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Ansiedad y depresión, un fracaso adaptativo ante situaciones estresantes

Compartido por

Arturo Argelaguer Martínez

Cuando nos centramos en el ámbito de salud y enfermedad, podemos considerar el estrés


prolongado como un fracaso adaptativo de la persona ante una determinada situación,
generalmente ambiental, que le provoca un exceso de activación orgánica y una gran
resonancia emocional.

Cualquier situación o demanda ambiental (ya sea del ámbito laboral, social, familiar o
personal) a las que nos enfrentamos diariamente los individuos, suele generar una serie de
reacciones adaptativas que implican unas activaciones fisiológicas y emocionales
determinadas, con el único objetivo de dar respuesta, de hacer frente, a la demanda inicial.

Ante estas situaciones ambientales estresantes con las que nos encontramos tan a menudo,
las personas ponemos en marcha una serie de mecanismos cognitivos y conductuales que nos
ayudan a dar una respuesta orgánica positiva, tanto de carácter fisiológico como emocional,
que nos permite hacer frente a la situación. Esta reacción se llama capacidad de adaptación
positiva.

Por el contrario, otras veces que nos encontramos ante una situación ambiental en la que
tenemos que dar respuesta y no sabemos cómo poner en marcha los mecanismos adecuados
de resolución.

Notamos que esta demanda excede los propios recursos de afrontamiento y se cronifica en el
tiempo, provocando unas reacciones físicas y emocionales negativas (tensiones, inquietudes y
malestar) que afectan nuestra calidad de vida.

Es entonces cuando estamos ante un fracaso adaptativo, que nos genera mucho malestar y
nos hunde hacia los trastornos emocionales y del estado de ánimo, Ansiedad y Depresión, muy
probablemente los dos trastornos psicológicos con mayor afectación social de hoy día.

Acerca de la Ansiedad

Definimos la ansiedad como aquella respuesta emocional compleja, potencialmente


adaptativa y fenomenológicamente pluridimensional en la que coexiste una percepción de
amenaza al organismo (más o menos clara y definida) con una activación biológica orientada a
reaccionar ante esta percepción.
Las personas respondemos sistemáticamente a la ansiedad, de forma simultánea e interactiva,
en tres ejes fundamentales:

Fisiología: Supone la preparación del cuerpo para afrontar este potencial peligro.

Cognición: Son los pensamientos (ideas, creencias o imágenes mentales) que giran en torno a
la propia percepción que tenemos de este peligro y de si estamos capacitados para hacerlo
frente.

Conducta: Supone la reacción de afrontamiento o evitación hacia el potencial peligro percibido


(lucha o huida).

Diferentes estudios retrospectivos nos han permitido poder detectar una serie de factores
asociados, que pueden ser precursores de un trastorno de angustia en la edad adulta:

Trastornos de ansiedad infantil: Ansiedad por separación y ansiedad por evitación

Rasgos temperamentales: Inhibición conductual (temerosos y cohibidos fuera del ámbito


familiar).

Conductas paternas: Sobreprotección, escasa afectividad y excesiva rigidez.

La sintomatología clínica de la ansiedad nos permite agruparlos de acuerdo a diferentes


patrones:

Ansiedad libre y flotante (TAG), donde los síntomas físicos y psicológicos surgen con unos
estímulos mínimos, sin que tengan que estar necesariamente relacionados con ningún suceso
o circunstancia específica.

Crisis de angustia, o el tan famoso “ataque de pánico”. Se presenta de manera repentina, con
una intensa sensación de miedo y elevados síntomas somáticos.

Ansiedad situacional. Se experimenta una ansiedad anticipatoria a espacios cerrados, lugares


con mucha gente, reuniones sociales,… y forma parte intrínseca de las fobias, tanto de la
específica como de la social y la agorafóbica.

La evitación. Puede alcanzar grados extremos en determinadas personas, pudiendo invalidar la


persona haciendo que ésta se quede en casa sin salir por nada. Es un patrón de conducta que
suele desarrollarse a consecuencia de querer evitar la ansiedad que surge cuando la persona
piensa en determinadas circunstancias.

Acerca de la Depresión

La depresión es aquella “epidemia silenciosa” que afecta a todos los estamentos sociales
(infancia, edad adulta y vejez) y se caracteriza por unos sentimientos, prolongados en el
tiempo, de tristeza y melancolía que interfieren muy negativamente en la vida diaria de las
personas, causándoles un enorme dolor interior.

Este suele venir acompañado de la pérdida de autoestima, el interés y el placer, de enormes


sentimientos de culpa, problemas para comer o dormir y una importante sensación de
cansancio, malestar y falta de concentración.

En función del número y la intensidad de los síntomas afectivos, cognitivos y psicológicos


asociados (rumiaciones, obsesiones, llanto, irritabilidad, ansiedad, preocupación excesiva,…)
que se observan en estas personas, podemos clasificar la depresión como leve, moderada o
grave.

En un primer estadio de levedad, una rápida intervención con tratamiento psicológico, nos
permite una resolución rápida de la enfermedad, entre ocho y doce semanas (Paul Rohde,
Peter M. Lewinsohn, Daniel N. Klein, John R. Seeley, and Jeff M. Gau, January 2013); pero
cuando ésta ya es de moderada a grave, con tendencia a la cronificación y observándose
reincidentes apariciones, entonces ya es necesario el uso de fármacos y psicoterapia
profesional, reduciéndose sustancialmente la probabilidad de recuperación total.

Aunque se desconocen las causas últimas de la depresión, lo que sí sabemos es que hay un
grupo de factores que interaccionan entre sí, afectando globalmente el proceso normal de la
vida psíquica y física de las personas:

Factores genéticos: Los hijos biológicos de pacientes con depresión presentan un mayor riesgo
de sufrir episodios depresivos a lo largo de su vida.

Factores biológicos: Alteración en los neurotransmisores (noradrenalina, serotonina y


dopamina), disfunciones biológicas en el eje neuroendocrino (hipotálamo- hipófisis -adrenal) y
cambios estructurales en el cerebro (disminución del hipocampo).

Factores psicosociales: Rasgos muy característicos de la personalidad (perfeccionismo,


estrictas, obsesivos, rigidez de pensamiento, intolerancia, gran sentido del deber,
autoexigencia…), dificultad en la gestión del estrés ante un acontecimiento concreto y
pensamientos negativos de uno mismo, del mundo o del futuro.

Cuando a las personas les cuesta afrontar y adaptarse a las situaciones estresantes, ya sean
ambientales o personales, es del todo necesario que pidan ayuda a un profesional que les
acompañará en la búsqueda de nuevas alternativas, válidas y funcionales, para poder
interpretar y resolver estas disfunciones adaptativas.

El psicólogo les ayudará a reducir este malestar con el que conviven y les proporcionará
nuevas herramientas para adquirir nuevos aprendizajes y ampliar las experiencias adaptativas,
tanto en el ámbito cognitivo (modificando patrones de pensamiento) como de conducta
(reduciendo y eliminando emociones del todo disfuncionales).

Es impensable vivir sin ningún tipo de estrés, pero lo que sí es cierto es que debemos ser
capaces de hacerle frente y vivir nuestra vida con una mayor serenidad.

Aprender a tener recursos disponibles, reconocer nuestros estresores, conocer cómo se


genera y desarrolla este estrés, o qué efecto personal puede tener sobre nosotros,… son
algunos de los objetivos que la psicoterapia puede aportarte para tratar de desarrollar nuevas
habilidades cognitivas, emocionales y conductuales que favorezcan un cambio a la hora de
percibir , afrontar y abordar las diferentes situaciones estresantes.

Algunas pautas rápidas que le pueden ayudar a controlar y prevenir el estrés serían:

Llevar a cabo alguna actividad relajante

Aprender a saber expresar lo que sientes

Pensar en positivo

Ser capaz de decir NO en algunos momentos


Hacer uso de las propias redes sociales, o establecer otras nuevas .

Saber diferenciar entre “lo que puedes hacer” y “lo que no puedes hacer”

Fomentar actividades para distraerte y tomarte las cosas con buen humor

Una buena alianza terapéutica entre las personas que padecen trastornos de ansiedad y los
profesionales de la salud es imprescindible, si queremos incrementar la eficacia y eficiencia del
tratamiento. El paciente siente que hay alguien que lo entiende y comprende la situación
vivida, al tiempo que le proporciona información clara y precisa de los diferentes métodos
terapéuticos para avanzar en su bienestar.

La elección recomendada de este tratamiento es mediante dos vías de trabajo conjuntas: una
es la farmacológica, que nos permitirá cierta estabilización personal mediante la reducción de
la intensidad y frecuencia de la angustia , y el otro es la psicoterapéutica, que nos permitirá
abordar, de forma integral, el manejo de la ansiedad y la prevención de las recaídas,
eliminando interpretaciones erróneas de las sensaciones físicas y corporales que aparecen,
miedos altamente invalidantes y conductas de evitación que tan rápido se desarrollan.

Por otra parte, deberíamos desterrar, de una vez por todas, aquella creencia mayoritaria de
“cuando alguien sufre una depresión, ésta ya es de por vida”. ¡Esto no es cierto! Ni la
depresión debe ser permanente, ni tendremos que medicarnos siempre.

De hecho, el tratamiento de elección en una depresión leve es la psicoterapia y para una


depresión moderada o grave es una combinación de fármacos y psicoterapia. En los casos de
depresión infantil el tratamiento inicial de elección no debe ser nunca con fármacos, si no con
psicoterapia, tanto a nivel individual como familiar.

Es muy importante recordar siempre que el trabajo principal debe aportarse por parte del
paciente, ya que si bien los profesionales podemos proponer alternativas cognitivas y
conductuales o proporcionar nuevos recursos, el que debe emprender este camino de la
recuperación, con esfuerzo, dedicación y constancia, es el propio afectado, que debe aprender
nuevas habilidades para adaptarse y resolver las diferentes situaciones estresantes que se irá
encontrando a lo largo de su curso vital.

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