrero de 1848 aconteció un suceso que iba a transformar radicalmente la situación
política en Alemania. Al ser prohibido un banquete parisino se produjo una importante manifestación
popular, contraria a la medida, que rápidamente se convirtió en un levantamiento que no fue reprimido
por la Guardia Nacional. El 24 no había manera de poder contener lo que se había convertido en un
motín antimonárquico y el rey se vio obligado a abdicar, tomando los republicanos la cámara de
diputados y proclamando un gobierno provisional.

Los hechos revolucionarios franceses provocaron un efecto dominó en buena parte del continente. El 3
de marzo Lajos Kosuth, el nacionalista y liberal húngaro, lanzó un programa nacional y democrático
magiar en Presburgo con el fin de sacarse de encima a los Habsburgo. El 11 del mismo mes se
levantaron los liberales de Praga, mientras que dos días más tarde, el 13 de marzo, un motín en Viena
provocó la huida de Metternich. En los territorios italianos (Milán, Venecia, Parma, Módena, etc.)
fueron expulsados los austríacos y más abajo, al sur, el príncipe Carlos Alberto de Cerdeña decidió
luchar por la independencia de la península y se le terminaron uniendo Leopoldo I de Toscana,
Fernando II de Nápoles y el papa Pío IX. También en marzo, en las principales ciudades de la
Confederación Alemana, estallaron levantamientos antimonárquicos con el fin de obtener derechos
políticos, libertades públicas y separación de poderes. Y en regiones lejanas de los centros políticos y
económicos de Europa, como los principados de Valaquia y Moldavia que habían caído en manos del
zarismo luego de la guerra ruso-turca de 1828-29, se produjeron levantamientos antimonárquicos de
importancia.

Rápidamente, en un “instante”, Europa había cambiado radicalmente su fisonomía política. El


conservador Congreso de Viena parecía haber sido enterrado. Pero esta situación no estaba
predestinada a mantenerse. Las alianzas armadas para derrocar a las monarquías rápidamente se
desvanecieron y comenzaron las tensiones y conflictos. La insurrección de junio en Francia, que La
Nueva Gaceta Renana definió como “la más grande revolución que haya tenido lugar jamás”, había
trazado con sangre una línea divisoria entre la burguesía y el proletariado de la que la burguesía
alemana no tardaría en tomar nota.

El proletariado europeo organizado no estaba del todo maduro ideológicamente. Los horizontes
revolucionarios estaban puestos en conquistar la república, y con ella la representación política
igualitaria. Pero solo derrocar a la monarquía y a la aristocracia financiera no implicaba un avance
absoluto hacia la emancipación social.

La necesaria destrucción del capitalismo iba a ser la lección que el proletariado revolucionario aprendió
como resultado del derramamiento de su propia sangre en las barricadas.

7
Louis Adolphe Thiers pese a haber formado parte de la monarquía de julio se convirtió uno de los políticos burgueses que
tuvieron como característica central el armado de una formación política opositora. Más tarde en 1871, dirigirá la gran
represión contra la Comuna de París.
Batalla de Miloslaw, Polonia, 30 de abril de 1848

Las revoluciones dentro de la revolución


Los movimientos revolucionarios se hicieron sentir en el centro del continente europeo pero débilmente
en los márgenes. Las regiones periféricas se encontraban aisladas, como en el caso de Grecia, la
península ibérica o Escandinavia, o carecían directamente de una capa política revolucionaria como
sucedía en buena parte de los territorios del zarismo y del imperio otomano (sin embargo el
nacionalismo anti-turco era una constante en los Balcanes desde principios del siglo XIX). En los
países más desarrollados, como Gran Bretaña y Bélgica, tampoco se hizo sentir el espíritu
revolucionario, y esta circunstancia podría explicarse por dos cuestiones: 1) debido al rol consolidado
que ocupaba la burguesía en esos países y 2) por las características que iba asumiendo el movimiento
obrero organizado.

Esquemáticamente podría decirse que las revoluciones se dieron en tres escenarios diferentes: 1)
Francia, 2) Alemania, Italia, Hungría y Polonia y 3) territorios marginales del zarismo como Moldavia,
Valaquia, Transilvania y el sur de los Balcanes. La composición de clases y la relación entre ellas
variaban sensiblemente, según el territorio, e iba a determinar las principales características de los
enfrentamientos.

Si bien el campesinado era abrumadoramente superior a la clase obrera en términos numéricos, no tenía
el mismo estatus en cada región. En Francia, por ejemplo, los campesinos eran legalmente libres
mientras que en los territorios orientales, en donde dominaba la nobleza alemana y el zarismo, seguían
siendo siervos. El desarrollo de las clases medias burguesas se había dado con mayor rapidez en la
parte occidental del continente, mientras que en la oriental las clases medias poco tenían que ver con la
población autóctona (eran alemanes o judíos) y eran notoriamente más escasas.

Sacando el caso francés, la “Primavera de los Pueblos” no solo disputó la estructura política y social de
la sociedad, sino el derecho a existir. Los revolucionarios alemanes intentaban “construir” Alemania,
los italianos Italia, los húngaros Hungría, los polacos Polonia, etc. Los deseos de autodeterminación
nacional chocaban contra la negativa austrohúngara, zarista y otomana (en menor medida debido al
debilitado poder del sultán en los Balcanes). Pero además iba a surgir una tensión, quizás inesperada
para los movimientos revolucionarios, entre las clases dirigentes nacionales revolucionarias y aquellos
pequeños pueblos, como los eslovacos, checos, croatas, eslovenos, etc., que lucharon del lado de la
reacción conservadora monárquica.

Los movimientos nacionalistas (alemán, italiano y húngaro) incluían en sus proyectos de construcción
de Estado-Nación a otros pueblos sin la debida “consulta”. La realidad terminó enfrentando a los
revolucionarios con las masas campesinas del imperio austrohúngaro. El campesinado eslavo no fue la
fuerza de choque de las reivindicaciones del nacionalismo burgués alemán o magiar, sino que debido a
su condición de explotado económico y sometimiento ideológico terminó formando las filas de los
ejércitos contrarrevolucionarios vencedores.

Sucedía que en buena parte de los territorios alemanes, húngaros, italianos, etc., el porcentaje de los
obreros y artesanos en la población era mucho menor (al este y al sur del continente decrecía aún más)
y además la participación activa en los sucesos revolucionarios se había dejado sentir mucho menos
que en Francia. Aquí el conflicto central se dio entre la aristocracia terrateniente y la naciente burguesía
industrial y mercantil. En cambio, la revolución francesa de 1848, si bien había comenzado con la
confrontación entre los viejos regímenes y las “fuerzas del progreso”, terminó siendo la lucha a muerte
entre el “orden” y la revolución social”8.

Barricadas en Praga

En los márgenes de surorientales de Europa (en el extremo meridional de los Balcanes y en Moldavia y
Valaquia) los sucesos revolucionarios se diferenciaron radicalmente de lo ocurrido en el oeste y centro
del continente. Allí la presencia de clase obrera era prácticamente nula y el dominio político y
económico estaba en manos del zarismo, del imperio otomano y de las distintas noblezas feudales. En
las revoluciones liberales de Moldavia y Valaquia se pretendió expulsar del poder al gobierno impuesto
por el zar y abolir definitivamente los privilegios de la nobleza boyarda. En los territorios serbios se
produjeron levantamientos contra los otomanos y contra los Habsburgo, enmarcados en un movimiento
de liberación nacional de la nobleza serbia que venía dándose desde principios del siglo XIX.
8
Hobsbawm, Eric (2001). “La era del capital, 1845-1875”. Crítica. Buenos Aires.
Breve conclusión
Las revoluciones de 1848, más allá de lo arriba detallado en el caso francés, significaron los últimos
intentos serios de la nobleza y la monarquía de Europa Occidental y Central por subsistir como la
variable determinante de la economía y la política. La burguesía, de a poco pero a paso firme, iba
construyendo una estructura política afín a las necesidades de su dinámica económica. La “Primavera
de los Pueblos” abrió un intenso ciclo de construcción de Estados-Nación y fue sin dudas una
afirmación de la nacionalidad, o mejor dicho, de las nacionalidades rivales.

Incluso por fuera de Europa se daba el mismo fenómeno. La construcción de naciones se iba dando en
buena parte de los territorios en donde el modo de producción capitalista se iba consolidando. “¿Qué
fue la guerra civil norteamericana sino el intento de mantener la unidad de la nación norteamericana
contra el desperdigamiento? ¿Qué fue la restauración Meiji sino la aparición de una nueva y orgullosa
nación en Japón?”9. ¿Y en la Argentina? ¿Qué fue la generación del 80 y su proyecto político más que
el deseo fervoroso de construir un Estado-Nación?

Los sucesos revolucionarios de 1848 deben enmarcarse en el asalto definitivo del poder político por
parte de la burguesía. La revolución que los padres del marxismo habían pronosticado para Francia, y
que se desplegaría por todo el continente, finalmente no se dio. A diferencia de lo que afirmaba el
Manifiesto Comunista, el capitalismo todavía no había dado todo de sí. Las revoluciones de 1848
permitieron la apertura de un nuevo ciclo de expansión económica, de notable desarrollo de las fuerzas
productivas que iban a llevar a la consolidación capitalista y surgimiento del imperialismo. Fue un
momento de desarrollo capitalista en el que ya no era posible para la burguesía acaudillar al conjunto
de la población porque esta estaba atravesada por el antagonismo de clase entre el proletariado y la
burguesía.

En las postrimerías del siglo XIX y principios del XX la batalla ya no tendrá como protagonista central
a la nobleza y la monarquía. Las clases antagónicas del capitalismo van a quedar solas y con la
posibilidad de medir sus fuerzas. La Comuna de París en 1871 y la Revolución Rusa de 1917 van a ser
dos hechos incontrastables de la afirmación anterior.

“El error de Marx y Engels en relación con los plazos históricos surgía por un lado de la subestimación
de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo, y por otro, de la sobrevaloración de la madurez
revolucionaria del proletariado. La revolución de 1848 no se convirtió en una revolución socialista
como había pronosticado el Manifiesto, sino que abrió para Alemania la posibilidad de un vasto
ascenso capitalista en el futuro. La Comuna de Paris demostró que el proletariado no puede quitarle el
poder a la burguesía sino tiene para conducirlo un partido revolucionario experimentado. Mientras
tanto, el periodo de prolongada de prosperidad capitalista que siguió produjo, no la educación de la
vanguardia revolucionaria, sino más bien la degeneración burguesa de la aristocracia obrera, lo que a su
vez se convirtió en el principal freno de la revolución proletaria”10.

***

[En línea] http://www.laizquierdadiario.com/Revoluciones-de-1848


(Consultado el 30 de junio de 2018)
9
Ídem.
10
Trotsky, León (2017). “A noventa años del Manifiesto Comunista” en El Programa de Transición y la fundación de la IV
internacional. CEIP León Trotsky, Buenos Aires.

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