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Martin Heidegger

Uno de los autores más conocidos del existencialismo es Martin Heidegger, nacido en Messkirch,
Baden, el 26 de septiembre de 1889. Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal,
continuándolos en Constanza y Friburgo. Estudió Teología y Filosofía Aristotélica y Escolástica.
Continuó sus estudios en la Universidad de Friburgo y bajo la dirección del neokantiano Heinrich
Rickert se doctoró en 1914 alcanzando la habilitación para la docencia universitaria. Estudió las
obras de Husserl y colaboró en la elaboración de los Anales. En 1923 fue nombrado profesor de
Filosofía por la Universidad de Marburgo. En 1927 apareció su principal obra Ser y tiempo . Sucede
a Husserl en la cátedra de Friburgo en 1928. En 1933, gobernando el Partido Nazi, fue nombrado
rector de la Universidad, por lo que algunos señalan su afinidad con la ideología nacionalsocialista.
Fue depuesto de sus cátedras por las fuerzas francesas de ocupación. Se retiró definitivamente en
1966 y falleció el 26 de mayo de 1976. El filósofo norteamericano Richard Rorty en su obra La
filosofía y el espejo de la naturaleza (1983) lo destaca como uno de los tres pensadores más
importantes del siglo xx. Heidegger, en su obra principal Ser y Tiempo afirma que la Metafísica
Clásica estudia al “ente” (lo que es) pero se olvida del ser. Su primera cuestión tratada será el ser
como distinto del “ente”. El ser no es algo como el ente sino aquello que justamente determina al
ente como tal. La cercanía del objeto de estudio, ya que todos somos, trae la dificultad de la
posible falta de objetividad, por lo que el pensador propone comenzar su pensamiento por la
existencia humana. Es el hombre quién debe preguntar por el ser, el hombre a quien señala como
dasein, “ser ahí”, cuyo modo de ser es poder ser, posibilidad, existencia. Al analizar el dasein
analizamos la existencia, permitiendo que el ser se muestre en la ella. No es que simplemente el
hombre esté en el mundo sino que es “un ser en el mundo”. La mundanidad es un rasgo de la
existencia humana. Según Manuel Cruz: «El mundo no es el conjunto de los entes u objetos, entre
los cuales se encontraría el hombre como sujeto, sino la determinación fundamental del hombre
como existente. El hombre, todo hombre, cualquier hombre, se encuentra siempre y
necesariamente insertado en el mundo de las cosas y de otras personas» (Cruz, 2002: 186). El
resto de lo existente tendrá un carácter instrumental en cuanto hace referencia a aquél que le da
sentido, “un para qué”. En este sentido el “ser en el mundo” del hombre implica una existencia
compartida. Para comprender su existencia el hombre puede tomar como punto de partida a sí
mismo o a los demás hombres y objetos. Como resultado de la primera forma se alcanza una
comprensión auténtica mientras que la segunda lleva a una comprensión inauténtica en la que se
fundamenta la existencia anónima, el “se”: “se dice”, “se hace”, etcétera, cayendo en una manera
de vida impersonal y poniendo al hombre al mismo nivel que las cosas del mundo. Ante esto
Heidegger señala que quien opta por ocultarse en esta existencia inauténtica, en el mundo, en el
“se”, no logra su totalidad, que sólo la muerte presenta el final acabado de la existencia, que la
muerte es una posibilidad de ser, la más genuina posibilidad, por lo que el hombre es un ser para
la muerte. Esto es lo que aterroriza la existencia y lleva al hombre a refugiarse en el mundo en la
existencia inauténtica. En esta manera inauténtica de existir, el “se” no permite pensar en la
propia muerte sino en el “se muere”, que no lo asumo como una realidad genuina y personal en la
que radica la misma existencia verdadera. Al asumir mi existencia hacia la muerte, por el contrario,
me encuentro con lo real, con la posibilidad más real que es la muerte y su nihilidad, es decir, su
condición de ser nada. Según esta perspectiva:

«El ser auténtico está en condiciones de asumir aquello ante lo que la inautenticidad
desfallecería, el sentido de la situación originaria de la existencia. El hecho de que mi existencia es
una existencia no elegida sino que tiene que ser escogida, no pedida sino que pide que se hagan
cargo de ella: un hecho simple, en definitiva, del cual tengo que soportar la carga sin saber por qué
ni de dónde ni adónde. Ahora bien, esta experiencia, lejos de oscurecer el mundo, lo ilumina»
(Cruz, 2002: 189). Lo que describí anteriormente son las posibilidades de asumir la existencia pero
dónde realmente alcanzaríamos su verdad sería a partir de la angustia, que libera al hombre del
“se”. Esta angustia no es sinónimo de miedo, sino que lo que angustia al hombre es el
reconocimiento de “estar en el mundo”, lo que implica una perspectiva de totalidad y no
solamente en un aspecto particular. La mayoría de los hombres se abandona a la existencia
cotidiana sin asumir la angustia que aparece al comprender al mundo en su totalidad como
futilidad. Para alcanzar la existencia auténtica debo asumir la muerte como mi definitiva
posibilidad. Tal como señala el autor en una de sus obras más reconocidas, la muerte «la
posibilidad de la pura y simple imposibilidad de la existencia» (Heidegger, 2003: 247). De este
análisis se rescata la “contingencia” del ser, es decir que puede ser o no ser, apareciendo la
muerte como lo único necesario. La existencia será un viaje entre “nadas”, surgimos de nada y
estamos abocados a nada.

Ante esto, se dan dos posibilidades: una existencia inauténtica que consiste en entretenerse con
trivialidades o una existencia auténtica que lleva a abrazar la angustia, la nada, y autoafirmarse
ante esto por la acción y la lucha. No se realiza una propuesta hacia el suicidio o la espera pasiva
de la muerte sino que, al asumir la posibilidad de la muerte, existo de manera auténtica. La
muerte será reveladora de lo auténtico sin ser paralizante sino que nos arroja al futuro para
realizar las posibilidades que se adelantan a la posibilidad de la muerte.

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