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Historia de España

VOL.1 - Prehistoria y culturas antiguas


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HISTORIA DE ESPAÑA - ÍNDICE


Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

1. PREHISTORIA Y CULTURAS ANTIGUAS


2. HISPANIA ROMANA
3. VISIGODOS Y MUSULMANES
4. LA ESPAÑA DE LA RECONQUISTA
5. EXPANSIÓN DE CASTILLA Y ARAGÓN
6. LOS AUSTRIAS MAYORES
7. EL SIGLO DE ORO
8. LA ESPAÑA DE LOS BORBONES
9. LA ESPAÑA DE LAS REVOLUCIONES
10. RESTAURACIÓN Y FIN DE LA MONARQUÍA
11. II REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL
12. DICTADURA FRANQUISTA Y TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA

Comentario
Con esta colección mostramos un recorrido desde la prehistoria hasta la época
actual de la Historia de España. Cada capítulo consta de un resumen histórico de la
época tratada, vídeos temáticos histórico-artísticos, mapas históricos animados y
galerías de fotografías.

1. PREHISTORIA Y CULTURAS ANTIGUAS


Época:

Inicio: Año 1 A. C.

Fin: Año 1 D.C.

1.1. ¿Qué es la Prehistoria?


1.1.1. El desarrollo de la Prehistoria.
1.1.2. La Arqueología prehistórica.
1.1.3. Las divisiones de la Prehistoria.

1.2. El Cuaternario.
1.2.1. Paleocología cuaternaria.

1.3.Origen y evolución del hombre.


1.3.1. La hominización.
1.3.2. La evolución de los primates.
1.3.3. El género australopithecus.
1.3.4. El género Homo.
1.3.5. El Homo sapiens.
1.3.6. Los hombres fósiles de la Península Ibérica.

1.4. El Paleolítico.
1.4.1. Los instrumentos paleolíticos.
1.4.2. El Paleolítico Inferior.
1.4.3. El Paleolítico Medio.
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1.4.4. El Paleolítico Superior.


1.5. Formas de vida durante el Pleistoceno.
1.5.1. Los homínidos del Paleolítico Inferior.
1.5.2. El mundo de los neandertales.
1.5.3. La vida durante el Paleolítico Superior.
1.5.4. El Arte Paleolítico.

1.6. Epipaleolítico y Mesolítico.


1.6.1. Las industrias europeas.
1.6.2. El Epipaleolítico de la Península Ibérica.

1.7. Neolítico: las primeras sociedades agrarias.


1.7.1. Posibles causas de este proceso.
1.7.2. El Neolítico en el Próximo Oriente.
1.7.3. El Neolítico en la Península Ibérica.
1.7.4. Cataluña.
1.7.5. El País Valenciano.
1.7.6. Andalucía.
1.7.7. El Arte Levantino.
1.7.8. El Megalitismo.

1.8. El Calcolítico: los inicios de la metalurgia.


1.8.1. Los datos más antiguos.
1.8.2. El calcolítico en la Península Ibérica.
1.8.3. El fenómeno del Vaso Campaniforme.

1.9.La Edad del Bronce.


1.9.1. La P. Ibérica durante el Bronce Antiguo y Medio.
1.9.2. El Bronce Final.
1.9.3. Los Campos de Urnas en la Península.

1.10. Primera Edad del Hierro.

1.11. Bibliografía sobre Prehistoria en la Península Ibérica.

1.12. La cultura tartésica.


1.12.1. El valor de las fuentes literarias.
1.12.2. Las fuentes arqueológicas.
1.12.3. Proceso histórico de Tartessos.
1.12.4. El final del mundo tartésico.
1.12.5. El problema de la escritura tartésica.
1.12.6. Bibliografía sobre Tartessos.

1.13. Las colonizaciones fenicia, griega y púnica en la P. Ibérica.


1.13.1. La colonización fenicia.
1.13.2. Los asentamientos fenicios.
1.13.3. La colonización griega.
1.13.4. Establecimientos griegos y sus problemas.
1.13.5. Etapas de la colonización griega.
1.13.6. La colonización cartaginesa.
1.13.7. Asentamientos púnicos en la Península.
1.13.8. Bibliografía sobre las colonizaciones fenicia, griega y púnica.
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1.14. Áreas histórico-culturales de la P. Ibérica en época prerromana.


1.14.1. Historia de las investigaciones.
1.14.2. El problema de las fuentes.
1.14.3. Delimitación actual de las áreas.
1.14.4. Área ibera.
1.14.5. Área indoeuropea.
1.14.6. Bibliografía sobre las áreas culturales de la P. Ibérica prerromana.

1.15. Área ibera. Pueblos del sur y este de España.


1.15.1. El proceso de formación histórica del mundo ibérico.
1.15.2. El desarrollo urbano en el área ibera.
1.15.3. Organización social.
1.15.4. Organización política.
1.15.5. Actividad económica de los pueblos iberos.
1.15.6. Agricultura y minería de los pueblos iberos.
1.15.7. Ganadería, caza, pesca y otras actividades.
1.15.8. El comercio ibérico.
1.15.9. La moneda ibérica.
1.15.10. El arte de los iberos.
1.15.11. La arquitectura ibérica.
1.15.12. La escultura ibérica.
1.15.13. El relieve ibérico.
1.15.14. La cerámica pintada.
1.15.15. El traje ibérico.
1.15.16. La escritura ibérica.
1.15.17. La religiosidad entre los iberos.
1.15.18. Bibliografía sobre los pueblos iberos.

1.16 Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica.


1.16.1. Formación histórica de los pueblos del área indoeuropea.
1.16.2. La cerámica excisa.
1.16.3. El origen de la explotación del hierro y su difusión.
1.16.4. Organización socio-política.
1.16.5. Unidades organizativas indígenas fuera de Gallaecia.
1.16.6. La organización social.
1.16.7. Jerarquías.
1.16.8. El pretendido matriarcado de los pueblos del Norte.
1.16.9. El hospitium céltico.
1.16.10. La actividad económica del área indoeuropea.
1.16.11. La religiosidad de los pueblos del área indoeuropea.
1.16.12. Bibliografía sobre los pueblos del área indoeuropea.

17.Las lenguas prerromanas de la península ibérica.


1.17.1. Bibliografía sobre las lenguas peninsulares prerromanas.
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1.1. ¿Qué es la Prehistoria?

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3000000 A. C.
Fin: Año 3300 D.C.

Siguientes:
El desarrollo de la Prehistoria
La Arqueología prehistórica
Las divisiones de la Prehistoria

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

A nivel popular, tal y como se refleja en algunas películas y cómics, prehistórico


es todo aquello anterior a la aparición de la escritura, ya sea un dinosaurio o
un hombre de Cro-Magnon. Esta idea, justificable desde un punto de vista
cronológico, es no obstante incorrecta desde el punto de vista de la Ciencia, porque
la Prehistoria sólo trata de aquella parte de la trayectoria humana anterior a la
invención de la escritura. Por tanto, Prehistoria e Historia tienen en el hombre su
mismo objeto de estudio y son, en este sentido, una única disciplina. Sin embargo,
las profundas divergencias que existen entre ambas, referidas tanto a técnicas de
investigación como a problemas y enfoques, son de tal magnitud que, en la
práctica, se consideran como materias radicalmente distintas.
Desde el punto de vista científico, la utilización de la aparición de la escritura como
evento separador entre una y otra es también problemática, porque su aparición no
fue sincrónica en todo el planeta, ni siquiera universal. Esto da lugar a la
convivencia, incluso en nuestros días, de sociedades ágrafas con otras capaces de
producir documentos escritos, lo que significaría que, en cierto sentido, habría
pueblos prehistóricos contemporáneos de estados históricos. Para el caso del
mundo mediterráneo, en el que la Península Ibérica juega un papel relevante, estas
sociedades que carecen de escritura pero son citadas, y a veces hasta descritas con
cierta precisión, en las fuentes históricas contemporáneas de la Antigüedad
(literarias, gráficas...), se consideran protohistóricas y su estudio forma una
verdadera interfase entre Historia y Prehistoria, correspondiente en general a
la Edad de los Metales europea.
Si, por tanto, la Prehistoria ocupa desde la aparición del hombre sobre el planeta,
hace unos 2,7 millones de años en África oriental, hasta el inicio de la escritura en
el 3300 a. C. en Mesopotamia, constatamos que su duración supone el 99,9 % de
la evolución humana, mientras que la Historia sólo se ocupa del 0,1 % restante.
Aunque en el caso de la Península Ibérica dicho lapso sea menor -desde hace tal
vez un millón de años, aproximadamente, hasta las Guerras Púnicas- no deja por
ello de ser una duración enorme. Sin embargo, no resulta tan impresionante si lo
comparamos con los 4.550 millones de años de la Historia de la Tierra, que es
estudiada por otras disciplinas también históricas, aunque desprovistas de
contenidos sociales, como son la Paleogeografía, la Paleontología, la Geodinámica...
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1.1.1. El desarrollo de la Prehistoria

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3000000 A. C.
Fin: Año 3300 D.C.

Antecedente:
¿Qué es la Prehistoria?

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Como la aparición del hombre se considera un acontecimiento trascendente dentro


de la Historia del Planeta, puede añadirse que otra característica fundamental de la
Prehistoria es que actúa de puente entre las Ciencias de la Tierra y las Ciencias
Sociales, o entre los tiempos geológicos y los tiempos históricos, dado que tiene
que explicar los procesos que sacaron a nuestra especie de su posición ancestral
entre los demás primates y la transformó en los habitantes de las primeras
civilizaciones estatales. Esto implica que dentro de la Prehistoria hay diferencias
radicales entre sus primeras etapas, cuando el protagonista no es todavía el
hombre anatómicamente moderno, y las fases finales, cuando asistimos a la
evolución cultural, exponencialmente acelerada, de un hombre semejante, tanto
física como intelectual y socialmente, a las poblaciones históricas. Esta dualidad
interna se reflejará, inevitablemente, en el contenido de las páginas siguientes.
En la Europa medieval se consideraba que la Historia de la Tierra y la del hombre
arcaico estaban explicadas con detalle en la Biblia. Esta creencia pervivió en los
siglos siguientes, hasta el punto de que, en el siglo XVII, James Ussher, arzobispo
de Armagh, pudo calcular, siguiendo las cronologías contenidas en el Antiguo
Testamento, que la Tierra había sido creada en el año 4004 a. C. Unos años
después, el doctor John Lightfoot refinó estos cálculos y pudo precisar que la
creación del hombre tuvo lugar el 23 de octubre de ese año, a las nueve en punto
de la mañana. Numerosos naturalistas de ese mismo siglo y del siguiente, que
estaban poniendo entonces los cimientos de la Ciencia occidental, empezaron a
aportar considerables evidencias a favor de cronologías algo mayores que las que
proponía el Génesis. A comienzos del siglo XIX, los trabajos de J. Hutton, J. Cuvier
y, sobre todo, Charles Lyell, habían creado ya la Geología Histórica, con sus eras,
sus pisos y sus sucesiones faunísticas. Este envejecimiento en la edad de la Tierra
no fue acompañado en un primer momento por un proceso similar en lo que atañe
al hombre. Aunque ya desde el mundo clásico algunos autores habían conjeturado
que nuestros más lejanos antepasados debían haber vivido en un estado natural de
salvajismo extremadamente primitivo, lo cierto es que a comienzos del siglo pasado
sólo se aceptaba la existencia de una humanidad antehistórica que se identificaba,
en Europa occidental, con aquellos primeros agricultores y ganaderos que, como
mucho, eran algo anteriores a la dominación romana y cuyos hábitats y sepulturas
habían sido ya objeto de rebuscas por parte de los coleccionistas y arqueólogos de
la época. La existencia de un verdadero hombre fósil, contemporáneo de la fauna
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extinguida del Pleistoceno, no fue aceptada por la comunidad científica hasta


mediados de siglo, cuando, tras arduos debates, se reconocieron los trabajos de J.
Boucher de Perthes en las terrazas del Somme (Francia), considerado
universalmente a partir de entonces el padre de la Prehistoria.
A pesar de que la parte más antigua de la Historia Humana había nacido en el seno
de la Geología, su crecimiento hasta el siglo XX iba a estar marcado por el auge de
las ideas de Ch. Darwin acerca de la evolución o, más exactamente, por su
adaptación al desarrollo cultural bajo lo que se ha denominado Evolucionismo
Unilineal, teoría antropológica que guió el pensamiento de los primeros
prehistoriadores como J. Lubbock, G. de Mortillet o E. Cartailhac. El reconocimiento
de la autenticidad del Arte Paleolítico, en 1902, y las posteriores sistematizaciones
de H. Breuil, D. Peyrony o H. Obermaier, junto a los trabajos del gran teórico V.
Gordon Childe, marcaron el panorama de la Prehistoria en la primera mitad de este
siglo, en lo que podría considerarse su definitivo afianzamiento como ciencia
independiente. Tras la Segunda Guerra Mundial, la aparición de los métodos de
datación radiométrica y la incorporación de las nuevas tecnologías a los trabajos de
campo y de laboratorio han completado su imagen actual, altamente especializada.
A nivel teórico, en esta última fase han destacado las aportaciones
neoevolucionistas de F. Bordes y A. Leroi-Gourhan como creadores de grandes
líneas de investigación en el Paleolítico. En la Prehistoria reciente la situación ha
sido más compleja y se ha caracterizado en los últimos años por un cierto debate
entre diferentes concepciones de la arqueología prehistórica, debate iniciado en los
años sesenta por la denominada New Archaeology y de cuyas secuelas aún se
nutre.
La contribución española a este panorama ha sido desigual, pasando de épocas
caracterizadas por la tradicional aceptación acrítica y acomplejada de las diferentes
teorías generadas fuera de nuestras fronteras, a periodos en que las aportaciones
hispanas fueron importantes, cuando no decisivas, en el panorama internacional.
Estas irregularidades, desgraciadamente, están en proporción directa con los
avatares económicos y sociales del país en el último siglo y medio.
El gran pionero de la Prehistoria española fue el geólogo Casiano de Prado (1797-
1866), uno de los científicos más notables de nuestro país, cuyas ideas fueron tan
revolucionarias que llegó incluso a ser encarcelado por la Inquisición. En 1864
publicó su Descripción física y geológica de la provincia de Madrid, en la que se cita
por primera vez la existencia de instrumentos prehistóricos asociados a fauna
pleistocena en el yacimiento de San Isidro (terrazas del río Manzanares, Madrid) e
identificados como similares a los hallados por su contemporáneo Boucher de
Perthes.
La segunda mitad del siglo XIX va a asistir a la aparición de un grupo de
prehistoriadores muy comprometidos con los postulados evolucionistas de sus
colegas extranjeros, entre los que cabe citar a J. Vilanova y los hermanos Siret. Es
a partir de esta época cuando Marcelino Sanz de Sautuol a va a descubrir, en 1879,
la cueva de Altamira, aportación fundamental de la incipiente investigación
española al panorama internacional. Apoyado por Vilanova, Sautuola va a iniciar un
debate que concluiría, ya en el nuevo siglo, con la aceptación del arte paleolítico el
derrumbamiento del mito evolucionista que impedía considerar a los hombres del
Pleistoceno capaces de concebir obras maestras de la pintura universal.
A raíz de los trabajos de H. Breuil, H. Obermaier, el Marqués de Cerralbo, H.
Alcalde del Río, E. Hernández Pacheco, P. Wernert, el Conde de la Vega del Sella, I.
Barandiarán, P. Alsius o J. Pérez de Barradas, la Prehistoria española alcanza su
madurez en el primer tercio del siglo XX con una fuerte influencia de las teorías
difusionistas de la época. Tras el corte traumático impuesto por la Guerra Civil, una
nueva generación, en la que destacan nombres como J. Cabré, L. Pericot, F. Jordá,
M. Almagro Basch, J. Maluquer, A. Arribas o P. Bosch Gimpera, entre otros,
trabajando en condiciones extremas de falta de medios y aislamiento internacional,
va a conseguir mantener la continuidad hasta que, ya en la década de los sesenta,
excavaciones como las de Cueva Morín o las de Ambrona, llevadas a cabo por
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grandes equipos internacionales, van a suponer una renovación disciplinar,


ayudando a la formación de las actuales generaciones de prehistoriadores,
plenamente integrados de nuevo en el panorama internacional.
El último salto adelante de los estudios sobre la Prehistoria en España estará
protagonizado por el equipo de investigadores que trabaja en la sierra de Atapuerca
(Burgos) -Carbonell, Arsuaga y Bernaldo de Quirós- quienes, continuando con el
excelente trabajo iniciado por Emiliano Aguirre, habrán aportado datos
fundamentales y de relevancia internacional para conocer la evolución del ser
humano en Europa.
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1.1.2. La Arqueología prehistórica

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3000000 A. C.
Fin: Año 3300 D.C.

Antecedente:
¿Qué es la Prehistoria?

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3000000 A. C.
Fin: Año 3300 D.C.

Prácticamente todas las diferencias que existen entre la Historia tradicional y la


Prehistoria radican en sus distintos sistemas de obtener información acerca de las
sociedades pretéritas. Durante mucho tiempo se ha sostenido que, a falta de
documentos escritos, el prehistoriador ha tenido que recurrir a los restos
arqueológicos como fuente exclusiva de documentación, mientras que el historiador
sólo se sirve de la Arqueología, mal llamada ciencia auxiliar, para completar algún
punto conflictivo de sus investigaciones o para sacar a la luz fragmentos materiales
del pasado. En la actualidad esto es sólo una simplificación por varios motivos. El
primero, porque la Arqueología es casi la única fuente de la que dispone la Historia
para documentar el aspecto más desconocido de nuestro pasado: la vida cotidiana,
cuyos vestigios son el principal componente de los yacimientos arqueológicos. El
segundo, porque la Prehistoria obtiene información de otras fuentes, aunque es
cierto que la Arqueología prehistórica tiene un notable peso específico en sus
reconstrucciones culturales, hasta el punto de que, en la práctica, la mayor parte
de los prehistoriadores son también arqueólogos, cosa que no sucede con los
historiadores.
La Arqueología contemporánea es una actividad altamente tecnificada que exige un
poderoso despliegue de medios. Como los yacimientos arqueológicos son bienes
relativamente escasos y muy valiosos a nivel cultural, porque se destruyen al
excavarlos, su investigación exige una cuidadosa documentación de todas las
evidencias encontradas y cuya omisión causaría una pérdida irrecuperable. Hay que
tener en cuenta, además, que el arqueólogo hoy en día no sólo encuentra vestigios
culturales (la denominada cultura material), sino también descubre huesos
humanos o de animales, sedimentos, carbones, restos de origen vegetal, a veces
microscópicos (pólenes) y estructuras de tipos diversos.
Son los análisis de laboratorio sobre cada uno de estos elementos los que permiten
reconstruir no sólo los distintos procesos que han formado el yacimiento, sean de
origen antrópico o natural, sino también el entorno del mismo (tipo de vegetación,
clima de la época, asociaciones faunísticas...) y su explotación por parte de los
pobladores primitivos. Esto sólo es posible gracias a los estudios paleontológicos,
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geomorfológicos, geoquímicos, sedimentológicos y paleoecológicos efectuados


sobre los materiales y muestras recuperados durante la excavación, que
proporcionan en estos momentos una cantidad de información cada vez mayor al
prehistoriador. A cambio, las excavaciones arqueológicas son cada vez más lentas
puesto que la minuciosidad que exigen las nuevas técnicas de muestreo y registro
son incompatibles con los métodos expeditivos del pasado.
El establecimiento de cronologías precisas, labor que resulta básica para interpretar
cualquier proceso histórico, se ha visto facilitado en los últimos años gracias a la
incorporación de las técnicas radiométricas, que permiten precisar, con un cierto
error estadístico, los años transcurridos desde determinados eventos (la muerte de
un ser vivo, el calentamiento de un material, la cristalización de determinados
minerales...). Estas técnicas de datación, derivadas de los espectaculares avances
de la física atómica en la posguerra, son muy variadas y continuamente están
siendo sometidas a refinamientos y calibraciones para hacerlas más precisas. La
más conocida, sin duda, es el carbono-14 (C, 4), puesta a punto por Libby hace
treinta años, que mide la cantidad de ese isótopo presente en cualquier sustancia
de origen orgánico, pero que tiene el inconveniente de no tener resolución más allá
de los 50-70.000 años, límite en el que los periodos de semidesintegración del C, 4
hacen que la cantidad residual sea inapreciable. Además, es relativamente
susceptible a las contaminaciones, lo que falsea la cifra obtenida en el laboratorio.
Otros métodos como la termoluminiscencia (TL), el Potasio-Argón (K/Ar) o el
Uranio-Thorio (U/Th), entre otros varios, cubren lapsos de tiempo mayores, aunque
sólo pueden ser utilizados sobre ciertos materiales que no siempre están presentes
en los yacimientos arqueológicos. Las fechas radiométricas suelen expresarse, por
convención, en años antes del presente o B.P. (del inglés before present), aunque
pueden convertirse en años antes de Cristo restándoles 1950 años.
Por último, no puede olvidarse que uno de los sistemas más fructíferos en la
reconstrucción cultural de las sociedades prehistóricas es lo que en otras ciencias se
denomina método actualista, que parte de la idea de que los procesos vigentes en
la actualidad son válidos, dentro de ciertos límites, para explicar los
acontecimientos del pasado. En el caso de la Prehistoria, interesada especialmente
en los procesos de tipo social, el actualismo se lleva a cabo mediante el examen de
las evidencias que aportan los pueblos primitivos actuales, cuyas respuestas
culturales son en definitiva los modelos con los que se compara la evidencia
arqueológica.
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1.1.3. Las divisiones de la Prehistoria

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3000000 A. C.
Fin: Año 3300 D.C.

Antecedente:
¿Qué es la Prehistoria?

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

A comienzos del siglo XIX, Christian Jurgensen Thomsen fue encargado de realizar
una clasificación de los materiales que componían las colecciones del Museo
Nacional de Antigüedades de Dinamarca. Basándose en una cierta idea de progreso
tecnológico a lo largo de la historia humana, Thomsen creó lo que se ha
denominado Sistema de las Tres Edades, que después se ha visto más o menos
confirmado por los hallazgos de la mayor parte del Viejo Mundo. Esta periodización
divide la Prehistoria en tres partes: Edad de la Piedra, Edad del Bronce y Edad del
Hierro. En 1865, John Lubbock dividió la primera Edad en dos términos distintos,
el Paleolítico (Edad de la Piedra Antigua o de la piedra tallada) y Neolítico (Edad de
la Piedra Nueva o de la piedra pulimentada). A estas divisiones se añadieron en
épocas posteriores el Epipaleolítico/Mesolítico, que hace referencia a los cazadores-
recolectores postglaciales, en vías o no de neolitización, y el Calcolítico o Edad del
Cobre, que cubre la etapa postneolítica en la que comienza la metalurgia.
En principio, esta periodización es esencialmente válida para Eurasia, y por tanto es
la más usada en la Península Ibérica, y tal vez también para África, pero carece de
aplicación completa en América, donde no llegó a desarrollarse una verdadera
metalurgia hasta la llegada de los europeos, o en Australia, continente en el que los
modos de vida paleolíticos han pervivido hasta la actualidad. Hay que tener en
cuenta además que incluso en el Viejo Mundo muchas de estas etapas no son
realmente prehistóricas, ni mucho menos consecutivas, puesto que las primeras
civilizaciones orientales, como Mesopotamia o Egipto, estaban ya plenamente
formadas en una fase tecnológica equivalente a la Edad del Bronce, mientras que
en el África Subsahariana no hay utilización de los metales anterior al 500 a. C.
Estos problemas de ajuste cronológico, sin embargo, no restan utilidad al Sistema
de las Tres Edades a la hora de concretar el continuo cronológico que es la
Prehistoria peninsular, puesto que, en definitiva, cada una de las etapas arriba
citadas posee los suficientes contenidos culturales como para poder ser utilizadas
en un sentido convencional más o menos amplio.
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1.2. El Cuaternario

Época: Prehistoria
Inicio: Año 1640000 A. C.
Fin: Año 2002

Siguientes:
Paleocología cuaternaria

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El Cuaternario, denominado a mediados del siglo pasado Diluvial, es la última


partición en la que se dividen los tiempos geológicos. En la actualidad esta unidad
tiene rango de Periodo, dentro de la Era Cenozoica o de los mamíferos, y se
subdivide en dos Épocas desiguales: Pleistoceno y Holoceno. El primero ocupa
desde el final del Plioceno, hace 1,64 millones de años, hasta la remisión absoluta
de la última glaciación, hace unos 10.000 años. El Holoceno sólo cubre desde esa
fecha hasta la actualidad.
Casi a la misma vez que aparecía el concepto de Pleistoceno en el siglo pasado, se
demostraba que los fenómenos glaciales -enfriamientos generalizados del clima
respecto a la temperatura actual- habían sido un rasgo relevante de la época, hasta
el punto de que durante mucho tiempo se la conoció como la Era Glacial. Hoy en
día, sin embargo, se sabe que si bien las oscilaciones térmicas y el enfriamiento
general son determinantes en el Cuaternario, en otras eras ha habido también
épocas glaciales. Incluso se da por probada la existencia de al menos una glaciación
precámbrica, hace más de 600 millones de años, lo que demuestra que la
estabilidad climática a lo largo de la Historia de la Tierra es un espejismo. Ello no
obsta para que se haya centrado una parte importante de la investigación del
Pleistoceno precisamente en el origen de sus marcadas oscilaciones térmicas. La
causa más aceptada en estos momentos para dicho fenómeno suele consistir en la
coincidencia de varios factores como son la concentración de continentes en
latitudes altas del hemisferio norte, la existencia de uno de ellos, la Antártida, en
situación polar y la acción de las modificaciones cíclicas del clima debida a las
variaciones orbitales (precesión, excentricidad y oblicuidad) estudiadas por
Milankovitch.
Si el primer problema fundamental en el estudio del Cuaternario es la identificación
de las causas de su especificidad climática, el segundo es la situación del límite
Plioceno-Pleistoceno, parámetro fundamental en Geocronología puesto que
determina la separación entre Terciario y Cuaternario y la duración temporal de
cada uno.
Como el problema es, esencialmente, cronológico y convencional -se trata de
establecer rupturas en una dimensión continua como es el tiempo- la principal
dificultad reside en utilizar eventos que tengan un alcance universal. Desde hace
mucho se considera que, junto al glaciarismo, el fenómeno más relevante del
Cuaternario es la aparición del hombre, hasta el punto de que alguna vez se ha
propuesto denominarlo Antropozoico. Utilizar este criterio para establecer un límite
entre el Neógeno y el Pleistoceno es, sin embargo, poco acertado porque la fecha
de aparición del hombre sobre el planeta es un suceso objeto de investigación
constante y sujeto por lo tanto a cambios también constantes. Además, no se trata
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de un suceso simultáneo en todo el planeta, sino escalonado en el tiempo conforme


nuestra especie ha ido colonizando todos los continentes.
Desechado desde hace tiempo el criterio antropológico, se han ensayado otros de
índole paleontológica, basados en la aparición de las primeras faunas frías en
latitudes medias (Europa occidental esencialmente), pero esto ha llevado a la
propuesta de diferentes fechas, según las asociaciones faunísticas utilizadas. Las
más conocidas son el denominado Calabriense, piso identificado en Cala Calabria y
caracterizado por la sustitución de nanofósiles planctónicos cálidos (pliocenos) por
representantes de faunas frías, y el piso Villafranquiense continental, basado en la
supuesta aparición de los primeros representantes de los géneros Equus (caballos)
y Bos (bóvidos), junto a ciertos proboscídeos.
Como ya se ha indicado anteriormente, también se ha querido hacer coincidir el
inicio del Cuaternario con la aparición de los primeros glaciares continentales, pero
este criterio es también poco válido porque se escalona claramente en el tiempo:
en la Antártida aparecieron hace 20 m.a., en Alaska hace 10 m.a., en Islandia tal
vez 4 m.a.
Las últimas propuestas (1985-1989) reivindican un límite convencional en el que
coincidan un número considerable de eventos significativos. Aunque sigue sin haber
unanimidad total, especialmente entre los paleontólogos, puede considerarse que la
fecha de 1,64 m.a., propuesta por un comité internacional de cuaternaristas, es la
más consistente porque cumple con ese requisito. En primer lugar, coincide con la
base del Calabriense, consistente en un estrato-tipo de la denominada sección de
Vrica. El caso del Villafranquiense es bien distinto porque investigaciones
posteriores demostraron que la localidad-tipo no había sido bien interpretada y
comenzó una enorme confusión respecto a la utilización de dicho término. En la
actualidad sólo tiene validez para los paleontólogos de macromamíferos y su inicio
se sitúa en 3,5-3,3 m.a. En contraste con esta situación, la fecha de 1,64 m.a.
también supone la aparición de algunas especies de micromamíferos (roedores)
fríos en nuestro continente, acompañadas por las primeras floras frías en Europa
continental (criterio botánico). Sin embargo, la ventaja principal de esta fecha es
que puede situarse con facilidad en una escala de carácter planetario, como es la
paleomagnética, en la que coincide con el final del evento (subcron) Olduvai, dentro
de la época de Matuyama (cron). Desde que se demostró la existencia en el
Cuaternario de una alternancia de periodos fríos (glaciaciones) y periodos
templados (interglaciales), se consideró que la determinación de estas oscilaciones
podía servir como guía para establecer una escala cronológica. A principios de siglo,
en el ámbito alpino, se habían reconocido cuatro glaciaciones (Gunz, Mindel, Riss y
Würm, que pronto fueron precedidas por otras dos, Biber y Donau). En otros
ámbitos geográficos (Norte de Europa, Norteamérica, Rusia...) y basadas en
criterios diferentes, se obtuvieron distintas secuencias paleoclimáticas, cuya
equivalencia siempre fue problemática. Además, se descubrió que para las zonas
más templadas de la Tierra los periodos glaciales e interglaciales correspondían a
fases pluviales e interpluviales, lo que complicaba aún más su correlación.
A partir de los años cincuenta la obtención de curvas climáticas detalladas en
registros sedimentarios continuos, sobre todo las obtenidas en fondos marinos o en
los hielos de Groenlandia, han permitido trazar registros climáticos completos. Las
curvas más importantes son las diseñadas sobre la variación O16/O18, Ambos
isótopos están presentes siempre en el agua del mar, pero en el más ligero de
ambos (el O16) se evapora con más facilidad. Cuando el clima es más frío, hay
mucho hielo acumulado en los continentes y el O18 es más abundante en el mar,
ya que una parte del isótopo ligero evaporado se precipita en forma de nieve y
queda atrapado en los glaciares, disminuyendo por tanto su porcentaje en el medio
marino.
Sondeos marinos en todo el mundo han permitido observar que el clima de la Tierra
a lo largo del Cuaternario revela una tendencia general hacia el enfriamiento a
partir del Mioceno, aunque la curva muestra oscilaciones claramente periódicas de
intensidad variable. Estas fases isotópicas también han permitido demostrar que las
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antiguas glaciaciones clásicas son sólo retazos de una realidad bastante más
compleja.
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1.2.1. Paleocología cuaternaria

Época: Prehistoria
Inicio: Año 1640000 A. C.
Fin: Año 2002

Antecedente:
El Cuaternario

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Las oscilaciones climáticas sufridas por el hemisferio norte causaron fuertes


modificaciones en los paisajes de Europa durante el Cuaternario. Si pensamos que
el Holoceno sólo es un Interglacial, podemos utilizarlo como ejemplo de mosaico de
ecosistemas en una fase templada. Pero durante una glaciación el medio ambiente
cambiaba radicalmente. Enormes inlandsis se instalaban en el norte de Europa y en
las montañas más altas, enfriando la temperatura global del planeta y originando
fuertes descensos del nivel del mar debido a la cantidad de agua inmovilizada en
los glaciares. En el máximo de la última glaciación, hace unos 20.000 años, se
estima que el mar descendió más de 100 metros, modificando por completo las
costas europeas y creando extensos puentes de tierra hoy en día sumergidos por la
subida del nivel marino que siguió a la última deglaciación.
Cuando los glaciares ocupaban las zonas altas, se generaban a su alrededor
amplias zonas de tundra y enormes estepas loéssicas. Los bosques templados y los
restantes biotopos actuales se redujeron de tamaño o quedaron relegados a zonas
meridionales. La posición de la Península Ibérica, aunque modulada por su enérgico
relieve, pudo servir de refugio en este sentido tanto a las especies animales como
vegetales, que de este modo respondían a las crisis climáticas. Esta presión
selectiva fue provocando una evolución de las faunas pleistocenas que, junto a
otras escalas como el paleomagnetismo, permiten distinguir entre Pleistoceno
Inferior (hasta hace 700.000 años), Medio (hasta el 128.000 B.P.) y Superior
(hasta el Holoceno).
En este mundo cambiante tuvo que subsistir el hombre una vez que abandonó
África. Según los datos obtenidos de los análisis faunísticos, polínicos y
sedimentológicos, la Europa de las glaciaciones estaba poblada por grandes
conjuntos de animales dependientes de los distintos ecosistemas. En las llanuras
herbáceas pastaban rebaños de grandes herbívoros como caballos, uros,
rinocerontes o bisontes; en las zonas boscosas templadas abundaban los cérvidos;
en los roquedos se encontraban cabras salvajes y rebecos; en las zonas frías, que
apenas aparecen en la Península Ibérica, habitaban los mamuts, los rinocerontes
lanudos y los renos. A estos conjuntos hay que añadir un considerable grupo de
predadores, compuesto por leones, leopardos, hienas, lobos y osos. Las diferentes
formas de explotar todos estos biotopos y sus diferentes recursos es uno de los
mejores reflejos de la evolución cultural a lo largo de la Prehistoria.
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1.3. Origen y evolución del hombre

Época: Prehistoria
Inicio: Año 4000000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Siguientes:
La hominización
La evolución de los primates
El género australopithecus
El género Homo
El Homo sapiens
Los hombres fósiles de la Península Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Tal y como predijo Darwin la cuna de la Humanidad se encuentra en África. Allí,


hace unos 5 millones de años, aparecieron los primeros homínidos y allí
continuaron su evolución durante casi 4 millones de años más. Sin embargo,
alcanzado cierto grado de transformación, en el que la capacidad instrumental y los
modos de comportamiento tuvieron que ser decisivos, un antiguo representante de
nuestro género salió de África y pobló Asia y Europa. Esta migración, cuyos detalles
son todavía objeto de fuertes debates, significó el comienzo de la expansión
humana sobre el planeta, proceso que culminó mucho más tarde con el hombre
anatómicamente moderno. El papel desempeñado por la Península Ibérica en todo
este proceso es periódicamente objeto de atención preferente por parte de los
especialistas, ya que no debe olvidarse que si Europa fue colonizada desde África,
tuvo que serlo necesariamente a través de Gibraltar. Comprender toda esta
dinámica es el único camino para entender la discusión que se plantea sobre los
más antiguos restos humanos de la Península.
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1.3.1. La hominización

Época: Prehistoria
Inicio: Año 4000000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Antecedente:
Origen y evolución del hombre

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En general se entiende por hominización el proceso evolutivo mediante el cual


cierto grupo de taxones (unidades de clasificación biológica) va adquiriendo
progresivamente los rasgos anatómicos que son exclusivos de nuestra especie.
Aunque en origen el concepto es bastante metafísico y antropocentrista, ya que
incide en aquellos aspectos que suponen la diferenciación progresiva del hombre
desde la masa de los restantes mamíferos, hoy en día se sigue empleando porque
permite incluir en nuestra línea evolutiva a aquellos taxones (fósiles normalmente)
que presentan algunos de esos rasgos distintivos. Además, la determinación de los
criterios de hominización (caracteres exclusivos de nuestro género) es la base
sobre la que se establece la discusión, siempre inacabada, sobre el mayor o menor
parentesco que existe entre unos taxones y otros.
Por otra parte, no hay que olvidar que a las cuestiones de evolución biológica es
preciso unir la cuestión de la evolución cultural, ya que la capacidad de crear
cultura es el elemento que tradicionalmente se ha considerado como más
típicamente humano. Esto es fuente asimismo de debates puesto que ambos
aspectos no siempre coinciden o, dicho de otro modo, no hay una relación
mecánica e infalible entre industrias y homínidos. El verdadero debate en los
últimos años, sin embargo, se centra sobre los mismos orígenes de las pautas
culturales y su supuesta exclusividad del género Homo. Argumento de peso en este
debate es la capacidad instrumental existente también en los chimpancés y otros
animales, que obliga a considerarlos, según la moderna Etología, portadores y
creadores de cultura. Si pensamos además en la posible utilización mayoritaria por
parte de nuestros antepasados más lejanos de útiles fabricados en materias
perecederas (madera, pieles...), casi imposibles de detectar en el registro fósil, se
comprende lo difícil que resulta identificar la primera utilización de instrumentos en
las fases más remotas de nuestro pasado.
Dejando a un lado estas consideraciones, es preciso dividir las claves evolutivas
que nos diferencian de los demás mamíferos, desde un punto de vista anatómico,
en dos grandes grupos según su posición:
(a) Esqueleto postcraneal: todas las particularidades que presenta el género Homo
en el esqueleto postcraneal, especialmente las que le separan de los demás
primates, son una adaptación específica a su sistema de locomoción, o sea, todas
están en función del bipedismo. Los principales rasgos anatómicos asociados a
dicha forma de desplazamiento son el pie en arco, la rodilla plana, el fémur recto, la
pelvis corta y ancha, en vez de alargada y estrecha como en los demás primates, la
columna vertebral con doble curvatura (forma general en S) para crear una marcha
elástica y otras adaptaciones menores (forma del tórax, reducción de la longitud de
los brazos, pulgares oponibles en las manos pero no en los pies).
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(b) Esqueleto craneal: no existe un mecanismo único que explique todos los rasgos
típicos de nuestra especie a nivel craneal. Algunas están en función del bipedismo,
como es el caso de la posición del foramen magnum -orificio en el que se inserta la
columna vertebral en la base del cráneo-, otras son resultado de cambios en la
dieta y el comportamiento (aparato masticador). El factor más importante sin duda
es la encefalización neoténica -la neotenia es un paidomorfismo que se produce
cuando un organismo mantiene en estado adulto caracteres propios de su fase
embrionaria o juvenil mediante retrasos en su ontogenia-. Las modificaciones más
importantes en este sentido son el cambio en la arquitectura general del cráneo -la
parte facial se sitúa justo debajo del neurocráneo, en vez de estar adelantada
respecto a él como en la mayor parte de los mamíferos-, la cara aplanada
(ortognata) y reducida, la dentición de 32 piezas en parábola, sin diastemas
(espacios), con caninos reducidos y fuerte molarización. El neurocráneo adquiere
una morfología abombada, con fuerte aumento del volumen encefálico, aunque este
factor es muy variable. En general, tamaño y peso de la cabeza con relación al
cuerpo mayor que en los otros primates.
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1.3.2. La evolución de los primates

Época: Prehistoria
Inicio: Año 4000000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Antecedente:
Origen y evolución del hombre

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

No existe unanimidad en la taxonomía (clasificación biológica con criterios


jerarquizados) de los primates entre todos los investigadores, aunque las
discrepancias mayores proceden de la posición de los especímenes fósiles. Ambos
criterios, clasificación y significado evolutivo, están relacionados ya que colocar un
grupo de fósiles en casilleros diferentes implica, al menos, la separación en el
pasado de una población ancestral en varias distintas (proceso de especiación).
Estos mecanismos evolutivos, aunque siguen siendo objeto de discusión, están
implícitos en cualquier clasificación taxonómica. Así, por ejemplo, si se acepta que
la superfamilia de los Hominoideos se subdivide en dos familias (Hominidae e
Hilobatidae) en vez de en tres, como era convencional hasta hace poco (Hominidae,
Hilobatidae y Pongidae) es porque se considera relevante la temprana separación
genética de los gibones, descubierta en el registro fósil, respecto a los demás
hominoideos (hombres y póngidos) cuya diferenciación fue más tardía. Igualmente,
diferenciar los grandes monos africanos (gorila y chimpancé) sólo a nivel de tribu,
mientras el orangután se hace a nivel de subfamilia, implica una aceptación tácita
de las modernas posturas acerca del significado evolutivo del tándem Sivapithecus-
Ramapithecus, tal y como se verá a continuación.
Debido a este estado de perpetua discusión, existen numerosos cuadros
taxonómicos alternativos que reflejan diferentes posturas teóricas respecto a los
diferentes problemas evolutivos que la cada vez más numerosa documentación va
planteando.
Independientemente de este debate, el Orden de los Primates, en el que se incluye
el género Homo, reúne a una serie de animales que presentan unas características
generales bien marcadas, aunque siempre hay excepciones:
(a) Buen desarrollo de la visión, fruto de una vida arborícola presente o pasada.
Ojos en posición frontal, que proporcionan una visión en relieve y sensibilidad a una
amplia gama de colores.
(b) Manos y (la mayoría) pies prensiles, con pulgares oponibles y almohadillado en
las plantas.
(c) Uñas planas y normalmente cortas.
(d) Sólo dos mamas en las hembras.
(e) Dieta omnívora.
(f) Alta sociabilidad.
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El orden de los primates se dividía tradicionalmente en antropoides (o monos


verdaderos) y prosimios -arborícolas adaptados especialmente a la actividad
nocturna-, entre los que se incluía el problemático Tarsio. Hoy en día se tiende a
clasificar los primates en dos grandes grupos: Haplorrinos (con placa ósea tras las
órbitas oculares), donde se incluyen todos los monos y los tarsiiformes, y
Strepsirrinos (sin placa ósea), que corresponden a los antiguos prosimios.
Dentro de los simios, la diferenciación principal se hace en función de la morfología
nasal: Catarrinos (monos del Viejo Mundo) y Platirrinos (monos americanos). Los
catarrinos siguen dividiéndose en dos superfamilias: Hominoidea (sin cola) y
Cercopitecoidea (con cola, incluye a la mayor parte de los monos). Dentro de los
hominoideos, las mayores novedades residen en la necesidad de señalar la mayor o
menor proximidad genética (evolutiva) entre los cinco grupos principales (gibones,
orangutanes, gorilas, chimpancés y hombres) determinada mediante pruebas
bioquímicas (el denominado reloj bioquímico) que miden la cantidad de material
genético común entre distintas especies; diferencias menores señalan fechas de
divergencia específica más reciente. Este factor, junto a la paleontología, es el
mayor determinante a la hora de reconstruir la historia de nuestro orden.
Como se sabe, los mamíferos existieron bajo formas poco diversificadas durante
todo el Mesozoico. Un fósil de estos mamíferos primitivos, denominado Purgatorius
y datado a finales del Cretácico (c. 70 m.a.), se considera el primer representante
del orden de los primates. Su morfología dentaria y su pequeño tamaño indican que
se trataba de un insectívoro parecido a las musarañas actuales. A comienzos del
Cenozoico los primates están representados por un nutrido grupo de animales
arborícolas de pequeño tamaño (los plesiadápidos) de los que por especialización
en los hábitos nocturnos se separaron los primeros strepsirrinos (Adápidos; c. 50
m. a.), antepasados de los lemures actuales.
La evolución de los haplorrinos durante el Paleoceno y comienzos del Eoceno no es
demasiado conocida, salvo en lo que hacía referencia al grupo de los
Omomyiformes, antepasados comunes tanto de los tarsios como de los simios. A
finales del Eoceno, con la apertura del Atlántico, se produce la definitiva separación
de Catarrinos y Platirrinos, que quedan aislados geográficamente. La mejor
documentación acerca de la diversificación de los catarrinos procede sobre todo de
las asociaciones faunísticas de El Fayum (Egipto). Según las sucesiones de fósiles
del Oligoceno, a partir del Oligopithecus y gracias a la expansión de los bosques se
produce la separación de los cercopithecos (Paropithecus es su primer
representante), mientras la línea evolutiva Propliopithecus-Aegiptopithecus se
considera hoy en día el mejor candidato para el posterior desarrollo de los
hominoideos.
A lo largo del Mioceno se produce la radiación de los hominoideos en tres grupos
principales: los protogibones (Pliopithecus), los Proconsulidae, considerados hoy en
día antepasados de los homínidos, y otros grupos extinguidos, como el famoso
Oreopithecus bambolii, que también desarrollaron la braquiación como rasgo
adaptativo a la vida arborícola.
Entre los 15 y 10 m.a. se conoce una serie de hominoideos, descendiente de
Proconsul, repartidos por Europa meridional, Asia y África oriental, en los que se
han centrado numerosas controversias en los últimos años. Para algunos formaban
un grupo homogéneo, los driopithecinos -cuyos restos también han aparecido en la
Península-, mientras para otros se podían dividir en dos conjuntos: los
driopithecinos s.s. y los ramapithecinos - grupo que englobaba a los fósiles de
Ramapithecus, Sivapithecus y Kenyapithecus-, justificándose las diferencias de
tamaño como dimorfismo sexual. Hoy en día, tras las oportunas rectificaciones de
D. Pilbeam, se considera que Driopithecus y Ramapithecus son especies
septentrionales, de Europa y Asia, sin descendencia evolutiva, mientras que
Sivapithecus, simio de mayor tamaño circunscrito a Asia central y meridional, es el
antepasado tanto de los orangutanes como del mayor primate que ha existido
hasta ahora, el Gigantopithecus, que se extinguió al parecer ya en el Pleistoceno
Medio. Por último, Kenvapithecus, descubierto por L. Leakey en Fort Ternan, es el
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mejor candidato para ser el antecesor común tanto de los homínidos como del
gorila y el chimpancé.
Entre los 10 y los 5 m.a. (Mioceno final) existe un enorme vacío de fósiles,
achacable a los problemas de fosilización que presentan los primates por su tipo de
vida, que impide precisar cómo se da el paso definitivo en la aparición de los
homínidos. Los escasos restos datados a finales de este intervalo -un molar de
Lukeino, el fragmento de mandíbula de Lothagam, el temporal de Chemeron y el
húmero de Kanapoi, todos ellos procedentes de África Oriental-, son ya de
homínido, aunque se discute sobre si alguno pertenece al género Homo o si todos
son de Australopithecus arcaicos.
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1.3.3. El género australopithecus

Época: Prehistoria
Inicio: Año 4000000
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Origen y evolución del hombre

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El primer homínido conocido con relativo detalle en estos momentos es el


Australopithecus ramidus, especie definida en 1994 por T. White, G. Suwa y B.
Asfaw, según una serie de fósiles procedentes del río Aramis, en Etiopía, y datados
en 4,5-4,3 millones de años. Se trata de un homínido muy similar al chimpancé,
adaptado a un hábitat relativamente arbolado, pero cuya morfología dental
presenta ya el inicio de unos rasgos que se desarrollarán en los homínidos
posteriores. La aparición de esta especie ha supuesto una buena confirmación de la
fecha, en torno a 5 millones de años, en la que se estimaba, desde un punto de
vista bioquímico, que se había producido la separación entre homínidos y
chimpancés.
El siguiente representante de esta línea es Australopithecus afarensis. Descubierto
y dado a conocer hace relativamente poco tiempo por Johanson, White y Coppens,
se conoce bastante bien gracias a los numerosos restos encontrados en Hadar
(Etiopía) y Laetoli (Tanzania), que incluyen esqueletos bastante completos, como la
famosa Lucy, y huellas de sus pisadas en ceniza volcánica. Está datado entre 3,8 y
3 m.a. Se trata de individuos de pequeña talla, 1,10-1,30 m. de altura, con fuerte
dimorfismo sexual: los machos son mucho más grandes que las hembras, hasta el
punto de que algunos investigadores piensan que tal vez sean especies distintas.
Tanto las pisadas de Laetoli como la articulación de la rodilla, el pie en arco y la
pelvis ancha demuestran que ya era completamente bípedo. Su esqueleto
postcraneal es, salvo pequeños detalles, similar al del hombre moderno. Su
capacidad encefálica es de 350-400 cm, inferior incluso a la del chimpancé, y tiene
una morfología craneal con aspecto en general muy tosco. La dentición, sin
embargo, presenta ya los caninos reducidos, fuerte molarización y sólo vestigios de
diastema entre caninos e incisivos. Este rasgo y el bipedismo revelan componentes
conductuales importantes en la aparición de los homínidos, sin duda derivados de
cambios ecológicos (desecación de África oriental, sustitución de los bosques
tropicales por la sabana).
Entre los 3 y los 0,8 m.a. los australopitecinos sufren una clara evolución
restringida espacialmente a África oriental y conocida, desde el hallazgo en 1924
del niño de Taung, en una serie de yacimientos escalonados a lo largo del Rift
Valley, desde Etiopía hasta Sudáfrica. En todo este sector parecen coexistir dos
formas distintas: una grácil y otra robusta. Los australopithecos gráciles,
denominados normalmente Australopithecus africanus (equivalente al antiguo
Plesionthropus transvaalensis), proceden sobre todo de los yacimientos kársticos de
Sudáfrica (Taung, Sterkfontein, Makapansgaat), cuyas fechas oscilan entre 2,5 y 1
m.a., aunque también han sido citados algunos especímenes en los depósitos del
lago Turkana y del río Omo. Sus características principales son similares a los
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afarensis en el esqueleto postcraneal, de tipo moderno a grandes rasgos, mientras


que el cráneo presenta un aspecto claramente más evolucionado: capacidad
craneana de 500 cm3, ausencia total de diastemas, caninos pequeños y bóveda
craneal redondeada.
Las formas robustas son las más complejas y las que han planteado últimamente
más interrogantes a los antropólogos. En Sudáfrica se las ha querido denominar
Australopithecus robustus, englobando a los clásicos Paranthropus robustus y P.
crassidens de los yacimientos de Kromdraii y Swartkrans, datados en 1,7 m.a. Se
trata de individuos más grandes que los gráciles y, al menos los machos,
notablemente más robustos, sobre todo en sus características craneales: tienen la
frente plana, fuerte estrechamiento postorbital, grandes arcos superciliares, cresta
sagital, cara alta y muy ancha, aunque son menos prognatos que los gráciles. Su
morfología dental es moderna, pero tienen una fuerte molarización. El aspecto
general es el de un imponente aparato masticador.
En África Oriental esta variedad adquiere mucha mayor importancia, sobre todo a
raíz del descubrimiento del célebre Zinjanthropus boisei en Olduvai (Tanzania),
corroborado con restos similares en Chesowanja, Omo, Turkana... Tiene una
cronología comprendida entre 2,2 y 1,2 m.a. Su aspecto es aún más robusto que la
variedad surafricana, con la cara ancha y claramente cóncava. El reciente
descubrimiento del cráneo KNM-WT 17000, para el que se ha propuesto la
denominación de Paranthropus aethiopicus, con una fecha de 2,5 m.a. y parecido a
otros restos fragmentarios del Awash, ha supuesto una importante renovación en la
consideración taxonómica de este grupo aethiopicus/robustus/boisei. Para la mayor
parte de los investigadores, el hecho de que exista una línea evolutiva
independiente de estos australopitecinos robustos desde fechas tan tempranas
justifica su clasificación como un género distinto del Australopithecus: el
Paranthropus. A nivel evolutivo, estas formas robustas se consideran morfotipos
especializados en la obtención de ciertos alimentos vegetales (semillas, raíces,
tubérculos...) que necesitan un potente aparato masticatorio.
En cualquier caso, la línea de los australopitecinos, que parece formada hace ya 5
m.a., representa una clara adaptación africana a los entornos de borde de sabana,
siendo el bipedismo y no la encefalización el verdadero motor de todo el proceso de
hominización. El papel de los tipos robustos parece hablar a favor de una
hiperespecialización en esta línea que separará claramente a dicho género de los
primeros representantes de los Homo.
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1.3.4. El género Homo

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2300000 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Origen y evolución del hombre

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Al igual que los australopitecos, el género Homo es completamente bípedo y carece


de colmillos desarrollados, pero en cambio presenta una serie de caracteres propios
que se van acrecentando con el tiempo: mayor encefalización, reducción en el
tamaño de la cara, aumento de estatura y verdaderas capacidades simbólicas y
culturales. Además, sus representantes forman poblaciones extremadamente
variables a nivel fósil, tal vez preconfigurando una variedad racial que se mantiene
hasta nuestros días. A causa de esta variabilidad, el género Homo está siendo
objeto de una fuerte revisión en los últimos años, sin que haya una absoluta
unanimidad por parte de todos los antropólogos.
Los restos más antiguos que pueden atribuirse sin discusión a nuestro género han
sido agrupados hasta hace poco bajo la denominación de Homo habilis. Sus fósiles
proceden de Olduvai, del valle del río Omo y sobre todo de Koobi Fora -incluyendo
los famosos cráneos KNM ER 1470 y 1813-, con una cronología comprendida entre
2,3 y 1,6 m.a. Hay que tener en cuenta sin embargo que, si se considera que este
homínido es el primero que fabricó útiles líticos, se le debería considerar algo más
antiguo, ya que en el río Awash hay instrumentos datados hasta en 2,7 m.a.,
aunque no haya restos indiscutiblemente humanos de cronología comparable.
El aspecto físico es parecido al de los australopitecos, sobre todo en el esqueleto
postcraneal, pero su cabeza es bastante diferente: tiene una capacidad muy
variable, entre 580 y 700 cm3, los molares están muy reducidos y, en cambio, los
incisivos son proporcionalmente mayores.
Estas modificaciones en el tamaño cerebral y en el aparato masticador conllevan un
mayor elevamiento de la bóveda craneana, que además tiene forma redondeada, y
una fuerte reducción de la cara. A pesar de ello, todavía es bastante arcaico en
algunos aspectos: tiene una estatura de sólo 1,5 m. y sus brazos son demasiado
largos en relación al cuerpo, tal y como ocurría con los primeros australopitecos.
Para algunos investigadores, las morfologías más arcaizantes deberían formar una
especie aparte, Homo rudolfensis.
Los representantes de la especie siguiente a nivel cronológico se agrupan
normalmente bajo el nombre de Homo erectus. Este grupo está ya ampliamente
representado a lo ancho del Viejo Mundo, en niveles datados entre 1,8 m. a. y
250.000 años, aproximadamente. Desde hace algún tiempo se considera que los
restos africanos más antiguos forman una especie diferente (Homo ergaster: 1,8-
1,5 m. a.), lo que significaría que, entre 1,8 y 1,6 m. a. en África convivirían hasta
cuatro tipos humanos diferentes (rudolfensis, habilis, ergaster e incluso los
primeros erectus), por no hablar de los parántropos. La extensión de este grupo,
continuamente ampliada desde su descubrimiento por E. Dubois en Java
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(Pithecanthropus) a finales del siglo pasado, permite distinguir, además, numerosas


variedades regionales:
(a) Homo erectus esteafricanos: Nariokotome, Koobi Fora, lleret, Olduvai.
(b) Atlanthropus norteafricanos: Ternifine, Salé.
(c) Anteneandertales europeos, también llamados Homo heidelbergensis en sus
formas más arcaicas: Mauer, Atapuerca, Aragó, Ehringsdorf, Fontechevade,
Swanscombe, Steinheim, Petralona...
(d) Sinanthropus en China: Zukudian, Yuanmou, Lantian, Yianku...
(e) Pithecanthropus y (con dudas) Meganthropus de Java: Sangiran, Modjokerto,
Trinil... Las últimas dataciones de algunos de estos fósiles entre 1,8 y 1,6 m.a.
suponen un problema que se comentará más adelante.
Físicamente, los erectus presentan por tanto una fuerte variabilidad tanto
cronológica (estadios evolutivos) como regional (posible diversificación racial), pero
se trata de características tan solapadas que muchos antropólogos actuales tienden
a considerarlos, sobre todo a los especímenes más recientes, como una especie
de Homo sapiens arcaicos. Esto determina que el género Homo sólo estaría
representado por una especie única en realidad con diferentes estadios evolutivos.
La postura ortodoxa, sobre todo por lo que respecta a las variedades de Homo que
se verán a continuación, implica aceptar el estadio erectus, aunque únicamente se
considere a nivel de crono especie.
Los rasgos genéricos de erectus son: esqueleto postcraneal prácticamente
moderno, aunque notablemente robusto, capacidad craneana muy variable (entre
800 y 1.300 cm3), con 1.100 de media, cráneo alargado y aplanado, con la frente
huidiza, depresión postorbital marcada, fuertes arcos superciliares, cara proyectada
hacia delante, mandíbula ancha, robusta y sin mentón. Las paredes del cráneo,
además, son notablemente espesas y no es raro encontrar individuos con una
mezcla de caracteres arcaicos y evolucionados (denominados en mosaico).
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1.3.5. El Homo sapiens

Época: Prehistoria
Inicio: Año 100000 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Origen y evolución del hombre

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Tradicionalmente se considera que nuestra propia especie ha estado representada


por dos variedades con rango de subespecie: Homo sapiens y Homo sapiens
neandertalensis. Estos últimos, los populares hombres de Neandertal, son los
primeros hombres fósiles aceptados por la comunidad científica del siglo XIX.
Aunque las diferencias entre ambas formas puede que no pasen de las meramente
raciales, su significado cronológico y evolutivo es tan distinto que suele justificar su
distinción antropológica.
El hombre de Neandertal es una variedad típicamente europea que apareció hace
unos 100.000 años a partir de los erectus locales y llegó a expandirse hasta
Próximo Oriente y Asia Central. A partir del 35.000 B.P. desaparece de todos estos
territorios y es suplantado por los hombres anatómicamente modernos. Sus
yacimientos, por tanto, sólo aparecen en Europa (Neandertal, La Ferrassie, La
Quina, La Chapelle-aux-Saints, Gibraltar, Carihuela, Atapuerca, Zafarraya, Monte
Circeo, L'Hortus, Krapina, Kulna...), Próximo Oriente (Shanidar, Tabun, Kebara,
Amud...) y Asia Central (Teshik-Tash). Sus rasgos más característicos, aparte de
algunos detalles en la pelvis, el omóplato y el fémur, se localizan en el cráneo:
enorme volumen encefálico (media de 1.500 cm3, ligeramente superior a la
actual), con morfología alargada (en balón de rugby) y huesos notablemente
espesos, algo platicéfalos (frente presente pero inclinada), fuertes arcadas
supraorbitales y senos nasales muy desarrollados. El occipital presenta un saliente
que se considera diagnóstico. La cara es ancha, con pómulos altos y redondeados
(ausencia de fosa canina), saliente (prognatismo moderado), con las órbitas
oculares grandes y redondeadas, al igual que la abertura nasal. La mandíbula sigue
siendo ancha y robusta, sin mentón y con un característico diastema retromolar.
Las evidencias bioquímicas, basadas en diferencias genéticas entre las poblaciones
actuales, parecen demostrar que el hombre moderno apareció en África hace
200.000 o 150.000 años, fecha que no todos los antropólogos aprueban a causa de
la evidencia fósil. Según ellos, justo en el intervalo que cubre el paso entre el
Pleistoceno Medio final ( a partir del 300.000 B.P.) y los inicios del Pleistoceno
Superior, en África se asiste a un proceso que llevará primero a la aparición de
formas más o menos transicionales entre erectus y sapiens (Djebel Irhoud,
Mugaret-el-Aliya, Haua Fteah, Bodo, Broken Hill), junto a otros claramente
modernos (Klasies River Mouth, Border Cave, Omo 1, Dar-es-Soltan, Taforalt),
aunque todos ellos presentan, en mayor o menor medida, rasgos arcaicos. En
Próximo Oriente también hay restos similares (Qafzeh, Skuhl), mientras que los
hallazgos equivalentes del resto de Asia son tal vez más tardíos o de datación
imprecisa (Ma'pa, Niah, Ngandong).
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 27 / 252

En Europa la aparición de los primeros hombres modernos no resulta anterior al


40.000 B.P. y parecen haber seguido una línea de avance clara en dirección Este-
Oeste, tal y como se verá en capítulos posteriores, puesto que los últimos
neandertales parecen haber vivido en el sur de España hasta hace unos 27.000
años o menos. Los primeros hombres modernos europeos se agrupaban hasta hace
poco en dos variedades: la raza de Cro-Magnon, más robusta, y la variedad de
Combe Capel, Brno o Predmost, más grácil. En realidad, esta dicotomía pretendía
justificar el binomio cultural Auriñaciense-Perigordiense y hoy en día se ha
abandonado, estando sólo generalizado el uso del término cromañones para los
hombres modernos paleolíticos. Variedades más tardías (hombre de Grimaldi o de
Chancelade) tampoco parecen tener diferencias somáticas que justifiquen una
completa diferenciación poblacional de tipo racial.
Tanto estos europeos del Paleolítico Superior como sus contemporáneos de otros
continentes -no hay que olvidar que el Homo sapiens colonizó en esta época
Australia y América- presentan todos los caracteres comunes a la humanidad
actual: volumen encefálico en torno a 1.400 cm3, cráneo redondeado de huesos
finos, frente alta y abombada, cara pequeña y situada bajo el cráneo, dientes
pequeños y mandíbula fina y provista de mentón.
En lo que respecta al problema de los neandertales y su relación con los hombres
modernos, la opinión más generalizada tiende a considerarlos una raza desarrollada
en Europa a causa del aislamiento genético de las poblaciones de este continente
durante las etapas frías del Cuaternario y consiguientemente adaptada a un medio
muy específico. Esta rama especializada sólo sería un callejón sin salida a nivel
evolutivo y no participaría en el origen de los hombres modernos. Existen
investigadores que no comparten esta idea totalmente y suponen que aunque sea a
través de mestizajes e hibridaciones (absorción genética), los neandertales se
fundieron con las razas primitivas de sapiens para dar su configuración definitiva al
Cro-Magnon. Una baza importante en esta discusión es el factor cultural, que se
verá en capítulos posteriores.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 28 / 252

1.3.6. Los hombres fósiles de la Península Ibérica

Época: Prehistoria
Inicio: Año 1000000 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Origen y evolución del hombre

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El registro fósil peninsular es en estos momentos de los más numerosos de Europa,


aunque se encuentra muy desigualmente repartido ya que un solo yacimiento, la
Sima de los Huesos en la Cueva Mayor de la Sierra de Atapuerca(Burgos), supone
cuantitativamente la mayor parte. En este yacimiento, que está siendo investigado
desde 1976 por un equipo de paleoantropólogos dirigido primero por el E. Aguirre y
luego por J. L. Arsuaga y J. M. Bermúdez de Castro, se han descubierto restos
correspondientes a más de una veintena de individuos, asociación que define a la
población de homínidos mejor conocida de Europa. Datada en más de 300.000
años, sus características se consideran típicas de los homínidos europeos del
Pleistoceno Medio en vías de transformación en los futuros neandertales. Anteriores
a este conjunto se conocen restos del mismo yacimiento que se han datado en una
antigüedad cercana e incluso superior a los 800.000 años. Otros, poco elocuentes o
de cronología conflictiva, son el fragmento craneal de Venta Micena (Orce,
Granada), datada por bioestratigráfía en el Pleistoceno Inferior avanzado, o una
falange de Cueva Victoria (Murcia). Mucho más interesante, aunque sólo se
conocen resultados preliminares, parecen ser los hallazgos de Cabezo Gordo
(Murcia), dado que se escalonan en una estratigrafía comprendida entre 500.000 y
50.000 años. A una cronología posterior a Atapuerca corresponden también los
restos encontrados en Villafamés (Castellón).
La mayor parte de los yacimientos ibéricos que han proporcionado restos humanos
fósiles corresponden al inicio del Pleistoceno Superior y se pueden atribuir al
hombre de Neandertal, aunque la mayoría son pequeños fragmentos, a veces
incluso sólo alguna pieza dental, como ocurre con La Pinilla del Valle (Madrid),
Lezetxiki, Axlor (País Vasco), el Abrí Agut (Barcelona) o la Cueva de los Casares
(Guadalajara). Los yacimientos con hallazgos neandertalenses más importantes son
la cantera Forbes y Devil's Tower (Gibraltar), ambos con cráneos completos, la
cuenca lacustre de Bañolas (Gerona), donde apareció una mandíbula completa, la
cueva del Boquete de Zafarraya (Málaga) y los restos aparecidos en las
estratigrafías de Cova Negra (Valencia) y la Cueva de la Carihuela (Píñar, Granada).
Por lo que respecta al hombre moderno, los restos son mucho más escasos. Los
principales son los procedentes de la Cueva de El Parpalló, de Barranc Blanc
(Valencia) y los de la Cueva de El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria), todos ellos de
aspecto cromañoide. Ya en el Epipaleolítico destaca la sepultura de la Cueva de los
Azules (Cangas de Onís, Asturias) y los cráneos de Urtiaga, en ambos casos
asociados a industrias azilienses.
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1.4. El Paleolítico

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Siguientes:
Los instrumentos paleolíticos
El Paleolítico Inferior
El Paleolítico Medio
El Paleolítico Superior

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El Paleolítico o Edad de la Piedra antigua, es el periodo más largo de la historia


humana, ya que ocupa el 99,7 % del desarrollo de nuestra especie.
Cronológicamente corresponde al estudio de las culturas que hubo en el planeta
desde la aparición del género Homo, hace unos 2,5 m.a., hasta el inicio del
Holoceno en el 10.000 B.P., aproximadamente. Tradicionalmente este periodo se
identifica con la larga etapa depredadora del hombre, aquella parte de su pasado
en la que vivió de la explotación de los recursos naturales, sin llegar a producir
alimentos mediante la domesticación de animales y plantas. En tan dilatado tiempo
nuestra especie alcanzó sus rasgos físicos actuales, colonizó casi todo el planeta y
desarrolló sus capacidades intelectuales, tal y como las conocemos hoy en día. El
hombre paleolítico no sólo fabricó instrumentos más o menos sofisticados, sino que
también dominó el fuego, inventó la navegación, construyó las primeras viviendas,
practicó ritos religiosos, creó algunas de las obras maestras del arte universal y
dominó el lenguaje hablado. En definitiva, todas las constantes de la humanidad
aparecieron durante el Paleolítico mediante un lento proceso evolutivo, cuyas
circunstancias sólo pueden ser descubiertas y explicadas tras sofisticadas
investigaciones en las que es preciso ayudarse de todos los recursos de la ciencia
contemporánea. Si se tienen en cuenta todas las profundas transformaciones por
las que han pasado las sociedades humanas en esta larga etapa, no es exagerado
considerar que se trata, sin duda, de la fase más crucial de la Historia y que en ella
hay que buscar las explicaciones últimas sobre lo que somos como especie.
Desgraciadamente, debido a la característica parquedad de restos que se poseen
para la reconstrucción de las sociedades del Paleolítico, el rasgo que puede ser
mejor controlado acerca de ellas es sin duda la evolución tecnológica. No es de
extrañar, por tanto, que los instrumentos recuperados en las excavaciones
arqueológicas sean la base de las sistematizaciones que se han ensayado para esta
etapa. En la actualidad este criterio arqueográfico se ha visto complementado con
consideraciones cronológicas y antropológicas para elaborar el esquema tripartito
más aceptado para su periodización en el Viejo Mundo:
- Paleolítico Inferior: corresponde en general a las primeras culturas, que
normalmente están comprendidas entre la aparición de los primeros instrumentos
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hasta el inicio de las diversificaciones regionales en su manufactura. Es la etapa


más larga del Paleolítico, y de la evolución humana por tanto, ya que dura en África
desde finales del Plioceno hasta el Pleistoceno Medio avanzado. A nivel
antropológico se caracteriza, a gran escala, por la convivencia de diferentes tipos
de homínidos y termina con la aparición de los primeros Homo sapiens,
generalmente de tipo arcaico.
- Paleolítico Medio: es la fase en la que se desarrollan las primeras tradiciones
culturales sincrónicas, normalmente detectadas sobre la base de diferentes
complejos industriales compuestos por los primeros instrumentos estandarizados y
por técnicas especiales de manufactura que implican estrategias mentales bien
definidas. En Europa occidental se considera actualmente que ocupa desde finales
del Pleistoceno Medio hasta la mitad de la última glaciación (250.000-35.000 B.P.).
Durante el Paleolítico Medio coexisten diferentes tipos de Homo sapiens, pero a
nivel europeo sólo parece existir el tipo Neandertal. En esta etapa se manifiestan
las primeras inquietudes religiosas bajo la forma de prácticas funerarias.
- Paleolítico Superior: se corresponde con el desarrollo de las últimas sociedades
del Pleistoceno (aproximadamente 35.000-10.000 BP), todas ellas compuestas ya
por hombres anatómicamente modernos. Aunque la variabilidad cultural de estos
grupos es enorme, todos suelen compartir un buen número de rasgos comunes:
creencias religiosas elaboradas, manifestaciones artísticas de todo tipo, adornos
personales, instrumentos líticos y óseos altamente especializados, proliferación de
herramientas compuestas y nuevas técnicas de manufactura cada vez más
efectivas, así como una tendencia acelerada a especializarse en la explotación
intensiva de los recursos de todo tipo de entornos geográficos. No hay que olvidar
que es durante esta fase cuando el hombre coloniza América y Oceanía.
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1.4.1. Los instrumentos paleolíticos

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Antecedente:
El Paleolítico

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Cada una de las etapas en las que se subdivide el Paleolítico está compuesta por un
número variable de industrias o complejos industriales que son las verdaderas
unidades sobre las que se efectúan las reconstrucciones culturales. Estas industrias
son asociaciones recurrentes de instrumentos que tienen un significado espacial y
cronológico lo suficientemente definido como para poder identificarlos con grandes
tradiciones culturales. El estudio del utillaje de las poblaciones paleolíticas tiene por
tanto un valor especial, puesto que la tecnología es en definitiva el sistema a través
del cual el hombre se relaciona con el medio y frecuentemente estos artefactos son
los únicos testimonios que atestiguan sus pasadas actividades.
Los materiales que el hombre paleolítico utilizó para manufacturar sus herramientas
de piedra son relativamente variados y pertenecen a un conjunto de rocas y
minerales que presentan ciertas propiedades ventajosas: son duros, tenaces,
relativamente frágiles y presentan fractura concoidea. Normalmente se trata de
variedades silíceas (sílex o pedernal, calcedonias, jaspes, cuarzo, cuarcita, basalto,
obsidiana...) que resultan muy abundantes en todas las regiones del planeta, sobre
todo bajo la forma de cantos rodados en los aluviones de los ríos, pero en zonas
donde estas rocas no eran accesibles se talló incluso la caliza.
Una vez obtenidos los nódulos de materias primas, eran trabajados posteriormente
mediante talla por percusión directa, por percusión indirecta (con un cincel) o por
presión, obteniéndose de este modo una serie de productos de talla (lascas u hojas,
según sus dimensiones) que podían utilizarse en bruto, gracias a sus filos
cortantes, o bien podían ser transformados, mediante retoques en los bordes, en
instrumentos más elaborados. El nódulo así explotado se denomina núcleo y se
caracteriza a nivel morfológico por los negativos de las extracciones que ha sufrido.
A la estrategia que los artesanos prehistóricos siguieron en la talla de los núcleos se
la denomina cadena tecnológica y es uno de los criterios que tiene mayor contenido
cultural dentro del estudio del Paleolítico, puesto que se trata de una serie de
pautas que necesitan ser aprendidas mediante una enseñanza especializada.
La transformación de estos elementos tecnológicos en utensilios de morfologías
distintas proporciona otro criterio de diferenciación cultural. Estas variedades
formales (tipos líticos) se estudian a nivel descriptivo mediante Tipologías, que son
las que permiten comparar las frecuencias con las que aparece cada instrumento en
las diferentes industrias. Un aspecto más complejo es determinar la función de cada
tipo, ya que muchos de ellos, sobre todo en las fases más arcaicas del Paleolítico,
servían para varios propósitos a la vez. Sólo en el Paleolítico Superior parece existir
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una progresiva especialización en las tareas a las que se destina cada útil, lo que
lleva aparejada una amplia diversificación en su tipología.
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1.4.2. El Paleolítico Inferior

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500000 A. C.
Fin: Año 250000 D.C.

Antecedente:
El Paleolítico

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Tal y como se ha dicho en páginas anteriores, es muy probable que algunos


antepasados del hombre hayan utilizado piedras o palos como actualmente lo hacen
los chimpancés. Una capacidad instrumental de este tipo ya fue sugerida por L.
Leakey en el caso del yacimiento mioceno de Fort Ternan, donde no sería extraño
que un antepasado de los homínidos hubiera utilizado piedras para partir frutos. La
capacidad, sin embargo, de manipular materiales para darles una forma que se
adecue mejor a una función específica y, sobre todo, de conseguir morfologías
estandarizadas mediante esas transformaciones, es típicamente humana y ni
siquiera los australopitecos, autores de una supuesta industria sobre hueso según
R. Dart, la han mostrado. Las primeras industrias, por tanto, son también los
indicios culturales de la existencia de un representante del género Homo, aunque
no haya dejado restos de sí mismo, y al igual que los homínidos más primitivos sólo
aparecen en el continente africano.
Hasta ahora los instrumentos más arcaicos que se han encontrado proceden de
Hadar, en Etiopía, de la formación Shungura en el río Omo y de otras localidades
del Este africano. Tienen una edad comprendida entre 2,5 y 1,8 m. a. y, por tanto,
resultan más antiguos que los primeros restos de H. habilis. A partir de esta fecha,
según la evidencia aportada por los yacimientos de la garganta de Olduvai y
coincidiendo casi con la aparición de los erectus, el Paleolítico Inferior africano se
sistematiza tradicionalmente en torno a dos grandes complejos industriales: el
Olduvaiense o Pebble culture y el Achelense.
El primero de dichos complejos, según las definiciones clásicas de Clark y Movius,
está compuesto casi exclusivamente por cantos rodados con filos cortantes
obtenidos mediante algunas extracciones sumarias unifaciales o bifaciales
(choppers y chopping-tools). Las lascas casi sin retoques que acompañan a estos
cantos proceden con toda probabilidad de su talla. Esta industria parece
enriquecerse posteriormente con otros tipos líticos (poliedros, discos, bolas, lascas
retocadas...) en lo que M. Leakey ha denominado Olduvaiense Evolucionado. Este
complejo industrial está presente en África hasta el Pleistoceno Medio.
Sin embargo, desde hace 1,4 m.a. (Bed II de Olduvai) en las secuencias africanas
comienza a aparecer otra industria distinta: el Achelense. Se trata siempre de
industrias que presentan la trilogía bifaces, hendedores y triedros. Su esquema
evolutivo teórico, claramente importado de Europa, es tripartito (Achelense Inferior,
Medio y Superior, según el grado de supuesta evolución industrial), pero está
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actualmente en revisión, porque las supuestas fases arcaicas faltan y, sin embargo,
el Achelense Superior existe desde hace más de 500.000 años. Parece llegar hasta
hace 200.000, para ser sustituido posteriormente por la Middle Stone Age
(Paleolítico Medio africano). Geográficamente su extensión es mayor que la del
Olduvaiense, aunque en África occidental sigue siendo escaso. Al sur del Sahara
sólo hay localizaciones esporádicas o bifaces recogidos en superficie. La mayor
concentración de yacimientos bien excavados se da en África Oriental y en varias
zonas del Magreb.
En algún momento de esta evolución, el hombre salió de África y colonizó Asia y
Europa. El origen del poblamiento de este continente es periódicamente objeto de
debates. Para algunos investigadores existen yacimientos desperdigados (Sandalja
I, Chilhac, Saint-Vallier, terrazas del Rosellón...) que podrían probar la presencia
del hombre entre 2,5 y 1,5 m.a., pero se trata de evidencias que no resisten un
examen crítico riguroso. De hecho, la mayor parte de los especialistas está de
acuerdo en que la aparición del hombre en Europa se produjo tal vez hace más de 1
m.a., o sea, a finales del Pleistoceno Inferior, pero que sólo los yacimientos datados
a partir de 650.000 años comienzan a ser fiables, aunque en el yacimiento de la
sierra de Atapuerca se han datado restos alrededor de los 800.000 años. En
cualquier caso, las fechas anteriores a 400.000 años son muy escasas y presentan
límites cronológicos demasiado amplios como para poder utilizarlos en una
secuencia. Únicamente entre 350.000 y 250.000 parece haber un grupo consistente
de yacimientos del Paleolítico Inferior, asimilados en este caso al Achelense pleno.
Se ha sugerido que este retraso en la colonización europea tal vez tenga una
explicación ecológica, ya que el clima de nuestro continente es notablemente más
frío que el de África, especialmente durante las glaciaciones cuaternarias. El
hombre, por tanto, sólo podría haberse asentado en estas latitudes después de que
hubiese alcanzado cierto nivel cultural, sobre todo en lo que respecta al dominio del
fuego, nivel que puede que no tuvieran los primeros homínidos que salieron de
África.
Otra explicación posible es que, como parecen demostrar los estudios geológicos,
Europa realmente nunca estuvo accesible para estas sociedades, que carecían de
embarcaciones, más que a través de Asia Menor o incluso de las llanuras de
Ucrania, ya que el estrecho de Gibraltar nunca estuvo emergido durante el
Cuaternario. Si esto es cierto, todo parece indicar que Europa quedaría aislada del
resto del mundo durante las máximas pulsaciones glaciales, puesto que al sur de
Rusia se instalarían condiciones periglaciales que impedirían el paso a cualquier
grupo humano no adaptado a vivir en semejante ambiente. Una prueba a favor de
esta hipótesis es que las sociedades del Paleolítico Inferior jamás llegaron a
colonizar el norte de Europa y sus asentamientos rara vez superan los 52°- de
latitud.
Desde un punto de vista arqueológico, el Paleolítico Inferior europeo parece
responder a pautas semejantes a las africanas en un comienzo para ir lentamente
adquiriendo rasgos específicos. Su evolución parece responder a un gran tronco
achelense, a veces sin bifaces a causa de condicionantes de la materia prima, que
pasa hacia una diversificación clara a finales del Pleistoceno Medio. Es de señalar
que esta idea coincide con lo que sabemos hoy en día de la diáspora
de erectus fuera de África. Así, el poblamiento asiático tuvo lugar hace casi 1,8
m.a., antes de que se desarrollara el Achelense africano, y por eso esta industria no
existe entre los primeros homínidos del Lejano Oriente. Sin embargo, tuvo que
haber otra oleada más tardía de emigrantes, porque el Achelense se expandió por
Oriente Próximo y Europa en fechas posteriores, curiosamente cuando en África ya
parece existir un Achelense Superior.
Así, aunque las supuestas industrias más arcaicas de Europa hayan sido bastante
parecidas al Olduvaiense africano, siempre se evitó utilizar este término para
referirse a ellas, prefiriendo los autores clasificarlas en un Complejo de Cantos
Trabajados o, de modo mucho más provisional, en un indefinido Paleolítico Inferior
Arcaico (Preachelense). Esta indecisión era debida al escrúpulo implícito de
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 35 / 252

considerar esta nomenclatura como equivalente a reconocer una colonización


africana de nuestro continente vía Gibraltar o el istmo Sículo-Tunecino en épocas
regresivas, toda vez que estos hipotéticos puentes de tierra nunca han estado
realmente abiertos, tal y como se ha comprobado por estudios geológicos del fondo
del Mediterráneo. A pesar de eso el argumento anterior se ve puesto en duda,
aunque con reservas, en los países meridionales (España e Italia), sobre todo al
haberse detectado algunas faunas africanas en esta parte de la Península (jerbo en
Andalucía, puercoespín en ambos países...) a causa del indudable africanismo de
algunos grupos achelenses ricos en hendedores y triedros, instrumentos raros en el
resto de Europa.
La evidencia peninsular es del máximo interés para colaborar en esta discusión. En
principio, el Paleolítico Inferior, entendido como Achelense más o menos pleno, está
bien representado en todos los rincones de la Península bajo la forma de
instrumentos líticos esparcidos por las terrazas fluviales y otras formaciones
cuaternarias. Estos hallazgos permiten insertar nuestra dinámica industrial con la
conocida en el resto de Europa, aunque aquí haya elementos claramente
individualizables. Las supuestas industrias más arcaicas que se han citado en
numerosas ocasiones, o no superan los 700.000 años, caso de Cúllar-Baza 1
(Granada), o son mucho más jóvenes aún, caso de El Aculadero (Puerto de Santa
María, Cádiz), o son poco fiables todavía, como es el caso de Venta Micena
(Granada) y cueva Victoria (Murcia).
Los conjuntos mejor conocidos de la Península pertenecen al Pleistoceno Medio en
todas sus fases. Un grupo importante de ellos procede de depósitos fluviales
estudiados en conjunto, como los del Manzanares, Jarama, Tajo, Duero, Tormes,
Guadalete o Guadalquivir. Dentro de ellos hay yacimientos bien controlados
atribuibles a diferentes estados evolutivos del Achelense, como es el caso de Pinedo
(Toledo), La Maya (Salamanca), San Quirce (Palencia),Aridos I y II o Arriaga II.
Otros proceden de cuencas sedimentarias en vías de estudio, como Cúllar-Baza 1 o
La Solana del Zamborino (Depresión de Guadix-Baza, Granada), Las Gándaras de
Budiño (Pontevedra), Cuesta de la Bajada (Teruel) y Torralba-Ambrona (Soria). A
finales del Pleistoceno Medio, y ya clasificables en el Paleolítico Medio, se
producirían un grupo de ocupaciones, clasificables como Achelense Superior o
Premusteriense, que se darían ya en cueva como Bolomor (Valencia), la base de El
Castillo (Cantabria) o de Cueva Horá (Granada) y la cueva de las Grajas (Málaga).
También habría que incluir en este capítulo a las ocupaciones superiores del
complejo kárstico de Atapuerca, aunque aquí las hay también anteriores
al Paleolítico Medio.
Es de señalar que, al igual que sucede en el sur de Francia, las ocupaciones
detectadas en cuevas y abrigos presentan diferencias instrumentales respecto a las
localizaciones al aire libre que sin duda reflejan las distintas actividades realizadas
en cada tipo de hábitat y la distinta actitud frente a la materia prima de cada clase
de ocupación.
Por último, es necesario señalar que los nuevos trabajos realizados en la Península
confirman las interpretaciones más modernas, procedentes de A. Tuffreau y G.
Bosinski, al reconocer la aparición del Paleolítico Medio como una tendencia
evolutiva que cristaliza en toda Europa en el Pleistoceno Medio avanzado. Sus
características básicas son la aparición de técnicas de talla especializadas (Levallois
y afines), y la diferenciación industrial de base regional cómo adaptación cultural a
diferentes entornos. Sólo así puede explicarse que al final del Pleistoceno Medio e
inicios del Superior coexistan en el Occidente europeo un número tan grande de
industrias distintas (Achelense Superior bajo diversas formas, Epiachelense, varios
tipos de Musteriense, complejos de tipo Biache-St. Vaast y otras industrias aún mal
definidas, algunas de ellas con técnicas de talla laminar que parecen no perdurar en
el Würm).
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1.4.3. El Paleolítico Medio

Época: Prehistoria
Inicio: Año 250000 A. C.
Fin: Año 35000 D.C.

Antecedente:
El Paleolítico

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En Europa occidental ha sido habitual hasta hace poco mantener una amplia
identificación del Paleolítico Medio con el Complejo Musteriense. Hoy en día este
paralelismo está en crisis, porque, como hemos visto, se piensa que el primero es
un concepto tecnológico esencialmente. En Europa comienza a partir del Achelense
Medio avanzado (situado a finales del Pleistoceno Medio, desde hace unos 250.000
años), mientras que el denominado Complejo Musteriense es una industria europea
del Pleistoceno Superior, para algunos autores incluso sólo del Würm inicial (inicios
en el 90.000; finales hacia el 35-30.000).
El Musteriense fue originalmente definido por G. de Mortillet en el abrigo superior
de Le Moustier (Dordoña, Francia) como época de la punta de mano. Tras el
hallazgo de los enterramientos (?) de Spy (Bélgica), el Musteriense se identifica
como la industria del hombre de Neandertal. A principios de siglo los trabajos de
Commont, Peyrony, Breuil y otros determinan la existencia de diferentes tipos de
musterienses (de tradición Achelense o MTA, de tipos pequeños, cálido...),
nomenclaturas hoy en día en desuso en su mayor parte. Para Breuil sería un
complejo cultural paralelo al Levalloisiense, industria definida en los depósitos de
loess del norte de Francia en los años 30, con VII estadios. El hallazgo fundamental
de esta etapa es el realizado por D. Peyrony en el abrigo inferior de Le Moustier -el
superior había sido ya excavado en su totalidad-, al encontrar dos tipos de
Musteriense distintos interestratificados. Esto determinó que los distintos
Musterienses no se considerasen etapas industriales, sino facies (industrias más o
menos contemporáneas).
En la posguerra se produce la adopción generalizada del llamado método Bordes en
sus tres parámetros fundamentales: tipología y aparato estadístico, esquema
cronológico del Pleistoceno Superior, refrendado posteriormente por los trabajos de
H. Laville en los abrigos del Perigord, y valoración teórica de las unidades
industriales. Hoy en día el paradigma bordesiano puede considerarse en crisis a
causa de la revolución causada por las nuevas fechas TL para el Musteriense
francés y del Próximo Oriente y los últimos hallazgos paleoantropológicos (St.
Césaire) y la consiguiente reevaluación de las asociaciones culturales de los
neandertales.
A pesar de todo, la definición del Complejo Musteriense es inseparable del método
Bordes ya que está condicionada por su utilización. En efecto, el porcentaje de
raederas fue el criterio que en 1953 permitió a F. Bordes organizar los distintos
Musterienses en los siguientes grupos:
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I) Grupo Charentiense. Caracterizado por tener muchas raederas. Contiene dos


facies tecnológicas: Musteriense de tipo Quina, sin técnica Levallois, y Musteriense
de tipo Ferrassie, con técnica Levallois.
II) Índice de raederas medio. En este grupo se incluyen dos tipos de Musteriense
de distinción tipológica: Musteriense típico, con un reparto instrumental equilibrado
y prácticamente sin bifaces y Musteriense de Tradición Achelense (MTA), que tiene
dos variedades importantes (tipo A, con numerosos bifaces, y tipo B, con un
número discreto de bifaces, pero abundantes cuchillos de dorso típicos).
III) Bajo porcentaje de raederas, lo que equivale a decir, según el método Bordes,
que tiene abundantes denticulados y muescas. Es el denominado Musteriense de
denticulados.
Cada uno de estos tipos puede presentar en teoría facies tecnológicas levalloisiense
o no, pero en la práctica sólo la distinción entre los tipos Quina y Ferrassie tiene
alguna relevancia a nivel clasificatorio. Existen otras industrias incluidas en este
Complejo, como el Vasconiense, que según Bordes es un Musteriense que presenta
hendedores. Restringido a la región cantábrica española (El Castillo, Morín, El
Pendo...) y a la región vasca francesa (Abri Olha), hay muchos autores que niegan
su distinción formal.
La aplicación del método Bordes al Musteriense francés permite considerar que se
trata globalmente de un Complejo que se caracteriza a nivel industrial por ser un
repertorio monótono, mayoritariamente elaborado sobre lasca, aunque los hay con
fuertes porcentajes de soportes laminares, que puede emplear o no la técnica
Levallois y que consta de porcentajes variables de puntas, raederas, denticulados y
muescas. En algún caso puede presentar bifaces cordiformes y triangulares (el MTA
de tipo A) o atípicos (el resto). A nivel cronológico este Complejo es estrictamente
würmiense, aunque existen dos problemas básicos en la aplicación de este criterio:
hay otras industrias contemporáneas en Europa (los Micoquienses, el Achelense
Superior...) y existen industrias iguales en el Pleistoceno Medio final (los
Premusterienses para F. Bordes).
En el plano antropológico está asociado a Homo sapiens neandertalensis, pero hay
que tener en cuenta que hay facies que no presentan tipos fósiles asociados hasta
ahora (el MTA -sobre todo), que también existen niveles musterienses con restos
de Homo sapiens, sobre todo en Próximo Oriente (Qafzeh) y ya han aparecido
neandertales asociados a industrias del Paleolítico Superior (St. Césaire).
La característica más notable del Complejo Musteriense es que la mayor parte de
las industrias que lo forman han aparecido interestratificadas, lo que equivale a
decir que son contemporáneas en las mismas regiones durante el Würm inicial
(Pleniglacial Inferior). Los yacimientos paradigmáticos en los que se ha comprobado
este fenómeno se agrupan en dos regiones diferentes de Francia: la cuenca de
París, cuyos yacimientos loéssicos fueron revisados por Bordes, lo que le permitió
demostrar la inexistencia del Levalloisiense de Breuil, y los abrigos clásicos de la
Dordoña, sistematizados por Bourgon en un primer momento y luego completados
por Bordes con excavaciones nuevas. Los principales son Combe Grenal, Pech-de-
l'Azé I, II y IV y el abrigo inferior de Le Moustier.
Dejando a un lado que los yacimientos datados en el Pleistoceno Medio hayan sido
atribuidos al Achelense Superior o a algún tipo de Premusteriense, ya comentados
anteriormente por conveniencia cronológica, la dinámica del Paleolítico Medio
español está en gran parte vinculada a los problemas interpretativos del Complejo
Musteriense europeo, actualmente en revisión. Desde hace unos años se están
publicando un gran número de yacimientos, con análisis ambientales y dataciones,
que convierten a este periodo en uno de los mejor documentados del Paleolítico
Ibérico.
En la cornisa cantábrica, el Musteriense está documentado sobre todo en las
estratigrafías de las cuevas de El Castillo, El Pendo, Morín, Amalda y, tal vez, el
tramo superior de Lezetxiki, donde han aparecido interestratificados los tipos
Quina, Denticulados, Típico y Vasconiense, repitiendo de algún modo el modelo
definido en Aquitania. Más al sur, en la Meseta Central, los únicos tipos
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 38 / 252

representados con certidumbre son el Musteriense Típico de la Cueva de los


Casares (Guadalajara) y el Quina casi idéntico de La Ermita, Millán y, tal vez,
Valdegoba (Burgos).
En Cataluña los yacimientos más conocidos pueden clasificarse también dentro de
la variedad Quina (Els Ermitons), Típico (L'Arbreda) o de Denticulados (Abrí
Romaní), aquí asociado a fragmentos de útiles de madera. También en el valle del
Ebro se ha encontrado el tipo Quina en el Covacho de Eudoviges (Teruel), y en
Peña Miel (Rioja), mientras que en la cueva de los Moros de Gabasa I (Huesca) el
tipo Quina encontrado era poco típico. Los nuevos trabajos llevados a cabo en
Levante han permitido clasificar varios niveles pertenecientes a las variedades
Ferrassie (Pechina) y Típico (Cova Negra), mientras el Quina y el MTA de este
último yacimiento son discutibles. También en Portugal se han comenzado a
conocer datos modernos sobre su Complejo Musteriense, gracias a los trabajos
recientes de L. Raposo y J. Zilhao, pero la mayor parte de las industrias están en
fase de estudio y sólo han citado Musteriense de tipo Ferrassie en la Gruta de
Figueira (Almonda). Muy interesantes son las dataciones de algunos de estos
yacimientos y las estructuras de Vilas Ruivas (Vila Velha de Ródao).
Por lo que respecta a la evidencia de Andalucía y el Sureste, baste decir que es una
de las más numerosas de la Península, porque presenta estratigrafías como las
gibraltareñas (Devil's Tower y Gorham's Cave), la de cueva Horá (Darro, Granada),
la de Zájara I (Almería), la de Cueva Perneras (Murcia) y, sobre todo, la
de Carihuela (Píñar, Granada), con más de 40 niveles musterienses, que permiten
trazar una secuencia detallada de la primera parte del Pleistoceno Superior y definir
un Musteriense Típico muy similar al europeo, bastante homogéneo y muy
persistente en el tiempo.
Una aportación decisiva de los últimos trabajos sobre Musteriense ibérico, de cara a
la discusión sobre la sustitución del Paleolítico Medio por el Superior, y el
consiguiente reemplazamiento del Neandertal por el hombre moderno, ha sido la
obtención de cronologías muy tardías para el primero, cuya trascendencia se verá
con más detalle en el punto siguiente.
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1.4.4. El Paleolítico Superior

Época: Prehistoria
Inicio: Año 35000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Antecedente:
El Paleolítico

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Aspecto en esencia convencional, ya que se trata de establecer rupturas en un


continuo poblacional, pero cargado de significado en este caso, la transición
del Paleolítico Medio al Superior supone una serie de importantes cambios y
renovaciones:
-Tecnológicos: leptolización en el instrumental lítico -sustitución de la talla de
lascas por la de hojas- y aparición de manufacturas realizadas en nuevas materias
primas: hueso/cuerna y marfil (desarrollo de una industria ósea estandarizada),
rocas blandas pulimentadas (lámparas, colgantes...) y barro cocido (figurillas de
Dolní Vestonice).
- Instrumentales: industrias con tipologías muy estandarizadas, aunque abunden
los útiles inventados desde el Achelense (raspadores y buriles sobre todo). Los
repertorios se enriquecen enormemente (industria ósea además de lítica), se
diversifican, con fuertes variaciones cronoespaciales, y aparecen incluso útiles
compuestos (raspador-buril, buril-perforador...).
- Económicos: la explotación del entorno se hace cada vez más intensiva, con
aprovechamiento de recursos no utilizados, y más especializada. Se colonizan
territorios anteriormente despoblados (la tundra ártica, la selva ecuatorial...).
- Sociales: fuerte estructuración en los hábitats, aparecen los poblados
semipermanentes o estacionales, se desarrollan las estructuras de habitación y las
cabañas, y se incrementan los intercambios e interacciones entre grupos.
Además, los aspectos nuevos en el caso europeo incluyen un decisivo cambio
étnico, ya que los neandertales son sustituidos más o menos bruscamente por los
hombres anatómicamente modernos (CroMagnon). Tampoco se debe olvidar que en
la nueva etapa se desarrollan completamente las capacidades simbólicas (arte,
religión, lenguajes, adornos personales...), comenzando el grafismo (inicios del
almacenamiento de información codificada en soportes externos al propio
organismo).
Aunque el problema de la transición es hoy en día una de las fronteras de nuestro
conocimiento histórico -límite de resolución en las cronologías que se manejan en
los procesos de este tipo-, existen dificultades para ofrecer un panorama
totalmente convincente debido al caos de las secuencias locales, muchas veces
formadas con yacimientos mal estudiados o sin posición cronoestratigráfica clara.
Ante esta situación, la investigación ha sufrido una periódica oscilación entre dos
modelos radicales:
a) Continuistas: prácticamente hegemónicos en el Coloquio UNESCO sobre L'origine
de I'homme moderne (París, 1969), fueron posteriormente desbancados. Son
partidarios de una cierta continuidad entre el Paleolítico Medio y el Superior, sobre
todo a nivel cultural, basados, esencialmente, en la posible filiación Musteriense de
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Tipo Quina-Auriñaciense, todavía no probada, y en la continuidad MTA tipo B-


Chatelperroniense. Hoy en día se acepta este proceso, pero se duda de la evolución
del Chatelperroniense hacia otras formas culturales del Paleolítico Superior. Antes
esta hipótesis contaba con mucho peso porque se consideraba al Chatelperroniense
antecesor del Perigordiense-Gravetiense.
b) Rupturistas: emparentados con los monogenetistas en Antropología. Son
partidarios de una sustitución abrupta tanto en el plano cultural como en el físico y
suponen que el Paleolítico Superior se forma fuera de Europa y es traído a ella por
los hombres modernos.
Hoy en día existen evidencias nuevas (el neandertal de St. Césaire, asociado a
Chatelperroniense, las secuencias de Europa Central y Oriental, los neandertales
tardíos de la Península...) que refutan los continuismos casi en su totalidad, aunque
la teoría rupturista clásica presenta también muchos puntos discutibles. El proceso
parece haberse iniciado por impulsos externos en Europa occidental, aunque fue
más progresivo de lo que se suponía y hubo tal vez muchas interacciones entre los
distintos grupos neandertales y sapiens.
Desde el punto de vista cronológico, el Paleolítico Superior se desarrolla a partir
del Complejo Interpleniglacial würmiense (40.000-28.000 B.P.), hasta el Holoceno
(10.000 B.P.), ocupando esencialmente el Pleniglacial Superior. La base de su
cronología, hasta hace poco, era más paleoclimática que bioestratigráfica, obtenida
a base de secuencias loéssicas, en las que se marcaban pequeños interestadios del
Pleniglacial Superior detectados como paleosuelos, paleontológicas, polínicas,
continentales y marinas. Desgraciadamente, siempre existe alguna dificultad a la
hora de correlacionarlas.
Durante el gran interestadio würmiense la situación en Centroeuropa es muy
distinta a la que presenta Europa occidental. Los complejos industriales detectados
aquí, según Desbrosse y Kozlowski, son los siguientes:
- El Szeletiense: industria no muy definida durante mucho tiempo, hoy en día
parece restringirse a Hungría y Moravia (yacimientos de Szeleta, Bukk,
Vedrovice...). Evoluciona en el tiempo entre el 42.000 y el 32.000 B.P., haciéndose
cada vez más laminar. Aunque no tiene muchos útiles retocados, lo característico
de este complejo son las puntas bifaciales de tipo Blattspitzen, por lo que se supone
que deriva del Micoquiense oriental de Cueva Kulna.
- Complejos de puntos bifaciales del Norte de Europa: diferentes al Szeletiense en
algunos aspectos. Engloban al Lincombiense (Inglaterra, Bélgica), el Ranisiense
(Alemania) y el Jerzmanowiciense de la cueva Nietoperzowa (Sur de Polonia). Hacia
la antigua Checoeslovaquia existen otras industrias parecidas cuya posición se
discute todavía (Bohuniciense, Jankovichiense). Aunque no presentan mucha
homogeneidad industrial, tienen en mayor o menor medida una técnica Levallois
que se hace también cada vez más laminar.
- El Auriñaciense balcánico: datado en 42-40.000 B.P. en las cuevas de Istallöskö y
Bacho-Kiro. Es ya una industria laminar, con predominio de raspadores y buriles, y
tiene industria ósea. A partir del 35.000 B.P. esta industria del Paleolítico Superior
está presente en toda Europa Central, desplazando a los complejos de puntas
bifaciales o influyendo en sus fases tardías.
En Europa occidental, en cambio, el Musteriense parece permanecer sin cambios
hasta el 35.000 B.P., salvo en lo que respecta a las últimas evidencias
contradictorias de la Península Ibérica. A partir de esta fecha comienzan a aparecer
ocupaciones atribuibles al Auriñaciense inicial, que conviven con otros complejos
industriales hasta el 28.000 B.P.:
(1) El Chatelperroniense (o Perigordiense Inferior): restringido a la fachada
atlántica francesa y la región cantábrica española, aunque tiene una variedad
italiana (el Uluzziense). Se caracteriza por las puntas de dorso curvo (de
Chatelperron), junto a un substrato musteriense (raederas, denticulados...) ya muy
cargado de elementos del Paleolítico Superior (raspadores, buriles, perforadores).
Aparecen los primeros adornos (colgantes de Arcysur-Cure) y los balbuceos
del arte. El hecho de que haya aparecido interestratificado con el Auriñaciense
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inicial en muchos sitios (Le Piage, Roc de Combe, El Pendo), testimoniando su


contemporaneidad, y el hecho de que se considere obra de neandertales el hallazgo
de St. Césaire, parece indicar que sería una aculturación de éstos por parte de los
recién llegados cro-magnones, autores a su vez del Auriñaciense. Desaparece hacia
el 28.000 B.P.
(2) Los últimos musterienses, que van siendo desplazados progresivamente por los
complejos anteriores. Como ya se ha dicho, en el sur de España (Carihuela,
Zafarraya), parecen haber pervivido hasta bien entrado el Pleniglacial Superior.
Aunque identificado desde el 42.000 B.P. en el área balcánica, el Auriñaciense sólo
se difunde por toda Europa a partir del 35.000 B.P. y, pese a su gran dispersión
geográfica, parece presentar una cierta homogeneidad industrial. Ya desde los
tiempos de Peyrony se aceptaba su amplia convivencia con el Perigordiense. En
Europa Occidental se aceptaba, con alguna modificación posterior, una secuencia de
6 estadios (del 0 al V) basada en las ideas de Breuil y en los fósiles-guía, sobre
todo de hueso. Hoy en día este aspecto tiende a simplificarse en un esquema más o
menos tripartito, dependiendo de las regiones: Auriñaciense Inicial, normalmente
con azagayas de base hendida y hojitas Dufour (con finos retoques), Auriñaciense
Típico y Auriñacienses evolucionados o finales, con muchas variaciones.
Sus útiles característicos en industria ósea son las azagayas (de base hendida, de
sección aplanada o losángicas) y en el material lítico los raspadores espesos
(carenados) y en hocico, así como las hojas auriñacienses (a veces estranguladas)
y los buriles (con predominio de los diedros). En Europa occidental parece perdurar
algo más que en el resto del continente, como lo demostraría el problemático
Auriñaciense V francés. Lo curioso es que en Alemania se caracteriza por el
excelente arte mueble animalista, mientras que en Francia y España parece
corresponder a las primeras pinturas rupestres, todavía muy poco afortunadas.
Después del Auriñaciense, la mayor parte del continente asiste a la expansión del
Gravetiense. Es un complejo industrial que tiene una enorme extensión cronológica
y espacial, dependiendo de las zonas (entre el 28.000 y el 20.000 B.P. aprox.). Las
fechas más antiguas proceden de Alemania (Weinberghöhle, Brillenhöhle), mientras
que en Francia y España aparece realmente a partir del 25.000 B.P. Su
característica básica son las piezas de dorso (hojas, puntas de La Gravette), junto a
raspadores sobre hoja, buriles (sobre todo sobre truncatura) y perforadores. La
industria ósea es menos importante que en el Auriñaciense. Aunque hay facies
regionales muy importantes (Pavloviense moravo, Kostienkiense ruso...) su
pertenencia a un gran tronco común parece hoy en día fuera de duda.
En la región cantábrica española y en el Suroeste francés se le denomina
Perigordiense (tradicionalmente Perigordiense IV, según la secuencia de Peyrony).
Sus fases evolucionadas (El Perigordiense V o Noaillense) tienen buriles de Noailles,
puntas de la Font-Robert y numerosas truncaturas (yacimientos de Le Flageolet,
Roc de Combe...). En Corbiac y Laugerie-Haute, F. Bordes confirmó la presencia de
un Perigordiense VI y de un Perigordiense VII (protomagdaleniense), pero esta
secuencia sólo tiene valor en el Perigord. En el plano cultural, el Gravetiense es
conocido sobre todo por el arte mueble (las venus), los enterramientos (Pavlov,
Dolnï Vestonice) y las cabañas rusas y moravas de cazadores de mamuts.
Haciendo balance del Paleolítico Superior inicial, es evidente que, desde hace años,
se viene produciendo un importante debate en torno al significado de los distintos
complejos industriales implicados. Así, para algunos investigadores, los grupos de
puntas foliáceas son industrias que evolucionan desde un substrato nativo y
resultan claramente transicionales hacia el Paleolítico Superior, mientras para otros
son culturas del Paleolítico Medio contaminadas por rasgos culturales de sus vecinos
auriñacienses, tal vez llegados de Próximo Oriente. Este problema está claramente
imbricado con el final de los neandertales. Para algunos autores es posible que
manifestaran aculturaciones (Chatelperroniense) y sufrieran, tarde o temprano, una
absorción, genética y cultural, por parte de la masa de sapiens recién llegados.
Otros opinan que fueron sustituidos bruscamente (¿aniquilación?). Además, la
cohabitación entre ambas etnias es un hecho probado durante varios milenios en
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Próximo Oriente y Europa, y se revela como uno de los problemas más interesantes
de la actualidad. Posiblemente el modelo de cambio no sea único para toda Europa,
sino que haya que distinguir circunstancias particulares y respuestas diferentes por
regiones.
Si tenemos en cuenta la evidencia actual, existen importantes anomalías que
afectan a las dos posturas teóricas anteriormente reseñadas. Por ejemplo, para los
rupturistas son incómodas las fechas publicadas hace poco del inicio del
Auriñaciense en El Castillo y L'Arbreda (España), que lo sitúan en torno al 40-
38.000 B.P., casi en la misma época que en los Balcanes. También es una anomalía
para este tipo de ideas el hecho de que el Auriñaciense en Próximo Oriente no sea
más antiguo del 38.000-35.000 B.P. Sólo el yacimiento de Staroselje (Crimea) se
cita como posible origen oriental de esta industria, pero no tiene una cronología
convincente.
También las hipótesis continuistas tienen elementos en contra. Así, si la mayor
parte de los musterienses europeos no parecen presentar ningún proceso evolutivo
hacia el Paleolítico Superior hasta que no aparece el tándem Auriñaciense-sapiens,
como es el caso del Chatelperroniense, que además tiene una delimitación espacial
muy clara, parece difícil no aceptar la alternativa contraria. Además, existe una
amplia base documental para afirmar que los neandertales autóctonos tuvieron
muchas respuestas adaptativas ante la aparición de nuevos elementos culturales
que ellos mismos no generaron, y con los que en gran medida resultaron
incompatibles a la larga.
En cualquier caso, a partir-del 22.00020.000 B.P., tal vez a causa de problemas
ecológicos, como es el avance del glaciar continental por el norte y, por el sur,
formación de una posible barrera de hielo en los Alpes, Europa se va a fraccionar en
dos dinámicas culturales diferentes, que sólo con el Magdaleniense, a causa del
retroceso glaciar en el Tardiglacial, volverán a presentar numerosos rasgos
comunes. Mientras en la parte oriental se desarrollan complejos de tipo
Epigravetiense, en una parte importante de Europa occidental aparece el
Solutrense, que se caracteriza por la fabricación de puntas foliáceas mediante una
cuidada talla bifacial. La evolución en la silueta de estas puntas de proyectil,
aunque tiene rasgos regionales, ha sido la base sobre la que se ha sistematizado la
evolución interna del complejo, hasta el punto de que la distribución temporal de
algunos tipos está fijada con notable precisión. Junto a estas piezas características,
el Solutrense presenta otros instrumentos relativamente mediocres, con la
excepción de los raspadores, e incluso supone un cierto renacimiento de algunos
útiles musterienses como raederas y discos. Su industria ósea no es tampoco muy
original, con la notable excepción de las agujas en asta de cérvido, cuya función
parece obvia al presentar incluso ojo para enhebrar.
Los yacimientos clásicos del Solutrense se encuentran en Francia occidental
(Laugerie-Haute, Laussel, Badegoule, Le Placard, Montaud...), sin rebasar el valle
del Ródano, y en la Península Ibérica, tal y como se verá a continuación. Sus
límites temporales están bastante bien fijados entre el 19.000 y el 16.000 a. C.,
aproximadamente, siendo tal vez algo más tardío, para fases equivalentes, en el
norte de España.
El debate clásico en torno al Solutrense se centra en su origen, ya que en algunas
zonas parece intrusivo en una secuencia de tipo gravetiense o auriñaciense,
mientras que en otras (Périgord, Valencia) pueden encontrarse elementos
evolutivos que anuncian su aparición. Hoy en día tiende a minimizarse el aspecto
invasionista de sus estudios teóricos, para enfatizar las evidentes relaciones que
presenta con algunos gravetienses septentrionales y con las industrias anteriores y
contemporáneas del valle del Ródano e Italia (el Salpetriense...).
A finales del Würm, coincidiendo con su última pulsación fría (el Tardiglacial),
aparece el último gran complejo industrial del Paleolítico europeo, el
Magdaleniense, cuyos orígenes algunos autores sitúan en Francia basándose en
algunas industrias que se consideran transicionales (Badegouliense o
Protomagdaleniense), aunque las últimas investigaciones parecen considerarlas
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paralelas al verdadero Magdaleniense Inicial, que las absorbería con relativa


rapidez. Su cronología iría desde finales del Solutrense (16.00015.000 a. C.) hasta
el 8.000 a. C., aunque en algún punto puede haber perdurado hasta los inicios
del Holoceno. El Magdaleniense, tal y como se conoce en Europa occidental
(España, Francia, Países Bajos, sur de Alemania), se caracteriza por una verdadera
eclosión de instrumentos sobre hueso, muchas veces decorados con grabados,
bastones perforados, propulsores con esculturas, varillas semicilíndricas, varios
tipos de azagayas, arpones de una o de dos filas de dientes, discos, pendeloques,
espátulas... La industria lítica, en cambio, es relativamente monótona y exhibe
bastantes tradiciones gravetoides. Se caracteriza por el predominio de grandes
buriles, vinculados, sin duda, con la profusión de materiales grabados que aparecen
en este momento, la sencillez de los raspadores y la presencia en cantidades
variables de perforadores, hojitas con retoques abruptos y los primeros
geométricos, piezas líticas diminutas de morfología muy estandarizada (triángulos,
trapecios, medias lunas...) que sólo pueden haber sido utilizados enmangadas en
un soporte de madera o asta. En esta fase es cuando se produce la mayor cantidad
de obras de arte de todo el Paleolítico.
La densidad de yacimientos magdalenienses, su buen grado de conservación y el
gran número de elementos culturales que han dejado, desde el arte mobiliar hasta
las cabañas, ha favorecido el estudio en detalle de sus grupos regionales, que se
extienden desde el valle del Rin (Gönnersdorf, Andernach, Petersfels) hasta el sur
de Francia (La Madeleine, Mas-d'Azil) y la Península Ibérica.
Tanto en lo que respecta a la transición entre el Paleolítico Medio y el Superior,
como en lo que atañe a la evolución cultural del final del Paleolítico, la Península
presenta una clara diferenciación geográfica en dos tramos casi independientes: la
cornisa cantábrica y la fachada mediterránea. La amplia zona central, representada
por la meseta castellana y sus comarcas adyacentes, son casi dos vacíos en la
investigación, en donde sólo se conocen instrumentos solutrenses (El Sotillo) y
magdalenienses (Verdelpino, Jarama II), aunque la presencia de arte paleolítico
permite sospechar que al menos el Paleolítico Superior Final tiene que tener una
representación más importante que la que esta pobreza de hallazgos permite
sospechar.
Por lo que respecta a la región cantábrica, el modelo de evolución cultural existente
en el sector comprendido entre el País Vasco y Galicia parece responder con
relativa fidelidad al modelo aquitano, aunque siempre con algún retraso cronológico
respecto a los yacimientos franceses. Según se desprende de las estratigrafías de El
Pendo y Morín(Cantabria), el Paleolítico Superior se inicia en el norte de España
algo antes del 30.000 B.P. con la dicotomía Chatelperroniense-Auriñaciense
Arcaico. Sin embargo, las nuevas fechas de El Castillo han subido la cronología del
Auriñaciense inicial hasta el 39.000 B.P., con raíces al parecer en el Musteriense
local. Pasada esta primera etapa, el Auriñaciense es la única industria que
permanece en la región, comenzando una evolución similar a la del Perigord. Sólo
en un momento tardío aparecen elementos industriales típicos del Gravetiense,
que, según F. Bernaldo de Quirós, son más bien una aculturación de la población
auriñaciense y no la llegada de una tradición cultural foránea.
El Paleolítico Superior Final también se inicia con un nuevo influjo del suroeste
francés, esta vez bajo la forma del Solutrense medio, datado en torno al 19.500
B.P. en la cueva de Las Caldas. A partir de este momento, esta industria sufre una
evolución tipológica ligeramente distinta a la de Francia (cuevas de Chufin y La
Riera). Con el Magdaleniense sucede algo similar, ya que llega como una variedad
ya formada y luego sigue una evolución especial que parece indicar una adaptación
al entorno por parte de esos nuevos grupos (cuevas de Altamira, Rascaño, La
Viña, Tito Bustillo, El Juyo, Abauntz...). El Magdaleniense final, ya en el Holoceno,
evoluciona hacia el Aziliense, industria epipaleolítica con la que no presenta grandes
diferencias.
Por lo que respecta a la fachada mediterránea, según los últimos trabajos
efectuados en la zona, la aparición del Paleolítico Superior no ha sido simultánea en
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 44 / 252

todas sus regiones. En Cataluña, según las fechas de l'Arbreda, el Auriñaciense


aparece, de modo intrusivo, a la misma vez que en El Castillo. A éste le sigue un
Auriñaciense arcaico similar al del valle del Ródano, documentado en los
yacimientos de Reclau Viver, l'Arbreda y Abrí Romaní. En otros yacimientos
catalanes pueden verse etapas más evolucionadas de esta misma industria (Can
Crispin, Cal Coix). En la región valenciana, el Auriñaciense es raro y se presenta
bajo una facies evolucionada en Mallaetes y Beneito. En Andalucía y el Sureste los
vestigios atribuidos al Auriñaciense son muy discutibles y no cuentan con buenas
dataciones.
El Gravetiense, por el contrario, está bastante mejor representado tanto en
Cataluña (Reclau Viver, l'Arbreda, Roc de Melca, Castel Sala) como en Levante
(Parpalló, Mallaetes, Maravelles, Barranc Blanc), aunque siempre con dataciones
ligeramente anteriores al 20.000 B.P. En Andalucía está representado por
evidencias poco claras en esas mismas fechas. Según los trabajos de L. G. Vega, el
Musteriense ha perdurado en Andalucía hasta fechas equivalentes a las de la mayor
parte del Auriñaciense europeo, lo que explica que la aparición de los hombres
modernos en las latitudes más meridionales de la Península sea bajo la forma de un
Auriñaciense o un Gravetiense terminales.
La industria más característica del mediterráneo español es, sin duda, el
Solutrense, que además tiene fechas muy tempranas en la región valenciana
(anteriores al 20.000 B.P.), por lo que se ha sugerido que aquí podría existir un
origen independiente del franco-cantábrico. Además de presentar una evolución
original, en la que aparecen las famosas puntas de aletas y pedúnculo, que
sugieren la existencia del arco y la flecha, es una industria que aparece tanto en
Cataluña (Reclau Viver, Cau des Goges, l'Arbreda), como en Valencia (Parpalló,
Mallaetes, Barranc Blanc) y Andalucía (Cueva Ambrosio), llegando su influencia
hasta Portugal.
Tras un Solutreo-Gravetiense en el que desaparecen las características puntas de
retoque bifacial, el panorama mediterráneo parece presentar un Magdaleniense con
fuerte carácter autóctono y relativamente pobre en industria ósea y arte mobiliar
(yacimientos de Parpalló, Volcán del Faro, Cendres, Bora Gran, Nerja, Matutano...),
lo que recuerda a las industrias contemporáneas del sureste francés e Italia,
aunque en el caso español existen arpones y bastones perforados característicos. Al
igual que en el norte, las industrias epipaleolíticas de este sector derivarán
claramente del Magdaleniense Final.
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1.5. Formas de vida durante el Pleistoceno

Época: Prehistoria
Inicio: Año 1640000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Siguientes:
Los homínidos del Paleolítico Inferior
El mundo de los neandertales
La vida durante el Paleolítico Superior
El Arte Paleolítico

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La reconstrucción de los patrones de conducta desarrollados por los hombres


del Pleistoceno Inferior y Medio es extremadamente difícil debido tanto a la
parquedad de restos conservados como a los problemas que conlleva su
interpretación. Aunque esto es igualmente aplicable a cualquier momento de
la Prehistoria, en el caso del Paleolítico Inferior su incidencia es bastante mayor
porque la ausencia de evidencias que denoten una capacidad simbólica compleja -
durante esta fase no hay enterramientos ni manifestaciones artísticas o religiosas
claras- aleja a estas poblaciones de los parámetros conocidos en la humanidad
actual y dificulta aún más su comprensión al no poderse recurrir a la comparación
etnográfica sin grandes precauciones.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 46 / 252

1.5.1. Los homínidos del Paleolítico Inferior

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500000 A. C.
Fin: Año 250000 D.C.

Antecedente:
Formas de vida durante el Pleistoceno

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La característica mejor conocida de los homínidos del Paleolítico Inferior es su


capacidad de desarrollar una tecnología progresivamente más compleja. Aunque
este despegue cultural está representado sobre todo por la talla de instrumentos de
piedra, algunos yacimientos con condiciones especialmente favorables han
permitido constatar que estaban acompañados de útiles de madera (lanzas
endurecidas al fuego de Torralba, similares a las encontradas en Clacton-on-Sea,
Bilzingsleben o Kärlích) y por fragmentos de huesos de animales que podrían haber
servido como espátulas, cuchillos o punzones ocasionales sin necesidad de una
transformación sistemática. Además, es preciso recordar que prácticamente todos
los instrumentos líticos que caracterizarán a las culturas del Paleolítico Medio y
Superior fueron ideados durante el Achelense (raederas, raspadores, buriles,
perforadores...) y que la invención más importante que hicieron los homínidos del
Paleolítico Inferior tuvo que ser el control del fuego, sin el cual no sería posible su
supervivencia en los climas rigurosos de Europa.
Los asentamientos conocidos en la Península Ibérica, al igual que los investigados
en el resto del Viejo Mundo, reflejan hábitos muy variables durante esta fase. Se
trata casi siempre de sitios al aire libre, generalmente cerca de los cursos de agua,
que revelan ocupaciones de poca duración, a veces repetidas en varias ocasiones.
Sólo a comienzos ya del Paleolítico Medio parece que empieza de un modo
sistemático el hábitat en cueva, aunque posiblemente ello no implique que las
ocupaciones sean más permanentes dado que los sistemas económicos basados en
la explotación de los recursos naturales de una región obligan a la movilidad de los
grupos humanos para mantener la rentabilidad. Hay que señalar, sin embargo, que
durante el Paleolítico Inferior algunos investigadores opinan que se han encontrado
vestigios de las primeras cabañas o paravientos (Olduvai, Lazaret), pequeñas
construcciones circulares con las paredes hechas posiblemente de ramas y
reforzadas con algunas piedras en la base. En la Península no hay estructuras
comparables, pero se han documentado hogares, de los cuales el mejor ejemplo es
el de San Quirce del Río Pisuerga (Palencia).
La evidencia arqueológica es especialmente susceptible de ser utilizada en las
reconstrucciones paleoeconómicas y por eso es en este tema en el que han surgido
los mayores debates durante los últimos años. Estos se han centrado sobre todo en
la interpretación de un tipo de yacimiento muy característico del Achelense: los
denominados kill sites o cazaderos. Aunque son sitios originalmente localizados en
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 47 / 252

África oriental, algunos de sus mejores ejemplos se encuentran en la Península


Ibérica (Aridos I y II, Arriaga II, Torralba, Ambrona, La Solana del Zamborino, La
Cuesta de la Bajada...) Se trata de depósitos fluviales o lacustres en los que
aparecen restos de algún animal grande, especialmente proboscídeos, junto a
grandes instrumentos cortantes (bifaces, hendedores...) no muy numerosos,
acompañados a veces de huesos sueltos de otros animales de menor talla. En los
yacimientos sorianos de Torralba y Ambrona, excavados primero por el Marqués de
Cerralbo, luego por F. C. Howell y últimamente investigados por M. Santonja, la
situación es mucho más compleja, porque en ellos existen restos de muchos
elefantes, caballos, bóvidos, ciervos y rinocerontes en depósitos de un antiguo lago
que deben interpretarse como una acumulación formada en diferentes etapas. En
los kill sítes típicos, en cambio, todo parece indicar que un grupo no excesivamente
numeroso de homínidos descuartizó el cadáver del animal, probablemente para
llevarse la carne residual y otros tejidos aprovechables hacia un campamento-base,
en una breve ocupación que sólo supone una actividad especializada de
aprovechamiento. El debate se plantea acerca de la muerte del animal
descuartizado, puesto que algunos investigadores, basándose sobre todo en la
interpretación clásica de Torralba, han supuesto que los homínidos eran los
causantes de la misma, puede que asustando a su presa y empujándola, mediante
el uso del fuego, hacia zonas húmedas, donde al quedar atrapada en un medio
cenagoso sería más fácil de abatir con lanzas y grandes piedras. Otros
investigadores, como el mismo L. Binford, tras un examen crítico de las evidencias
conocidas, consideran improbable que los hombres del Paleolítico Inferior, dotados
de tecnologías y sistemas de organización social muy rudimentarios, se
especializasen precisamente en la captura de grandes mamíferos, potencialmente
peligrosos y cuya masa podía abastecer de proteínas a un grupo extremadamente
numeroso, dato también incompatible con el pequeño tamaño que se estima debían
tener las bandas durante el Paleolítico Inferior. Para estos investigadores, los
cazaderos debían ser denominados más bien butchering sites, sitios de
despedazado, y revelarían posiblemente los hábitos carroñeros de los primeros
homínidos, que aprovecharían los tejidos marginales, sobre todo el tuétano de los
huesos, de animales muertos por causas naturales o cazados por carnívoros. Es
posible que ambas interpretaciones no sean incompatibles, ya que los grandes
depredadores son también carroñeros en mayor o menor medida y que exista un
componente evolutivo en el énfasis de la caza por parte de los hombres del
Paleolítico Inferior en detrimento del aprovechamiento de las carcasas abandonadas
por causas naturales en las proximidades de los cursos de agua.
Por último, no hay que olvidar que a lo largo de esta etapa el hombre colonizó las
latitudes cálidas y templadas del Viejo Mundo, lo que puede indicar que sus grupos
se podrían haber diversificado hasta el punto de que no todos se mantuviesen de
los mismos recursos animales a lo largo de tan dilatado intervalo de tiempo. Aparte
de este debate, lo cierto es que los alimentos de origen vegetal deben haber
representado un papel importantísimo en la dieta de estos homínidos, tal y como
ocurre en la actualidad con la mayor parte de los cazadores-recolectores.
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1.5.2. El mundo de los neandertales

Época: Prehistoria
Inicio: Año 250000 A. C.
Fin: Año 35000 D.C.

Antecedente:
Formas de vida durante el Pleistoceno

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La amplia variación de las industrias atribuidas al Paleolítico Medio, su reparto


desigual a lo largo del Viejo Mundo y la evidente regionalización que las caracteriza
dificulta notablemente establecer pautas culturales que tengan validez universal
para todas las sociedades de esa época, aunque posiblemente a nivel peninsular el
problema sea menor. La mayor documentación disponible y la alta
representatividad de sus yacimientos hacen que los rasgos culturales más
significativos del Paleolítico Medio sean en realidad los que atañen a la cultura de
los neandertales en la última glaciación, que serán los que se expondrán a
continuación.
El tema clásico en este sentido es, sin duda, la interpretación de las facies
musterienses, porque además es una discusión en la que la evidencia de la región
cantábrica española participó en épocas tempranas. La coexistencia en territorios
restringidos de las diferentes industrias que componen el Complejo Musteriense a lo
largo de más de 70.000 años, sin cambios aparentes que denoten algún tipo de
interacción entre ellas, suponía hasta hace poco uno de los mayores problemas del
Paleolítico Medio europeo. Ello era así porque para algunos investigadores como F.
Bordes cada industria era obra de grupos con diferentes tradiciones culturales,
cuyos contactos e intercambios todavía desconocemos. Esta interpretación es
exagerada por otros prehistoriadores como H. de Lumley, que ven una estrecha
vinculación entre industrias y etnias musterienses, cada una de ellas dotadas de
potenciales evolutivos diferentes. En cambio, para L. Binford y L. G. Freeman las
distintas facies musterienses son simplemente conjuntos de instrumentos
especializados en tareas específicas (trabajar la madera, acondicionar pieles,
despedazar animales...), tal vez realizadas estacionalmente, lo que implica que una
sola tradición cultural puede ser la responsable de todas las industrias del Complejo
Musteriense al utilizar distintos emplazamientos para ejecutar cada actividad.
Aunque muy atractiva durante algunos años, esta hipótesis fue duramente criticada
por Bordes y Mellars con diferentes argumentos, como, por ejemplo, que los
yacimientos al aire libre y los que se encuentran en cuevas y abrigos presentan los
mismos instrumentos, aunque es difícil de admitir que en ambos casos se
desarrollasen las mismas tareas en ellos o que, según esta hipótesis, debería haber
una cierta variabilidad intrasite (áreas especializadas en diferentes actividades
dentro de un mismo hábitat estructurado), cosa que empíricamente no sucede.
Además, los análisis faunísticos no proporcionan evidencias a favor de una
ocupación estacional de los hábitats. La crítica más contundente a las hipótesis
funcionales ha venido de los análisis de huellas de uso en los instrumentos líticos,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 49 / 252

que han demostrado que útiles distintos (por ejemplo, raederas y denticulados) han
servido para la misma función. Este argumento es definitivo y hoy en día la
hipótesis funcional está prácticamente abandonada.
Una alternativa interesante en este debate ha sido la defendida por P. A. Mellars.
Aunque conocida esencialmente por su vertiente cronológica, dicha hipótesis en
realidad es bastante más compleja, puesto que parte de la base de que no todos
los tipos de Musteriense presentan un potencial interpretativo semejante, ni que su
variabilidad responde a una causa única. Así, el análisis de los principales
yacimientos musterienses del Perigord llevó a este investigador a descubrir una
seriación cronológica a lo largo del Würm central entre el Musteriense de tipo
Ferrassie, el tipo Quina, el MTA de tipo A y el de tipo B. Por lo que respecta a los
otros tipos de Musteriense, la situación es distinta. El Musteriense Típico resulta ser
para Mellars una especie de cajón de sastre donde se clasifican aquellos conjuntos
mal caracterizables o pobres, mientras que el de Denticulados parece ocupar una
posición marginal dentro de este esquema, al aparecer siempre antes o después de
niveles Charentienses. La refutación de las tesis de Mellars pareció producirse a raíz
de los trabajos de H. Laville en el Perigord, dado que el geólogo francés propuso un
marco cronológico del Würm que invalidaba toda la secuencia. Recientemente, las
fechas TL de Le Moustier y otros yacimientos del sur de Francia han dado la razón a
la hipótesis de Mellars, que había permanecido abandonada desde inicios de los
años 70.
El problema del significado de las facies Musterienses sigue produciendo algún que
otro trabajo periódicamente, aunque los más recientes parecen enfocarse más
hacia aspectos económicos (explotación de los recursos ambientales) y menos
hacia hipótesis unidireccionales. Así, de acuerdo con los resultados alcanzados por
los análisis de Callow & Webb, la mayor parte de la variabilidad intrínseca de los
conjuntos musterienses en Europa Occidental parece que debería restringirse a tres
grandes grupos industriales: el Musteriense de tipo Quina, el MTA y un híbrido
Típico-Ferrassie, con porcentajes variables de raederas. El hecho de que el
Musteriense de Denticulados no presente ninguna estabilidad tecnotipológica, ni
una posición cronológica fija parece abogar por su caracterización como una
variedad de cualquiera de los anteriores. Recientemente se ha propuesto que
algunos tipos de denticulados son sólo raederas reavivadas, lo que apoya esta
hipótesis. La aparición de facies Musterienses distintas de las clásicas en diferentes
partes de Europa durante el Pleniglacial Inferior, alternando a veces con ellas,
permite suponer que existen componentes cronoespaciales en la variación industrial
que todavía no pueden comprenderse bien a causa de la falta de estudios
geocronológicos precisos. Las más importantes de estas variedades son el
Vasconiense, ya citado, los Musterienses con Blattspitzen o los complejos
industriales con puntas foliáceas de Europa Central y Oriental, o el pontiniense
italiano, industria en la que las raederas están fabricadas sobre cantos de pequeño
tamaño en vez de sobre lascas, y que presenta convergencias con los Musterienses
de otros sitios tan alejados como España (Cueva de El Castillo) o Hungría
(Musteriense de tipo Tata). Este nuevo panorama por tanto, en el que prima la
regionalización y el componente cronológico ha sido confirmado para la Península,
con la salvedad de que el MTA debe ser sustituido por el Vasconiense en la región
cantábrica.
En lo que respecta a la economía del Paleolítico, es preciso tener en cuenta que los
neandertales europeos colonizaron una amplia gama de entornos geográficos, en
los que desarrollaron modos de subsistencia que les permitieron sobrevivir hasta la
aparición de los primeros hombres modernos. Estos entornos iban desde las costas
mediterráneas, en las que el clima nunca fue mucho más frío que en la actualidad,
hasta el borde de las regiones esteparias septentrionales. En todas las zonas parece
demostrado que su comportamiento era muy semejante al de los grandes
depredadores con los que convivía (león de las cavernas, pantera, lobo...), cazando
presas muy diversas o carroñeando ocasionalmente algún animal muerto por
causas naturales. En la mayor parte de los yacimientos musterienses las
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acumulaciones de huesos fracturados son enormes, con algunos casos fuera de lo


común como Carihuela o Le Moustier, lo que revela que las proteínas de origen
animal debían ser una parte muy importante de su dieta, probablemente como una
adaptación a los fríos inviernos europeos, en los que escasearían los productos
vegetales. Parece además que los diferentes grupos se especializaban en el
aprovechamiento de animales distintos: el caballo, por ejemplo, es la especie más
común en yacimientos situados cerca de estepas herbáceas, como se ha
documentado en muchos yacimientos peninsulares y extrapeninsulares, mientras
que el bisonte es frecuente en las praderas de Europa continental, el ciervo es
típico de los entornos arbolados y el reno de las regiones más frías. En ocasiones
aparecen también en abundancia restos de animales grandes como mamuts o
rinocerontes lanudos, pero suele ser en hábitats septentrionales, ya que el peligro
de su captura los excluye de una caza sistemática si hay otros recursos. En cambio,
en algunos yacimientos españoles como Cova Negra o Carihuela, las especies más
consumidas durante algunas ocupaciones han sido tortugas y conejos, mientras que
en otros parecen haber consumido más cabra montesa (Zafarraya, Los Casares), lo
que señala la adaptabilidad de los grupos neandertales al entorno de cada región.
Antes de hablar, sin embargo, de que la caza haya sido la actividad subsistencial
prioritaria de todos los grupos musterieses ibéricos, es necesario recordar que el
hábitat en cueva, que es el más documentado en la Península, implica
necesariamente que los restos dejados por el hombre se superponen a los
abandonados por hienas, lobos, osos...que ocupan las mismas cavidades cuando el
hombre no está. Los registros arqueológicos de esta época son, por tanto,
palimpsestos de diferentes causas, como los análisis tafonómicos más recientes
demuestran y cabe la posibilidad de que los restos óseos de un yacimiento
determinado no sean el testimonio de la actividad cinegética humana, sino de
cualquier otro depredador, incógnita que sólo se puede despejar tras análisis
complejos.
Siguiendo con el tema de los hábitats de esta época, es evidente que la citada
ocupación de las cuevas y abrigos es una diferencia importante con respecto
al Paleolítico Inferior. Además estas ocupaciones tuvieron que ser intensas por
fuerza, ya que los neandertales dejaron en ellas grandes acumulaciones de huesos,
artefactos y cenizas de sus hogueras. Normalmente no existe una disposición
especial de los restos dentro del recinto que permita deducir algún tipo de
organización doméstica, pero algunos análisis detallados permiten suponer que
alrededor de los hogares se producía la mayor parte de las tareas de los
campamentos, tales como fabricar y reparar utensilios, consumir alimentos o
descansar, mientras que otras actividades como despedazar animales o curtir pieles
se llevarían a cabo aparte, incluso en sitios distantes del hábitat. La desaparición de
los kilt sites como yacimientos característicos a partir de los inicios
del Würm impide precisar este extremo.
Respecto al tamaño y organización social de las bandas de cazadores del Paleolítico
Medio se sabe muy poco. Debido a su tipo de subsistencia, parece que debían llevar
una vida nómada, especialmente los grupos que se especializasen en la caza de
herbívoros migradores, cuyas manadas tendrían que seguir en sus movimientos
estacionales. Algunos yacimientos en cambio parece que fueron ocupados durante
todo el año, tal vez incluso durante bastantes temporadas seguidas y que se
abandonaron al agotarse los recursos próximos. Además, los ocupantes de la
Meseta, donde no hay cuevas o abrigos disponibles, tuvieron que adoptar
respuestas adaptativas muy distintas a los habitantes de los bosques
mediterráneos, tal vez llegando incluso a construir algún tipo de cabaña cuyo
modelo podría ser el campamento de Vilas Ruivas (Portugal).
Otro aspecto nuevo de los neandertales respecto a la fase anterior es el nacimiento
del pensamiento simbólico, aunque resulta difícil establecer el grado de desarrollo
de sus capacidades intelectuales. Sus elementos tecnológicos y el tipo de
subsistencia, al igual que los estudios anatómicos, parecen indicar que poseían un
lenguaje hablado, aunque fuera rudimentario y fonéticamente más limitado que el
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nuestro, capaz de permitirles una comunicación de ideas cifradas, pero aparte de


esta conjetura no hay muchos elementos que permitan precisar algo sobre su
estructura simbólica. Aunque los neandertales europeos no han dejado
representaciones artísticas, existen algunos elementos que apuntan hacia lo que
podría considerarse el inicio de esta faceta humana: presencia abundante de
colorantes en muchos de sus hábitats, tal vez para teñir pieles o hacer pinturas
corporales, recogida de objetos extraños como minerales, conchas o fósiles, algún
hueso con posibles grabados como los encontrados en Cueva Morín y otras
evidencias semejantes.
Lo que sí puede afirmarse es que los hombres del Paleolítico Medio desarrollaron las
primeras inquietudes religiosas, atestiguadas por la existencia de prácticas
especiales con los muertos. Estas prácticas se han interpretado en tres aspectos
distintos: los enterramientos, el culto a los cráneos y el canibalismo. Respecto a la
primera faceta no existe ninguna duda en la actualidad, aunque el reparto
geográfico de las inhumaciones durante el Paleolítico Medio es muy irregular ya que
existen posibles sepulturas en el Oeste francés (La Ferrassie, La Quina, La
Chapelle-aux Saints...), en el sur de Alemania (Neandertal) y sobre todo en
Próximo Oriente, en este caso tanto de neandertales (Shanidar, Kebara) como de
sapiens arcaicos (Qafzeh, Tabun, Skuhl). También se han citado en Asia Central
(Teshik-Tash), pero faltan, en cambio, en todo el ámbito mediterráneo. Las
sepulturas, realizadas todas en cuevas, son bastante variadas: las hay tanto
simples como múltiples, a veces presentan alguna estructura (los túmulos de La
Ferrassie) y otras veces son simples hoyos con el cadáver en su interior. En la
cueva de Shanidar (Irán) los análisis de polen han descubierto que el muerto
estaba cubierto de ramos de flores de colores que tenían valor medicinal, lo que tal
vez esté vinculado con el rango del individuo dentro del grupo al que pertenecía.
La cuestión del culto al cráneo ha sido propuesta en más de una ocasión respecto a
los neandertales basándose sobre todo en la evidencia proporcionada por el
hallazgo de Monte Circeo (Italia), donde se encontró un cráneo aislado, al fondo de
una cueva y depositado en medio de un círculo de piedras. Estudios recientes han
demostrado que este hallazgo era obra de carroñeros y no un rito humano. El
foramen magnum había sido agrandado con la intención de extraer el cerebro. El
otorgar un valor espiritual a los cráneos también se ha querido ver bajo un
supuesto culto al oso en algunas cuevas alpinas, pero las evidencias aportadas en
este caso eran muy poco convincentes y han sido refutadas también.
Por último, las prácticas antropofágicas han sido interpretadas para todos los
yacimientos en los que se han encontrado restos humanos mezclados con restos de
fauna. Su evidencia más fuerte procede de un yacimiento yugoslavo, la cueva de
Krapina, donde aparecieron, rotos y quemados, restos humanos pertenecientes a
unos 20 individuos. Aunque puede tratarse de una práctica religiosa cuyo
significado aún se nos escapa, todos los casos investigados hasta ahora de
supuesto canibalismo en la Península parecen tratarse más bien de restos
devorados por hienas u otros depredadores.
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1.5.3. La vida durante el Paleolítico Superior

Época: Prehistoria
Inicio: Año 35000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Antecedente:
Formas de vida durante el Pleistoceno

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

A finales del Pleistoceno el hombre moderno había colonizado prácticamente todo el


planeta, desplazando o absorbiendo en su expansión a sus predecesores de tipos
más primitivos. Desde la tundra hasta las selvas tropicales, se había adaptado a
todos los climas del planeta y había conseguido desarrollar pautas de conducta tan
elaboradas que le permitían explotar con éxito los recursos disponibles en cada uno
de esos entornos. La diversificación cultural que presenta la parte final
del Paleolítico, precursora en muchos casos de algunos pueblos primitivos actuales,
es por tanto enorme y va a generar una amplísima variedad de comportamientos.
Incluso a nivel peninsular resulta difícil coordinar las evidencias conocidas del
Auriñaciense cantábrico con las del Solutrense levantino a nivel conductual.
A nivel económico, los hombres de finales del Cuaternario dominaron la fabricación
de una gran variedad de instrumentos. La talla de la piedra, por ejemplo, alcanza
un grado de maestría extraordinario en algunas puntas bifaciales, típicas del
Solutrense, cuyas formas equilibradas sólo pudieron obtenerse mediante retoque
por presión tras haber calentado previamente muchas veces ocupaciones de corta
duración que se repiten durante varias temporadas. Respecto a la demografía de
este momento, si se tienen en cuenta las concentraciones de yacimientos de esta
época, parece claro que hubo un importante aumento demográfico, sobre todo en
el Solutrense y el Magdaleniense, aunque siempre dentro de unos límites muy
inferiores a los normales en las sociedades productoras de alimentos. Ambos rasgos
parecen confirmados por el significativo aumento de los asentamientos al aire libre
y por la colonización de los territorios del norte euroasiático, que hasta entonces
habían estado despoblados. Del Paleolítico Superior proceden un número muy
elevado de cabañas, sobre todo gravetienses y magdalenienses, repartidas desde
Francia hasta el lago Baikal (Pincevent, Gönnersdorf, Etiolles, Dolnï Vestonice,
Kostienki, Mal'ta...). Estas primitivas construcciones presentan formas y
dimensiones muy variadas, llegando en algún caso a formar verdaderos
campamentos. En las zonas de tundra, donde escaseaba la madera, las paredes,
recubiertas sin duda de pieles, estaban apuntaladas con grandes huesos de mamut,
muchas veces decorados (Mehzirich). Como este tipo de yacimientos suele darse en
depósitos asociados a estepas loéssicas, en la Península desgraciadamente no se ha
encontrado ninguno. El hábitat preferente, como en el resto del Suroeste europeo,
son las cuevas, en cuyo interior se compartimentó el espacio a veces con pieles y
paravientos.
Respecto al mundo simbólico, hoy en día se acepta que prácticamente desde sus
inicios los hombres del Paleolítico Superior demuestran tener las mismas
inquietudes intelectuales que las sociedades históricas. Un aspecto importante a la
hora de hacerse una idea de esta faceta es sin duda el Arte Paleolítico, que será
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objeto de atención especial en el siguiente epígrafe, porque en algunas de sus


manifestaciones, como por ejemplo las famosas representaciones femeninas
denominadas venus paleolíticas, podemos ver el soporte material de mitos y
creencias cuya transmisión debía ser oral. El otro aspecto relevante de las
religiones de finales del Pleistoceno procede de las numerosísimas sepulturas, tanto
en las cuevas como al aire libre, que aparecen en este momento (Combe Capelle,
Paglicci, Grimaldi, Predmosti, Dolnï Vestonice, Brno, Sungir...) y que representan
los ritos más variados. En muchos casos los cadáveres estaban adornados con
cientos de colgantes perforados, formando tocados o adornos en las ropas. En
otros, como sucede en algunas sepulturas pavlovienses, estaban tapados por
omóplatos de mamuts. Casi todos presentan ofrendas de algún tipo (armas,
instrumentos, adornos, alimentos...) y suelen estar rociados de colorantes rojos.
Las modalidades funerarias son también muy variables puesto que aunque la
mayoría son tumbas aisladas, individuales o colectivas, también existen necrópolis
con varias sepulturas distintas. La sistematización de este segmento cultural, junto
con las tradiciones instrumentales, es uno de los mejores sistemas para reconstruir
las áreas culturales del Paleolítico Superior.
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1.5.4. El Arte Paleolítico

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500000 A. C.
Fin: Año 10000 D.C.

Antecedente:
Formas de vida durante el Pleistoceno

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Resulta extremadamente difícil resumir en unas pocas líneas un tema tan complejo
y sobre el que tanto se ha escrito como es el Arte Paleolítico. Como decía E. Ripoll,
se trata del ciclo artístico más largo de la humanidad, ya que empezó en el 35.000
a. C. y concluyó en el 10.000 a. C. Este intervalo es tan considerable que el pintor
de Altamira está más cerca temporalmente de nosotros (unos 15.000 años) que de
las primeras manifestaciones artísticas paleolíticas (realizadas unos 20.000 años
antes). Esto indica la extrema diversidad de contextos culturales en los que dicha
forma de expresión ha tenido justificación, aunque desgraciadamente su significado
siga siendo tan impenetrable después de un siglo de investigaciones.
A la hora de sistematizar este amplio tema, todos los autores están de acuerdo en
distinguir entre arte mueble, que son aquellas manifestaciones plásticas sobre
piezas de pequeño formato, fácilmente transportables, y arte parietal o rupestre,
que es el que tiene como soporte paredes y techos de cuevas o grandes bloques de
piedra, estén en cuevas o al aire libre, que no han podido desplazarse de su
entorno. Es de suponer que una parte considerable de estas primeras
manifestaciones gráficas, realizadas sobre materiales perecederos como cuero,
madera, corteza o cestos, no han conseguido llegar hasta nuestros días. Incluso
muchas pinturas rupestres tienen que haber sufrido la misma suerte, tal es la
fragilidad de sus condiciones de conservación.
El arte mueble consiste tanto en esculturillas de marfil o cerámica rudimentaria
(Dolnï Vestonice) como la decoración, mediante grabado, de plaquetas de piedra,
huesos planos (omóplatos...), piezas de adorno corporal (rodetes y colgantes),
útiles (las famosas lámparas de piedra) y armas (bastones, arpones, azagayas,
propulsores...). Los motivos figurados suelen ser o bien trazos más o menos
simétricos y evidente vocación decorativa o representaciones de animales, signos y
antropomorfos. Los primeros son los más abundantes y significativos e incluyen
mamuts, renos, ciervos, caballos, bisontes, uros, leones, osos, peces, pájaros y
hasta reptiles.
Entre las figuras antropomorfas, las más interesantes son las estatuillas femeninas
típicas del Gravetiense desde Francia hasta Siberia. Esas mujeres, siempre
desnudas salvo por la presencia de tocados complicados en la cabeza, son obesas y
sólo se representa con detalle la morfología más indicadora de la femineidad,
mientras que las caras, los brazos y los pies o están ausentes o son simples
volúmenes auxiliares. Esa figuración acabará dando lugar a un signo
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esquematizado, que aparecerá más tarde grabado frecuentemente en toda Europa.


La interpretación más manejada para explicar estas representaciones femeninas
pasa por el recurso a una diosa madre, antecesora de las diosas de la fertilidad
propias de los pueblos agricultores.
Aunque el arte mueble está presente, en mayor o menor medida, en todas las
ocupaciones del Paleolítico Superior europeo, presenta notables coincidencias tanto
formales como temáticas a todo lo ancho de Europa. En sus comienzos, en el
Auriñaciense de la Geissenklösterle o de Vogelherd, hace 35.000 años, ya es capaz
de hacer obras maestras de la escultura animal en marfil, aunque el tratamiento de
la figura humana es esquemático o sujeto a formalismos mal explicados (híbridos
hombre-animal). A continuación, durante el Gravetiense, la situación se invierte y
son los animales los representados esquemáticamente, mientras la figura humana,
bajo la forma de las venus (Willendorf, Lespugue, Brassempouy, Vestonice...),
adquiere un tratamiento más cuidado.
Si bien estas tendencias parecen no haber afectado mucho a la Península Ibérica, ni
siquiera en la región cantábrica, las siguientes fases del Paleolítico Superior sí van a
contar con manifestaciones artísticas bien definidas. El Solutrense, por ejemplo,
asiste otra vez a la desaparición de la figura humana naturalista y a un nuevo
desarrollo del arte zoomorfo. En la Península son muy importantes las placas
grabadas y pintadas de la cueva de El Parpalló (Gandía, Valencia). A continuación,
con el Magdaleniense el arte mueble sufre una increíble eclosión, sobre todo en la
región cantábrica. Se comienza con los omóplatos de cérvidos con grabados
múltiples muy finos de El Castillo, también atribuidos al Solutrense en Altamira. En
el Magdaleniense medio son características las cabezas de animales esculpidas en
cuerna de cérvido (los contornos recortados de La Viña y Tito Bustillo) y en el
Magdaleniense Superior reaparecen los grabados femeninos estilizados junto a
representaciones animales características.
El arte mueble presenta ventajas inapreciables respecto al arte parietal, aunque sea
menos espectacular. Estas ventajas proceden del hecho de que aparece
normalmente en medio del ajuar de los hábitats y esto quiere decir que, al estar
estratificado, tiene un contexto cultural claro y una cronología. Gracias a esto y
mediante el análisis de estilos y representaciones es factible enfrentarse al espinoso
problema de la datación del arte parietal con mejores argumentos.
Por lo que respecta a este último, lo primero que llama la atención es su irregular
distribución, ya que si bien ocupa desde la Península Ibérica hasta los Urales, sólo
en la región franco-cantábrica y en la pirenaica se encuentran más del 90 de los
yacimientos decorados y todos los años se siguen descubriendo yacimientos en
estas zonas, lo que dificulta su cuantificación. También es de señalar que la gran
mayoría son cuevas de todos los tamaños con pocas representaciones, a veces un
simple grabado, mientras que las cuevas con gran número de paneles y
figuraciones son relativamente escasas.
Centrándonos únicamente en la Península, se distinguen los siguientes grupos:
- Región cantábrica: Desde Asturias -la cueva de San Román de Candamo es la
más occidental de este grupo- hasta Navarra hay unos 90 sitios descubiertos, entre
los que destacan piezas fundamentales como Altamira, Tito Bustillo, El Castillo, La
Pasiega, Monedas, Las Chimeneas, Covalanas, El Pindal, La Clotilde, Santimamiñe o
Ekain.
- Zona centro: Aquí los yacimientos se encuentran mucho más dispersos y
escasean las representaciones pictóricas, por eso son importantes los grabados de
la Cueva de los Casares (Guadalajara). En los últimos años se está descubriendo en
esta zona un número importante de estaciones al aire libre, con grabados
zoomorfos de inconfundible estilo paleolítico, de los que los más importantes son
Siega Verde (Salamanca) y Domingo García (Segovia).
- Zona nororiental: Incluye 4 localizaciones dispersas por Aragón y Cataluña, de las
que la más importante es Fuente del Trucho.
- Zona andaluza: Es la segunda en importancia de la Península, con una docena de
yacimientos descubiertos hasta ahora. Una parte fundamental se concentra en la
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región costera de Málaga y Cádiz, donde se encuentran La Pileta y Nerja como


puntos de referencia obligada.
- Portugal: Sólo cuenta con tres referencias conocidas: Escoural, Mazouco y Foz
Coa.
La temática representada en estos santuarios es similar a la del arte mueble,
aunque las técnicas son, lógicamente, más complejas. Las representaciones
zoomorfas, con mucho las más abundantes, están dominadas por el caballo y, en
menor cantidad, el bisonte. En la Península también son importantes el venado, las
ciervas, las cabras y los bóvidos, mientras que las especies de clima frío son
escasas en nuestra latitud: el mamut (El Pindal y El Castillo), el reno (Tito Bustillo,
Monedas), el rinoceronte lanudo y algunos carnívoros como el glotón, citados a
veces.
Los signos, muy frecuentes solos o en asociación en los mismos paneles con las
figuras animales, son de morfologías estandarizadas, pero de significado
enigmático. A. Leroi-Gourhan los dividió en dos grupos: los de aspecto cerrado
(círculos, triángulos, tectiformes, vulvas...) y los delgados (bastones,
claviformes...). En su mayoría suelen estar pintados.
La representación humana es también muy desigual en el arte parietal. En su gran
mayoría se hace mediante grabado, con resultados poco naturalistas y muy
caricaturescos. La gran excepción son las venus esculpidas en altorrelieve, como la
de Laussel, en las que nuevamente la representación es anónima, carece de cabeza
y lo único interesante es el torso, las caderas y los muslos. Es necesario hacer una
mención especial para el tema de las manos, tanto en negativo como en positivo,
que aparecen en algunas cuevas en grandes cantidades (Maltravieso, Fuente del
Salín...). La ausencia de dedos, que antiguamente se explicaba como mutilaciones
rituales de falanges, hoy en día se considera más bien la composición de signos de
caza flexionando los dedos.
Las técnicas de representación son también una fuente importante de información
cultural. Normalmente los grabados se hacían con buriles que, en algún caso, se
han conservado en el yacimiento al pie de los paneles. Si el soporte lo permite, en
vez de grabado se llega a efectuar un altorrelieve completo, como es el caso de Cap
Blanc. Sobre los grabados, generalmente de trazo fino, muchas veces se procedía a
pintar las figuras. Para ello se utilizaban colorantes naturales (carbón, óxidos de
hierro, manganesos...) solos o mezclados con agua o grasa. Las figuras suelen
representarse monocromas, a base de su silueta, con un trazo fluido, pero existen
casos muy famosos de uso del tamponado (Covalanas). Únicamente en algunos
yacimientos llegan a aparecer figuras bícromas, formadas normalmente por una
silueta en negro y un relleno en rojo, que mediante la utilización de diferentes
tonos puede conseguir la policromía (los bisontes de Altamira). Además, no es raro
que el artista utilice los volúmenes de la roca soporte o sus irregularidades, grietas
y oquedades para realzar la forma del objeto representado. Esta manera de ver la
cueva estaba en función del tipo de iluminación empleado, normalmente lámparas
de roca que se han encontrado en algunos sitios como La Mouthe o Lascaux, en las
cuales se encenderían mechas vegetales empapadas en grasa.
Los problemas básicos que representa el arte paleolítico desde su descubrimiento
en 1879 son su cronología y su ininteligibilidad. Respecto al primer problema es
preciso reconocer que todavía resulta difícil autentificar una pintura sin lentos
análisis. A veces las pinturas han sido tapadas por sedimentos, o en ellos se
encuentran bloques pintados caídos del techo, pero estos accidentes son
infrecuentes. La solución más viable normalmente es la comparación estilística con
lo que se sabe del arte mueble, o su inserción en alguna escala estilística ya
establecida. De éstas la más usada en la actualidad es la de A. Leroi-Gourhan, que
divide este ciclo en cuatro estilos, tras una fase Prefigurativa reservada para las
manifestaciones gráficas del Musteriense o del Chatelperroniense. Los estilos son
los siguientes:
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- Estilo I: corresponde al Auriñaciense. En él se realizaron grabados enigmáticos, en


los que se mezclan partes de animales inidentificables y alusiones repetitivas a
órganos sexuales.
- Estilo II: que evoluciona a lo largo del Perigordiense Superior y el Solutrense
antiguo. Los animales se caracterizan por una curva cervicodorsal muy sinuosa,
rematada en una cabeza más bien pequeña. Esta proporción de cuerpo grande-
cabeza y extremidades pequeñas es la misma que aparece en las contemporáneas
venus.
- Estilo III: corresponde al Solutrense avanzado. Las representaciones animales son
parecidas a las del periodo anterior, pero con evidente maestría y calidad plástica.
- Estilo IV: subdividido en dos tramos, IV antiguo y IV reciente, que se
corresponden respectivamente con el Magdaleniense Inferior-Medio y con el
Superior. La primera parte se caracteriza por los despieces anatómicos de los
animales basándose en líneas y la policromía. La segunda, que supone el final del
ciclo, busca el movimiento y la individualización de las figuras, evolucionando hacia
un cierto manierismo en las representaciones.
Por lo que respecta al otro problema fundamental del arte paleolítico, el de su
significado, es probable que se trate del tema más investigado de toda
la Prehistoria y el más enigmático aún. La primera hipótesis que se manejó, y que
aún tiene partidarios, es la denominada el arte por el arte, que equipara la
mentalidad de los artistas primitivos con la mentalidad infantil, considerando por
tanto que no hay una función específica de estas manifestaciones, sino que se trata
de un simple medio de expresión por necesidad psicológica, sin otra trascendencia.
La teoría más popular es la defendida por S. Reinach y H. Breuil y que consiste en
considerar que este arte tiene connotaciones mágicas para sus autores, de modo
que la representación de un animal propiciaría su caza posterior y su abundancia en
general. Los signos, las asociaciones, su localización en el interior profundo de las
cuevas, todo ello indicaría que ante ellas se desarrollarían ritos mágicos que
favorecerían esta función. El mejor argumento a favor de esta teoría lo proporciona
el buen número de representaciones de animales supuestamente heridos por
arpones y azagayas.
Las hipótesis aparecidas después de la II Guerra Mundial niegan en principio la
teoría anterior porque la proporción de especies representadas no tiene nada que
ver con la proporción de especies sobre las que se basaba la economía de los
últimos cazadores pleistocenos. Los representantes de estas teorías, A. Laming-
Emperaire y A. Leroi-Gourhan, parten del análisis pormenorizado de la posición de
cada tema en las cuevas, las frecuencias de asociaciones y la localización de los
signos, para llegar a la conclusión de que se trata de santuarios fuertemente
estructurados donde los primitivos artistas exponían una visión dual del cosmos,
basado en la asociación-antagonismo de dos principios: femenino (bisontes-
mujeres) y masculino (hombres-caballos).
En los últimos años estas teorías se han querido completar con criterios de índole
social y geográfica, para explicar cuestiones como el desigual reparto geográfico y
los santuarios casi monotemáticos. Esta tendencia, que es la que guía a la
investigación que se está desarrollando en la actualidad, tiende a considerar las
cuevas decoradas como marcadores de los territorios ocupados por diferentes
grupos culturales, cuya utilización tenía por finalidad colaborar en mantener la
cohesión social entre tribus.
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1.6. Epipaleolítico y Mesolítico

Época: Prehistoria
Inicio: Año 10000 A. C.
Fin: Año 5000 D.C.

Siguientes:
Las industrias europeas
El Epipaleolítico de la Península Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Cuando acabó la última glaciación, toda Europa sufrió cambios profundos y, a


escala geológica, repentinos. En primer lugar, se fundieron los glaciares que habían
atenazado al continente durante miles de años, lo que dio lugar a que el nivel del
mar subiera hasta 100 metros respecto a su posición en el Würm. La desaparición
de los glaciares motivó un ascenso de latitud del frente polar, lo que acarreó
asimismo un fuerte aumento de la pluviosidad y de la temperatura sobre gran parte
de Europa. A nivel geográfico estos factores supusieron dos consecuencias de
notable magnitud: primera, que las costas cambiaron hasta adquirir su morfología
actual, y segunda, que grandes superficies se cubrieron de bosques. La primera
consecuencia aportó una ampliación de la plataforma continental y un
enriquecimiento en las faunas de moluscos y crustáceos litorales, y la segunda
supuso un cambio drástico y casi repentino de las faunas pleistocénicas. Las
especies frías como el reno, el buey almizclero o la saiga emigraron hacia latitudes
más septentrionales siguiendo a la tundra en su retroceso. Muchas especies, sin
embargo, no sobrevivieron, como fue el caso del mamut, el rinoceronte lanudo y
los grandes depredadores. Que la presión cinegética de los últimos cazadores
paleolíticos haya tenido que ver en esta extinción masiva, es algo que muchos
investigadores consideran probado.
El intervalo comprendido entre el 10.000 P. y la llegada del Neolítico está ocupado
en Europa y zonas limítrofes por las industrias Epipaleolíticas/Mesolíticas. En
principio, el término Mesolítico se creó en el siglo pasado, dentro del mundo
anglosajón, para denominar esta etapa intermedia. Los investigadores franceses,
sin embargo, prefirieron utilizar el concepto de Epipaleolítico, para hacer referencia
a la inevitable continuidad cultural de un periodo en otro. En la actualidad no hay
unanimidad en la terminología a utilizar y existen autores que usan cualquiera de
ellos indistintamente. En Europa occidental es frecuente, sin embargo, que se
considere mesolíticas a aquellas sociedades que, de algún modo, están en vías de
neolitización, mientras que epipaleolíticos son aquellos grupos que mantienen una
clara continuidad cultural con los últimos cazadores-recolectores paleolíticos.
Se use un criterio u otro, lo importante es que se trataba de sociedades que debían
hacer frente a los cambios anteriormente citados. Esta adaptación supuso una
fuerte regionalización, ya que el proceso más normal a la hora de plantear modos
de subsistencia en la Europa holocena fue la diversificación en la adquisición de
recursos, explotándose algunos anteriormente desconocidos. Este mismo proceso
llevado a cabo por las culturas de algunas zonas limítrofes (Próximo Oriente, Norte
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de África) que se estaban desecando durante el postglacial, dieron lugar al


nacimiento de la domesticación de animales y plantas.
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1.6.1. Las industrias europeas

Época: Prehistoria
Inicio: Año 10000 A. C.
Fin: Año 5000 D.C.

Antecedente:
Epipaleolítico y Mesolítico

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Los grupos epipaleolíticos europeos se caracterizan a nivel industrial por el


microlitismo y, la mayor parte, por la utilización de microlitos geométricos. La
microlitización es un proceso, comenzado ya a finales del Paleolítico, que tiende a
reducir cada vez más el tamaño de los instrumentos líticos. Esto es rentable por
varios motivos. Primero, porque, como cada vez las herramientas son más
complejas y, por tanto, difíciles de fabricar, resulta ventajoso hacerlas de madera
con piezas líticas enmangadas sólo en las partes activas, de modo que en caso de
rotura o embotamiento es más cómodo sustituir la pieza gastada que fabricar una
herramienta nueva. Segundo, porque estas piezas pequeñas permiten mayor
flexibilidad en la fabricación de útiles adaptados a las cada vez más especializadas
necesidades de los hombres del Epipaleolítico. Y tercero, porque ahora, con las
técnicas de talla tan estandarizadas de la época, producir piezas pequeñas aumenta
la eficacia en la explotación de la materia prima, al permitir obtener más metros de
filo útil por kg. de peso de material en bruto. Los microlitos geométricos cumplen,
por supuesto, con estas ventajas, y además resultan fáciles de fabricar y tienen
morfologías altamente estandarizadas que facilitan su combinación para crear útiles
diversos en armaduras de madera, desde puntas de flecha de formas muy diversas
hasta cuchillos.
No es sencillo sintetizar este panorama tan fragmentado regionalmente. En Europa
occidental, y más concretamente en la zona franco-cantábrica, la primera industria
del Postglacial es el Aziliense. Se trata de una industria muy continuista,
prácticamente indistinguible en un primer momento del Magdaleniense Final, que se
caracteriza por una reducción en el tamaño del utillaje lítico, la desaparición del
arte mueble -salvo cantos rodados pintados con líneas y puntos- y del parietal. La
pieza más característica es el arpón de cuerna o hueso, de una o dos filas de
dientes, que ahora se fabrica con sección aplanada y perforación en forma de ojal.
El Aziliense evoluciona hacia el Tardenoisiense, industria totalmente microlítica que,
al menos en Francia, ha contado con un número considerable de facies. Hoy en día
se circunscribe a una tipología de puntas de flecha y a una dispersión geográfica en
la cuenca de París. El hecho de que sus hábitats sean en zonas arenosas, al aire
libre, ha llevado a que los restos de fauna se conserven mal. Aunque las relaciones
entre las diferentes industrias microlíticas sea objeto de discusión, en la actualidad
se piensa que el Sauveterriense, parcialmente contemporáneo del anterior y muy
similar de bagaje cultural, aunque de distribución más meridional, llega a unificar
toda Europa occidental justo cuando comienza la neolitización.
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1.6.2. El Epipaleolítico de la Península Ibérica

Época: Prehistoria
Inicio: Año 10000 A. C.
Fin: Año 5000 D.C.

Antecedente:
Epipaleolítico y Mesolítico

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Al igual que sucediera con el Paleolítico Superior, el Epipaleolítico peninsular cuenta


con mejores evidencias en la periferia que en el centro, zona vacía de yacimientos
con la excepción de algún taller al aire libre de cronología y atribución dudosa. Al
igual que sucediera en el resto de Europa, también aquí se va a asistir a una
compartimentación cultural marcada, de clara base regional.
En la región cantábrica la secuencia epipaleolítica comienza con la industria
Aziliense, claramente derivada del Magdaleniense Final, tal y como puede verse en
algunos yacimientos como la cueva de la Pila (Cuchía, Cantabria), donde se dan
numerosas ocupaciones intermedias entre uno y otro. Este Aziliense retiene las
características ya vistas en el caso francés, incluyendo la adaptación al microlitismo
y la evolución en la morfología de los arpones. Económicamente, estos grupos
continúan con la caza-recolección, capturando ciervos y jabalíes sobre todo y
completando su dieta con recursos vegetales, pesca de salmónidos en los ríos y
marisqueo costero. En uno de los principales yacimientos de esta zona, la cueva de
los Azules (Cangas de Onís, Asturias), J. Fernández-Tresguerres localizó y estudió
el único enterramiento conocido de esta cultura. El rito funerario documentado
parece ser semejante a los ya reseñados en el Paleolítico Superior.
En esta zona el Aziliense desemboca, al menos en parte, en la cultura Asturiense,
de marcado cariz costero. En esta nueva etapa las ocupaciones se centran cada vez
más en el exterior de las cuevas que, como mucho, son utilizadas como basureros.
Las sociedades de esta época continúan con los hábitos cinegéticos azilienses, pero
ahora incrementan la explotación de los recursos marinos hasta el punto que sus
principales yacimientos (Penicial, Balmori, La Riera, Liencres, La Franca...) acaban
casi colmatadas por las conchas de las lapas consumidas (concheros). Como
adaptación a este tipo de subsistencia, el Asturiense presenta como instrumento
característico un pico, realizado sobre un canto rodado con técnicas que recuerdan
a las del Paleolítico Inferior, cuya utilidad es precisamente permitir despegar las
lapas. De esta cultura se conoce un enterramiento que presenta el cráneo
trepanado.
En el litoral atlántico los investigadores portugueses distinguen dos fases en este
intervalo cronológico: una primera, denominada Epipaleolítico micro y
macrolaminar, y una segunda considerada Mesolítica. La primera tiene muchos
puntos en común con el Magdaleniense y con las industrias similares que se ven en
la región mediterránea española, demostrando un cierto continuismo pese a
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tratarse de grupos humanos con una economía de amplio espectro. La segunda


fase está compuesta por los conocidos concheros de Muge (Moita do Sebastiao,
Cabeço da Arruda, Cabeço da Amoreira...), grupo cultural en el que se han
localizado cabañas y fosas de almacenamiento de alimentos, así como un buen
número de enterramientos. La industria lítica está compuesta ya por geométricos,
mientras que apenas hay manufactura de piezas de hueso.
Para acabar, en la franja mediterránea peninsular J. Fortea definió, hace ya algunos
años, dos complejos epipaleolíticos parcialmente sincrónicos: el microlaminar y el
geométrico. El primero no es nada más que un equivalente local del Aziliense, una
evolución del Paleolítico Final caracterizado por la disminución en el tamaño de los
raspadores y las hojitas, con dos facies diferentes (Mallaetes y San Gregori). Los
complejos geométricos, más tardíos, parecen llegar por influencia francesa a partir
del VIII milenio y dan lugar a variedades preneolíticas (Filador, Cocina...)
contemporáneas de un tipo de arte lineal anterior al macroesquemático.
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1.7. Neolítico: las primeras sociedades agrarias

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Siguientes:
Posibles causas de este proceso
El Neolítico en el Próximo Oriente
El Neolítico en la Península Ibérica
El Arte Levantino
El Megalitismo

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El último período cultural de la Edad de la Piedra se ha denominado


tradicionalmente Neolítico y representa una de las etapas históricas más
interesantes por las transformaciones de toda índole que experimentaron las
sociedades de aquellos momentos.
Al intentar dar una definición precisa de esta etapa ya surgen los primeros
problemas, desde su propia denominación, puesto que Neolítico -término utilizado
por primera vez en la obra de Lubbock en 1865- significa piedra nueva (neos =
nuevo; litos = piedra) en clara alusión a las características técnicas de los utensilios
de piedra, ahora pulimentados frente a los fabricados mediante la técnica de la talla
durante los tiempos paleolíticos.
Sin ser esta apreciación inexacta, sí es incompleta puesto que hoy día sabemos que
los cambios operados en el campo socioeconómico fueron más importantes que los
acaecidos en el campo tecnológico y presumiblemente causa de ellos. Sabemos
también que dichas transformaciones no se produjeron de una manera súbita, sino
que todas ellas fueron la culminación de un lento proceso de adaptación durante el
cual el hombre fue estableciendo una nueva relación con el medio que le rodeaba;
desde esta perspectiva, el término revolución neolítica empleado por Childe debe
ser matizado en su sentido de súbita innovación o alteración.
Las nuevas formas de vida se fueron adoptando en distintos lugares a la vez y con
matices diferenciadores, dependiendo de las tradiciones culturales preexistentes y
desde determinadas zonas preferentes se fueron extendiendo hacia otras áreas
marginales. No puede hablarse, pues, de un proceso cultural único sino de una gran
variedad de grupos neolíticos diferentes.
Para obtener una visión de conjunto de este proceso cultural, podemos resumir sus
características fundamentales en tres apartados distintos:
1) Ambientales: La influencia que el medio ambiente ejerce sobre el hombre fue
durante mucho tiempo sobrevalorada y, en el caso del Neolítico, se adujo
como causa fundamental de todos los cambios culturales acaecidos.
Es cierto que, tras la retirada de los últimos hielos pleistocénicos, las condiciones
climáticas cambiaron al elevarse las temperaturas e influyeron decisivamente en el
medio, que lentamente se fue transformando pues la fauna y la flora tuvieron que
adaptarse; igual le ocurrió al hombre, que tuvo que buscar nuevas bases de
subsistencia cuando le empezaron a fallar sus tradicionales recursos. Pero todo ello
había sucedido tiempo atrás, a comienzos del Holoceno, que es cuando se
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empezaron a desarrollar las primeras comunidades epipaleolíticas, aunque ese lento


proceso de adaptación entonces iniciado siguió su curso y acabó desembocando en
nuevas formas culturales.
2) Económicas y sociales: Es en este terreno donde se pueden observar los cambios
más significativos, ya que las antiguas formas de subsistencia basadas en la caza y
la recolección fueron sustituidas de forma progresiva por estrategias productivas
basadas en la agricultura y en la cría de animales domésticos.
Ambos procesos debieron ser paralelos y los datos disponibles, procedentes de
algunos yacimientos del Próximo Oriente, permiten saber que en el octavo milenio
antes de la era fueron los cereales las primeras especies cultivadas: el trigo, en sus
primitivas variantes Triticum monococcum, T. dicoccum y T. aestiuium, la cebada y
el centeno, seguidos tiempo después por la avena, el mijo y las leguminosas, todos
ellos productos de gran valor energético. Estas especies pudieron ser controladas
por el hombre porque ya existían en aquellas zonas en estado silvestre y venían
siendo objeto de recolección sistemática.
La utilización de animales domésticos, a los que podemos definir como aquellos
cuya reproducción está controlada por el hombre, fue la segunda de las actividades
económicas que se empezaron a practicar. De la misma manera que ocurrió con las
plantas, los primeros animales domésticos se consiguieron a partir de los que ya
existían en el entorno en su variante salvaje.
Los datos disponibles apuntan a que fue el perro, procedente del lobo, la primera
especie doméstica, aunque todavía existe polémica sobre el momento y el lugar en
que apareció. Hallazgos en la cultura epipaleolítica de Maglemose del norte de
Europa, en el Natufiense palestino y entre alguno de los grupos epipaleolíticos del
SE de los Estados Unidos parecen confirmar la existencia del perro en fechas
cercanas al 11.000 a. C., si bien esta especie parece que acompañaba al hombre
pero no debía servirle como animal comestible. La oveja y la cabra, difíciles de
distinguir entre sí, están documentadas en el IX milenio antes de la era en
numerosos yacimientos del Próximo Oriente, seguidas poco tiempo después por la
vaca, todos ellos de alto potencial dietético.
En los primeros momentos de su domesticación, todos estos animales fueron
aprovechados por sus productos primarios, fundamentalmente la carne, las pieles y
la grasa y sólo tras la intensificación de las prácticas ganaderas se comenzaron a
utilizar los productos secundarios, como lana, leche, y a usarse como medio de
transporte y ayuda en las tareas agrícolas, arrastrando los arados.
Como consecuencia de las variaciones en las bases del sistema económico, se
produjeron algunos cambios sociales evidentes, tales como la progresiva
sedentarización de las comunidades, aunque en algunos lugares del Viejo Mundo ya
venía observándose el agrupamiento en aldeas debido sin duda a la intensificación
de la recolección de los vegetales silvestres allí existentes, más de mil años antes
de la domesticación de las primeras plantas y animales. La vida en comunidades
fijas cada vez mayores hizo que necesariamente cambiasen también las relaciones
entre los individuos, surgiendo fórmulas nuevas de organización social, dando lugar
al reparto de las tareas cada vez más diversificadas, a relaciones de tipo jerárquico,
a la organización de las actividades colectivas, etcétera.
3) Técnicas: A pesar de que los adelantos técnicos no fueron la causa de todos los
cambios operados durante el Neolítico sino más bien una consecuencia de los arriba
mencionados, es cierto que pueden observarse algunas novedades en el equipo
material de aquellas poblaciones.
El invento más significativo es sin duda la cerámica, cuya fabricación consiste en
elaborar recipientes de arcilla cocidos en un horno a más de 450° y que fue el
elemento que acabó convirtiéndose en el fósil-guía más característico de todas las
comunidades neolíticas. Al tratarse de una actividad artesanal, las formas de los
recipientes, su decoración y las propias técnicas de fabricación variaban de unos
grupos a otros, siendo estas variaciones muy valiosas al arqueólogo ya que le
sirven para identificar los diferentes grupos culturales.
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La existencia de excedentes alimenticios y la necesidad de conservar mayor número


de productos propició la búsqueda de recipientes más sólidos e impermeables que
los ya conocidos de cestería utilizados por los pueblos recolectores. En un principio,
los hornos para cerámica eran simples hoyos en el suelo cubiertos por piedras y
tierra, para alcanzar la temperatura necesaria, pero poco a poco se fueron
construyendo más cerrados para poder lograr mejor calidad en las pastas
cerámicas.
La fabricación de utensilios de piedra continuó siendo importante y aunque algunos
objetos se trabajaban con la tradicional técnica de la talla por presión o percusión
fueron los instrumentos pulimentados los que se generalizaron cada vez más,
destacando entre todos ellos las típicas hachas y azuelas, presumiblemente
empleados en las tareas agrícolas y que durante mucho tiempo sirvieron como
identificadores del nuevo período cultural. Las pequeñas hojas dentadas de sílex se
enmangaban formando los dientes de una hoz, instrumento decisivo a la hora de la
recolección intensiva de plantas. También proliferaron los molinos de piedra y los
morteros necesarios para machacar y triturar el grano.
Igualmente siguieron realizándose instrumentos sobre hueso, aunque la mayoría de
los viejos modelos se abandonaron y aparecieron otros utensilios en función de las
nuevas actividades económicas y domésticas, siendo ejemplos característicos las
espátulas y las cucharas.
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1.7.1. Posibles causas de este proceso

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
Neolítico: las primeras sociedades agrarias

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Uno de los aspectos más interesantes del proceso de transición de una economía
depredadora a una productora es intentar averiguar por qué se realizó dicho
cambio. Tras años de investigación, hoy día sabemos que la vida de los
pueblos cazadores y recolectores del Paleolítico no fue tan penosa como
popularmente se concebía, antes por el contrario, aquellos grupos llegaron a
establecer un buen equilibrio con el medio, que les proporcionaba un nivel de vida
aceptable hasta el punto de que algunos autores, como Shalins, han llegado a
hablar de sociedades opulentas.
Los estudios sobre sociedades cazadoras contemporáneas han demostrado que con
pocas horas de trabajo al día pueden conseguirse los alimentos necesarios para
mantener una dieta rica en proteínas, y ello contrasta con las numerosas horas que
debe emplear en las tareas del campo un agricultor o un ganadero. La conclusión
parece ser que la agricultura no se adoptó porque proporcionase una mejor y más
cómoda alimentación, sino porque permite alimentar a mayor número de personas
en la misma unidad de espacio.
Buscar explicaciones al porqué del cambio operado en un período de tiempo
relativamente breve por la mayoría de los grupos humanos han sido objeto de
numerosas investigaciones y han sido muchas las hipótesis que se ha formulado al
respecto. Resumimos ahora las más significativas, pensando que indudablemente
se trató de un proceso con causas múltiples.
Una de las interpretaciones más aceptadas durante décadas ha sido la denominada
teoría del oasis, mantenida y popularizada por Gordon Childe, quien defendió las
causas ambientales como las impulsoras del cambio. La supuesta desecación
progresiva que sufrieron algunas zonas del planeta tras la retirada de los últimos
hielos obligó a hombres, animales y plantas a agruparse en torno a los puntos de
agua, donde la estrecha convivencia permitiría a los grupos humanos tener un
profundo conocimiento de las posibilidades alimenticias que éstos le brindaban.
Esta teoría fue desmentida por los posteriores estudios paleoclimáticos realizados
en los yacimientos del Próximo Oriente, que no demostraban que la mencionada
desecación se hubiera producido en los momentos que Childe apuntaba.
Fue el profesor Braidwood quien en los años 50 aportó nuevas evidencias al
problema, tras la gran expedición organizada a la zona de los montes Zagros, al
norte del Iraq; pudo demostrar que los primeros asentamientos neolíticos no se
encontraban junto a los puntos de agua sino, precisamente, en laderas de mediana
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altura, en lugares favorecidos naturalmente a los que denominó zonas nucleares,


donde crecían en estado silvestre numerosas especies vegetales que poco a poco
fueron siendo objeto de una recogida intensiva.
Otros autores como Binford, Flannery o Cohen consideraron insuficientes las
propuestas de Braidwood e intentaron explicar de forma más satisfactoria porqué
se abandonó el viejo sistema, precisamente en las zonas más favorecidas donde
presumiblemente no faltarían los alimentos, aunque parece claro que el perfecto
equilibrio que mantenían los grupos cazadores-recolectores con su medio se rompió
y fue necesario buscar medidas alternativas.
Estos autores creen que la causa de la ruptura fue la presión demográfica, es decir,
el crecimiento progresivo e imparable de la población que obligó a modificar sus
costumbres para aumentar los recursos per capita mediante la producción
controlada de determinadas plantas y especies animales. Constataron que muchas
comunidades mesolíticas del Viejo Mundo comenzaron a hacerse sedentarias, lo que
favoreció que la población empezase a crecer, dado que en un asentamiento
permanente o casi permanente no existen las mismas limitaciones poblacionales
que entre los grupos nómadas que deben velar permanentemente porque su
población no crezca.
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1.7.2. El Neolítico en el Próximo Oriente

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
Neolítico: las primeras sociedades agrarias

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Hemos comentado al principio de este capítulo que no puede hablarse de un solo


Neolítico sino de varios centros independientes donde se fue imponiendo el nuevo
sistema. Sin embargo, es en el Próximo Oriente donde se pueden documentar las
fechas más antiguas para el inicio del proceso y el foco que directamente influyó en
muchas de las regiones de Europa. Por estas razones, así como porque ha sido uno
de los lugares más investigados desde hace ya casi un siglo y la documentación
procedente de sus yacimientos es muy completa, el Próximo Oriente se ha
convertido en el ejemplo clásico para el estudio de la neolitización.
En estas regiones del mundo se ha podido observar, a través del abundante
registro arqueológico, el progresivo cambio desde una economía basada
principalmente en la caza mayor, hacia una base de subsistencia denominada de
amplio espectro, a la que se iban incorporando la selección de ciertas especies
animales y la recolección intensiva de determinadas plantas silvestres. Las regiones
con mayor número de yacimientos y en las que mejor se ha documentado la
evolución del proceso han sido la franja costera mediterránea en los actuales
territorios de Siria e Israel, la zona de los montes Zagros al norte del Iraq y el sur
de la península de Anatolia.
En el foco del Levante se pueden observar cambios desde la
etapa mesolítica Natufiense, que algunos autores definieron como una fase
experimental de la agricultura, entre los años 10.000 y 8.000 a. C., donde se han
documentado asentamientos prácticamente sedentarios, más un aumento de la
recogida de cereales silvestres, precedentes de los domésticos, y la selección de
alguna de las especies cazadas, como por ejemplo la gacela. Estas comunidades
pudieron ir estableciendo enclaves algo más permanentes porque las condiciones
climáticas y ambientales ofrecían posibilidades y recursos y ello hizo que
aumentase la población con mucha mayor rapidez que en las comunidades
itinerantes, entre las que resulta más complicado transportar niños de un lado para
otro.
Esta tendencia a utilizar en la alimentación un gran número de recursos culmina en
la etapa siguiente denominada Neolítico Precerámico. Muchos yacimientos son una
clara continuación de los anteriores, aumentando ligeramente su tamaño, y en ellos
ya se conservan claros testimonios de la utilización de plantas cultivadas y de
animales domésticos.
Entre los numerosos yacimientos conocidos cabe destacar Jericó, importante "tell"
con 18 niveles arqueológicos que muestra dos fases sucesivas del Neolítico
Precerámico. En dichos niveles y con fechas comprendidas entre los años 8.000 y
6.000 a. C. se ha documentado una agricultura intensiva del trigo (Triticum
monococcum y dicoccum), la cebada, lentejas, guisantes y pistachos y la ganadería
con restos abundantes de ovicápridos.
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Este yacimiento destacó, además, por su gran tamaño ya que se calculó que podía
albergar una población de más de 3.000 personas, algo inusual en los restantes
asentamientos de la época y que mereció que los antiguos investigadores la
denominaran la primera ciudad del mundo. Llamaba también la atención la gran
muralla que rodeaba el poblado, cuya finalidad ha sido muy discutida ya que
algunos autores han sugerido que no tendría un objetivo bélico, de defensa contra
posibles ataques de comunidades vecinas, sino que más bien se habría construido
para contener posibles riadas de agua y preservar de ellas al poblado.
Tras los primeros momentos de economía claramente neolítica puede hablarse ya
de una etapa de Neolítico Cerámico en la que, además de los recursos económicos
mencionados, destaca la presencia de una novedad técnica, los recipientes
cerámicos, aparecidos para solucionar los problemas de las nuevas necesidades de
almacenamiento y que fueron considerados por los arqueólogos como interesantes
documentos de la evolución de aquellas gentes.
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1.7.3. El Neolítico en la Península Ibérica

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
Neolítico: las primeras sociedades agrarias
Siguientes:
Cataluña
El País Valenciano
Andalucía

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Al abordar el estudió del Neolítico en la Península Ibérica es necesario enmarcarlo


en la problemática general de la neolitización de Europa y más concretamente del
Mediterráneo Occidental, puesto que es imprescindible conocer el marco geográfico
en que se desarrolló esta cultura para entender correctamente sus posibles
relaciones externas, las influencias que pudo recibir y las vías por la que pudieron
efectuarse dichos contactos.
Tradicionalmente se ha distinguido una Europa continental, a la que llegaban las
influencias culturales desde el Este por la vía de los Balcanes y del Danubio, y una
Europa mediterránea cuyos principales contactos se establecían por vía costera.
La cuenca mediterránea tiene unas particularidades comunes especiales, por
encima de las múltiples variaciones locales, tanto climáticas como topográficas, con
cierta tendencia a la aridez y con suelos no demasiado ricos, a pesar de lo cual
siempre ha sido un territorio habitado y una ruta transitada por la que han
circulado influencias, ideas y personas entre sus extremos oriental y occidental.
Tradicionalmente se había defendido la idea de que los nuevos inventos neolíticos
se difundieron rápidamente desde sus centros originarios orientales hacia los
distintos territorios europeos mediante diferentes rutas y mecanismos de
colonización, nunca demasiado bien explicados. La exageración y el abuso de los
presupuestos difusionistas hizo que, a partir de los años 60-70, se empezaran a
rechazar semejantes interpretaciones y se comenzase a valorar, quizás a
sobrevalorar, el protagonismo que los grupos locales habían tenido en el proceso de
cambio y se empezó a defender, en definitiva, la evolución autóctona como
resultado de la adaptación de los grupos epipaleolíticos a su medio natural.
Hoy día, sin exagerar ninguno de los dos modelos interpretativos, parece claro que
el fenómeno neolítico producido en el Próximo Oriente se efectuó mediante una
evolución lenta y continuada, diferente a lo que ocurrió en Europa. Por la
documentación existente, no puede mantenerse que en los territorios europeos
occidentales existieran los precedentes salvajes de los primeros animales
domesticados, ni de los cereales que se cultivaron por primera vez, descartado lo
cual, los estudios se han dirigido a averiguar por qué y cómo se expandió el nuevo
sistema económico y en qué medida fue asimilado por los grupos indígenas de cada
región occidental.
Por otra parte, el estudio detallado de los grupos epipaleolíticos europeos ha
demostrado que esas sociedades estaban perfectamente adaptadas a su medio,
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incluso muchas regiones del norte de Europa, antes despobladas, se habían ido
ocupando durante los últimos deshielos al seguir el hombre a las especies animales
que se iban asentando en dichos territorios. En general, estas poblaciones
intentaron, como apuntan algunos autores, aumentar la productividad de su
entorno como respuesta a sus crecientes necesidades, alcanzando un cierto nivel de
complejidad socioeconómica.
En los últimos años, para explicar la forma en que pudo producirse la expansión
neolítica, se ha aceptado de manera generalizada el modelo denominado oleada de
avance, propuesto por los investigadores Ammerman y Cavalli-Sforza. Este modelo
teórico, que ofrece distorsiones y variaciones locales, presupone que el nuevo
sistema económico se fue extendiendo lenta pero ininterrumpidamente hacia
Occidente a partir de los centros próximo-orientales, a razón de 1 km. por año,
teniendo en cuenta el crecimiento progresivo de la población y los movimientos que
puede realizar tanto a larga como a corta distancia.
Esta forma paulatina de contacto se refleja en la existencia de dos tipos de
asentamientos diferentes en los momentos iniciales del Neolítico occidental: los
correspondientes a los grupos locales allí asentados y los pertenecientes a los
colonizadores llegados por el Mediterráneo. El proceso de interacción entre ellos es
lo que algunos autores como Bernabeu han llamado modelo dual o modelo mixto,
que explica cómo la adopción del Neolítico en Europa se produjo por la llegada de
poblaciones conocedoras de la agricultura y la ganadería que entraron en contacto
con las poblaciones indígenas, las cuales fueron modificando sus tradicionales
formas de subsistencia.
La Península Ibérica participó de este proceso mediterráneo occidental, aunque no
puede hablarse de homogeneidad cultural en todo el territorio. La primera
neolitización se produjo lógicamente en la franja costera mediterránea, desde
Cataluña hasta Andalucía y Portugal meridional, pero los yacimientos mejor
conocidos se ubican en las sierras costeras interiores; en las restantes áreas
peninsulares las transformaciones culturales fueron más tardías y con
particularidades diferentes y se incorporaron a la economía neolítica con mayor
lentitud, dependiendo de las posibilidades de contacto que tuvieran con las regiones
litorales.
En toda la cuenca occidental y asimismo en la Península Ibérica, se detecta un
factor importante para la identificación de la primera cultura neolítica: la presencia
de cerámica que, independientemente de algunas variaciones regionales, ofrece la
característica común de una decoración impresa que acabó constituyéndose en el
auténtico fósil-guía de esta fase cultural. Dentro de la variedad de la decoración
impresa, destaca la realizada con el borde de la concha de un molusco llamado
cardium edule, que le ha valido la denominación de cerámica cardial y, por
extensión, de Neolítico Cardial. La presencia de la cerámica en unión de las
primeras especies domésticas de animales y plantas, pueden considerarse factores
intrusivos que llegaron del exterior y acabaron siendo adoptados por la población
indígena preexistente.
Las regiones mediterráneas de la Península son las que mejor pueden documentar
la presencia de este Neolítico Antiguo o de cerámicas impresas, conservándose un
buen registro arqueológico en Cataluña, País Valenciano y Andalucía oriental.
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1.7.4. Cataluña

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
El Neolítico en la Península Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Esta zona ofrece un gran número de yacimientos, mayoritariamente en cuevas


(Toll, Balma de l'Espluga, L'Espluga de Francolí, etcétera) pero también al aire libre
(Los Guixeres, Cambrils, etcétera) que merecieron la atención de los investigadores
desde principios de siglo. Durante muchas décadas, los estudios se enfocaron
principalmente hacia la cultura material y, así, a raíz de la publicación de los
trabajos realizados en las cuevas de Monserrat, en 1925, se identificó una industria
lítica y una cerámica cardial tan característica que mereció por parte de aquellos
autores la denominación de cerámica monserratina. Estos materiales eran
paralelizables a los encontrados en yacimientos del sur de Francia, el norte de Italia
y otros puntos del Mediterráneo Occidental, conformando la relativa uniformidad de
esta primera fase del Neolítico Antiguo.
La cerámica cardial presenta formas globulares con cuello generalmente marcado,
que en los casos más pronunciados se denominan botellas, con pequeñas asas
macizas o mamelones perforados y con la decoración distribuida en bandas
horizontales o verticales que ocupan casi tres cuartas partes de la superficie del
recipiente.
Las investigaciones de los últimos años han aportado mayor número de datos sobre
el poblamiento y el modelo de ocupación del territorio, conociéndose mayor número
de yacimientos al aire libre en las tierras bajas más fértiles y vislumbrándose
también, como apunta Bernabeu, una combinación entre los poblados al aire libre y
las cuevas de sus alrededores que podían haber estado destinadas a funciones
ganaderas, de almacenamiento o incluso sepulcrales. También se está conociendo
la propia estructura de los poblados y, por ejemplo, los trabajos realizados en el
Barranc de Fabra (Tarragona) muestran una aldea rodeada de un muro de piedra,
en cuyo interior se extienden nueve viviendas circulares u ovaladas construidas con
un posible zócalo de piedra y paredes de arcilla.
Tras esta primera fase del Neolítico Antiguo, tan bien caracterizada, se identificó en
la mayoría de las cuevas un nivel de ocupación, denominado Epicardial, en el que
progresivamente se iba abandonando el uso de cerámicas con decoración cardial y
se fabricaban mayoritariamente cerámicas lisas o con una decoración menos
cuidada a base de incisiones o cordones.
Algunos autores, como Guilaine, identificaron a principios del IV milenio una fase de
Neolítico Medio, intermedia entre el Epicardial y las culturas del Neolítico Final, que
se habría desarrollado en la región de los Pirineos mediterráneos con ramificaciones
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 73 / 252

hasta el sur de Cataluña y norte de Levante, encontrándose representada, entre


otros lugares, en la cueva del Toll, en Balma de L'Espluga e incluso en la cueva de
L'Or.
Esta fase intermedia recibió el nombre de Montboló debido a que fue en el
yacimiento epónimo, situado en los Pirineos franceses, donde aparecía un nivel
estratigráfico, posteriormente muy discutido, caracterizado por la ausencia de
cerámica cardial y la presencia de unos nuevos recipientes cerámicos sin
decoración, de formas simples globulares con unas típicas asas tubulares
dispuestas verticalmente. La industria lítica que la acompañaba era escasa mientras
que eran más abundantes los útiles de hueso, tipo punzones y alisadores. Los
testimonios directos de actividad agrícola están mal documentados conservándose,
en cambio, numerosos restos de fauna doméstica (oveja, cabra, cerdo, vaca) que
parecen indicar una mayor importancia de la ganadería junto a la que seguiría
practicándose, en menor proporción, la caza de roedores, liebres y aves.
La etapa más reciente del Neolítico catalán está ocupada por la cultura de los
Sepulcros de Fosa, identificada arqueológicamente a principios de siglo y objeto de
sucesivos estudios, que toma su nombre del tipo de yacimientos conocidos, casi
exclusivamente enterramientos individuales de inhumación en fosa, siendo los
lugares de habitación prácticamente desconocidos. Las sepulturas están cavadas en
el suelo, con el cadáver en el fondo en posición encogida, y protegidas por lajas de
piedra de diferente forma, encontrándose aisladas o en grupos, formando pequeñas
necrópolis como en Bóvila Madurell (San Quirze del Vallés); aunque
mayoritariamente los yacimientos se han encontrado en las tierras bajas de los
valles fluviales, algunos enterramientos hallados en cuevas, como la de Toll,
pueden adscribirse a este grupo cultural.
Muchos de los huesos procedentes de las inhumaciones se perdieron en el
momento de su hallazgo, pero los que han podido ser estudiados (Bóvila Madurell,
San Juliá de Ramis, Puig d'en Roca, Toll, etcétera) muestran que los individuos de
aquel momento eran de baja estatura, cráneo dólico-mesocéfalo, cara plana y
mentón poco prominente, incluibles en el tipo mediterráneo grácil. El equipo
material conocido procede de los ajuares que acompañaban el enterramiento y
aunque tienen particularidades propias, pueden paralelizarse en muchas ocasiones
con los objetos típicos de los grupos neolíticos tardíos de la Europa templada
occidental.
La cerámica es uno de los elementos materiales más característicos, destacando los
recipientes lisos de variada forma, desde las grandes vasijas ovoides o cilíndricas a
los cuencos carenados, ollas o tazas de fina factura, destacando por su originalidad
los vasos de boca cuadrada.
Entre los útiles líticos destacan los microlitos geométricos, los cuchillos triangulares,
las puntas de flecha y, sobre todo, las hachas pulimentadas fabricadas sobre
distintos materiales como la obsidiana o la serpentina.
Los objetos de adorno están bien representados en las numerosas cuentas de collar
encontradas, destacando las fabricadas en piedra color verde que en un principio se
identificó como calaíta y se suponía que había sido importada de lejanos lugares
porque no existían minas de esa piedra en los alrededores; sin embargo, hoy día se
cree son de variscita, puesto que se ha descubierto una mina de esta piedra cerca
de la localidad de Gavá, junto al curso del río Llobregat. En este lugar se han
identificado una serie de pozos excavados en la roca que dan paso a varias galerías
subterráneas conectadas entre sí, en las que se han encontrados numerosos
materiales arqueológicos: cerámicas de tipología variada, utensilios de hueso, así
como picos y otros útiles de piedra, empleados presumiblemente por los mineros
para extraer la materia buscada.
La explotación de estas minas implica que esa sociedad de finales
del Neolítico tenía ya una compleja organización, puesto que no se trataba
solamente del trabajo técnico sino, posteriormente, de la transformación del
material extraído y de su distribución por un amplio territorio.
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Aparte de esta importante actividad minera y comercial, las gentes de los sepulcros
de fosa practicaron intensamente la agricultura, según parecen indicar los hallazgos
de molinos de mano y, sobre todo, la ubicación de los yacimientos en las tierras
bajas y fértiles de los valles. Ello no excluye la existencia de actividad ganadera,
puesto que han aparecido utensilios fabricados sobre metacarpianos de ovicápridos
y de bóvidos, ni de la caza, como demuestran los numerosos huesos de ciervo
encontrados en las sepulturas.
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1.7.5. El País Valenciano

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
El Neolítico en la Península Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es la región peninsular donde más se ha desarrollado la investigación sobre


el Neolítico, dando como resultado el conocimiento de numerosos lugares
arqueológicos y un importante volumen de datos, tanto a nivel material como a
nivel económico y territorial. Quizás sea en el sur de la provincia de Valencia y
norte de Alicante donde se concentran algunos de los yacimientos más importantes
de todo el Mediterráneo occidental.
Estos yacimientos han confirmado la existencia de dos tipos de ocupación
diferentes, que responden a un patrón de asentamiento y de subsistencia dual que
sería el resultado del contacto entre las influencias llegadas desde el exterior y las
sociedades epipaleolíticas locales, según el modelo propuesto por el profesor
Bernabeu comentado líneas atrás.
Yacimientos tan bien conocidos como la cueva de la Sarsa (Bocairente, Valencia), la
de L'Or (Beniarrés, Alicante) o la de Cendres (Moraira, Valencia) muestran un
primer nivel de ocupación con todos los elementos típicamente neolíticos ya
presentes. La cerámica cardial es abundantísima y ofrece una rica decoración, la
presencia de útiles líticos como hoces o hachas pulimentadas, la identificación de
varias especies de trigo y cebada y la deforestación del paisaje circundante indican
una presencia humana activa practicando la agricultura intensiva y, asimismo, la
presencia de restos de ovicápridos, cerdos y bóvidos muestran el conocimiento y
explotación de los animales domésticos.
Por el contrario, otros yacimientos como la cueva de La Cocina (Dos Aguas,
Valencia), la de Mallaetes (Valencia) o la de Llatas (Andilla, Valencia) ofrecen
niveles estratigráficos correspondientes al Epipaleolítico demostrativos de una
progresiva evolución de este substrato local sobre el que se van asimilando las
nuevas aportaciones representadas, sobre todo, por la cerámica cardial.
El Neolítico Inicial, tan bien identificado en muchos yacimientos, va evolucionando
lentamente en los mismos lugares, perdiendo poco a poco sus señas de identidad
características; la cerámica cardial fue reduciendo sus porcentajes y se fueron
adoptando otras técnicas decorativas o fabricando cerámicas lisas que algunos
autores han querido identificar con una fase de Neolítico Medio no tan bien
independizada como en Cataluña.
En cambio, se habla de un Neolítico Final desde mediados del IV milenio, 3500-
2500 a. C., representado tanto en las cuevas conocidas, como en yacimientos al
aire libre entre los que destacan La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) o El
Arenal de la Virgen (Villena, Alicante). Lo más significativo de la cultura material es
la presencia de cerámicas lisas con formas de recipientes nuevas, mientras en el
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 76 / 252

poblamiento se nota el aumento de asentamientos al aire libre que parecen indicar


la generalización de este nuevo tipo de hábitat, cada vez de mayor tamaño a pesar
de que los datos sobre la estructura de estas aldeas no son muy abundantes.
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1.7.6. Andalucía

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
El Neolítico en la Península Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es la última de las regiones mediterráneas peninsulares donde pueden identificarse


las fases iniciales del Neolítico. Los yacimientos más característicos, algunos
conocidos desde finales del pasado siglo, son cuevas, lo que ha merecido que
algunos autores, como Navarrete, hayan hablado de la cultura de las cuevas. Los
sitios mejor estudiados se sitúan en las provincias costeras de Almería, Granada y
Málaga, o inmediatamente interiores como Jaén, con evidentes afinidades
geográficas con el sur de la zona levantina.
Uno de los yacimientos más representativos es la cueva de la Carihuela (Píñar,
Granada), situada en las montañas interiores de la provincia, cuya amplia
estratigrafía muestra la evolución del Neolítico en la zona. Los niveles inferiores
ofrecen una buena representación de la fase antigua, con abundante cerámica
cardial de formas globulares y semiesféricas que convive con otras decoraciones
impresas y de cordones, destacando una vasija con decoración cardial y a la
almagra, estilo este último que pervivirá hasta el comienzo de la Edad de los
Metales. Los niveles superiores representan las fases del Neolítico Medio y Final,
caracterizados por la casi total desaparición de la cerámica cardial, de la decoración
impresa en general y la difusión de los tipos decorados a la almagra o los típicos
vasos con asas pitorro.
Otro de los yacimientos más característicos de Andalucía Oriental es la cueva de
Nerja (Málaga), cuyos primeros niveles de ocupación corresponden al Epipaleolítico,
representado por restos de hogares y por numerosos útiles líticos de las facies
microlaminar y geométrica. Sobre ellos se superpone otra ocupación fechable en el
Neolítico Inicial, identificada por una industria lítica evolucionada sobre hojas,
escasas piezas pulimentadas y, sobre todo, por la presencia de cerámica de formas
globulares con decoración impresa no cardial, incisa y a la almagra.
El momento de ocupación más significativo de esta cueva quizás sea el
correspondiente al Neolítico Medio-Final, pues se obtuvo información no sólo sobre
la cultura material, representada por una cerámica con decoración incisa o de
cordones, una industria lítica de tradición geométrica y una serie de punzones de
hueso; fue interesante el hallazgo de un silo para almacenar alimentos y que
contenía diversos tipos de cereal, exponentes de una agricultura intensiva y
selectiva como corresponde a esta fase cultural avanzada. En otro orden de cosas,
se encontró un enterramiento doble rodeado de numerosos restos vegetales de
cereal, bellotas y piñones, así como de cerámica y útiles de hueso y de sílex que
serían las ofrendas y el ajuar con que se honró al difunto.
El yacimiento al aire libre de Las Majólicas (Alfacar, Granada), la cueva de La Mujer
(Granada), la del Higuerón y La Pileta, en Málaga, la de Zuheros (Córdoba) o la del
Nacimiento (Jaén), entre otros muchos lugares, son algunos de los ejemplos
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 78 / 252

significativos del abundante poblamiento de la zona y de la evolución cultural que


aquí sufrió el Neolítico.
Aparte de esta cultura neolítica representada en las cuevas, debemos destacar la
existencia de una fase final del Neolítico en el Sudeste, bien localizada en poblados
al aire libre que preludian el posterior esplendor de las primeras culturas calcolíticas
allí desarrolladas; este período final es conocido por el discutido término de cultura
de Almería o período almeriense. Los hábitats en altura de El Garcel, La Gerundia y
Tres Cabezos en la provincia de Almería, con deficiente información, o la Peña de
los Gitanos, en Montefrío (Granada), con una buena estratigrafía, son buen ejemplo
de esta fase con una cultura material ejemplificada en la cerámica lisa de formas
variadas, una industria de sílex de tradición geométrica y una gran abundancia de
útiles pulimentados. Por otra parte, conviene resaltar la existencia de fosas de
enterramiento (Loma de la Atalaya, Loma de las Eras, etcétera) de forma circular,
rodeadas de piedras, con dos o más cuerpos inhumados, acompañados de industria
lítica de tradición geométrica, útiles de piedra pulimentada y brazaletes de concha,
cuya cronología no puede precisarse con absoluta seguridad pero que podrían ser el
nexo de unión que enlazase con los posteriores momentos calcolíticos.
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1.7.7. El Arte Levantino

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
Neolítico: las primeras sociedades agrarias

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es el segundo de los estilos o ciclos artísticos identificados en


la Prehistoria española, de una gran originalidad que le hace prácticamente único
en Europa, cuyo desarrollo puede situarse a comienzos del Neolítico o incluso en
momentos inmediatamente anteriores.
Su denominación hace evidente referencia al territorio por el que se extiende, ya
que la mayoría de los yacimientos se concentran en las provincias costeras
mediterráneas, llegando hasta Cádiz, y en las inmediatamente interiores como
Huesca, Lérida, Teruel, Albacete y Jaén; sin embargo, la ubicación de los lugares
rupestres no se localiza en la propia costa sino en abrigos rocosos situados en las
serranías interiores o prelitorales, en paisajes abruptos entre los 400 y los 1.000 m.
de altitud sobre el nivel del mar.
El conocimiento de este nuevo estilo artístico se remonta a finales del pasado siglo
cuando fueron descubiertas las primeras pinturas que, en un principio, pasaron casi
desapercibidas. Hasta el descubrimiento por parte de Cabré, en 1903, de los
ciervos pintados del abrigo de Calapatá (Teruel), no se le prestó la debida atención
y tras los primeros estudios pasaron a ser interpretados como pertenecientes
al ciclo rupestre del Paleolítico, recientemente reconocido en los círculos científicos
de la época. Muchos han sido los autores dedicados a la búsqueda de yacimientos
rupestres, a su estudio y a su valoración y por tanto es mucha la bibliografía
producida sobre el tema. Incluso en la actualidad se sigue discutiendo sobre su
origen y su cronología.
Al intentar describir sus principales características, parece inevitable la comparación
con el Arte Paleolítico, aunque se aprecian evidentes diferencias que muestran un
pensamiento y una concepción del mundo divergentes. En primer término, las
representaciones levantinas se realizan siempre en abrigos a la luz del día y no en
profundos lugares oscuros; se aprecian más matices y vivacidad debido al
movimiento de las figuras, lo que requiere mayor quietud en el espectador, y
ofrecen una cierta composición y un orden más preciso.
La técnica empleada es casi exclusivamente la pintura, aplicada con pinceles o
plumas. Se conservan los perfiles de las figuras, que suelen ser monócromas,
utilizándose la gama del rojo, el negro o en algunos casos, como en Albarracín, el
blanco.
En cuanto a la temática, hay que resaltar que generalmente aparecen escenas y no
sólo figuras aisladas, parece que se intenta plasmar un hecho determinado y que,
por tanto, se presta más atención al argumento. Las principales representaciones
son figuras humanas ejecutadas de una forma esquemática, poco realista, sin
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ofrecer detalles y siempre en movimiento. Mayoritariamente aparece el hombre en


actitudes de caza o de guerra (La Gasulla, Morella, El Cingle) personificado de
diferentes maneras que podrían responder a la existencia de distintos tipos físicos o
simplemente a determinados convencionalismos artísticos; en ocasiones suelen
portar gorros o plumas en la cabeza y adornos en la cintura, en los brazos o en las
piernas. En menor proporción aparece la mujer, identificada porque suele llevar los
pechos al descubierto y una especie de faldas largas desde la cintura; las actitudes
que presenta son domésticas, de recolección o siega (La Araña, Pajarejo) y de
danza o rituales (Cogul, Alpera), donde algunos autores las han identificado como
posibles divinidades o sacerdotisas.
En segundo lugar, destacan las representaciones de animales, ejecutados de forma
naturalista y en posiciones más estáticas, formando parte de las mencionadas
escenas de caza. Como ha señalado el profesor Criado, la fauna representada
(ciervo, cabra, toro, jabalí) coincide básicamente con la fauna cazada, lo que
también indica una diferencia de concepción respecto al Arte Paleolítico, donde solía
ocurrir lo contrario.
La interpretación de todo este conjunto pictórico se ha polarizado básicamente en
dos ideas: bien otorgarle un carácter historicista pensando que simplemente relata
hechos de la vida cotidiana que se querían recordar o bien creer que las pinturas
tiene un sentido mágico o religioso. Esta última idea quedaría avalada, según el
profesor Beltrán, por los lugares inaccesibles en que se ubican los abrigos, su no
coincidencia con los lugares de habitación y la agrupación de pinturas en un solo
covacho así como la existencia de muchos de ellos en un mismo lugar (Albarracín,
el barranco de Valltorta o Alpera).
Otro de los aspectos más debatidos del Arte Levantino ha sido el de su cronología.
Los primeros autores lo incluyeron en el ciclo paleolítico argumentando que los
animales representados pertenecían a especies cuaternarias ya extinguidas pero,
años después, estas ideas fueron rebatidas y se aceptó unánimemente que se
trataba de un arte postglaciar, obra de los cazadores residuales que continuaban
habitando en las serranías prelitorales.
El profesor Beltrán cree que se produjo una progresiva evolución a lo largo de
distintas fases, situando el momento de origen en época todavía epipaleolítica,
llegando a su máximo desarrollo y apogeo en pleno Neolítico y extendiéndose con
formas más estilizadas y rígidas hasta el Calcolítico. En los últimos años se han
realizado algunos descubrimientos que parecen variar un poco este esquema. En la
provincia de Alicante han aparecido algunos abrigos con un nuevo tipo de
representaciones denominadas macroesquemáticas, porque sus principales figuras
son humanos de gran tamaño, sobre los que se superponen en algunos casos
figuraciones típicas del Arte Levantino, lo que indica que este último fue claramente
posterior, desarrollándose en época totalmente neolítica.
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1.7.8. El Megalitismo

Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
Neolítico: las primeras sociedades agrarias

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Podemos definir el fenómeno megalítico como la corriente cultural que se


caracteriza por la construcción de enterramientos colectivos bajo grandes y
variados monumentos de piedra, que tuvo una amplia dispersión geográfica por
toda Europa durante el Neolítico y los primeros momentos de la Edad de los
Metales.
Por la espectacularidad de los restos conservados, estos monumentos son
conocidos desde hace siglos y ya en 1850 fueron denominados megalitos (megas =
grande, litos = piedra) en clara alusión a la materia en que estaban construidos.
Las primeras sociedades que adoptaron la costumbre de realizar enterramientos
colectivos protegidos por un túmulo de piedras y tierra fueron las asentadas en las
costas atlánticas europeas y desde las primeras cistas y cámaras circulares
sencillas, se fue pasando a formas más variadas entre las que destaca el dolmen y,
posteriormente, los sepulcros de corredor y las galerías cubiertas. Existen también
otros tipos de monumentos megalíticos no representados en la Península Ibérica
pero sí, por ejemplo, en Bretaña donde los menhires, los cromlech y algunos
recintos ceremoniales más complejos están bien documentados.
Las nuevas interpretaciones las inició hace años el arqueólogo británico Renfrew,
que pensaba que estas sociedades formadas por grupos dispersos utilizaban los
monumentos como punto central, definidor de su territorio; en caso de rivalidad
entre grupos, estas tumbas de los antepasados eran un argumento para demostrar
la posesión de las tierras en litigio. Aparte de la importancia que llegó a tener el
dominio de la tierra por parte de quien los construía, también debieron utilizarse
para señalizar ciertos espacios como lugares comunes de encuentro o de culto. En
el mismo sentido, otros autores tienden a considerar que todos estos monumentos
son indicativos de la progresiva evolución de aquellas sociedades, desde estadios
más igualitarios hasta formas sociales más complejas, puesto que la inversión de
más horas de trabajo en estas construcciones implica una participación colectiva,
un plan previo y un control centralizado para canalizar los esfuerzos de la
población.
Estos enfoques interpretativos, que entienden el fenómeno megalítico como parte y
resultado de unas determinadas formas sociales propias, han conducido al
abandono de las antiguas teorías que consideraban dichas manifestaciones como
producto de una corriente religiosa o espiritual propagada por un grupo o raza
megalítica que iba recorriendo Europa predicando sus creencias.
Por la gran distribución que los megalitos tuvieron en Occidente y su supuesto
parecido con otras construcciones del Mediterráneo Oriental, desde principios de
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siglo surgió la polémica sobre su origen y su cronología, defendiéndose las distintas


hipótesis desde las llamadas escuelas orientalista y occidentalista.
La primera de ellas defendía un modelo difusionista de relación cultural, pensando
que el foco originario de todo este proceso estaba en Oriente, desde donde poco a
poco habría llegado hasta Occidente en fechas lógicamente más recientes. Entre los
investigadores que defendían esta postura cabe destacar a Childe y en España a
Almagro Basch. La Península Ibérica habría sido uno de los primeros territorios
europeos en recibir estas influencias sobre sus costas mediterráneas, donde se
habrían desarrollado los monumentos más complejos, mientras que en zonas más
alejadas del interior el proceso habría llegado más diluido y las formas
constructivas resultantes habrían sido más simples. Los occidentalistas defendían,
por el contrario, el modelo denominado evolucionista, según el cual el fenómeno
megalítico había surgido en Occidente, en los territorios más próximos al Atlántico y
posteriormente se habría difundido hacia Oriente. A finales de los años 70 esta idea
volvió a tomar fuerza a raíz de la revisión que hizo Renfrew sobre la cronología de
todos los monumentos, al obtener numerosas dataciones de C-14 que ponían de
manifiesto la mayor antigüedad de los monumentos europeos en casi mil años
siendo imposible, por tanto, seguir defendiendo su procedencia del Mediterráneo.
Hoy en día se interpreta el megalitismo como un fenómeno plural, poligenista, que
surgió en diferentes sitios a la vez sin que necesariamente tuviera que existir entre
ellos una relación directa, siendo las cronologías más antiguas las de Bretaña,
Inglaterra y Portugal, que se remontan al V y IV milenios antes de la era.
En la Península Ibérica los dos focos más antiguos y representativos de este
fenómeno cultural se sitúan en el Suroeste de Portugal, donde están documentados
dólmenes sin corredor desde el IV milenio, y en el Sureste, en la zona de Almería,
donde se observa una evolución continuada desde el final de la cultura neolítica de
Almería hasta la fase calcolítica de Los Millares de la que son característicos los
sepulcros de corredor y falsa cúpula denominados tholos. Muchas de estas
sepulturas están asociadas a poblados fortificados con grandes murallas y aunque
el modelo explicativo difusionista oriental se ha abandonado porque no
proporcionaba una explicación satisfactoria, también es difícil pensar que todo este
complejo cultural se produjera como resultado de un autoctonismo absoluto, sin
ninguna forma de relación externa.
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1.8. El Calcolítico: los inicios de la metalurgia

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3200 A. C.
Fin: Año 2500 D.C.

Siguientes:
Los datos más antiguos
El calcolítico en la Península Ibérica
El fenómeno del Vaso Campaniforme

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La Edad de la Piedra termina con el periodo Neolítico y a continuación se inicia la


Edad de los Metales, llamada así porque el hombre inventó la metalurgia, a la que
se consideró el avance tecnológico decisivo y definitorio de la nueva etapa cultural.
La primera fase se denomina Calcolítico (calcós = cobre; litos = piedra) durante la
que el hombre descubrió el cobre y comenzó a trabajarlo; la segunda etapa es
la Edad del Bronce, momento en que empezaron a realizar aleaciones de cobre y
estaño y, por último, se desarrolló la Edad del Hierro en la que ya se fabricaron
objetos de dicho metal.
Aunque la invención de la metalurgia supuso, sin duda, un avance tecnológico
importante, debemos recordar que no se trató de un hecho repentino, ya que
aquellas sociedades antiguas conocían desde siempre la existencia y la manera de
extraer todo tipo de piedras -se conocen minas de sílex- usadas para fabricar no
sólo objetos utilitarios sino también otros elementos destinados al comercio y al
intercambio. No es raro, pues, que empleasen rocas y arcilla o piedras
semipreciosas como la malaquita y la azurita, que contuvieran en su composición
minerales de cobre y que con el tiempo llegasen a descubrir sus propiedades para
la fundición y la transformación.
El acceso al conocimiento de la metalurgia no fue idéntico en todas partes y
muchos autores se inclinan a pensar que en gran número de ocasiones se debió
tratar de procesos locales que, al principio, no tuvieron demasiada trascendencia y
no jugaron un papel importante como industria que alterase la vida de aquellos
grupos.
Las primeras piezas metálicas conocidas son pequeños alambres o punzones de
cobre nativo fabricados por martilleo en frío, así como pequeños hilos de oro, el
otro metal utilizado tempranamente porque también se encuentra en la naturaleza
en estado nativo, generalmente en forma de pepitas. Sólo tiempo después se llegó
al conocimiento de la fusión del mineral a altas temperaturas, técnica que requiere
el uso de hornos herméticos y el empleo de moldes que permiten fabricar objetos
más grandes, variados y resistentes.
Al principio, los hornos empleados eran sencillos, seguramente simples fosas
recubiertas de arcilla en las que se colocaban capas sucesivas de carbón y de
mineral que por el calor producido se iba fundiendo y cayendo al fondo de la fosa,
del que se recogía una vez retirados los restos del carbón; como apunta Rovira, se
ha demostrado que en un principio pudo usarse la simple lumbre del hogar donde
se alcanzarían 600 o 700°, suficientes para transformar el carbonato de cobre en
cobre metálico a partir de piedras como la malaquita, o incluso se han descubierto
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 84 / 252

vasijas de cerámica con escoriaciones dentro, que podían haber desempeñado el


papel de pequeños hornos domésticos.
Siendo importante el descubrimiento de la metalurgia, no es la única característica
cultural que permite definir la etapa calcolítica, puesto que dicho invento se produjo
en el seno de unas comunidades que seguían evolucionando y transformando sus
formas económicas y sociales. Muchos autores, como Chapman, insisten en que la
progresiva complejidad de aquellos grupos fue la que permitió el desarrollo de
determinadas tecnologías y que esa progresión se apoyaba en la intensificación de
los recursos que ya se conocían en el Neolítico.
Fue importante la mejora en la producción agrícola y los cultivos se vieron
incrementados al introducirse sistemas de regadío, abonado de los campos y
utilización del arado, primero tirado por el hombre y después por animales usados
como fuerza de trabajo en el campo. El mayor aprovechamiento de los animales
domésticos, no sólo en las mencionadas tareas agrícolas sino en la explotación de
la leche o de la lana, también supuso un adelanto importante, hasta el punto de
que Sherrat y otros autores han hablado de la revolución de los productos
secundarios.
El uso de algunos animales para el transporte, unido a la invención de la rueda,
permitió los desplazamientos a larga distancia tanto de personas como de
productos y mercancías, lo que favoreció el intercambio entre comunidades
distantes, la progresiva actividad comercial y la propia expansión de los nuevos
inventos.
Igualmente se pueden observar cambios en el plano social, sobre todo en el
paulatino aumento de la población o en la variación de los lugares de asentamiento,
que amplían su tamaño y cambian de lugar, ocupándose ahora nuevas tierras que
en las fases anteriores no habían resultado rentables. Las aglomeraciones mayores
y la progresiva especialización en el trabajo fueron elementos determinantes para
la aparición de estructuras sociales más complejas, con la consecuente aparición de
mayores desigualdades y una autoridad o jerarquía más estable.
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1.8.1. Los datos más antiguos

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3200 A. C.
Fin: Año 2500 D.C.

Antecedente:
El Calcolítico: los inicios de la metalurgia

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La primera metalurgia del cobre se desarrolló en distintos lugares a la vez y de


manera independiente, aunque las fechas más antiguas están documentadas en el
Próximo Oriente durante el VI milenio a. C., e incluso antes. En estas regiones del
mundo la evolución cultural producida a partir del proceso de neolitización fue muy
rápida, llegando a configurarse unas sociedades urbanas de gran complejidad
que Childe consideró como el mejor ejemplo de su revolución urbana, el segundo
gran momento de prosperidad, después del Neolítico, por los que él creía que había
pasado la Humanidad.
En los últimos niveles de la mayoría de los yacimientos neolíticos, durante las
fechas indicadas, se detecta la presencia de pequeños objetos de adorno fabricados
en cobre y, aunque su mera presencia no implica un cambio brusco de todo el
conjunto cultural, poco a poco va aumentando su presencia en el contexto de
transformación general que antes hemos mencionado.
Los ejemplos más antiguos proceden de la península de Anatolia, donde el
yacimiento de Cayou Utepesi ha proporcionado finos alambres de cobre nativo,
fabricados por martilleo en frío, en los niveles neolíticos del VII milenio a. C., en un
ambiente todavía no claramente metalúrgico. Otro de los ejemplos anatólicos más
significativos es el yacimiento de Çatal Hüyük, en el que se observa la evolución
desde las etapas neolíticas hasta su conversión en un gran asentamiento en el que
ya están presentes objetos de adorno de cobre en unión de restos de escorias,
prueba ya de auténtica metalurgia, en el sexto milenio a. C.
Las costas sirias ofrecen yacimientos clásicos de ocupación continuada desde las
fases neolíticas y, así, Ugarit o Biblos muestran una estructura constructiva
prácticamente urbana en la que se documenta el uso de piezas de cobre y el
comercio de objetos de oro y plata en el VI milenio. En la zona de Palestina, a pesar
de que existen variaciones regionales, se observa un proceso parecido,
caracterizado por su velocidad de evolución, aunque más de un milenio después; el
último nivel neolítico de Jericó puede considerarse de contacto con el Calcolítico,
por la presencia de objetos fabricados de cobre. En Mesopotamia también son
numerosos los ejemplos de yacimientos tardíos neolíticos que con rapidez van
introduciéndose en un mundo urbano donde poco tiempo después aparece ya la
escritura y entra en la Historia.
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1.8.2. El calcolítico en la Península Ibérica

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3200 A. C.
Fin: Año 2500 D.C.

Antecedente:
El Calcolítico: los inicios de la metalurgia

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Al igual que habíamos observado en el Neolítico, el proceso cultural europeo de


incorporación a la metalurgia es radicalmente distinto al del Próximo Oriente.
Durante mucho tiempo, y partiendo de criterios exclusivamente difusionistas, se
defendió que la adopción de la metalurgia y los avances que ello podría conllevar se
produjeron a partir de la llegada de gentes orientales portadoras de los
mencionados avances. Sin embargo, hace años que basándose en tesis poligenistas
y en los nuevos hallazgos y dataciones, se acepta la existencia en Europa de focos
metalúrgicos independientes en fechas bastante tempranas, más antiguas que
algunos de los lugares que se venían considerando sus predecesores.
En el área de los Balcanes se documenta el uso del cobre nativo durante el V
milenio a. C. y, aunque los primeros objetos eran pequeñas piezas de adorno o
pequeñas hachas que debían tener más un valor de prestigio que utilitario,
representan el conocimiento que aquellas poblaciones tenían, de manera autóctona,
sobre las técnicas mineras y metalúrgicas. Además, era una región en la que los
anteriores grupos neolíticos se fueron asentando de una manera estable y poco a
poco se fueron expandiendo por nuevos territorios, conociéndose núcleos de
población relativamente grandes que, presumiblemente, se convirtieron en centros
regionales que controlaban la producción y los posibles intercambios. Un ejemplo
característico es el yacimiento de Vinça, poblado situado cerca de Belgrado, cuyo
nivel inferior corresponde todavía a una etapa neolítica sobre la que se superponen
los niveles calcolíticos.
La gran diferencia respecto al proceso cultural de Oriente es que aquí la fabricación
y uso de piezas metálicas, asociado al crecimiento de la población, no estuvo
asociado a un cambio cultural rápido y definitivo y no implicó el paso a la vida
urbana y a la forma política del estado.
El segundo foco de metalurgia precoz en Europa, independientemente del anterior y
del Próximo Oriente, se localiza en la Península Ibérica, concretamente en la región
del Sudeste y en el sur de Portugal, durante el desarrollo del horizonte cultural
de Los Millares donde a principios del III milenio aparecen las primeras
producciones metalúrgicas.
Las huellas de estos primeros procesos, extremadamente rudimentarios, hacen
pensar en su carácter local, puesto que la presencia de colonos orientales habría
implicado el uso de unas técnicas más depuradas; a ello hay que añadir que la
riqueza minera de la zona debió facilitar el conocimiento y la utilización de estos
nuevos recursos. De ello se desprende que la incorporación al Calcolítico no se
produjo en la Península de una manera uniforme, pues las tierras del interior y del
norte, al igual que había ocurrido durante la neolitización, tardaron más tiempo en
adoptar las nuevas técnicas y los cambios a ellas asociados.
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El núcleo del Sudeste es el que primero evoluciona y en el que se pueden observar


cambios evidentes. Tras la fase neolítica de la cultura de Almería, no demasiado
bien sistematizada, se observa un indudable aumento de población documentado
en los numerosos hábitats al aire libre sobre promontorios estratégicos, ahora ya
mayoritarios frente a las cuevas, muchas de las cuales, sin embargo, siguieron
estando habitadas; en algunos de los yacimientos, como en La Peña de los Gitanos
(Montefrío, Granada), se observa una clara continuidad desde los niveles neolíticos
hasta la aparición de la primera metalurgia calcolítica. Esta eclosión de poblados va
marcando el territorio típico de esta cultura desde el sur de la provincia de Murcia
(Cabezo del Plomo, en Mazarrón), a lo largo de la provincia de Almería (Los
Millares, Almizaraque, Campos, Terrera Ventura, Cerro de las Canteras, etcétera),
hasta la de Granada (Virgen del Orce, El Malagón, Montefrío, etcétera).
Aunque no se trata de grandes núcleos de población, pues su extensión no suele
sobrepasar 1 ha., sí son exponentes de una nueva forma de poblamiento estable
enraizado con su territorio circundante en los que, como señalan Delibes y
Fernández Miranda, se ha invertido una gran cantidad de trabajo al construir las
viviendas circulares con zócalo de piedra y, sobre todo, las grandes murallas que
rodean su perímetro, así como la utilización de necrópolis asociadas a ellos que
parecen indicar una continuidad y permanencia en el asentamiento.
Entre todos los yacimientos conocidos destaca el de Los Millares (Santa Fe de
Mondújar, Almería) que da nombre a todo el grupo cultural y puede considerarse un
ejemplo excepcional, puesto que su extensión sobrepasa las 4 ha. que podían haber
albergado más de 1.000 habitantes. Está situado en la confluencia de los ríos
Huéchar y Andarax, en una meseta elevada de gran valor estratégico sobre la que
se construyeron sucesivamente, por el lado más accesible, hasta tres recintos
defensivos formados por una muralla de casi dos metros de altura, con torres
circulares y bastiones semicirculares adosados a ella. Además de las importantes
fortificaciones que cercan el poblado, hay que añadir la presencia de hasta diez
fortines, situados en las montañas próximas desde las que se divisa y controla el
lugar. Estas construcciones están formadas por una torre central con los ángulos
redondeados, rodeada de dos recintos amurallados con bastiones semicirculares
semejantes a los del poblado y, finalmente, de un foso.
El tamaño del poblado y la solidez de sus estructuras hizo pensar a algunos autores
que se trataba de una auténtica ciudad, pero si nos atenemos al sentido clásico y
oriental del término, estos asentamientos distan mucho de aquéllos y en ningún
caso su evolución cultural, asociada al inicio de una metalurgia precoz, supuso un
rápido tránsito hacia modelos culturales complejos ni a su entrada en la Historia.
Además de las estructuras de habitación y defensivas, en los alrededores de la
mayoría de estos poblados se han encontrado sus necrópolis correspondientes, con
tumbas colectivas de carácter megalítico. Nuevamente es la del yacimiento de Los
Millares una de las más representativas, ya que en ella se encontraron casi cien
enterramientos.
Aunque se han identificado varios ejemplos de sepulturas, algunas cámaras simples
o cuevas artificiales, el tipo más característico es el denominado tholos o sepultura
construida con grandes piedras, formada por un corredor que daba acceso a la
cámara circular, en ocasiones con nichos laterales, que cerraba en forma de falsa
cúpula. El ritual empleado era el de inhumación, depositándose los cadáveres en la
cámara acompañados del ajuar personal; también se han encontrado
enterramientos en el corredor de acceso debido, sin duda, a la utilización de las
sepulturas a lo largo de mucho tiempo.
Aunque las sepulturas colectivas megalíticas se vienen interpretando como
representativas de linajes familiares iguales entre sí, las diferencias observadas en
la cuantía y en la riqueza de las piezas de los ajuares, así como la existencia de
tumbas más o menos complejas desde el punto de vista constructivo, han hecho
pensar en una sociedad no totalmente igualitaria sino con una estructura más
sólida en la que existían jerarquías de poder.
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Aparte de este yacimiento emblemático ya hemos señalado la existencia de otros


muchos poblados, entre los que cabría destacar el Cerro del Plomo (Mazarrón,
Murcia) que conserva un recinto habitado rodeado de una muralla, con bastiones
cuadrados y uno circular en cuyo interior se han localizado fondos de cabaña
circulares con el zócalo de piedras. Cerca de Los Millares se ubica el poblado de
Almizaraque, en la desembocadura del río Almanzora, con ocupaciones
superpuestas desde el Calcolítico a la Edad del Bronce; conserva una gran
construcción circular en el centro y restos de viviendas circulares y cuadrangulares.
En las tierras del interior podemos mencionar el poblado de la Virgen de Orce
(Granada) con niveles calcolíticos, argáricos y del Bronce Final. En su fase
millarense se han localizado las viviendas circulares con zócalo de piedra y la
muralla de adobes con bastiones circulares; también se han identificado los restos
de una acequia que parece confirmar la importancia que tuvo la agricultura de
regadío y el papel que su control pudo tener a nivel tanto económico como social.
Casi la misma importancia cultural tuvo el foco del Suroeste portugués, centrado en
la desembocadura del Tajo y paralelo culturalmente a Los Millares, donde destaca el
poblado de Vila Nova de Sáo Pedro con estructuras constructivas semejantes,
consistentes en dos recintos fortificados, con muralla de piedra y bastiones
semicirculares. Igualmente es interesante el poblado de Zambujal, construido a lo
largo de varias fases, que conserva una torre central rodeada de dos líneas de
muralla con bastiones semicirculares y torres añadidas en los últimos momentos de
ocupación.
La interpretación tradicional de todos estos poblados en altura y fortificados era
considerarlos como enclaves coloniales, fundados por gentes mediterráneas que
habían llegado a Occidente en busca de metal, teoría sustentada en parte por el
supuesto paralelismo formal entre estas fortificaciones y los recintos amurallados
de algunos poblados del Mediterráneo Oriental.
En los últimos años, sin embargo, se ha defendido la evolución local de todas estas
sociedades que ya estaban asentadas en los mismos territorios durante las
precedentes fases neolíticas y además se ha demostrado que muchos de los
poblados buscaron estos lugares elevados de ubicación en momentos anteriores a
la construcción de las espectaculares murallas, debido a la necesidad de controlar y
explotar mejor nuevos recursos económicos; a pesar de esta defensa del
autoctonismo, hay autores que piensan que es difícil explicar determinados
elementos materiales sin aceptar algunos contactos e influencias venidos desde el
exterior.
Hemos apuntado ya algunas notas sobre la economía de estas poblaciones y a
modo de resumen podemos recordar que tradicionalmente se pensaba que habían
surgido y crecido en función de la explotación del metal y que su localización, entre
la costa y las minas del interior, demostraba la importancia que su explotación
tuvo. Sin embargo, los trabajos de Gilman en el Sureste han demostrado la
importancia que debieron jugar los recursos cercanos a los poblados, especialmente
la explotación de las tierras circundantes. Analizó el paisaje de la zona, uno de los
más áridos de Europa, y valoró la respuesta que los campesinos autóctonos podían
haber dado a este medio en principio hostil; tuvieron que forzar la intensificación de
algunos cultivos mediante el regadío, concentrándose la producción en zonas
relativamente restringidas. Establece una clara relación entre este nuevo sistema
de agricultura intensiva y la aparición de incipientes jerarquías a nivel social.
En el equipo material de todos estos yacimientos destaca la presencia de los
primeros objetos metálicos de cobre, hachas planas, puñales triangulares,
punzones y cinceles, de tecnología relativamente simple. Uno de los objetos más
significativos del horizonte millarense son los ídolos, de distintas formas y tamaños,
fabricados bien sobre piedra, bien sobre hueso y muchos de ellos decorados con
motivos oculados y geométricos. La cerámica constituye también un elemento muy
representativo, aunque algunas de las formas son claramente heredadas de las
anteriores cerámicas neolíticas; muchos de los recipientes son lisos pero otros
presentan decoración incisa formando nuevamente motivos oculados y
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 89 / 252

estilizaciones de animales. La industria lítica sigue estando presente con algunas


piezas de clara tradición neolítica como los geométricos y en cambio otras formas
nuevas como las grandes láminas de retoque abrupto, las puntas de flecha
triangulares de base cóncava, con o sin aletas, y las hachas planas o redondeadas
de piedra pulimentada. Los útiles fabricados en hueso siguen utilizándose y aparte
de los tradicionales punzones, agujas o varillas, aparecen placas, peines, cuentas
de collar, etcétera.
En las restantes regiones peninsulares ya hemos dicho que no se produce el mismo
fenómeno cultural; la adopción de la primera metalurgia del cobre es más tardía,
no estando presente hasta el momento plenamente campaniforme, y ni siquiera el
fenómeno megalítico tiene las mismas expresiones materiales, no encontrándose
fuera del sur y sureste las famosas tholoi ni las galerías cubiertas, apareciendo los
enterramientos colectivos en cuevas naturales o en dólmenes de estructura simple.
En Levante, que es la región más próxima al foco del Sureste, se han localizado
algunos poblados calcolíticos que son una clara evolución de los anteriores
asentamientos neolíticos, pero suelen ubicarse en terrenos llanos y carecen de
fortificaciones. El único ejemplo más paralelizable que podemos mencionar es el de
La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) pues aunque se trata de un poblado en
llano, está rodeado de una muralla; este lugar de habitación no sobrepasa la media
hectárea de extensión y conserva una potente estratigrafía que documenta un
poblamiento desde finales del Neolítico hasta ya iniciada la Edad del Bronce.
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1.8.3. El fenómeno del Vaso Campaniforme

Época: Prehistoria
Inicio: Año 3200 A. C.
Fin: Año 2500 D.C.

Antecedente:
El Calcolítico: los inicios de la metalurgia

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Bajo este nombre se engloban una serie de culturas calcolíticas que, a partir
aproximadamente del 2200 a. C., tuvieron como rasgo común el uso de unos vasos
cerámicos en forma de campana invertida, que se consideraron su fósil-guía más
representativo. La característica más relevante de este fenómeno cultural es que se
extendió prácticamente por toda Europa, desde el Atlántico hasta los Cárpatos,
adquiriendo un cierto aire de universalidad que llamó la atención de los
investigadores desde finales del pasado siglo. Estuvo unido en todas las regiones
europeas a la introducción definitiva del trabajo del cobre, excepto en el Sureste
español y en los Balcanes, donde representó ya un Calcolítico Pleno al ser lugares
donde se había producido una adopción precoz de la metalurgia; la aparición del
Vaso Campaniforme puede considerarse, según Delibes, la culminación de la
secuencia neolítica en Europa Occidental.
Las características culturales que definen este complejo cultural podemos
resumirlas de la manera siguiente:
- Su gran dispersión geográfica hizo pensar a muchos estudiosos en una absoluta
homogeneidad cultural que se ha demostrado errónea pues, aunque concurren
afinidades de tipo material, existe una gran variedad de grupos regionales. Harrison
distinguió tres provincias o complejos culturales diferentes: a) Oriental, englobando
las zonas circundantes a los ríos Oder, Elba y Rin. b) Occidental, que incluiría las
regiones de los Países Bajos, Francia y las Islas Británicas. c) Meridional, con los
grupos de la Península Ibérica, el sur de Francia, Sicilia y el norte de África.
- La mayoría de los yacimientos que han permitido identificar este complejo cultural
son sepulturas, conociéndose proporcionalmente muy pocos poblados. El tipo de
enterramiento muestra un cambio sustancial respecto a las precedentes
fases megalíticas, puesto que ahora encontramos sepulturas individuales que
parecen responder a nuevas creencias y a nuevas formas de organización social.
Las tumbas más típicas son hoyos circulares excavados en el suelo, en cuyo fondo
se depositaba el cadáver -sólo en ocasiones se conocen deposiciones dobles o
triples- acompañado de las piezas del ajuar. En algunos casos se emplearon cistas
o se reutilizaron monumentos megalíticos, depositándose los enterramientos en los
pasillos de acceso.
La vinculación con las fases precedentes se ha interpretado en muchos lugares
como un posible entronque con el sustrato y, por ejemplo, en la región del Rin
algunos autores no perciben ninguna ruptura cultural y se inclinan a pensar que
pudo ser este foco el origen de todo el fenómeno.
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- El equipo material campaniforme es el que mejor muestra las semejanzas entre


unos grupos y otros. La cerámica fue el elemento clave por la relativa similitud en
sus formas que, básicamente, se reducen a tres: el vaso de forma acampanada con
amplio cuello troncocónico, la cazuela de menor altura y fuerte carena y el cuenco
de forma semiesférica, todos ellos con la peculiaridad de estar profusamente
decorados con la técnica de la incisión, formando motivos geométricos a base de
rayitas, espigas, zig-zags, etcétera, dispuestos en bandas horizontales y paralelas
desde el borde hasta el fondo del recipiente. Se trata de unas cerámicas
perfectamente elaboradas de las que Clarke dijo que eran muy caras de producir,
tanto en términos de horas-hombre, como en términos de valor absoluto
contemporáneo.
Casi siempre han aparecido acompañadas en los ajuares de las mismas piezas, que
también podrían considerarse de lujo: puñal de cobre con empuñadura de lengüeta,
puntas de flecha de cobre, diademas, cintas y láminas de oro, puntas de sílex con
pedúnculo y aletas, brazal de arquero en piedra y botón de hueso con perforación
en V.
- La cronología del Vaso Campaniforme puede establecerse con cierta precisión
puesto que son abundantes las dataciones radiocarbónicas que permiten marcar los
límites del proceso entre los años 2200-1700 a. C., es decir, dentro del período que
venimos denominando Calcolítico.
Se han podido establecer diferencias cronológicas entre unos grupos y otros, siendo
los más antiguos el grupo Cordado, típico de los Países Bajos y norte de Francia y
denominado así porque la decoración está realizada a base de impresiones de
cuerdas; el grupo Marítimo, localizado en el occidente de la Península Ibérica; y el
grupo Oriental, todos ellos contemporáneos; los restantes grupos denominados
Derivados o Incisos harían su aparición después del año 2000 a. C. Los grupos
peninsulares, excepto los de la fachada atlántica, estarían incluidos en estos
últimos y podrían agruparse en varios conjuntos, dependiendo de su lugar de
ubicación: Palmela en el sur de Portugal, Ciempozuelos en la Meseta, Carmona en
el valle del Guadalquivir y Salamó en Cataluña.
Entre los grupos campaniformes peninsulares, algunos de ellos no demasiado bien
definidos, existen diferencias no sólo en aspectos materiales sino a la hora de
interpretar su aparición. Mientras en ciertos grupos aparece el ajuar campaniforme
como un elemento totalmente nuevo en el registro arqueológico, en otros lugares
como el Sureste o el Sur de Portugal, caso de Los Millares o de Vilanova de Saco
Pedro, se encuentra en los niveles superiores del Calcolítico local, asociado a las
sepulturas megalíticas y, por tanto, en un contexto que ya venía evolucionando
desde las etapas precampaniformes ya analizadas.
El problema más interesante en torno al Campaniforme, aún no resuelto de manera
definitiva, es el del propio significado de este fenómeno cultural y desde los
primeros años de este siglo se han formulado variadas hipótesis en torno a su
origen y al porqué de su expansión, latiendo en todas ellas la aceptación del
carácter paneuropeo de dicho fenómeno.
En los primeros momentos de la investigación se intentó identificar esta cultura
material con un determinado pueblo, partiendo de los presupuestos identificadores
de raza-cultura y, así, se pensó que las gentes campaniformes serían grupos
ambulantes, a modo de buhoneros, que habrían recorrido Europa difundiendo las
incipientes técnicas metalúrgicas. Independientemente de estos presupuestos
teóricos, lo que se aceptaba por parte de casi todos los investigadores era la
existencia de un determinado lugar de origen desde el que luego se había difundido
hacia el resto del continente.
Dejando al margen algunas interpretaciones extremadamente difusionistas que
volvían sus ojos al Oriente, concretamente a Egipto como foco originario, las
discusiones se centraron en decidir si era en Centroeuropa o en Europa Occidental,
concretamente en la Península Ibérica, donde se podía situar la cuna de los
campaniformes. Esta última hipótesis fue defendida por algunos investigadores
alemanes de principios de siglo, como es el caso de Schmidt, y sobre todo por
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investigadores españoles como Bosch Gimpera y Alberto del Castillo, autor de la


primera gran síntesis sobre la cultura del Vaso Campaniforme, publicada en 1928.
A mediados de los años 60 tuvo una gran repercusión la teoría esbozada por
Sangmaister según la cual el origen del campaniforme se situaría en la zona del
estuario del Tajo, donde se localiza el grupo marítimo más antiguo, y desde allí
habría un movimiento de flujo hacia Bretaña y los Países Bajos que daría lugar a la
formación de los grupos centroeuropeos que, tras un dinámico desarrollo, iniciarían
una nueva expansión en sentido inverso, de reflujo hacia las regiones meridionales
y occidentales de Europa incluida la Península Ibérica. Fue el investigador inglés
Harrison quien, a mediados de los años 70, revitalizó el estudio de este problema
adoptando una explicación dualista que admitía un foco campaniforme originario en
el estuario del Tajo y otro en Hungría, explicando las similitudes entre todos ellos
por un fenómeno de convergencia.
En los últimos años las perspectivas de estudio han cambiado -como decía Clarke,
no es tanto un problema de datos sino de teoría- abandonándose los presupuestos
monogenistas y difusionistas y, por tanto, la preocupación de buscar un origen
geográfico a este fenómeno. Hemos visto que en muchos lugares se ha demostrado
ya una continuidad cultural con los estratos precedentes y tiende a pensarse que el
equipo campaniforme, compuesto por una serie de objetos de lujo, responde a las
apetencias de unas elites sociales emergentes que habían establecido entre ellas
unas redes comerciales importantes por las que se intercambiarían, entre otros
productos, objetos considerados de prestigio.
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1.9. La Edad del Bronce

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500 A. C.
Fin: Año 800 D.C.

Siguientes:
La P. Ibérica durante el Bronce Antiguo y Medio
El Bronce Final
Los Campos de Urnas en la Península

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Como ya dijimos en apartados anteriores, hemos adoptado la tradicional división


tripartita de la Edad de los Metales y, por tanto, la de la Edad del Bronce cuya
cronología sería: 1800-1500, Bronce Antiguo; 1500-1250, Bronce Medio y 1250-
750, Bronce Final. Es evidente, sin embargo, que en muchos territorios no se
cumple esta rígida división cultural y se percibe una clara continuidad cultural desde
las etapas anteriores calcolíticas, mientras que en otros lugares el Bronce Antiguo y
Medio mantuvieron fuertes vínculos culturales hasta el punto que algunos autores
propusieron hablar sólo de dos etapas en la Edad del Bronce, una inicial antigua, en
contraste con una reciente en la que se produjeron mayores alteraciones y cambios
culturales.
Aunque existieron ciertas afinidades o similitudes entre los grupos culturales
europeos y puede hablarse de una cierta estabilidad durante estos primeros
períodos, en ningún caso existió total homogeneidad y es necesario hacer estudios
separados de las distintas regiones para su correcta valoración. Por ejemplo,
mientras en el área del Egeo florecían las culturas minoica y micénica, en
Centroeuropa se desarrollaban las culturas de Unêtice y de los Túmulos, debiéndose
diferenciar además otras regiones marginales como el área nórdica o la fachada
atlántica con indudable personalidad propia; la Península Ibérica, dada su posición
meridional y su carácter tanto mediterráneo como atlántico, recibió influencias
culturales de distintas procedencias.
La Edad del Bronce se estudió y estructuró a partir del progresivo desarrollo de las
industrias metalúrgicas a las que se suponía el motor de progreso de aquellas
sociedades, olvidándose el análisis de otros aspectos culturales tanto o más
importantes. Es cierto que la producción metalúrgica y el comercio cada vez más
pujante desempeñaron un papel decisivo atestiguado por el nacimiento de
numerosos centros de producción, pero no hay que olvidar que la agricultura y la
ganadería intensivas siguieron siendo base fundamental de sus economías. Estudios
recientes han demostrado la ocupación de nuevas tierras de alto rendimiento cuyo
control sería importante o el desarrollo de la industria textil derivada del
aprovechamiento de la lana que hace pensar, siguiendo a Champion, que existió
una relación entre las actividades de subsistencia y la organización y el estatus
social.
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1.9.1. La P. Ibérica durante el Bronce Antiguo y Medio

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500 A. C.
Fin: Año 800 D.C.

Antecedente:
La Edad del Bronce

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Hemos comprobado la diversidad cultural existente en la Península y el distinto


grado de desarrollo de las diferentes regiones, situación que continúa patente en
estas nuevas etapas durante las que tampoco se alcanzó una homogeneidad en
todo el territorio.
Durante estos dos primeros períodos de la Edad del Bronce, hay que destacar el
pujante foco del Sureste donde floreció la cultura de El Argar, que toma su nombre
del poblado epónimo de Almería, extendiéndose también por las provincias de
Murcia, Granada y Jaén, a pesar de lo cual no constituyó un fenómeno unitario
peninsular.
El espectacular desarrollo de esta cultura hizo que tradicionalmente se considerase
que no mantenía ninguna vinculación con las fases anteriores y que su origen había
que buscarlo nuevamente en las influencias llegadas por el Mediterráneo, pero en
los últimos años, Lull y otros investigadores no aceptan un origen exótico y creen
observar cierta continuidad desde la cultura de Los Millares.
Aunque algunos poblados neolíticos y calcolíticos, como Almizaraque o Parazuelos,
no se abandonan en época argárica, otros en cambio sí y esta aparición de hábitats
nuevos, así como la reestructuración social que en ellos se observa, hacen pensar
que, desde luego, se produjeron cambios importantes en la zona.
La mayoría de los poblados característicos son de nueva planta y eligen lugares
altos y estratégicos que dominan tanto las rutas de paso como las tierras fértiles
circundantes. Existen diferencias de tamaño entre unos lugares y otros que pueden
deberse a la dedicación a actividades económicas distintas y, seguramente,
complementarias.
Con respecto a los ritos funerarios, sin duda es en los enterramientos donde mejor
se pueden observar las novedades culturales que ofrece esta cultura. Frente a las
sepulturas colectivas megalíticas de la etapa anterior, ahora son siempre
individuales y depositadas bajo el suelo de las viviendas; las inhumaciones se
efectuaban en cistas, en simples fosas y en pithoi o jarras de cerámica y el cadáver
iba acompañado de una serie de piezas de ajuar, destacando los típicos vasos
cerámicos y una serie de objetos metálicos, armas y adornos de cobre, bronce y
plata que destacan la riqueza individual de algunos miembros de aquella sociedad.
La cerámica es uno de los elementos distintivos de esta cultura porque ofrece
características nuevas ya que se trata de piezas de buena factura, de color negro,
superficie bruñida y lisa, sin ninguna decoración, y formas variadas entre las que
son típicos los vasos y cuencos de carena baja muy pronunciada y las copas de pie
alto.
Los objetos metálicos son de gran interés porque muestran, a lo largo del
desarrollo de esta cultura, una progresiva evolución técnica y una proliferación de
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 95 / 252

formas que denotan cómo la actividad metalúrgica fue adquiriendo mayor


importancia. A pesar de la época en que nos encontramos, las piezas de bronce
aparecen todavía en proporción escasa abundando los cobres arsenicados, pero las
formas son muy variadas destacando los puñales cortos de remaches, las
alabardas, las espadas, punzones, etcétera, y numerosos objetos de adornos como
brazaletes, pendientes, diademas, algunos de ellos de oro o de plata.
La base fundamental de la economía debía descansar en la agricultura y la
ganadería dependiendo de las zonas. Por ejemplo, en la zona de Almería parece
que la explotación de la tierra fue más importante y, en cambio, en Granada fue la
ganadería la principal ocupación, según demuestran los restos faunísticos de
algunos yacimientos estudiados. Aparte de esto, la actividad metalúrgica fue
adquiriendo mayor importancia demostrada no sólo por la proliferación de los útiles
mencionados, sino también por la relación que se ha podido establecer entre los
asentamientos del momento de apogeo y los filones de mineral de cobre.
Todos los cambios observados en las formas materiales denotan un cambio en la
estructura social que tradicionalmente se explicaba por la presencia de grupos de
colonos orientales; en los últimos años, se piensa que la propia sociedad indígena
fue evolucionando hasta la aparición de una clase social dirigente, según el estudio
de las tumbas donde al principio sólo se observaban diferencias por edad y por
sexo y después ya aparecen diferencias en los ajuares entre adultos iguales. El
estudio de la riqueza de los ajuares de las tumbas ha permitido a Lull diferenciar
hasta cuatro niveles sociales jerarquizados: miembros importantes de la
comunidad, con las piezas metálicas más significativas y ricas tanto a nivel técnico
como en cuanto a valor social; miembros con ajuares ricos pero con menor número
de piezas; miembros con piezas de ajuar poco significativas en cuanto a su valor
social y, finalmente, miembros enterrados sin ajuar.
En torno al 1400 a. C. esta brillante cultura va perdiendo identidad, se abandona un
gran número de asentamientos y deja de ser identificada como tal, no estando
demasiado claras las razones de su desaparición; hay que suponer que debió
producirse una crisis de su sistema económico al agotarse los filones de mineral y,
presumiblemente, al empobrecerse las tierras cultivables, lo que obligaría a la
dispersión de la población en busca de nuevos recursos.
Ya hemos dicho al comienzo de este capítulo, que en ningún momento puede
hablarse de uniformidad cultural en todo el territorio peninsular pues cada región
siguió evolucionando lentamente a partir de las culturas precedentes de forma
independiente al foco que acabamos de describir. Durante el Bronce Antiguo en la
Meseta y en la mayoría de las regiones del interior, hasta la fachada atlántica,
seguían desarrollándose grupos de tradición campaniforme más o menos acusada
y, por ejemplo, el de Ciempozuelos se mantuvo hasta bien entrado el segundo
milenio.
Durante el Bronce Medio se pueden identificar distintos grupos con características
culturales propias. El área que mayores paralelismos mantiene, desde un punto de
vista tipológico, con la cultura de El Argar es el denominado Bronce del Suroeste,
circunscrito a la provincia de Huelva y a las portuguesas del Algarve y el Alentejo. A
su vez, estos territorios situados en el occidente peninsular participaron de la
entidad cultural conocida como Bronce Atlántico que se define, sobre todo, por las
relaciones de tipo comercial que mantuvieron las poblaciones de la fachada
atlántica europea, volcadas al mar para sus principales actividades económicas.
En el Noroeste peninsular también se independiza un horizonte cultural conocido
sobre todo por los materiales cerámicos, procedentes de cistas de enterramiento,
difíciles de conectar con los numerosos depósitos y tesoros metálicos conocidos en
Galicia desde principios de siglo; como ejemplo de la pujante orfebrería de la época
puede mencionarse el tesoro de Caldas de Reyes (Pontevedra), situable
cronológicamente en el tránsito del Bronce Antiguo-Medio en torno al 1550 a. C.,
formado por más de 30 piezas de oro entre las que destacan los brazaletes y los
torques macizos, dos cuencos con asas y una jarrita, todos ellos con claros
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paralelos formales en Bretaña e Irlanda pero fabricados con el oro aluvial de la


Península.
Otro grupo cultural cuyo desarrollo puede perfilarse durante la Edad del Bronce es
el Bronce Valenciano, que a pesar de centrarse en una región contigua al foco de El
Argar no participa de su mismo desarrollo cultural y social. Los yacimientos mejor
conocidos son pequeños poblados que se ubican en zonas altas de claro valor
estratégico y, en ocasiones, con defensas artificiales que podrían responder a
momentos de inseguridad ocasionados por depresiones económicas debidas a
sucesivas malas cosechas; en el interior de los recintos se han identificado
viviendas de planta cuadrada dispuestas sin ningún orden urbanístico, con el suelo
de tierra apisonada sobre el que a veces se han encontrado las cenizas del hogar y
en ocasiones un banco corrido adosado a las paredes.
Frente a los numerosísimos lugares de habitación, contrasta la casi total ausencia
de lugares funerarios pues sólo se han encontrado enterramientos, de uno o dos
individuos, en cuevas y grietas naturales y, en algunos casos, bajo el piso de las
habitaciones (Altico de la Haya en Navarrés) o en cistas (Cabezo Redondo en
Villena). El equipo material se compone de elementos en nada semejantes a las
características piezas argáricas, pues aquí la cerámica ofrece formas ovoides de
pastas poco depuradas y tosco acabado y entre los objetos metálicos destacan los
puñales, las puntas de flechas y los punzones, básicamente de cobre y producto de
una metalurgia local que seguramente aprovechaba los yacimientos mineros de la
zona de Orihuela, Villena y Alcoy.
La región catalana, pese a su proximidad geográfica, no formó parte de la órbita
cultural valenciana y todavía se detectan perduraciones de las tradiciones
megalíticas y del hábitat en cuevas; también se han encontrado algunos objetos
que atestiguan unos contactos. extrapeninsulares, a través de la vía del Segre, que
algunos autores han considerado precedentes de los posteriores movimientos de
pueblos durante el Bronce Final.
En las regiones meseteñas el desarrollo cultural fue más pobre y retardatario y sólo
puede identificarse con cierta personalidad propia el grupo denominado de las
Motillos de La Mancha. Lo más característico son los patrones de asentamientos
bien diferenciados: poblados en llano fortificados formando un conjunto de cierta
complejidad, conocidos con el nombre de motillas (Retamar, El Azuer, La Vega,
etcétera) y los poblados en altura más semejantes al hábitat observado en las
regiones descritas anteriormente.
Los primeros estaban formadas por una torre central, cuadrada o rectangular, que
en ocasiones pudo alcanzar los seis metros, rodeada por una o dos líneas de
murallas concéntricas que dejaban libre espacios interiores destinados
posiblemente al almacenamiento, mientras que las viviendas domésticas debían
estar distribuidas de manera desordenada en los alrededores de la fortificación; su
situación, en terrenos llanos y pantanosos, tendría gran valor estratégico tanto por
el difícil acceso como por la visibilidad que proporcionaba de todo el entorno. Los
enterramientos conocidos documentan el rito de la inhumación individual realizada
en el interior del área del poblado, de forma semejante a las gentes argáricas.
La economía de estas poblaciones se basaba en la agricultura cerealística
habiéndose documentado el trigo, en sus variedades monococcum y aestivium, la
cebada y en menor medida las hortalizas y las leguminosas, a lo que hay que
añadir la presencia de bellotas quizás destinadas al consumo animal. Los estudios
faunísticos han mostrado el consumo de ovicápridos, bóvidos y cerdos, de los que
seguramente se aprovechaba no sólo la carne sino también los productos lácteos
derivados, puesto que se han encontrado numerosos recipientes cerámicos del tipo
queseras.
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1.9.2. El Bronce Final

Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500 A. C.
Fin: Año 800 D.C.

Antecedente:
La Edad del Bronce
Siguientes:
Cogotas I
El depósito de la Ría de Huelva

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El último período de la Edad del Bronce, cuyos límites cronológicos se sitúan entre
1250 y 750 a. C., se caracterizó por una serie de movimientos y cambios que
afectaron a gran parte de Europa tras la relativa estabilidad alcanzada durante el
Bronce Medio. En Europa Central se desarrolló la cultura de los Campos de Urnas,
que acabó extendiéndose a casi todas las regiones, difundiendo su rito funerario de
la incineración que se generalizó con gran rapidez, mientras en el Mediterráneo
Oriental fue una época de agitación cultural en la que adversos fenómenos
naturales y movimientos de pueblos contribuyeron a la decadencia de la civilización
micénica y a la entrada de Grecia en una etapa cultural menos brillante
denominada Edad Oscura.
La Península Ibérica, por su parte, recibió una serie de influencias llegadas del
exterior que sirvieron para revitalizar el desarrollo de las anteriores culturas
regionales y para ir perfilando el panorama que a lo largo de la Edad del Hierro se
acabaría convirtiendo en el mundo indígena prerromano del final de la Prehistoria.
Por un lado, las regiones occidentales participaron plenamente del apogeo cultural
de las Relaciones Atlánticas ya iniciadas desde el principio de la Edad del Bronce;
por otra parte el sector del Noreste, fundamentalmente Cataluña y el valle del Ebro,
acusó la llegada de las influencias de los Campos de Urnas centroeuropeos y,
finalmente, toda Andalucía recibió el impacto de la colonización
de fenicios y griegos llegados por el Mediterráneo. Sin embargo, esta realidad no
debe hacer pensar en una total ruptura puesto que en algunas regiones las culturas
indígenas, que venían desarrollándose durante el Bronce Medio, continuaron su
desarrollo hasta asimilar y adoptar algunas de las influencias mencionadas.
En el momento de la llegada de estas nuevas aportaciones, la cultura indígena que
mayor extensión territorial alcanzaba era la de Cogotas I, denominada así por los
hallazgos realizados en el yacimiento epónimo de la provincia de Ávila pero cuyo
foco originario puede situarse en la cuenca media del Duero, donde se detectan sus
primeras manifestaciones a finales del Bronce Medio, siendo todos los territorios
meseteños su área de mayor pujanza.
Este horizonte cultural se identificó fundamentalmente por su cerámica, que se
convirtió en un auténtico fósil-guía, ya que ofrece una uniformidad repetitiva al
aparecer siempre las mismas formas -cuencos, fuentes y vasos globulares- con una
barroca decoración geométrica efectuada con las técnicas del boquique, la excisión
o la incisión. La metalurgia, por el contrario, es mucho menos brillante,
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conociéndose sobre todo punzones de cobre o de bronce, producto seguramente de


técnicas locales.
Los hallazgos materiales se han realizado sobre todo en los lugares de
asentamiento que muestran la existencia de patrones diferentes: en cuevas, sobre
cerros en altura o en llano en las terrazas de los ríos, donde se han identificado
numerosísimos fondos de cabaña o estructuras en pozo que se denominaron así
porque se suponía serían la planta de las viviendas que ocuparon aquellas gentes;
algunos autores opinan que estas subestructuras serían sólo una parte de recintos
habitacionales más complejos. Estos fondos de cabaña son muy abundantes en el
valle del Duero y del Manzanares, donde recientemente C. Blasco ha excavado el
yacimiento de Perales del Río (Madrid), en el que ha identificado casi quinientos
hoyos repartidos en una superficie de unas cinco hectáreas, interpretándolo como
un lugar ocupado por uno o varios grupos a lo largo de varios siglos.
También se conocen enterramientos de Cogotas I que, aunque en menor número,
muestran la práctica del rito de la inhumación del cadáver acompañado de un ajuar
formado fundamentalmente por varias piezas cerámicas; las inhumaciones suelen
ser simples pero también se han encontrado casos de enterramientos dobles o
triples como, por ejemplo, el de San Román de la Hornija (Valladolid).
Las actividades económicas de estos grupos están menos documentadas ya que
todavía se dispone de pocos estudios faunísticos y polínicos. De todas maneras, los
datos disponibles apuntan a un desarrollo importante de la ganadería, sobre todo
de bóvidos y de ovicápridos, seguidos a mayor distancia por el cerdo y el caballo, y
a la pervivencia de la caza, especialmente del ciervo, que proporcionaría gran parte
de la carne consumida. También puede deducirse una actividad agrícola, tanto por
las zonas llanas de ubicación de algunos asentamientos, como por los abundantes
molinos de piedra encontrados en los fondos, dedicada principalmente al cultivo de
cereales o de las alubias, según los últimos datos del mencionado yacimiento
madrileño de Perales del Río.
Por su parte, todo el Occidente peninsular formó parte, durante la Edad del Bronce,
del denominado círculo o familia atlántica, que realmente hace referencia a una
entidad geográfica, desde el Báltico hasta la Península, caracterizada por el uso de
determinados objetos materiales. Como durante mucho tiempo no ha existido
buena documentación arqueológica sobre los poblados o las necrópolis, el estudio
de este fenómeno cultural se circunscribió fundamentalmente a la clasificación de
las piezas metálicas y al establecimiento de su evolución a lo largo del tiempo.
La mayoría de estos objetos de bronce se encontraron formando parte de depósitos
o escondrijos, en un gran número de ocasiones descontextualizados, cuya
distribución costera parecía atestiguar la importancia que jugó el mar en el
desarrollo de aquellas comunidades, estableciéndose una serie de relaciones que
fueron incrementándose hasta llegar a su apogeo durante el Bronce Final. Ruiz
Gálvez, sin embargo, ha señalado a este respecto que quizás se han trazado
esquemas demasiados imaginativos, pues hay que valorar bien las posibilidades
reales de la navegación de aquella época y de la capacidad de los barcos que
supuestamente circulaban a lo largo de las costas europeas, debiéndose pensar que
los contactos comerciales entre las distintas regiones atlánticas serían al principio
esporádicos y presumiblemente se llevarían a cabo a través de intermediarios,
volviéndose a plantear el tema de si viajarían más rápidamente las ideas e
influencias que los productos manufacturados. Así se explicaría la variedad regional
dentro de la aparente unidad de la metalurgia atlántica.
Durante el Bronce Final aumenta el número de hallazgos y los objetos de bronce se
multiplican (espadas pistiliformes y de lengua de carpa, estoques, puñales, hachas,
etcétera) al tiempo que la orfebrería alcanza una gran perfección, como lo
atestiguan los tesoros de Sagrajas (Badajoz), Berzocana (Cáceres), Sintra
(Portugal), etcétera, cuyos torques de oro macizo pueden emparentarse
tipológicamente con otras piezas bretonas o irlandesas y que por su alto valor
pueden considerarse regalos políticos, introductorios de relaciones entre distintos
grupos.
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La intensificación de estas relaciones acaba sobrepasando las costas atlánticas y


adentrándose en el Mediterráneo, con ejemplos como el depósito del Monte Sa Idda
en la isla de Cerdeña o, en nuestro territorio, el depósito de la Ría de Huelva,
exponente de la concurrencia de corrientes culturales llegadas al sur de la Península
por diferentes caminos.
Otros aspectos materiales del Occidente están peor documentados, como los
aspectos funerarios o habitacionales, pero eso no ha impedido que se intenten
nuevas interpretaciones sobre los materiales ya conocidos, basándose en los
lugares de aparición de los tesoros y depósitos y en comparaciones etnológicas,
llegándose a algunas conclusiones interesantes. En este sentido, Ruiz Gálvez piensa
que en estas sociedades de base eminentemente agrícola la tierra tendría un gran
valor y por tanto existiría la necesidad de establecer alianzas y compromisos de
tipo matrimonial para mantener y acrecentar las posesiones, contexto en el que
cobra un gran sentido el intercambio de objetos de prestigio, a modo de
transacción social; los torques de oro y otros objetos valiosos, de gran valor
intrínseco, representarían el establecimiento de alianzas en un marco de relaciones
comerciales realmente pujantes.
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1.9.3. Los Campos de Urnas en la Península

Época: Prehistoria
Inicio: Año 1100 A. C.
Fin: Año 800 D.C.

Antecedente:
La Edad del Bronce

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El cuadrante Noreste de la Península recibió el influjo cultural de los Campos de


Urnas centroeuropeos, que aproximadamente a partir del año 1100 a. C., incluso
antes, comenzaron a llegar a través de los Pirineos e introdujeron una serie de
innovaciones culturales y lingüísticas importantes, quizás sobrevaloradas en
algunos momentos de la investigación.
Durante años, fue objeto de estudio y de polémica la manera en que pudieron
entrar las nuevas formas culturales y si fueron introducidas por contingentes
humanos numerosos, hablándose de invasiones indoeuropeas para describir las
supuestas y sucesivas entradas de grupos procedentes del sur de Alemania que
habían traído los nuevos ritos funerarios, nuevos modelos de hábitat y nuevos
objetos materiales. Hoy día no puede negarse la presencia de estos influjos pero,
aunque se trata de un tema aún no cerrado, se acepta una llegada paulatina,
seguramente siguiendo el modelo de onda de avance ya analizado en capítulos
anteriores, sin ningún matiz de invasión guerrera, que continuaría una evolución
local, a partir de la absorción o simbiosis con las poblaciones indígenas
preexistentes. Rovira ha sugerido una primera llegada de elementos de Campos de
Urnas por vía marítima hasta las costas de Tarragona, donde se localizan las
necrópolis de incineración más antiguas, en vez de la tradicional vía terrestre de los
Pirineos Orientales.
Cataluña fue la primera región peninsular en la que se detectaron estas influencias,
primero en forma de cerámicas encontradas en cuevas (Janet o Marcó en la
provincia de Tarragona) y a continuación por la presencia de las primeras
necrópolis de incineración, verdadera novedad en el ritual funerario peninsular.
Las necrópolis de la zona costera, que podemos ejemplificar en la de Can Missert
(Tarrasa), muestran las típicas incineraciones en urnas cerámicas de forma bicónica
enterradas en el suelo sin protección especial, mientras que los cementerios
descubiertos en el valle del Segre ofrecen incineraciones en urnas cerámicas
protegidas por una pequeña estructura tumular (ejemplos de Llardecans o Pedrós,
en Lérida); esta variación en las sepulturas hizo pensar a algunos autores en la
penetración por los Pirineos de variadas tradiciones culturales europeas, mientras
que otros investigadores creen ver en estas estructuras de piedra una revitalización
de las viejas costumbres megalíticas plasmadas ahora en forma tumular y
asociadas al nuevo rito de la incineración.
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En las formas de hábitat también se pueden detectar innovaciones, pues surgen


poblados de nueva planta asentados en lugares elevados, con viviendas
rectangulares dispuestas alrededor del perímetro del cerro y que en algunos casos,
como el yacimiento de Carretelá en Lérida, han proporcionado fechas de C-14 del
1090 y 1070 a. C.
La difusión de las características culturales de los Campos de Urnas se produjo con
relativa rapidez, bien por la vía del Segre-Cinca, bien remontado el valle del Ebro
desde Tarragona o a la llanura de Lérida desde la costa, y pronto pueden
detectarse en el Bajo Aragón, a finales del siglo X a. C. Los cambios se perciben,
sobre todo, en las formas de poblamiento, pues en esas fechas se empiezan a
ocupar los cerros de mediana altura, situados en los valles de los ríos por su claro
valor estratégico, tanto defensivo como económico, siguiendo el modelo
denominado de calle central con las viviendas de planta rectangular adosadas y
dispuestas a lo largo del perímetro del cerro, dejando libre un espacio central
común.
Fechas todavía más antiguas las ha proporcionado el poblado de Palermo (Caspe)
cuyo nivel inferior está datado por el C-14 en 1100 a. C., con cerámicas típicas de
los Campos de Urnas Antiguos, pero es a partir del siglo X y IX cuando se percibe
una mayor densidad de hábitats, reflejo de un claro aumento de la población, que
encontró en el valle del río una zona fértil donde asentarse. Otros poblados
importantes de la misma región caspolina son los del Cabezo de Monleón, con más
de cincuenta viviendas dispuestas según el modelo típico, el de Záforas, La Loma
de los Brunos, etcétera.
Las necrópolis están peor documentadas que en Cataluña pero también se conocen
bastantes ejemplos y todas ellas son de incineración en urnas cerámicas,
protegidas por una pequeña estructura tumular. Únicamente la necrópolis de Els
Castellets de Mequinenza parece ofrecer nuevos datos, puesto que en uno de sus
túmulos, fechados entre el siglo X y IX a. C., ha aparecido un enterramiento de
inhumación que ha sido considerado muy significativo porque indica la coexistencia
de los dos rituales; por un lado, el ancestral de la Península entroncado con
la tradición megalítica y, por otro, el novedoso de la incineración cuya coincidencia
demostraría el proceso de adaptación por parte de la población indígena de las
nuevas formas culturales, en este caso el ritual funerario y las formas de las vasijas
cerámicas que acompañaban los enterramientos.
Remontando el valle del río sigue existiendo un abundante poblamiento
documentado hasta la llanada alavesa, aunque el yacimiento más significativo de
esta zona es el de Cortes de Navarra, excavado en los años 50 por Maluquer y en el
que todavía hoy continúan las investigaciones, habiendo proporcionado una
estratigrafía que documenta muy bien el tránsito del Bronce Final a la Primera Edad
del Hierro. Está situado en la terraza del Ebro y se pudo documentar tanto su
disposición urbana, del tipo calle central, como su actividad económica, ya que se
encontraron restos vegetales en muchas de las despensas de las casas; se
conservaba trigo, cebada y mijo, lo que hace suponer que el sistema empleado era
el de la rotación de cultivos y también se practicaba la ganadería con los
ovicápridos en primer término, lo que seguramente supone un aprovechamiento
lanar, seguidos de los bóvidos y del cerdo.
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1.10. Primera Edad del Hierro

Época: Prehistoria
Inicio: Año 800 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Al final de la Edad del Bronce no se detectan cambios bruscos ni discontinuidad


cultural en casi ninguna región, pero tradicionalmente se estableció el límite de la
Edad del Hierro en el 750 a. C., coincidiendo con la aparición de dicho metal en
alguna de las regiones europeas.
La utilización del hierro no fue repentina ni se produjo en todos los lugares a la vez,
puesto que a pesar del perfecto conocimiento técnico alcanzado por los
metalurgistas del bronce, el trabajo del nuevo metal implicaba algunas variaciones
como la adaptación de los hornos a mayor temperatura, la necesidad de purificar
de escorias y, sobre todo, la imposibilidad de colar el metal fundido en moldes de
piedra, como el cobre o el bronce, siendo necesario dar la forma a la pieza deseada
por martilleo en caliente y luego templarla, enfriándola bruscamente en agua fría
para obtener mayor dureza.
El descubrimiento de la tecnología del hierro se atribuye a una tribu armenia de la
que enseguida pasó a los hititas, quienes consiguieron afianzar su poder en un
amplio territorio debido, entre otras cosas, a su nuevo y más eficaz armamento. A
la caída de su Imperio, a finales del segundo milenio antes de la era, el secreto de
la reciente técnica se extendió rápidamente, tanto hacia Oriente como hacia
Europa, favorecido por la abundancia de minerales de hierro que hay en todas
partes y que haría más asequible su producción.
Algunos descubrimientos de los últimos años parecen demostrar la existencia de
pequeños objetos de hierro ya en el V milenio en algunos yacimientos del Próximo
Oriente, y su presencia más evidente en los siglos X-IX a. C. allí y en algunos
lugares de Grecia, sin que ello supusiera su generalización hasta casi un siglo
después. En el resto de Europa, tanto continental como mediterránea, su adopción
fue posterior y la intensidad de su uso, así como las consecuencias que ello pudo
implicar, son diferentes en cada caso.
Es en esta etapa de la Edad del Hierro cuando las diferencias en la evolución
cultural de unas regiones y otras se hace más patente, pues mientras Europa
continental y occidental, incluida la Península Ibérica, permanecen en la
Protohistoria, los territorios del Mediterráneo Oriental habían entrado ya en época
histórica, desarrollando altas culturas urbanas. El brillante desarrollo cultural de
estos pueblos y su posterior expansión por el Mediterráneo influyeron
decisivamente en la transformación de las restantes sociedades europeas, al
establecerse nuevas vías de comunicación y redes comerciales de intercambio entre
las colonias recién fundadas y los territorios del interior.
En la Península Ibérica se observa con claridad que no se produjo ningún cambio
cultural violento entre el período del Bronce Final y la Primera Edad del Hierro, pues
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hasta bien entrada esta última fase no se generalizó el uso del nuevo metal y no
pareció implicar cambios sociales o económicos inmediatos.
Las influencias llegadas a nuestro territorio a comienzos del primer milenio son las
que van configurando la diversidad cultural de las distintas regiones que ahora
quedan ya netamente perfiladas y que, como recordaremos, fueron los Campos de
Urnas por los Pirineos, los colonizadores fenicios y griegos por el sur y los influjos
atlánticos por la fachada occidental.
Las áreas costeras, debido a sus tradicionales y más directos contactos con el
exterior, tuvieron un crecimiento más evolucionado que las áreas del interior y, por
ejemplo, en las regiones andaluzas del suroeste se desarrolló la brillante cultura
tartésica dinamizada por las relaciones coloniales y en las costas mediterráneas la
posterior cultura ibérica. Las costas de Portugal y Galicia seguían insertas en el
círculo atlántico, ahora en decadencia debido sin duda al colapso de las redes de
intercambio de metal, y la Cataluña interior, el valle del Ebro y la Meseta
continuaban un desarrollo autóctono a partir de los influjos llegados por vía
europea.
En este capítulo nos ocuparemos de los territorios interiores y occidentales
mientras que las culturas que evolucionaron bajo la influencia directa de los pueblos
históricos mediterráneos serán tratadas más adelante.
Los tesoros y depósitos característicos del Bronce Final Atlántico comienzan a
desaparecer en este nuevo período, siendo muestra de que algo ha cambiado del
contexto social y económico precedente y que algunos autores atribuyen al colapso
sufrido en las redes de intercambio del metal que tanta pujanza habían alcanzado.
A partir de la Edad del Hierro se empiezan a detectar, en la mitad sur de los
territorios del Occidente peninsular, influencias coloniales llegadas del foco
de Cádiz y Huelva debido a la expansión de los pueblos mediterráneos que
necesitaban ampliar sus mercados y tanto en Portugal como en Extremadura se
habla de un período Orientalizante.
En el cuadrante noroccidental, es decir, en el norte de Portugal, Galicia y parte de
Asturias aparecen nuevas características culturales que poco a poco van
configurándose hasta llegar a perfilar la denominada cultura castreña del noroeste,
cuyo rasgo más distintivo es precisamente el poblado en altura fortificado o castro,
es decir, que se detecta en una auténtica unidad de hábitat coincidente con un
marco geográfico y cronológico bastante preciso. Esta cultura hunde sus raíces en
el mundo occidental atlántico, aunque a principios de la Edad del Hierro debió
recibir influencias llegadas desde la Meseta a finales de la Edad del Bronce pues se
han descubierto algunas cerámicas con decoración de boquique, típica de la cultura
de Cogotas I; posteriormente, durante la Edad del Hierro es cuando llegarían las
controvertidas influencias celtas desde la Meseta, ya que allí habitaban los
celtíberos, que eran los pueblos que sin lugar a dudas hablaban una lengua de
carácter celta. Se producirían largos procesos locales de aculturación cuyo resultado
final sería esta cultura castreña perfectamente definida que alcanzó su auge en las
fases tardías de la Edad del Hierro y que llegó incluso a sobrevivir a la dominación
romana.
Las áreas peninsulares que recibieron más directamente las influencias llegadas
desde Europa continental, sobre todo las más interiores, no alcanzaron la
prosperidad y el auge de los territorios meridionales, pero tampoco participaron
directamente de las características de la cultura europea del Hallstatt, desarrollada
durante la Primera Edad del Hierro. En todos estos lugares continuó un desarrollo
cultural propio, a partir de los primeros contactos a comienzos del milenio, en el
que se siguió practicando sin excepción el rito funerario de la incineración y el
modelo de asentamiento siguió siendo el poblado o agrupación rural que en casi
ningún caso sobrepasaba los cien habitantes.
En Cataluña es evidente la continuidad de uso en los poblados y en las necrópolis,
sobre todo en las regiones interiores. En cambio, a la zona costera llegaron pronto
las influencias coloniales -los griegos fundan Ampurias en el 550 a. C.- y a partir
del siglo VI se puede hablar ya de un horizonte cultural Ibérico Antiguo bien
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representado en yacimientos como El Coll del Moro, en Gandesa, Tarragona,


Ullastret en Gerona o Els Vilars de Arbeca en Lérida.
La llegada de los colonos, primero fenicios y después griegos, a las costas catalanas
hace pensar en que fuera a través de esta vía por la que se introdujera el
conocimiento del hierro en la Península, frente a la tradicional interpretación de
pensar que el nuevo metal había sido traído por las gentes de los Campos de
Urnas.
En el valle del Ebro, durante la etapa de la primera Edad del Hierro se observa una
continuidad desde el mundo de los Campos de Urnas en la ocupación de algunos
lugares de hábitat, aunque tras la destrucción de la ocupación anterior, caso del
poblado de Cortes de Navarra, lo que ha hecho pensar a algunos autores en la
llegada de nuevos grupos humanos que desestabilizasen en cierta manera a las
gentes ya asentadas. Otros poblados muestran continuismo en el hábitat al seguir
estando ocupados la mayoría de ellos -la Loma de los Brunos, Roquizal del Rullo,
Cabezo de Monleón- que, como recordaremos, se ubicaban sobre pequeños cerros-
o colinas de difícil acceso, caso del Cabezo de Monleón o, en el caso de que la
subida fuera practicable, se protegían con murallas, como en Les Escondines Bajas
o Tossal Redó, con claro valor estratégico, tanto defensivo como económico.
La disposición interna de los poblados responde al modelo ya conocido en el Bronce
Final de calle central, alineándose a sus lados las viviendas adosadas cuya pared
trasera sigue el perímetro del cerro haciéndolo casi inaccesible. Las casas son de
planta rectangular con la puerta en el lado más estrecho dando a la calle central y
en su interior suelen estar compartimentadas, como en el caso de Cortes de
Navarra, donde tienen tres habitaciones diferentes: un pequeño vestíbulo, a
continuación la gran habitación central donde se situaba el hogar y, a veces,
bancos corridos junto a las paredes y, al fondo, otra habitación más pequeña que
hacía recursos y cabe suponer que eso se hiciera con los personajes que tuvieran
un cierto prestigio dentro de la comunidad.
Tanto en las sepulturas que utilizan una u otra fórmula es habitual que la
incineración esté acompañada de un ajuar compuesto por los objetos que debió
utilizar en vida el difunto o por los que representaban algún símbolo después de la
muerte; destaca la presencia de armas de variada tipología y de adornos
personales como fíbulas, broches de cinturón, placas pectorales, etcétera que
constituyen, a su vez, una buena muestra de la perfección que alcanzó la industria
metalúrgica en esta época.
La Meseta es uno de los territorios más extensos de la Península, el más interior,
alejado de las costas y, por lo tanto, el que recibió con mayor lentitud las
influencias culturales llegadas desde el exterior. Durante el Bronce Final ya hemos
visto que fue el lugar donde se desarrolló con mayor fuerza la cultura de Cogotas I,
que fue perdiendo vigencia al mismo tiempo que aparecían elementos culturales
emparentables con los Campos de Urnas asentados en Cataluña y valle del Ebro
desde los primeros siglos del último milenio antes de la era.
El área más oriental de la Meseta -norte de Guadalajara y sur de Soria- y el reborde
meridional del valle del Ebro configuran el territorio que tiempo después fue la zona
nuclear de la Celtiberia clásica, solar de los celtiberos que fueron los pueblos
prerromanos más conocidos en los textos por los enfrentamientos bélicos que
mantuvieron con Roma.
La cultura celtibérica, que será tratada con más detenimiento más adelante, se
identifica perfectamente en el siglo V a. C. y en su formación es evidente que
intervinieron elementos culturales procedentes de la cultura Ibérica del Levante,
pero también está claro que existió una etapa precedente durante la Primera Edad
del Hierro, denominada Protoceltibérica, en la que se fueron gestando gran parte de
sus principales características.
En estas zonas de la Meseta y del valle del Ebro se detecta claramente un sustrato
cultural asentado desde finales de la Edad del Bronce, en el que están presentes
características típicas como el rito funerario de la incineración, modelo de
asentamiento de los poblados, en altura y con esquema de calle central, formas de
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 105 / 252

la cerámica a mano y algunos objetos de metal, todos ellos entroncados con los
Campos de Urnas precedentes.
La etapa Protoceltibérica está documentada ya en numerosos yacimientos, por
ejemplo, en las necrópolis de incineración de Cabezo de Ballesteros y La Umbría, en
el sur de la provincia de Zaragoza, en la necrópolis de incineración con estructuras
tumulares de Molina de Aragón y los poblados de Fuente Estaca y La Coronilla I, en
el norte de la provincia de Guadalajara, o los poblados de Riosalido y Guijosa, en la
misma provincia pero cerca ya de su límite con Soria.
En la Meseta más occidental, que fue el territorio originario de la cultura indígena
de Cogotas I, también se detecta la presencia de elementos culturales nuevos,
emparentados con el mundo de los Campos de Urnas, desde los últimos momentos
de la Edad del Bronce y con más nitidez desde el comienzo de la Primera Edad del
Hierro, que dan lugar al horizonte cultural conocido con el nombre de grupo de Soto
de Medinilla.
Entre las características culturales de todos estos pueblos meseteños de la Primera
Edad del Hierro destacan el rito funerario de la incineración y los asentamientos en
cerros medianamente elevados con el esquema urbanístico de calle central, ambos
descritos con detenimiento en líneas precedentes, así como cerámicas fabricadas
todavía a mano de formas bicónicas suaves.
En cuanto a la actividad económica de estos pueblos, que no pasaron de ser
núcleos rurales más o menos grandes, parece que se basaba fundamentalmente en
la agricultura, ya que la ubicación de los poblados elige siempre los valles de los
ríos donde las tierras aluviales son muy propicias para el cultivo, y en la ganadería,
documentada por los análisis de fauna de los distintos yacimientos, sobre todo en
aquellos lugares en que los suelos son menos fértiles.
A la tradicional explotación de la cabra y la oveja hay que añadir la de los bóvidos,
cuya significación económica -por la cantidad de carne proporcionada por cada
individuo- y social debió ser grande ya que en las necrópolis de incineración, como
por ejemplo Sigüenza, se han encontrado ofrendas de vacas junto a algunas
sepulturas, lo que podría indicar el reconocimiento social que tenía el hecho de
poseer uno de estos animales. También debió ir adquiriendo importancia el caballo
tanto por su valor económico como por su valor bélico y social, dando testimonio de
esto último la presencia de molares en las necrópolis y la abundancia de bocados
de caballo entre las piezas de los ajuares de las sepulturas, lo que parece confirmar
las posteriores citas de los textos clásicos en los que se señalaba a los celtíberos
como consumados jinetes.
Otra actividad peor documentada entre estos pueblos del interior peninsular es la
del comercio a larga distancia, que en las regiones continentales europeas tuvo una
gran importancia durante la Primera Edad del Hierro al establecerse importantes
redes comerciales con las colonias del Mediterráneo (Marsella). Aunque en la
Península no se conocen los intercambios tan espectaculares de la Borgoña o el sur
de Alemania, están documentados en las necrópolis de incineración, del final de la
Primera Edad del Hierro y de época celtibérica, en los que los ajuares más ricos
tienen algunas piezas -broches de cinturón de tipo ibérico, urnas de orejetas- que
pueden considerarse objetos de importación desde la zona levantina y que
seguramente marcaban las diferencias sociales existentes entre su poseedor y el
resto de la población allí enterrada.
Este es el panorama cultural que ofrecía la Península Ibérica a comienzos de la II
Edad del Hierro, última etapa de la Prehistoria en la que los pueblos indígenas
ágrafos entraron de lleno en la órbita de otras culturas superiores, perfectamente
urbanas. Los griegos y los fenicios habían visitado y habían fundado colonias en
nuestro territorio varios siglos atrás y en el año 218 a. C. los romanos
desembarcaron en Ampurias, a causa del conflicto desencadenado por las guerras
púnicas, iniciándose el proceso de la romanización que será tratado con detalle en
el próximo volumen.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 106 / 252

1.11. Bibliografía sobre Prehistoria en la Península Ibérica


OBRAS GENERALES

J. L. Arsuaga e I. Martínez, La especie elegida. La larga marcha de la evolución


humana. Ed. Temas de Hoy. Madrid, 1998.
T. Champion y cols., Prehistoria de Europa. Barcelona, Ed. Crítica, 1988.
S. J. Laet, "La Arqueología y la Prehistoria", en Corrientes de la investigación en las
Ciencias Sociales, vol. 2, Madrid, Ed. Tecnos-Unesco, 1981.
A. Leroi-Gourhan (dir.), Dictionnaire de la Prehistoire. París, Ed. P.U.F., 1988.
C. Renfrew y P. Bahn, Arqueología. Teoría, métodos y práctica. Madrid, Ed. Akal,
1993.
C. H. Scarre (dir.), Past world. The Times Atlas of Archaeology, Verona, Times
Books ltd., 1988.
VV.AA., Manual de Historia Universal. Prehistoria, Madrid, Ed. Nájera, 1983.
VV.AA., Los Orígenes de España. Historia General de España y América, Madrid, I-
1, Ed. Rialp, 1985.
A. Moure, J. Santos, M. Roldán, Manual de Historia de España. 1. Prehistoria. Hª
Antigua, Madrid, Historia 16, 1991.
H. Thomas, Nuestros orígenes. El hombre antes del hombre. Ediciones B, S.A.
Barcelona, 1997.

PALEOLÍTICO Y EPIPALEOLÍTICO

A.G. Dawson, Ice Age Earth. Late Quaternary Geology and Climate, Routledge,
Londres y Nueva York, 1992.
C. Gamble, El poblamiento paleolítico de Europa, Barcelona, Ed. Crítica, 1990.
S. Jones, J. Martin y D. Pilbeam (eds.), The Cambridge University Press, 1992.
R. Leakey y R. Lewin, Nuestros orígenes. En busca de lo que nos hace humanos,
Barcelona, Ed. Crítica., 1994.
A. Moure Romanillo y M. R. González Morales, La expansión de los cazadores.
Paleolítico Superior y Mesolítico en el Viejo Mundo, Hª Universal, Prehistoria, 3
Madrid, Ed. Síntesis, 1992.
L. R. Nougier, L'Art de la Prehistoire. Le livre de poche, París, 1993.
E. Ripoll Perelló, El arte paleolítico, Madrid, vol. 3 de la Historia del Arte de Historia
16, 1989.
M. Santonja y P. Villa, "The Lower Peleolithic of Spain and Portugal", Journal of
World Prehistory, 4:45-94, 1990.
L. G. Vega Toscano, "El hombre de Neardental y el Paleolítico Medio en España",
Revista de Arqueología, 29:42-55, 1983.
VV.AA., Arte rupestre en España, Madrid, Zugarto eds., 1987.
M. A. Williams, D. L. Dunkerlwy, P. De Deckker, A. Kershaw y T. J. Stokes,
Quaternary Environments, Londres, Edwuard Arnold, 1993.

NEOLÍTICO

A. Beltrán, El arte rupestre del Levante español, Madrid, Ediciones Encuentro,


1982.
J. Bernabeu y cols., Al oeste del Edén. Las primeras sociedades agrícolas en la
Europa Mediterránea. Madrid, Ed. Síntesis 1993.
M. N. Cohen, La crisis alimentaria en la prehistoria, Madrid, Ed. Alianza, 1981.
V. G. Childe, Los orígenes de la civilización, Madrid, Ed. F. C: E. ( 1ª de. Inglesa
1936), 1981.
L. Dams, Les peintures rupestres du Levant espagnol. París, Picard ed., 1984.
M. Harris, Caníbales y reyes. Los origenes de las culturas, Barcelona, Ed. Argos
Vergara, 1983.
P. López (coord.), El Neolítico en España, Madrid, Ed. Cátedra, 1988.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 107 / 252

B. Martí y M. Hernández, El Neolitic Valenciá. Art Rupestre i cultura material,


Valencia, Diputación provincial, 1988.
VV.AA., El Neolitic a Catalunya, Barcelona. Publicaciones de la Abadía de
Montserrat, 1981.
VV.AA., El Megalitismo en la Península Ibérica, Madrid, Ministerio de Cultura,1987.

EDAD DE LOS METALES

M. Almagro Gorbea y G. Ruiz Zapatero, Paleontología de la Península Ibérica,


Madrid, Complutum, 2-3,1992.
C. Blasco, El Bronce Final, Madrid, Ed. Síntesis, 1993.
R. Chapman, La formación de las sociedades complejas. El Sudeste de la Península
Ibérica en el marco del Mediterráneo Occidental, Barcelona, Ed. Crítica, 1991.
G. Delibes y M. Fernández Miranda, Los orígenes de la civilización. El Calcolítico en
el Viejo Mundo, Madrid, Ed. Síntesis, 1993.
A. Gilman y J. B. Thornes, Land-use and Prehistory in South-East Spain, Londres,
1988.
R. J. Harrison, "The Bell-beaker cultures of Spain and Portugal", American School of
Prehistoric Research, Bulletin, 35. Peabody Museum. Harvard University, 1977.
V. Lull, La cultura de El Argar, Madrid, Ed. Akal, 1983.
I. Martínez Navarrete, Una revisión crítica de la Prehistoria española. La Edad del
Bronce como paradigma, Madrid, Ed. Siglo XXI,1989.
VV. AA., II Symposium sobre los Celtíberos. La necrópolis, Zaragoza, Institución
Fernando El Católico, 1990.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 108 / 252

1.12. La cultura tartésica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Siguientes:
El valor de las fuentes literarias
Las fuentes arqueológicas
Proceso histórico de Tartessos
El final del mundo tartésico
El problema de la escritura tartésica
Bibliografía sobre Tartessos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En la actualidad el proceso histórico de las poblaciones del Suroeste, conocido como


cultura tartésica, se pone en relación con el horizonte cultural "orientalizante" (M.E.
Aubet), que afecta de forma desigual a Grecia, Italia y el Sur de España,
representando, según esta autora, una transición entre las culturas
protohistóricas y geométricas del Mediterráneo y la civilización histórica clásica, con
el acceso de las poblaciones de estas áreas a formas de vida urbana, en un período
cronológico que se enmarca entre el s. VII y el s. VI a. C.
En opinión de M.E. Aubet, el horizonte que conocemos como cultura tartésica nace
exclusivamente de la componente fenicia y como fenómeno más "oriental" que
"orientalizante", dado que las colonias fenicias del litoral de Granada, Málaga y
Cádiz ya estaban fundadas desde mediados del s. VIII a. C. y su auge económico
se inicia en el año 700 con la penetración generalizada de importaciones fenicias
hacia el interior, lo que da como resultado un proceso de "aculturación" que
conducirá a lo largo de los siglos VII y VI a.C a una serie de cambios culturales
conocidos con el nombre de horizonte tartésico orientalizante.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 109 / 252

1.12.1. El valor de las fuentes literarias

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La cultura tartésica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En los últimos años se ha producido una renovación total de nuestros


conocimientos sobre Tartessos, mediante el análisis de los hallazgos
arqueológicos y una revisión crítica de las fuentes literarias, lo que ha hecho
conseguir una perspectiva distinta del conocimiento de la historia de Tartessos.
Hay posibles referencias a Tartessos en una serie de fuentes semíticas y en las
tradiciones míticas griegas. Entre las primeras destacan las menciones a la Tarsis
bíblica contenidas en los libros del Antiguo Testamento y las alusiones a Tarsis en la
estela de Nora y la inscripción del emperador asirio Asharadón. En el Antiguo
Testamento la palabra Tarsis es utilizada como antropónimo, piedra preciosa, tipo
de barco y topónimo. La identificación de este topónimo no ha sido uniforme. Así,
mientras para unos autores hay que situarlo en el Mar Rojo, sin tener en cuenta la
fecha de composición de la fuente, para otros Tarsis es Tartessos,
independientemente también de la cronología. Lo más probable es que, según la
época de composición del texto y la concepción del mundo que tenían los hebreos
como algo cerrado, en una primera etapa (primeros años del I milenio a.C.) se
refiriera al Mar Rojo como tierra prometida, teniendo relación en las referencias
más modernas con Tartessos, debido al comercio que realizan los fenicios con el
occidente del Mediterráneo a partir del siglo VIII a.C. Tanto González Wagner,
como Bunnens y Alvar consideran que la referencia a Tarsis es una referencia a
Occidente, bien en su conjunto, bien en un lugar más concreto de Occidente. El
agrupamiento b-trss de la primera línea de la estela de Nora y la inscripción de
Asharadón en que este emperador asirio se vanagloria de haber conquistado
muchos países marítimos, entre ellos el país de Tar-si-si, refuerzan la localización
mediterránea occidental de la Tarsis bíblica.
Las tradiciones míticas griegas pueden dividirse en dos grupos: las que ofrecen una
información indirecta en un momento anterior a la expansión colonial histórica de
los siglos VIII y VII a.C. y las que aluden específicamente a Tartessos. A éstas hay
que añadir las tradiciones de carácter histórico. Al primer grupo pertenecen las
leyendas de los nostoi (vuelta a casa de los caudillos de la guerra de Troya -Ulises,
Anfiloco, Teucro, Antenor, etc.-), de los Argonautas y su ubicación occidental,
posiblemente por razones de tipo político-económico de determinadas ambiciones
coloniales en Occidente, y la ubicación occidental del mito de las Gorgonas y las
hazañas de Perseo por Hesíodo (Teogonia, 274 y ss.-segunda mitad del siglo VIII
a.C.), sin duda porque el inicio de la gran colonización impone la búsqueda de una
región nebulosa más lejana. Entre las tradiciones míticas griegas que aluden
específicamente a Tartessos se encuentran el mito de Gerión y el décimo trabajo
de Hércules, localizados en la Península Ibérica, porque en un determinado
momento constituyó para los griegos el fin occidental del mundo y cuya historicidad
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 110 / 252

es extensamente rechazada, las tradiciones míticas griegas, sin mención específica,


pero que han sido relacionadas con esta cultura peninsular (leyendas y mitos
relativos al jardín de las Hespérides y el undécimo trabajo de Hércules, el de Atlas,
Prometeo y los Titanes, así como la leyenda de la Atlántida) y el mito
de Gárgoris y Habis, que es el más célebre de los relacionados con Tartessos y
sobre el que se han realizado estudios e interpretaciones muy abundantes,
intentando a menudo con él la reconstrucción interna de Tartessos. Entre estos
estudios destacan los de Caro Baroja, Maluquer, Blázquez, Vigil, Ruiz Rodríguez,
Bermejo y García Moreno, para quienes el referido mito sería el reflejo de un
sistema monárquico con una monarquía divina de tipo hereditario y una sociedad
dividida en clases. En opinión de González Wagner se trata de una creación tardía
determinada por los postulados teóricos de la antropología helenística y aplicada
artificialmente a los orígenes de Tartessos.
Finalmente se conocen también una serie de tradiciones de carácter histórico
recogidas por Estesícoro (raíces argénteas del río
Tartessos), Anacreonte (longevidad de su monarca Argantonio), Hecateo (habla de
una tal Helibyrge, ciudad de Tartessos), Heródoto (Tartessos como emporio de gran
riqueza más allá de las Columnas de Hércules, así como de relaciones con los
focenses), Eforo, Aristófanes, Estrabón (Tartessos como ciudad, río, región y centro
de contratación de metales) y Avieno, que ofrece la más abundante información de
índole geográfica. Habla de una ciudad llamada Tartessos que identifica con Cádiz,
confusión que podría arrancar de época helenística.
En general podemos decir que las reconstrucciones históricas sobre Tartessos se
han visto a menudo artificialmente enriquecidas debido a la utilización de una
documentación literaria perteneciente con frecuencia a tradiciones tardías y en
muchas ocasiones ajenas al mundo autóctono peninsular. En este panorama los
testimonios realmente significativos son bastante reducidos.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 111 / 252

1.12.2. Las fuentes arqueológicas

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La cultura tartésica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Los hallazgos arqueológicos realizados hasta el momento no permiten hablar de


una ciudad concreta, sino de una zona geográfica, más o menos delimitada por las
características que éstos presentan. Es precisamente en la actualidad la arqueología
quien puede aportar novedades para revisar lo relacionado con la cultura tartésica.
En este sentido el estudio de las estratigrafías de Carmona, Colina de los
Quemados, Ategua, Cabezo de San Pedro, Lora del Río, así como de los poblados
de Medellín, Riotinto o Carambolo y las necrópolis de Setefilla y Medellín han
aumentado las perspectivas de nuevos análisis.
El horizonte cultural tartésico arranca del Bronce Final y experimenta una evolución
determinada por dos factores, su propio desarrollo interno y la influencia de
los pueblos colonizadores del Mediterráneo. En la evolución de este horizonte
cultural tartésico, que no es uniforme, podemos distinguir tres grandes fases:
1. Período inicial, con una cronología incierta entre el siglo IX y mediados del siglo
VIII a.C., definido por la ausencia de cerámica hecha a torno, que demuestra la
falta de contactos directos con el Mediterráneo central y oriental. Algunos autores
hablan de este período como fase última del Bronce Final del Suroeste andaluz.
2. Período medio, entre mediados del siglo VIII o un poco antes y los primeros años
del siglo VII a.C. Continúa la cerámica hecha a mano, aunque aparecen las
primeras piezas a torno, y se documentan las primeras relaciones con la
colonización fenicia.
3. Período final, desde los inicios del siglo VII y hasta mediados del siglo VI, etapa
en la que se intensifica la influencia colonial fenicia, se generaliza la cerámica a
torno, aumenta el comercio de minerales, todo lo cual da como consecuencia la
orientalización de la cultura tartésica.
Pero junto a elementos de cultura fenicia aparecen en el sur de la Península entre
los siglo VIII y VI a.C. piezas griegas, sobre todo de cerámica dentro de
yacimientos de filiación fenicia o pertenecientes al ambiente tartésico.
Para García y Bellido, Blanco Freijeiro y Blázquez, Tartessos es el resultado del
impacto orientalizante (fenicio y griego) sobre las poblaciones indígenas del
suroeste peninsular. Para otros investigadores, en lo referente a la cultura material,
lo tartésico sería lo indígena y todo lo oriental encontrado en el sur de la Península
sería foráneo.
En resumen, podemos decir que a comienzos del Bronce Final se produce un
cambio en el horizonte cultural de esta zona con la aparición de elementos nuevos.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 112 / 252

El sur y sureste de la Península presentan una facies cultural característica y propia


que se extiende a lo largo del Guadalquivir, Huelva y, con sustanciales diferencias,
el sur de Portugal hasta la desembocadura del Tajo, con presencia de nuevos tipos
cerámicos entre los que sobresalen la cerámica de retícula bruñida y la geométrica
pintada. Tartessos no es el período orientalizante de Andalucía, sino algo más
complejo, donde el período orientalizante es sólo una fase.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 113 / 252

1.12.3. Proceso histórico de Tartessos

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La cultura tartésica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El proceso histórico de Tartessos está en relación con un proceso de


transformaciones estructurales que dan como resultado una diferencia clara entre
las comunidades autóctonas meridionales del denominado Bronce Final de la
Península, en el que no existen todavía estímulos coloniales, y las poblaciones de
época posterior en las que la influencia mediterránea conduce a una realidad
cultural nueva.
En este proceso ha tenido lugar el contacto entre dos culturas distintas, la fenicio-
oriental, de tradición urbana, economía desarrollada y diversificada y sociedad
compleja y estratificada, con una estructura política avanzada en el marco de la
ciudad-estado, y la autóctona del Bronce Final del Suroeste, rural de carácter
preurbano, con una organización social simple y poco diferenciada, una economía
agrícola y ganadera con muy poco peso de las prácticas artesanales y metalúrgicas
y sin una clara especialización.
Este panorama debió sufrir una profunda modificación por la demanda fenicia de
metales, de lo que es un claro indicio la aparición y desarrollo de la industria de
bronces tartésicos, el aumento de los yacimientos mineros explotados y de las
cantidades de metal producidas, así como de nuevas técnicas (Río Tinto y
Quebrantahuesos).
El eje del motor económico se desplaza hacia las prácticas mineras y metalúrgicas,
siendo los fenicios los agentes de esta transformación socioeconómica al aportar
innovaciones en la minería y la metalurgia, así como el conocimiento del torno de
alfarero y el hierro. Todo esto conduce a una diversificación de las prácticas
económicas de las poblaciones locales, lo que favorece la tendencia hacia una
diversificación y estratificación social, a la vez que se debilitan paralelamente los
vínculos internos de parentesco de las poblaciones autóctonas, al orientar hacia el
exterior a las unidades, que son a la vez productivas.
El proceso de diversificación económico-social favoreció la aparición de sectores
productivos especializados (minería, metalurgia, orfebrería y cerámica), con una
mayor productividad que propicia la aparición de un excedente, del que se apropia
una aristocracia militar, y el desplazamiento de la vida rural hacia formas de
poblamiento de carácter netamente urbano, como puede verse en Cabezos de
Huelva, Colina de los Quemados, Ategua y el Castro de Medellín.
Pero estas transformaciones estructurales no sólo tienen lugar localmente, sino a
nivel regional. Como consecuencia de la demanda fenicia se hace preciso un control
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 114 / 252

efectivo sobre las zonas de producción metalífera y sobre las vías internas de
comunicación hacia la costa. Esta unificación de la estructura económica favorecía
el desarrollo de tendencias hacia alguna forma de unificación política. Las fuentes
literarias (Heródoto, Anacreonte y el viaje de Coleo de Samos) hacen referencia a
un basileus Argantonio, que gobernaba sobre Tartessos en la segunda mitad del
siglo VII a.C. y cuyas características eran gran longevidad, pacifismo y hospitalidad.
No obstante, el término basileus no debe ser usado como testimonio inequívoco de
la existencia de una monarquía tartésica, dado que los griegos lo utilizaban para
referirse a los gobernantes de los pueblos bárbaros y por oposición a sus propios
sistemas de gobierno. Hay que tener en cuenta, también, la posible falsedad
histórica de las fuentes literarias que dan noticia de unas pretendidas dinastías
mitológicas (Gerión, Gárgoris y Habis) para sustentar la existencia real de una
monarquía tartésica de la cual Argantonio podría considerarse como descendiente.
Además, arqueológicamente el Bronce Final del Suroeste únicamente nos permite
hablar de unas sociedades incipientemente jerarquizadas sin traspasar la estructura
de grupos familiares gentilicios con jefes de carácter guerrero.
Por otra parte, hay que tener en cuenta las propias diferencias regionales y las
particularidades culturales, con las diferencias socio-políticas y socioeconómicas
derivadas. En el Suroeste, Huelva parece ser la zona que recibió un mayor impacto
de la presencia fenicia con transformaciones más intensas.
De este modo, según González Wagner, debemos considerar la muy probable
existencia de un proceso de unificación política en torno al núcleo más avanzado, la
región de Huelva. Tal proceso no se manifiesta en la aparición de un estado
territorial con una estructura política monárquica, sino en una especie de
confederación tartésica en la que los distintos caudillos locales reconocerían la
autoridad de un jefe común, Argantonio.
En todo el Mediterráneo y no sólo en Tartessos se conoce la existencia de un
período orientalizante, que al parecer se debe más a un proceso de difusión cultural
de técnicas y modelos de raíces orientalizantes que a una transformación profunda
de las estructuras culturales propias de cada una de estas áreas, que siguen
conservando su fondo original. Por otro lado, gran parte de estos restos materiales
orientalizantes de carácter suntuario (marfiles, bronces y joyas) sólo son
representativos de las elites locales y no del conjunto de la población tartésica. Con
frecuencia estos objetos materiales tomados del exterior se superponen sobre las
prácticas locales sin modificarlas.
En otro orden de cosas, a partir del siglo VII a.C. la arqueología documenta un
repentino crecimiento demográfico de los asentamientos fenicios del Mediterráneo
Central y Occidental, a la vez que el establecimiento de otros nuevos, debido, al
parecer, a la presión asiria sobre los territorios agrícolas fenicios del interior.
Nos encontramos de este modo con un proceso en dos etapas: en un primer
momento se producen transformaciones estructurales en el ámbito económico,
social y político, debidas a la demanda comercial de los semitas y que aceleran la
evolución del mundo autóctono, para pasar después a la implantación de
comunidades agrícolas semitas en las tierras tartésicas del interior (Sevilla,
Extremadura y quizá Córdoba). Se produce, de este modo, una asimilación de los
indígenas, bien como mano de obra agrícola en los asentamientos coloniales
fenicios, bien como fuerza de trabajo industrial en las factorías, que se convierten
en elementos directos de aculturación.
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1.12.4. El final del mundo tartésico

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La cultura tartésica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario
Una serie de acontecimientos, entre los que posiblemente el principal sea la
fundación de la colonia focense de Massalia (Marsella) influyen de manera clara en
el debilitamiento del reino de Tartessos. La fundación de Massalia al final de la vía
interior del estaño en la desembocadura del Ródano perjudicó al abastecimiento del
estaño en el mediodía peninsular, de modo que a finales del siglo VI a.C. ya no
existen representaciones de la gran metalurgia del bronce en Tartessos.
Los fenicios ya no pudieron proporcionar a los indígenas el estaño necesario para la
fabricación de bronces y la propia actividad económica de los fenicios, que actuaban
como intermediarios, se vio afectada, lo que se refleja en una importante crisis en
los asentamientos fenicios del círculo del Estrecho.
Políticamente este proceso desembocó en la ruptura de la unidad de la
infraestructura económica regional y la consiguiente ruptura del equilibrio político,
dividiéndose el territorio en un mosaico de "taifas" donde ningún jefe local estuvo
en condiciones de controlar un territorio más amplio del que tradicionalmente
pertenecía a su grupo.
El periplo del almirante cartaginés Himilcón (ca. 500 a.C.) supone un intento de los
cartagineses, que surgen ahora como potencia mediterránea, por reorientar de
nuevo la demanda del estaño atlántico, en un momento en que la industria del
bronce en Cartago es floreciente y se ha producido una crisis en Massalia.
Parece ser que los cartagineses han devuelto el control del estaño atlántico a los
fenicios de Gadir, que lo conservarán en época romana, probablemente a cambio
de ser abastecidos de este mineral por ellos en condiciones ventajosas. Al mismo
tiempo Cartago sustituyó a los fenicios como proveedor de plata y otros metales en
el Mediterráneo central y oriental.
La actividad económica de los fenicios peninsulares se centró en la obtención del
estaño atlántico, al menos por parte de Gadir, y en la explotación y comercio de la
sal y sus derivados, probablemente ambos en régimen de monopolio, lo que no
favorecía una reactivación de las prácticas económicas tartésicas tradicionales.
Paralelamente se produce la transformación de una economía del bronce en una
economía del hierro, propia ya de tiempos ibéricos, donde el Suroeste se vio
relegado por otras áreas productoras de hierro.
En resumen, se produce un estancamiento del mundo tartésico que adquiere unos
rasgos arcaizantes frente al despegue de lo propiamente ibérico, donde los
estímulos coloniales púnicos y griegos actuaron de modo similar a los fenicios en el
Suroeste peninsular en la etapa anterior.
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1.12.5. El problema de la escritura tartésica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La cultura tartésica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En opinión de De Hoz, la más antigua escritura hispánica surge en la zona del


Suroeste con una relación directa con la escritura fenicia, por el contacto que desde
el siglo VII a.C. mantienen los fenicios con los habitantes indígenas de las costas de
la Península. Según él esta escritura, la única autóctona utilizada durante dos siglos
en la Península, se extendió por todo el Sur hasta alcanzar las costas mediterráneas
en el Este, donde el contacto con los griegos va a dar lugar a la escritura
semisilábica ibera. También se extiende hacia el Occidente en el Algarve
portugués.
Según Correa, los testimonios más antiguos de escritura en la Península Ibérica son
los conjuntos de grafitos aparecidos en Huelva y Medellín (siglos VII y VI a.C.),
siendo de época posterior (siglo IV ó III) el hallado en Córdoba.
La epigrafía del Suroeste la forman un grupo homogéneo de estelas de las que
conocemos 71, buena parte fragmentadas y 12 perdidas. Todos estos epígrafes
realizados en piedra son posiblemente estelas funerarias y han sido halladas en
territorio portugués, excepto 5 en España (Alcalá del Río, Puente Genil, 2 en
Extremadura, etc.). Su cronología oscila entre el siglo VII y el V/IV a.C. La lengua
en que están escritas aún no ha sido descifrada, aunque Correa, siguiendo a Tovar,
piensa que el signario del Suroeste es la escritura tartesia propiamente dicha.
El signario conocido hasta el presente comprende 51 signos, pero sin que haya
seguridad de que todos ellos tengan valor fonético y no otra función.
González Wagner, por su parte, piensa que la escritura tartésica sirve de soporte a
una lengua local que, aunque recibió préstamos de los fenicios, no fue desplazada
por la lengua de éstos, sino que se perpetuó conectando con la llamada época
ibero-turdetana.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 117 / 252

1.12.6. Bibliografía sobre Tartessos


Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La cultura tartésica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Tartessos ha sido objeto de varios Coloquios, Symposia y publicaciones de carácter


monográfico, aparte de otros muchos estudios particulares. Entre los primeros
destacan el V Symposium de Prehistoria Peninsular, Barcelona 1969 y el número
38-40, 1976-78 de la revista Ampurias.
Sobre los orígenes de Tartessos la bibliografía más interesante es A. SCHULTEN,
Tartessos, Madrid, 1945; J. MALUQUER DE MOTES, "Nuevas orientaciones en el
problema de Tartessos", en I Symposium de Prehistoria Peninsular, Barcelona,
1959, págs 273-301; J. DE M. CARRIAZO, Tartessos y "El Carambolo", Madrid,
1973; J.M. BLÁZQUEZ, Tartessos y la colonización fenicia en Occidente, Salamanca,
1975; M. BENDALA, "Notas sobre las estelas decoradas del S.W. y los orígenes de
Tartessos", en Habis, 8, 1977, págs. 177-207; Id., "Las más antiguas navegaciones
griegas en España y el origen de Tartessos", en AEA, 52, 1979, págs. 33-38; Id.,
"Historia de Tartessos", en Historia de Andalucía, Madrid, 1980, págs. 93 ss.; M.E.
AUBET, "Algunas cuestiones en torno al período orientalizante tartésico", en
Pyrenae, 13-14, 1977-78, págs. 81-107; E. C. GONZÁLEZ WAGNER, Fenicios y
cartagineses en la Península Ibérica, Madrid, 1983; Id., "Aproximación al proceso
histórico de Tartessos, AEA, 56, 1983, págs. 3-37; Id., "Notas en torno a la
aculturación de Tartessos", en Gerión, 4, 1986, pp. 129-160; J.B. CIRKIN, "Les
grecs et Tartessos", en La region mediterranéenne durante el premier milenaire av.
n. e., Leningrado 1984; Y.B. TSIRKIN, "The Greeks and Tartessos", en Oikumene,
5, 1986, págs. 163-171 y F. Gascó, "Gárgoris y Habis. La leyenda de los orígenes
de Tartessos", en Revista de Estudios Andaluces, 8, 1987, págs. 127-145.
Respecto al problema de las fuentes literarias y la arqueología pueden verse U.
TÄCKHOLM, "Tarsis, Tartessos und die Säulen des Herakles", en OR, 5, 1965, págs.
143 ss.; Id., "Neue Studien zum Tarsis-Tartessosproblem", Opus, 10, 3, 1974,
págs. 41-57; P. CINTAS, "Tarsis-Tartessos-Gadés" , en Semitica, 16, 1966, págs.
5-37; J. ARCE, "Tharsis-India-Aethiopia: a propósito de Hieronm., Ep. 37" , en Riv.
Stud. Fen., 5, 2, 1977, págs. 127-130; M. ALMAGRO BASCH, "El problema de
Tartessos según los documentos arqueológicos", en Cuaderni del Centro di Studi
per l'archeologia etrusco-itálica 2, 1978, págs. 11-20 (=RUMadrid, 1, 1981, págs.
54-73); W. TYLOCH, "Le probléme de Tarsis a la lumiére de la philologie et
1'exegese", en II Congres International d'études des Cultures de la Mediterranée
Occidéntale II, 1978, págs. 46 ss.; L. GARCÍA IGLESIAS, "La Península Ibérica y las
tradiciones griegas de tipo mítico", en AEA, 52, 1979, págs. 131-140; L. GARCÍA
MORENO, "Justino 44, 4 y la historia interna de Tartessos", en AEA, 52, 1979, págs.
111-131; S.B. HOENIG, "Tarshish", en Jewish Quaterly Rewiew 69, 1979, págs. 181
ss.; J. ALVAR, "Aportaciones al estudio del Tarshish bíblico", en Rív. Stud. Fen., 10,
1982, págs. 211-230; M. KOCH, Tarshisch und Hispanien, Berlín, 1984; J. GIL,
"Tarsis y Tartesos", en Veleia, 2-3, 1985-86, págs. 421-432; E.C. GONZÁLEZ
WAGNER, "Tartessos y las tradiciones literarias", en Riv. Stud. Fen., 19, 2, 1986,
págs. 201-228; J.G. CHAMORRO, "Survey of archaeological research of Tartessos",
en American Journal of Archaeology, 91, 1987, págs. 197-232; J. TISCHLER, "Der
Ortsname Tarsos und Verwandtes", en Zeitschrft für Vergleichende
Sprachforschung, 1987, págs. 339-350.
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Entre los trabajos sobre la realeza tartésica están los siguientes: A. SCHULTEN,
"Tartessos, la más antigua ciudad de Occidente", en Revista de Occidente, 1, 1923,
págs. 67-94; W. BURKERT, "Le myte de Géryon: perspectives préhistoriques et
tradition rituelle", en B. Gentili y G. Paione, Il mito Greco, Atti del Convegno
Internazionale, Urbino 1-12 Mayo, 1973, Roma, 1977, págs 273-283; J.C. BERMEJO
"La función real en la mitología tartésica. Gárgoris, Habis y Aristeo", en Habis, 9,
1978, págs. 215-232; Id., Mitología y mitos en la Hispania prerromana, Madrid,
1982.
La sociedad y la economía de Tartessos, aparte de en varios de los títulos ya antes
mencionados, puede verse en J J. JULLY, "Le marché du métal en Mediterranée
Occidentale au premier âge du fer: sémites et etrusques", en OR, 6, 1968, págs. 27
ss.; J. ALVAR, "El comercio del estaño atlántico en el período orientalizante", en
MHA, 4, 1980, págs. 43-49; A. BISI, " Elementi orientali e orientalizzanti
nell'artigiano tartessico", en Riv. Stud. Fen., 8, 1980, págs. 225 ss.; A. PRIETO
ARCINIEGA, "La pervivencia del elemento indígena en la Bélica", en Faventia, 2, 1,
1980, págs. 37-46; M.E. AUBET, "La aristocracia tartésica durante el período
orientalizante", en Opus, 3, 1984, págs. 445-468; M.C. FLORIDO NAVARRO, "Las
ánforas del período orientalizante e iberopúnico del Carambolo (Sevilla)", en Habis,
16, 1985, págs. 487-516.
Las relaciones entre Tartessos y el mundo griego y fenicio, así como la influencia de
estos elementos en el origen de la cultura ibérica pueden verse, aparte de en
trabajos ya antes citados, en J.P. MOREL, "Les phoceens dans 1'extreme Occident
vus depuis Tartessos", en La parola del passato, 120-123, 1970, págs. 285-289; M.
ALMAGRO BASCH, "Las raíces del arte ibérico", en L'Aniversario de la Fundación del
Laboratorio de Arqueología, 1924-1974, Valencia, 1975, págs. 251 SS.; Id.,
"Resistencia y asimilación de elementos culturales del Mediterráneo oriental en la
Iberia prerromana", en Assimilation et résistence á la culture gréco-romaine dans le
Monde Ancien, Bucarest-París, 1976, págs. 126-130; O. ARTEAGA y M.R SERNA,
"Influjos fenicios en la región del Bajo Segura", en CAN, 13, 1975, págs. 737-750;
L. ABAD CABAL, "Consideraciones en torno a Tartessos y el origen de la cultura
ibérica", en AEA, 52, 1979, págs. 175-193; M. BENDALA, "Las más antiguas
navegaciones griegas en España y el origen de Tartessos", en AEA, 52, 1979, págs.
33-38; J. ALVAR, La navegación prerromana en la Península Ibérica: colonizadores
e indígenas, Madrid, 1981; Y.B. TSIRKIN, "The Greeks and Tartessos", en
Oikumene, 5, 1986, págs. 163-171.
Sobre la escritura véase J. DE Hoz, "Escritura e influencia clásica en los pueblos
prerromanos de la Península Ibérica", en AEA, 52, 1979, págs. 227-250; Id.,
"Escritura fenicia y escrituras hispánicas. Algunos aspectos de su relación", en Aula
Orientalis, 4, 1986, págs. 73-84; J.A. CORREA, "Escritura y lengua prerromanas en
el sur de la Península Ibérica", en Unidad y pluralidad en el mundo antiguo, Actas
del VI CEEC, Madrid, 1983, págs. 397-411.
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1.13. Las colonizaciones fenicia, griega y púnica en la P. Ibérica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 200 D.C.

Siguientes:
La colonización fenicia
La colonización griega
La colonización cartaginesa
Bibliografía sobre las colonizaciones fenicia, griega y púnica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El término colonización está cargado de herencias que tienen su origen en el


romanticismo alemán y el empirismo anglosajón. Estas corrientes históricas utilizan
el pasado para justificar ciertos modelos políticos, así como relaciones humanas y
éticas e incluso normas presentes.
Un ejemplo bastante elocuente de esta adecuación del pasado al presente lo
constituye la colonización griega, que se presenta como triunfo y consolidación de
Occidente frente a Oriente, de la civilización frente a la barbarie, de lo racional
frente a lo irracional. En este sentido sólo a través de modelos gestados en Europa
podía venir la evolución de la humanidad. Nos encontramos ante una teología
occidental o helenocéntrica, según la cual la historia de Occidente es la única que
corresponde a la realización de la razón. Así la colonización griega aparece en
muchas obras como una necesidad histórica, intentando demostrar que el
imperialismo griego era necesario para el despertar de los pueblos, lo mismo que el
colonialismo moderno es algo imprescindible para el desarrollo del Tercer Mundo.
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1.13.1. La colonización fenicia

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 200 D.C.

Antecedente:
Las colonizaciones fenicia, griega y púnica en la P. Ibérica
Siguientes:
Los asentamientos fenicios

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Existe una clara inadecuación entre las fechas de las tradiciones literarias y los
materiales obtenidos de las excavaciones arqueológicas. Los textos bíblicos del
Antiguo Testamento hablan de navegaciones en el siglo X a.C. De fecha también
temprana son las referencias en la narración egipcia del viaje de Ounamon y las
estelas de los emperadores asirios (siglo IX a.C.), mientras que los textos de los
autores griegos y romanos sitúan la fundación de Gadir, Lixus y Utica en torno al
1100 a.C. Estas fechas no se corresponden con los datos de la arqueología: en
Chipre los objetos fenicios más antiguos son del siglo XI a.C., en Malta las tumbas
más antiguas se fechan en la segunda mitad del siglo VIII, mientras que en Cartago
los materiales del Santuario de Tanit no van más allá del siglo VIII a.C.; los
materiales de Lixus rondan el siglo V y los de Mogador el siglo VII; las necrópolis de
la región de Tánger se fechan en el siglo VIII a.C., al igual que las excavaciones de
Motya en Sicilia; en Cerdeña las fechas de los hallazgos arqueológicos se sitúan
entre finales del siglo IX y comienzos del VIII, mientras que para la Península
Ibérica los datos no van más allá del siglo VIII a.C.
En la fecha de 1100 a.C. en que las fuentes literarias sitúan la supuesta fundación
de Gadir, las ciudades fenicias tienen un grado de desarrollo que difícilmente
permite organizar una empresa de tal magnitud como la colonización, ya que
utilizan todavía un sistema de intercambio basado en la reciprocidad, más cercano
a los modelos de premercado. Hasta el reinado de Hiram I (970-936 a.C.) Tiro no
se convierte en potencia política y naval, produciéndose en ese momento unas
condiciones favorables para iniciar la empresa de expansión hacia el oeste:
interrupción del comercio fenicio con el Mar Rojo hacia el 850 a.C. con la
consiguiente dificultad de acceso a las fuentes de materias primas en el continente
asiático y el cambio de orientación del mercado y de la demanda -plata, cobre,
estaño y hierro en sustitución de oro, piedras preciosas y marfil. Junto a ello se
detecta una importante escasez de tierra cultivable, unida a una creciente presión
demográfica (siglos XII a VIII a.C.), todo lo cual encaja perfectamente con los
datos de la arqueología: desde mediados del siglo IX a.C. las naves de Tiro
frecuentan el Egeo y acaso también el Mediterráneo central, siendo la primera
colonia de Tiro en ultramar Kition (Chipre) de mediados del siglo IX a.C., para
controlar la producción y el comercio de cobre y servir de cabeza de puente en la
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expansión fenicia hacia Occidente. A lo largo de este proceso los fenicios


abastecieron a los territorios orientales bajo hegemonía de los asirios de una serie
de productos manufacturados y materias primas, fundamentalmente plata, cobre,
oro y hierro de la Península Ibérica. Este carácter de intermediario del comercio
fenicio aparece en las fuentes antiguas (Ezequiel, Heródoto, Diodoro y Flavio
Josefo, por ejemplo).
Junto a las factorías de la costa, que realizan fundamentalmente una función
comercial, encontramos la llegada de población con visos presumiblemente
agrícolas y una cierta organización territorial. Pero esta situación no es única en el
Mediterráneo, pues los fenicios occidentales muestran una clara tendencia a la
expansión territorial (Cerdeña) o claras preocupaciones agrícolas (Sicilia). En la
Península ibérica parece que puede hablarse de una penetración fenicia a lo largo
del valle del Guadalquivir hacia las fértiles tierras de la región de Sevilla. No hay
razón para pensar que los fenicios de la Península Ibérica no tuvieran las mismas
preocupaciones agrícolas que los de África, Cerdeña y Sicilia.
También se ha aducido como causa de la expansión fenicia hacia Occidente la
presión tributaria que ejerce Asiria sobre las ciudades fenicias. Pero recientes
investigaciones parecen demostrar que las ciudades fenicias obtuvieron un trato de
favor, una relación comercial preferente y unas ventajas comerciales que no
tuvieron otros centros dependientes de Asiria. Tiro, aunque pagó tributo a los reyes
asirios, conservó su autonomía política y sólo a partir de Senaquerib (704-681 a.C.)
sintió verdaderamente la presión asiria y en el momento en que las ciudades
fenicias se convierten en provincia asiria las colonias de Occidente hacía ya tiempo
que habían sido establecidas. Además esta presión tributaria, lejos de dar lugar a
una crisis, estimuló las relaciones comerciales hacia el Mediterráneo.
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1.13.2. Los asentamientos fenicios

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 600 D.C.

Antecedente:
La colonización fenicia
Siguientes:
La mítica fundación de Gadir
Abdera

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La máxima concentración de poblamiento fenicio se ha hallado en la zona costera


de las provincias de Málaga y Granada, que es, además, la zona más explorada de
la costa sur. Pero, si, como parece, la meta de los fenicios era el Suroeste
peninsular, sobre todo por la riqueza en metales de la región de Huelva, la elección
de la zona oriental se debe, en opinión de Gasull, a varias causas: un factor
estratégico de dominio del Estrecho de Gibraltar, la disponibilidad de tierras donde
asentarse y las numerosas dificultades que presenta la travesía del Estrecho de
Este a Oeste, por lo que estos asentamientos de la costa oriental servirían de base
de apoyo al comercio establecido entre Oriente y el Suroeste peninsular.
Todos los establecimientos tienen en común su emplazamiento en un promontorio
poco elevado, situado a la entrada de una vía fluvial y con su necrópolis en la orilla
opuesta al curso del agua en otro islote, con las excepciones de Gadiry Almuñécar.
Este modelo de asentamiento responde al descrito por Tucídides (VI, 2) en
promontorios o islotes con fines comerciales.
Sin duda el asentamiento fenicio que más controversia ha levantado en cuanto a la
fecha de su fundación ha sido Gadir. Los historiadores clásicos, influenciados por su
grandeza y prosperidad en época helenística y romana, sitúan su fundación en
1100 a.C.
Para salvar el lapsus de tiempo entre esta fecha y las que nos ofrece la arqueología
(no hay ningún hallazgo anterior al siglo VIII a.C.) algunos historiadores modernos
han propuesto la existencia de un período precolonial, junto a una facies proto-
orientalizante en los siglos IX y VIII a.C. Pero hay, además, una ausencia total de
importaciones fenicias en el territorio de influencia directa de la colonia fenicia
anteriores al 750 a.C. ,
Quizás la más firme defensora de la tardía fundación de Gadir es M.E. Aubet, quien
aporta, además, otros datos que coadyuvan a revisar la cronología de la fundación
de Gadir: los trabajos de paleotopografía que muestran un asentamiento fenicio
relativamente pequeño y comparable al de Sexi-Almuñécar, tanto por su extensión,
como por su situación, así como las características de enclave comercial y su
situación geográfica, que contradicen la hipótesis de que Gadir ejerciera como
centro primario en la expansión fenicia por el Sur de España. Por contra, González
Wagner propone la hipótesis de que, si arqueológicamente no hay un núcleo urbano
para la fecha de las fuentes escritas, es porque, en un primer momento, más que
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un núcleo urbano fue una pequeña factoría bajo la protección de un templo


encargada de organizar el comercio con la población indígena del interior.
Aparte de Gadir conocemos por las fuentes literarias y la arqueología una serie de
asentamientos fenicios en el Sur de la Península Ibérica: Malaka y Abdera-
Adra (Almería) por Estrabón y, por datos de la arqueología, Guadalhorce (Málaga)
de la segunda mitad del siglo VII a.C.; la necrópolis de Trayamar (Málaga), de fines
del siglo VIII o principios del VII; el Castillo de Doña Blanca (Cádiz) de mediados
del siglo VIII; Guadarranque (Cádiz); Adra (Almería) y el Cerro del Prado
(Algeciras) del siglo VIII a.C. Únicamente tres asentamientos fenicios, Toscanos,
Horno de Mezquitilla y Chorreras han sido excavados sistemáticamente y han
proporcionado ricos niveles de habitación del siglo VIII a.C.
Después de realizado este análisis conviene hacer referencia a una serie de
aspectos que han resaltado los historiadores que se han ocupado de este proceso.
1. Se puede hablar de un contingente de población inicial relativamente importante,
organizado y socialmente complejo, así como de la existencia de una serie de
comunidades de mercaderes socialmente interrelacionadas y perfectamente
organizadas sobre la base de los vínculos de solidaridad que establece una cultura
común.
2. Tradicionalmente se ha denominado a los establecimientos fenicios en la
Península con el término factorías, definición que se ajusta a centros del norte de
África y alguno de Iberia, pero no a la mayor parte de los mismos. Bondi piensa
que hay que diferenciar entre centros proyectados hacia el comercio y sin vocación
interior y fundaciones con un mayor empeño territorial, cuyo elemento prioritario es
el contacto con el territorio circundante. A diferencia de lo que sucede en el
Mediterráneo central las fundaciones fenicias aparecen privadas de un relevante
componente indígena y los contactos colonizadores indígenas se documentan en el
interior y no en los asentamientos litorales, con una "zona de respeto" a los
márgenes de las fundaciones fenicias. Una teoría análoga es defendida por
Whittaker y Bunnens. Niemeyer, por su parte, niega este control territorial por
parte de los asentamientos fenicios hispanos a diferencia de las colonias griegas de
la Magna Grecia.
3. No sabemos nada de las instituciones que rigieron estos establecimientos en
época arcaica, aunque sí en el período cartaginés, con un gobierno de magistrados
o sufetes en Cádiz, asistido por una asamblea de ancianos, como en Cartago, y
posiblemente en Ebusus.
4. Parece que se puede afirmar que se trata de una actividad de Estado y no de una
empresa privada, si tenemos en cuenta la experiencia comercial fenicia anterior a
su establecimiento en la Península y que Tiro tuvo conocimiento previo del potencial
en plata y otras materias primas del Sur peninsular.
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1.13.3. La colonización griega

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 400 D.C.

Antecedente:
Las colonizaciones fenicia, griega y púnica en la P. Ibérica
Siguientes:
Establecimientos griegos y sus problemas
Etapas de la colonización griega

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Del mismo modo que en la colonización fenicia, las fechas de las fuentes literarias y
las de la arqueología no coinciden. Heródoto nos transmite la noticia de que los
focenses fueron los primeros entre los griegos que hicieron largos viajes y
descubrieron Iberia y Tartessos y se hicieron amigos de Argantonio poco antes del
546 a.C. Según Estrabón, Rhode fue la primera fundación de los griegos en Iberia
antes de la primera Olimpiada (776 a.C.) y también los rodios se establecieron en
las Islas Gimnesias (Baleares); Ampurias fue fundada por colonos focenses, lo
mismo que Hemeroskopeion y Akra Leuke. También Licofrón y Apolodoro sitúan
colonos rodios en la Península ibérica y Baleares. Timeo, por su parte, sitúa la
fundación de la Massalia focense 120 años antes de la batalla de Salamina, es
decir, en el año 600 a.C.
Los datos de la arqueología (el hallazgo de dos cascos corintios de bronce, uno en
la ría de Huelva de hacia la segunda mitad del siglo VI y el otro en Guadalete de
hacia el 630 a.C., así como peines de marfil en Carmona y Osuna con figuras
grabadas, similares a los de Samos del estrato correspondiente al 640-630 a.C.)
muestran que en Rosas no hay, hasta el presente, nada anterior al siglo V a.C..
Junto a esto se ha constatado la falta de productos griegos anteriores al siglo V a.C.
en el Sudeste (Valencia y Alicante). Por otro lado, los testimonios arqueológicos
griegos más antiguos en el Sur y Sureste se fechan entre los siglos VIII y VII a.C.
La denominada segunda colonización griega o gran colonización griega se enmarca
en el período arcaico (siglos VIII a VI a.C.) considerado por los historiadores como
una etapa de crisis. El crecimiento demográfico del final de la época geométrica,
unido a una insuficiente explotación del suelo y un sistema de herencia basado en
la repartición desigual entre los herederos genera un enfrentamiento claro entre la
aristocracia y la población campesina debido a la creciente desigualdad en la
propiedad de la tierra. Paralelamente se produce un desarrollo apreciable del
artesanado y del comercio con el surgimiento de un demos urbano con base
económica en la actividad artesanal. Otro hecho importante es el comienzo de la
llegada de productos de otras áreas y el inicio de la transformación de la economía
de tipo inmueble, basada en la agricultura y en la propiedad de la tierra como
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principal medida de valor por la aparición de una economía mueble con el comercio
como factor fundamental.
El resultado de todo este proceso es la evolución de la stasis en las polis arcaicas:
los artesanos y comerciantes se igualan económicamente con la aristocracia, pero
sin participación en las instituciones de la ciudad, mientras se produce una
concentración urbana por aumento de trabajo en la ciudad y la aristocracia
terrateniente va acumulando mayor cantidad de tierras.
La colonización aparece como una salida a la crisis: para los que gobiernan la
ciudad es una solución a la potencialidad subversiva de la situación, mientras que
para los comerciantes tiene la doble ventaja de obtener nuevos mercados y poder
participar en la organización política de las nuevas poleis con un papel importante
en la preparación de las expediciones.
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1.13.4. Establecimientos griegos y sus problemas

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 400 D.C.

Antecedente:
La colonización griega
Siguientes:
Emporion
Rhode

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Aparte de la falta de coincidencia de los datos de las fuentes literarias y epigráficas


hay otra serie de puntos oscuros en relación con las colonias griegas que es
conveniente aclarar.
1. Rhode, Rosas. Las fuentes literarias dan noticia de la presencia de los rodios en
la Península Ibérica y de la fundación de Rhode entre el 800 y el 776 a. C. Junto a
estas noticias se ha aducido el hallazgo de fragmentos de cerámica griega (jonia,
corintia y rodia) en poblados del sur de Francia del siglo VII a.C., anteriores a la
fundación de Massalia. Pero parece evidente que es muy forzado relacionar unos
pocos fragmentos de cerámica rodia con una actividad colonizadora rodia. Por otra
parte, no tenemos constancia de ningún material griego en Cataluña anterior al
siglo VII y las excavaciones en Rosas no han proporcionado ni un fragmento
anterior al siglo V. a. C., con lo que queda por demostrar la existencia de una
colonización rodia anterior a la fundación de Massalia ca. 600 a.C.
2. Establecimientos griegos del Sureste. Las fuentes literarias mencionan tres
colonias griegas en el Sureste de la Península Ibérica: Hemeroskopeion, Alonis y
Akra Leuké. Tradicionalmente se han localizado en Denia, Benidorm y Alicante,
aunque con pocas bases reales, hasta que, a partir de los años 50 del siglo pasado,
los arqueólogos muestran su escepticismo debido a la falta de hallazgos griegos en
la zona, hablando incluso algunos de "colonias supuestas" y evocando otros una
presencia focea casi imperceptible. P. Rouillard, a partir del estudio del material
cerámico que ha aparecido en una veintena de lugares entre Castellón y Murcia con
fechas entre 580 y 560 a.C., intenta una posición central entre ambas opiniones
resaltando que la presencia de cerámica gris o pintada de imitación o tradición
griega, así como la existencia de una escultura de tradición helénica son prueba
evidente de la presencia griega y de un punto de irradiación, cuya localización y
estructura se nos escapan. Asimismo pone de manifiesto que la mayoría de los
lugares de habitación en que estas cerámicas han aparecido surgen con las
importaciones griegas y tienen un desarrollo rápido; estos establecimientos son
costeros o en la desembocadura de los ríos (Mijares, Júcar, Segura), que son vías
de penetración, de cambios. En referencia concreta a los establecimientos griegos
del Sureste peninsular Rouillard afirma que, cuando se habla de la colonización
focense, se piensa en grandes establecimientos (Marsella, Ampurias). Pero los
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establecimientos griegos del extremo occidental se inscriben en una tradición no


específicamente focea. El sistema colonial griego en la Península Ibérica no ha
conocido el desarrollo técnico que se observa en otros: ni especialización, ni
organización. Se trata de estructuras ligeras, abiertas. Los establecimientos de la
costa deben ser entendidos como establecimientos abiertos, punto de encuentro
entre dos sistemas económicos diferentes, entre individuos, dentro de una región
donde pueden desarrollar además del comercio una actividad artesanal. Tales
establecimientos no debieron disponer de una gran extensión geográfica.
Por lo que se refiere a las localizaciones, respecto a Hemeroskopeion los materiales
arqueológicos nuevos no permiten reabrir el debate entre las dos localizaciones
propuestas, Denia o Peñón de Ifach (Calpe); Akra Leuké, más que en Alicante,
donde los testimonios arqueológicos son de época romana, se podría pensar en
Tossal de Manises o en La Albufereta, donde hay testimonios griegos arcaicos;
Alonis, por su parte, puede situarse en Santa Pola (Alicante), que constituye un
avance entre el mar y la bahía, por sus estructuras de hábitat y los materiales allí
hallados (cerámica ática del 450 al 430 a.C.).
3. Mainake. Schulten, partiendo de las fuentes literarias, la ubica como colonia
focea, sita en el Cerro del Peñón, con una datación de ca. 630 a.C. Tanto
en Estrabón, como en Mela, Plinio, Ptolomeo o los Itinerarios, cuando se describe la
costa meridional de la Península Ibérica, se dice algo concreto sobre Mainake o
Maenoba, que es ubicada entre Malaka y Sexi. Estrabón enumera una serie de
argumentos para probar que Mainake perteneció al grupo de las ciudades coloniales
griegas: Mainake se encuentra a mayor distancia de Calpe que Malaka, está en
ruinas y, aun así, muestra las características de una ciudad griega en contraste con
Malaka de carácter fenicio.
Pero la arqueología muestra que la población ubicada en el altozano al pie del Cerro
del Peñón en la desembocadura del río de Vélez es con toda seguridad
un establecimiento fenicio. Las excavaciones realizadas en Toscanos en diversas
campañas desde 1964 han puesto en evidencia que esta colonia fenicia fue fundada
hacia mediados del siglo VIII a.C. y en su desarrollo fueron integradas las cuestas
inferiores del Cerro del Peñón y del Cerro de Alarcón. En la primera mitad del siglo
VI a.C. es destruida en parte y abandonada hasta su ocupación a comienzos del
Imperio.
Para Niemeyer los tres argumentos de Estrabón concuerdan con los hallazgos
arqueológicos del yacimiento fenicio de la desembocadura del río Vélez. Este
establecimiento debe haber sido fundado hacia la mitad del siglo VIII y destruido o
abandonado hacia la mitad del siglo VI. La colonia es muy conocida fuera del
ámbito de las colonias fenicias occidentales por los recursos de su territorio
circundante, su ubicación conveniente y sus diversas y extensas relaciones
comerciales. En el siglo IV comienza a ser conocida y es tomada por los
historiadores griegos como colonia massaliota. En la época en que
escribe Estrabón, siguiendo la ficción establecida en el siglo IV, interpreta los restos
del establecimiento fenicio como pertenecientes a uno griego foceo.
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1.13.5. Etapas de la colonización griega

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 400 D.C.

Antecedente:
La colonización griega

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La primera etapa de la colonización griega (mitad del siglo VIII a mitad del siglo VII
a.C.) se caracteriza por la procedencia continental de los colonos y la búsqueda de
nuevas tierras para liberar la presión demográfica, afectando, sobre todo, al sur de
Italia y Magna Grecia y a Sicilia. En la segunda fase (mediados del siglo VII a
principios del siglo V a.C.) los colonos proceden de Grecia continental y asiática
(Grecia insular y ciudades de Asia Menor), tiene un carácter más comercial y el
campo de expansión se amplia: costa más occidental del Mediterráneo (Península
Ibérica, Costa Azul), el Mar Negro y Norte de África. En el Próximo Oriente los
asirios actuaban como barrera.
Por lo que se refiere a la Península Ibérica, en los últimos años había quedado en
segundo plano la investigación sobre la colonización griega y se había dado
prioridad a la fenicia. Actualmente esto ha cambiado y el interés se centra en el
análisis de las relaciones de los griegos con el mundo indígena, ocupándose de la
"chora" colonial como el territorio que dependía de un establecimiento griego con
dos conceptos distintos: los campos vecinos al núcleo habitado, cultivados
directamente por sus habitantes, y la zona de dominio, área afectada por la
actividad económica de la colonia.
Partiendo de estos análisis se distinguen las siguientes etapas en la colonización
griega:
1. Etapa precolonial (siglo VIII a VI a.C.), de primeros contactos y primeras
navegaciones sin asentamientos estables. Esta etapa de búsqueda de enclaves
comerciales en principio no permanentes fue en todo el Mediterráneo occidental
muy breve. Arqueológicamente estas relaciones se reflejan en los hallazgos de
abundante cerámica, aunque no debió ser el único instrumento de cambio, ni su
ausencia definitoria de la no existencia de relaciones con los griegos.
Los testimonios arqueológicos griegos más antiguos se fechan en el sur y sureste
entre los siglos VIII y VII a.C. y han sido hallados en yacimientos fenicios, lo que
nos lleva a pensar en un comercio fenicio como intermediario de productos griegos,
mientras que en la costa catalana, Levante y zona interior de Albacete (alto
Guadalquivir) los hallazgos griegos no son anteriores al comienzo del siglo VI a.C.
En cuanto a los fragmentos de cerámica griega del siglo VII a.C. encontrados en el
sur de Francia pueden deberse al comercio etrusco y no tanto a intercambio directo
griego o presencia griega en la zona.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 129 / 252

Todo ello conduce a pensar en una superposición de rutas comerciales de etruscos,


griegos y fenicios-cartagineses en el Mediterráneo Central y Occidental y no en una
hegemonía o monopolio de una sola potencia.
2. Etapa colonial (a partir del siglo VI a.C.) con asentamientos estables a partir de
la fundación de Massalia (Marsella) ca. el año 600 a.C., primera colonia de los
focenses en el Mediterráneo occidental. Su etapa de prosperidad se sitúa en el s. VI
en que aparecen como exportadores de sus propios productos, importadores de
productos griegos, realizando intercambios con los indígenas y acuñando pequeños
divisores de moneda con inspiración ateniense.
Aproximadamente hacia el año 500 a.C. una serie de acontecimientos en Europa
Central (comienzo de la II Edad del Hierro) trajeron consigo el cambio en las
importaciones de cerámica de calidad por bronces y cerámicas de los etruscos, a la
vez que un descenso en la prosperidad de Massalia, lo que benefició el desarrollo
de Emporion (Ampurias, Gerona).
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1.13.6. La colonización cartaginesa

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 500 A. C.
Fin: Año 200 D.C.

Antecedente:
Las colonizaciones fenicia, griega y púnica en la P. Ibérica
Siguientes:
Asentamientos púnicos en la Península

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Según la información de Timeo, Cartago fue fundada en el último cuarto del siglo IX
a.C. por un grupo de exiliados procedentes de Tiro, en las costas del norte de África
(Túnez), al margen de los planteamientos comerciales de la expansión fenicia.
En la segunda mitad del siglo VI a.C. Cartago adquiere el carácter de Estado de
amplia base geográfica y potencia la explotación económica del territorio interior
desconocido. Como consecuencia la economía cartaginesa se transformó en
mercantil y agrícola-comercial. El resultado fue una "punificación" de la tierra
interna cartaginesa sembrada de aldeas y ciudades agrícolas.
Parece claro que los cartagineses desarrollaron un importante comercio
administrativo ante las dificultades para consolidar su prestigio en una base
agrícola-territorial en el norte de África, reglamentado por tratados políticos (con
los etruscos, con Roma). Esta irradiación comercial no parece detectarse en el
Mediterráneo Central (Sicilia, Cerdeña) y Occidental (Península Ibérica e islas)
hasta el siglo VI a.C., aunque su florecimiento parece haber sido en cierta medida
posterior. Con todo, las evidencias literarias y arqueológicas señalan la existencia
de algunos asentamientos de origen cartaginés (Almuñécar, Ibiza) hacia mediados
del siglo VII a.C. En opinión de González Wagner, estas tempranas fundaciones no
parecen haber respondido a una motivación de tipo comercial, ya que los intereses
de los cartagineses no se encuentran aún presentes, sino posiblemente a un
problema demográfico creado en Cartago por el flujo migratorio procedente del
Levante y desencadenado por la presión asiria.
Dentro de los objetivos comerciales a partir del siglo VI a.C. y, sobre todo, en el
siglo V, se superponen diversas corrientes comerciales en el Mediterráneo Central y
Occidental, más como una "entente" económica que como competencias y
hostilidades. Esto se pone de manifiesto en la batalla de Alalia, Córcega (535 a.C.),
narrada por Heródoto, con enfrentamiento de etruscos, cartagineses y griegos, más
como operación de limpieza contra los piratas focenses que entorpecían el tráfico
en el mar Tirreno.
Por todo ello, el establecimiento del círculo comercial cartaginés en la Península
Ibérica, al igual que en otras zonas, no supone ni una conquista territorial, ni un
cierre de estos mercados a las actividades de los griegos, ni una merma de la
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 131 / 252

autonomía de los establecimientos fenicios que, como Gadir, la conservaron incluso


durante el período bárquida.
Las actividades económicas de fenicios y cartagineses en Occidente se desarrollaron
de un modo independiente, aunque con las lógicas conexiones y con interferencias
con otros pueblos, que se saldaron por medio de tratados (romano-cartagineses de
los años 509 y 348 a.C., por ejemplo).
En este estado de cosas, la derrota de Cartago por Roma en la I Guerra Púnica
(264-241 a.C.) significó, junto con la pérdida de Sicilia y Cerdeña, el
desmembramiento de todo el edificio sobre el que había descansado el comercio de
Cartago en Occidente. Al Estado cartaginés únicamente le quedaban dos
alternativas: o convertir a Cartago en una potencia africana basada en la
explotación de los recursos locales, como proponía la facción de Hanón II el
Grande, o sustituir los antiguos elementos de control indirecto por la conquista de
los territorios cuyas materias primas se necesitaban, como proponía Amílcar Barca,
cuya tesis triunfó. Amílcar inició la conquista de las tierras, pero fue su
yerno Asdrúbal quien las organizó administrativamente, sentando las bases para un
estado federal ibero-púnico, aprovechando las propias instituciones indígenas y
vinculándose mediante lazos de matrimonio y hospitalidad a las élites dominantes
indígenas.
Pero la dominación directa cartaginesa en la Península Ibérica no implicaba la
monopolización de los mercados y las relaciones comerciales externas,
diferenciándose un comercio de estado de los Bárquidas y un tráfico comercial
independiente de éste, pero que lo complementaba.
En el año 226 a.C. se produce la primera intervención romana frente a las
actividades cartaginesas en la Península Ibérica, firmándose el tratado del Ebro.
Pocos años después estalla la Segunda Guerra Púnica y se inicia la conquista de
Hispania por Roma.
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1.13.7. Asentamientos púnicos en la Península

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 500 A. C.
Fin: Año 200 D.C.

Antecedente:
La colonización cartaginesa
Siguientes:
Carthago Nova

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

De acuerdo con los datos de las fuentes literarias y la arqueología, se pueden


distinguir los siguientes: Sexi, que aparece en la obra de Hecateo de Mileto y
de Estrabón y acuña moneda de tipo púnico en época romana, siendo su necrópolis
de Almuñécar (Granada) del siglo VII a.C.; Carthago Nova, actual Cartagena,
fundada en el año 226 a.C.; Baria, con su necrópolis en Villaricos (Almería) del siglo
VI a.C. y la Necrópolis de Jardín (Málaga), también del siglo VI.
Ebusus ha sido investigada más a fondo y se han ido despejando una serie de
incógnitas sobre ella. Según la teoría tradicional, los cartagineses fueron los
primeros que a mediados del siglo VII a.C. establecieron en ella su primer enclave
occidental. De acuerdo con los datos de las fuentes literarias
(Diodoro, Estrabón, Mela y Plinio) y los trabajos arqueológicos de Tarradell, M J.
Almagro y J. Román se puede proponer, como ha hecho Barceló, la existencia de
dos fases de asentamiento distintas, un primer asentamiento fenicio y un
asentamiento cartaginés del siglo siguiente, que dura hasta la Segunda Guerra
Púnica.
En el estado actual de conocimientos no se puede hablar de una conquista por
parte de Cartago de los territorios del sur peninsular, pues la finalidad esencial era,
como ha visto González Wagner, establecer una demanda con el fin de obtener los
minerales del sureste. Por ello, no se puede considerar como una relación de causa
a efecto la presencia cartaginesa y el desmoronamiento de Tartessos, sino que éste
está vinculado más bien con la fundación de Massalia y la desviación de la demanda
del estaño atlántico. La presencia cartaginesa actuó como vitalizadora de las
estructuras políticas, sociales y económicas, al igual que la anterior demanda
fenicia sobre Tartessos. La presencia bárquida introdujo la economía monetaria,
pero ningún proceso de aculturación al margen de la asimilación de determinados
elementos culturales por parte de los autóctonos.
Para Bondi la penetración cartaginesa en la Península Ibérica tiene un desarrollo
cronológico diferenciado respecto a las grandes islas itálicas. Sólo en la época
bárquida se plantea en términos de hegemonía. Básicamente los cartagineses en
época bárquida buscaban en la Península Ibérica el simple control de los recursos
minerales y la formación de una base militar, al contrario de lo que sucede en
Cerdeña, donde se produce la conquista militar con su correspondiente penetración
territorial y, desde fines del siglo VI a. C., la explotación de los recursos locales y
una importante actividad agrícola y minera, o en Sicilia, donde la presencia púnica
está condicionada por la presencia colonial griega y su influencia cultural y
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económica, jugando un papel "bisagra" entre el helenismo de la isla y los aportes


púnicos.
Como conclusión general debemos decir que todas las transformaciones que se
observan con los fenómenos colonizadores fenicio-griego-púnico en las diferentes
zonas de la Península Ibérica, sobre todo en aquellas que tuvieron un contacto más
directo fundamentalmente por presencia de población colonizadora, van a propiciar
una serie de procesos que influyen decisivamente en el desarrollo histórico
posterior, a diferencia de lo que sucede en otras zonas que no tuvieron relación
directa con el fenómeno colonizador.
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1.13.8. Bibliografía sobre las colonizaciones fenicia, griega y púnica


Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 750 A. C.
Fin: Año 200 D.C.

Antecedente:
Las colonizaciones fenicia, griega y púnica en la P. Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Como bibliografía de carácter general sobre las colonizaciones y los colonizadores


véase D. HARDEN, Los fenicios, Barcelona, 1965; S. Moscati, Il mondo dei fenici,
Milán, 1966; C. MOSSÉ, La colonisation dans l'antiquité, París, 1970; G. LÓPEZ
MONTEAGUDO, "Panorama actual de la colonización semita en la Península Ibérica",
en Riv. Stud. Fen., 5, 1977, págs. 155-204; M. ALMAGRO GORBEA, "Colonizzazione
e acculturazione nella penisola ibérica", Modes de contacte et processus de
transformation dans les societées anciennes (Actas del Coloquio de Cortona. Mayo
1981), Pisa-Roma, 1983, págs. 429-461; E.C. GONZÁLEZ WAGNER, Fenicios y
cartagineses en la Península Ibérica, Madrid, 1983; G. CHIC GARCÍA y G. DE
FRUTOS REYES, "La Península Ibérica en el marco de las colonizaciones
mediterráneas", en Habis, 15, 1984, págs. 201-227; J. MALUQUER DE MOTES, "La
dualidad comercial fenicia y griega en Occidente", Los fenicios en la Península
Ibérica, II, Barcelona, 1986, págs. 202-210.
Sobre la colonización fenicia y cartaginesa en general en la Península Ibérica
destacan S. MOSCATi, L'épopée des phéniciens, París, 1971; Id. MOSCATI, I fenici
e Cartagine. Societá e costume, Turín, 1972; C.R. WHITTAKER, "The western
Phoenicians: colonisation and assimilation", en Procedings of the Cambrídge
Philological Society, 200, 1974, págs. 58-79; A. PARROT, M.H. CHEHAB y S.
MOSCATI, Les phéniciens. L'expansion phénicienne. Carthage, París, 1975; M.
SZYNGER, "L'expansion phénico-punique dans la Mediterranée Occidentale.
Problemes et methodes", en II Cong. Int. d'études des Cultures de la mediterranée
Occidental, Argel, 1976, págs. 35 ss.; B. WARNING-TREUMANN, "West-Phoenician
Presence on the Iberian Peninsula", en TAW, I, 1, 1978, págs. 15 ss.; S. MOSCATi,
L'enigma dei Fenici Milán, 1982; H.G. NIEMEYER y otros, Phönizier im Westen,
Maguncia, 1982; J.M. BLÁZQUEZ, "Panorama general de la presencia fenicia y
púnica en España", en Atti del I Conv. Int. di Studi Fenici e Punichi (Roma, 1979).
Roma, 1983, págs. 311-373; M.E. AUBET, "Los fenicios en España: estado de la
cuestión y perspectivas", Los fenicios en la Península Ibérica, II, Barcelona, 1986,
págs. 9-38.
Algunos trabajos interesantes sobre o a partir de las fuentes para el estudio de la
colonización fenicia y púnica son J.M. SOLÁ SOLÉ, "Toponimia fenicio-púnica", en
Enciclopedia Lingüística Hispana, Madrid, 1960, págs. 293 ss.; M.G. GUZZO,
"Remarques sur la presence phenico-punique en Espagne d'aprés la documentation
épigraphique", en II Cong. Int. d'études des Cultures de la Mediterranée
Occidentale, II, Argel, 1978, págs. 33-42; G. BUNNES, L' expansion phénicienne en
Méditerranée. Essai d' interprétation fondé sur une analyse des traditions littéraires,
Institut Hist. Belge de Rome, tomo XVII, 1979; B.L. TRELL, "The World of the
Phoenicians, East and West. The Numismatic Evidence", en Proceedings of the IX
International Congress of Numismatics, Berna, 1979, págs. 421 ss.; E.C.
GONZÁLEZ WAGNER, "Cartago y el Occidente. Una revisión crítica de la evidencia
literaria y arqueológica", en In Memoriam Agustín Díaz Toledo, Granada-Almería,
1985, págs. 437-460.
Hay varios estudios referidos a las fases de la expansión y a asentamientos
concretos, entre ellos W. CULICAN, "Aspects of the Phoenician Settlements in the
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 135 / 252

West Mediterranean", en Abr-Nahrain, 1, 1961, págs. 36 ss.; H. NIEMEYER, M.


PELLICER y H. SCHUBART, "La factoría paleopúnica en la desembocadura del río
Algarrobo (Málaga)", en CAN, 9, Zaragoza, 1966, págs 246-249 y 250-254; H.
SCHUBART, M. NIEMEYER y M. PELLICER, Toscanos, factoría paleopúnica en la
desembocadura del Vélez, en Excavaciones Arqueológicas en España, 66, 1969; W.
CULICAN, "Almuñecar, Assur and Phoenician Penetration of the Western
Mediterranean", en Levant, 2, 1970, pp. 28-36; J. MUÑIZ, "Málaga y la colonización
púnica en el SE peninsular", en Habis, 5, 1974, págs. 109-129; M. TARRADELL,
Terracotas púnicas de Ibiza, Barcelona, 1974; Id. y M. FONT, Eivissa cartaginesa,
Barcelona, 1975; H.G. NIEMEYER, "A la búsqueda de Mainake: el conflicto entre los
testimonios arqueológicos y escritos", en Habis, 10-i1, 1979-80, págs. 279-3032;
Id., "El yacimiento fenicio de Toscanos: balance de la investigación 1964-1979" ,
Huelva Arqueológica, 6, 1982, págs. 101-127; H. SCHUBART, "Phönizische
Niederlassungen an der Iberische Südküste", en Phönizier im Westen (Köln, 1979),
Mainz, 1982, págs. 207-234; Id., "Asentamientos fenicios en la costa meridional de
la Península Ibérica", en Huelva Arqueológica, 6, 1982, págs. 71-99; M.E. AUBET,
"Aspectos de la colonización fenicia en Andalucía durante el s. VIII a.C.", en Atti I
Convegno Internazionale di Studi Fenici e Punici, III, Roma, 1983, págs. 815-824;
Id., Tiro y las colonias fenicias de Occidente, Barcelona, 1987; P.A. BARCELÓ,
"Ebusus: ¿colonia fenicia o cartaginesa?", en Gerión, 3, 1983, págs. 271-282; S. F.
BONDI, "I Fenici in Occidente", en Modes de contacte et processus de
transformation dans les societées anciennes. (Actas del Coloquio de Cortona. Mayo
1981), Pisa-Roma, 1983, págs. 379-407; O. ARTEAGA, J. PADRÓ y E. SANMARTÍ,
"La expansión fenicia por las costas de Cataluña y del Languedoc", en Aula
Orientalis, 4, 1986, págs. 303-314; S. F. BONDI, "Le role de Gadés dans
1'implantation phénicienne en Espagne", Aula Orientalis, 4, 1986, págs. 137-192; J.
GASULL, "Problemática en torno a la ubicación de los asentamientos fenicios en el
sur de la península", Los fenicios en la Península Ibérica, II, Barcelona, 1986, págs.
193-201; C. GÓMEZ BELLARD, "Asentamientos rurales en la Ibiza púnica", en Aula
Orientalis, 3, 1985, págs. 177-192.
Las causas, objetivos y consecuencias de la colonización fenicia y púnica han sido
analizadas en varios de los trabajos antes citados y en A. BALIL, "Los hallazgos
monetarios y la influencia púnica en el Levante español", en Caesaraugusta, 7-8,
1957, págs. 111-114; J.M. BLÁZQUEZ, "Aspectos económicos y demográficos en la
colonización fenicia", en XIV International Congress of Historical Sciences, San
Francisco, 1975; Id., "Ultimas aportaciones al problema de los orígenes de la
colonización fenicia en Occidente", en II Cong. Int. de estudios sobre las culturas
del Mediterráneo Occidental, Barcelona, 1978, págs. 41 ss.
La colonización griega tiene algunos aspectos de carácter general comunes con la
colonización fenicia; por ello remitimos a la bibliografía expuesta al principio.
Específicamente sobre la colonización griega en general pueden consultarse J.
BOARDMAN, Los griegos en ultramar: comercio y expansión colonial antes de la era
clásica, Madrid, 1975; J.P. MOREL, "La expansion phocéen en Occident. Dix années
de recherche (1966-1975)", en Bulletin de Correspondance Hellenique, 99, París,
1975, págs. 853-896; G. LÓPEZ MONTEAGUDO , "Panorama actual de la
colonización griega en la Península Ibérica", en AEA, 50-51, 1977-78, págs. 3-14;
E. RIPOLL PERELLÓ y E. SANMARTÍ GRECO, "La expansión griega en la Península
Ibérica", en II Congreso Internacional de Estudios sobre las Culturas del
Mediterráneo Occidental (1975), Barcelona, 1978, págs. 21-40; J. ARCE,
"Colonización griega en España: algunas consideraciones metodológicas", en AEA,
52, 1979, págs. 105-109; J. ALVAR, "Los medios de navegación de los
colonizadores griegos", en AEA, 52, 1979, págs. 67-86; M. ALMAGRO GORBEA, "La
"colonización" focense en la Península Ibérica", en La parola del passato, 204-207,
1982, págs. 432-444; J.P. MOREL, "Les relations économiques dans l'Occident
grec", en Modes de contacts et processus de transformation dans les sociétés
anciennes, Pisa-Roma, 1983, págs. 549-580.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 136 / 252

El análisis de las fuentes literarias y, sobre todo, el estudio de las excavaciones


arqueológicas, tan importante para estas épocas, es normalmente recogido en la
mayoría de los trabajos sobre el tema. Puede verse recientemente, como algo más
específico, los trabajos de J.P. MOREL, "Les Phocéens en Occident: certitudes et
hipothéses", en La Parola del Passato, 108-110, 1966, págs. 378-420; B.B.
SHEFTON, "Greeks and Greek imports in the South of the Iberian Península. The
archaeological evidence", en Phönizer im Westem. Madrider Beiträge, 8, 1982,
págs. 337-370 y A J. DOMÍNGUEZ MONEDERO, "Reinterpretación de los testimonios
acerca de la presencia griega en el sudeste peninsular y levante en época arcaica",
en Homenaje a D. Luis Siret (1934-1984), 1986, págs. 601-611.
Algunos títulos específicos sobre establecimientos griegos y sus problemas de
identificación, aunque es también un tema recurrente en todos los trabajos sobre
colonización, son: J. MALUQUER DE MOTES, "Rhode, la ciutat més antiga de
Catalunya", en Homenaje a J. Vicens Vives, vol. I, Barcelona, 1965, págs.143-151;
Id., "Rodis y foceus a Catalunya", en In memoriam Carles Riba, Institut d'Estudis
Helenics Departament de Filologia Catalana, Ed. Ariel, Barcelona, 1973; P.
ROUILLARD, "Les coupes attiques á figures rouges du IV siécle en Andalousie", en
MCV, 11, 1975, págs. 21-51; Id., "Les colonies grecques du Sud-est de la Péninsule
Ibérique. Etat de la question", La parola del passato, 204-207, 1982, págs. 417-
431; A J. DOMÍNGUEZ MONEDERO, "Focea y sus colonias. A propósito de un
reciente Coloquio", en Gerión, 3, 1983, págs. 357-377; M J. PENA, "Le probléme de
la supposée ville indigene á coté d'Emporion. Nouvelles hypotheses", en DHA, 11,
1985, págs. 69-83; P. CABRERA BONET, "Los griegos en Huelva: los materiales
griegos", en Homenáje a D. Luis Siret (1934-1984), 1986, págs. 575-583.
Sobre el carácter y consecuencias de la colonización griega, aparte de títulos
anteriormente indicados y de otros que se darán en el apartado dedicado al análisis
de los pueblos del área ibera, véase G. VALLET y F. VILLARD, "Ceramique grecque
et histoire économique", en Etudes Arquéologigues, París, 1963, págs. 205-217; J.
MALUQUER DE MOTES, El impacto colonial griego y el comienzo de la vida urbana
en Cataluña, Discurso leído en el Instituto de Estudios Ilerdenses el día 8 de Mayo,
Barcelona, 1966; E. LEPORE, "Strutture della colonizzazione focea in Occidente", en
La parola del passato, 121-133, 1970, págs. 19-54; V. LULL y M. PICAZO, "Algunos
aspectos de la dinámica del movimiento colonial griego", en MHA, 4, 1980, págs.
13-17; E. SANMARTÍ, "Les influences méditterranéennes du nord-est de la
Catalogne á l'époque archaique et la réponse indigéne", en La parola del passato,
204-207, 1982, págs. 282-297; T. CHAPA BRUNET, Influjos griegos en la escultura
zoomorfa ibérica, Madrid, 1986.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 137 / 252

1.14. Áreas histórico-culturales de la P. Ibérica en época prerromana

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Siguientes:
Historia de las investigaciones
El problema de las fuentes
Delimitación actual de las áreas
Bibliografía sobre las áreas culturales de la P. Ibérica prerromana

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En el año 218 a.C. en el transcurso de la Segunda Guerra Púnica desembarcaron


por primera vez en la Península Ibérica al mando de Cneo Cornelio Escipión,
utilizando como cabeza de playa a Ampurias, y durante prácticamente dos siglos de
conquista (las Guerras Cántabras, realizadas contra los últimos pueblos sin
conquistar de la Península Ibérica, cántabros y astures, terminaron oficialmente en
el año 19 a.C.), los romanos en sus continuos avances y retrocesos en Hispania
encontraron una gran variedad de pueblos con distintos orígenes y estructuras
(sociales, económicas, políticas, religiosas, etc.), así como en distintos estadios de
evolución, desde los más cercanos a sus propias formas organizativas desde el
punto de vista político, como se ha visto reiteradamente con los habitantes de, a
grandes rasgos, la actual Andalucía y el Levante hasta Cataluña y el valle medio del
Ebro, hasta aquellos otros cuyas formas organizativas eran más cercanas a
realidades preciudadanas, es decir, no políticas, como eran, en general, los pueblos
que tradicionalmente se han incluido dentro de la denominada área céltica (o no
ibera, por oposición a las poblaciones iberas, que indistintamente se denomina
ibera o ibérica y así lo haremos nosotros también), llamada en la actualidad
indoeuropea con una base esencialmente lingüística. A esto hay que añadir que la
conquista, que, como hemos dicho, duró dos siglos con avances y retrocesos
incluidos, influyó decisivamente en el grado de evolución de las comunidades
indígenas, ya sea por la propia relación pacífica entre estas comunidades y los
romanos, ya sea por la posible conjunción de intereses de estas comunidades para
oponerse a los romanos. Estas estructuras organizativas distintas y la misma época
distinta de contacto con los romanos, junto con el desarrollo histórico anterior de
estas comunidades, dieron como resultado el que, en el momento de la conquista,
que es el momento a que se refiere la mayoría de las fuentes greco-latinas de
época clásica, las formas organizativas de los pueblos que vivían en las distintas
áreas que podemos denominar histórico-culturales de Hispania no sean iguales.
Durante lo que se ha dado en llamar época protohistórica peninsular, y más
concretamente desde el siglo XI hasta incluso el III a.C., en la Península Ibérica se
está realizando un proceso de desarrollo histórico en el que intervienen distintos
factores, unos de carácter externo, como son las influencias transpirenaicas, las
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denominadas invasiones indoeuropeas, aunque, como se verá más adelante, este


término esté últimamente bastante en discusión, las influencias mediterráneas, más
concretamente el proceso colonizador, fenicio y griego, que tiene sobre todo
influencia en el Sur y el Levante peninsular, donde luego se desarrollará el
llamado mundo ibérico, que no es uniforme, pues en él se pueden diferenciar
claramente una zona ibérica septentrional y otra meridional, así como influencias
atlánticas, sobre todo en la zona occidental de la Península.
Todos estos movimientos e influencias sitúan a la Península Ibérica en los procesos
históricos que se están realizando en estos momentos en el mundo mediterráneo y
en el continente europeo en general.
Pero, junto a ellos y sin una menor importancia, hay que tener en cuenta dentro del
proceso de formación histórica del mundo que encuentran los romanos cuando
conquistan la Península Ibérica la propia evolución interna de las poblaciones
indígenas, en la que tienen especial importancia la influencia de la cultura tartésica,
sobre todo en la zona suroccidental de la Península, y el propio desarrollo interno
de las comunidades establecidas. Lo veremos más concretamente en capítulos
posteriores, cuando analicemos el proceso de formación histórica de cada una de
las áreas histórico-culturales.
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1.14.1. Historia de las investigaciones

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Áreas histórico-culturales de la P. Ibérica en época prerromana

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El primer estudio de carácter general sobre los pueblos de la Península Ibérica se lo


debemos a A. Schulten, quien, desde un punto de vista etnológico y basándose
esencialmente en las fuentes literarias, considera que sobre una población indígena
ligur se establecen los iberos (procedentes del norte de África) y
los indoeuropeos (celtas del centro de Europa), surgiendo de la mezcla el complejo
celtibérico con un predominio de los iberos.
Estudios posteriores (R. Menéndez Pidal, 1918), excavaciones de necrópolis que se
creían en zona geográfica de los iberos, pero que correspondían a una etapa
anterior (para Schulten etapa precéltica o preibérica), y las excavaciones en el
supuesto asentamiento ibérico de Numancia (realizadas por Blas Taracena y donde
el elemento ibérico es minoritario) hicieron desechar las teorías contenidas en el
meritorio trabajo de Schulten.
P. Bosch Gimpera (1932) da un importante paso adelante al utilizar conjuntamente
y comparar la información que nos ofrecen las fuentes literarias y las obtenidas a
partir de las actuaciones arqueológicas. El uso de los datos ofrecidos por la
arqueología supone un gran avance con respecto a la obra de A. Schulten. Para P.
Bosch Gimpera el carácter dominante en la España prerromana es del elemento
"céltico", aunque actualmente las investigaciones recientes han llegado a formular
la incorrección de hablar de elemento céltico y, más bien, debe hablarse de
elementos indoeuropeos en general, dejando el término céltico únicamente para
una parte de este área.
A partir de 1943 y en años siguientes aparece la importante obra de J. Caro
Baroja (Los pueblos del Norte de la Península Ibérica, Los pueblos de España y
España primitiva y romana), quien, a partir del análisis de las fuentes literarias y
los datos de la arqueología y la etnografía, realiza un estudio étnico-geográfico, no
propiamente histórico, y establece diferentes áreas geográficas en las que incluye a
los distintos pueblos prerromanos. Esta obra de J. Caro Baroja aún hoy no ha sido
superada en conjunto y sigue constituyendo un punto de partida obligado para
cualquier estudioso del tema, aunque estudios monográficos sobre pueblos
prerromanos concretos han revisado y superado algunos de sus planteamientos.
En la actualidad la investigación tiende a valorar y estudiar concretamente
las zonas ibera o ibérica e indoeuropea de la Península Ibérica, se realizan
excavaciones con una metodología establecida y criterios científicos, tomando como
base de información las fuentes escritas.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 140 / 252

Por lo que se refiere a los estudios históricos, una vez comprobado hasta dónde se
puede llegar con los estudios étnico-geográficos, el objetivo principal de
conocimiento se centra en descubrir la organización política, social, económica,
religiosa, etc. de cada uno de estos pueblos o de varios en conjunto.
En esta línea han sido definitivos los trabajos de M. Vigil, quien realizó un
planteamiento de estos temas por primera vez de forma correcta entre nosotros en
un artículo ya un poco antiguo, aunque no suficientemente ponderado, en el Boletín
de la Real Academia de la Historia, n° 152, 1963. Este interesante artículo ha
constituido el arranque de toda una serie de trabajos posteriores que han invertido
la tendencia historiográfica de prestar sobre todo atención a las zonas que se
integraron más pronto en la formación social romana, pasando a primer término la
investigación sobre áreas marginales y el análisis del elemento indígena. Se
descubre de esta forma cómo las diferencias estructurales existentes entre los
distintos pueblos de España antes de la conquista romana se siguen manteniendo
en la supervivencia en algunas zonas de elementos estructurales indígenas.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 141 / 252

1.14.2. El problema de las fuentes

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Áreas histórico-culturales de la P. Ibérica en época prerromana

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Las obras de los autores greco-latinos de época clásica romana nos transmiten una
serie de informaciones que son juicios y descripciones desde su propia óptica e
ideología de una realidad histórica que, en muchos casos, se aleja bastante de la
suya, por lo que se produce una "interpretación" de la misma realidad que intentan
describir. Estos autores tienen su particular visión de la historia y, sobre todo, de la
de otros pueblos, que sólo les interesan en la medida en que entran en relación con
Roma, fijándose básicamente en lo que es extraño a ellos y acuñando una serie de
clichés que luego aplican indiscriminadamente. Por ejemplo, en el relato
de Estrabón referido a las poblaciones que él llama "montañesas" del Norte de la
Península se encuentra una descripción no objetiva de las mismas, que se inserta
en la idea general que sobre el bárbaro existía en la época en que el geógrafo de
Amasia realiza su obra.
Por ello, a la hora de manejar estas fuentes, como muy acertadamente ha señalado
J.C. Bermejo, es absolutamente necesario tratar de encontrar su sentido específico
teniendo en cuenta la mentalidad de los autores, pues, sólo así, considerando los
modelos sociológicos e históricos que poseen los autores griegos y latinos para
juzgar a las culturas bárbaras, es posible llegar a separar en sus descripciones lo
real de lo imaginario.
A partir de estas premisas podemos descubrir en la obra de Estrabón una serie de
elementos y criterios ideológicos que fundamentan su descripción de los
"montañeses" del norte de Iberia y que han sido claramente puestos de manifiesto
por M.C. González (Veleia, 5, 1988, págs. 181-187).
En la descripción que Estrabón hace de los pueblos del norte podemos estar ante
meros tópicos que lo único que nos permiten conocer son las características
fundamentales que definen la visión que la etnogeografia antigua tiene acerca de
los "montañeses" y los "bárbaros".
Hay que valorar e interpretar la obra de Estrabón en sus justos términos,
separando los tópicos propios de un discurso ideológico de intencionalidad política
de los datos concretos que, corroborados por otras fuentes, sí reflejan la realidad
histórica que se intenta describir. Para ello es necesario contrastar los datos de las
fuentes literarias con los de las epigráficas y la arqueología.
Las inscripciones que fueron realizadas en su mayoría en época romana sobre
material duro, con relativa frecuencia, incluyen "restos inconscientes" de la
sociedad indígena que nos permiten conocer los procesos de cambio que han tenido
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lugar en las estructuras prerromanas. Lo que ha llegado hasta nosotros reflejado en


estas fuentes no es la realidad indígena prerromana, sino la realidad indígeno-
romana (galaico-romana, astur-romana, celtibero-romana vasco-romana, etc.); de
ahí la dificultad de analizar por separado estos dos mundos, pues conocemos el
primero, el indígena, gracias a las formas de expresión del segundo. Hoy nadie
duda, por ejemplo, que las gentes, gentilitates y demás formas organizativas de los
pueblos del área indoeuropea peninsular sean de época anterior a la conquista
romana, a pesar de que los conocemos por inscripciones de después de la
conquista; el problema es interpretar el significado de la referencia a estos
elementos del período prerromano.
Como complemento de estas fuentes las acuñaciones de monedas sirven con
bastante frecuencia para confirmar la identificación de civitates.
Asimismo, los datos que se obtienen en las distintas actividades arqueológicas
serían de gran ayuda en la resolución de problemas planteados para éste y otros
procesos históricos del mundo antiguo, pero desgraciadamente la ausencia de
prospecciones y excavaciones en muchas zonas, la falta de estratigrafías completas
y claras en yacimientos ya excavados, así como la publicación de noticias sobre
excavaciones ya realizadas o en curso, etc., hacen que en muchas ocasiones estos
posibles datos tengan escaso valor.
Por otra parte, a través del análisis de la onomástica sobre todo (toponimia,
antroponimia, teonimia, etc.) la lingüística nos ofrece información indispensable
sobre el sustrato lingüístico y las áreas antroponímicas, así como la relación entre
antropónimos y nombres de unidades organizativas indígenas, entre otros aspectos.
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1.14.3. Delimitación actual de las áreas

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Áreas histórico-culturales de la P. Ibérica en época prerromana
Siguientes:
Área ibera
Área indoeuropea

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Tradicionalmente se ha dividido la Península Ibérica en dos áreas, ibérica y céltica.


No obstante, a partir de los estudios citados en el apartado anterior y otros más
realizados desde mediados de este siglo y en los últimos años, se observa en la
actualidad que esta distinción es excesivamente simplificadora, pues los avances
producidos, tanto a partir del hallazgo de nuevos materiales, arqueológicos y
fundamentalmente epigráficos, como a partir de nuevas interpretaciones de
materiales ya existentes, han puesto de manifiesto la realidad de un panorama
mucho más complejo en la Península ibérica durante la época prerromana, esto es,
en el momento inmediatamente anterior a la conquista romana, la cual, como ya
hemos dicho, no se produjo de golpe, sino de forma gradual e incluso con avances
y retrocesos.
En la actualidad, a partir de la información que nos transmiten las fuentes escritas,
la arqueología y la lingüística, podemos distinguir dentro de la Península Ibérica
diferentes áreas histórico-culturales, aunque esta distinción no sea tajante en el
sentido de que elementos de un área no puedan estar en otra o que exista una
delimitación tajante entre unas áreas y otras, es decir, no se puede trazar una línea
precisa de separación que marque una diferenciación radical entre una zona y otra,
sino que más bien debemos hablar en algunos casos de zonas de influencia o zonas
freáticas entre áreas.
Teniendo en cuenta la información a que hemos hecho referencia, podemos
distinguir en la actualidad dos grandes áreas (ibera e indoeuropea), en cuyo interior
se pueden diferenciar asimismo varias subáreas.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 144 / 252

1.14.4. Área ibera

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Delimitación actual de las áreas

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Esta área ocupa la franja mediterránea de la Península Ibérica y el suroeste y en


ella se pueden distinguir dos zonas:
1. Zona ibera propiamente dicha, que incluye Levante y Cataluña, influenciada por
la colonización griega y los aportes de la Cultura de los Campos de Urnas, de clara
filiación indoeuropea y factor difusor de elementos indoeuropeos por el valle medio
del Ebro y, de aquí, a la Meseta Norte (valle del Duero), aunque con una pujante
cultura propia en la época del Bronce, sobre todo en la zona del Sudeste.
2. Zona de influencia ibera o zona meridional, que se corresponde con la Andalucía
actual en casi toda su extensión, así como el Algarve portugués y parte de
Extremadura, en cuya formación tienen que ver sobre todo la cultura de Tartessos,
que tuvo su desarrollo en la zona más occidental de Andalucía, aunque, a pesar de
los grandes esfuerzos desplegados por arqueólogos e historiadores, aún no
sepamos dónde estaba situada su capital o centro principal, y los elementos
aportados por las colonizaciones griega y púnica.
La Cultura de los Campos de Urnas se desarrolla en Europa Central hacia 1200 a. C.
y penetra en la Península ibérica por los pasos del Pirineo Oriental. La característica
principal de esta cultura es el ritual de la incineración, en el que las cenizas eran
depositadas en unas urnas, lisas o decoradas. La Cultura de los Campos de Urnas
se propagó hacia Occidente, lo que significó la integración de grandes áreas
geográficas de la Península Ibérica (Cataluña y Valle del Ebro) y del Suroeste de
Francia (Languedoc y Aquitania) en el ámbito general de una cultura superior.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 145 / 252

1.14.5. Área indoeuropea

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Delimitación actual de las áreas

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En la historiografía actual se está imponiendo la utilización de este término, que


tiene un contenido esencialmente lingüístico, por ser más comprehensivo de la
realidad a la que se refiere que otros términos utilizados en épocas pasadas.
A partir de una serie de estudios y hallazgos recientes hoy podemos delimitar con
bastante claridad la denominada área indoeuropea de la Península ibérica, aunque
con algunas zonas de transición.
A grandes rasgos comprende las dos Mesetas, el norte y el oeste de Hispania,
extendiéndose desde el valle medio del Ebro (claramente establecido el límite en la
actualidad tras el conocimiento del Bronce de Contrebia) y el Sistema Ibérico al
este, hasta el río Guadiana por el sur, el Atlántico por el oeste y el Cantábrico por el
norte. Esta área es la señalada por los lingüistas como área de claro dominio de las
lenguas indoeuropeas y dentro de ella quedan incluidas todas las lenguas de
carácter céltico (como es el caso de la celtibérica, en el valle medio del Ebro sobre
todo), como las no propiamente célticas (como es el caso de la lusitana, que
ocuparía el centro de Portugal y parte de Extremadura), y, también en su seno
existen, por supuesto, como han demostrado los últimos trabajos de M.L. Albertos,
diferentes regiones o áreas antroponímicas menores definidas por la presencia de
ciertos nombres personales característicos.
Muchos eran los pueblos que ocupaban este territorio durante la Antigüedad:
celtíberos (citeriores y ulteriores), carpetanos, vacceos, vettones, lusitanos,
tumodigos, astures, galaicos, etc., pero todos ellos presentan en el plano lingüístico
una característica común que da cierta unidad a la zona, el carácter indoeuropeo de
sus lenguas.
Pero existe un elemento diferenciador que son sus formas organizativas sociales.
Atendiendo precisamente a estas formas de organización social la supuesta unidad
desaparece debiendo diferenciar del conjunto a la zona del Noroeste, los galaicos
de los textos romanos, que ocupaban en la Antigüedad un territorio un poco más
amplio que la actual Galicia. De acuerdo con las investigaciones más recientes esta
zona del Noroeste posee en época prerromana y primeros tiempos de la dominación
romana una organización diferente, que se reconoce sobre todo a partir de las
fuentes epigráficas, todas ellas, como ya hemos visto, de época romana, pero en
las que aparecen reflejadas instituciones y formas organizativas características de
la sociedad indígena. A partir de la epigrafía de época romana podemos conocer
parte de las estructuras organizativas indígenas y observar los procesos de cambio
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 146 / 252

que en ellas se van produciendo junto con las transformaciones históricas que
tienen lugar dentro de la Península Ibérica.
Tradicionalmente se había pensado que existían las mismas formas organizativas
indígenas entre los galaicos, los astures, los cántabros y demás pueblos del área
indoeuropea, aunque reflejadas en la epigrafía con términos distintos, gentes,
gentilitates y genitivos del plural en -um / -orum con sus variantes en el caso de los
astures, cántabros, vettones y pelendones entre otros, y en el caso de los galaicos
con una "C invertida", que era leída como centuria (A. Schulten, A. Tovar, M.L.
Albertos, P. Le Roux y A. Tranoy, entre otros). Como en tantos otros asuntos
epigráficos de nuestra historia antigua fue la intuición de M.L. Albertos la que puso
sobre la pista de la interpretación correcta a epigrafistas e historiadores
proponiendo la equivalencia "C invertida" = castello. J. Santos y, sobre todo, G.
Pereira han continuado esta intuición reforzándola desde el punto de vista histórico,
frente a los que seguían manteniendo la interpretación como centuria u otras
interpretaciones, como tendremos ocasión de ver más adelante. La hipótesis se vio
confirmada en su totalidad con la aparición de una nueva inscripción en Astorga, en
la que aparecen dos individuos que, aparte de su pertenencia a la comunidad de los
Lemavos, del primero de ellos, que es una mujer, Fabia, se dice que vive en "C
invertida" Eritaeco y del segundo, Virio, posiblemente su hijo de siete años, se dice
que vive en "C invertida" Eodem, por lo que creemos que se ha pensado, con toda
razón, que el término con el que debe concordar debe ser neutro por razones de
lengua y castellum (que muy probablemente debamos traducir como "castro") por
razones históricas.
Hoy sabemos, sobre todo a partir de los estudios de M.L. Albertos, J. Santos y M.C.
González, que los términos que encontramos en la mayor parte del área
indoeuropea (gens, gentilitas y genitivos de plural) son términos que aluden al
nombre de una unidad suprafamiliar, es decir, mayor que una familia, que viene
expresada en la mayor parte de los casos por el uso del genitivo del plural y que
están relacionados con el parentesco (Por ejemplo la siguiente inscripción de Yecla
de Yeltes, Salamanca, territorio de los vettones: Segontius Talavi f(ilius)
Talabonicum = Segontio, hijo de Talavo, de los Talabonicos, o esta otra de Poza de
la Sal, Burgos, territorio de los pelendones: D(is) M(anibus). Atili(a)e Cantabrequn,
Ati(lii) f(iliae) = A los dioses manes. A Atilia, hija de Atilio, de los Cantabrecos).
En el área del Noroeste (Gallaecia), independientemente de la interpretación que se
dé del signo epigráfico "C invertida" (para unos centuria y para otros castellum), lo
que sí parece claro (y en esto tanto P. Le Roux, A. Tranoy, J. Alarçao y R. Etienne,
por un lado, como G. Pereira y J. Santos, por otro, estaban de acuerdo ya en el I
Seminario de Arqueología del Noroeste, en Guimaraes en 1979) es que la realidad
que encierra este signo está referida al lugar de origen y habitación de la persona
en cuestión, lo que lo diferencia claramente de la función de los términos gens,
gentilitas y genitivos de plural. Se trataría de núcleos de población (posiblemente
castros) con una independencia organizativa imposible de determinar de momento
en el interior de los populi o civitates. (Por ejemplo la siguiente inscripción de
Braga, en territorio de los galaicos bracarenses, Albura Caturonis filia) "C invertida"
Letiobri, an(norum) LXX, h(ic) s(ita) e(st) = Aquí yace Albura, hija de Caturo, de
setenta años, del castro Letiobro; o ésta aparecida en Cerdeira do Coa, Portugal, al
sur del Duero y a unos 150 kms del territorio de los Límicos, es decir, fuera del
territorio de la civitas (comunidad ciudadana) o el populus de este grupo de
población: Fuscus Severi f(ilius) Limicus "C invertida" Arcuce, an(norum) XXII h(ic)
s(itus) e(st). S(it) t(ibi) t(erra) l(evis). P(ater) f(aciendum) c(uravit) = Aquí yace
Fusco, hijo de Severo, del pueblo (o civitas) de los Limicos, del castro Arcuce, de
veintidós años. Que la tierra te sea leve). En este último caso, por haber muerto el
individuo fuera del territorio de la civitas a que pertenece el castro en el que vive,
se indica, además del referido asentamiento, la civitas, que es lo significativo
dentro de las relaciones de derecho público.
Este límite de los castella y las unidades suprafamiliares es el mismo que señalan,
por un lado, el curso inferior del río Duero hasta el Océano y, por otro, la divisoria
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entre galaicos y astures. Desde la desembocadura del Duero sigue el curso de este
río hasta encontrar la desembocadura del Sabor; continúa el curso de este río en
sentido ascendente por una línea imaginaria entre el río y las Sierras de Bornes y
Nogueira, sigue al Oeste de la Sierra de la Culebra y Sur de la Sierra Segundera,
para continuar hacia el Norte por las de San Mamed, Caurel y Ancares y ya, por
último, por el curso del río Navia hasta su desembocadura en el Mar Cantábrico, tal
como expone J. Santos a partir del análisis de la zona en que han aparecido las
inscripciones con mención de castella y sin indicación de la ciudad en la que estaba
integrado cada conjunto de castros. De esta forma, por exclusión, queda trazado el
límite noroccidental del área geográfica de las organizaciones suprafamiliares.
El resto del área indoeuropea y sus límites vienen dados aproximadamente por los
lugares de hallazgo de las inscripciones con mención de organizaciones indígenas
suprafamiliares o, por decirlo de otro modo, unidades organizativas indígenas. Este
límite, que puede tomarse como punto de referencia en la separación del área
indoeuropea y el área ibera, ha sido establecido con claridad por M.C. González a
partir de la recogida y análisis de todas las inscripciones y documentos con mención
de unidades suprafamiliares, que ha reflejado en un excelente mapa en su obra Las
unidades organizativas indígenas del área indoeuropea de Hispania, y es el
siguiente: en la parte occidental y hacia el Sur tomamos en la desembocadura del
Duero la línea de costa hasta la desembocadura del Tajo, abarcando el territorio
lusitano, y, desde allí, por el curso del río Tajo hasta encontrar territorio vettón.
Sigue en dirección este por las cercanías del río Almonte hasta llegar a las
proximidades de la Sierra de Altamira y los Montes de Toledo, ya en territorio
carpetano. Desde los Montes de Toledo sigue por las actuales provincias de Toledo
y Ciudad Real hasta alcanzar la Sierra de Almenara y la Serranía de Cuenca. De
aquí a los Montes Universales, a los que corta, dirigiéndose hacia el Sur de Peñalba
de Villastar en la provincia de Teruel. Este punto es el más suroriental. El límite por
el Este y en dirección Norte alcanza el río Turia en la misma provincia de Teruel y
continua hasta la comarca de Belchite, ya en Zaragoza; prosigue entre los límites
de esta comarca y la de Azaila, cortando el río Huerva, por el Sur del Ebro hasta las
proximidades de Zaragoza (que queda al Norte); continúa por el Sur del río Ebro
hasta la divisoria actual de Navarra y Zaragoza, dejando al Norte, en territorio
vascón, a Cascante, y sigue por el Sur del Ebro hasta el río Alhama, en la actual
provincia de La Rioja y, desde aquí, a Arnedo, Bergasa y El Redal en dirección Norte
para luego alcanzar de nuevo el Ebro a la altura de Mendavia (vascona) que queda
al Norte de esta línea y, de aquí, al extremo oriental de la Sierra de Cantabria. En
este tramo coinciden los límites entre los celtíberos, los berones y los vascones,
como afirma M.A. Villacampa en su obra sobre los berones.
El límite oriental en el valle medio del Ebro viene marcado por el triple límite entre
celtíberos (contrebienses), vascones (alavonenses) e iberos (saluienses), límite que
se ha podido precisar con bastante exactitud a partir del hallazgo de la denominada
Tabula Contrebiensis o Bronce latino de Botorrita. Este documento público fechado
por los cónsules en el año 87 a.C. expone un litigio entre comunidades indígenas
por la compra de un terreno para una canalización de aguas y para la resolución de
este litigio se recurre a una tercera comunidad, Contrebia Belaisca. En la parte final
del documentos aparecen los individuos que han sostenido la causa de cada una de
las comunidades, así como aquellos de los contrebienses que han actuado como
jueces. El sistema onomástico de los distintos individuos (la diferente forma de
expresar el nombre) es distinto, según se trate de los miembros de una u otra
comunidad. Los que actúan de jueces, ciudadanos de Contrebia Belaisca, celtíberos
por ello, presentan el mismo sistema onomástico que el resto de los pueblos del
área indoeuropea (nombre personal + genitivo de plural + filiación: Lubbus
Urdinocum Letondonis f. = Lubo de los Urdinos, hijo de Letondo). La causa de los
saluienses, habitantes de Salduie, sedetanos según las fuentes y, por ello, iberos,
fue defendida por un individuo cuyo sistema onomástico y naturaleza de sus
antropónimos son distintos a los de los contrebienses (nombre personal + filiación
+ ciudad: (- - -)assius (-)eihar f. Salluiensis= (- - -)asio, hijo de (-)eihar,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 148 / 252

saluiense). La causa de los alavonenses, habitantes de Allavona, ciudad


perteneciente a los vascones según las fuentes, fue defendida por un individuo cuyo
sistema onomástico es idéntico al del saluiense que aparece anteriormente (nombre
personal + filiación + ciudad: Turibas Teitabas f. Allavonensis= Turibas, hijo de
Teitabas, alavonense). Gracias a la diferente forma de expresar su nombre los
individuos que allí se mencionan se ha podido establecer de modo preciso el límite
entre las áreas indoeuropea e ibera en el valle medio del Ebro, descubriéndose
claramente que la zona de Contrebia Belaisca (valle del río Huerva) debe incluirse
dentro del área de la Hispania indoeuropea con lo que queda establecido el máximo
de penetración occidental en el valle del Ebro de los celtíberos y su lengua.
Pero en este punto se nos plantea una duda: los vascones, que en el documento a
que hemos hecho referencia aparecen con un sistema onomástico no indoeuropeo,
sino semejante al de los iberos, ¿deben ser incluidos en el área ibera o en el área
indoeuropea? Y lo mismo los várdulos en cuya epigrafia no ha aparecido ninguna
mención a unidades indígenas suprafamiliares. En el estado actual de la
investigación no tenemos datos suficientes para decidirnos por una u otra
alternativa, aunque, como veremos más adelante, en el proceso de formación
histórica de estos pueblos antes de la llegada de los romanos influyen los mismos
elementos transpirenaicos que en el resto de lo que denominamos zona
indoeuropea y, en este caso, con mayor intensidad si cabe por ser los primeros
puntos de contacto.
Falta ya únicamente trazar en este límite oriental de unidades organizativas
indígenas la divisoria desde el Este de la Sierra de Cantabria hasta el Cantábrico.
Para establecer esta línea M.C. González toma como base la presencia o ausencia
en los documentos epigráficos de menciones a organizaciones indígenas
suprafamiliares. En la epigrafía de los várdulos (pueblo limítrofe por el Sur con los
berones) no hay ni un solo ejemplo de este tipo de unidades organizativas, a pesar
de la abundante presencia de nombres personales indoeuropeos, mientras que sí
aparecen, aunque no abundantemente, entre los caristos, con lo que podríamos
hacer coincidir el límite con el de várdulos y caristos: desde la Sierra de Cantabria
sube hacia el Norte hasta encontrar el Condado de Treviño y, de aquí, por el Sur de
los Montes de Vitoria y al oeste de Alegría de Alava, por el puerto de Arlabán, la
Sierra de Elguea, la Sierra de Aitzgorri y el Puerto de Azcárate por el Deva hasta su
desembocadura en el Cantábrico.
Estos son los límites que perfilan el área peninsular ocupada por documentos
epigráficos con mención de organizaciones suprafamiliares (gentes, gentilitates y
genitivos de plural), que coincide en gran medida (Sur y buena parte del Este) con
el límite de la Hispania indoeuropea.
Ninguno de los términos arriba mencionados (gens, gentilitas y genitivos de plural),
ni el signo epigráfico "C invertida" aparecen en las inscripciones del área ibera,
donde los individuos expresan su origen únicamente a través de la filiación (nombre
del padre en genitivo y filius, ya sea en toda su extensión, ya con la sigla f.) y de la
ciudad a la que pertenecen.
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1.14.6. Bibliografía sobre las áreas culturales de la P. Ibérica prerromana


Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Áreas histórico-culturales de la P. Ibérica en época prerromana

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Para la delimitación del área de las unidades organizativas indígenas es


fundamental la obra de M.C. GONZÁLEZ, Las unidades organizativas indígenas del
área indoeuropea de Hispania, Vitoria-Gasteiz, Instituto de Ciencias de la
Antigüedad, Anejo n° 2 de Veleia, 1986. Referido a España en general véase la
interesante síntesis de A. TOVAR, "Lenguas y pueblos de la Antigua Hispania. Lo
que sabemos de nuestros antepasados protohistóricos", Lección inaugural del IV
Coloquio sobre Lenguas y Culturas Paleohispánicas de la Península Ibérica, Vitoria,
1985 (tirada aparte) y Veleia 2-3, 1985-86 págs. 15-34. Un estudio de conjunto
sobre el trifinium del valle medio del Ebro, aunque matizado en algunos aspectos
por aportaciones posteriores del mismo autor, puede verse en G. FATÁS, Contrebia
Belaisca (Botorrita, Zaragoza). II. Tabula Contrebiensís, Zaragoza 1980. Sobre la
individualidad de Gallaecia son básicas las obras de G. PEREIRA MENAUT, "Los
castella y las comunidades de Gallaecia", en Zephyrus, 34-35, 1982, págs. 249-267
y "Las comunidades galaico-romanas. Hábitat y sociedad en transformación", en
Estudos de Cultura Castrexa e de Historia Antiga de Galicia, Santiago de
Compostela, 1983, págs. 199-213 y, un poco anterior, G. PEREIRA y J. SANTOS,
"Sobre la romanización del Noroeste de la Península Ibérica: las inscripciones con
mención del origo personal", en Actas del I Seminario de Arqueologia del Noroeste
peninsular, Revista de Guimaraes, 1980, vol. 3, págs. 117-137. Para la delimitación
del territorio de los vascones puede verse el trabajo y la bibliografía en él recogida
por J J. SAYAS, "Indoeuropeos y vascones en territorio vascón", en Actas del IV
Coloquio de Lenguas y Culturas Paleohispánicas de la Península Ibérica, Veleia, 2-3,
1985-86, págs. 399-420. Como obra de carácter general, aunque con una división
geográfica distinta, es muy interesante J. CARO BAROJA, Los pueblos de España,
Barcelona, 1946 (reed. Madrid, Istmo, 1976).
Con respecto a la visión que los romanos tienen de los pueblos exteriores al imperio
("bárbaros"), véase Y.A. DAUGE, Le Barbare. Recherches sur le conception romaine
de la barbarie et de la civilisation, París, 1981. Un análisis más amplio de las
noticias de Estrabón sobre los pueblos del norte de Hispania y otros pueblos
"bárbaros" se encontrará en P. BRIANT, Etat et pasteurs au Moyen-Orient ancien,
París, 1983, especialmente el capítulo 1 "L'anthropologie antique du pasteur et du
nomade", págs. 9-56 y, referido más concretamente a los pueblos del Norte, en
J.C. BERMF "Tres notas sobre Estrabón. Sociedad, derecho y religión en la cultura
castreña", en Gallaecia, 3-4, 1977-78, págs. 71-90 y M.C. GONZÁLEZ, "Notas para
la consideración del desarrollo histórico desigual de los pueblos del Norte de la
Península Ibérica en la Antigüedad", en Veleia, 5, 1988, págs. 181-187.
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1.15. Área ibera. Pueblos del sur y este de España

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Siguientes:
El proceso de formación histórica del mundo ibérico
El desarrollo urbano en el área ibera
Organización social
Organización política
Actividad económica de los pueblos iberos
El arte de los iberos
El traje ibérico
La escritura ibérica
La religiosidad entre los iberos
Bibliografía sobre los pueblos iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Como hemos visto anteriormente, aunque es difícil poder delimitar con exactitud las
distintas áreas histórico-culturales de la Península Ibérica en época prerromana, se
puede afirmar que, a grandes rasgos, el área ibera se corresponde geográficamente
con la zona oriental y meridional de la Península. Esta área no es uniforme, ni en su
orografía, ni en su clima, ni en su ecología, pudiendo distinguirse dentro de ella
varias subáreas: Cataluña, con diferencias entre la costa y el interior, el valle del
Ebro, Valencia, Sudeste, Alta Andalucía y Baja Andalucía.
Este área se halla constituida por un mosaico de pueblos entre los que existen
manifestaciones culturales similares, que nos permiten generalizar para todos ellos
la denominación de civilización ibérica o pueblos del área ibera, aunque dentro de
un área tan amplia haya una serie de matices y diferencias entre unas y otras
regiones, debidos tanto a la diversidad del sustrato indígena, como a los contactos,
directos o indirectos y más o menos intensos con los pueblos colonizadores, pues
se trata precisamente de la zona de influencia directa de las
colonizaciones fenicia, griega ypúnica. Podríamos decir sin miedo a equivocarnos
que la civilización ibérica es la respuesta cultural indígena a los estímulos
colonizadores.
Con una localización más o menos precisa, debido sobre todo a que en muchos
casos no sabemos hasta qué punto la administración romana respetó las divisiones
originarias indígenas, a partir principalmente de los datos de las fuentes greco-
latinas de época clásica romana, vamos a señalar los pueblos más importantes de
este área, los de mayor amplitud geográfica:
- Con respecto a Cataluña, tenemos que en los valles de los Pirineos se encuentran
los arenosios (valle de Arán), los andosinos (zona de Andorra) y los cerretanos (en
la Cerdaña).
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 151 / 252

En las zonas llanas de Vich y Gerona estaban situados, según J. Maluquer, los
ausetanos, aunque A. del Castillo los sitúa en la Costa Brava en contra del
testimonio del propio Livio. La discusión ha surgido por un texto de Ptolomeo (2, 2,
70), que relaciona a los ausetanos con la ciudad de Gerunda, lo que ha llevado a
muchos autores modernos a considerar que la comarca de la Selva estaba ocupada
por este grupo de población. En la actualidad (J.M. Nolla y E. Sanmartí sobre todo)
se piensa que los indiketas ocupaban todo el litoral gerundense, mientras que los
ausetanos ocuparían el interior, la comarca de Osona. Esta ubicación se compadece
mejor con las noticias del resto de los autores antiguos (Avieno, que los denomina
ausoceretes, y Plinio el Viejo sitúan a los indiketas en la costa y a los ausetanos en
el interior, mientras Estrabón se olvida de los ausetanos en su descripción de la
costa).
En la zona de Berga se encontraban los bergistanos, gente salvaje entre los que
abundan los bandidos que atemorizan al resto de la población, según Plinio.
En los alrededores de Barcelona, en las comarcas del Maresme y el Vallés, se
ubicaban los lacetanos. Es probable que tanto los lacetanos, como los lasetanos,
laletanos y layetanos de las fuentes, fueran un mismo pueblo o pueblos muy
relacionados (en Plinio aparecen lacetanos, laletanos y lasetanos, que para
Schulten son todos lacetanos).
- En el área del valle del Ebro, el historiador Estrabón sitúa a los ilergetes en las
ciudades de Osca (Huesca) e Ilerda(Lérida). Parece que estos ilergetes no tienen
que ver directamente con los ilercavones a los que Plinio ubica en la costa al Sur
del Ebro hasta las proximidades de Sagunto. Los ilergetes se adentraban en
territorio aragonés hasta entrar en contacto con los celtíberos. Se trata, por las
noticias de las fuentes, de un grupo de gran personalidad y dureza.
Otro grupo de población muy importante en la zona del valle del Ebro son los
sedetanos. Para la ubicación de este grupo de población ha sido decisiva la tesis
doctoral de G. Fatás. Hasta entonces (Bosch Gimpera y García y Bellido entre otros)
habían sido incluidos dentro de los edetanos, por el Bajo Aragón hasta más arriba
del Ebro, ignorando la existencia de los sedetanos. Ahora sabemos que los
sedetanos ocupaban las tierras situadas entre los Montes de Castejón y la Muela,
los Monegros hasta la Sierra de Alcubierre, con los ilergetes al Norte, el río
Matarraña que sería el límite con los ilercavones y por el Sur la línea natural que
cambia la divisoria de aguas de la cuenca del Ebro en la provincia de Teruel.
Tenemos también en esta zona a los suesetanos localizados en los textos de Tito
Livio como vecinos de los sedetanos y los lacetanos, por lo que algunos
historiadores modernos (Rodríguez Adrados, Vallejo, etc.) han pensado que debían
estar situados en la actual provincia de Tarragona. Para Fatás hacia comienzos del
siglo II a.C. no había suesetanos en Tarragona, sino en la Tarraconense, ocupando
la mayor parte de la actual comarca de las Cinco Villas de Aragón, en el límite entre
Aragón y Navarra.
- En el País Valenciano, uno de los grupos principales de población de la zona son
los edetanos. Estrabón los menciona en la costa, pero sin una localización fija.
También ha habido aquí confusión de pueblos. En este caso se habían confundido
los edetanos y los sedetanos (Schulten fue el principal defensor de esta identidad),
pero, como hemos visto antes, a partir del estudio que de los textos de los autores
antiguos, más concretamente de Plinio, los sedetanos estaban más cercanos al Ebro
y los edetanos en las provincias de Castellón y Valencia, en el territorio que
encierran los ríos Sucro (= Júcar) en la frontera meridional y Udiva, identificado por
Schulten con el Mijares, siendo Liria una de sus principales ciudades.
También en esta zona las fuentes mencionan a los contestanos, que han sido objeto
de estudios detallados de Llobregat y Uroz. De los autores antiguos únicamente
Plinio y Ptolomeo se refieren a ellos con claridad, pues Estrabón no menciona para
nada a la Contestania, cuyo territorio es atribuido a los edetanos. Sin duda, en el
caso de Estrabón estamos ante un texto con referencias de carácter general, sin
concretar el territorio exacto de cada una de las poblaciones que ocupaban las
distintas zonas de la Península Ibérica, pues, sólo a medida que se fue conociendo
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 152 / 252

con más claridad el territorio de los distintos pueblos, aparece como tal en los
autores greco-latinos. Schulten proponía el carácter celta de los contestanos a
partir de etimologías y relaciones de la raíz del nombre, aunque en la actualidad se
atribuye un origen mediterráneo antiguo a todos los pueblos cuyo nombre termina
en -itani o -etani. Además, por su cultura material y por su escritura este grupo de
población es ibero, por lo que, como dice Presedo, parecen ociosas estas
discusiones lingüísticas. Para Plinio la Contestania se extiende desde el río Taver,
que desemboca en el golfo ilicitano, hasta el río Sucro, donde limitarían con los
edetanos. Saitabi (Játiva), Ilici (Elche), Lucentum (La Albufereta, Alicante) y
Dianium (Denia) son sus principales ciudades.
- En el área del Sudeste peninsular nos encontramos, de acuerdo con los datos de
las fuentes antiguas, con los deitanos citados por Hecateo. Para Plinio el territorio
que ocupa este grupo de población coincide con la costa oriental de la Citerior,
entre los contestanos y los bastetanos. Según Bosch Gimpera y Pericot los deitanos
están situados a partir del siglo III a.C. al nordeste de los mastienos y tartesios,
mientras Cabré, con base en el estudio arqueológico de la región, afirma que a
partir del siglo V a. C. podemos hablar de la fase ibera de la zona. Por lo que hoy
sabemos su territorio estaba en la vega del río Segura, separando a los contestanos
de los mastienos.
Al Sur de los deitanos y a continuación en la costa se encuentran los mastienos,
que reciben este nombre de la ciudad de Mastia y a quienes el Periplo
de Avieno cita sin ninguna precisión. Tampoco parece que Hecateo y Teopompo
tengan más suerte en la descripción del lugar de asentamiento de este pueblo,
hablando Hecateo de alguna de sus ciudades como ciudad céltica. Para Schulten
una de sus principales ciudades, Molybdana (citada por Hecateo), estaba situada en
la región de Cartagena.
También en esta zona junto a los mastienos se cita a los libiofenices, habiendo
pensado algunos autores modernos que su territorio coincidiría en gran parte con
los mastienos. El hecho de que aparezcan citados por Avieno junto con los
mastienos debe llevarnos a la conclusión de que se trata de pueblos distintos,
aunque, si hacemos caso a Eforo, que los da como habitantes de Malaca, Sexi
y Abdera, se trataría de los mismos mastienos de Hecateo. Lo que sí parece claro
es que se trata de pueblos extranjeros, ya que Plinio les llama siempre poeni.
Serían los pueblos orientales y sus descendientes y los hallazgos de la arqueología
en los yacimientos de Toscanos, Trayamar y otros similares así parecen
confirmarlo.
Siguiendo por la línea de costa nos encontramos con los bastetanos, a
quienes Estrabón atribuye una situación en el litoral entre Calpe y Gades y que
pertenecen a la Turdetania. Hay una gran confusión entre los autores antiguos en
cuanto a su localización, incluso dentro de la descripción del mismo Estrabón, para
quien en otros pasajes los bastetanos habitan en el interior desde las sierras de la
provincia de Cádiz hasta Granada, llegando casi hasta Málaga. Ptolomeo habla de
dos grupos, los bártulos al Oeste y los bastetanos al Este, denominando a los
primeros bástulos poenos los cuales, en opinión de Schulten, corresponden a los
blastofenicios de Apiano y a los poeni de Plinio. Actualmente se piensa que estaban
situados en Almería y con una penetración hacia la vega de Granada, identificando
su población principal y la que les da el nombre, Basti, con Baza, a pesar de que la
arqueología no ha sido muy explícita hasta el momento en ese sentido. Otra de sus
ciudades importantes era Tutugi, identificada con Galera.
- La Alta Andalucía estaba habitada en época prerromana por los oretanos.
Ni Avieno, ni Polibio los citan expresamente. Sí lo hace Estrabón a la vez que a sus
ciudades más importantes, pero los hace llegar hasta la costa Sur. Los datos
de Ptolomeo no son relevantes, pues para entonces ya la administración romana
había desdibujado los límites primitivos de los pueblos. Por Estrabón sabemos que
su territorio es atravesado por los cursos altos del Betis (3, 4, 12) y del Júcar (3, 4,
14). En la actualidad parece claro que los oretanos ocupaban la zona oriental
minera de Sierra Morena, la mitad Este y Norte de la provincia de Jaén y parte de
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 153 / 252

las de Ciudad Real y Albacete, esto es, la zona natural de paso entre el Centro, Sur
y Levante de España. Destacan entre sus ciudades Castulo (cerca de Linares), que
tuvo una gran importancia en la época de dominio cartaginés de la Península por su
vinculación con Aníbal, y Oria u Orissia (probablemente Granátula).
- En el valle del Guadalquivir, de todos los pueblos citados por los autores antiguos
pertenecientes al área ibera los de mayor extensión e importancia son los
turdetanos. Según varios autores antiguos y modernos, este término es una forma
de denominación de los tartesios, aunque, como dice Presedo, comúnmente la
palabra se emplea entre los arqueólogos para significar la época que va desde el
siglo V hasta la conquista romana y, por esta razón, lo tartésico es para nosotros la
fase más antigua de esta misma región. Sus elementos de cultura material son
comunes en lo fundamental con los de los iberos. Estrabón identifica turdetanos y
túrdulos, pero para Polibio y Plinio son distintos, estando los túrdulos al Norte de
los turdetanos. Plinio da noticia de unos turduli veteres en Lusitania, noticia que ha
sido confirmada recientemente por el hallazgo de un pacto de hospitalidad en el
Castro da Senhora da Saúde os Monte Murado (Pedroso), V.N. da Gaia, fechado en
el año 7 d.C. por los cónsules y en el que aparecen como participantes unos turduli
veteres. Para Estrabón la Turdetania comprende todo el valle del Guadalquivir,
limitando con los carpetanos y por el sur con los bastetanos. Según este autor,
tiene forma de cuadrado con 2.000 estadios de ancho y de largo. Podría ser este
nombre el que denominaba a toda la región, en la que habitaban, según los datos
de las fuentes, poblaciones menores difíciles de localizar (etmaneos, olbisios,
cilbicenos, igletes o filetes, etc.).
El mapa del área ibera se completa con los bártulos, ya citados al referirnos a los
bastetanos, que estarían situados en la actual provincia de Granada.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 154 / 252

1.15.1. El proceso de formación histórica del mundo ibérico

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Para comprender el proceso de formación de la cultura ibérica es preciso atender al


estudio de la propia dinámica interna de la Península Ibérica en las etapas
anteriores a la primera mitad del primer milenio a. C. sobre todo. En este proceso
intervienen de forma decisiva una serie de elementos que fueron resaltados de
forma muy clara por M. Bendala y J. Blánquez en las Actas de las I Jornadas sobre
el Mundo Ibérico, celebradas en Jaén en 1985. De allí entresacamos unas cuantas
ideas que consideramos de esencial importancia para el conocimiento del proceso
de formación histórica de estas poblaciones hasta llegar a la etapa que podemos
denominar ibérica, u horizonte ibérico.
Las fuentes literarias hablan de los iberos como un pueblo que se extiende desde
Andalucía hasta el Languedoc, por la zona costera, con una misma lengua y una
cultura similar. Hoy sabemos que se trata de un mosaico de pueblos y el principal
problema que tenemos que resolver es el origen de la cultura ibérica.
Según la opinión de Bendala y Blánquez, que compartimos, el principal cambio que
se produce en esta época es la integración de las tierras de la Península Ibérica en
las grandes culturas del Oriente mediterráneo, con lo que surge un proceso de
evolución histórica que desborda y condiciona las líneas evolutivas anteriores.
Pero este horizonte nuevo, fundamentalmente exterior, no debe hacernos perder de
vista que en esta etapa se está produciendo la consolidación de las culturas del
Bronce Pleno, cuyo foco más importante se sitúa en Almería (poblados de El
Argar y El Oficio), y que irradian fuertes influencias a amplias zonas meridionales.
Tras esta etapa del Bronce Pleno los arqueólogos han establecido a partir de una
serie de datos nuevos o de interpretación de datos anteriores un
denominado Bronce Tardío (1300-1100 a. C.) en el que continúan los componentes
de la cultura argárica, con desaparición de algunas de sus formas cerámicas y con
penetración de elementos culturales del horizonte meseteño caracterizado con el
nombre de Cogotas I: cerámicas excisas, boquique, etc. Esto mismo puede decirse
para el País Valenciano, con la penetración de influjos procedentes de la Meseta.
También en la Andalucía Occidental puede hablarse paralelamente de un Bronce
Tardío con las mismas características que han sido apuntadas para las demás
zonas.
Para Bendala y Blánquez con este Bronce Tardío se llega a una crisis final del
mundo argárico, hecho que no puede situarse al margen de la crisis general que
afecta a todas las culturas mediterráneas. Pero a esta situación general de crisis,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 155 / 252

que supone para estos autores el Bronce Tardío, sigue una fase de mayor vigor
que, de acuerdo con la investigación de los últimos años, puede ser caracterizada
como Bronce Final.
El factor más importante de esta revitalización es, sin duda, la influencia de
la cultura tartésica y se trata de una época de mayor apertura cultural que las fases
precedentes. Los comienzos de esta nueva etapa pueden situarse hacia el año 1000
a. C. Esta etapa se va a caracterizar, sobre toda, por una fuerte influencia y
penetración de los elementos culturales tartésicos, entre los que destacan, de
acuerdo con los hallazgos arqueológicos más recientes, las cerámicas con
decoración bruñida, los vasos de perfil carenado, las superficies alisadas, etc. Estos
datos de la arqueología no hacen más que confirmar las noticias de las fuentes
escritas (Polibio, 3, 24, 4), para quien el mundo tartésico se extendió hasta la
región de Cartagena (Mastia Tarseion).
Los autores antes citados destacan dos aspectos fundamentales de esta etapa, una
vez revisado el panorama que ofrecen las secuencias de importantes yacimientos
arqueológicos de la zona: la ruptura con la línea decadente del Bronce Tardío,
ubicándose incluso los yacimientos en otros lugares y, sobre todo, la constatación
de que el foco tartésico es el principal catalizador de la renovación cultural que se
produce en este momento, teniendo también cierta importancia, aunque bastante
menor, la penetración de los Campos de Urnas, con incidencia especial en Cataluña
y valle medio del Ebro, estableciendo en las tierras llanas y los valles una economía
de tipo agrícola.
No es el momento de pararnos a analizar si la propia cultura tartésica es fruto de
una evolución autóctona únicamente o recibe también impactos exteriores, pues lo
hemos visto anteriormente. Pero sí es necesario resaltar, siguiendo de nuevo a
Bendala y Blánquez, que sobre la base del Bronce Final Tartésico se superpone una
fase orientalizante, profundamente marcada por el influjo fenicio, que comienza en
el siglo VIII y tiene su momento álgido en el siglo VII y parte del siglo VI a.C.
También se extiende a la zona ibérica clásica, en buena parte como resultado de la
irradiación tartésica hacia esa área.
En el siglo VI a. C. se produce la crisis de la cultura tartésica, lo que traerá consigo
una mayor vitalidad e influencia de las zonas ibéricas del Sudeste y Levante. En
este proceso de revitalización de las zonas del Este peninsular tiene una especial
importancia la presencia griega, que tradicionalmente había sido suficientemente
valorada para la zona del Nordeste y que, en estos momentos, debe ser tenida
también en cuenta no sólo para la zona del Levante, sino incluso para la zona
meridional de España.
Con respecto al proceso de formación de la cultura ibérica parece conveniente
hacer mención a las opiniones de tres autores que recientemente se han ocupado
del tema: Abad Casal, Arteaga y Aubet.
Para Abad Casal la formación de la cultura ibera está en relación con el impacto de
las corrientes orientalizantes sobre los pueblos indígenas. Andalucía es la única
región peninsular donde existían esas circunstancias favorables y lo ibérico es el
desarrollo de la cultura indígena con fuertes aportaciones y matizaciones
colonizadoras, mientras que al País Valenciano, en opinión de Tarradell y Llobregat,
la cultura ibera llega ya formada.
O. Arteaga, a partir del yacimiento de Los Saladares (Orihuela, Alicante), en el que
se ha establecido una secuencia estratigráfica desde el Bronce Final al llamado
Horizonte Ibérico pleno, diferencia lo orientalizante tartésico y lo fenicio occidental
de las llamadas culturas protoibéricas (Alta Andalucía, Sudeste y Levante
meridional). El mundo ibérico meridional se diferencia de lo propiamente turdetano,
de lo púnico costero y del mundo ibérico septentrional, a la vez que conecta con lo
tartésico mediante el desarrollo protoibérico y conoce directamente los procesos
generatrices de las culturas ibéricas más antiguas. En su opinión, existe una
diferencia clara entre iberismo meridional de la Alta Andalucía, el Sudeste y el
Levante meridional, donde la cultura ibérica se forma a lo largo del siglo VII a.C. en
un proceso de desarrollo complejo durante el siglo VII a.C., y septentrional desde
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 156 / 252

los alrededores del cabo de La Nao hacia Levante y hasta el Ebro, sur de Cataluña,
costas catalanas, sur de Francia, Bajo Aragón, Cataluña interior y Meseta, en cuya
formación hay que valorar, junto a los procesos formativos de la cultura ibérica
meridional, las actividades griegas.
En opinión de M.E. Aubet, el establecimiento de las colonias fenicias en la zona del
Estrecho aceleró un proceso de transformaciones económicas y sociales que se
venía gestando en el Suroeste desde principios del I milenio a.C. Pero, si se admite
que la sociedad urbana en el sur de la Península no se encuentra hasta bien
entrado el siglo VI a.C. y, fundamentalmente, a partir del siglo V, no parece que
hayan influido decisivamente en la aparición de las ciudades ibéricas ni el estímulo
colonial tartésico, ni su efecto más inmediato, el período orientalizante tartésico.
Además, los primeros y más poderosos focos de iberismo aparecen en la Alta
Andalucía y en el Sudeste, en la periferia del mundo tartésico y no en su epicentro.
Por ello para M.E. Aubet los inicios de la cultura ibérica y de la vida urbana serán
posibles gracias a las bases socioeconómicas establecidas por el intermediario
tartésico durante los siglos VII y VI a.C., pero no puede afirmarse que sean
consecuencia inmediata y directa de ellas. Es la influencia griega desde el Sudeste
la que estimulará la cultura ibérica urbana en la Alta Andalucía.
Debido al propio proceso de evolución interna de las poblaciones indígenas y a los
influjos exteriores, más o menos importantes según las zonas, el mundo ibérico se
configura como un foco de gran riqueza cultural y económica a partir de la segunda
mitad del siglo VI a. C. Dentro de esta cultura ibérica se distinguen
arqueológicamente una serie de facies regionales que son debidas a dos factores: el
sustrato étnico que influye sobre la cultura que recibe y desarrolla y el predominio
de fenicios en los siglos VIII y VII a.C. y las influencias griegas más intensas a
partir de mediados del siglo VI y los siglos V y IV.
Estas diferencias regionales se han puesto de manifiesto en aspectos tan
importantes como los urbanísticos; mientras que en la zona de influencia de
los campos de urnas (Cataluña y valle del Ebro) los poblados se organizan en torno
a una calle central dejando las casas sus paredes traseras reforzadas a modo de
murallas, en la zona más meridional se encuentra una urbanística mucho más
cercana a los modelos del Mediterráneo Oriental, concretamente de la urbanística
griega.
En líneas generales podemos decir que en Cataluña el proceso de iberización
constituyó una evolución continuada en la que se constatan influencias
mediterráneas, en origen fenicias, que se ponen de manifiesto sobre todo en los
restos cerámicos y en los ajuares metálicos, y posteriormente griegas a partir de
mediados del siglo VI a. C., que, tanto en esta zona como en el Levante ibérico, son
las que tienen mayor incidencia y que actúan sobre poblaciones indígenas con una
tradición cultural con fuerte influencia de los campos de urnas. Al respecto se
plantea un interesante problema, aplicable no sólo a Cataluña, sino a todas las
zonas del Levante no "nuclear" ibérico, que ha sido perfectamente resaltado por E.
Junyent y otros autores, el insuficiente conocimiento de la evolución de estas
gentes a lo largo de los siglo IX, VIII y VII a.C. y del sustrato preibérico inmediato,
es decir, saber cuáles eran los elementos definidores de aquellas comunidades que
recibieron las primeras influencias mediterráneas. Por otra parte, cada vez parece
más evidente en Cataluña la dicotomía entre la costa y las zonas del interior, siendo
los ritmos de evolución hacia el iberismo muy distintos en una y otra parte, ya que
las zonas costeras reciben las influencias foráneas, sobre todo mediterráneas, en
una época más temprana. Para Sanmartí es evidente que, mientras no se
demuestre lo contrario, nuestra visión actual del problema es la de considerar que
la aparición de unas formas y modos de vida, de unos patrones culturales, en
definitiva, que podemos calificar ya de ibéricos, se debió a una rápida expansión
sur-norte de unos estímulos y quizá también poblaciones generados en la zona
nuclear donde la cultura ibérica tuvo su epicentro, es decir en el Sudeste
peninsular, entendiendo con ello las actuales provincias de Murcia y Alicante.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 157 / 252

En el valle del Ebro, según A. Beltrán, la iberización afecta esencialmente a la


cultura material, sin que se produzcan cambios de población o sustitución de modos
de vida. Esta penetración de elementos iberos se inicia en el siglo V a. C. y se
desarrolla en los siglos IV y III, perdiendo vigencia en contacto con lo romano
(siglos II y I). Pero esta iberización no supone el que las bases indígenas
desaparezcan, antes bien permanecen en los poblados determinados objetos,
cerámicas y otros utensilios. La mayor parte de los yacimientos conocidos
pertenecen a la Edad del Hierro, a la época romana republicana y hacia el cambio
de era. Las influencias ibéricas proceden de la zona del Levante y el Ebro actúa
como difusor a través de algunos de sus afluentes (concretamente el valle del
Jalón) hacia la Meseta. Pero los contactos culturales con el mundo celtibérico son
constantes, tanto en lo referente a cultura material, como a elementos de alfabeto,
moneda, etc., apareciendo ciudades de nombre indígena con formas iberas e
indoeuropeas, por ejemplo Nertobis-Nertobriga. Finalmente, es importante resaltar
que la iberización de las tierras interiores del valle estuvo ligada estrechamente a la
penetración de los romanos en estos territorios. Recientemente F. Burillo ha
reivindicado el camino del río Mijares como vía de penetración de las influencias de
la costa (colonizadores e indígenas) hacia el interior, peno no buscando una zona
de excedentes agrícolas, que no la hay en las altas tierras turolenses a las que
conduce, sino un territorio rico en minerales, que se sitúa en la propia cuenca del
río Mijares, especialmente en la Sierra de Albarracín (hierro y, en menor medida,
plata y cobre). Esta necesidad de minerales de la zona norte de la costa levantina
donde desemboca el Mijares es evidente y, por otra parte, no es menos cierto que
en esa zona el proceso iberizador se desarrolla con anterioridad al del interior del
valle del Ebro.
A comienzos del siglo VI a. C. estamos asistiendo al inicio de un proceso que dará
lugar a la cultura ibérica, en el que sobresalen la utilización y divulgación de
la cerámica a torno, el desarrollo del urbanismo y la generalización del uso del
hierro.
Por lo que se refiere a Andalucía la cultura ibérica, o mejor los rasgos ibéricos,
presentan matices que la diferencian de la cultura ibérica levantina, debido en gran
medida a la propia evolución interna del componente indígena (tartésico sobre
todo) y en parte a la propia ubicación de unas y otras comunidades, lo que hace
que predominen en unos casos los influjos orientalizantes, más arraigados en la
zona occidental, y en el resto las nuevas relaciones que se establecen en las zonas
más orientales de España con los pueblos colonizadores del Mediterráneo, sobre
todo con los griegos.
Debido precisamente al distinto proceso de formación histórica que siguen estas
poblaciones hay que distinguir dentro de la amplia área que va desde Cataluña
hasta Cádiz dos tipos de cultura ibérica, una meridional desarrollada en Andalucía,
Sureste de España y Levante meridional y una septentrional desarrollada en los
alrededores del Cabo de La Nao en Alicante, hacia Levante y hasta el Ebro y el Sur
de Cataluña, propagándose hacia las costas catalanas y el Sur de Francia, Bajo
Aragón, Cataluña interior y hasta la Meseta.
Como conclusión podemos decir que los territorios más meridionales de la
Península Ibérica quedaban polarizados hacia la civilización tartésica, mientras que
los territorios más septentrionales del área ibera lo hacían hacia la civilización de
los campos de urnas, aunque dentro del proceso de iberización han de tenerse en
cuenta como elementos fundamentales los influjos mediterráneos aportados
por fenicios y griegos.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 158 / 252

1.15.2. El desarrollo urbano en el área ibera

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

El proceso anteriormente reseñado va a llevar en el siglo V a. C. a las poblaciones


indígenas a un estadio de desarrollo superior, que podemos calificar como
plenamente urbano, con lo que el mundo ibérico se "homologa", aunque más
tardíamente, con las demás culturas del mundo mediterráneo de los milenios
segundo y primero a. C., con un tipo de organización más próximo al de las
sociedades mediterráneas.
La existencia de la ciudad como núcleo básico de la organización interna es uno de
los rasgos que caracterizan al mundo ibérico. Pero este proceso de urbanización no
es uniforme, sino que se pueden establecer diferencias que pueden llegar a ser
extremas entre los distintos territorios. Así, por ejemplo, en las campiñas de Jaén
encontramos ciudades y una organización del poblamiento en torno a ellas ya en
pleno siglo V a. C., mientras que en el valle medio del Ebro el establecimiento de
ciudades no se remonta más allá del siglo III a. C.
En el proceso de análisis de la organización del poblamiento ibérico se plantea un
problema fundamental, poder determinar cuándo un núcleo habitado puede o debe
ser considerado como una ciudad. Pero no podemos dar respuesta a este problema
sin determinar previamente el concepto de ciudad, concepto relativo y que puede
variar dependiendo de la cultura a que se refiera. No obstante, a pesar de las
dificultades, desde un punto de vista metodológico es obligado descubrir los
elementos que definen un asentamiento de población como ciudad.
Por oposición, para que las ciudades existan es imprescindible, en primer lugar, que
haya otros núcleos que no lo sean y que se puedan definir como rurales. Es decir,
deberá existir un habitat diferenciado en el que el asentamiento que se identifique
como ciudad deberá contar con unas atribuciones de las que carezcan los núcleos
rurales y realizar unas funciones derivadas de estas mismas atribuciones exclusivas
de la ciudad. Estas funciones cubren toda una serie de aspectos defensivos,
político-administrativos, económicos, religiosos, etc., que necesariamente deberán
proyectarse a los núcleos rurales, faltos en todo o en parte de los servicios que la
ciudad les proporciona.
Esta relación entre ciudad y núcleos rurales es recíproca, pues los asentamientos
rurales por su parte deberán ofrecer una serie de prestaciones a la ciudad
normalmente en sentido de dependencia.
Pero el hecho de que esta relación sea recíproca no quiere decir que sea igualitaria.
Existe una vinculación desigual en la que la ciudad juega un papel preponderante.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 159 / 252

Por otra parte, todas las funciones que se desarrollan en la ciudad tienen su reflejo
material en una serie de edificios específicos con una configuración constructiva y
urbanística distinta de las viviendas.
En cuanto al tamaño, es claro que el sistema de vida urbano supone la atracción de
los habitantes de los asentamientos rurales y menores, lo que traerá como
consecuencia que la ciudad tenga un número mayor de habitantes y de
construcciones que, evidentemente, se manifiesta cuando uno de estos
asentamientos es objeto de excavación. No obstante, es difícil determinar de
manera absoluta cuándo estamos ante un asentamiento ciudadano y cuándo
estamos ante un asentamiento rural, por lo que la identificación de un
asentamiento con el núcleo que realiza las funciones específicas de la ciudad debe
hacerse por comparación entre yacimientos de la misma época y dentro de un
territorio con una cierta uniformidad económica y cultural. Este proceso
comparativo y de observación de las diferencias de tamaño y estructura de los
asentamientos que corresponden a ciudades y de aquellos que no realizan estas
funciones únicamente es posible cuando la identificación entre yacimientos
arqueológicos concretos y nombres de ciudades que conocemos por las fuentes
escritas o las leyendas monetales referidas al área ibera sea segura. Las fuentes
escritas para el área ibera, como para el resto de España, son fundamentalmente
los autores greco-latinos de época clásica, todos ellos de una época comprendida
entre el siglo II a. C. y el siglo II d. C. Son asimismo, fuentes importantes para el
descubrimiento de los nombres de los núcleos ciudadanos de época ibera
las leyendas monetales y los textos epigráficos grabados en otro tipo de
documentos. Las informaciones que ofrecen cada una de estas fuentes pueden ser
coincidentes y complementarias, aunque no siempre sucede así por la misma
naturaleza de las fuentes. Por ejemplo en las fuentes literarias (historiadores y
geógrafos sobre todo) las referencias a ciudades indígenas están en relación con el
propio objeto de la narración, la mayor parte de las veces acontecimientos bélicos.
Centrándonos más concretamente en la ordenación del territorio en el área ibérica
de España, a partir de los estudios arqueológicos realizados sobre el poblamiento
de las áreas iberas fundamentalmente en el valle medio del Ebro por F. Burillo, en
la zona del Alto Guadalquivir por A. Ruiz y M. Molinos y en la zona de los edetanos
por J. Bernau, H. Bonet y C. Mata, se puede llegar a concluir que los asentamientos
se ubican y se distribuyen en función de la explotación de los recursos económicos
de la zona y teniendo en cuenta la naturaleza de cada uno de ellos, según se trate
de poblaciones de carácter urbano o rural. Por regla general los asentamientos de
estas dos áreas analizadas hasta ahora con más profusión suelen localizarse en
zonas agrícolas, aunque también se han descubierto asentamientos ubicados en
determinados lugares de explotaciones mineras o de otras actividades económicas.
En definitiva, la distribución de asentamientos se realiza de forma irregular de
acuerdo con las posibilidades económicas que presenta el territorio y no mediante
una planificación ordenada de la utilización del mismo, con lo que la mayor
densidad demográfica y el mayor número de núcleos importantes se explica por la
existencia también de una mayor cantidad de recursos.
En la distribución de los núcleos habitados influyen elementos de tipo político o
incluso militar, como es por ejemplo la necesidad de control del territorio en su
totalidad, buscando para ello puntos de fácil defensa y que dominen el territorio
propio, o de un paso importante de comunicaciones, con lo que en ocasiones
encontramos asentamientos con un carácter estrictamente militar, aunque estos
asentamientos, por lo que se conoce hasta el presente, suelen ser escasos.
Finalmente en lo que se refiere al poblamiento se observa también que entre los
distintos asentamientos se establece una jerarquización en función de una relación
de control e intercambio de los centros ciudadanos sobre los centros rurales e
incluso dentro de los propios centros ciudadanos se produce esta relación de control
de los mayores sobre los más pequeños.
Este proceso de jerarquización será potenciado y favorecido posteriormente por la
acción de Roma, pues su propia estructura político-administrativa tiene como base
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estos mismos principios. De este modo el control de estos territorios por parte de
Roma será mucho más rápido, más fácil y menos costoso.
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1.15.3. Organización social

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es algo admitido por todos en la actualidad que hablar de clases en las sociedades
antiguas trae consigo una serie de riesgos, y más en casos como el de las
primitivas como la ibérica, donde los datos para diferenciar los distintos grupos de
población son muy escasos y, la mayoría de las veces, poco claros.
Los trabajos de A. Arribas, J. Maluquer, J. Caro Baroja, M. Vigil y A. Balil, entre
otros, que se han ocupado del estudio de los pueblos iberos, han encontrado
diferencias en el seno de la estructura social, tanto en las fuentes escritas, con
datos aislados sobre una clase superior de los régulos y sus clientes y amigos,
como en el material arqueológico encontrado en las tumbas, sobre todo en lo
referente a la forma de las propias tumbas y al ajuar funerario encontrado en ellas.
Del análisis de las tumbas deduce F. Presedo la existencia de un grupo de régulos,
que debían formar la nobleza y cuyas tumbas denotan un nivel alto de riqueza;
junto a ellos existiría una clase media con tumbas más pequeñas y un ajuar
discreto, aunque con algún elemento de importación, distinguiendo entre ellos los
que aparecen enterrados con falcata y aquellos que no la tienen dentro de su ajuar
funerario, lo que diferencia a los guerreros del grupo de posibles comerciantes y
artesanos cualificados (broncistas, herreros, escultores, etc.), y finalmente el grupo
social más bajo dentro de la escala, que son los individuos enterrados en las
numerosas tumbas pequeñas consistentes en un solo hoyo en el suelo, a veces sin
ningún ajuar, y con la urna tapada únicamente con una piedra.
Por otra parte, este mismo autor, a partir del estudio de los bronces ibéricos y de la
pintura de los vasos cerámicos, distingue por un lado a los jinetes a caballo con
escudo redondo y falcata o lanza y, por otro, a un grupo muy numeroso de
hombres armados a pie. Junto a este grupo hay una serie de autores (Nicolini entre
ellos) que han identificado con sacerdotes a una serie de individuos tonsurados y
con un velo o con una diadema sobre el pelo no tonsurado. Sin embargo, en
opinión de M.C. Marín Ceballos, no parece que podamos hablar de sacerdocio
profesional, sino ocasional, que recaería en iniciados pertenecientes a las clases
superiores. Habría también otro grupo de hombres sin cualificación alguna, vestidos
con túnica larga (el traje nacional ibero) o corta, pudiendo tratarse en este caso de
jóvenes o de guerreros.
Entre las esculturas de mujeres, que veremos cuando hablemos del arte ibérico,
aparece una clase superior de grandes damas mitradas, oferentes o no, que
representan a grandes señoras en un acto litúrgico. En ocasiones aparece también
una llamada por Nicolini sacerdotisa y gran variedad de estatuillas que no pueden
ser adscritas a ninguna profesión o estatus.
Lo que sí parece claro a partir de los estudios de A. Ruiz es que lo militar está
presente en todos los niveles de la estructura global:
1. Estrabón habla de continuas guerras entre los iberos.
2. Los ejércitos de los régulos del sur suelen ser mercenarios.
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3. Este predominio de lo militar está sustentado por la ideología, como puede verse
a partir del análisis de los ajuares de las tumbas y la presentación de los reyes
como grandes caudilllos militares.
4. La metalurgia, a menudo en función de la guerra, adquiere un alto grado de
desarrollo.
5. La rapiña se convierte en un sector productivo más dentro de la economía ibera.
En la actualidad hay dos aspectos fundamentales en el estudio de la organización
socio-política ibérica, el análisis profundo y detallado del denominado Bronce de
Lascuta con el decreto de Emilio Paulo, documento de extraordinaria importancia
por la información que transmite, y los análisis de la planificación territorial de la
Bética, a partir de los datos de la arqueología. En este análisis se destaca la
existencia de numerosos recintos conocidos con el nombre de turres en época
clásica, cuya función debió ser defensiva y que en la actualidad se ponen en
relación con un reflejo de la organización socio-política. Entre estos estudios
conviene destacar los realizados por J. Fortea y J. Bernier, J. Mangas, A. Ruiz y M.
Molinos y sus colaboradores y, más adelante, L. García Moreno.
La importancia del bronce de Lascuta, sobre todo por su antigüedad con respecto al
resto de los documentos epigráficos conocidos para Hispania, dio origen desde el
principio a numerosos estudios, tanto desde el punto de vista epigráfico, como
desde el punto de vista del derecho. Entre estos estudios destacan los realizados
por E. Hübner y Th.Mommsen publicados en 1869. A. d'Ors realiza una síntesis
desde el punto de vista jurídico y Ch. Saumagne también lo analiza, al estudiar los
orígenes del municipio de derecho latino en el marco extraitálico. De época más
reciente son los estudios indicados en el párrafo anterior.
A través del Bronce de Lascuta podemos aproximarnos al conocimiento de la
organización socio-política de los pueblos del Sur de la Península en la etapa
inmediatamente anterior a la conquista romana. Este bronce, aparecido a mediados
del siglo XIX d. C. fuera de todo contexto arqueológico y próximo a la localidad de
Alcalá de los Gazules en el suroeste de Cádiz, encierra un decreto de Lucio Emilio
Paulo, que se fecha el 19 de enero del año 189 a. C.
En este decreto se concede la libertad a los habitantes de la Torre Lascutana
desligándolos de su dependencia de Hasta Regia. Además en el documento en
cuestión se hace referencia a la propiedad de las tierras cuya posesión tienen los
lascutanos y al núcleo habitado fortificado (oppidum) en el que viven, confirmando
la posesión que, de hecho, ya tenían.
En cuanto al contenido del texto es necesario, en primer lugar, situar
geográficamente ambas comunidades o núcleos que aparecen mencionados en él,
Hasta Regia y la Turris Lascutana. Hasta o Asta Regia se localiza en la Baja
Andalucía, más concretamente en el área de Cádiz, en el despoblado de Mesas de
Asta. Es una comunidad frecuentemente citada en las fuentes geográficas de época
imperial romana (Plinio y Ptolomeo entre otros) y en Plinio aparece como una
colonia de ciudadanos romanos fundada probablemente por Julio César.
La localización de la Turris Lascutana presenta mayores problemas, pues no
sabemos con exactitud si se trata de una localidad distinta del oppidum Lascut o
Lascuta, que conocemos por las series monetales libio-fenicias y en las fuentes de
época imperial como civitas stipendiaria (ciudad que, aunque sus ciudadanos tenían
el estatuto de libres, debía pagar un tributo o stipendium a Roma, aportado
equitativamente por todos sus habitantes). Para A. Tovar, por ejemplo, la turris
sería diferente al oppidum y se trataría de un enclave fortificado que, como
avanzadilla, serviría de defensa al oppidum. Se piensa que la Turris podría estar
ubicada en Alcalá de los Gazules.
Conocemos, por otra parte, a través de los datos de la arqueología y las fuentes
literarias, la existencia en esta zona y en esa época de turres, las llamadas Turres
Hannibalis, que serían como puntos de vigilancia y defensa de la campiña. Fortea y
Bernier han puesto en relación estas turres de las fuentes escritas con recintos
fortificados con muros ciclópeos dispersos por todo el territorio de Andalucía, que
podían servir tanto de fortines militares para pequeños grupos expedicionarios,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 163 / 252

como de núcleos urbanos destinados a poblaciones aliadas o tributarias de la ciudad


principal. No debe descartarse tampoco la posibilidad, en opinión de J. Mangas, de
que pudieran servir de defensa frente a posibles revueltas de poblaciones
sometidas en el interior del territorio. La cronología que se atribuye a estos recintos
fortificados va desde el 400 al 200 a. C. Su construcción parece que es debida a los
cartagineses, aunque no todas puedan atribuirse a Aníbal por su cronología, sino
únicamente las del primer cuarto del siglo III a. C. Además, es posible que los
romanos construyeran algunas.
En contra de lo dicho hasta aquí está la opinión de L. García Moreno, quien
considera difícil identificar la Turris Lascutana con estos recintos fortificados, debido
al reducido tamaño de los conocidos y que, en el caso de la mencionada turris,
exigiría la existencia de una aldea pegada a sus muros. Para este autor el paralelo
más idóneo podría ser el castellum que, según Vitrubio (10, 13), arquitecto de
tiempos de Augusto, existía a una cierta distancia de Gadir (Cádiz) como defensa
de ésta o los castelli meridionales de los que da cuenta Livio (34, 19) para el 197 a.
C.
Interesa ahora resaltar el contenido del decreto. Según el texto la Turris Lascutana
dependía de la ciudad de Hasta y los habitantes de la Turris eran servei
(¿esclavos?) de los hastienses. Esta comunidad de siervos tenía en régimen de
posesión un núcleo urbano fortificado (oppidum) y unas tierras (agrum), cuya
propiedad jurídica real, según puede verse en el texto, pertenecía a la ciudad de
Hasta. Es decir, que en términos jurídicos los habitantes de la Turris Lascutana
tenían la posesión, el usufructo del núcleo habitado fortificado y de las tierras,
mientras que la propiedad era de los ciudadanos de Hasta.
Se deduce del texto que estos servei están adscritos de forma comunitaria a la
ciudad de Hasta, tienen en possessio (usufructo) un territorio (agrum) que trabajan
para crear unos excedentes económicos gran parte de los cuales pasaría a la ciudad
de Hasta y residían de forma conjunta en un mismo núcleo urbano. Con la llegada
de Roma la situación cambia y por la acción del general Emilio Paulo se va a liberar
a los habitantes de la Turris Lascutana de la dependencia de Hasta, quedando
sometidos a Roma. Es decir, que el derecho de propiedad pasaba al Senado y al
pueblo romano, mientras que el derecho de usufructo seguía perteneciendo a los
habitantes de la Turris Lascutana. La sumisión a Roma de los lascutanos les va a
permitir disfrutar de la posesión del núcleo habitado fortificado y de las tierras.
Este es el contenido del decreto, pero el problema fundamental se centra en el
análisis del término servei. M. Vigil fue el primero en analizar el término,
deduciendo que estos servei constituían una forma de esclavitud especial en la que
una ciudad ejercía la hegemonía sobre otra, de forma que no puede verse en éstos
el estatuto del esclavo romano. J. Mangas y L. García Moreno han analizado con
planteamientos y resultados distintos este término. Para J. Mangas este término
hay que entenderlo como una forma de dependencia no esclava a la que denomina
servidumbre comunitaria. Esta forma de dependencia no sería característica
únicamente del Sur de la Península Ibérica, sino que se encuentran formas
análogas durante la Antigüedad en otras zonas del Mediterráneo, como es el caso
de los ilotas de Esparta, los penestas de Tesalia, los mariandinos en Heraclea del
Ponto, etc. Se trataría en todos los casos de poblaciones en su mayoría indígenas
que fueron sometidas en conjunto.
Mangas, además de relacionar esta forma de dependencia con las existentes en
otras zonas del Mediterráneo, intenta relacionar la servidumbre mencionada en el
Bronce de Lascuta con otros testimonios, tanto de fuentes escritas, como de datos
arqueológicos, referentes también al Sur de España, en los que, según él,
igualmente, se hace referencia a la existencia de una considerable población servil
en la Bética prerromana. Hay un texto de Justino (44, 4), autor del siglo III d. C.,
pero cuyas noticias provienen de Trogo Pompeyo (época de Augusto), según el cual
en el reino de Tartessos"...plebs in septem urbes divisa" = plebe dividida en siete
ciudades. Para Mangas este texto hay que interpretarlo en el sentido de que esos
siervos, recogidos bajo el término plebs, estarían divididos en siete núcleos, que
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 164 / 252

habría que considerar como ciudades dependientes de la ciudad privilegiada. En la


oposición populus - plebs el primer término haría referencia a los privilegiados. La
referencia a Tartessos se puede deber a que en época de Augusto la idea que se
tenía sobre ella estaba ya muy desdibujada. De esta forma la noticia de Justino
estaría reflejando la forma de dependencia que se consideraba característica de la
Bética prerromana.
Hay otro dato que, en opinión de Mangas, debe tenerse en cuenta el texto de
Diodoro Sículo (25, 10) en el que nos transmite la noticia de que en Cartagena se
había producido una revuelta de numidas, acudiendo Amílcar a reprimirla,
reduciéndolos a esclavitud/servidumbre (edoulothesan) para que pagasen un
tributo. Poder pagar un tributo requiere tener alguna forma de posesión sobre la
tierra o sobre cualquier otra actividad productiva, lo que no sucedería si se tratara
de esclavos.
Por otra parte, como ya hemos visto anteriormente, la arqueología confirma los
datos de las fuentes literarias sobre la existencia de recintos fortificados en la
Bética, que se debían utilizar para la defensa del territorio, tanto de amenazas
externas, como de posibles revueltas de las poblaciones sometidas en el interior.
En resumen, para J. Mangas en la Bética prerromana la servidumbre comunitaria
era la forma de dependencia dominante y probablemente, aunque la
documentación no es explícita en este caso, existieran formas de dependencia
análogas en el resto del área ibera.
El análisis realizado por Mangas ha sido criticado recientemente por García Moreno,
quien pone en tela de juicio la validez de utilizar datos procedentes de regiones y
épocas demasiado diferentes desde el punto de vista del desarrollo histórico, a la
vez que cree que Mangas no realiza un examen pormenorizado de las fuentes en
que se encuentran tales datos. Concretamente García Moreno critica la equivalencia
que este autor hace de los términos populus y plebs del texto de Justino, pues para
García Moreno están haciendo referencia a dos aspectos distintos de la población de
Tartessos, populus resaltaría el elemento político de la sociedad haciendo,
entonces, referencia al término de "la ciudadanía", mientras que plebs haría
referencia a todo el colectivo social, es decir, a "la multitud", no olvidando, además,
puesta. Para comprender la razón de esta manumisión hay que contemplar el
decreto en el marco de la política internacional llevada a cabo por Roma en el siglo
II a. C., momento en que el Estado romano está desarrollando una política de
expansión. En este contexto y en el transcurso de las operaciones bélicas en las
provincias, el poder de decisión del general sobre el botín y su destino debió ser
definitorio, al menos en primera instancia, sin que fuera necesario consultar al
Senado.
A pesar de que las razones concretas de la manumisión se nos escapan, por no ser
lo conservado posiblemente más que un extracto del decreto, lo que implica éste es
una relación de amicitia por parte de los beneficiados con Roma. Para algunos
historiadores este decreto supone el inicio de una política de reorganización de la
ciudades indígenas y esta manumisión aparece como un primer paso en el proceso
de integración de formas no romanas de dependencia en el marco de las
concepciones jurídica y política de Roma, aspecto de suma importancia dentro del
contexto general de la romanización.
Para Mangas, a estos se les concedió el usufructo de sus tierras y del núcleo urbano
en que habitaban, sin otorgarles un Ius Latii que cuadra mal con la reluctancia
mostrada por el Estado romano en el siglo II hacia la concesión de ciudadanía a
extraños.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 165 / 252

1.15.4. Organización política

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Para el conocimiento de los aspectos de la organización política del mundo


ibérico contamos con los datos que aparecen en las fuentes literarias, en
especial Polibio, Apiano y Tito Livio, sobre la existencia de reyezuelos o régulos en
la zona sur de Hispania en el momento de cambio de la hegemonía cartaginesa a la
romana.
Para este tema de la realeza y los reyes en la España antigua está aún por superar
en su conjunto el estudio de J. Caro Baroja publicado en 1971, para quien la
institución monárquica existe en la zona sur de España hasta el mismo momento de
la conquista romana, como herederos de la monarquía mítica de Tartessos.
Después de la desaparición de Tartessos, los pueblos del sur, fragmentados desde
el punto de vista político, pero en su mayoría con regímenes monárquicos,
aparecen en las fuentes escritas con nombres nuevos. Según las noticias de Apiano
(Iber., 5) la muerte de Amílcar en el año 229 a. C. se debió a la conjura de varios
reyes de pueblos iberos y de personajes influyentes.
En el momento que Roma conquista a Cartago la zona sur, aparecen en el relato de
Tito Livio dos reyezuelos, que son los más conocidos: Culcas y Luxino. Culcas
aparece en el año 206 a. C. como aliado de los romanos contra Cartago, dominando
28 oppida de la zona más celtizada del Sur, la Beturia (Liv., 28, 13, 3), y en el año
197 a. C. es un rebelde a Roma dominando ya únicamente sobre 17 fortalezas
(Liv., 33, 21, 6). Por contra, las noticias de Polibio son contradictorias, pues nos
hablan de que los romanos habían aumentado su reino a este Culcas (Polyb., 21,
11, 7). Luxino, por su parte, aparece en el año 197 a. C. como rebelde a Roma y
dominando núcleos tan importantes como Carmona, Bardón, Malaca o Sexi (Liv.,
33, 21, 7), localizadas en el área más fuertemente dominada e influida por los
cartagineses.
De estas menciones se desprende el dominio de algunos régulos sobre
varios núcleos urbanos fortificados, aspecto que quizá debamos poner en relación
con el análisis realizado por algunos investigadores, a partir de los datos que
proporciona la arqueología, sobre ordenación del territorio y jerarquías.
En el momento de la pérdida de estos territorios por Cartago a manos de Roma
aparecen junto a estos reyezuelos más importantes otros que dominan únicamente
sobre una ciudad tras la fragmentación de la monarquía tartésica. Attenes es el
primer reyecillo que se pasó a las filas romanas en el año 206 a. C. Sabemos
también que Cerdubeles era régulo de Cástulo en el 196 a. C.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 166 / 252

La mención de estos "monarcas" no excluye la existencia de ciudades cuya


estructuración política no estaba en torno a un régulo, como es el caso de Astapa
en Sevilla, citado por Caro Baroja.
Pero estas "realezas" nos son conocidas no sólo a través de las fuentes literarias,
ya que también en los elementos decorativos de las monedas aparecen elementos
que nos confirman la existencia de la institución real, como es la cabeza diademada
del anverso de algunas monedas, que se interpreta como un símbolo de realeza.
Por otra parte es posible, en opinión de Caro Baroja, que algunos santuarios hayan
tenido una significación institucional en relación con ciudades soberanas y en
función no de una "ciudad-estado", sino de un territorio más amplio con varias
ciudades, de las cuales una es la capital propiamente dicha.
Está claro, pues así aparece en las fuentes, que en la Turdetania, en el momento de
la lucha de romanos y cartagineses, había reyes que dominaban en varias
fortalezas (oppida), reyes que dominaban en más de una ciudad a la vez, reyes o
régulos que dominaban sobre una e, incluso, ciudades que no eran gobernadas por
una institución real.
Entre los reyes de la zona meridional, aparte de los citados, hay que mencionar a
un rey de los orisos, que parece deben ser los oretanos, entre los años 229-225 a.
C. (Diodoro de Sicilia). Esteban de Bizancio, que tiene como fuente a Artemidoro de
Efeso (ca. año 100 a. C.), cita la ciudad de Orisis, junto con el pueblo oretano, del
cual indica que tenía otra gran ciudad, Cástulo. Vemos, pues, emparentados por las
fuentes el nombre de un rey, el de un pueblo con varias ciudades y el de una
ciudad.
La institución real se ha desarrollado en el sur de España desde la Edad del
Bronce hasta tiempos históricos, que coinciden con las fases más tardía de la Edad
del Hierro, habiendo tenido, sin duda, grandes influjos orientales en sus orígenes y
en relación con la explotación de importantes riquezas naturales.
Pero las fuentes nos dan noticia de régulos que mandan sobre pueblos no iberos,
régulos celtas o galos que luchan en la Península contra los romanos y régulos que
parecen de estirpe ibérica en la zona oriental.
Entre los primeros destacan Moeniacoepto y Vismaro, al servicio de los
cartagineses, los cuales, al ser vencidos, dejan tras sí un botín típico de áreas
célticas: torques de oro, brazaletes, etc. Podemos pensar en individuos no iberos
bajados de la Meseta.
Para la zona oriental de la Península hay también datos de otros régulos con
carácter militar. Tito Livio (34, 11) nos da noticia para el año 195 a. C. de un régulo
de los ilergetes, Belistages, que mandó a su propio hijo como legado al
campamento de los romanos. Por otra parte, también por datos de los
historiadores Polibio (3, 76, 1; 9, 11; 10, 18, 3, etc.) y Tito Livio (22, 21), así como
de algún otro autor antiguo, conocemos a un Indibilis, Indebiles o Andobales, no
sabemos con precisión si de los ilergetes o de los suessetanos, y un Mandonius de
los ilergetes. Por otra parte tenemos también el nombre de un Edeco, rey de los
edetanos, según Polibio (10, 34), que junto al nombre de Ilerdes de los ilergetes,
permiten plantear la relación de algunos nombres de régulos con los de sus pueblos
y ciudades de origen: Edeco-Edetani-Edeta e Ilerdes-llerda-Ilergetes.
Al norte del Ebro estos régulos se localizan principalmente en el interior, mientras
que en las regiones costeras, más influidas por los griegos, abundan las
comunidades regidas por asambleas, senados y magistrados.
Las monarquías de esta época y de estas áreas eran bastante inestables, pues la
mayor o menor importancia de sus dominios dependía de la fortuna o habilidad de
cada reyezuelo, ya que sus dominios estaban en relación con la integración bajo el
mando personal de cada régulo de comunidades distintas, que no tenían ninguna
estructura común entre sí y que, desaparecido el correspondiente régulo, podían
pasar a depender de otro o a ser autónomas.
En opinión de Caro Baroja, los pueblos ibéricos son monárquicos por antonomasia y
continúan con esta institución hasta ser dominados por Roma. Para ellos la idea de
la "realeza", basada en planteamientos bélicos, es esencial como idea política.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 167 / 252

Finalmente hay otro hecho resaltable, ni Cartago, ni Roma posteriormente se


precipitaron a romper la estructura indígena de la monarquía militar.
Todos estos datos hay que ponerlos en relación con un hecho ya analizado
anteriormente, que la formación social ibera es una formación social urbana. Tanto
las fuentes literarias como la numismática mencionan la existencia de ciudades,
mientras que la arqueología confirma la existencia de núcleos habitados que
pueden ser calificados como tales, además de fortificaciones y de las denominadas
turris.
A partir de lo dicho hasta aquí sobre la organización política de las poblaciones
iberas y su desarrollo histórico podemos hablar en el orden político de la aparición y
desarrollo del Estado. Parece que a la llegada de Roma existen régulos, presentes
antes de la dominación bárquida, establecidos sobre centros urbanos con diferente
carácter y en los que tiene un peso primordial el elemento militar, si tenemos en
cuenta las informaciones de las fuentes y, sobre todo, de Estrabón, quien nos habla
de guerras continuas entre los iberos y de la existencia de mercenarios en los
ejércitos personales vinculados a los régulos del sur.
Junto a todo lo dicho hasta ahora, y posiblemente por ello, hay dos aspectos o
fórmulas en la España prerromana que se asocian siempre con el mundo ibérico y
que muchos historiadores incluyen dentro del campo institucional, dándoles el
nombre incluso de instituciones. Se trata de la clientela y la llamada devotio ibérica.
De la existencia de ambas en el área ibera nos informan con profusión los
escritores antiguos (Polibio, Tito Livio, Apiano, Plutarco, Floro, etc.).
Sobre ellas han sido realizados estudios que insisten en los aspectos jurídicos más
que en el análisis histórico de las mismas, es decir, no se centran tanto en la
evolución que va sufriendo relacionándola con el contexto en que se producen, en
otras palabras, en el significado histórico de ambas fórmulas.
Estas relaciones entre los iberos se rigen por una fieles (fidelidad) que les da un
contenido de permanencia y que, a veces, toma la forma de devotio. Pero se trata
de una fieles interesada: Sagunto es fiel a Roma porque le interesaba, lo mismo
que los ilergetes y edetanos con respecto a Escipión.
En el mundo romano, al igual que en general en todo el mundo antiguo, las
relaciones de clientela implican la existencia de una relación no igualitaria que se
establece entre dos o más individuos, de los que uno disfruta de una posición
privilegiada (económica, política o religiosa). Conocemos por las fuentes la
realización de clientelas en la Península Ibérica con una finalidad militar, entre las
que podemos citar el pacto que realiza Indíbil, régulo de los ilergetes, con Escipión
o las que se crean durante la guerra sertoriana en España en torno a la figura de
los oponentes Sertorio y Pompeyo. En estos vínculos de clientela, según Rodríguez
Adrados, existirían obligaciones recíprocas por las cuales el patronus (patrón) debía
dar protección al cliente y éste estaba obligado a la obediencia en períodos de paz y
a proporcionarle ayuda militar en la guerra.
Un tipo especial de clientela es la denominada devotio, que en el caso que nos
ocupa se conoce como devotio ibérica, término que no es correcto por dos razones:
en primer lugar, porque su existencia no es exclusiva del área ibera, ya que
aparece también entre los celtíberos, y, en segundo lugar, porque existen también
paralelos en otras zonas fuera de la Península Ibérica, entre los galos (soldurii) y
entre los germanos (comitatus).
Se trata de una relación personal libremente contraída de fidelidad y servicios
recíprocos creada fundamentalmente para la guerra. Es una forma peculiar de la
fieles que se caracteriza por el elemento religioso de la consagración de la vida de
un hombre y la de los suyos al servicio de un individuo (patronus), quien, a su vez,
contrae una serie de obligaciones con el devotus.
Para A. Prieto hay que entender la devotio dentro del marco de la situación social
existente en las diversas áreas de la Península ibérica, caracterizada por la
aparición de diversos tipos de desigualdades sociales que provocarían el
surgimiento de jerarquías y el que por diversos medios unos individuos detentarían
mayor poder e influencia que otros.
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Roma se aprovechará de esta situación, al igual que hará con el hospitium, que
mantienen lejanos paralelos con lo existente en el mundo romano, para utilizarlos
como mecanismos de integración de lo indígena en el mundo romano. El proceso
sería el siguiente: en un primer momento los generales romanos aparecen
vinculados a los modelos indígenas, siendo Escipión el ejemplo más claro, pero, a
medida que transcurre su presencia en España, los romanos irán transformando
esos modelos indígenas de acuerdo con sus normas e intereses.
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1.15.5. Actividad económica de los pueblos iberos

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España
Siguientes:
Agricultura y minería de los pueblos iberos
Ganadería, caza, pesca y otras actividades
El comercio ibérico
La moneda ibérica

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Comentario

Quizá sea éste uno de los aspectos sobre los que peor estamos informados en las
fuentes antiguas con respecto a los pueblos prerromanos de España, pues los
textos de los escritores greco-latinos se ocupan, sobre todo, de la narración de la
conquista y rara vez hallamos en ellos referencias a los elementos que forman la
estructura económica de los pueblos que van paulatinamente siendo conquistados
por los romanos.
Es, por ello, muy difícil encarar con perspectivas de éxito el análisis de la estructura
económica de los pueblos de España en general y, concretamente ahora, de los
del área ibera, si tenemos en cuenta, además, que los intentos de evaluación de las
noticias económicas por parte de algunos investigadores resultan poco eficaces, al
tener que utilizar datos y noticias de áreas geográficamente muy distantes e incluso
de épocas bastante alejadas.
Hasta el momento dos han sido las vías de análisis de la organización económica de
los iberos, una puramente descriptiva, en cuyos trabajos se realiza simplemente
una enumeración de productos a partir de los datos que nos transmiten los autores
greco-latinos, con los problemas que la propia naturaleza de estas noticias trae
consigo, y otra teórica, cuyos trabajos están esencialmente enfocados desde
planteamientos del materialismo histórico y en los que se lleva a cabo un análisis
de las relaciones de producción, muy difícil en estos casos, pues los datos son
escasos y con una escasa posibilidad de comprobación en el ámbito indígena por la
falta de fuentes fidedignas.
No obstante, sí hay una serie de datos que, aunque dispersos, no podemos dejar de
analizar, apoyando las escasas noticias de las fuentes escritas con los hallazgos
arqueológicos realizados en estas áreas que, en época prerromana, estaban
ocupadas por los pueblos iberos.
Optamos por un análisis de todo el área en general, ya que, como en otros
aspectos, lo que buscamos es dar una visión de conjunto de cada una de las áreas
histórico-culturales en cada uno de los aspectos analizados.
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Dos son los sectores que hay que destacar de la actividad económica que debió
desarrollarse en el área ibera: la agricultura y la minería; el primero por todo el
área y el segundo con sus centros principales en Cástulo, Cartagena y el valle
medio del Ebro. A ellas hay que añadir otras actividades en los sectores ganaderos
y de la caza y la pesca, así como las actividades artesanales.
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1.15.6. Agricultura y minería de los pueblos iberos

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Actividad económica de los pueblos iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

A partir de la Edad del Bronce el nivel técnico de las explotaciones agrarias había
dado un gran avance y la agricultura era la base de la economía en la España
ibérica.
El importante desarrollo histórico de estas poblaciones a lo largo de los siglo IV y
III a. C. tiene mucho que ver con los medios de producción aplicados a la
agricultura, en especial con los elementos tecnológicos. Tradicionalmente se había
considerado que los instrumentos más avanzados utilizados para las labores
agrícolas de la zona ibera eran debidos a los romanos, pero los trabajos realizados
en este campo por Pla Ballester demuestran que los instrumentos de trabajo de
hierro utilizados en plena época ibérica son los mismos que vamos a ver usando a
estas poblaciones en época romana. En el poblado ibérico de la Bastida de Mogente
(Valencia), destruido en la segunda mitad del siglo IV a. C., Pla Ballester ha hallado
instrumentos de hierro para trabajar en sectores de producción muy diversos:
agricultura, construcción, cantería, trabajos de la madera, de la piel, etc., con una
gran variedad de instrumentos.
Es frecuente la presencia de rejas de arado en los poblados de la segunda mitad del
siglo IV a. C., así como layas o palas de hierro, cucharas de sembrador, escardillas
(azadas), podaderas y hoces.
Los productos más importantes del área ibera son los cereales, especialmente
abundantes en la zona de Santo y en general en todo el área ibera, el olivo, traído
a estas tierras por los fenicios y los cartagineses, y la vid, cuyo cultivo podemos
situar a partir del siglo IV a. C. Parece ser que los frutales se cultivaban en todo el
área ibérica, al igual que las hortalizas, algunas de las cuales merecen la cita
de Plinio, como las que se cultivaban en Cartagena y Córdoba. También tenemos
noticias del cultivo de palmeras, introducidas por los cartagineses, e higueras y han
aparecido almendras en Baza en tumbas del siglo IV a. C. Entre las plantas textiles
por los datos de las fuentes escritas sabemos que se cultivaban el lino, siendo muy
famoso el de Tarraco (Tarragona) y Saetabi (Játiva), y el esparto, que se cultivaba
sobre todo en el Sudeste de España. Presedo piensa que el lino se trabajaría con un
sistema muy parecido al que Plinio describe para el esparto, pues la descripción que
hace Plinio del trabajo del esparto se parece mucho al método empleado para el
trabajo del lino en Galicia: se sembraba la semilla y se recogía en el mes de junio.
Una vez quitada la linaza, se ataban pequeños manojos y se sumergía en agua
durante una semana, se secaba al sol y se metía en un horno de temperatura no
muy alta. Finalmente se "tascaba", cardaba, hilaba y tejía.
Las zonas más ricas en general debían ser las vegas de los ríos Ebro, Segura y
Guadalquivir. Debió tener también gran importancia la explotación de los bosques,
pues las masas forestales del sur de Sierra Nevada serían para Schüle uno de los
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 172 / 252

mayores atractivos de la costa sur de España para los colonizadores mediterráneos.


No tenemos noticias de ello, pero, sin duda, los cartagineses debieron encontrar en
España la madera y la pez que necesitaban para los barcos de su flota y de su
comercio.
Nos queda, todavía, una pregunta por resolver: ¿quiénes eran los propietarios de la
tierra? Arribas y Vigil hacen referencia a la existencia de grandes terratenientes
entre los iberos, mientras Maluquer propugna la existencia de una posesión
individualizada por familias entre los iberos. Para el Alto Guadalquivir A. Ruiz y M.
Molinos, aun sin decidirse claramente, parece que quieren ver un tipo de propiedad
mixta, es decir, propiedad individual o familiar, en su caso, junto al oppidum,
núcleo urbano-comunidad, como unidad de producción, a partir del texto de Tito
Livio (28, 3, 4) donde se dice que algunas ciudades como Oringis contaban con sus
propios campos, encontrando un caso semejante en la Torre Lascutana, cuando se
permite a sus habitantes seguir manteniendo en usufructo las tierras que ya tenían
como tales, pero cuya propiedad era del oppidum de Hasta Regia.
En lo referente a la minería compartimos plenamente la opinión de Presedo de que
es muy probable que toda la historia de la España antigua, desde
el Bronce hasta Augusto, esté determinada por la abundancia de metales, su
búsqueda y explotación por los pueblos del Mediterráneo oriental primero y por
Roma después.
Ya en época de predominio de Tartessos la explotación de los minerales estaba
bastante desarrollada en el sur de España. En época ibérica se acrecentó la
importancia, al añadirse ahora el empleo masivo del hierro a los metales
tradicionales. El hierro aparece por primera vez en la Turdetania hacia el 700 a. C.,
desplazándose su uso hacia el norte y el este, fabricándose en este metal la mayor
parte de los utensilios dedicados a la producción, así como las armas. Si hacemos
caso a las fuentes antiguas greco-romanas, los yacimientos más importantes de
mineral de hierro en esta época estaban en Bilbilis (Calatayud) y Turiasso
(Tarazona), es decir, en el valle medio del Ebro, aunque también se extraía entre
los bergistanos en Cataluña y en numerosos yacimientos se han encontrado restos
de escorias de mineral de hierro de época ibérica.
Pero hay en el área ibérica otras zonas y otros minerales que son objeto de
explotación en época ibérica antes de la llegada de los cartagineses, que se siguen
explotando, incluso aumentando la producción, con los cartagineses y que no se
dejan de explotar por los romanos, una vez conquistada la zona.
El territorio de los oretanos es una zona minera de gran importancia con dos
centros mineros por excelencia, Sisapo (Almadén) y Cástulo (cerca de Linares). En
época ibera se obtenían los metales de plomo y plata, aunque, cuando realmente
se aceleró la producción, fue con la llegada primero de los cartagineses y luego de
los romanos. Los datos de Plinio y los estudios de G. Tamain y C. Domergue al
respecto son concluyentes.
Con la llegada de los cartagineses se intensificó la producción española de plata,
utilizando nuevas técnicas aprendidas de los atenienses, y se desplazó la actividad
minera de la plata hacia el Este. Se abandonan, al parecer, las explotaciones de la
región de Huelva, pero se continúan explotando los yacimientos de Linares y, sobre
todo, se realizan grandes explotaciones en la zona de Cartagena, donde tenemos
noticias de que en la época de dominio cartaginés trabajaban 40.000 indígenas en
la extracción de la galena argentífera.
Otros metales que se siguen explotando son el cobre de la zona de Cástulo, el oro
de las minas de Sierra Nevada y el que se beneficia en los ríos que arrastran arenas
auríferas (Genil y Darro), el minio, cuyo centro principal es Sisapo (Almadén) y del
que Teofrasto nos habla en el siglo IV a.de C., y el plomo que se explota
juntamente con la plata y que debió emplearse en abundancia, pues restos se han
hallado con frecuencia en las excavaciones a partir del siglo IV.
Por lo que se refiere a los medios de producción es importante resaltar el
conocimiento para esta época y en este área ibera del tornillo de Arquímedes, así
como hornos de fundido con ventilación (Estrabón, 3, 2, 8-11).
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En cuanto a las unidades de producción, también aquí parece que se puede hablar
de la dualidad entre oppidum y familia, al menos para el área del Sur peninsular.
En las casas del poblado minero de Riotinto A. Blanco ha encontrado escorias
repartidas por el interior de las casas y no en grandes montones, como sucede en
época romana, por lo que piensa que la producción no se realizaba en grandes
establecimientos, sino que estaba repartida entre los habitantes del poblado con el
carácter de pequeña industria doméstica. Por otra parte la ausencia de lucernas y
trabajos de profundidad en época prerromana en las explotaciones de cobre
demuestran que estas explotaciones a flor de tierra pudieron perfectamente ser
explotadas por una sola familia. Junto a ello encontramos la especialización que se
ha descubierto en los restos de mineral para algunos de los oppida. Se trataría,
según A. Ruiz y M. Molinos, de la especialización de ciudades en determinados
productos.
Lo que no está claro para la época ibérica es la propiedad de las minas, si
pertenecían a propietarios privados o tenían carácter de públicas.
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1.15.7. Ganadería, caza, pesca y otras actividades

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Actividad económica de los pueblos iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

A pesar de haber afirmado que la agricultura y la minería constituían los principales


sectores de producción en el área ibera, no debemos olvidarnos de la importancia
de la ganadería, que, en algunos casos, como el de los oretanos, constituye la
principal fuente de riqueza, en contraste con otras zonas básicamente agrícolas. La
gran abundancia de esculturas con el motivo del toro en zonas cercanas a ésta y
relacionadas con ella son buena muestra de lo dicho. A pesar de lo que a veces se
escribe, la agricultura y la ganadería son dos actividades complementarias, pero,
mientras puede existir ganadería sin agricultura, lo contrario es impensable, ya que
ciertas especies de ganado son indispensables para la realización de labores
agrícolas, sobre todo la tracción, tanto del arado como de otros instrumentos
utilizados en la agricultura.
Entre las especies de animales objeto de cría el caballo debió ocupar una situación
preeminente por la propia organización social de los iberos y la organización militar
existente entre ellos. Las fuentes así lo confirman, pues a las noticias de que la
caballería ibérica actúa en todas las guerras del siglo III a. C. se une la gran
cantidad de bocados de caballo aparecidos en las necrópolis y las representaciones
en la cerámica de su doma y adiestramiento. En el Cigarralejo aparecieron gran
cantidad de exvotos del siglo IV a. C. o anteriores con figuras de caballos, algunas
fielmente caracterizadas.
También en El Cigarralejo aparece en el siglo IV un exvoto relacionado con el asno;
se trata de una hembra con su pollino, lo que nos lleva a pensar también en su cría.
Por su fuerza y gran alzada eran conocidos los mulos de la Península ibérica,
especialmente los de Menorca.
Asimismo el ganado vacuno era objeto de cría, como en la mayor parte de las
zonas con economía ganadera. Para el transporte eran empleados bueyes y se
conoce el episodio en el que, estando luchando los iberos contra Aníbal, aquéllos
lanzaron contra las tropas cartaginesas carros incendiados tirados por bueyes.
En la cerámica ibérica aparecen con profusión las representaciones de ovejas y
cabras, apreciadas, sin duda, por su leche, su carne y, sobre todo, porque la lana
de unas y el pelo de otras son usados para la fabricación de tejidos.
Aunque no tenemos noticias en las fuentes de la cría del cerdo, las excavaciones
arqueológicas realizadas en los poblados ibéricos han sacado a la luz restos de
estos animales, por lo que debió ser criado como animal productor de carne.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 175 / 252

También hay evidencias arqueológicas de la cría de las abejas en Levante, donde


tiene una tradición que se remonta al Mesolítico.
La caza ha sido en todas las sociedades antiguas, incluso desde la aparición del
hombre sobre la tierra, una forma primaria de aprovisionamiento de viandas,
cuando aún no se conocía la agricultura y la ganadería. Cuando el hombre comenzó
a cultivar la tierra y a criar ganado, esta actividad pasa a un plano secundario,
convirtiéndose incluso en ocasiones en un deporte, como sabemos que ocurre en
época romana por las noticias continuas de las inscripciones.
En los vasos de Liria aparecen con profusión escenas de caza, lo que da muestras
de su importancia. Se conoce un vaso que está en el Museo de la Diputación de
Valencia donde aparece representada una cacería en todos sus detalles: jinetes a
caballo con dardos persiguiendo a una cierva, que lleva uno clavado, peces y un
hombre de pie en una barca con un dardo en la mano derecha y escudo en la
izquierda, figuras de peces alrededor del barco, posible representación de una red
para cazar pájaros, etc. Hay otro vaso en el que dos individuos tratan de enlazar un
toro, mientras otro trata de domar a un caballo. A pesar de que no podamos saber
con exactitud si se trataba de representaciones reales o tenían un sentido religioso,
el mismo hecho de su profusión debe hacernos pensar en que la caza tuvo gran
importancia entre los iberos.
Otra forma de actividad económica complementaria es la pesca. Han sido
descubiertas grandes factorías en el litoral, sobre todo en los lugares
de asentamiento de los fenicios, pero desconocemos por completo la participación
de los iberos en estas actividades.
La artesanía está muy relacionada con aspectos que veremos más adelante, cuando
analicemos el arte ibero, pero no obstante sí conviene resaltar la cerámica
indígena, realizada en algunos casos en hornos domésticos, como el que ha
descubierto M. Roca en los hornos de Guadalimar del Caudillo, fechado en el siglo
IV a.C., justo antes de que en el mismo lugar apareciera un vertedero de un alfar
con características de producción en serie, por lo que podemos pensar que se pasó
de una producción familiar a una producción a mayor escala.
En la artesanía del metal es importante resaltar los miles de exvotos que han
aparecido en los santuarios ibéricos, así como toda una serie de bronces de
influencia orientalizante, sobre todo en la zona del Sudeste, que son similares a los
bronces tartésicos.
Finalmente es de suma importancia resaltar la aparición en el sector económico de
trabajos complementarios, por ejemplo la relación cría de oveja-industria textil-
industrias colorantes; entre cantería-carpintería-albañilería; entre minería-
metalurgia-orfebrería, etc.
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1.15.8. El comercio ibérico

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Actividad económica de los pueblos iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Al igual que en la etapa anterior, llamada etapa orientalizante, el comercio de


época ibérica no estaba dominado por los indígenas. Los iberos no fueron
protagonistas de la actividad comercial en el Sur y Levante de la Península Ibérica,
sino que fueron los pueblos comerciantes del Mediterráneo, fenicios y griegos sobre
todo, quienes dominaron el comercio.
Aunque faltan todavía muchos estudios concretos sobre el material arqueológico
hallado en España y no producido en ella, estudios que nos indiquen la procedencia
y el medio por el cual ha llegado a nuestro país ese material, sí estamos en
condiciones de poder afirmar que el comercio de estos productos y de los
producidos por los indígenas se hacía a través de las colonias griegas, fenicias y,
más tarde, cartaginesas establecidas en las costas del Sur y del Levante. Pero
mientras que para otros aspectos la tradicional distinción en la historiografía entre
zonas de influencia griega y de influencia fenicia y púnica puede considerarse
relevante, los comerciantes apenas se vieron afectados y comerciaban
indistintamente en una u otra zona, explicándose así el hallazgo de productos
griegos en origen en zonas de influencia fenicia y viceversa. De las colonias y
asentamientos fenicios, griegos y cartagineses partían rutas comerciales hacia
Oriente, con escalas intermedias (Magna Grecia -sur de Italia-, Cartago, Etruria,
Marsella), hasta las grandes metrópolis de Grecia y las islas y las costas más
orientales del mar Egeo (Corinto, Atenas, Chipre, Samos, Focea, Tiro, etc.).
Desde el punto de vista comercial España es un país colonial, pues exporta
materias primas e importa productos manufacturados. En opinión de Presedo este
comercio debió estar en manos de mercaderes orientales, que realizaban su
actividad en los grandes centros mercantiles de oriente (metrópolis) y que tenían
agentes en las costas que comerciaban con los indígenas. El interlocutor de estos
agentes entre los iberos del Sur y del Sudeste debió ser el grupo que controlaba el
excedente, especialmente de las minas, cuyo antecedente quizá se deba buscar en
el legendario Argantonio. También controlarían el excedente de la producción
agrícola de la rica y fértil Turdetania, aunque este comercio es posible que tuviera
un radio de acción menor, teniendo como destino las poblaciones costeras donde
vivían los mercaderes. Son los que están enterrados en las grandes tumbas del
Sudeste con ajuares que demuestran claramente su riqueza y los destinatarios de
las obras de arte, muchas de ellas importadas.
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Muy poco es lo que sabemos sobre las formas concretas de comercio y, aun lo poco
que sabemos, no puede ser aplicado de la misma forma a unas u otras zonas, sino
que hay que distinguirlas. Turdetania conocía desde épocas más antiguas
(influencia orientalizante) formas bastante avanzadas de intercambio, mientras que
la que consideramos como región ibérica nuclear (Sudeste de España y Murcia)
adquirió estas técnicas bastante más tarde. No es probable que el intercambio se
realizara en estas zonas de España de manera muy distinta a como se realizó en
etapas históricamente paralelas en otras zonas del Mediterráneo. No es necesaria la
existencia de moneda para que se produzca un importante desarrollo comercial con
una organización compleja, como se ve claramente en el Próximo Oriente, donde, a
pesar de que hasta el primer milenio a. C. la economía es premonetal, hubo un
importante desarrollo del comercio ya en etapas anteriores. Las primeras etapas de
intercambio en la Península Ibérica fueron, sin duda, premonetales, utilizando como
medio de trueque algún producto especialmente apreciado o incluso cambiando
unos productos por otros, como sabemos por los datos de los escritores clásicos
que hacían los ártabros (pueblo de Galicia) en el siglo II a. C., que entregaban a los
comerciantes el estaño y el plomo a cambio de cerámica, sal y utensilios de cobre.
El uso de la moneda es traído a las zonas costeras del Sur y Levante por los propios
mercaderes griegos, una vez que este uso se ha generalizado en la zona oriental
del Mediterráneo. Las primeras monedas encontradas en España fueron acuñadas
en Focea y aparecen en Cataluña, ya en los siglos VII y VI a. C. Se abre más tarde
el abanico de procedencias de estas monedas, en los siglos VI y V a. C.
Acuñaciones de Marsella, Magna Grecia, Focea, Sicilia y Rodas, se encuentran en
Alicante y Cataluña. En el siglo IV ya hay abundantes acuñaciones españolas y,
junto a ellas, siguen apareciendo monedas exteriores, concretamente de la Magna
Grecia, que en el siglo III a. C. llegan hasta Portugal.
Tanto las monedas como los hallazgos arqueológicos de materiales importados
apuntan a Grecia como el primer destinatario de la actividad comercial, tanto de
importación, como de exportación.
El sistema de pesos utilizados en la España ibérica nos es conocido por los estudios
de Cuadrado a partir de las series encontradas en Valencia y Murcia. El peso
máximo es de 290 mgs. y este autor cree que los platillos de balanza que aparecen
junto con los pondérales se utilizaban para el peso de la moneda. Por su parte
Ramos Folqué halló en Elche y realizados en piedra basáltica pesos de 3.525,
1.600, 960 y 425 grms., empleados, según Cuadrado, como unidades de peso de
metales preciosos. Presedo concluye, a partir de estos datos, que las transacciones
comerciales en la Península Ibérica se hacían con el mismo método que en el
Oriente Mediterráneo.
España fue en la Antigüedad un país exportador de metales, siendo su abundancia,
para muchos autores, la causa de la presencia de colonizadores extranjeros desde
el inicio de la Edad de los Metales, que se continúa en la etapa orientalizante y no
desaparece en época ibérica. Entre estos metales destacan el oro, que se obtenía
en gran cantidad en los ríos Segura, Darro y Genil, y la plata, muy abundante en la
zona del Sur y el Sudeste de España, desde Huelva hasta Cartagena pasando por
Cástulo. Esta se comercializaba en época tartésica y siguió comercializándose en
época ibérica, siendo uno de los metales con más demanda para la acuñación de
monedas en las ciudades griegas. Junto a la plata aparece el plomo, importante en
época romana y que ya debió ser exportado en época ibérica. Otro importante
producto es el hierro, cuya explotación sistemática es de esta época, pero cuyo
conocimiento se remonta hacia el año 700 a. C. por influencia fenicia. Hay
abundantes e importantes restos de metalurgia del hierro en los poblados y
necrópolis ibéricos, que nos dan idea de lo avanzado de las técnicas empleadas por
estos pueblos. El cobre, cuya producción abarcaba Riotinto, El Algarve, Cerro
Muriano y Almería fue objeto de gran exportación a Oriente Próximo por
los fenicios en la época anterior y por los griegos en la época ibérica. No
propiamente ibero es el estaño, que, procedente de Galicia, era exportado a través
de Cádiz.
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Además de la exportación de los metales, se produce una importante exportación


de fibras textiles de la España ibérica: esparto, cuyos primeros cultivadores,
según Plinio, fueron los cartagineses, siendo comprado incluso por los sicilianos (el
tirano Hierón II de Siracusa). Este esparto era empleado en cordajes para la flota.
En El Cigarralejo, Cuadrado halló gran cantidad de objetos fabricados con esparto:
calzado, gorros, redes de pesca y de caza. Del lino y la lana, que también debieron
exportarse, tenemos menos noticias.
Como tercer elemento objeto de exportación está la cerámica. Vasijas de cerámica
ibérica (cerámica de barniz rojo y cerámica ibérica pintada) han aparecido fuera de
España, concretamente en Italia (isla de Ischia) y en Cartago. Probablemente su
exportación no es debida a su propio valor, sino como continente de algún producto
árido o líquido objeto de exportación, creyendo Cuadrado que éste sería la miel,
abundante en la zona ibera.
Por lo que se refiere a las importaciones del mundo ibérico, podemos decir que se
centran mayoritariamente en productos manufacturados, aunque no falten
importaciones de materias primas, como es el caso del estaño que, procedente de
Galicia, es introducido a través de Cádiz, que sirve también, como hemos dicho
anteriormente, de centro de exportación hacia el Mediterráneo Oriental. Decae la
importación de marfil tan importante en la etapa anterior y continúan a buen ritmo
las importaciones de objetos de adorno y el vidrio que llega al mundo ibérico por
medio de las factorías púnicas y griegas. También los cartagineses debieron ser los
introductores de los numerosos escarabeos egipcios que se han encontrado en los
yacimientos ibéricos.
Especial atención merece la cerámica, que en la época anterior había sido sobre
todo oriental y griega y que sirvió como elemento catalizador de la propia evolución
interna de la producción de cerámica para desembocar en la denominada cerámica
ibérica. En la época ibérica no se distinguen claramente las cerámicas orientales y
cartaginesas de las iberas y queda como elemento único la cerámica griega y sus
derivados en la Península Ibérica.
Respecto a este tema el exhaustivo y documentado trabajo de G. Trías de la
Primera Reunión de Historia de la Economía Antigua de la Península Ibérica y los
posteriores de M. Picazo y otros autores nos dan una visión bastante exacta de lo
que pudo suceder. Desde finales del siglo VI a mediados del siglo V a. C. decae la
importación de cerámicas áticas (las excavaciones en Rosas por ejemplo no han
proporcionado ni un solo fragmento anterior al siglo V), pero, cuando España entra
en el área comercial ateniense (fines del siglo V), empieza a introducirse cerámica
ática que, desde los puntos de la costa, sigue las rutas hacia el interior. Como han
visto bien los autores antes citados, a partir del último cuarto del siglo V y en la
primera mitad del siglo IV aumenta extraordinariamente la cantidad de cerámica
ática encontrada en los poblados ibéricos de Levante y Alta Andalucía, coincidiendo
precisamente con un período de gran esplendor de la cultura ibérica. Sin embargo,
todavía no se han descubierto indicios de ningún establecimiento griego en la costa
levantina, por lo que, de nuevo, hemos de afirmar que la pretendida exclusividad
de ciertas zonas para los pueblos "colonizadores" no es tal en el caso del comercio,
coexistiendo diversas vías comerciales en el área de la cuenca occidental del
Mediterráneo. El siglo IV es el momento en que prácticamente en todo el Sur y
Levante de la Península Ibérica se encuentra cerámica ática. Lo vemos en los
poblados de toda Andalucía, de Alicante a Cartagena con varias rutas terrestres que
se dirigen al interior y en los territorios al norte de Alicante, al igual que en
Cataluña (Ampurias continúa las importaciones de cerámicas áticas de figuras rojas
y en Ullastret se reanudan las importaciones a finales del siglo V y continúan en el
siglo IV, sólo por citar dos ejemplos significativos), e incluso con incursiones hacia
el norte, como se ve por los hallazgos de cerámica ática en la desembocadura del
Tajo o por el hallazgo de Medellín.
El tratado romano-cartaginés del año 348 a. C. concede a los cartagineses el Sur y
el Sudeste de Hispania, con lo que las importaciones griegas, que continúan al
norte de Cartagena, tienen mayores dificultades en la zona de dominio cartaginés.
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No obstante en el siglo III se sigue importando cerámica de lujo, la campaniense,


hasta la llegada de la terra sigillata. También hay que considerar como cerámica de
importación la cerámica gris ampuritana o massaliota que se extiende por la costa
oriental y el Sudeste.
En feliz expresión de Presedo, la cerámica griega constituyó la vajilla de lujo de los
iberos, que desplaza en las tumbas de los personajes más importantes a la
cerámica ibérica pintada de mejor calidad. Su imitación por los iberos tuvo muy
poco éxito, pues resultaba muy compleja para ser copiada por los artesanos
locales.
Los bronces y objetos de arte, que analizaremos en el apartado dedicado al arte,
como esculturas, relieves y otros objetos son también objeto de importación por
parte de los iberos.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 180 / 252

1.15.9. La moneda ibérica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Actividad económica de los pueblos iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Ni que decir tiene que la aparición de la moneda en el mundo ibérico, al igual que
ha sucedido previamente en otras áreas del Mediterráneo, es uno de los hechos
históricos de mayor importancia. Pero es necesario antes de nada hacer una
primera distinción entre las monedas acuñadas en el área ibera de España en la
época definida culturalmente como ibérica y las monedas acuñadas desde fines del
siglo III a. C. hasta mediados del siglo I d. C. por las comunidades (ciudades)
indígenas sin un control, al menos directo, de una potencia externa, aunque parece
evidente que todas las acuñaciones posteriores a la llegada de Roma a la Península
fueron emitidas con el permiso e incluso de acuerdo con las necesidades de Roma.
Hoy sabemos que la moneda pudo desempeñar muchas funciones en la
Antigüedad: como medio de pago, sobre todo para las tropas, que pudo ser una de
las causas principales de su aparición; como medio de cambio, tanto en las grandes
transacciones, como en las actividades de la vida diaria; como expresión de
autonomía política (como han visto con claridad Austin y Vidal-Naquet para las
poleis - ciudades griegas); como portadora de mensajes de propaganda o actuando
como nivelador social.
La moneda fue introducida en el mundo ibérico por los griegos, quienes la
extendieron por todo el Mediterráneo. Presedo, que ha sintetizado los
conocimientos referentes a este punto, piensa que el hecho de que hayan sido los
griegos los introductores de la moneda nos debe llevar a considerar que las
influencias griegas tienen un carácter de economía urbana que es necesario admitir
en toda su importancia, frente a los que creen que lo ibérico como cultura es una
consecuencia de lo púnico y, antes, de lo fenicio.
Las primeras acuñaciones conocidas son las de Ampurias, aunque, según Guadán,
ya se utilizaban en la colonia griega las monedas focenses. El comienzo de las
acuñaciones se sitúa en torno al 400 a. C. y lo primero que se acuñan son óbolos y
otros divisores con un patrón que suele denominarse ibérico, lo que revela cierta
independencia económica. Estas monedas ampuritanas llegan hasta el Cabo de la
Nao en Alicante, lo que nos da idea de la inmersión de estos pueblos iberos dentro
de la economía monetal. La colonia de Rhode emite en la segunda mitad del siglo
IV unas dracmas que son consideradas como las más bellas acuñadas por los
griegos en España; estas acuñaciones van desde el 320 al 237 a. C. Ampurias
acuña dracmas típicas a comienzos del siglo III hasta el desembarco romano del
218 a. C.
La moneda de bronce aparece en Ampurias en el 206 y continúa posteriormente.
Otro de los focos de acuñación, precisamente en la otra punta de la zona ibera,
es Gadir (Cádiz), que a partir de comienzos del siglo III a. C. acuña monedas de
bronce, en principio anepígrafas, para satisfacer las necesidades diarias de
intercambio de su comunidad. Pero, a partir de la dominación de los cartagineses,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 181 / 252

comienza a acuñar monedas de plata para cubrir las necesidades militares de las
Guerras Púnicas en España
Parece que también Ebusus (Ibiza) acuñó moneda de bronce para sus propias
necesidades a partir de hacia el año 300 a. C.
El panorama monetario de época ibérica se ve limitado fundamentalmente a los
colonizadores y en muy pequeña medida afecta a las poblaciones indígenas del Sur
y Levante peninsular, muy posiblemente sólo a los grupos privilegiados de ellas.
Con la época de dominación cartaginesa y, sobre todo, durante la Segunda Guerra
Púnica se produce un importante cambio en la situación en distintos aspectos de la
vida de la Península por influencia de la guerra, que sitúa a unas poblaciones frente
a los conquistadores, ya cartagineses, ya romanos, y a otras como aliados o
mercenarios de unos u otros. En este nuevo escenario se extendió, como no podía
ser menos, el uso de la moneda. Durante la época de dominio cartaginés y
primeros años del conflicto bélico con Roma en España surgen nuevas cecas: la
de Carthago Nova (Cartagena), para pagar a los mercenarios del ejército cartaginés
con las series hispanocartaginesas de plata, así como para la realización de los
intercambios en la vida diaria; la de Cástulo, donde se acuñaron monedas de
bronce para subvenir a las necesidades de la gran concentración humana que trajo
consigo la explotación de los recursos mineros del Alto Guadalquivir, monedas que,
según M.P. García y Bellido, debieron ser las primeras monedas indígenas con
rótulos en el signario ibérico del sur; Arse (Sagunto), que comienza a acuñar
moneda muy pronto con influencia de Cartagena, utilizando poco a poco el alfabeto
ibérico después de la II Guerra Púnica, monedas que se extienden por todo el área
levantina y andaluza a impulsos de la administración romana; Saiti o Saitabi (la
romana Saetabis, Játiva), que también acuña como Arse dracmas y didracmas, no
sabemos exactamente para qué, pero que posiblemente tenga que ver con el pago
a los ejércitos romanos, como sucedió con las acuñaciones de Ampurias tras el
desembarco en ella de los romanos en el año 218 a. C. Ebusus (Ibiza) dentro del
área de influencia cartaginesa comienza a acuñar monedas entre el 214 a. C. y el
inicio del siglo II. Antes del final de la Segunda Guerra Púnica en España (206 a.
C.) acuñan moneda, además de las ya citadas, Kese (Cesse - Tarragona),con
rótulos ibéricos, al igual que Arse y Cástulo, Obulco (en la Alta Andalucía), con
rótulos bilingües, ibéricos y latinos, y Florentia (=Iliberris, Granada), con rótulos
únicamente en latín. En la zona de Cataluña se emiten dracmas a imitación de las
de Ampurias con letreros en signario ibérico, Iltirtar-Ilerda (Lérida); Barkeno-
Barcino (Barcelona). En general los numísmatas hispanos están de acuerdo en
identificar estas dracmas con el denominado en varias ocasiones por Livio (33, 10,
4; 33, 10, 46 y 40, 43, 4) argentum Oscense.
Segun Guadán, entre el año 206 a. C., fecha del final de la Segunda Guerra Púnica
en la Península, y el 133 a. C., momento en que termina la guerra celtibérica, con
lo que se produce el final de las guerras en la Meseta Norte, se van formando
grupos de cecas emparentadas: todas las cecas de la Alta Andalucía utilizan el
alfabeto ibérico del sur (Obulco, Porcuna, Jaén, Castulo, Iliberris Granada, etc.),
mientras que las de la Baja Andalucía, con acuñaciones desde época muy
temprana, llevan leyenda en latín (Urso - Osuna, provincia de Sevilla, Iliturgi -cerca
de Andújar, Carmo -Carmona, etc.)
Durante todo este tiempo nuevas cecas, que no es el momento de enumerar
pormenorizadamente, van apareciendo por todo el área turdetana e ibera, lo que
da idea de que la vida urbana va adquiriendo una importancia creciente. Dentro de
ellas destaca por las influencias que refleja una nueva serie monetal, la
denominada libio-fenicia, con cecas desde Cádiz hasta Málaga, con influencias
africanas y sin tipología uniforme, que lo único que tienen en común es el alfabeto.
También es importante resaltar que en esta época comienzan a aparecer con más
profusión cecas de influencia pirenaica, cecas en el valle del Ebro y hacia el interior
de la Península, series con alfabetos ibéricos del Norte.
Parece fuera de toda duda, como han puesto de manifiesto R. Knapp y F. Beltrán,
que la mayor parte de estas acuñaciones son moneda de "frontera", es decir,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 182 / 252

directamente relacionadas con la conquista de la Península Ibérica por Roma y que


las emisiones ibéricas (o indígenas) están ligadas estrechamente a la presencia
romana.
Por otra parte, es necesario también resaltar, como hace Presedo a partir del
análisis de las acuñaciones, que el mundo ibérico está evolucionando desde el siglo
IV a. C. hacia una economía de ciudad, proceso que se ve acelerado por la
introducción de la moneda griega a través de Ampurias y Rosas, en lo que se
refiere a las zonas de mayor influencia griega, y por las acuñaciones de Cádiz, base
de la influencia cartaginesa en la parte Sur de la Península, y que va a verse
favorecido y continuado por la presencia de Roma a finales del siglo III a. C. A
partir de estas bases de influencia, este mismo autor propone una clasificación, a
mí entender un poco simplificadora, de las acuñaciones del área ibera en dos
grandes zonas: desde Cataluña a Levante, donde actúa la influencia de la dracma
emporitana, y el Sur, sometido a las factorías fenicias y cartaginesas.
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1.15.10. El arte de los iberos

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España
Siguientes:
La arquitectura ibérica
La escultura ibérica
El relieve ibérico
La cerámica pintada

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es algo admitido por los historiadores, sin excepciones, que las expresiones
artísticas son un reflejo casi exacto de la vida de la sociedad en la que se producen
y que, a partir de ellas, se puede descubrir la propia estructura social, los cambios
que sufre la sociedad en que estas manifestaciones artísticas aparecen, así como
sus ideas religiosas, estéticas y humanas.
Sin duda es el arte uno de los aspectos mejor conocidos y más espectaculares de la
cultura ibérica, tanto que, en general, cuando se habla de la cultura ibérica, de lo
que realmente se habla es de sus manifestaciones artísticas, que
fundamentalmente se centran en la escultura y la pintura sobre cerámica, dado que
los restos de la arquitectura, sobre todo en lo referido a la urbanística, al menos
por lo conocido hasta el presente, no son nada espectaculares.
Desde fines del siglo XIX se han venido produciendo con mucha frecuencia
hallazgos de objetos reflejo de estas manifestaciones artísticas, por lo que es éste
uno de los aspectos en que se puede realizar hoy en día con más facilidad una
síntesis, a pesar de las novedades que se van produciendo en cada momento con la
aparición de nuevos hallazgos.
Es digno de resaltar, frente a la abundancia de manifestaciones artísticas en la
escultura y la pintura sobre cerámica, la casi total ausencia de manifestaciones
arquitectónicas, en contra de lo que sucede en otras áreas que se han tomado
como paralelo a la hora de considerar la cultura ibérica como una civilización
urbana (la griega y la romana). Nos detendremos en ello un poco más adelante.
Quizá antes de seguir debamos decir unas palabras sobre los orígenes del arte
ibérico, que han sido buscados en lugares distintos por los historiadores de este
siglo. Varias han sido las tesis mantenidas desde los inicios del siglo XX sobre las
influencias de las que ha surgido lo que en la actualidad conocemos como arte
ibérico. Destaca en primer lugar en orden cronológico la tesis que podríamos llamar
de influencia griega, mantenida a comienzos de siglo por P. Paris y seguida por R.
Mélida, a partir de algunos rasgos de la cerámica de la cultura micénica, tesis que
hoy no se puede mantener, pues, con el avance de las técnicas arqueológicas, se
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 184 / 252

ha descubierto que estas cerámicas ibéricas aparecen junto a vasos griegos


perfectamente datables en épocas bastante posteriores a la micénica. Continuador
de esta teoría de valorar las influencias griegas es P. Bosch Gimpera, no sólo en la
cerámica, sino en toda la cultura ibérica, opinión que va a persistir durante mucho
tiempo. R. Carpenter sintetiza todo este movimiento dándole un planteamiento más
global. Para él todas las manifestaciones artísticas en la escultura y en la cerámica
pueden explicarse por la influencia griega, directamente desde Grecia o a través de
las colonias de la Magna Grecia, valorando, además, por primera vez la presencia
de los focenses en España. También García y Bellido es partidario del origen griego
de las influencias en la escultura y pintura sobre cerámica ibéricas.
Descabellada, y no sin razón, es considerada por algunos autores, entre ellos
Presedo, la teoría de A. Schulten, según la cual debe buscarse un origen africano
para el arte ibérico, al igual que africano es, en su opinión, el origen de los propios
pueblos ibéricos.
Sin lugar a dudas es Martínez de Santa Olalla, con su obrita publicada en el año
1941, quien sitúa el problema en una perspectiva más cercana a la realidad,
valorando como base en su evolución interna los elementos propios y las influencias
externas como elementos dinamizadores de esta evolución. Entre estas influencias
externas destacaban las indoeuropeas y el papel fundamental de las griegas
y púnicas, negando, por supuesto, cualquier influencia del continente africano y
situando la cronología del arte ibérico desde el 450 a. C. hasta el inicio del imperio
romano con distintas fases.
En 1943 García y Bellido, después de estudiar la Dama de Elche, sitúa la cronología
del arte ibérico en unas fechas más cercanas a nosotros, tras la Segunda Guerra
Púnica, más de 250 años después de las fechas dadas por Santa Olalla.
En cuanto a la mayor antigüedad de unos motivos decorativos sobre otros, Bosch
Gimpera pensaba que en la cerámica ibérica los motivos florales y humanos eran
más antiguos que los geométricos. D. Fletcher propone la tesis contraria,
demostrada en la actualidad, y a ella se une M. Almagro Basch, que resalta tanto la
influencia tartésica como la influencia griega en la aparición del arte ibérico.
La naturaleza del arte ibérico aparece bastante clara en la actualidad, pues, a partir
del análisis de sus distintas manifestaciones artísticas, podemos decir que se trata
de un arte funerario o religioso. Las estatuas y demás objetos de arte tenían como
destinatarios al grupo dirigente de la sociedad ibérica, en cuyas tumbas o
monumentos funerarios han aparecido.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 185 / 252

1.15.11. La arquitectura ibérica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El arte de los iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Ya hemos dicho anteriormente que la arquitectura de los iberos no responde a lo


que sucede en otras sociedades similares de la cuenca del Mediterráneo,
concretamente a las sociedades clásicas griega y romana. En el área ibera lo más
sobresaliente en cuanto a arquitectura son las fortificaciones y murallas de los
poblados. En este sentido cabe resaltar las palabras de Tarradell: "No se ha
identificado nunca en los poblados o ciudades el doble tipo arquitectónico que
constituye su aspecto más monumental desde las civilizaciones del Próximo
Oriente, pasando a las altas culturas mediterráneas: el templo y el palacio". En la
urbanística resalta la pobreza de los poblados ibéricos, hasta tal punto que para
algunos investigadores no existió una arquitectura ibérica, sino que debió tratarse
de un desarrollo urbanístico incipiente que fue cortado por las conquistas bárquida
y romana.
A partir de los estudios de García y Bellido sobre los yacimientos arqueológicos
conocidos en su época y de las síntesis y descubrimientos posteriores (es muy
interesante el estudio de Presedo citado en la bibliografía) sabemos que en la
construcción los iberos utilizaron la piedra, el adobe y la madera. Los restos de
construcciones de piedra son los más abundantes de los hallados en los poblados
ibéricos, pero tiene una posible explicación natural por tratarse del material más
duradero de los empleados. Los tamaños de las piedras varían, desde los bloques
monumentales a pequeños cantos, y lo mismo la técnica de colocación, desde la
simple mampostería hasta paredes realizadas con bloques perfectamente labrados.
Sabemos que el adobe fue utilizado con profusión dentro de la arquitectura del
mundo ibérico, sin duda, como piensa Presedo, porque no debemos olvidar que en
la mayor parte de los casos estamos hablando de la España seca y de zonas en
donde la piedra se utilizaba para los cimientos, pero después la parte superior de
las paredes se hacía de adobe. No obstante, por su propia naturaleza es bastante
difícil detectar en las excavaciones esta situación.
También se empleó el tapial y tenemos noticias de abundantes restos de madera en
tumbas y poblados de época ibérica.
Las soluciones arquitectónicas de los iberos fueron de lo más normal, el dintel y el
arquitrabe, aunque sabemos que hay algún intento de cerrar un espacio con piezas
de pequeño tamaño, como sucede en la puerta de la tumba 75 de Galera en la que
se utilizan para cubrir un vano dos dovelas y una clave. En alguna ocasión hay
también falsos arcos y falsas bóvedas realizados por aproximación de hiladas.
Como ejemplo importante de arquitectura ibérica debemos citar Pozo Moro, bien
conocido y estudiado por M. Almagro Gorbea, yacimiento que evidencia la
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 186 / 252

existencia en el Sudeste de monumentos ibéricos de gran tamaño decorados con


estatuas y relieves. También en Lacipo hay restos de un monumento del mismo
tipo y quizás muchas de las piezas que se hallan en los museos procedan de
monumentos similares que no se encontraron en tan buen estado de conservación.
Otro monumento funerario ibérico de gran perfección técnica es el de Toya, que no
es el único de los existentes en la necrópolis de la que formaba parte.
Hay, así mismo, algunos ejemplos de monumentos pertenecientes a la arquitectura
religiosa, aunque no haya sido éste el elemento fundamental de la arquitectura
ibérica. No obstante hay (o mejor, ha habido, por la destrucción de que ha sido
objeto) un ejemplo impresionante de santuario, el templo del Cerro de los Santos,
descubierto en 1830 y cuyas piedras, como las de tantos otros edificios de época
antigua e incluso medieval o moderna, fueron utilizadas con profusión en las
construcciones modernas de los alrededores. Hay otra serie de santuarios que,
aunque desde el punto de vista religioso tienen gran importancia, desde el punto de
vista arquitectónico apenas son dignos de mención: El Cigarralejo, La Serreta de
Alcoy, etc.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 187 / 252

1.15.12. La escultura ibérica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El arte de los iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es ésta, sin duda, junto con la cerámica pintada, la más importante manifestación
artística de los iberos, que afortunadamente va siendo objeto de estudios
individualizados a través de los cuales conocemos, aparte de su calidad artística y
todo el proceso de fabricación, su funcionalidad.
A la hora de exponer en síntesis lo que sabemos sobre la escultura ibérica nos
encontramos con un dilema: si realizar una división, como la que hace Tarradell,
atendiendo a su funcionalidad, entre escultura de los santuarios, con valor de
ofrenda, de exvoto, y escultura funeraria, utilizada y hallada en las tumbas, que
nos daría, al menos en teoría, una visión más global de la sociedad en la que se
producen esas manifestaciones artísticas, religiosas, etc., o, por el contrario,
realizar esta división, quizá más fácil para la comprensión del lector, por cuanto, en
mi opinión no tenemos todavía suficientes datos para realizar la anterior,
atendiendo al material de que están hechas las distintas esculturas, y entonces
hablar de bronces ibéricos (y terracotas), escultura en piedra y relieve ibérico,
como hace Presedo. Por esta facilidad de expresión y comprensión me voy a
inclinar por esta segunda.
Los denominados bronces ibéricos son pequeñas estatuillas de bronce fabricadas a
molde y retocadas después y macizas. Los hallazgos realizados lo han sido tanto de
figuras masculinas, como femeninas, de pie, con los brazos abiertos o en posición
de plegaria. A veces los hombres llevan armas y se conoce también alguna figura
de jinete. Hoy contamos con algunos trabajos monográficos, como los de Nicolini o
Marín Ceballos, importantes para descubrir su significado, pues, aparte de su
realización más o menos perfecta, las figuras nos ofrecen datos para conocer
aspectos religiosos, sociales, de costumbres, etc. de la sociedad ibérica. No
obstante es éste todavía un camino que está en sus inicios.
Sus lugares de aparición son normalmente los santuarios, aunque algunos hayan
aparecido en otros espacios arqueológicos, y, en cuanto al área geográfica de
dispersión de los hallazgos, ésta es muy grande, prácticamente todo el área
ibera (Badajoz, Huelva, Sevilla, Córdoba, Granada, Jaén, Ciudad Real, Albacete,
Murcia, Alicante, Valencia, Tarragona), aunque la máxima concentración se
produzca en Despeñaperros (Jaén), Castellar de Santisteban (Jaén) y Santuario de
la Luz (Murcia), santuarios todos situados en el área de Sierra Morena y el Sudeste,
zona que, como luego veremos, coincide con la de la gran escultura en piedra y que
tiene su correspondencia, no por casualidad, sin duda, con las grandes
zonas mineras de la España ibérica.
Para Nicolini la aparición de los bronces se debe a la abundancia de metal en la
zona y a la técnica importada por los colonizadores de Oriente. Pero esto no debe
desligarse, como piensa Presedo, del propio desarrollo en el territorio ibérico de una
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 188 / 252

cultura y una religión que propiciaran la aparición de una industria artístico-


religiosa. La técnica de fundición era el proceso conocido como de la cera perdida
en moldes de arcilla, retocándose posteriormente y realizando la decoración
deseada. Por ser macizas no tenían un tamaño excesivo, oscilando según los
autores entre alrededor de 10 y alrededor de 20 cm., aunque no falta alguna
especial que llega a tener 30 cm.
La cronología atribuida a estas estatuas de bronce está relacionada con la propia
cronología atribuida por los arqueólogos a la cultura ibérica en general, desde el
siglo VI a. C. a mediados del siglo IV como etapa de influencia greco-oriental, la
etapa de un siglo entre mediados del siglo IV y mediados del siglo III denominada
período clásico y la época final o período romanizante, de claro dominio romano. En
esta cronología coinciden tanto Cuadrado, como Almagro y Nicolini.
Pero, ¿quiénes eran los destinatarios de estos objetos y qué función realizaban?.
Parece que nadie ha ofrecido hasta el momento una idea mejor de la expuesta por
García y Bellido, según la cual los fieles acudían a los santuarios y, de acuerdo con
sus posibilidades económicas, adquirían distintos tipos de piezas, ejemplares
estilizados al máximo junto a ejemplares que recuerdan de cerca modelos griegos
arcaicos, que no andarían muy lejos de ser los modelos originales. Luego eran
depositados por los fieles en los lugares sagrados: templos, bosques sagrados, etc.
Con una función muy similar a la de los bronces y unas características también
parecidas se han hallado estatuillas realizadas en tierra cocida en yacimientos
ibéricos, que se concentran también en lugares muy concretos, destacando en este
caso la Serreta de Alcoy. Probablemente la falta de disponibilidades de metal en el
País Valenciano con respecto a Sierra Morena y el Sudeste expliquen la utilización
de la arcilla para la realización de las mismas figuras con las mismas funciones.
También en este caso se trata de producciones en serie realizadas con moldes para
un amplio consumo y, aunque predominan las figuras femeninas, no faltan
representaciones de varones. En cuanto a la tipología va desde pequeños muñecos,
que parecen trabajos de niños, hasta figuras que guardan una clara relación con
estatuillas helenísticas.
En el territorio de los iberos han aparecido también, desgraciadamente no siempre
en su contexto arqueológico, grandes esculturas de bulto redondo que se pueden
comparar con la griega arcaica y la etrusca. Tradicionalmente siempre ha sido
la Dama de Elche la figura más representativa de estas manifestaciones artísticas,
pero a partir de nuevos hallazgos en las últimas décadas, algunos de ellos in situ
como la Dama de Baza, el estudio de la naturaleza y función de las esculturas
ibéricas en piedra ha pasado a ser centro prioritario de interés de los arqueólogos
que dedican su actividad preferentemente a las zonas del Sur y Levante de
España.
Las esculturas ibéricas en piedra se pueden clasificar en dos grupos según los
temas: figuras humanas y figuras de animales. Dentro del conjunto de figuras
humanas tenemos figuras funerarias, como la Dama de Baza, descubierta por
Presedo, presidiendo una sepultura que se encontró con su ajuar intacto, y otras
halladas fuera de su contexto, como el busto de la Dama de Elche y otros restos
más que se encuentran en nuestros museos, pero también figuras femeninas
oferentes en piedra, la más significativa de las cuales es la "Gran Dama" del Cerro
de los Santos. Pero no siempre se trata de grandes estatuas, como las enumeradas
y otras a las que haremos referencia más adelante, sino que en el propio Santuario
del Cerro de los Santos el tipo de la "Gran Dama" se reitera en tamaño menor en
las ofrendas.
La estatuaria de animales refleja animales reales (leones y toros en su mayoría) o
simbólicos (esfinges, grifos), que son las famosas bichas, llamadas así por los
habitantes del lugar donde han aparecido. La más famosa de las conocidas es la
de Balazote en la provincia de Albacete. Su tipología es la conocida en los territorios
que bordean la zona del Mediterráneo oriental y se les atribuye carácter sagrado
como protectores del hombre, tanto de los vivos como de los difuntos,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 189 / 252

correspondiendo su área de expansión por los datos de que disponemos hasta


ahora al sector ibérico del sur peninsular.
Los conjuntos más importantes conocidos son los siguientes:
1. El de Porcuna (Jaén), con estatuas de guerreros y grifos alados de tipología
jónica, aunque con armas de influencia celtibérica. Se fecha hacia mediados del
siglo V a. C.
2. La Dama de Baza, descubierta por Presedo en el año 1971 en el curso de las
excavaciones de una necrópolis en Baza. Su excavador fecha esta necrópolis con
toda seguridad en la primera mitad del siglo IV. Según su descubridor, esta estatua
femenina sedente, tallada en piedra local, que aparece estucada y pintada en toda
su superficie y que va tocada con un manto que le cubre la cabeza y cae sobre los
hombros hasta los pies (aparte de otra serie de caracteres que pueden verse en la
descripción que de ella hace Presedo), estaba destinada a ser una urna cineraria
para el difunto para quien se construyó la tumba, lo que sucede en esta misma
época en otras zonas del Mediterráneo.
3. La Dama de Elche, aparecida en 1897 en la Alcudia de Elche y actualmente en
el Museo Arqueológico Nacional, ha sido durante mucho tiempo el gran punto de
referencia de la escultura ibérica en piedra. Está realizada en piedra caliza y quedan
restos en ella de su policromía. Quizá lo más característico de la misma sea su
gorro puntiagudo, las tres filas de bolitas que forman una diadema sobre la frente y
las dos grandes ruedas a ambos lados de la cara que, en opinión de García y
Bellido, encerraban las trenzas del cabello enrolladas en espiral. Tiene varios
adornos más. Tras el conocimiento de la Dama de Baza, Presedo piensa que no se
trataba de un busto, sino también de una estatua sedente de tamaño natural y con
la misma función de servir de cista funeraria. A partir del conocimiento de la Dama
de Baza, ahora puede ser fechada también en el siglo IV a.C. Además de la Dama
se han encontrado en Elche varias piezas más, lo que ha hecho pensar a los
investigadores que en realidad en esta época hubo un taller de escultura en este
entorno. Cabe citar entre estas piezas el busto de un guerrero con pectoral labrado
al que le faltan la cabeza y los brazos, un escudo de umbo asido por una mano, un
brazo de dama sedente similar al tipo conocido por la Dama de Baza y un
fragmento de estatua de guerrero con una falcata.
4. La estatuaria del Cerro de los Santos. Es el primer yacimiento en que se
encontraron estatuas en número suficiente para que fueran objetó de interés. Su
cronología debe oscilar entre el siglo IV a. C. y la romanización, aunque falten
estudios detallados de las piezas. Entre éstas destacan La Gran Dama Oferente,
estatua erguida que sostiene un vaso con ambas manos a la altura del vientre,
cubierta con un manto amplio que le cae sobre los hombros y los brazos en
pliegues hasta los pies (relacionada estilísticamente con las Damas de Baza y
Elche), Las Damas Sentadas, estatuas de unos cuantos centímetros, que repiten el
tipo de la Dama de Baza y posiblemente de Elche (Marín Ceballos piensa que se
puede tratar de exvotos), fechables entre el siglo III y II a.C., aunque alguna con
una tipología casi del todo romana, Cabezas y bustos, tanto masculinos, como
femeninos que puede pensarse eran estatuas y cuya cronología parece más antigua
para las femeninas y ya romana para las masculinas.
5. La Estatua del Llano de la Consolación. En este lugar apareció una gran estatua
femenina sedente muy destruida, a la que faltan la cabeza y los hombros. Tiene un
manto de excelente factura y debajo de éste se ven dos túnicas. Para Presedo se
trata de una estatua con bastantes puntos de contacto con la Dama de Baza,
aunque quizá un poco más antigua, de fines del siglo V o principios del siglo IV.
6. La estatua sedente del Cabecico del Tesoro. En esta necrópolis se encontró la
estatua de una dama de un tamaño algo menor que el natural, muy destruida y en
múltiples fragmentos. Los pliegues rectos del manto que la cubre demuestran gran
arcaismo y su función debió ser similar a la de la Dama de Baza.
7. La Kore del Museo de Barcelona. Únicamente conocemos que es de la zona del
Sudeste. Se trata de una cabeza femenina con un peinado ondulado sobre la frente
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 190 / 252

y una diadema más ancha por delante que por detrás. García y Bellido la fecha en
la primera mitad del siglo V a. C. y pregona un origen griego para ella.
8. Conjunto del Corral de Saus. En Mogente (Valencia) han aparecido en un
ambiente funerario varias figuras femeninas tendidas que, unidas a los relieves
de Pozo Moro, que veremos más adelante, confirman la asociación de la gran
escultura en piedra con las tumbas.
El material empleado por los iberos en la realización de estas esculturas en piedra
fue de una calidad bastante inferior a la del resto de las culturas del entorno y la
época con las que tuvieron relación. Frente al mármol abundante en las obras
escultóricas de griegos y romanos, o el uso de piedras duras, como sucede en el
arte egipcio, los iberos emplearon sobre todo la caliza y la piedra del país, aunque
no por ello dejaron de realizar en ocasiones obras con una elevada perfección
artística.
Pero quizá lo más importante sea conocer la funcionalidad de estas obras. Los
hallazgos recientes de nuevos yacimientos y nuevas esculturas en piedra apuntan
muy claramente a una relación funeraria de estas manifestaciones artísticas: las
estatuas de damas sedentes aparecen en las necrópolis (el hallazgo de la Dama de
Baza fue decisivo en este sentido) y los leones y demás animales forman parte de
monumentos funerarios
Finalmente es obligada una referencia a los elementos que han intervenido en la
cristalización de estas manifestaciones artísticas. En primer lugar es necesario
resaltar que, salvo contadísimas excepciones, el hallazgo de esculturas humanas de
piedra de bulto redondo se da en la zona oriental de Andalucía y el Sudeste de
España, es decir, zonas de un desarrollo económico importante. A ello hay que unir,
sin duda, los impulsos llegados del exterior a través de los pueblos colonizadores.
Estos impulsos del exterior se deben en gran medida al mundo jónico, como en
todo el arte ibérico en general, pero en la animalística ibérica hay algún elemento
nuevo, sobre todo a partir del conocimiento del yacimiento del Pozo Moro, por el
que hay que hablar de contactos con el mundo fenicio e, incluso para algunos
autores, neohitita. Presedo aventura como conclusión provisional la idea de que la
estatuaria animalística está influida por lo fenicio en parte, y en parte por lo griego,
mientras que la estatuaria de figura humana parece una consecuencia de unas
motivaciones jonias que actuaron desde muy antiguo, a través de las costas del
Sudeste.
Pero, tanto en éste como en otros aspectos de la evolución histórica de los pueblos
de España, el grado de desarrollo alcanzado no sería explicable sin el sustrato
interno, en este caso la propia riqueza económica y las condiciones de
espiritualidad de la zona.
Como resumen de lo dicho hasta aquí y de lo que hasta hoy sabemos sí parece
posible afirmar las importantes influencias orientales en la escultura en piedra del
área ibérica, así como una funcionalidad predominantemente funeraria.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 191 / 252

1.15.13. El relieve ibérico

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El arte de los iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Se trata de una manifestación artística bastante menos abundante que


las esculturas exentas, realizado también en piedra como aquellas, aunque de gran
interés, sobre todo después de los descubrimientos de Pozo Moro estudiados por M.
Almagro Gorbea. Precisamente los hallazgos de Pozo Moro dan pie para intentar
descubrir su naturaleza y función, así como su disposición dentro de los
monumentos arquitectónicos que les servirían de soporte. Para M. Almagro Gorbea
en Pozo Moro existió, sobre una hilera de piedras, un friso en bajorrelieve ocupando
los cuatro lados del recinto arquitectónico, aunque sólo parte de ellos ha llegado
hasta nosotros. Para todo lo relacionado con su descripción pormenorizada pueden
verse las distintas noticias de Almagro Gorbea, excavador del monumento, pero
conviene enumerar algunos de los restos encontrados. En la esquina sudeste hay
un personaje con casco redondo y cimera, túnica corta y cinturón. La escena que
más completa nos ha llegado es la del lado oeste y en ella se ve a la izquierda un
personaje con dos cabezas superpuestas, lenguas largas que caen hacia afuera,
sentado en un trono con respaldo y garras de león. Sostiene un cuenco en una
mano y un jabalí sobre una mesa de ofrendas situada delante de él en la otra.
Detrás de la mesa hay un personaje de pie con cabeza de gran boca abierta y
lengua bífida, vistiendo túnica larga. Otros restos recompuestos y descritos por
Almagro Gorbea de los restantes lados nos hablan de otros personajes grandes y
pequeños, algún animal en actitud amenazante hacia un personaje, flores de loto,
escenas sexuales, un monstruo de tres cabezas y un sillar en el que aparece un
jabalí con dos cabezas, una a cada lado, luchando con un ser mitad humano y
mitad serpiente. Según su excavador este monumento puede fecharse hacia el año
500 a. C.
Pero lo más interesante de Pozo Moro son los problemas que plantea en cuanto a
sus relaciones con mundos artísticos bastante alejados, concretamente el norte de
Siria, con sus relieves neohititas con influjo arameo y fenicio. Todavía hay mucho
que investigar sobre el tema y, como afirma Tarradell, futuras investigaciones
pueden deparar grandes sorpresas, pero hay un hecho innegable: en el área ibérica
del Sudeste, a fines del siglo VI a. C., hay unos artistas que realizan unos relieves
que tienen influencias de culturas muy lejanas en el espacio.
Aparte de los relieves de Pozo Moro, a los que hemos hecho referencia siguiendo a
M. Almagro Gorbea, tenemos en la zona ibérica otros conjuntos importantes,
acotados geográficamente en el extremo occidental por los de Osuna, pero con la
máxima concentración en la Alta Andalucía y el Sudeste. Los más importantes, sin
pretender realizar una enumeración exhaustiva, son los de Osuna (el relieve de la
flautista y un hombre con capa y el de las dos damas oferentes, ambos en el Museo
Arqueológico Nacional, así como otro sillar en ángulo en el que se representa a dos
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 192 / 252

guerreros luchando, vestidos y tocados con los trajes y elementos defensivos que
ya hemos visto en los bronces y en las esculturas en piedra, y otro fragmento de un
guerrero a caballo sujetando las riendas, fechables hacia el siglo II a. C.); el relieve
de la Albufereta (pequeña metopa en la que se representa una figura masculina
frente a una femenina, fechable por los datos de Llobregat hacia el siglo IV);
esculturas de animales procedentes de toda el área de influencia tartésica y el
Levante (casi en su totalidad animales monstruosos y sin contexto arqueológico,
por lo que poco podemos saber de su significado y función); el importante hallazgo
de Pozo Moro, al que ya nos hemos referido con antelación; el grifo de Redován
(Orihuela), que parece que hay que fechar, según Presedo, alrededor del año 500
a. C.; la esfinge de Agost, sentada sobre las patas traseras y con el rabo entre
ellas, sin patas anteriores y con cara femenina, así como con plumas rectas, todo lo
cual denota la influencia de los tipos griegos arcaicos por lo que hay que situarla
hacia finales del siglo VI; la esfinge de Bogarra, en la misma postura que la
anterior, pero con las patas delanteras flexionadas, así como alas, de las que
únicamente se conserva el arranque; la bicha de Balazote, con cuerpo de toro y
cabeza humana con cuernos cortos, que, según García y Bellido, tiene prototipos
claros en el mundo griego, aunque con rasgos orientales evidentes y que debe
datarse en el siglo IV a. C.; la bicha de Tova, de un tipo similar a la anterior y
datable en el siglo IV; el toro de El Molar, procedente de una necrópolis también del
siglo IV; los toros de Rojales (seis toros que se encuentran en el museo de Alicante,
que García y Bellido cree deben situarse en el siglo III a. C.); las leonas del
Minguillar (tres ejemplares hallados cerca de Baena que se encuentran en el Museo
Arqueológico Nacional); los leones de Nueva Cartaya (hallazgos casuales y sueltos
de trozos de leones que se conservan en el Museo de Córdoba y que tienen rasgos
similares a los de Pozo Moro, aunque con una mayor perfección); el toro de
Porcuna, tendido sobre sus cuatro patas con referencia directa a los toros orientales
y, según Blanco Freijeiro, relacionado con las influencias griegas que, penetrando
por el Sudeste, llega a la Alta Andalucía, donde se sincretiza con el influjo
orientalizante de la zona de influencia tartésica y la leona de Los Molinillos, animal
sentado sobre sus patas traseras y amamantando un cachorro, procedente de esta
localidad cercana a Baena.
Continuamente esta larga nómina va aumentando a medida que se realizan nuevos
trabajos arqueológicos por toda Andalucía y el Levante y cuya enumeración sería
demasiado prolija.
Aunque aún sea difícil establecer una evolución cronológica, Blanco Freijeiro
propone tres períodos, uno primero con influencias griegas de la época arcaica
tardía y clásica y elementos fenicios, un segundo coincidente con la época
helenística con influencias celtas y aportaciones helenístico-romanas y un tercero
que sería ya de plena época romana, concretamente de final de la República.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 193 / 252

1.15.14. La cerámica pintada

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El arte de los iberos

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Se trata de una de las manifestaciones mejor conocidas y más valoradas del arte
ibérico, tanto las decoraciones con figuras geométricas, más tempranas y
abundantes por más sencillas de realizar, como las de figuras humanas y animales.
Para Tarradell la cerámica ibérica puede agruparse en dos períodos, uno primero a
partir del siglo V a. C., con una temática muy simple (bandas horizontales, círculos
o medios círculos, en definitiva, decoración geométrica), que se mantiene a lo largo
de todo el tiempo y en general en todo el área ibérica, y una segunda época ya en
pleno dominio romano, a partir del año 200 a. C., donde aparecen el estilo
narrativo y simbólico de figuras humanas y animales, aunque es muy posible que
ya se hayan iniciado durante el siglo III.
También aquí vemos cómo los influjos externos (greco-orientales) complementan y
dinamizan elementos de la propia evolución interna, por lo que se pueden distinguir
varias zonas atendiendo a la decoración y a la época en que se realiza cada uno.
Dentro de la amplia área ibérica distingue Presedo varias subáreas:
1. Cerámica ibérica andaluza. Valle del Guadalquivir y afluentes, así como el sur de
Portugal y la región extremeña, que emplea el torno, traído por los colonizadores
orientales, desde época temprana. En esta área la cerámica protoibérica recoge las
dos corrientes externas, la fenicio-chipriota y la jónica, a partir del siglo VII-VI. No
es, no obstante, una zona de desarrollo importante de la cerámica ibérica.
2. La cerámica del Sudeste, llamada también cerámica de estilo simbólico, que
tiene como focos principales los de Elche y Archena, que han dado nombre a este
estilo, aunque también haya habido importantes hallazgos en El Cigarralejo, El
Cabecico del Tesoro y Pozo Moro. Las formas cerámicas son las mismas que en
Andalucía, pero sobre ellas se pintan escenas de animales y de hombres. Se trata
de figuras diversas, en general de tamaño grande, que normalmente tienen valor
por sí mismas y no forman conjuntos. Junto a las figuras de animales (lobos,
pájaros, etc.) encontramos representaciones de guerreros en distintas actitudes de
combate. Se trata de un arte hierático con un área de difusión relativamente
concentrada, la zona sur del País Valenciano y casi toda Murcia.
3. La cerámica de Oliva-Liria, denominada de esta forma por ser los yacimientos
que proporcionaron los primeros lotes de este denominado estilo narrativo. Los
vasos están pintados con colores oscuros y en muchos casos las figuras están
rellenadas con color negro. Frente a la individualidad de las figuras del arte de
Elche-Archena, en los vasos de Liria encontramos ciertos argumentos en los
conjuntos de figuras, junto a letreros que hoy en día son todavía inaccesibles a
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 194 / 252

nuestro conocimiento. Hay conjuntos que representan escenas de caza, de guerra,


de danza, hombres a pie o a caballo persiguiendo jabalíes o lobos, etc., luchas de
grupos enfrentados, tanto a pie, como a caballo o en barcas. Por lo general son
figuras de tamaño menor que las del estilo simbólico. Su área de distribución,
reducida en un principio por los primeros descubrimientos a la zona central
valenciana, debe hoy día extenderse hacia el valle del Ebro en la provincia de
Teruel (por ejemplo el poblado de Alloza).
4. Azaila. Dejando de lado, por no venir al caso en este momento, el intrincado
problema de la iberización del valle medio del Ebro, al que se ha hecho referencia
en otro lugar, y, si podemos hablar propiamente de zona ibérica, tenemos la
evidencia cerámica del poblado de Azaila. En el Bajo Aragón la cerámica es más
tardía porque el sustrato sobre el que aparece en el siglo IV a. C. es un horizonte
hallstático. En los vasos de Azaila aparecen figuras de animales enmarcadas con
figuras vegetales y geométricas, sin paralelos en otras zonas. No deja de tratarse
de una zona que podríamos llamar marginal con referencia a los dos núcleos
básicos de Elche-Archena y Liria-Oliva.
5. La cerámica del Nordeste. En la zona ibérica de Cataluña han aparecido
cerámicas pintadas importadas algunas de ellas concretamente de Archena. Hay
también producción de talleres locales en distintos lugares, pero sobre todo en
Ampurias, donde la gran calidad de la escasa cerámica ibérica allí aparecida tiene la
impronta de la fuerte influencia de la cerámica griega.
En general en toda la cerámica que podemos considerar como ibérica se utilizan
prácticamente los mismos colores, oscuros como decíamos antes. Destacan el rojizo
oscuro, el que Tarradell llama vinoso, el marrón y el negro, empleado sobre todo
para rellenar las figuras de los vasos de Liria.
Como conclusión sobre la cerámica pintada podemos decir que las influencias
externas encontraron en cada región sustratos distintos que derivaron en
tendencias individualizadas en relación también con la época en que recibieron los
influjos llegados de la otra parte del Mediterráneo.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 195 / 252

1.15.15. El traje ibérico

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

A partir del análisis de los bronces, esculturas en piedra y decoraciones de


las cerámicas a que nos hemos referido en apartados anteriores podemos decir que
hoy nos es bastante bien conocido el traje utilizado por los iberos, aunque debemos
pensar que no era uniforme, debido a las variantes regionales; no obstante en
muchos casos es difícil descubrirlo por la falta de representaciones gráficas en
relación precisamente con la ausencia de hallazgos de las manifestaciones artísticas
anteriormente analizadas (zona turdetana y zona catalana sobre todo). A ello
debemos añadir otro problema no menor y es que a menudo las representaciones
son figuras de divinidades que probablemente no llevaran el traje cotidiano de los
hombres y mujeres ibéricos.
Los tejidos utilizados en su confección eran la lana y el lino, habiendo distinguido E.
Llobregat en La Albufereta diversos tipos de tejidos, entre los que destacan unos
tejidos gruesos de contextura como de lanilla actual y lienzos finos similares al hilo
posiblemente para fabricar la ropa interior.
Para los colores, si tenemos que hacer caso de la pintura de las estatuas, se
utilizaba el rojo púrpura para los mantos masculinos y el azul cobalto y la
combinación de varios colores en las mujeres. Para Presedo es probable que el
ajedrezado que aparece en algunos mantos como el de la Dama de Baza se deba a
que están realizados con fibras previamente teñidas.
Hasta el presente las aportaciones de Nicolini son las más completas a la hora de
analizar estos extremos, por lo que es una obra de utilización obligatoria para quien
quiera acercarse con mayor profundidad al tema. Las damas ibéricas que
conocemos por la arqueología llevan unos vestidos y tocados ricos y barrocos, en
los que predomina la acumulación de joyas. Cuatro son los elementos a analizar
dentro de la estética de las mujeres iberas: el tocado, el traje, los adornos y el
calzado. El tocado de la cabeza de las damas iberas es muy complicado, como
puede verse por la de Elche o la menos compleja de Baza. También los bronces
ofrecen una gran variedad de tipos, aunque con menos complicación que las
Damas. Las iberas usaban diademas y mitras, altas o bajas, que, aun pudiendo ser
un producto autóctono, estarían inspiradas en modelos greco-orientales.
Velo, manto y túnica son los tres elementos del traje femenino ibero. El velo a
veces se confunde con el manto, aunque el triangular que cubre la parte posterior
de la cabeza y llega hasta los hombros es inconfundible. Hay, además, un velo
propio de las "sacerdotisas" que va sobre la mitra y llega hasta los muslos. El
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 196 / 252

manto es la prenda que envuelve toda la figura llegando hasta los pies, que
aparece sobre todo en las estatuas de piedra. Nicolini ha distinguido hasta cuatro
tipos de túnica, traje de mangas cortas que cubre toda la figura hasta los tobillos,
atendiendo a la forma de terminar la prenda. Aunque tienen parecidos con prendas
similares de la cuenca del Mediterráneo, su origen parece local.
Hay, además, toda una serie de adornos que servían para realzar la belleza de las
mujeres iberas, destacando entre ellos los variados collares de las grandes Damas
(Elche, Baza y El Cerro de los Santos) y los también abundantes de los bronces y
terracotas. También son frecuentes los cinturones, pendientes, brazaletes y
pulseras.
Por la Dama de Baza podemos deducir que el calzado de estas grandes damas
consistía en unos escarpines que parecen de cuero, pintados en su totalidad de
color rojo. Tanto en el caso de las mujeres corno en el de los hombres debía usarse
también calzado de esparto, tan típico de la zona. También tenemos suficiente
información arqueológica para conocer el traje utilizado por los hombres. Se
compone de manto o capa, con distintas variedades, túnicas, largas y cortas,
adornos y calzado.
Los mantos se hacen de una pieza y se sujetan normalmente con una fíbula anular
al hombro derecho, dejando casi siempre libre el izquierdo. Nicolini ha descubierto
abundantes variedades de este manto (sin vuelta, de vuelta corta, con una punta
en la espalda, etc. ). Las túnicas son la prenda que lleva normalmente el ibero
debajo del manto, aunque, a veces, se trate de otro tipo de prendas.
También entre los hombres hay una serie de adornos, que aparecen sobre todo en
los bronces: cordones cruzados sobre el pecho, cinturones que ciñen el vestido al
cuerpo y sujetan las armas, que aparecen abundantemente en todas las
excavaciones de necrópolis ibéricas.
El calzado de los hombres lo tenemos en las pinturas de los vasos de Liria, donde
aparecen jinetes calzados con zapatos de media caña. Otras veces aparecen como
botos abiertos. Tanto unos como otros debían estar hechos en cuero, aunque los
menos ricos usarían, como en el caso de las mujeres, alpargatas de esparto.
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1.15.16. La escritura ibérica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La aparición de la escritura constituye no sólo un fenómeno lingüístico o epigráfico,


sino también un fenómeno histórico de primera magnitud, pues este hecho sólo se
produce en aquellas sociedades que han alcanzado un alto grado de desarrollo
socio-económico.
Para el mundo ibérico la escritura está atestiguada desde fines del siglo V a. C. por
una inscripción existente en la base de un kylix ático, aparecido en Ullastret, cerca
de Ampurias, en una zona de clara influencia griega y que debe hacer referencia,
sin duda, al propietario de la citada cerámica. No se trata, sin embargo, de la
escritura más antigua de la Península Ibérica, como tendremos ocasión de ver
cuando analicemos en capítulo aparte las lenguas y la epigrafía prerromanas de
España.
Existen dos hipótesis suficientemente contrastadas sobre el origen de la escritura
ibérica. Según la primera, no es la más antigua de la Península (De Hoz, Correa y
otros), puesto que la escritura hispánica más antigua de la que tenemos noticia
aparece en el Suroeste , fruto para De Hoz de la influencia ejercida por la escritura
fenicia y que podemos situar en el siglo VIII o, como muy tarde, en el siglo VII a.
C. Según este mismo autor, esta escritura del Suroeste se extendió hacia el Este
dando lugar por influencia de los griegos a una nueva forma de escritura que es la
ibérica. Ambas escrituras coinciden en sus principios básicos, pero al mismo tiempo
se diferencian de manera clara en la forma de algunos signos y otros aspectos
lingüísticos. Así pues, para De Hoz el origen de la escritura ibérica habría que
buscarlo en la escritura del Suroeste.
Pero no todos los lingüistas están de acuerdo con esta hipótesis y se ha formulado
una segunda, que mantiene algunas de las afirmaciones anteriores. En esta
segunda hipótesis, cuyo defensor más visible es J. Siles, la escritura ibérica se
habría desarrollado cronológicamente en un período preciso entre el siglo V/IV a C.
al siglo I a. C. y geográficamente en un área bastante amplia desde la Contestania
hasta la Narbonense con incursiones hacia la Bética, Albacete y el interior. Sería el
fruto de un intenso proceso de aculturación que se inicia con la helenización de la
zona costera y termina cuando la latinización llega a su punto álgido, momento
también en el que la escritura ibérica desaparecería. El origen estaría en el alfabeto
greco-ibérico, alfabeto en el que aparecen los primeros documentos ibéricos más
antiguos de Alcoy y el Cigarralejo en los siglos V-IV a. C. y que es consecuencia del
contacto entre los indígenas y las poblaciones griegas. De ese alfabeto greco-
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 198 / 252

ibérico derivaría la llamada "escritura meridional", que puede ser considerada como
una fase intermedia entre el greco-ibérico inicial y el ibérico clásico resultante. El
foco de expansión de esa escritura sería el Sudeste, efectuándose su
sistematización progresiva en la zona de Ampurias en contacto con los focenses y
expandiéndose hacia el sur y el interior. Este sistema ibérico conocerá, además, la
influencia del latino, que lo va a perfeccionar, al tiempo que determina su
desaparición.
Pero los iberos no sólo van a adoptar una escritura para su lengua, sino que van a
adaptar a su propia cultura un número considerable de tipos de documentos
conocidos por los griegos: grafitos cerámicos, lápidas sepulcrales, plomos inscritos,
etc. Los más numerosos y significativos hasta el momento presente son las lápidas
sepulcrales y los plomos. Los plomos son piezas sin otra misión que la de servir de
soporte de escritura. Básicamente parece que contienen documentos de carácter
práctico: cartas de negocio, contratos, etc., no faltando alguno como el de El
Cigarralejo con un posible contenido religioso.
Finalmente, no es posible separar el uso que de la escritura hace un pueblo de su
grado de evolución histórica en cuanto a su organización social y económica, ni de
su propio desarrollo cultural. La escritura del mundo ibérico no se usa con fines
literarios, ni tampoco parece que haya sido utilizada con fines públicos (no tenemos
noticias de ninguna inscripción ibérica hecha por un magistrado o un organismo
representativo de la comunidad), lo que conduce a la conclusión de que las
inscripciones en lengua ibérica proceden de la iniciativa privada.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 199 / 252

1.15.18. La religiosidad entre los iberos

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es difícil hablar de un tema como el de la religiosidad de los iberos, cuando


encontramos una gran carencia de noticias en las fuentes literarias greco-latinas de
época clásica, las excavaciones arqueológicas nos ofrecen noticias escasas y
fragmentarias y los datos se reducen prácticamente al análisis de las esculturas en
piedra y metal, a los exvotos de los santuarios y a las representaciones en
las pinturas de la cerámica, en espera de que algún día los textos hasta hoy
incomprensibles de las estelas o de la misma cerámica nos ofrezcan datos sobre
este aspecto tan importante de la vida de los pueblos.
En la región de influencia tartésica tenemos noticias por la arqueología de
divinidades del ámbito fenicio, pero no tenemos la menor evidencia sobre su culto,
sino sus posibles representaciones en objetos arqueológicos. Según el estudio de
M.C. Marín Ceballos, ya sea en objetos arqueológicos como anillos o sortijas,
placas, etc., como en templos dedicados a ellos aparecen en este área el dios El,
divinidad del mundo ugarítico y bíblico primitivo, Baal, divinidad fenicia por
excelencia, Melqart, con un santuario en Cádiz que irradia por toda la Baja
Andalucía, llegando hasta Salacia en el estuario del Tajo y hasta la isla de Herakles
en la región de Levante; también hubo un templo en Cádiz a Milk Astart y toda una
serie de sincretismos de divinidades procedentes del mundo egipcio y en general
del Mediterráneo oriental.
Por lo que se refiere al área ibera propiamente dicha piensa Presedo que hubo
también en el aspecto religioso influencias griegas y púnicas que actuaron sobre el
fondo preorientalizante de las influencias fenicias y tal vez griegas antiguas, pero
más tarde tuvieron que ser reelaboradas por los indígenas, resultado de lo cual
tuvo que ser una síntesis completamente distinta, ya que en ella actuarían
concepciones religiosas ancestrales de los iberos heredadas de edades pasadas.
A partir de los testimonios que la arqueología y las fuentes literarias nos ofrecen
podemos decir algunas cosas sobre los siguientes aspectos: dioses, lugares
sagrados, culto y vida de ultratumba.
Dejando aparte ahora la influencia griega y oriental, aunque muy importante, pues
sabemos que en Ampurias, según los arqueólogos, existió un templo de Asclepios,
así como un templo dedicado a Serapis y evidencia de culto a Demeter y a la
Artemis efesia, la cual, según las noticias de las fuentes clásicas, tuvo varios
santuarios en la zona costera del Levante y, sin olvidar tampoco la influencia de los
cultos y las divinidades traídas por los cartagineses -Baal Amón aparece en los
textos como Cronos y Tanit como Juno-, a la vez que muchas inscripciones latinas
dedicadas a la Dea Caelestis, que debe ser una asimilación de la citada Tanit y otra
divinidad cartaginesa, Bes, aunque su representación se reduce a pequeños objetos
de comercio que no prueban de manera decisiva la existencia de su culto, en el
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 200 / 252

mundo propiamente ibérico no podemos nombrar ninguna divinidad adorada por los
fieles. Sospechamos que se trata de un dios de los caballos o vinculado a los
mismos una figura que aparece en un relieve entre dos figuras de caballos vistas de
perfil, lo mismo que puede ser una divinidad masculina un jinete que lleva en su
mano una flor de loto en pinturas de los vasos de Liria.
Hay un mayor número de posibles representaciones de divinidades femeninas que
masculinas, por lo que probablemente los cultos femeninos predominaban sobre los
masculinos, lo cual no representaría más que un fenómeno típicamente
mediterráneo. Creemos con Presedo que en su inmensa mayoría quizá pueden
reducirse al culto de la Gran Madre asiática, que predominó sobre el Mediterráneo a
partir del Neolítico.
Hay unos lugares sagrados que dejaron huella arquitectónica, que son los
santuarios de los que ya hemos hablado al tratar de la arquitectura. Pero, junto a
ellos, hay otros entre los que destacan las cuevas del País Valenciano. Se trata de
lugares alejados de los poblados y de difícil acceso, y que por su ajuar funerario,
aunque pobre, puede fecharse el inicio de su uso en el siglo V a.C.
A pesar de la inexistencia de evidencias, no debieron faltar cultos en lugares que en
las religiones antiguas son sacralizados, como los bosques sagrados, los montes o
las fuentes.
Tampoco sabemos mucho sobre los cultos que tuvieron lugar en los santuarios
ibéricos, aunque, a partir de los exvotos de los santuarios, se pueden ver ciertas
actitudes que pueden indicarnos el modo de relacionarse de los iberos con la
divinidad: devotos que saludan a la divinidad levantando el brazo derecho, otros
que cruzan los brazos sobre el vientre o sobre el pecho o levantan ambas manos.
En las estatuas de piedra y en los exvotos de bronce vemos oferentes de vasos
conteniendo probablemente todo tipo de ofrendas.
En el capítulo religioso hay que incluir también las danzas de que nos dan noticia
los textos literarios (concretamente Estrabón dice que entre los bastetanos bailan
los hombres y mujeres cogidos de la mano), que tienen su representación en las
pinturas de algunos vasos de Liria, así como otros testimonios en que los danzantes
llevan ramas en las manos, danza que tiene un origen oriental y que pasó al mundo
griego.
El rito funerario generalizado es el de la incineración, aunque no faltan testimonios
de inhumaciones. Junto con la urna se entierran los objetos de uso corriente del
difunto, destacando las armas en el caso de las tumbas de los guerreros, las cuales
aparecen en ocasiones dobladas, como si se hubiese querido hacerlas "morir" con el
guerrero.
Se encuentran también en las tumbas ibéricas una serie de objetos rituales:
pebeteros para quemar perfumes y braserillos y jarros de bronce, posiblemente
relacionados con ceremonias de purificación.
Una vez enterrada la urna y el ajuar la tumba se cerraba de muy distintas maneras
y se recubría a veces con un túmulo. En tumbas monumentales aparecen varias
urnas, lo cual nos hace pensar en que tuvieran un carácter familiar.
Sobre las ideas de los iberos acerca de la vida de ultratumba carecemos de textos.
Sí parece evidente, a partir de la observación de las tumbas y ajuares y de
la escultura funeraria (la más representativa es la Dama de Baza), que los iberos
creían en la pervivencia de la personalidad. Por otro lado, la incineración significaría
la purificación mediante el fuego.
Finalmente, como afirma Presedo, de la existencia de animales fantásticos en las
necrópolis (grifos, leones, esfinges), que en el Mediterráneo tienen la función de
guardianes del más allá, no se pueden extraer conclusiones automáticas, pues es
posible que hubieran perdido su simbolismo originario.
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1.15.18. Bibliografía sobre los pueblos iberos


Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área ibera. Pueblos del sur y este de España

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Como monografía general sobre los iberos es todavía interesante la de A. ARRIBAS,


Los iberos, Barcelona, 1965 y una algo anterior de D. FLETCHER, Problemas de la
cultura ibérica, Valencia, 1960. Una monografía más reciente que conocemos sobre
el tema es la obra de D. FLETCHER, Els ibers, Valencia, 1983. Existen también
estudios sobre pueblos o zonas concretas, como por ejemplo los de R. PITA, Los
ilergetes, Lérida, 1948; G. FATÁS, La Sedetania. Las tierras zaragozanas hasta la
fundación de Caesaraugusta, Zaragoza, 1973; M. GIL MASCARELL y C. ARANEGUI,
El Bronce Final y el Hierro Antiguo en el País Valenciano, Valencia, 1981; A. RUIZ,
Los Pueblos Iberos del Alto Guadalquivir. Análisis de un proceso de transición, Tesis
doctoral de la Universidad de Granada, 340, Granada, 1981; E. LLOBREGAT,
Contestania ibérica, Albacete, 1972; J. UROZ, Economía y sociedad en la
Contestania ibérica, Alicante, Diputación, 1981 y, del mismo autor, La regio
edetania en la época ibérica, Alicante, Diputación Provincial, 1983; L. ABAD CABAL,
Los orígenes de la ciudad de Alicante, Alicante, 1984; E. PONS y BRUN, L'Empordá-
De l'Edat del Bronce a l'Edat del Ferro (1100-600 a. de C.), Girona, 1984; G. RUIZ
ZAPATERO, Los campos de urnas del Nordeste de la Península Ibérica. Tesis
doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 1983-85. Para el conocimiento de lo
que sucede en el valle del Ebro es importante, junto con la obra un poco anterior de
Fatás, ya citada, el trabajo de F. BURILLO, El valle medio del Ebro en época ibérica.
Contribución a su estudio en los ríos Huerva y Jiloca Medio, Zaragoza, 1980.
De especial importancia para el conocimiento de la formación de las distintas zonas
del mundo ibérico son las Actas del Simposi Internacional Els origens del món
iberic, celebrado en Barcelona y Ampurias en 1977 y publicado en la revista
Ampurias, 38-40, Barcelona, 1976-1978, así como Els pobles Pre-romans del
Pirineu, 2, C.I.A.P., Puigcerdá, 1976. Puede ser de interés también A. BELTRÁN,
"Orígenes y desarrollo de las comunidades ibéricas", Cuaderni del Centro di studi
per l'Archeolog'ia etrusco-italica II, Roma, 1978, págs. 29-48. Un reciente estado
de la cuestión, sobre todo desde el punto de vista del análisis de la distribución del
poblamiento incorporando las investigaciones más nuevas en la materia, puede
verse en A. RUIZ y M. MOLINOS (ed. ), Iberos. Actas de las I jornadas sobre el
Mundo Ibérico, Jaén 1985, Jaén, Ayuntamiento de Jaén y Junta de Andalucía, 1987.
También en este sentido conviene resaltar obras anteriores, como las de J.
MALUQUER, "Los pueblos ibéricos", en Historia de España dirigida por Menéndez
Pidal, Madrid, Espasa Calpe, 1954,1, 3, págs. 305-370; M. TARRADELL, El País
Valenciano del Neolítico a la iberización, Valencia, 1962; J. FORTEA y J. BERNIER,
Recintos y fortificaciones ibéricas en la Bética prerromana, Salamanca, Universidad,
1970; F. BURILLO, El valle medio del Ebro en época ibérica, Zaragoza, 1980 o P.
LILLO CARPIO, El poblamiento ibérico en la provincia de Murcia, Universidad de
Murcia, 1981. Es muy interesante también a este respecto el trabajo de A. Ruiz y
M. MOLINOS, "Elementos para un estudio del patrón de asentamiento en las
Campiñas del Alto Guadalquivir durante el Horizonte Pleno ibérico (Un caso de
sociedad agrícola con estado)", Arqueología Espacial. Coloquio sobre distribución y
relaciones entre los asentamientos, 4, Teruel, 1984, págs. 187-206.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 202 / 252

Sobre el decreto de Emilio Paulo y las relaciones sociales en la zona meridional del
mundo ibérico es necesario ver como estudios más recientes J. MANGAS,
"Servidumbre comunitaria en la Bética prerromana", en MHA, 1, Oviedo, 1978,
págs. 151-162; A. RUIZ RODRÍGUEZ, "Las clases dominantes en la formación social
ibérica de la Península Ibérica", en MHA, 1, Oviedo, 1977, págs. 141-150; L.A.
GARCÍA MORENO, "Sobre el decreto de Paulo Emilio y la Turris Lascutana", en
Reunión sobre epigrafía hispana de época romano-republicana, Zaragoza,
Institución Fernando el Católico, 1986, págs. 195-218 y F. MARCO, "La manumissio
oficial de Emilio Paulo en el marco de la política internacional romana del siglo II
a.C.", en Reunión sobre epigrafía hispana de época romano-republicana, Zaragoza,
Institución Fernando el Católico, 1986, págs. 219-225. Puede verse también J.
CARO BAROJA, "Regímenes sociales y económicos de la España prerromana",
Revista Internacional de Sociología 1, Madrid, 1943, págs. 149-190; T. GIMENO,
"Cambios sociales en el valle inferior del Ebro desde la iberización a la
romanización", en MHA, 3, 1979, págs. 139-146 y M. ALMAGRO GORBEA,
"Arquitectura y sociedad en la cultura ibérica", en Architecture et société de
l'archaisme grec a la fin de la Republique romaine (Roma, 1980), 1983, págs. 387-
414.
Para el conocimiento del tema de la realeza y los reyes en la España antigua es de
obligada lectura J. CARO BAROJA, "La "realeza" y los reyes en la España antigua",
en Estudios sobre la España antigua, Madrid, Cuadernos de la Fundación Pastor,
1972. _
Para la clientela y la devotio es conveniente ver J.M. RAMOS LOSCERTALES, "La
devotio ibérica", Anuario de Historia del Derecho Español, 1, 1924; F. RODRíGUEZ
ADRADOS, "La fides ibérica", en Emerita 14, Madrid, 1946, págs. 128-204; A.
PRIETO ARCINIEGA, "La devotio ibérica como forma de dependencia en la Hispania
romana", en MHA, 2, Oviedo, 1978, págs. 137-146.
Sobre la economía de los iberos pueden verse los trabajos de R. LÓPEZ DOMECH,
"Aspectos económicos de los oretanos", en MHA, 3, Oviedo, 1979, págs. 21-29; A.
RUIZ y M. MOLINOS, "Algunas consideraciones para la reconstrucción de las
relaciones sociales en los sectores dominantes de la producción económica ibera
(agricultura y minería)", MHA, 3, Oviedo, 1979, págs. 147-155. Siguen siendo
importantes todavía hoy las aportaciones de E. CUADRADO, E. PLA BALLESTER y G.
TRÍAS en la obra conjunta dirigida por M. TARRADELL, Estudios de economía
antigua de la Península Ibérica, (Primera reunión de Historia de la economía
antigua de la Península Ibérica), Barcelona, Ed. Vicens-Vives, 1968; J. PONS SALA,
"Propiedad privada de la tierra y comercio campesino pirenaicos", en MHA, 3, 1979,
págs. 111-124; T. GIMENO, "Formas y relaciones de intercambio comercial en el NE
peninsular ibérico en torno al siglo III a.C.", en MHA, 4, 1980, págs. 151-165, lo
mismo que F. Presedo, "Economía ibérica", en Historia de España Antigua. Tomo 1.
Protohistoria, Madrid, Ed. Cátedra, 1980, capítulo VII. Sobre la minería en concreto
véase C. DOMERQUE, "Note sur le district minier de Linares-La Carolina (Jaén,
Espagne) dans 1'Antiquité", en Mélanges de préhistoire, archéo-civilisation et
ethnologie offerts á V. Varagnac, París, 1971; T. TAMAIN, "Contribución al estudio
de la antigua metalurgia del plomo en España", en Oretania, 12, 1962; M. SORIA y
M. LÓPEZ, "Herramientas inéditas de las minas de "El Centenillo" (Jaén)", CAN, 15,
1979, o P.A. LILLO CARPIO, "Consideraciones sobre el laboreo de metales como
factor determinante del poblamiento del SE en el I milenio a.C.", en Pyrenae, 15-
16, 1979-80, págs. 167-179, sólo por citar algunos estudios recientes.
Sobre la moneda véase A. M. DE GUADÁN, Las monedas de Gades, Barcelona,
1963; Id., Las monedas de plata de Emporion y Rhode, Barcelona, 1968-1970; M.P.
GARCÍA BELLIDO, Las monedas de Cástulo con escritura indígena. Historia
numismática de una ciudad minera, Barcelona, 1982; L. VILLARONGA, Numismática
antigua de España, Barcelona, 1979; R. C. KNAPP, "The Date and Purpose of the
Iberian Denarii", The Numismatic Chronicle, 1977 y F. BELTRÁN, "Sobre la función
de la moneda ibérica e hispano-romana", en Homenaje a A. Beltrán, Zaragoza,
Universidad de Zaragoza, 1986, págs. 889-914. Algún interesante punto de vista
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 203 / 252

puede verse en M. TARRADELL, "Las cecas ibéricas, ¿economía o política?", en


Homenaje a A. Beltrán, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1986, págs. 915-917.
Como obras sobre aspectos generales del arte ibérico pueden verse las de G.
NICOLINI, Les bronzes figurés des sanctuaires ibériques, París., P.U.F., 1969 y L'art
et la civilisation de l´Espagne antique. Les Ibéres, París, 1973; M. TARRADELL, Arte
ibérico, Barcelona, 1968; A. GARCÍA y BELLIDO, Arte ibérico en España, Madrid,
1980; F. PRESEDO, "El arte ibérico", en Historia de España Antigua. Tomo 1.
Protohistoria, Madrid, Ed. Cátedra, 1980, capítulo X; M. TARRADELL, "El arte
ibérico", en Historia de España dirigida por M. TUÑÓN DE LARA, 1. Introducción,
Primeras Culturas e Hispania romana, págs. 145-152; A. BLANCO, Historia del Arte
Hispánico, I. La Antigüedad, 2, Madrid, 1981; T. CHAPA BRUNET, La escultura
ibérica zoomorfa, Madrid, Editora Nacional, 1984 y V. PAGE DEL POZO, Imitaciones
de influjo griego en la cerámica de Valencia, Alicante y Murcia, Madrid, C.S.I.C.,
1985. Sobre aspectos más concretos deben verse F. ALVAREZ OSORIO, Museo
Arqueológico Nacional. Catálogo de los exvotos de bronce ibéricos, Madrid, 1941;
A. GARCÍA y BELLIDO, La arquitectura entre los iberos, Madrid, 1945 y, del mismo
autor, La Dama de Elche, Madrid, 1943; F. PRESEDO, La Dama de Baza, Madrid,
Trabajos de Prehistoria, 30, 1973, y La necrópolis de Baza, Excavaciones
Arqueológicas en España, n° 119, Madrid, 1982; J. CABRÉ, "Arquitectura hispánica:
el sepulcro de Toya", AEA 1, 1925; J.M. BLÁZQUEZ, "La cámara sepulcral de Tova y
sus paralelos etruscos", Oretania, 5, Linares, 1960, págs. 233 y ss.; M.C. MARÍN
CEBALLOS, "Algunos aspectos de la iconografía funeraria ibérica", Actas del I
Congreso Andaluz de Estudios Clásicos (Jaén. 1981), 1982, págs. 271-275 y M.
ALMAGRO GORBEA, "Pozo Moro. El monumento orientalizante, su contexto
sociocultural y sus paralelos en la arquitectura funeraria ibérica", Madrider
Mitteilungen, 24, 1983, págs. 177-293; A. GARCÍA y BELLIDO, "La pintura mayor
entre los iberos", en Archivo Español de Arqueología, 18, 1945, págs. 250 y ss.; E.
CUADRADO, Materiales ibéricos: cerámica roja de procedencia incierta, Salamanca,
1953; M. PELLICER, " La cerámica ibérica del Valle del Ebro", en Caesaraugusta 19-
20, 1962, págs. 37 y ss. y, del mismo autor, "La cerámica ibérica del Cabezo de
Alcalá de Azaila", en Caesaraugusta, 33-34, 1969-1970, págs. 63-88 y S.
NORDSTRÖM, La ceramique peinte ibérique de la province d'Alicante, 2 vols.,
Alicante, 1969 y 1973 y también A. GARCÍA y BELLIDO, Iberische Kunst in Spanien,
Maguncia-Berlín, 1971.
Sobre el traje de los iberos hemos seguido fundamentalmente a F. PRESEDO, "El
traje ibérico" en Historia de España Antigua. Tomo I. Protohistoria, Madrid, Ed.
Cátedra, 1980, pp. 210-214.
La bibliografía sobre la escritura ibérica se encontrará más adelante en la
bibliografía correspondiente al capítulo de las lenguas prerromanas de España.
Para el conocimiento de la religiosidad de los iberos es imprescindible actualmente
la Tesis Doctoral de M.C. MARÍN CEBALLOS (La religión de los iberos), realizada en
la Universidad de Sevilla y, como tantos otros trabajos fundamentales de nuestra
Historia Antigua, sin publicar por el gran costo que supone. Obras generales sobre
la religiosidad de los pueblos prerromanos de España son las de J.M. BLÁZQUEZ,
"La religiosidad de los pueblos hispanos vista por los autores griegos y latinos", en
Emerita, 26, 1958, págs. 79-110; del mismo autor Religiones primitivas de
Hispania. I. Fuentes Literarias y epigráficas, Madrid, 1962; Imagen y mito. Estudios
sobre las religiones mediterráneas e ibéricas, Madrid, 1975 y Primitivas religiones
ibéricas. II. Religiones prerromanas, Madrid, 1983 (con un apéndice de M.L.
ALBERTOS sobre teónimos hispanos); J. MANGAS, "Religiones indígenas en
Hispania", en Historia de España Antigua. II: Hispania romana, Madrid, Ed.
Cátedra, 1978, págs. 579-612. De los estudios específicos hay que resaltar los de
M.C. MARÍN CEBALLOS, "Documentos para el estudio de la religión Fenicio-Púnica
en la Península Ibérica. II: deidades masculinas", en Habis, 11, 1979-1980, págs.
217-231, M.R. LUCAS, "Santuarios y dioses en la Baja Época Ibérica", en La Baja
Época de la cultura Ibérica, Madrid, 1981, págs. 233-293 y F. MARCO,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 204 / 252

"Consideraciones sobre la religiosidad ibérica en el ámbito turolense", en Kalathos,


3-4, 1983-84, págs. 71-93.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 205 / 252

1.16. Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Siguientes:
Formación histórica de los pueblos del área indoeuropea
La cerámica excisa
El origen de la explotación del hierro y su difusión
Organización socio-política
La actividad económica del área indoeuropea
La religiosidad de los pueblos del área indoeuropea
Bibliografía sobre los pueblos del área indoeuropea

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En la historiografía actual se va imponiendo este término, a pesar de su contenido


esencialmente lingüístico, por ser más comprehensivo de la realidad a que
queremos referirnos que los términos utilizados con anterioridad.
Este área se corresponde fundamentalmente con los territorios y poblaciones
antiguas de los valles del Duero y Tajo, toda la cornisa cantábrica, utilizando
palabras de Estrabón, "de los galaicos hasta los vascones y los Pirineos" (aunque no
se pueda afirmar con él que todos tienen el mismo modo de vida y organización),
parte del valle medio del Ebro (La Rioja) y los valles de los afluentes del Ebro por la
derecha (Jalón y Jiloca) en la parte sur de este valle medio. Es decir, la parte
peninsular al norte de una línea imaginaria trazada desde la cuenca baja del Tajo a
la cuenca alta del Ebro.
Tampoco en este caso podemos hablar de uniformidad en cuanto a las formas
organizativas de estos pueblos, pues han tenido un proceso de formación
histórica distinto, en el que han influido su propia evolución interna y los estímulos
exteriores, y han llegado a grados de desarrollo distinto en el momento de ser
conquistados por los romanos, que es cuando, debido a la propia conquista,
tenemos más noticias de ellos. Y es fundamentalmente a partir de los datos de
las fuentes literarias, confirmados en algunos casos por los trabajos de la
arqueología, cómo podemos distinguir a estos pueblos o conjuntos de pueblos y su
ubicación geográfica, no olvidando en ningún momento lo afirmado anteriormente
en el sentido de que las fuentes y datos que poseemos para el conocimiento de
estos pueblos son fundamentalmente romanos y no indígenas.
Comenzando por los celtíberos debemos afirmar que en los escritores greco-latinos
de época clásica hay grandes imprecisiones con respecto a la ubicación de estos
pueblos y su territorio. Así, por ejemplo, Plutarco sitúa a Cástulo en la Celtiberia,
Artemidoro hace lo propio con Hemeroscopeion y Diodoro hace de Indíbil, régulo
ilergete, un celtíbero. A partir de los datos
de Polibio, Livio, Estrabón, Plinio y Ptolomeo, completados recientemente por el
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 206 / 252

extraordinario documento latino aparecido en Botorrita (Tabula Contrebiensis), se


pueden trazar unos límites más o menos precisos.
En primer lugar es necesario hacer una distinción entre celtíberos citeriores y
ulteriores. Los celtíberos citeriores ocupaban los valles del Jalón y del Jiloca y parte
de las márgenes derechas del Ebro, mientras que los celtíberos ulteriores ocupaban
las altas cuencas del Duero y la llanura hasta el Tajo, es decir, la actual provincia
de Soria en su totalidad, gran parte de la de Guadalajara, parte de la zona sur de la
de Burgos y la parte oriental de la de Segovia.
Entre los celtíberos citeriores las fuentes citan a lusones, titos y belos. Los lusones
limitan en el valle medio del Ebro con la zona ibera y con los vascones, como se ha
evidenciado a partir del bronce latino de Botorrita. Destacan entre sus
centros Contrebia, en las proximidades de Daroca, y Bilbilis, la actual Calatayud.
Los titos y los belos limitan con los arévacos y apenas tenemos noticias de ellos por
su temprana conquista. Segeda, en las cercanías de Belmonte, era el principal
centro urbano de los belos, así como Arcobriga, Arcos de Jalón. Por el sur se
extendían por toda la zona del este de Guadalajara. Todos estos pueblos recibieron
las influencias ibéricas que, procedentes de Levante, remontaron el valle del Ebro,
al estar situados en los pasos estratégicos del valle del Ebro a la Meseta.
A los celtíberos ulteriores pertenecen los arévacos y los pelendones. Los primeros
constituyen, al menos según las fuentes romanas de la conquista y posteriores, el
principal grupo de población de los celtíberos. Entre sus ciudades destacan por su
importancia Clunia-Peñalba de Castro, Burgos, Termantia-Montejo de la
Sierra, Soria, Vxama Argalea-Burgo de Osma, Soria y Segontia-Sigüenza,
Guadalajara. Al parecer en época prerromana los pelendones fueron arrinconados
por los arévacos hacia las zonas montañosas del nordeste de la provincia de Soria
(zona de los castros sorianos), si tenemos en cuenta los datos que nos aportan
autores greco-latinos y la interpretación que de estos datos han hecho F.J. Lomas,
M.C. González y J. Santos, entre otros. Del análisis de las fuentes puede deducirse
que los pelendones fueron un pueblo sometido por otro pueblo indígena en
expansión, los arévacos, posiblemente en el momento inmediatamente anterior a la
conquista romana. La política seguida por Roma devolvió a los antiguos habitantes,
pelendones, el territorio del que habían sido desalojados. De ahí
que Numancia aparezca en unos autores como arévaca y en otros como
pelendona.
Los carpetanos estaban situados al sur de los celtíberos en el valle del Tajo,
ocupando un territorio bastante amplio desde la Sierra de Guadarrama hasta La
Mancha y gran parte de la cuenca del Tajo hasta pasada Talavera de la Reina.
Centros importantes son Toletum-Toledo, Complutum-Alcalá de Henares y
Consabura-Consuegra.
Podemos decir que los vacceos ocupan las mejores tierras cerealistas del valle
medio del Duero en las provincias de Burgos (Roa de Duero-Rauda), Palencia
(Pallantia), León (Terradillos-Viminatium), Zamora (Zamora o alrededores-
Oceloduri), Valladolid (Portillo-Porta Augusta y Simancas-Septimanca) y Segovia
(Coca-Cauca). Por su parte, los vettones ocupaban ambas vertientes de las Sierras
de Gredos y Gata, destacando entre sus emplazamientos Salamanca (Salmantica),
Ledesma (Bletisa), Ciudad Rodrigo (Mirobriga), Baños de Montemayor (Lama),
Ventas de Cáparra (Capara), Ávila (Obila ?) y Trujillo (Turgallium). Parece ser que
también en este caso el pueblo más fuerte, los vacceos, arrinconó al más débil en
las zonas montañosas y menos productivas y, por ello, también Helmantica-
Salmantica aparece en unos autores antiguos como vaccea y en otros como
vettona.
En el territorio que en época romana incluye la provincia de Lusitania deben
distinguirse dos zonas claramente delimitadas, la zona sur, donde habitaban
turdetanos (zona del Algarve -Tavira-Balsa, proximidades de Faro-Ossonoba- y
zona del Alentejo -Alcacer do Sal-Salacia, Setúbal-Caetobriga y Beja-Pax Iulia-, y la
zona entre el Tajo y el Duero, donde habitaban los lusitanos propiamente dichos
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 207 / 252

con centros tan importantes como Coimbra-Aeminium, Coria-Caurium, Evora-


Ebura y Cáceres-Norba Caesarina.
Al este de los vacceos se encuentran los turmódigos, que limitan por el norte con
los cántabros, mientras que por el oeste los Montes de Oca les separan de los
autrigones, es decir, ocupan la parte centro-occidental de la provincia de Burgos,
siendo su núcleo más importante Sasamón- Segsamone, y la parte colindante de la
provincia de Palencia, donde destaca Herrera de Pisuerga-Pisoraca.
Ocupando la mayor parte del territorio de la actual Comunidad Autónoma de la
Rioja y algún espacio cercano (Rioja Alavesa y zona suroccidental de Navarra) se
encontraban los berones. Es discutida la ubicación del límite entre berones y
várdulos, que estaban al norte de ellos, situándolo unos autores en la Sierra de
Cantabria y otros en el lecho del río Ebro, con lo que la Rioja Alavesa quedaría en
un caso dentro y en otro fuera de su territorio. Las últimas investigaciones, sobre
todo lingüísticas de M.L. Albertos, y hallazgos arqueológicos recientes apuntan a la
Sierra de Cantabria como límite. Por el oeste el límite con los autrigones es
probable que fuera todo el curso del río Tirón, mientras que por el este el límite
varía según nos refiramos a la etapa anterior o posterior a la expansión vascona
por el valle medio del Ebro, aceptándose actualmente que antes de la conquista las
ciudades del valle medio del Ebro (Cascantum-Cascante, Graccurris-Alfaro
y Calagurris-Calahorra) eran beronas y, a partir de la expansión vascona, desde el
final de las Guerras Celtibéricas, pertenecerían a los vascones. Por el sur limitan
con arévacos y pelendones, perteneciendo los altos valles del Nájera y Alhama al
territorio de estos pueblos. Sus principales núcleos son Varia-Varea, Tricio-Tritium
Magallum y Libia, cerca de Herramelluri.
Al norte de los berones y celtíberos citeriores (indoeuropeos), al oeste de los
iacetanos y de los salluienses del valle del Ebro (iberos) y al este de los várdulos se
encuentran los vascones históricos de los textos greco-latinos de la época de la
conquista. Este pueblo tiene dos zonas claramente definidas en la historiografía
greco-latina clásica, el saltus (zona montañosa sobre todo) y el ager (la zona más
bien llana al sur de Pamplona, que se vio ampliada con toda probabilidad en los
siglos II y I a.C. a costa de berones y celtíberos). Los grupos de población más
importantes de este pueblo que aparecen en las fuentes romanas son los
andelonenses, de la zona de Andión; los carenses, de la zona de Santa Cara; los
iliberritani, posiblemente de la zona de Liédena o de Lumbiers; los
pompaelonenses, de Pompaelo (Pamplona), fundación de Pompeyo sobre un
antiguo poblado indígena; Ilurcis, probablemente poblada por vascones antes de las
guerras de los romanos contra los celtíberos, como piensa R. López Melero, y sobre
cuyas ruinas T. Sempronio Graco fundó Gracchuris (Alfaro) con población vascona,
si tenemos en cuenta que en la guerra de Sertorio contra Pompeyo, mientras
Calagurris defiende a ultranza a Sertorio, Gracchuris está de parte de Pompeyo.
También parece que en época clásica Segia, Egea de los Caballeros, pertenece a los
vascones.
Con un límite común en Treviño (Trifinium) y llegando su territorio hasta la costa
encontramos, al norte de los berones y de este a oeste, a los várdulos, que, según
las fuentes antiguas, ocuparían parte de la provincia de Guipúzcoa, entre los valles
del Oyarzun y Urumea como punto de referencia más oriental y el del Deva como
punto más occidental, y de la de Alava (la parte oriental de La Llanada, incluyendo
Alegría de Alava) como centro más occidental y el Condado de Treviño como punto
más meridional, y parte del territorio colindante de la provincia de Navarra. A
continuación los caristos, que están situados a modo de cuña entre los várdulos y
los autrigones, ocupando por la costa el territorio entre el Deva al este y el Nervión
al oeste, constituyendo la vega del Bayas y los Montes de Vitoria en Treviño la
parte más meridional de la divisoria. Entre sus centros principales destacan
Suessatio, posiblemente Kutzemendi en Olarizu en época prerromana y Arcaya en
época romana, y Veleia, poblado de Arkiz en época prerromana e Iruña en época
romana. El territorio de los autrigones estaría incluido entre el Mar Cantábrico, con
el Asón como punto de referencia, y la Sierra de la Demanda, y desde los ríos
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 208 / 252

Nervión y Tirón a la región de Villarcayo, La Bureba y el Puerto de la Brújula; entre


sus núcleos más importantes destacan Castro Urdiales (Flaviobriga), Osma de
Valdegobía (Vxama Barca) con un importante núcleo de castros de la Edad del
Hierro, Briviesca (Virovesca) y Cerezo del Río Tirón (Segisamunclum), ya lindando
casi con los berones.
Y, siguiendo hacia el oeste por la cornisa cantábrica, nos encontrarnos con los
cántabros, cuyos límites vienen dados en la costa por los ríos Ansón por el este
(con los autrigones) y Sella por el oeste (con los astures). Por el sur lindan con los
vacceos y turmódigos, ocupando, aparte de la Cantabria actual, la zona oriental de
Asturias, la zona norte de Palencia y nordoriental de León al este del Esla
(vadinienses) y la parte noroccidental de Burgos. En las fuentes aparecen divididos
en varios grupos: vadinienses, cuya epigrafía ha merecido un excelente estudio de
M.C. González, orgenomescos, salaenos, plentauros, coniscos, avariginos, etc.,
siendo sus principales núcleos Velilla de Guardo, Palencia-Tamarica, Vadinia (civitas
Vadiniensis), en la zona occidental y aún sin localizar, quizá porque no tuviera
centro urbano, y Vellica, no lejos de Monte Cildá.
Al oeste de los cántabros y separados de éstos por el Sella y el Esla se asentaban
los astures, nombre que posiblemente dieron los romanos a todo un conjunto de
pueblos que vivían a uno y otro lado de la cordillera y que tiene que ver con el
nombre del río, Astura (Esla), y con la capital en época romana, Asturica
Augusta (Astorga). Entre los astures transmontanos (del otro lado de la cordillera)
se encuentran los luggones en la zona centrooriental de Asturias y los pésicos en la
parte occidental hasta el Navia. Entre los astures augustanos, que ocupaban casi
toda la provincia de León, parte de la de Zamora al oeste del Esla y hasta el Duero
y zona nordeste de Portugal hasta el Sabor, así como la parte nordoriental de la
provincia de Orense, destacan los zoelas, situados en la parte más meridional, al
sur de la Sierra de la Culebra, los brigaecinos, en la zona alrededor de Benavente,
los lancienses, en la zona de Villasabariego y León, los amacos, en la zona de
Astorga, y los gigurros en la zona de Petín, Puebla de Trives y Viana del Bollo.
Y ya en el noroeste los galaicos, posiblemente también nombre genérico dado por
los romanos a un grupo de pueblos, numeroso, como abundantes son sus
asentamientos, que vivían en lo que será la Gallaecia romana. En época romana se
distingue entre lucenses y bracarenses. Los lucenses ocuparían el territorio al oeste
y al norte de una línea que uniría el Navia con el Sil y la ría de Vigo y los
bracarenses, al norte del Duero y al oeste de la continuación de la línea del Navia
por la Sierra de El Caurel, la Sierra de San Mamed, hasta la cabecera del Sabor,
cuyo curso hasta el Duero les separa de los astures. Entre los lucenses están los
ártabros, en la zona al oeste de Betanzos, los supertamaricos, al norte del río
Tambre, los albiones, en la zona occidental de Asturias al oeste del Navia, los
cilenos, entre el río Ulla y el Lérez, y los lemavos de la zona de Monforte de Lemos.
Entre los bracarenses se encuentran los coelernos de la zona de Castromao, los
límicos, cuyo centro estaría en Ginzo de Limia, los quarquernos, en la zona de
Bande, los tamaganos de la cabecera del Támega, los bíbalos, al sur de éstos, y los
aquifiavienses, de la zona de Chaves.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 209 / 252

1.16.1. Formación histórica de los pueblos del área indoeuropea

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En la formación histórica de los pueblos de la denominada área


indoeuropea aparecen como elemento esencial las denominadas tradicionalmente
invasiones indoeuropeas y que, en la actualidad, parece más correcto designar
como "infiltraciones indoeuropeas". Pero, como hemos visto para el área ibera, no
son únicamente las influencias externas (de las cuales las infiltraciones
indoeuropeas con ser las más importantes no son las únicas) el único factor que
influye en el desarrollo histórico anterior de estos territorios antes de la llegada de
los romanos. De todos modos, en algunas áreas, como la Meseta Norte, el hecho de
que no estuviera muy densamente poblada produjo que el impacto de las oleadas
indoeuropeas fuera importante con claras repercusiones en la historia posterior.
En los primeros tiempos del primer milenio a. C. se produce un cambio de
panorama en la cultura material de las grandes áreas peninsulares, especialmente
en la mitad Norte: aparecen nuevos tipos de poblados y necrópolis, así como
elementos metálicos y cerámicos nuevos, que hay que poner en relación con la
llegada de distintos grupos de gentes a través del Pirineo.
Pero estos movimientos de pueblos no tuvieron como único punto de inflexión la
Península Ibérica, a partir de los pasos de los Pirineos, sino que se trata de un
movimiento más general en gran parte de Europa e incluso en territorio
extraeuropeo (del centro hacia el sur de Europa y hacia el territorio de Asia Menor).
Son los denominados genéricamente pueblos indoeuropeos, con una comunidad de
lengua, aunque luego no cristalizará de la misma forma en todos los territorios, y
con elementos comunes de cultura material.
Durante la 1ª Edad del Hierro (1000 a 500 a. C. aproximadamente) se produce a
través de los Pirineos la llegada de pueblos indoeuropeos a la Península Ibérica,
aunque desconocemos con exactitud el mecanismo preciso de llegada. Sí
conocemos, sin embargo, las consecuencias de estos aportes externos,
especialmente desde el punto de vista lingüístico. Partiendo de las teorías
difusionistas se ha venido y se sigue hablando de invasiones/oleadas que penetran
en nuestra Península desde Europa del Este y Central. En la actualidad la teoría
difusionista no se considera tan real y absoluta como se cree, rechazándose el
término de invasiones/oleadas, ya que no se produjo un movimiento continuo de
pueblos indoeuropeos para poder hablar de invasiones y se ha producido un
abandono de la tendencia a "ensalzar" exageradamente las cuestiones
transpirenaicas (penetraciones indoeuropeas) como causa única de toda una serie
de innovaciones culturales, pues, además, se había hablado de penetraciones de
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 210 / 252

elementos indoeuropeos hasta los más recónditos lugares de la Península Ibérica.


Sí es clara, no obstante, la importancia de las infiltraciones de estos pueblos en
algunas zonas de la Península, sobre todo por los cambios acelerados o producidos
desde el punto de vista de la cultura material y lingüística. Pero no se deben olvidar
otras influencias externas y la propia evolución interna de las poblaciones indígenas
con su tradición cultural anterior (Edad del Bronce).
Hoy se tiende a valorar en sus justos términos la presencia de las infiltraciones
indoeuropeas, tal y como los resultados de los trabajos de arqueología y lingüística
nos permiten conocer.
Hagamos un poco de historia sucinta de los principales hitos de la
investigación. Bosch Gimpera fue el primero en plantear el tema de los celtas en la
arqueología española. Buscó elementos comparables a los del Rhin y Suiza y los
halló en primer lugar en Cataluña con extensión por Aragón e incluso hasta el
Sudeste de España y atribuyó los topónimos en -dunum de la zona subpirenaica a
los componentes de la primera oleada de indoeuropeos. Hoy sabemos que son
testimonios de influencia gálica muy posterior. Bosch Gimpera, en definitiva, lo que
hizo fue construir una teoría de invasiones mediante conexiones de nombres de
grupos de población en Hispania y en otras zonas, teoría que debe ser comprendida
dentro del momento en que vive, época de sobrevaloración del "panceltismo".
Desde la objetividad de la distancia y en el estado actual de conocimientos se
descubren una serie de puntos débiles, apareciendo como una síntesis prematura
con bases arqueológicas insuficientes.
Posteriormente del lado lingüístico se habían ido buscando explicaciones a étnicos y
topónimos del Occidente de Europa y, junto a las explicaciones por el céltico, se
propuso una explicación "ligur".
Schule con su obra sobre la Meseta (valles del Duero y Tajo) (1969) aparece como
el más claro representante de una nueva época en el estudio del tema, combinando
en su análisis los datos de la arqueología, la lingüística y la tradición histórica más
remota. Desecha en principio que la aparición de una serie de rasgos culturales
suponga necesariamente una invasión. Cree que el cambio en ciertos territorios de
los rasgos culturales de los campos de urnas y la aparición de los caracteres de la
cultura de Hallstatt puede ser simplemente la aceptación de las novedades
hallstáticas por la población anterior.
La invasión deja de ser el único factor de cambio y se señala en más de una
ocasión la persistencia de culturas que conservan un remoto pasado al lado de
zonas donde el cambio repentino ha de explicarse por la llegada de gentes nuevas.
Actualmente se cree que el proceso parece haber sido más complejo y es difícil
poder reducirlo a un esquema seguro y simple en el que se concede demasiada
importancia en el desarrollo prerromano de esta zona a cuestiones de índole
transpirenaica. Es preciso afirmar, una vez más, que, junto a factores que
podríamos considerar externos, no deben dejarse de lado los propios elementos
indígenas en su evolución durante las etapas anteriores.
Como el aspecto lingüístico va a ser objeto de un capítulo aparte más adelante,
interesa en este momento analizar el panorama desde el punto de vista
arqueológico.
Desde siempre hay tres elementos de cultura material que siempre se han asociado
al fenómeno de las "invasiones indoeuropeas": las cerámicas excisas, el empleo del
hierro y el rito de la incineración. Vamos a analizarlos uno por uno.
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1.16.2. La cerámica excisa

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En el estado actual de las investigaciones arqueológicas no se puede hacer


depender a todos los grupos de cerámica excisa (citaremos como más importantes
los de los valles del Ebro y del Duero) del fenómeno único de las oleadas
indoeuropeas, pues existen en la Península varios grupos cerámicos decorados
mediante la técnica excisa; todos ellos representan características tipológicas y
estilísticas propias y pertenecen a entidades culturales diversas. Por ejemplo, no se
puede hacer depender las cerámicas excisas que aparecen en el horizonte
de Cogotas I de unos estímulos centroeuropeos llegados a partir de la segunda
mitad del I milenio a. C. Las fechas que se dan actualmente para las cerámicas
excisas de la Meseta (ss. IX-VIII) son más antiguas que las de la Cuenca del Ebro.
Hoy se piensa en la existencia de una técnica excisa peninsular que se desarrolla a
partir de la cultura del vaso campaniforme, sin tener que buscar su origen en las
cerámicas excisas indoeuropeas. Surgirían en la Meseta enlazando con tradiciones
culturales anteriores.
Hay otra cuestión que se liga a las cerámicas excisas y a los enterramientos bajo
túmulos, que es la importancia que adquieren las actividades pastoriles (ganadería,
pastoreo, trashumancia), importancia que surge como consecuencia de la llegada
de poblaciones de pastores procedentes de Centroeuropa, a las que se considera
como portadoras de las cerámicas excisas. A este respecto conviene hacer dos
matizaciones: que las cerámicas excisas aparecen tanto en yacimientos de altura
(Las Cogotas, El Berrueco), que podrían tener como actividad económica básica la
pastoril, como en los situados en las llanuras fluviales (por ejemplo, los de
Valladolid), lo que significa que, aunque una parte de su economía es pastoril, no
quiere decir que la cultura de la Meseta está desligada de la actividad agrícola y
que, por otra parte, las actividades ganaderas no suponen una novedad en la zona,
ya que han estado presentes como factor económico relevante en la Península-
Ibérica desde el Eneolítico.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 212 / 252

1.16.3. El origen de la explotación del hierro y su difusión

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Fijar los orígenes de la explotación del hierro en la Península Ibérica y su difusión


es cuestión problemática y difícil de resolver, pues, fundamentalmente, ha de
hacerse a partir de los hallazgos arqueológicos y, en los primeros momentos, los
objetos de hierro son escasos, debido a que son privilegio de unos pocos.
Tenemos constancia de que hacia el año 1100 a. C. ya se conocía el hierro en el
reino de Tartessos (lo que no quiere decir que se conociera el proceso de
obtención), pero también que entre el 1000 y, más o menos, el 500 a. C. gran
parte de la Península ibérica desconocía la metalurgia del hierro e incluso en
algunas áreas no se utilizaba.
Los objetos más antiguos aparecidos son dos instrumentos de hierro del Tesoro de
Villena (Alicante), fechado hacia el 1000 a. C.; cuchillos de hoja curva de la
necrópolis de La Joya (Huelva) con prototipos en la Grecia micénica; restos
aparecidos en una tumba de Cástulo (cerca de Linares), que pueden situarse entre
los siglos VII y VI a. C. y objetos de hierro que aparecen en Almuñecar de
alrededor del 750 a. C.
Sin embargo, la presencia de objetos de hierro no significa la existencia de una
metalurgia del mismo, pues debemos distinguir entre el uso de los objetos y el
conocimiento de las técnicas metalúrgicas y su aplicación. Por ello, el planteamiento
del estudio del hierro en la Península debe girar en torno a cuestiones como si este
uso es en algún punto de la Península fruto exclusivo del desarrollo de una
tecnología local, si es consecuencia de una acción comercial de importación o si, por
el contrario, es un redescubrimiento a partir de su existencia y uso.
La arqueología nos presenta un doble frente de contacto con el exterior: un amplio
frente marítimo con oriente desde los Pirineos hasta el Atlántico, en el que se
produce el contacto entre pueblos que conocen el hierro y pueblos indígenas que no
lo conocen o, en todo caso, que no lo producen, y otro frente terrestre
representado por el Pirineo por medio del cual distintos pueblos pueden haber
conocido el hierro sin contacto obligado con el frente marítimo mediterráneo.
Con influencias de uno u otro frente, o de ambos a la vez, se pueden distinguir en
España tres grandes zonas: frente catalán y Bajo Ebro, Valle Medio del Ebro y Zona
Sur.
Por estar refiriéndonos al área indoeuropea, vamos a fijarnos sobre todo en las dos
primeras zonas. En lo que podríamos denominar frente catalán mediterráneo se
documentan contactos por parte de poblaciones indígenas y prácticas de
incineración con los griegos focenses que recorren sus costas. En el caso del Bajo
Ebro se constata una cultura paleoibérica con importaciones que aparece en la
primera mitad del siglo VI a. de C. y en la que hayamos una amplia utilización del
hierro. La documentación de la zona catalana sobre el hierro proviene
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 213 / 252

fundamentalmente de las necrópolis costeras donde se atestigua el uso masivo del


hierro sobre todo para armas. Se plantea la duda de si se trata de producción
propia o importación, inclinándose Maluquer por atribuirlo al comercio, como parece
demuestran la extraordinaria uniformidad de útiles y armas y la gran extensión de
los mismos tipos y su perduración.
Para el Valle Medio del Ebro sabemos que estos productos de hierro se extienden
desde el Bajo Ebro hasta el norte remontando la cuenca del río, aunque
desconocemos cuáles son los mecanismos de esa expansión, si consecuencia de la
acción aislada de comerciantes griegos o la extensión de grupos humanos indígenas
relacionados con la cultura de los campos de urnas. Parece ser que el contacto con
la riqueza férrica del Moncayo y la facilidad para su extracción dan lugar al
nacimiento de la primera industria metalúrgica indígena, por imitación de los
productos que se importan, en la ribera de Navarra y en el ambiente celtibérico,
que habrán de influir decisivamente en la introducción del hierro en la Meseta
Norte. Como ejemplo las excavaciones de Cortes de Navarra indican que en la
segunda mitad del siglo VI a. C. había una metalurgia del hierro, que coexistía con
la metalurgia del bronce (junto a un horno utilizado para fundir bronce se
documentó el mineral en un bloque de varios kgs. de peso). En la Meseta no sólo el
uso, sino también la producción del hierro, alcanzó rápidamente un gran desarrollo.
Parece que la metalurgia del hierro llega a la Meseta Norte a partir del valle del
Ebro (en el siglo VI a C. hay grupos de pueblos, los "paleoceltíberos", que están
produciendo hierro en la Meseta).
Por último, el tercer elemento que tradicionalmente se ha puesto en relación con
la llegada de poblaciones indoeuropeas es el rito de la incineración. En este caso el
fenómeno transpirenaico aparece sobrevalorado, porque el rito de la incineración
pudo llegar a la Península Ibérica a través de las relaciones mediterráneas, pues
existe en Tartessos. Tartessos y los campos de urnas son dos momentos culturales
que se desarrollaron paralelamente.
La influencia de los campos de urnas llegó desde Cataluña por el valle del Ebro
hasta las tierras de Navarra y Alava y a la Meseta por el Sistema Ibérico desde el
Bajo Aragón, siguiendo las rutas del Jalón y de Pancorbo. Pero estas influencias
procedentes del lado de allá de los Pirineos traían a la demás zonas elementos
específicos por su propia evolución en los territorios al este del Sistema ibérico.
Pero las infiltraciones y movimientos de poblaciones indoeuropeas a que nos hemos
referido no fueron sincrónicas, sino que se realizaron en épocas distintas, estando
atestiguados los últimos movimientos en el siglo III a. C., sobre todo por la propia
dinámica interna expansiva de las comunidades preexistentes. Es precisamente en
esta etapa de expansión de los pueblos más poderosos cuando debieron producirse
los arrinconamientos de poblaciones en las zonas montañosas y menos productivas
(arévacos que arrinconan a los pelendones, vacceos que arrinconan a los vettones,
etc.), como parece hay que deducir de los datos de los autores greco-latinos de
época clásica y han analizado recientemente M.C. González y J. Santos.
Por tratarse de una zona de tránsito de influencias múltiples debido a su situación
geopolítica vamos a detenernos sucintamente en lo que sucede en el territorio de
los vascones históricos en la época anterior a la llegada de los romanos. Para A.
Castiella la escasa población indígena del Alto-medio valle del Ebro en la Edad del
Bronce se vio incrementada en la Edad del Hierro con la llegada de nuevas gentes.
Nos encontramos, de esta forma, con un aporte indoeuropeo sobre la base indígena
del Bronce con dos vías de acceso, la una por los Pirineos Occidentales y la otra
remontando el valle del Ebro desde el Bajo Aragón y Cataluña. Pero, ¿cuál es el
resultado de este proceso desde el punto de vista del poblamiento? Seguimos el
trabajo de Sayas (Veleia, 1, 1984) en el que se constata que en la zona al norte de
Leire, Lumbier, Pamplona, etc., con testimonios muy abundantes en la Edad del
Bronce, apenas registra asentamientos del Hierro. Los recién llegados por los valles
de los Pirineos occidentales no produjeron asentamientos en los altos valles
profusamente habitados en la Edad del Bronce, aunque en algunos lugares de la
montaña aparecen manifestaciones culturales que, a simple vista, sugieren un
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 214 / 252

asentamiento de la Edad del Hierro al lado o sobre otro del Bronce, este último con
una orientación preferentemente ganadera. Pero, ¿son asentamientos de gentes
indoeuropeas o una continuidad poblacional del Bronce con un pequeño aporte
cultural y poblacional hallstático? Los materiales arqueológicos apuntan más bien a
una integración poblacional. En la zona del valle, al sur de Pamplona, se producen
mayores asentamientos de la I Edad del Hierro (primeros aportes transpirenaicos)
y, a medida que avanza el I milenio a.C., una cultura de tradición celta,
emparentada con los túmulos y campos de urnas y con cerámica manufacturada,
será sustituída en lo que llamamos convencionalmente II Edad del Hierro por una
cerámica torneada correspondiente a la cultura ibérica, dando lugar a las vasijas
celtibéricas. Sobre este doble sustrato se realizará el poblamiento romano.
Otro factor externo que interviene decisivamente en la formación histórica de
algunos de los pueblos del área indoeuropea es el denominado Bronce Atlántico. En
las zonas occidentales de la Península, tanto en el Noroeste, como en toda su
extensión hasta el Estrecho, encontramos culturas que participan del desarrollo
llamado por los arqueólogos Bronce Atlántico. Supone comunicaciones marítimas
importantes con Bretaña, Inglaterra, Cornualles e Irlanda. Estas comunicaciones se
realizaron porque el estaño de las costas e islas occidentales de Europa (Galicia y
Tras-os-Montes en la zona norte de Portugal, Bretaña, Devon y Cornualles) se hizo
indispensable para los pueblos civilizados del Mediterráneo.
Las relaciones costeras se realizaban mediante navegaciones atlánticas en
pequeños barcos de madera o cuero a lo largo de las playas con dunas o de costas
rocosas.
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1.16.4. Organización socio-política

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica
Siguientes:
Unidades organizativas indígenas fuera de Gallaecia
La organización social
Jerarquías
El pretendido matriarcado de los pueblos del Norte
El hospitium céltico

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La casi totalidad de los datos utilizados para el análisis de la organización socio-


política indígena prerromana no son de esta época, sino que han sido extraídos de
las fuentes romanas, sobre todo de las epigráficas. Hoy todos los estudiosos están
de acuerdo en que lo que ha llegado hasta nosotros reflejado en estas fuentes no
es la realidad indígena prerromana, sino la realidad indígena-romana (galaico-
romana, astur-romana, vasco-romana, etc.); de ahí la dificultad de analizar por
separado estos dos mundos, pues, como dice G. Pereira, conocemos el primero, el
indígena, gracias a las formas de expresión del segundo. Por otra parte, a pesar de
que aparecen en testimonios de época romana, hoy nadie duda que las gentes,
gentilitates y demás formas organizativas indígenas del área indoeuropea
peninsular sean de época anterior a la conquista romana; el problema es
interpretar el significado de la referencia a estos elementos en época romana.
Dentro del conjunto de pueblos que habitaban la amplia zona peninsular de dominio
de las lenguas indoeuropeas hay un grupo de ellos, los denominados galaicos por
los romanos, que presentan una organización sociopolítica diferente a la de los
restantes pueblos del área indoeuropea, tanto en época prerromana, como en los
primeros tiempos de la época romana, como intuyó recientemente M.L. Albertos y
han demostrado últimamente J. Santos y, sobre todo, G. Pereira.
Apenas tenemos información en las fuentes literarias sobre la sociedad que
habitaba en el territorio que los romanos denominaron Gallaecia, únicamente
algunas menciones en el Periplo de Avieno y en otros autores grecolatinos, pero
todas ellas de carácter muy fragmentario e inseguro. La arqueología ofrece una
información interesante transmitiéndonos un panorama bastante unitario que hace
pensar en una cierta uniformidad de todos los pueblos, al mismo tiempo que los
identifica y los separa de los demás. A este panorama arqueológico se le conoce
como cultura castreña; se trata de un hábitat concentrado en núcleos más o menos
grandes, que son los castros, habitados por grupos de población que no eran
completamente independientes entre sí, sino que habría una especie de
comunidades más amplias, que incluían dentro de ellas a los habitantes de un
grupo de castros. Estas comunidades aparecen en las fuentes literarias y en la
epigrafia con los nombres de populi y civitates: Albiones, Cabarcos, Cilenos,
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 216 / 252

Interamicos, Límicos, Seurros, Célticos Supertamaricos, etc. Por ello éstas que
podríamos llamar subcomunidades aparecen en las fuentes con el nombre de
castellum: expresamente sabemos que la subcomunidad que vive en el castro de
Talabriga pertenece al populus o a la civitas de los Límicos.
En toda la documentación epigráfica de Gallaecia no encontramos ni una sola
mención a los términos del resto del área indoeuropea, sino un número importante
de inscripciones en las que aparecen nombres personales acompañados del signo
epigráfico "C invertida", seguido de un término que M.L. Albertos considera un
topónimo en ablativo. Este signo aparece normalmente como expresión del lugar de
origen de la persona, tanto referido a individuos con onomástica indígena como
latina.
Pero las referencias de este signo no son en todos los casos a personas, es decir a
su origen personal, sino que en ocasiones hacen dedicaciones a divinidades, lo que
marca una clara diferencia con las unidades organizativas del resto del área
indoeuropea, que, en ningún caso, aparecen como dedicantes en inscripciones
votivas.
Cuál sea el contenido del signo epigráfico mencionado, si una comunidad de tipo
parental o una comunidad con carácter territorial, que habita un poblado, es el
contenido fundamental del debate historiográfico en los últimos años.
Como ya hemos expuesto anteriormente, se pensaba que el signo epigráfico "C
invertida", que se hacía equivalente a centuria (Schulten, Tovar, M.L. Albertos en
su primera época, Le Roux y Tranoy entre otros), reflejaba las mismas formas
organizativas que para el resto del área indoeuropea las organizaciones
suprafamiliares de que habla M.L. Albertos. Y es precisamente en la interpretación
del significado de este signo donde se encuentra la diferencia entre organización
socio-política del área de Gallaecia y del resto del área indoeuropea, aunque con
ello no queramos decir que en el resto del área las formas organizativas y su grado
de evolución sean uniformes.
Schulten identifica este signo con centuria como forma organizativa característica
de los pueblos indoeuropeos occidentales, la organización gentilicia decimal de que
habla Rodríguez Adrados. Esta fue la interpretación admitida por todos hasta que
en el año 1975 M.L. Albertos, a partir de una revisión exhaustiva de las
inscripciones del área indoeuropea, llega a la conclusión de que el término que
acompaña al signo "C invertida" es un topónimo en ablativo y propone la
identificación con castellum con referencia a los núcleos habitados indígenas
(castros). Hipótesis que ha sido reforzada con argumentos no sólo epigráficos, sino
en su mayoría históricos, por J. Santos y, sobre todo, G. Pereira. En la actualidad
se siguen manteniendo dos posturas:
1. Una defendida por Pereira y Santos, que parte, como he dicho, de la intuición de
M.L. Albertos, según la cual este signo y el término que lo acompaña, que es un
topónimo que hace referencia al nombre de una localidad o poblado, seguramente
un castro, no se refieren a una unidad de tipo parental, sino a la comunidad que
habita en cada uno de esos castros.
2. Otra que mantienen (o mejor, mantenían, pues recientemente han dado como
válida la primera interpretación, aunque no está todavía publicado) entre otros Le
Roux y Tranoy, en un primer momento como centuria, aunque posteriormente
hayan cambiado su opinión, a pesar de seguir con su no aceptación de la
identificación de este signo "C invertida" con castellum, pues piensan que no hay
argumentos sólidos que lo permitan.
Pero hay un argumento histórico de primera magnitud, ya resaltado por Pereira y
Santos en 1979 y completado después por varios trabajos del propio Pereira y
finalmente por la Tesis Doctoral de M.C. González. La mención del signo epigráfico
de referencia se mantiene en la epigrafia romana de Gallaecia únicamente hasta
finales del siglo I d C. o principios del siglo II, mientras que los términos que en el
resto del área indoeuropea expresan unidades de tipo parental se mantienen hasta
el siglo III d. C. y, en un caso excepcional, el siglo IV; lo que debe hacernos pensar
en que el contenido de unas y otras formas organizativas era distinto, si tenemos
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 217 / 252

en cuenta que la potencia colonizadora era la misma, Roma, y que los instrumentos
romanizadores de ésta (implantación de la civitas, concesión del derecho de
ciudadanía, explotación económica, reclutamiento de tropas, etc.) son iguales en
ambas áreas. Por los datos de la epigrafia y los estudios de Pereira sabemos que a
partir de fines del siglo I d. C. la expresión de la pertenencia del individuo a la
comunidad, lo es únicamente a la civitas romana, expresada de dos formas: por
medio de términos acabados en -ensis, formados en algunos casos sobre nombres
de castella (Talabricensis, Valabricensis, Avobrigensis, etc.) y con los términos que
aparecían ya anteriormente en las inscripciones precediendo al signo (Limicus,
Interamicus, etc.), encontrándose a veces ambas fórmulas en una misma
inscripción, como es el caso del denominado "Padrâo dos Povos" (CIL 112477) del
Puente de Chaves, del año 79 d. C., inscripción dedicada a Vespasiano y su
hijoTito por diez comunidades que se denominan civitates. El cambio de forma de
expresar la comunidad de la que es originario el individuo (el origo) es de tal
importancia que podemos decir que, si ha cambiado la forma de expresar el origo,
ha cambiado también la forma de organizarse las comunidades.
Los datos que en este punto proporciona la arqueología son también de gran
importancia. Las excavaciones llevadas a cabo por C.A. Ferreira de Almeida en el
castro de Monte Mozinho (norte de Portugal) han puesto en evidencia que en época
fiavia hay una reorganización dentro del poblado, con construcción de casas de
planta cuadrada, fruto del influjo romano, así como la posible construcción de un
templo al dios supremo romano Júpiter Optimo Máximo. La combinación de unas y
otras fuentes nos llevan a pensar que en la segunda mitad del siglo I d. C. las
comunidades indígenas de Gallaecia empiezan a transformarse en un nuevo modo
de organización sociopolítica, abandonando el sistema indígena y adoptando las
estructuras político-administrativas romanas.
Resumiendo, a partir de los trabajos de G. Pereira, se puede afirmar que podemos
distinguir dos momentos en la forma de organizarse la sociedad galaico-romana:
1. Dentro de un populus o civitas (posiblemente ya en época prerromana) existen
una serie de asentamientos, sin duda no muy grandes, que deben responder a los
abundantes castros conocidos por la arqueología. En cada uno de estos
asentamientos vive una comunidad, autónoma frente a otras comunidades
hermanas (por eso dentro del territorio del populus se, expresa la pertenencia del
individuo a uno de esos núcleos), pero que junto con ellas compone el populus (por
ejemplo el pueblo de los Límicos). Desde el exterior y en las relaciones de derecho
público todos son límicos, grovios, etc. Para el exterior estas pequeñas
comunidades no tienen entidad suficiente para definir la ciudadanía de las
personas, aunque dentro del populus sean la unidad básica.
2. Se produce un cambio sustancial en la organización de las comunidades
indígenas, cuando desaparece de la epigrafia la mención a los castros y, en su
lugar, aparecen dos tipos de civitates, que son las que dan el origen de las
personas, con términos de formación distinta, pero todas denominadas civitates.
Esto quiere decir que en la reestructuración producida (en época flavia según todos
los indicios) las nuevas comunidades se han organizado tanto a partir de alguno de
los núcleos de población existentes en el interior de un populus o civitas, como a
partir de la propia civitas indígena.
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1.16.5. Unidades organizativas indígenas fuera de Gallaecia

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Organización socio-política

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En primer lugar debemos aclarar a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de
unidades organizativas indígenas. Se han utilizado varias expresiones para designar
a aquellas realidades que encierran los términos gens, gentilitas y genitivos de
plural que aparecen en las inscripciones formando parte del nombre de los
individuos. Desde el término homónimo de "gentilidades", inicialmente utilizado por
Tovar y seguido posteriormente por muchos autores, hasta quizás el más cercano a
la realidad de "organizaciones suprafamiliares", propuesto por M.L. Albertos,
aunque esta autora incluye también en la denominación términos como populus y
otros, o el que, aun pareciendo más ambiguo por su primera parte ("unidades
organizativas"), mejor define lo que realmente son por el segundo ("indígenas"),
utilizado por M.C. González y otros autores.
Así pues, cuando hablamos de unidades organizativas indígenas, nos estamos
refiriendo a esas realidades, que, por cierto, no sabemos todavía qué son, ni su
forma de organizarse, que aparecen en la epígrafia bajo los términos gens,
gentilitas y genitivos de plural en -on/-om, -un/-um y -orum, y que han sido objeto
de una recogida y análisis exhaustivo por M.C. González, siguiendo y ampliando los
trabajos de M.L. Albertos, pioneros en éste como en tantos otros temas referidos al
análisis de la realidad indígena en la Hispania romana, y de J. Santos.
Lamentablemente para nosotros los datos transmitidos por las fuentes son
insuficientes para poder hacer una reconstrucción completa de cómo era la
sociedad indígena en el momento de la conquista de la Península Ibérica por Roma.
A pesar de ello, los investigadores han intentado definir el grado de desarrollo
histórico alcanzado por estos pueblos y, para ello, se han fijado fundamentalmente
en la información que transmiten las fuentes epigráficas, en las que aparecen los
términos anteriormente referidos. Junto a estas informaciones tenemos las
descripciones que Estrabón hace de estos pueblos.
El problema se centra en saber qué es lo que representan esos términos y cuál es
el papel que las unidades que representan juegan dentro de la organización social
indígena.
A pesar de la falta de información se ha calificado a la sociedad indígena de la zona
como una sociedad de carácter gentilicio o tribal, aludiendo con estos términos a
una sociedad preestatal, aplicando un modelo teórico elaborado por Morgan a
finales del siglo XIX a partir de su análisis de la sociedad de los indios iroqueses de
Norteamérica, aplicación de este modelo que no es exclusiva a la Antigüedad de la
Península Ibérica, sino que tiene su origen en su aplicación a otras sociedades del
mundo antiguo, concretamente a Grecia y Roma.
En el siglo XIX se crea un modelo que intentaba explicar el proceso mediante el
cual en Grecia y Roma se había llegado a la formación de la ciudad-estado, a partir
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 219 / 252

del conocimiento del resultado final, pero no de su desarrollo, ni de su punto de


partida. Para llenar este vacío se recurrió a un esquema teórico elaborado en buena
parte sobre sociedades primitivas modernas. Se suponía, con una perspectiva
evolucionista, que estas sociedades primitivas modernas se hallaban en un estadio
de desarrollo similar al del pueblo heleno y latino de comienzos del primer milenio
y, por ello, su estructura social debía ser semejante. Según esto, se asumió que la
ciudad-estado clásica se había constituido a partir de una sociedad fundamentada
en grupos de parentesco con escaso o nulo enraizamiento territorial. Estos grupos
de parentesco estarían vertebrando las principales actividades comunitarias tanto
en el plano social y económico como en el religioso, etc. La confirmación de esta
similitud se establecía a partir de la existencia en las sociedades clásicas de una
serie de términos como genos, phratría, phylé en Grecia y gens, curia y tribu en
Roma, que se identificaban con los grupos de parentesco que se conocían entre los
pueblos primitivos modernos, en particular, entre los indios norteamericanos. Los
términos gens, phratría y tribu se convirten en categorías que designaban a ciertas
agrupaciones parentales fuera cual fuera la sociedad en la que se hallaban, e
incluso el adjetivo gentilicio, derivado de gens, fue utilizado para designar el tipo de
organización social que constituía la pieza básica.
Las noticias que se conservan en la sociedad clásica sobre estos términos son
escasas y confusas; sin embargo, a partir de ellas, se intenta reconstruir de una
manera razonable y verosímil el proceso que condujo a la cristalización de la
ciudad-estado desde el estadio gentilicio definido a partir de determinados modelos
antropológicos.
Los fundamentos de la teoría gentilicia surgieron con los primeros balbuceos de la
ciencia antropológica de los años sesenta y setenta del siglo XIX. Varios
investigadores (Maine y Morgan, entre otros), partiendo del estudio de sociedades
distintas (la clásica o, más concretamente, el derecho antiguo el primero y las
sociedades primitivas modernas, concretamente los iroqueses, el segundo)
coincidieron en dos puntos de interés que llevaron a la elaboración de la teoría
gentilicia: por un lado la preocupación que se mostraba por la familia, su génesis y
desarrollo y, por otro, la valoración del relevante papel de las relaciones de
parentesco en las sociedades primitivas. A partir de aquí se intenta elaborar un
esquema sobre la evolución social de la humanidad.
El verdadero padre de la teoría gentilicia fue L.H. Morgan para quien la organización
gentilicia habría nacido del "salvajismo" y habría acompañado a la humanidad como
forma fundamental de la organización social e incluso habría sobrevivido, aunque
desvirtuada durante las primeras fases de la "civilización". Para Morgan no
importaba la sociedad de la que se tratara, pues esta organización era idéntica en
estructura orgánica y principios de acción, de forma que el genos griego, la gens
latina, etc. eran lo mismo que la "gens" del indio americano.
Su valoración del papel del parentesco en las sociedades elementales, así como de
la importancia de la actividad económica en el desarrollo social y, en particular, de
la propiedad privada y su transformación hereditaria como elemento clave en el
proceso de formación del Estado, hicieron que rápidamente su teoría fuera
aceptada por los padres del marxismo, Marx y Engels, y que sus postulados
quedaran sólidamente arraigados.
El término tribu es utilizado a partir de Morgan por toda la antropología en general
para designar dos realidades: un tipo de sociedad, un modo de organización social
específico que se compara con otros modos (estados, bandas, etc.) y un estadio de
la evolución de la sociedad humana. En ambos casos el término es muy impreciso
y, por ello, hace más de dos décadas que está en crisis debido a las críticas sobre
su imprecisión. En la actualidad, en la definición de Morgan únicamente se ha
mantenido su primer aspecto, es decir, el descriptivo de un tipo de sociedad,
aunque no tal y como Morgan lo había hecho. El segundo aspecto, la referencia a
un estadio de evolución, se ha perdido a raíz del hundimiento de las teorías
evolucionistas.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 220 / 252

Antes de pasar adelante vamos a fijarnos en los elementos esenciales que definían
el modelo de sociedad descrito por Morgan. Según este autor, la "sociedad
gentilicia" se caracteriza en todas partes por:
1. Estar basada en las relaciones de parentesco o, lo que es lo mismo, que la
consanguineidad es lo que cohesiona la sociedad. Existen tres grupos básicos, que
suponen tres grados distintos de parentesco, gens, fratría y tribu. El grupo
fundamental es la gens: varias gentes constituyen una fratría y varias fratrías
constituyen una tribu. La gens constituye un grupo que tiene un antepasado común
y la pertenencia a este grupo se fija por la sangre, por vía materna.
2. En su seno existe la igualdad más estricta entre sus miembros.
3. Existe la propiedad comunal de la tierra.
4. Todos los miembros eligen o deponen en asamblea a sus jefes.
5. Tienen una religión y unas prácticas religiosas comunes, así como un cementerio
común.
Los avances de la antropología han mostrado cómo muchas de estas características
eran dudosas: en muchos casos no coinciden unidad lingüística, cultural y tribal; la
descendencia común a partir de fundadores ancestrales era una ficción; se ha
descubierto que aquellas sociedades que se clasificaban como "democracias
militares" eran auténticas "sociedades estatales" donde la organización en tribus no
había desaparecido, etc.
El concepto de "sociedad tribal" designa en la actualidad un pequeño grupo de
rasgos visibles del funcionamiento de numerosas sociedades llamadas primitivas: el
carácter segmentario de las unidades socio-económicas elementales que lo
constituyen; el carácter real o aparente de los grupos de parentesco de estas
unidades socio-económicas y el carácter multifuncional de esas relaciones de
parentesco.
Del concepto de tribu elaborado por Morgan ha desaparecido aquello que estaba
directamente relacionado con las concepciones especulativas, por ejemplo, la idea
de un orden necesario de sucesión de sistemas matrilineales de parentesco a
patrilineales, etc.
Numerosos trabajos desde el campo de la Lingüística y de la Historia Antigua se
han ocupado del estudio de la organización social de los pueblos del área
indoeuropea de la Península Ibérica. Los avances de una y otra disciplina, así como
nuevos hallazgos epigráficos, han contribuido a ampliar los conocimientos sobre las
características de la organización social de los pueblos prerromanos y su
continuidad o transformación en época romana.
Tradicionalmente se ha definido a la España prerromana indoeuropea por el
carácter "tribal" o "gentilicio" que se atribuye a su organización social, carácter que
estaría ausente en la zona ibérica. Bajo este apelativo se trataba de remarcar la
inexistencia o precariedad de formas estatales y el predominio de las relaciones de
parentesco como elemento de articulación social. Pero el área indoeuropea no es
homogénea y, aunque hay zonas en las que percibir la existencia de una
organización "estatal" es muy difícil, en otras no lo es tanto, y las relaciones de
parentesco debieron jugar un papel importante, de forma que en la epigrafia se
mencionan unidades organizativas cuya denominación alude al vocabulario del
parentesco.
Sin embargo, cuando se habla de organización gentilicia, lo que se quiere expresar
claramente es algo más que esto, es decir, aludir a una sociedad organizada según
el modelo teórico elaborado por Morgan, un tipo de comunidad basada en el
parentesco, sobre el que girarían todos los actos de la comunidad.
Schulten ya utilizó esta definición para el área indoeuropea (para él céltica) de
España. Existía, en su opinión, la organización en tribu, clan y familia. El clan
equivaldría a las gentes o gentilitates y a las centurias (signo "C invertida" de la
epigrafia). Varias familias constituirían un clan y varios clanes una tribu. Caro
Baroja, al tratar de la organización social de los pueblos del Norte, realizó una gran
aportación con su revisión de la utilización del término tribu por los historiadores
modernos, aunque esta llamada de atención no haya sido tenida en cuenta por la
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 221 / 252

mayor parte de los historiadores. En general se han utilizado y se siguen utilizando


términos y conceptos no definidos claramente y que han llevado a errores y vagas
generalizaciones. No debemos olvidar que los autores antiguos utilizaron términos
con una acepción institucional concreta en su ámbito político y socio-cultural; la
cuestión es saber si estas denominaciones tienen un contenido idéntico o no cuando
se aplican a pueblos considerados bárbaros. Es el tan traído y llevado tema de la
interpretación romana de la realidad indígena a partir de los esquemas de los
conquistadores.
Desde el campo de la lingüística los trabajos de Tovar suponen un gran avance,
pues, aparte de hacer una recogida exhaustiva para su época de todos los
documentos en que aparecen términos que se refieren a estas formas
organizativas, señala que el territorio de las gentilidades (término que utiliza para
englobar a gentes, gentilitates y genitivos de plural) es distinto y excluyente con
respecto al ocupado por las "centurias" (sic). M.L. Albertos siguió con esta labor de
recogida de todos los documentos, pero sin llegar a intentar una interpretación de
su significado.
Desde el punto de vista de la Historia Antigua hay que resaltar el artículo de M.
Vigil antes citado, que dio una serie de pautas para analizar la pervivencia de
las estructuras sociales indígenas. Dentro de esta línea debe encuadrarse el primer
intento de descubrir la realidad social indígena y su evolución con la llegada de los
romanos realizado por J. Santos a partir de la interpretación del Pacto de los
Zoelas, y el análisis tanto de las inscripciones con términos que pueden tener una
referencia parental, como de los castella de Gallaecia.
Otros autores han equiparado gentilitas y genitivos de plural con clan, como es el
caso de Salinas de Frías en sus estudios sobre los pueblos prerromanos de la
Meseta.
Más recientemente en un trabajo de Urruela sobre los pueblos del Norte peninsular
se afirmaba que estos pueblos se encontraban en una situación de paso entre las
tribus igualitarias y las sociedades jerarquizadas, con el siguiente esquema
organizativo: pueblo - tribu clan - linaje y grupo familiar, en el que las gentilitates
(sic) documentadas en la epigrafia correspondían a grupos de linaje. El principal
problema de este trabajo es el de no haberse ocupado del análisis de las fuentes,
por lo que su esquema teórico elaborado desde presupuestos antropológicos y
etnológicos no resiste la prueba de contrastarlo con las fuentes.
Pero, sin duda, el mayor avance realizado hasta el momento lo tenemos en la obra
citada de M.C. González, completado en algunos aspectos por otras obras citadas
en la bibliografía, donde, analizando los términos que reflejan formas organizativas
indígenas suprafamiliares del área indoeuropea, se establecen tres grupos
precisamente a partir de estas formulaciones:
1. Unidades organizativas indígenas representadas por el término gens, atestiguado
casi únicamente entre cántabros y astures.
2. Unidades organizativas representadas por el término gentilitas, que es el grupo
menos numeroso, reduciéndose prácticamente a las menciones del Pacto de los
Zoelas y a una dedicatoria religiosa hallada en Oliva, Cáceres.
3. Unidades organizativas representadas por el genitivo de plural, que forman parte
del sistema onomástico de los individuos y que son, con mucho, las más
numerosas.
A partir de su exhaustivo análisis M.C. González llega a establecer una serie de
conclusiones entre las que cabe resaltar la referida a la naturaleza de la realidad
que encubren estos términos de la epigrafia y de la que damos cuenta a
continuación:
- Los términos gens, gentilitas y genitivos de plural hacen referencia a unidades
organizativas indígenas de mayor o menor amplitud caracterizadas por ser
unidades parentales que actúan como unidades sociales dentro de unos límites
territoriales definidos. Aunque los tres aluden a unidades organizativas cuyo
principio básico común es el de estar integradas por individuos unidos entre sí por
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 222 / 252

vínculos de parentesco, tienen cada uno de ellos un valor concreto, definido y


distinto en cada caso y no pueden ser equivalentes.
- Los genitivos de plural se mencionan preferentemente en el "origo" personal y,
cuando no es así, figuran como propietarios de algunos "instrumenta", como sucede
con los individuos particulares, y como partes que participan en la realización
de pactos de hospitalidad y en una ocasión aludiendo a una divinidad.
- Las gentilitates nunca aparecen en el "origo" personal, sólo lo hacen como parte
que interviene en pactos de hospitalidad y en una ocasión aludiendo a una divinidad
concreta.
- Las gentes aparecen en el "origo" personal con frecuencia después de la alusión a
la "civitas" o a la entidad territorial, pero nunca lo hacen como partes que actúan
en pactos de hospitalidad, como propietarios de objetos o "instrumenta", ni
asociados al nombre de una divinidad. Son además éstas las únicas que se toman
como base de una "civitas" (es el caso de los Zoelas).
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 223 / 252

1.16.6. La organización social

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Organización socio-política

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En el Pacto de los Zoelas se distinguen dos partes claramente diferenciadas, pues


ambas están fechadas por el año de los cónsules, la primera del año 27 d. C. y la
segunda del 152 d. C. En la primera el contexto y la mayoría de los elementos son
indígenas (nombre de los firmantes del pacto, magistrado de los Zoelas, lugar en
que se realiza el pacto -Curunda, posible centro de la gens Zoelarum), mientras
que en la segunda se ve claramente la acción de Roma (los firmantes del pacto
tienen nombres latinos, los magistrados son probablemente legati romanos y el
pacto se sella en Asturica Augusta (Astorga), capital del territorio de los astures tal
como lo han organizado los romanos y económica y administrativamente de todo el
Noroeste).
Probablemente la realidad socio-política que encuentran los romanos y referida a
los Zoelas sea la siguiente: varias gentilitates (grupos menores) formaban la gens
de los Zoelas (primera parte del Pacto); posteriormente, una o varias de esos
grupos menores se desgajan del tronco común por causas diversas o por la propia
evolución interna de la unidad suprafamiliar superior y forman grupo aparte. Al
desgajarse del tronco común, la unidad menor, por la tendencia a reproducir el
modelo, pasa al primer plano político-administrativo, el mismo que la unidad de la
que se ha desgajado, ocupando un territorio propio, no sabemos si distinto del de la
unidad originaria (lo más probable) o dentro del de la gens originaria. Nos
encontramos así con que una o varias unidades suprafamiliares menores,
desgajadas del tronco común de la unidad superior, aparecen como nuevas
unidades superiores (gentes). Es el caso de los Visaligos y Cabruagenigos. Pero,
por encima de las unidades suprafamiliares desgajadas del tronco común, los
romanos descubren que todas ellas son originariamente Zoelas y denominan al
conjunto de todas estas unidades civitas Zoelarum. De este modo, junto a la unidad
primitiva superior (Zoelas), compuesta por varias unidades menores (Desoncos,
Tridiavos), quedan incluidas en la civitas Zoelarum las unidades desgajadas del
tronco común, unidades equiparables en ese momento a la gens Zoelarum, y a
todo el conjunto se le denomina civitas Zoelarum, posiblemente por el carácter
dominante de la gens Zoelarum, debido a su mayor amplitud territorial o
demográfica, o por el hecho decisivo de tratarse de la unidad superior originaria. La
civitas Zoelarum incluye las distintas unidades suprafamiliares que aparecen en el
pacto y el territorio que ocupan.
Ni en las fuentes literarias ni en las epigráficas aparece muy claro que cada una de
las unidades organizativas indígenas a que hemos hecho referencia con anterioridad
tuviera un territorio propio. No obstante, hay un texto de Estrabón (3, 3, 7. "A los
criminales se los despeña y a los parricidas se los lapida fuera de (lejos de, más allá
de) las montañas y los cursos de agua"), donde se ha querido ver la referencia al
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 224 / 252

territorio por medio de la expresión "fuera de", que tiene un marcado acento de
lugar, "fuera del" grupo humano y el espacio que ocupa. Este espacio habitado
tiene unos límites que son los cursos de agua y las montañas (que, por otro lado,
son elementos sacralizados con mucha frecuencia) y fuera de estos límites son
ejecutados los condenados a muerte por delitos que van en contra del orden
establecido, al quebrar la cohesión del grupo humano.
Un poco más adelante el mismo Estrabón completa la información del texto antes
citado: "A los enfermos, como en la antigüedad entre los egipcios, se los saca a los
caminos para obtener la curación de los que han padecido la misma enfermedad". A
pesar de la literalidad del texto, es probable que la verdadera causa de colocar a los
enfermos en los caminos tenga que ver con la pretensión de que no contaminaran
el territorio de la comunidad a que pertenecían.
Más difícil es descubrir a qué unidad organizativa se refiere el texto. Es probable,
como afirma Lomas, que el territorio fuera el de la unidad básica de la primera
parte del Pacto de los Zoelas, es decir, la gentilitas, que sería la poseedora del
ámbito en el que vivían las distintas familias que la componen.
En época romana el panorama cambia sustancialmente, pues el territorio es el de la
civitas en la que están encuadradas las unidades organizativas indígenas. Por ello,
desde el punto de vista del derecho público y de las relaciones intercomunitarias y
a nivel general, lo realmente operativo es la civitas, como aparece en ésta y en
otras inscripciones del área indoeuropea, y ha visto J. Santos, a quien sigue en este
punto M.C. González. Cuando un individuo muere en un territorio distinto al de la
civitas en que se encuadra la unidad familiar a la que pertenece, se expresa en la
inscripción funeraria, siempre por medio de un genitivo de plural (nunca gentilitas o
gens), la unidad organizativa indígena de la que forma parte y a través de la cual
se integra en la civitas y la propia civitas. De la misma forma, en la segunda parte
del Pacto de los Zoelas, renovado en Asturica Augusta, fuera del ámbito territorial y
jurisdiccional de las civitates que en él aparecen (Zoelas y Orniacos), se expresa,
junto al nombre de los individuos admitidos en el pacto, la unidad suprafamiliar a la
que pertenecen (Visaligos, Cabruagenigos y Avolgigos), lo que indica que todavía
está viva y es operativa la organización social indígena, y las civitates en que estas
unidades suprafamiliares están incluidas (Zoelas y Orniacos). Por contra, si el
individuo muere dentro del territorio de la civitas en la que está integrado por
medio de la pertenencia a una unidad suprafamiliar, se expresa únicamente ésta.
De todas las gentes de las inscripciones, sólo la de los Zoelas aparece en las
fuentes epigráficas y literarias; las demás únicamente en la epigrafia.
A partir de una serie de trabajos recientes de la propia M.C. González y de F.
Beltrán, hoy parece que existe un acuerdo en que no se pueden reducir los distintos
grupos a un esquema simplista donde las gentes indicarían las subdivisiones
mayores de los pueblos y las gentilitates y los genitivos de plural las menores.
En el excelente trabajo de M.C. González, después de analizar una serie de
aspectos esenciales, como son la relación entre antropónimos indígenas y nombres
de unidades organizativas indígenas, entre teónimos y nombres de unidades
organizativas indígenas, el agrupamiento de estas unidades organizativas conocidas
de acuerdo con la fórmula epigráfica utilizada en las inscripciones (variantes de
Nombre Personal + genitivo de plural + filiación, normalmente con el nombre del
padre en genitivo y la palabra ilius, ya en su totalidad, ya en sigla f. o abreviatura
fil., con o sin indicación de civitas), la función de la civitas y de las unidades
organizativas indígenas, cuando aparecen en la misma inscripción, las unidades
organizativas indígenas y las relaciones de parentesco de los individuos que
aparecen en las inscripciones relacionados con estas unidades organizativas, se
llega á una serie de conclusiones que es importante resaltar:
1. Las unidades expresadas por genitivos de plural debían estar constituídas por un
número no muy elevado de individuos, sin llegar en ningún caso al cuarto grado de
parentesco en ninguna de las líneas y alcanzando el tercer grado únicamente en la
línea colateral. Esto está relacionado con el hecho de que estos genitivos de plural
tienen una estrecha relación con nombres personales documentados en la misma
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 225 / 252

época y en la misma zona geográfica, incluso en ocasiones se encuentran en la


misma inscripción un genitivo de plural y un nombre de persona de la misma raíz,
lo cual permite suponer que estos genitivos se formaban a partir del nombre de un
antepasado no muy alejado en el tiempo ni en los grados de parentesco. El
parentesco que expresan estos genitivos debe ser, por tanto, un parentesco real y
no mítico.
Estas unidades organizativas de tipo parental serían al mismo tiempo unidades
sociales dentro de un ámbito territorial y geográfico reducido y, dentro de este
ámbito, tienen capacidad para realizar pactos de hospitalidad y ser propietarias de
objetos domésticos (grafitos sobre cerámica por ejemplo), al igual que un individuo
particular; tienen capacidad de actuación en asuntos relacionados con las normas y
costumbres institucionales indígenas, pero, sin embargo, nunca aparecen en ningún
tipo de inscripción, ni funeraria, ni honorífica, ni votiva, lo que les diferencia de
otros grupos parentales y de otras comunidades de carácter territorial: vicus,
castellum, pagus.
2. El término gentilitas no se menciona nunca en el origo personal de los individuos,
al contrario de lo que es característico en los genitivos de plural. Este hecho puede
tener dos explicaciones:
a. Que se trate de la "interpretatio" romana de los genitivos de plural. Sería, pues,
la misma realidad.
b. Que se trate de un momento distinto dentro del proceso de desarrollo de las
unidades organizativas indígenas. Estaríamos en este segundo caso ante una
unidad organizativa indígena que por tener algún elemento diferenciador con
respecto a las unidades formuladas mediante los genitivos de plural es llamado por
los romanos gentilitas
A partir de la escasa documentación epigráfica se descubren dos diferencias entre
la unidad expresada mediante los genitivos de plural y la que expresa el término
gentilitas:
- el término gentilitas no se documenta nunca en el origo personal.
- en un caso se asocia al nombre de una divinidad protectora.
El culto a una divinidad concreta es una de las características de la gens romana y
es ésta una de las pocas características comunes que documentamos (a pesar de
que un solo ejemplo no permite generalizaciones) entre ésta y las unidades
organizativas del área indoeuropea peninsular. Desde esta perspectiva se podría
entender el porqué de la utilización en este caso del término latino gentilitas, ya
que el elemento parental, junto con el religioso acercarían, en cierto sentido y
desde el punto de vista romano, esta unidad organizativa al concepto de gens
presente en la mentalidad romana.
3. Las unidades organizativas indígenas expresadas con el término gens presentan
algunas características que las diferencian de las unidades de orden inferior y que
permiten a los romanos designarlas con este término. Sólo entre algunos pueblos
muy concretos del área indoeuropea peninsular se encuentran unidades
organizativas indígenas que hayan alcanzado el grado de desarrollo suficiente y las
características mínimas que hacen posible que los romanos las denominen como
gentes. Todas se localizan en territorio cántabro y astur y todas ellas se
documentan en inscripciones realizadas a partir del siglo I d. C. y durante el siglo II
y parte del III. En estos dos siglos las gentes aparecen funcionando dentro del
esquema político-administrativo romano, como se comprueba en la segunda parte
del Pacto de los Zoelas y en todas aquellas otras inscripciones en las que se
menciona también a la civitas.
Por esta misma época se siguen documentando entre los cántabros inscripciones
con mención de genitivos de plural, lo cual demuestra el desarrollo desigual de
grupos de población pertenecientes a un mismo pueblo y posiblemente haya que
ponerlo en relación con el tipo de actividad económica dominante de cada grupo de
población:
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 226 / 252

1. Vadinienses: economía de tipo ganadero/pastoril. No encontramos en ningún


caso mención de gentes, ni de gentilitates y, sin embargo, son muy numerosos los
genitivos de plural.
2. Entre sus vecinos los orgenomescos sí aparece el término gens. El desarrollo de
las unidades indígenas más elementales en otras más amplias debió ir sin duda
unido a un proceso de territorialización de las mismas y esto es más fácil de lograr
en los grupos de población sedentarios dedicados a una actividad económica de tipo
agrícola.
En resumen, por las diferencias deducimos que los genitivos de plural deben aludir
a grupos parentales cercanos a la idea de una familia extensa o amplia, sin poder
precisar con total exactitud hasta qué grado de parentesco abarcaban,
posiblemente no pasarían del tercer grado, tanto en línea ascendente como
descendente y colateral.
Estos grupos parentales básicos, a los que se refieren de forma inmediata los
individuos en algunas zonas, en casos muy concretos adquieren una amplitud
mayor junto con alguna característica nueva que era prácticamente ajena a las
unidades expresadas mediante genitivos de plural. Ello da lugar a que estas
unidades aparezcan expresadas bajo el término de gentilitas. Y, yendo aún más allá
en el grado de evolución y desarrollo de estas unidades parentales, algunas,
incluso, preferentemente en zonas que podemos considerar como marginales
dentro de la propia área indoeuropea, en las que está ausente el fenómeno urbano
y son las más tardías en ser conquistadas por los romanos, pueden en algunos
casos alcanzar un grado de desarrollo y evolución mayor, lo cual permite que estas
unidades parentales sean denominadas con el término de gens, y que alguna sea
utilizada por los romanos como base y centro político-administrativo de una civitas.
Será precisamente en estas áreas donde la civitas tiene una incidencia más clara en
la organización indígena debido al desarrollo alcanzado por las unidades
parentales.
Por otra parte, la presencia en la epígrafia de estos términos no nos sitúa
irremediablemente ante una organización social gentilicia idéntica a la romana y
con sus mismas características. La raíz de los términos gens y gentilitas expresan
una característica común en ambos, pero no debemos olvidar que uno y otro son
términos latinos aplicados a una situación que no tiene por qué ser idéntica a la
realidad y acepción que tal término poseía para los romanos y que, a menudo,
puede tratarse de una "interpretatio". Sucede lo mismo que con la utilización del
término gens en las fuentes literarias. En el caso de Plinio, por ejemplo, sirve para
referirse tanto a pueblos, como a un pueblo concreto, como a población o
habitantes, país, región, nación, etc.
Hay, todavía, dos aspectos que resaltan en la documentación epigráfica que es
necesario señalar y que se convierten en interrogantes a resolver:
1. ¿Por qué dentro de un mismo grupo de población unos individuos hacen constar
su pertenencia a una unidad organizativa indígena y otros no?
2. ¿Por qué hay ciudadanos romanos que están incluidos dentro de una unidad
organizativa indígena?
1. En mi opinión, nadie ha dado hasta el momento una explicación convincente al
hecho de que dentro de un mismo pueblo o grupo de población estas unidades
organizativas se mencionen en el origo personal de unos individuos y no de otros.
Una posibilidad es la ya apuntada por Tovar de que se tratara de grupos de
población procedentes de las primeras infiltraciones indoeuropeas, afincados o
arrinconados en zonas montañosas por pueblos procedentes de nuevas oleadas,
aunque también podría tratarse de gentes procedentes de distintas infiltraciones.
Quizá este hecho deba ponerse también en relación con el arrinconamiento que
algunas de estas poblaciones, si hemos de hacer caso a los datos de los autores
antiguos, sufren en época prerromana por la presión de poblaciones vecinas más
poderosas o de llegada más reciente y la posterior acción de Roma, que vuelve las
cosas a su posición original restituyendo a sus primeros ocupantes las tierras y las
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 227 / 252

ciudades que les habían sido arrebatadas, lo que pudo traer consigo la mezcla de
poblaciones a que antes nos referíamos.
Esto explicaría en parte el hecho de que aparezcan en un mismo pueblo, en una
misma época y en una misma zona geográfica individuos que expresan su
pertenencia a una unidad organizativa indígena al lado de otros que no lo hacen.
2. La explicación para el segundo aspecto, la existencia de ciudadanos romanos que
expresan su pertenencia a una unidad organizativa indígena, tiene que ver, sin
duda, con el hecho de que Roma no llegó a romper le organización indígena,
porque no estorbaba a su estructura político-administrativa, al no ser elementos
equivalentes (al contrario de lo que sucedió, por ejemplo, con los castella-castros
de Gallaecia) las unidades organizativas indígenas con una base parental y no
necesariamente territorial y la civitas como unidad política básica dentro de la
estructura político-administrativa romana.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 228 / 252

1.16.7. Jerarquías

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Organización socio-política

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

En las sociedades primitivas actuales estudiadas por Morgan y los antropólogos en


general se ha descubierto siempre algún tipo de jerarquía, tanto de índole política,
como militar o religiosa.
Lo mismo sucede en la Antigüedad, como vemos en las sociedades que nos son
más conocidas, el mundo helénico y el romano. En la Grecia de Homero la
autoridad permanente estaba representada por el consejo (boule), primitivamente
formado por los jefes de genos; junto a él, estaba la asamblea del pueblo (agora) y
también tenían un jefe militar (basileus). En Roma la situación es similar, aunque
en ninguna parte se menciona la elección de los jefes (príncipes). No obstante, si
seguían la norma general de elegir todos los puestos, comenzando por el rey, por
aclamación, se puede admitir que el mismo orden regía respecto a los jefes de las
gentes (príncipes).
Referido a la zona indoeuropea de Hispania también se aprecia cierta
jerarquización, que se pone de manifiesto en los banquetes, como
narra Estrabón en su libro 3, 3, 7, refiriéndose a las poblaciones montañesas, desde
los galaicos hasta los vascones y el Pirineo. "Comen sentados sobre bancos
construidos alrededor de las paredes, alineándose en ellos según su edad y
dignidad". Se trataba, según Estrabón, de jerarquías basadas en la edad y la
dignidad, pero no en la capacidad económica. La edad es algo biológico, lo que
nosotros llamamos madurez; pero lo que no sabemos es en qué consistía la
dignidad (término griego timé = dignidad, estimación, honor, consideración pública)
y cómo se alcanzaba. En opinión de Lomas este segundo término estaría
contrapuesto a la edad (término griego helikía) y sería casi privativo de la juventud.
Estas jerarquías en la cultura castreña, que ocupa gran parte del territorio a que se
refiere Estrabón, se han puesto en relación con las denominadas "joyas castreñas",
que podían haber sido llevadas como exponente de distinción social o por ciertas
personas, los oficiantes del culto, que podían ser estos mismos individuos.
Pero es que, además, en la epigrafia de la zona tenemos suficiente constancia de
estas jerarquías:
1. En el primer pacto de la Tabla de Hospitalidad de los Zoelas (27 d. C.) se renovó
un antiguo pacto de hospitalidad entre los representantes de las unidades indígenas
afectadas, dando validez al mismo Abieno, hijo de Pentilo, magistratus Zoelarum
(magistrado de los Zoelas),
2. En el pacto de hospitalidad de El Caurel, Lugo (28 d. C.), el pacto se realiza
entre el propio Tillego, hijo de Ambato, y los magistrados (abreviatura mag. en la
inscripción) de los Lougos del castellum Toletense, Latino hijo de Aro y Aio hijo de
Temaro.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 229 / 252

3. En una inscripción aparecida en Vegadeo, Asturias (Diego Santos, ERA n° 14),


aparece un princeps Albionum. García y Bellido interpreta este término como un
jefe o caudillo, un personaje importante de la tribu (sic) de los Albiones. Es posible
que también haya un princeps en la inscripción de Paredes de Nava, Palencia (CIL
II 5762), zona de unidades organizativas indígenas y no de castella.
4. En una inscripción de Lugo (CIL II 2585) es mencionado también un princeps, de
acuerdo con la nueva lectura ofrecida por Arias, Le Roux y Tranoy (Les inscriptions
romaines de la province de Lugo, n° 34).
5. En la Tabula Contrebiensis los contrebienses que intervienen como jueces del
litigio son denominados praetor en un caso y magistratus en cinco.
6. En una inscripción de Pedrosa del Rey, zona de vadinienses y, por ello, de
unidades indígenas suprafamiliares, según la lectura que de ella hacen J. Mangas y
J. Vidal, por ellos publicada, tendríamos otro princeps.
Probablemente haya que pensar que títulos como magistratus, praetor y princeps,
todos ellos latinos, deben ser una interpretación romana de las magistraturas
indígenas, que aparecen también en algunas otras áreas del Mediterráneo en las
narraciones de la conquista romana.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 230 / 252

1.16.8. El pretendido matriarcado de los pueblos del Norte

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Organización socio-política

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La idea de la existencia de un régimen de tipo matriarcal entre los cántabros y, por


extensión, entre todos los pueblos del Norte en época prerromana se fundamenta,
por una parte, en el conocido texto de Estrabón (3, 4, 18): "Por ejemplo entre los
cántabros los hombres dan la dote a las mujeres, las hijas son las que heredan y
buscan mujer para sus hermanos; esto parece ser una especie de ginecocracia
(dominio de las mujeres), régimen que no es ciertamente civilizado"; y, por otra,
en la asunción de la teoría evolucionista del siglo XIX, que sostenía la anterioridad
de las sociedades de tipo matriarcal con respecto a las patriarcales.
En la actualidad, debido a la justa valoración de la información que proporciona el
geógrafo griego, a la comparación con lo que sucede en otras sociedades antiguas
del Mediterráneo occidental, al abandono de las tesis evolucionistas del siglo XIX,
que defendían la existencia de una fase general de las sociedades humanas que
había precedido a la sociedad patriarcal (Bachofen, Morgan, Engels), y a una más
adecuada interpretación de los datos que proporcionan las inscripciones cántabras,
la tesis "matriarcal" tiene cada vez menos argumentos a la hora de intentar
establecer las características de la organización social de los cántabros en época
antigua.
Por los datos que nos ofrece Estrabón, lo único que se puede intentar reconstruir es
el sistema matrimonial de este pueblo. J.C. Bermejo, tras analizar el valor concreto
de los términos utilizados por Estrabón en el pasaje mencionado, teniendo en
cuenta su preciso contexto histórico-cultural, señala, refiriéndose a todos los
pueblos del Norte (generalización que, en nuestra opinión es excesiva, ya que el
texto de Estrabón sólo alude a los cántabros), que se dio una tendencia estructural
al matrimonio entre primos cruzados. Este sistema matrimonial sería, además, de
tipo "matrilineal" y posiblemente "uxorilocal" para el hombre y "matrilocal" para la
mujer, pero no necesariamente matriarcal.
La descripción que Estrabón hace del tipo de matrimonio entre los cántabros no es
suficiente para demostrar la existencia de una "ginecocracia" o "matriarcado",
puesto que, si bien las mujeres tuvieron un papel importante en los intercambios
matrimoniales (las hermanas dan esposa a sus hermanos), no se debe olvidar que
los hombres "dotan a las mujeres", lo cual indica que el hombre posee un
importante papel económico en la sociedad cántabra. A esto hay que añadir que
tanto el poder militar como el político están en manos de los hombres.
Todo ello impide seguir manteniendo, a partir del texto de Estrabón, la existencia
de un matriarcado, régimen en el que el papel económico, político, jurídico y
religioso de la mujer sería preeminente, considerando el sentido etimológico del
término.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 231 / 252

La historicidad del matriarcado, tal y como pretendía Bachofen, es indemostrable


actualmente. Como dice E. Cantarella, ni en la sociedad minoica, ni en la ligur, ni
en la etrusca hay pruebas históricas de su existencia. En la Historia Antigua del
Mediterráneo occidental no hay ninguna posibilidad de probar la existencia de una
sociedad matriarcal en el sentido etimológico del término. La mujer puede ocupar
una posición significativa, elevada en la sociedad (por ejemplo, por el desempeño
de funciones sacerdotales o por su papel en la economía en las épocas más
primitivas), pero esta posición no se encuentra ligada al poder político.
Incluso la costumbre de la covada (la mujer abandona el lecho una vez parida y lo
ocupa el hombre, al que ésta cuida), interpretada por Bachofen como un acto de
imposición de la paternidad expropiando de la maternidad a la mujer, no tiene por
qué significar la existencia de un momento de poder femenino. Puede interpretarse
de forma mucho más sencilla, como una prescripción ritual y mágica de las
sociedades "primitivas". Sería la expresión del deseo de participar en un suceso que
tiene importancia fundamental para la colectividad sin que ello implique una
detentación del poder por parte de las mujeres.
Los trabajos más recientes de la antropología han demostrado también que no se
da un orden necesario de sucesión de los sistemas matrilineales de parentesco a los
patrilineales, y que la realidad social y la evolución de la humanidad es mucho más
compleja y variada de lo que visiones apriorísticas y esquemas evolucionistas
unilineales pretendían ver. Hoy día nadie se atreve a deducir la existencia de un
régimen matriarcal en las épocas más antiguas de la historia de las sociedades
mediterráneas occidentales por el hecho de que en ellas la mujer parezca tener un
papel relevante en la vida del grupo o porque la filiación sea de tipo matrilineal.
Por su parte, la epigrafia aparecida hasta el presente en territorio cántabro tampoco
ayuda demasiado a la defensa de la tesis matriarcal. A. Barbero y M. Vigil,
basándose en el análisis de los sistemas de filiación documentados en inscripciones
cántabras, sostenían que, si se comparaban las noticias de Estrabón con los datos
proporcionados por las inscripciones, se podía pensar que se estaba llevando a cabo
entre los cántabros el paso de una sociedad matriarcal a una patriarcal. Estos
autores parten de la validez de las tesis evolucionistas y argumentan que la figura
del tío materno o avunculus, que aparece en varias inscripciones pertenecientes al
grupo de los cántabros vadinienses, representaría un tipo de filiación matrilineal
indirecta. Una forma transicional que establece la sucesión de varón a varón, pero
en línea femenina. Esta forma de filiación matrilineal indirecta les da pie para
pensar que antes de la conquista romana la sociedad cántabra era una sociedad
matriarcal y que, poco a poco, se fue transformando por cambios internos y por la
propia acción romana en una sociedad patriarcal.
A este planteamiento se puede objetar lo siguiente:
1. Desde el campo de la antropología hay autores que han demostrado que no se
da necesariamente este esquema de evolución y que la figura del avunculus o tío
materno no tiene por qué ser considerada como una supervivencia de un régimen
matriarcal. Esta figura tiene importancia tanto en sociedades de tipo matrilineal
como patrilineal. Basta ver los índices del Corpus Inscriptionum Latinarum (donde
se recogen las inscripciones latinas de toda la extensión del Imperio) para
comprobar cómo son numerosas las inscripciones dedicadas o realizadas por el tío
materno en contextos muy diversos, sin que ello quiera decir, ni lleve a pensar, que
se está ante una sociedad matrilineal.
b. El estudio de las inscripciones vadinienses muestra que, en todos los casos, la
filiación es de tipo patrilineal, siempre por medio del nombre del padre (como la
romana), nunca de la madre.
Por otro lado, la existencia de un tipo de filiación matrilineal directa documentada
en una inscripción procedente de Monte Cildá no parece muy relevante, si
consideramos globalmente el conjunto de las inscripciones cántabras. En las
distintas zonas del Imperio romano se encuentran inscripciones con este tipo de
filiación, sin que ello sirva para demostrar la existencia de un régimen matriarcal. El
hecho de que la filiación se exprese por medio del nombre de la madre no es
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suficiente por sí solo para poder afirmar rotundamente que estamos ante una
sociedad de tipo matriarcal. Como ya hemos señalado con anterioridad, la realidad
social es mucho más compleja de lo que a simple vista pueda parecer.
Por todo lo dicho, consideramos que no hay razones suficientes para seguir
manteniendo el término matriarcado a la hora de referirnos a la sociedad cántabra
en época antigua. Ni los datos de los autores antiguos, ni los de la epígrafia dan pie
para ello.
Se puede hablar de la presencia de algunos rasgos matrilineales, tal como parece
deducirse del tipo de sistema matrimonial y de filiación en una zona muy concreta.
Pero de ello no podemos inferir la existencia de un matriarcado, de una sociedad en
la que la mujer tenga en sus manos el poder político, económico y religioso. Afirmar
que no existen pruebas históricas de la existencia del matriarcado entre los
cántabros, significa simplemente, lo mismo que señala Cantarella refiriéndose a la
sociedad griega y romana, que la sociedad cántabra desde el momento en que es
posible su reconstrucción histórica es patriarcal.
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1.16.9. El hospitium céltico

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Organización socio-política

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Comentario

Al menos desde Ramos Loscertales (1948) se ha considerado al hospitium como


una de las instituciones hispanoceltas más peculiares y características. Conocemos
por un texto de Diodoro (5, 34) la existencia entre los celtíberos de una "benévola
acogida a los extranjeros que acuden a sus comunidades", lo cual se ha entendido
como un tipo de relación indígena a la que los romanos denominaron bajo el
término de hospitium, probablemente por reconocer en ella una serie de rasgos
similares a la práctica romana.
Además de este texto existen una serie de documentos epigráficos que dejan
constancia de los pactos de hospitalidad. Se trata de las denominadas "tesseras de
hospitalidad", documento portátil en bronce o plata del que cada parte
comprometida conserva una mitad. Estas tesseras tienen forma figurada (animal
jabalí, delfín, etc., manos entrelazadas o formas geométricas). El texto está escrito
en varios casos en lengua celtibérica (Osma, Monreal de Ariza, Sasamón, Cabeza
del Griego, etc.) y otros en lengua latina, y su límite cronológico se sitúa entre los
siglos II a. C.-I d. C. Trece de ellos están datados en época prerromana. En cuanto
al contenido de las inscripciones, descubrimos que estos pactos se realizan entre
individuos particulares, entre un individuo y una comunidad ciudadana o entre dos
grupos suprafamiliares. La extensión del texto varía, pero en ninguno falta el pacto
de hospitalidad que hacen los dos contrayentes no sólo para sí y los suyos, sino
para sus descendientes. Para recordar la existencia de este pacto se realizan los
documentos en bronce o plata.
El hospitium es una fórmula de relación jurídica por la que dos indivíduos
pertenecientes a diferentes comunidades acordaban voluntariamente el
otorgamiento de derechos y deberes mutuos e igualitarios, de transmisión
hereditaria. Este tipo de relaciones son propias de una sociedad en la que no existe
un derecho internacional que proteja al extranjero. En los orígenes de Roma el
hospitium era una relación establecida entre dos o varios individuos del mismo
rango que no pertenecían a la misma ciudad, que promete a aquellos que la habían
contraído disfrutar de una protección recíproca: el romano, cuando se encontraba
en el extranjero, y el extranjero, cuando estaba en Roma. Este hospitium privatum
por el que el huésped cumplía una función de protección que es ignorada por el
poder público fue seguido del desarrollo del hospitium publicum, realizado entre
Roma y una ciudad, que respondía a los mismos principios de protección recíproca.
Esta práctica no permanece con sus mismas características a lo largo de toda la
historia de Roma, perdiendo en los últimos tiempos de la República el carácter
igualitario de sus orígenes para aproximarse más a la forma de clientelas.
Recientemente M.D. Dopico ha sistematizado una serie de ideas que, de alguna
forma, ya se habían ido formulando por otros autores y que ella ha terminado de
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confirmar a partir del estudio de los pactos del Caurel y del de los Lougei, sobre el
cual ha realizado una excelente monografía. Constata ante todo que el hospitium
llamado celtibérico no es diferente en su naturaleza histórica al resto de los pueblos
indoeuropeos. Textos similares al de Diodoro existen para otros pueblos indígenas
no peninsulares, como los galos (César, De bello civile, 6, 23) y los germanos
(Tácito, Germania, 21), lo que indica que el hospitium como forma de relación
prerromana estaba ampliamente extendida entre otros pueblos de la Antigüedad (lo
mismo sucede en la Grecia de Homero o en la Roma antigua). Para Dopico el hecho
de que los autores antiguos destaquen el hospitium como una característica propia,
exclusiva y diferenciadora de un pueblo concreto, más parece deberse a un tópico
que a una realidad histórica.
Por otra parte, es muy probable que los pactos entre dos comunidades indígenas o
dos individuos indígenas de la epigrafia hispana estuvieran en muchos casos, por la
fecha y el contexto histórico en que están realizados, supervisados por Roma y
sirvieran como elemento integrador de las propias comunidades. Como afirma
Dopico, Roma, junto a la integración de las comunidades indígenas en el mundo
romano, busca también la convivencia entre las propias comunidades indígenas,
pues en el caso de la España prerromana, según las fuentes, eran escasas y en
muchas ocasiones hostiles (no olvidemos las razzias que se dirigen unos contra
otros). Esta desunión debía desaparecer una vez formaran parte del imperio. Roma
recurrió a los pactos para asegurar la convivencia entre ellos, como queda reflejado
en la primera parte del Pacto de los Zoelas, donde dos gentilitates, unidades
menores que pertenecen a una unidad superior, la gens Zoelarum, renuevan un
pacto posiblemente bajo la supervisión de Roma.
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1.16.10. La actividad económica del área indoeuropea

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es éste quizá uno de los aspectos de la sociedad indígena del área indoeuropea que
no han merecido por parte de los investigadores la misma atención que otros. Por
ejemplo, si lo comparamos con la organización social donde, desde los primeros
trabajos de Schulten, se han ido produciendo avances importantes procedentes de
campos diversos: historia, lingüística, antropología, etc.
La actividad económica ha sido objeto de menos estudios que, en líneas generales,
no han supuesto una gran aportación. La mayor parte de ellos tienen un carácter
eminentemente descriptivo, concediendo gran importancia a la enumeración de las
actividades económicas que desarrollan esas comunidades o sus miembros y de los
productos que esas actividades generan. Se suele prestar poca atención a la
comprensión de la actividad económica dentro de todo el entramado social, es
decir, relacionando a la economía con los demás niveles de la misma. No obstante,
en los últimos años se han realizado algunos trabajos en los que sí se ha intentado
esto.
Las razones que explican esta descompensación en el análisis son varias y, entre
ellas, podemos resaltar, por un lado, la propia evolución de la ciencia de la Historia
en general y de la Historia Antigua en particular (sólo modernamente ha habido
corrientes historiográficas que consideran que la economía, junto con la política,
juega un papel determinante en el desarrollo de los procesos históricos), y, por
otro, el propio carácter cuantitativo y cualitativo de las fuentes de información de
que disponemos.
Otro de los rasgos que caracterizan estos estudios sobre la organización económica
es la ausencia de un planteamiento metodológico coherente que sirva como
instrumento de análisis. Como consecuencia de ello se produce un uso erróneo de
una terminología económica propia aplicable a sociedades modernas, pero
inaplicable para sociedades antiguas. El uso de estos conceptos lleva a oscurecer y
confundir la realidad haciendo más difícil su análisis y comprensión. Por ejemplo,
cuando se habla de "capital" o "capitalismo agrícola o pecuario" en el contexto
histórico del área indoeuropea para intentar explicar el fenómeno del bandolerismo
lusitano enfocándolo, además, como "un movimiento de rebeldía de clases sociales
desamparadas".
Así pues, en muchos de estos trabajos el resultado que se obtiene son una serie de
afirmaciones y conclusiones que resultan obvias con la lectura de las fuentes o
valoraciones arriesgadas derivadas de asociaciones incorrectas que llevan a
reconstrucciones erróneas de la realidad histórica.
Pero hay también otros estudios que intentan analizar la actividad económica
integrándola y relacionándola con el conjunto de la estructura social, estudios que
se han realizado siguiendo la teoría de la evolución de las sociedades humanas
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elaborada a partir de los trabajos de Morgan, como hemos visto anteriormente.


Esta visión del mundo indígena implica la existencia de una serie de características
que Morgan define para la sociedad iroquesa y que hacen referencia también a la
organización económica: el clan tiene como base la igualdad y, como consecuencia,
se produce una estricta igualdad de derechos sobre la tierra, es decir, existe la
propiedad comunal.
Es de esta base de la que parten historiadores como Vigil en su análisis de la
economía del área indoeuropea y posteriormente Salinas estudiando a los vettones
y celtíberos. Aunque sus trabajos suponen un avance respecto a otros anteriores, al
tratar de explicar esta faceta de la actividad humana dentro de la estructura social,
hay una cuestión metodológicamente peligrosa, la aplicación de un modelo cerrado
ya establecido en el que deben encajar los datos de las fuentes, lo que a veces
produce la impresión de que los datos son tomados más con la intención de
corroborar una teoría inicial establecida de antemano que con la de reconstruir a
partir de ellos la organización de la sociedad, su estructura económica y su
funcionamiento. En este sentido, se produce un esfuerzo por suplir la falta de
información sobre determinados aspectos de la economía de un pueblo concreto
mediante la utilización de los testimonios pertenecientes a otro pueblo. Los
ejemplos más claros son dos: la propiedad de la tierra entre los vettones y
celtíberos, a quienes se atribuye un sistema de organización gentilicia y a los que,
por ello, de acuerdo con el esquema de Morgan, les correspondería un tipo de
propiedad comunal, a partir del texto de Diodoro (5, 34, 3) que hace alusión a la
propiedad comunal de la tierra entre los vacceos. El dato de Diodoro se utiliza,
pues, como norma general.
En otras ocasiones este dato se interpreta un poco a la inversa, es decir, a partir
del texto de Diodoro se afirma tajantemente que los vacceos conservan un régimen
tribal muy puro. Es decir, si la propiedad comunal de la tierra es una característica
de la organización gentilicia y si el texto de Diodoro se interpreta como tal, puede
hablarse de este tipo de sociedad.
Ni las fuentes literarias, ni los datos transmitidos por la arqueología son abundantes
ni claros a la hora de realizar el análisis de la estructura económica, e incluso en
ocasiones son contradictorios.
Partiendo de estas premisas vamos a analizar tres aspectos que consideramos
esenciales dentro de la estructura económica: los sectores de producción y los
productos, la propiedad de los medios de producción y el destino final de los
productos.
A pesar de la fragmentariedad de las informaciones hay una diferencia bastante
clara entre los celtíberos y los pueblos del valle del Duero y Tajo y los pueblos del
Norte.
En las áreas de los Celtíberos y valles del Duero y Tajo existe una agricultura de
cereales de secano, una ganadería bastante desarrollada y la extensión del uso del
hierro. De una forma más pormenorizada por pueblos podemos decir que:
a. Entre los celtíberos citeriores, lusitanos y vettones la base fundamental de su
economía es la ganadería (son famosos los verracos del área de los vettones),
destacando dentro del ganado menor las ovejas y las cabras y en el ganado mayor
la ganadería y el pastoreo de caballos. En el año 140-139 a.
C., Numantia (Numancia) y Termantia(Termes) entregaron a los romanos, entre
otras cosas, 3000 pieles de buey y 800 caballos, cantidad muy importante para sólo
dos ciudades.
b. Los arévacos y pelendones se dedican a la ganadería/pastoreo y a la agricultura,
desarrollando una agricultura no demasiado importante de cereales en tierra de
secano y de huerta en los márgenes de los ríos.
c. Los carpetanos tenían en la ganadería una de las riquezas fundamentales,
aunque la agricultura era más importante que entre los celtiberos. Hay un indicio
bastante claro de que tenían una economía más próspera que otros pueblos de la
Meseta, las frecuentes incursiones que realizaban los lusitanos para aprovisionarse
de productos de los territorios de los carpetanos.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 237 / 252

d. Parece probable por los datos de las fuentes que los vacceos se hubieran
expandido por el sur a costa de los vettones controlando las mejores tierras
ganaderas al sur del Duero. La agricultura está muy desarrollada en su territorio
tanto al norte como al sur del Duero, por ejemplo en Cauca (Coca), donde
conocemos por las fuentes que se produce la acumulación de exceso de producción
que destinan a la industria bélica para ayudar a los arévacos y para el
abastecimiento del mineral para fabricar armas.
En este grupo de población debió tener también gran importancia la actividad
ganadera/pastoril, como demuestra el hecho de que en el año 151 a. C. Lúculo,
general romano, recibiera de los caucenses, además de rehenes y talentos de plata,
fuerzas de a caballo; por su parte los de Intercatia hubieron de entregarle ganado y
10.000 sagoi (prendas hechas de lana de oveja); finalmente los de Pallantia
(Palencia) le ofrecieron dura resistencia gracias a su caballería.
Se trata de una región especialmente apta para los cultivos cerealísticos, donde se
hallan incluso poblados de una fase antigua de la época indoeuropea de antes de la
mitad del primer milenio, que presentan las características de un grupo de
población predominantemente agrícola (es el caso del Soto de Medinilla en vías de
excavación).
e. Los autores antiguos hablan de la fecundidad de las tierras de los lusitanos, de la
abundancia de frutos y de que sus ríos son navegables y con oro. Sí parece cierto
en las tierras costeras, donde se produce un temprano desarrollo de una agricultura
y ganadería próspera, aunque con fuertes diferencias sociales y económicas, con
Astolpas y Viriatocomo ejemplo, pero no para el interior, donde grandes masas de
gente depauperada no tienen otra salida que el pillaje y el bandolerismo.
En cuanto a la economía desarrollada entre los pueblos establecidos a ambos lados
de la cornisa cantábrica es preciso citar:
a. Los turmódigos ocupan dos zonas claramente delimitadas, una llana donde se
desarrolla la agricultura y una montañosa donde se impone el pastoreo.
b. Los autrigones, caristos y várdulos desarrollan una economía mayoritariamente
pastoril, aunque hay también importantes zonas agrícolas en el territorio que
ocupaban en la actual provincia de Burgos y en Álava (La Llanada).
c. Los vascones tienen una economía diferenciada, según se trate de la zona
montañosa (pastoril/ganadera) o de las fértiles tierras del valle del Duero
(agricultura y horticultura).
d. Dentro de los cántabros, astures y galaicos hay dos sectores claros y
diferenciados: el agropecuario y el minero.
Según los datos de las fuentes literarias y la arqueología, no cultivaban ningún
cereal para la elaboración del pan (Plinio, NH 16, 15 y Estrabón 3, 3, 7 y 3, 4, 18,
donde afirma que el ejército romano se vio obligado en las Guerras Cántabras a
traer trigo de Aquitania). En contra tenemos, no obstante, el texto de Dión Casio
(53, 29) en el que se nos dice que, cuando Augusto abandonó Hispania y dejó
como legado a Lucio Emilio, envió a decir al legado que pensaban regalarle trigo y
otros aprovisonamientos para el ejército. Es frecuente entre ellos, según Estrabón y
Plinio, el empleo de las bellotas para hacer pan, bellotas que han sido halladas en
distintos castros del Noroeste en los niveles arqueológicos de esta época (Castro de
Coaña, castros bíbalos del valle del Búbal, castro de Vixil en Lugo, etc.).
Otros productos de los que tenemos noticias en las fuentes literarias y
arqueológicas son: un grano para hacer el zythos, bebida fermentada que utilizan
en lugar del vino; el mijo y la escanda (la escanda aparece ya en el s. VIII a. C. en
el Norte de España) y el vino, pero únicamente en algunos lugares de Galicia.
En cuanto a la ganadería tenemos referencias en las fuentes al ganado equino, los
famosos asturcones y tieldones de que habla Plinio y que pondera Silio Itálico, muy
apreciados en Roma durante todo el Imperio, encontrándose también
representados caballos en la diadema áurea de Ribadeo, y ganado caprino, base de
la alimentación de estas poblaciones según Estrabón, así como objeto de sacrificio,
junto con los caballos y prisioneros, a un dios indígena asimilado a Marte.
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También tenemos en los restos de los yacimientos arqueológicos noticias de la


caza, destinada a complementar la dieta y no como deporte, lo que sucede ya en
época romana, y de la pesca, con ausencia de referencias en las fuentes literarias,
pero habiéndose hallado en los niveles arqueológicos inferiores de los castros
costeros pesos de redes y numerosos concheros.
En los escritores greco-latinos de época altoimperial encontramos gran número de
referencias a minerales. Se trata de oro (Estrabón, Plinio, Silio Itálico y Floro),
estaño (Estrabón y Plinio), plomo (Estrabón y Plinio), cobre y hierro. El problema
principal es asignar una cronología a estas explotaciones. Sabemos que ya se
obtenía oro en época prerromana, con el que se hicieron las joyas castreñas, cuya
área de difusión tiene mucho que ver con las explotaciones de época prerromana y
romana, tanto beneficiando las arenas auríferas de algunos ríos, como con
explotaciones del subsuelo, y además los términos empleados por Plinio en la
descripción de las explotaciones son indígenas. Por otra parte en las minas de cobre
se han encontrado herramientas de piedra y hueso para la obtención de mineral,
así como utillaje de cobre prerromano en yacimientos arqueológicos.
Por ello el texto de Floro (2, 33, 60) no debe entenderse en el sentido de que los
romanos comenzaron a explotar las minas del Noroeste, sino que aceleraron la
explotación indígena existente antes de su llegada.
A partir del texto de Diodoro (5, 34, 3) y siguiendo el esquema de Morgan, se ha
pensado que entre los vacceos había propiedad comunal de la tierra, repartiendo
cada año la tierra cultivable en suertes y asignando cada una de ellas para que
fuese trabajada por las unidades suprafamiliares. El producto total pertenecía a la
colectividad, que lo repartía a cada uno según sus necesidades; quien se apropiara
fraudulentamente de alguna parte recibía el castigo de la pena capital. En opinión
de Lomas, a primera vista la propiedad de la tierra y los frutos de la comunidad
estaban por encima de las fracciones (gentes) y subfracciones (gentilitates).
Pero este pretendido igualitarismo económico es desmentido por otras fuentes.
Sabemos que existe una diferenciación social entre estas poblaciones, pues,
cuando Aníbal sitiaba Helmantica, parlamentaron con él los hombres de condición
libre, quedando en el interior de la ciudad los esclavos.
La explicación del texto de Diodoro en clave de sociedad gentilicia sería la siguiente
(Lomas): la tierra laborable era asignada a la gentilitas para que sus componentes
la trabajasen colectivamente, siendo la propiedad de la gens o del populus. La
gentilitas, a su vez, la asignaba a cada familia o miembro de la misma. El papel de
la gentilitas sería de supervisión y administración.
Entre los celtiberos tenemos también un indicio de esta posible propiedad comunal.
En las excavaciones de Langa de Duero, realizadas por Taracena, se encontró
dentro del poblado un edificio de proporciones mucho mayores que el resto de las
casas y dentro de él gran número de herramientas agrícolas.
También en algunos textos de los agrimensores latinos (concretamente en Julio
Frontino) se hace referencia a un tipo especial de campo a la hora de fijar las
dimensiones con referencia a los tributos, englobando todo el territorio de un
pueblo, sin tener en cuenta las divisiones que pudiera haber dentro de él.
Por otra parte, en el territorio de los lusitanos encontramos un agudo contraste
entre el rico propietario con una explotación técnicamente avanzada (Astolpas) y el
menesteroso lusitano (Viriato). Según el texto de Diodoro (33, 7), hay que pensar
en la concentración de la riqueza en manos de la aristocracia indígena.
Por los pocos datos que tenemos hasta el momento, a partir de los análisis
realizados por distintos autores, se puede afirmar que la mayor parte del producto
de la actividad económica de estos pueblos se dedicaba a la autosubsistencia,
produciéndose, según las fuentes, situaciones distintas. Sabemos que entre los
vacceos había excedentes que se dedicaban a la industria bélica en ayuda de los
vacceos y que también abastecían a este grupo de población de los celtíberos de
mineral para armas. Por otra parte, deducimos que entre estas poblaciones la
producción era en algunos casos deficitaria, porque se dedicaban a vender su
fuerza como mercenarios (de los cartagineses en Sicilia en el s. V a. C.; de estos
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 239 / 252

mismos en época de Aníbal); también aparecen como mercenarios de los pueblos


del sur, teniendo noticias de que a comienzos del siglo II a. C. los turdetanos
opusieron a los romanos 10.000 mercenarios celtíberos, lo cual, aunque sea una
exageración propia de un texto con una intención clara de sobrevalorar la potencia
de Roma y de ahí la cantidad, no deja de confirmar la existencia de mercenarios.
Este carácter supuestamente deficitario de la economía de estas poblaciones da
lugar también al bandolerismo, en el cual hay que distinguir el bandolerismo
surgido a causa de las desigualdades económicas y sociales dentro de un pueblo, es
decir, las contradicciones dentro de un mismo grupo, y la práctica de expediciones
depredadoras llevadas a cabo por todo un pueblo como fuente de
aprovisionamiento para la autosubsistencia. Este hecho se produce o bien entre
poblaciones que habían sido expulsadas de terrenos más fértiles o entre
poblaciones que se hallaban en un estadio de desarrollo más primitivo.
Los metales son usados a veces como elemento de trueque. Es lo que sucede,
según Estrabón, con los trozos de plata recortada que utilizan las poblaciones del
norte de la Cordillera Cantábrica para los intercambios.
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1.16.11. La religiosidad de los pueblos del área indoeuropea

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Muchas y frecuentes son las referencias de las fuentes literarias grecolatinas a la


religión de los pueblos del área indoeuropea y a ellas nos vamos a ceñir para la
exposición, ya que las fuentes epigráficas, prácticamente todas de época romana,
incluyen elementos de asimilación que no es el momento de poner de manifiesto.
Para una mejor comprensión vamos a dividir el área en tres zonas: pueblos del
centro (entre los que se incluyen los celtíberos y sus vecinos de los valles del Duero
y Tajo), pueblos del oeste (básicamente los lusitanos) y pueblos del norte
(básicamente los situados en torno a la Cordillera Cantábrica -al norte y al sur-, con
inclusión de los galaicos), siguiendo los numerosos trabajos de Blázquez sobre el
tema.
Por el texto de Diodoro sabemos que las divinidades de los pueblos del centro eran
dioses que imponían la hospitalidad, pues, cuando algún forastero en tiempo de paz
llegaba a sus puertas, lo recibían como don de los dioses. Así mismo entre estos
pueblos se da la creencia de que los dioses enviaban objetos, animales, etc. a
determinadas personas, hecho que implica una protección especial de la divinidad.
En el año 152 a.C., cuando Marcelo sitió Nertobriga, en territorio de los celtíberos,
le enviaron un heraldo cubierto con piel de lobo. De esta noticia se ha querido
deducir la existencia de un dios nocturno que empuñaba un martillo, cuyo emblema
entre los galos era la piel de lobo y cuyo epíteto era Sucellus. Sin duda sería una
deidad muy adecuada a estos pueblos que se dedicaban a la forja del hierro.
También podría estar en relación con un dios etrusco de carácter infernal, que
cubre su cabeza con una piel de lobo o del Dis Pater itálico vinculado
estrechamente con los lobos según las fuentes latinas.
Sabemos también por las fuentes literarias que existían, entre estos pueblos,
montes y árboles sagrados. Marcial y Plinio nos dan noticia de encinares sagrados,
mientras el primero nos transmite la noticia de que los montes más elevados
recibían también culto: un monte entre los berones y el Mons Caius (Moncayo).
Para realizar sus cultos no parece que estos pueblos hayan buscado construir
grandes templos llenos de imágenes, siendo las rocas, las montañas, las fuentes y
los ríos los lugares elegidos para tributar culto a los dioses. Hay dos aspectos
especiales a resaltar, por un lado los sacrificios colectivos que se celebraban entre
estas poblaciones y, por otro, los ritos de adivinación.
Sabemos que en fechas determinadas del año celebraban sacrificios especiales
colectivos. Según noticias de Frontino(3, 2, 4), Viriato atacó a los segobrigenses en
el año 145 a.C. mientras celebraban una de estas ceremonias. Probablemente los
sacrificios colectivos iban precedidos de comidas, de lo que tenemos noticia en
Floro (1, 34, 12) para los numantinos. Estas comidas rituales también se
celebraban entre los celtas (Plinio, NH, 16, 250) y entre los germanos.
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En cuanto a la adivinación, sabemos por Apiano y Plutarco, que, a la llegada


de Escipión, en el ejército romano que sitiaba Numancia había adivinos y magos
indígenas, tanto hombres como mujeres, al igual que entre los galos, germanos y
cimbrios, y que los soldados estaban entregados a sacrificios adivinatorios.
No menos interesantes son sus creencias sobre la vida de ultratumba. Parece que
entre los celtíberos, si hemos de hacer caso a las noticias de Silio Itálico y Eliano,
existía un rito propio relacionado con las creencias de después de la muerte: dejar
a los muertos a la intemperie para que les despedazaran los buitres. Esto tiene una
explicación clara por la creencia extendida entre estos pueblos de que el cielo era la
morada de los muertos y la divinidad suprema residía en las alturas.
Estas noticias de las fuentes escritas parece que están confirmadas por la
arqueología. En Numancia, según Taracena, unos montones de piedras en círculo
servirían para depositar los cadáveres de los guerreros hasta que los buitres los
despedazaran y el mismo motivo aparece en dos fragmentos de cerámica pintados
aparecidos en Numancia que representan a dos guerreros caídos y dos buitres
volando hacia ellos. El mismo tema aparece en una estela funeraria de época
romana de Lara de los Infantes.
Por su parte, los lusitanos creían en la comunicación con la divinidad a través,
particularmente, de los sueños, así como en la existencia de animales sagrados,
especialmente vinculados a determinadas deidades. (Baste recordar el episodio de
la cierva de Sertorio, regalo de un lusitano, la cual, desaparecida en la batalla,
cuando le vuelve a aparecer a Sertorio, éste alcanza la victoria).
Plutarco da como propia de los lusitanos la creencia de que los dioses andaban por
la tierra.
Plinio (NH, 8, 166) da noticias de que entre los lusitanos se criaba una raza de
caballos tan veloces que se originó la leyenda de que a las yeguas las fecundaba el
viento Zephyro, a quien se tributaba culto en un monte sagrado junto al Atlántico,
que Leite de Vasconcelhos sitúa en Monsanto, cerca de Olisipo (Lisboa). Esta
leyenda aparece en Varrón, Columela, Virgilio, etc., siempre unida a un monte
sagrado. Silio Itálico, por su parte, la localiza entre los vettones.
Parece, por otro lado, que los sacrificios humanos eran algo muy corriente entre los
lusitanos, pues, según noticia de Plutarco, Craso, procónsul de la Ulterior entre el
95 y el 94 a.C., los prohibió. Apiano nos da noticia de que en los funerales
de Viriato se sacrificaron muchas víctimas, que Maluquer cree eran humanas. La
existencia de sacrificios humanos es confirmada por Estrabón (3, 3, 6) y sin duda
hay que poner en relación estos sacrificios humanos con ritos de adivinación, pues
la manera ordinaria de los lusitanos de hacer vaticinios requería sacrificios
humanos.
El citado texto de Estrabón es el único en que un escritor clásico habla de
sacerdotes refiriéndose a pueblos de la Península Ibérica. Blázquez piensa que
seguramente no había un sacerdocio organizado como el de los druidas, sino
miembros aislados que serían los encargados de los vaticinios.
Con respecto a los pueblos del nortede la Península Ibérica, el texto de Estrabón (3,
4, 16) es muy explícito al hablar de sus: "Según ciertos autores los galaicos son
ateos; más no así los celtíberos y los otros pueblos que lindan con ellos por el
Norte, todos los cuales tienen cierta divinidad innominada, a la que, en las noches
de luna llena, las familias rinden culto danzando hasta el amanecer, ante las
puertas de sus casas".
Este texto debe entenderse en lo referente a los galaicos no en el sentido de que no
hubiera dioses, sino que no tenían representaciones o que sus nombres eran tabú.
Por lo que se refiere al culto a la luna, se trata de la divinidad principal indígena
entre estos pueblos y sus vecinos. Sabemos por Caro Baroja que para los vascos el
nombre de la luna es tabú y en Galicia todavía en la actualidad hay numerosas
danzas en honor de la luna, a la vez que por Ptolomeo (2, 5, 3) sabemos que en
Galicia había una isla consagrada a la luna. Que la veneración de la luna era algo
fundamental en estos pueblos lo tenemos en el episodio del año 136 a.C.,
cuando Emilio Lépido sitió Palantia - Palencia, ciudad de los vacceos, y tuvo que
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 242 / 252

retirarse; en la huída un eclipse de luna salvó al ejército romano, pues los


palantinos creyeron ver en ello la prohibición de la divinidad a que siguieran
combatiendo.
Con el culto a la luna se asocia y contrapone el culto al sol, que, a juzgar por los
datos suministrados por la arqueología, estaba muy extendido en Numancia y entre
los pueblos del centro de la Península.
Por Estrabón (3, 3, 7) sabemos de la existencia de un dios guerrero asimilado a
Marte, a quien se sacrifican machos cabríos, caballos y también prisioneros.
También hay entre estos pueblos una divinización de los montes, que en época
romana son asimilados con la morada de Júpiter, apareciendo el nombre de los
montes como epíteto del dios supremo romano.
Es frecuente también entre los galaicos y otras poblaciones del norte el culto a las
aguas, a los árboles y a las piedras, cultos típicamente celtas que estaban
extendidos por toda Europa. Sin duda es del culto a las aguas del que conocemos
más documentos, tanto en la Península, como fuera de ella.
Finalmente, es muy posible que la serpiente, animal representado frecuentemente
en el noroeste de la Península, sea una especie de "totem" para estas poblaciones.
Por lo que se refiere a los cultos y ritos de estos pueblos, Horacio y Silio Itálico
confirman la existencia de sacrificios de caballos entre los cántabros, sacrificios que
ya conocíamos por Estrabón. Según Horacio, estos sacrificios incluían la bebida de
la sangre de los caballos, lo que presupone que estos animales son sagrados.
Por las noticias de las fuentes (Silio Itálico) sabemos que los galaicos eran hábiles
en obtener agüeros del vuelo de las aves, al igual que los germanos, de la
contemplación de los intestinos de las víctimas y de las llamas sagradas. Incluso en
el siglo IV d.C. San Martín Dumiense alude a los augurios y adivinaciones
frecuentes en su época y en particular a la observación de las aves.
A comienzos del Bajo Imperio los vascones tenían gran fama de agoreros, fama que
conservaron durante toda la Edad Media, habiendo recogido Caro Baroja
testimonios de esta época.
Junto a los sacrificios y ceremonias de adivinación debemos mencionar las danzas
religiosas, de las que nos da cuenta Estrabón (3, 4, 16 y 3, 3, 7). Se trata de
competiciones en honor del dios guerrero asociado a Marte. Estas danzas de
guerreros son también conocidas entre los lusitanos, que las realizaron alrededor
del cadáver de Viriato (noticias de Apiano y Diodoro). Posiblemente haya que
considerar también como danza ritual céltica la especie de procesión de la diadema
de oro de Ribadeo, en la que los jinetes llevan cascos de cuernos, escudos y
puñales.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 243 / 252

1.16.12. Bibliografía sobre los pueblos del área indoeuropea


Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

La delimitación del área de las unidades organizativas indígenas está en M.C.


GONZÁLEZ, Las unidades organizativas indígenas del área indoeuropea de Hispania,
Vitoria-Gasteiz, 1986, con un excelente mapa. Los límites entre galaicos y astures y
de los galaicos entre sí, así como de los astures con los cántabros y vacceos pueden
verse en J. SANTOS, Comunidades indígenas y administración romana en el
noroeste hispánico, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1985 y A. TRANOY, La Galce
romaine. Re cherches sur le Nord-oeste de la Pénensele Ibérique dans l'Antiquité,
París, 1981. Los límites de los berones con los pueblos de alrededor (celtiberos,
vascones, autrigones, várdulos) están en M.A. VILLACAMPA, Los berones según las
fuentes escritas, Logroño, Diputación Provincial, 1980. Sobre el territorio vascón
ver G. FATÁS, "Notas sobre el territorio vascón en la Edad Antigua", en Veleia, 2-3,
1985-86, págs. 383-397 y el documentadísimo J. J. SAYAS, "Indoeuropeos y
vascones en territorio vascón", en Veleia, 2-3, 1985-86, págs. 399-420. Es muy
interesante el trabajo de F. BURILLO, "Sobre el territorio de los lusones, belos y
titos en el siglo II a. de C." , en Estudios en homenajea A. Beltrán, Zaragoza, 1986,
págs. 529-549, así como para la Celtiberia en general el de M. SALINAS DE FRÍAS,
"Geografía de Celtiberia según las fuentes literarias griegas y latinas", en Studia
Zamorensia, 9, 1988, págs. 107-115. También es interesante al respecto A.
TOVAR, "Las inscripciones de Botorrita y de Peñalba de Villastar y los límites
orientales de los celtíberos" en Hispania Antiqua, 3, 1973, pp. 367-405. Sobre los
límites con otros pueblos de autrigones y turmogos véase, J.M. SOLANA, Los
autrigones a través de las fuentes literarias, Vitoria, 1974 y Los turmogos durante
la época romana. 1. Las fuentes literarias, Valladolid, 1976. Para los vettones M.
SALINAS, La organización social de los vettones, Salamanca, Universidad de
Salamanca, 1982. Para los cántabros J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, Los cántabros,
Madrid, 1966. En general para todo el área J. MALUQUER, "Los pueblos de la
España céltica", en Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal, I, 3, Madrid
1963 (3a. ed.), págs. 5-194; B. TARACENA, "Los pueblos celtibéricos", en Historia
de España, dirigida por M. Pidal, Madrid, Espasa Calpe, 1963 (3a. ed.), I, 3, págs.
195 y ss. y F.J. LOMAS, "Pueblos celtas de la Península Ibérica", en Historia de
España Antigua. 1. Protohistoria, Madrid, Ed. Cátedra, 1980, págs. 83-110.
Una panorámica general sobre la Edad del Hierro en Occidente puede verse en la
Ponencia n° I del Coloquio Internacional sobre La Edad del Hierro en la Meseta
Norte, Salamanca 30 de Mayo a 3 de junio de 1984, realizada por J. MALUQUER,
"Panorámica General del Hierro en Occidente" y publicada con el resto de trabajos
presentados en el n.° 39-40, 1986-87 de Zephyrus. Referida concretamente a la
Meseta es la Ponencia IV del citado Coloquio realizada por F. J. GONZÁLEZ-TABLAS,
"Transición a la Segunda Edad del Hierro" o la propia Ponencia de G. DELIBES y M.
MANZANO en el citado Coloquio, aunque siguen siendo interesantes F. LÓPEZ
CUEVILLAS, "La Edad del Hierro en el Noroeste. (La cultura de los Castros)", en IV
Congreso Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas, Madrid, 1954 y
J. MALUQUER DE MOTES, "La Edad del Hierro en la cuenca del Ebro y en la Meseta
Central", en la misma obra de conjunto que el anterior. Para todo lo referido a las
influencias a través de los Pirineos, son interesantes por los planteamientos que
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 244 / 252

reflejan las aportaciones antiguas de M. ALMAGRO BASCH, "La España de las


invasiones célticas", en Historia de España, dirigida por R. Menéndez Pidal, Madrid,
Ed. Espasa Calpe, 1952, I, 2, págs. 47 y ss., pero las fundamentales las debemos a
O. ARTEACA, "Problemas de la penetración céltica en el Pirineo occidental. Ensayo
de aproximación", en CAN, 14, Zaragoza, 1977, págs. 549-564 y "Los Pirineos y el
problema de las invasiones indoeuropeas", en II Colloqui Internacional
d'Arqueologia de Puigcerdá, Puigcerdá, 1978, págs. 13-30; varios artículos de
P. BOSCH GIMPERA en Etnología de la Península Ibérica, Barcelona, 1932
(reeditado en Graz, Austria, en 1974); los artículos de BELTRÁN y BLÁZQUEZ en el
I Symposium de Prehistoria de la Península Ibérica, Pamplona, 1960 ("La
indoeuropeización del valle del Ebro", págs. 103-124, de BELTRÁN y "El legado
indoeuropeo en la Hispania romana", págs. 319-362, de BLÁZQUEZ). Junto a ellas
debe teners e en cuenta M. ALMAGRO BASCH, "Ligures en España", en Rivista di
Studi Liguri, 15, 1949, págs. 195?208 y 16, 1950, págs. 37?56 y P. BOSCH
GIMPERA, "Celtas e ilirios", en Zephyrus, 2, 1951, págs. 141?154. El proceso en el
territorio de los vascones históricos puede verse en A. CASTIELLA, La Edad del
Hierro en Navarra y Rioja, Pamplona, Universidad de Navarra, 1976 y J. J. SAYAS,
"El poblamiento romano en el área de los vascones", en Veleia, 1, 1984, págs.
289?310, donde se recoge abundante bibliografía.
Sobre las cerámicas excisas puede verse el artículo de O. ARTEAGA y F. MOLINA,
"Anotaciones al problema de las cerámicas excisas peninsulares", CAN, 14,
Zaragoza, 1977, págs. 565?586.
Algunas de las publicaciones de excavaciones que pueden servir como referencia de
las zonas del valle del Ebro y del Duero en la Edad del Hierro son las de J.
MALUQUER, El yacimiento hallstático de Cortes de Navarra, I y II, Excavaciones en
Navarra, Pamplona, 1954 y 1955; Excavaciones arqueológicas en el Cerro del
Berrueco, Salamanca 1958 y El castro de los Castillejos en Sanchorreja (Ávila),
Ávila, 1958, así como J. GONZÁLEZ?TABLAS, Los Castillejos de Sanchorreja y su
incidencia en las culturas del Bronce Final y de la Edad del Hierro de la Meseta
Norte, Resumen de Tesis Doctoral, Universidad de Salamanca, 1983. Es interesante
también M. BELTRÁN LLORIS, "Introducción a las bases arqueológicas del valle
medio del río Ebro en relación con la etapa prerromana", en Estudios en homenaje
a A. Beltrán, Zaragoza, 1986, págs. 495?527.
En cuanto a las influencias atlánticas puede verse E. MC WHITE, Estudios sobre las
relaciones atlánticas de la Península Ibérica en la Edad del Bronce, Madrid, 1951.
Sobre estos temas, más o menos directamente, tratan algunos artículos de los
recogidos en las Actas de los cinco coloquios celebrados (cuatro publicados) hasta
el momento Sobre Lenguas y Culturas Prehispánicas (Paleohispánicas) de la
Península Ibérica, editados los tres primeros en Salamanca y el IV en Vitoria, como
n° 2?3 de Veleia, revista del Instituto de Ciencias de la Antigüedad de la
Universidad del País Vasco.
Es abundante la bibliografía sobre la organización socio?política de los pueblos del
área indoeuropea. De los numerosos títulos destacamos F. RODRIGUEZ ADRADOS,
El sistema gentilicio decimal de los indoeuropeos occidentales y los orígenes de
Roma, Madrid, 1948; M. VIGIL, "Romanización y permanencia de estructuras
sociales indígenas en la España septentrional", en BRAH, 152, 1963, págs.
225?233; J. CARO BAROJA, "Organización social de los pueblos del Norte de la
Península Ibérica en la Antigüedad", en Legio VII Gemina, León, 1970, págs.
13?62; A. BARBERO y M. VIGIL, Sobre los orígenes sociales de la Reconquista,
Barcelona, 1974; F. J. LOMAS, Asturias prerromana y altoimperial, Sevilla,
Universidad de Sevilla, 1975 (reedición en Gijón, 1989); M.L. ALBERTOS,
"Organizaciones suprafamiliares en la Hispania Antigua", Studia Archaeologica, 37,
Valladolid, 1975 (=BSAA, 40?41, 1975, págs. 5?66) y "Organizaciones
suprafamiliares en la Hispania Antigua. II", BSAA, 47, 1981, págs. 208?214; M.
FAUST, "Tradición lingüística y estructura social. El caso de las gentilidades", en
Actas del II Coloquio sobre Lenguas y Culturas Prerromanas, Salamanca, 1979,
págs. 435?452; J. URRUELA QUESADA Romanidad e indigenismo en el norte
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 245 / 252

peninsular. Un punto de vista crítico, Madrid, 1981; G. PEREIRA, "Los castella y las
comunidades de Gallaecia", en Zephyrus, 34?35, 1982, págs. 249?267 y "Las
comunidades galaico?romanas. Habitat y sociedad en transformación", en Estudos
de Cultura Castrexa e de Historia Antiga de Galicia, Santiago de Compostela,1983,
págs. 199-213; J. SANTOS, Comunidades indígenas y administración romana en el
Noroeste hispánico, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1985; M.C. GONZALEZ, Las
unidades organizativas indígenas del área indoeuropea de Hispania, Vitoria-Gasteiz,
Instituto de Ciencias de la Antigüedad, 1986; Id., "La organización social indígena
del área indoeuropea de la Península Ibérica en la Antigüedad. Estado de la
cuestión y consideraciones previas", en J.L. MELENA (ed.), Symbolae L. Mitxelena
oblatae, Vitoria, 1985, págs. 547-556; C. GONZÁLEZ y J. SANTOS, "El caso de las
llamadas gentilitates: revisión y propuestas", en Veleia, 2-3, 1985-86, págs. 373-
382; M. SALINAS DE FRÍAS, Conquista y romanización de la Celtiberia, Salamanca,
1986 y F. BELTRÁN, "Un espejismo historiográfico. Las organizaciones gentilicias
hispanas", en Actas del I Congreso Peninsular de Historia Antigua, vol. II, Santiago
de Compostela, 1988, págs. 197-237.
Sobre el pretendido matriarcado entre los cántabros y otros pueblos del Norte
véase J.J. BACHOFEN, El matriarcado, Madrid, 1987 (primera traducción en
español); A. BARBERO y M. VIGIL, "La organización social de los cántabros y sus
transformaciones en relación con los orígenes sociales de la Reconquista", en
Hispania Antiqua, 1, 1971, págs. 197-232, recogido en Sobre los orígenes sociales
de la Reconquista, Barcelona, Editorial Ariel, 1974; J.C. BERMEJO, "Tres notas
sobre Estrabón. Sociedad, derecho y religión en la cultura castreña", en Gallaecia
3/4, 1977-78, págs. 71-90; E. CANTARELLA, L'ambiguo malanno. Condizione e
immagine della donna nell'antichitá greca e romana, Roma 1985 (2.a edición); R.
FOX, Sistemas de parentesco y matrimonio, Madrid, Alianza Universidad, 1972;
M.C. GONZÁLEZ RODRíGUEZ, Los vadinienses a través de su epigrafía latina. Tesis
de Licenciatura. Vitoria, 1981 y AAVV, La femme dans le monde Mediterranéen, 1.
Antiquité. Lyon, Maison de l'Orient, 1985.
Sobre el hospitium la bibliografia más interesante es la siguiente: J.M. RAMOS
LOSCERTALES, "Hospicio y clientela en la España céltica", Emerita, 10, 1948, págs.
308-337; M. LEJEUNE, Celtiberica, Salamanca, 1955; F J. LOMAS, "Instituciones
indoeuropeas", en Historia de España Antigua. Vol. I. Protohistoria, Madrid, Ed.
Cátedra, 1980, cap. IV; M. SALINAS DE FRAY, "La función del hospitium y la
clientela en la conquista y romanización de Celtiberia", en Studia Histórica, 1, 1983,
págs. 21-41; A. COELHO FERREIRA DA SILVA, "As tesserae hospitalis de Castro de
Senhora de Saúde ou Monte Mourado (Pedroso.V.N. da Gaia). Contributo para o
estudio das instituiçoes e povoamento da Hispania Antiga", en Gaia, 1, 1983, págs.
9-26 + mapas, fotos y láminas, así como un interesantísimo cuadro sinóptico de las
tesseras de hospitalidad de toda Hispania; G. PEREIRA MENAUT, "Cambios
estructurales versus romanización convencional. La transformación del paisaje
político en el Norte de Hispania" en Estudios sobre la Tabula Siarensis, Madrid,
C.S.I.C., 1988, págs. 245-259; M.D. DOPICo, La Tabula Lougeiorum. Estudios
sobre la implantación romana en Hispania, Vitoria-Gasteiz, Anejo n° 5 de Veleia,
1988 y, de la misma autora, el interesante artículo que recoge y sintetiza el sentir
actual sobre el tema, "El hospitium celtibérico. Un mito que se desvanece",
Latomus, 48, fasc. 1, 1989, págs. 19-35.
Es quizá el de la economía uno de los capítulos donde más escasos son los estudios
monográficos; por ello aún son válidos títulos ya un poco antiguos como J. COSTA,
Colectivismo agrario en España, Buenos Aires, 1944; F. LÓPEZ CUEVILLAS, Las
joyas castreñas, Madrid, 1951 y "El comercio y los medios de transporte en los
pueblos costeños", Cuadernos de Estudios Gallegos, 10, 1955, págs. 145-153; J.M.
BLÁZQUEZ, "La economía ganadera de la España antigua a la luz de las fuentes
literarias griegas y romanas", Emerita, 25, 1957, págs. 159-184 y "Economía de los
pueblos prerromanos del área no ibérica hasta la época de Augusto", en Estudios de
Economía antigua de la Península Ibérica, Barcelona, Ed. Vicens Vives, 1968, págs.
ir 191-269; M. SALINAS DE FRíAS, "Algunos aspectos económicos y sociales de los
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 246 / 252

pueblos prerromanos de la Meseta", en MHA, 3, 1979, págs. 73-79; G. LÓPEZ


MONTEAGUDO, Expansión de los "verracos" y características de su cultura,
Universidad Complutense, Madrid, 1983. A esto hay que añadir los capítulos
correspondientes de los manuales al uso (Cátedra, Labor, Espasa Calpe, Rialp,
etc.).
Aparte de las obras de carácter general citadas en el apartado dedicado a la religión
de los iberos, conviene señalar como específicas J. LEITE DE VASCONCELHOS,
Religióes da Lusitania, II vol., Lisboa, 1905 (reimp. facs., Lisboa, 1981); J. M.
BLÁZQUEZ, "Las religiones indígenas del área N.O. de la Península Ibérica en
relación con Roma", en Legio VII Gemina, León, 1970, págs. 63-77; J.C. BERMEJO,
"La religión y la mitología castreñas: problemas metodológicos. La guerra y los
dioses de la guerra. Los ratones y los dioses: la representación de la plaga y la
peste en el pensamiento antiguo y Los dioses de los caminos", en La sociedad en la
Galicia castreña, Santiago de Compostela, 1978, págs. 27-117; M.L. ALBERTOS, "A
propósito de algunas divinidades lusitanas", en Symbolae L. Mitxelena oblatae, vol.
I, Vitoria, 1985, págs 469-472 y F. MARCO SIMÓN, "La religión de los celtiberos" en
I Symposium sobre los celtíberos, Daroca, 1986. Institución "Fernando el Católico",
Zaragoza, 1987, págs. 55-74 y G. SOPEÑA, Dioses, ética y ritos. Aproximaciones
para una comprensión de la religiosidad entre los pueblos celtibéricos, Zaragoza,
Prensas Universitarias de Zaragoza, 1987, que recogen toda la bibliografia anterior.
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 247 / 252

17. Las lenguas prerromanas de la península ibérica

Época: Periodo prerromano


Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Siguientes:
Bibliografía sobre las lenguas peninsulares prerromanas

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Es éste quizá uno de los aspectos que en la actualidad está siendo objeto de mayor
dedicación por parte de los lingüistas, como puede verse, por ejemplo, con la
celebración de los Coloquios sobre Lenguas y Culturas Prerromanas (los dos
primeros) y Paleohispánicas (los tres últimos) de la Península Ibérica. Pero no se
centran, como en épocas anteriores, en la ubicación de las lenguas que se hablaban
(y se escribían) en la Península Ibérica antes de la llegada de los romanos y su
delimitación, sino que es más bien un triple intento de descubrir hasta dónde sea
posible su origen, en el caso de que éste no sea conocido, descifrar aquellas
lenguas que no nos son conocidas, así como su naturaleza; si son alfabéticas, si son
semisilábicas, y resaltar las diferencias entre lenguas que son parecidas.
No es el momento ni el lugar de hacer una historia de las investigaciones, ni de
comenzar con discusiones lingüísticas, sino de dar un panorama general de las
lenguas que, según el estado actual de nuestros conocimientos, se utilizaban en la
Península antes de que el latín se impusiera sobre todas ellas, salvo el reducto
pirenaico del vasco.
En este sentido es fundamental y punto de arranque de la investigación posterior la
obra de A. Tovar publicada en 1961, The Ancient Languages of Spain and Portugal,
quien, a partir de los documentos escritos, establecía cuatro lenguas prerromanas
en la Península, además del vasco que, para otros autores como Schmoll o
Untermann más recientemente, no era una de las lenguas que existían en España
antes de la llegada de los romanos, sino que fue quizá introducido en época romana
o posterior.
En primer lugar hay que decir que puede mantenerse, aunque con matizaciones, la
antigua división, que reflejan los modernos mapas de Tovar y Untermann, entre
Hispania indoeuropea (con topónimos en -briga) opuesta a la no indoeuropea (con
topónimos en uli-, ili-). Dentro de la zona indoeuropea hay dos lenguas claramente
diferenciadas, el lusitano y el celtibérico, mientras que en la zona no indoeuropea
encontramos la lengua del Suroeste de la Península, donde se realizó la más
primitiva escritura hispánica; y el ibero, con testimonios por todo el Levante, el
valle medio del Ebro, Cataluña y hasta el norte de Narbona en territorio francés.
Los documentos más antiguos de la lengua del Suroeste son grafitos sobre
cerámica (siglo VII-VI a. d C.) hallados en Andalucía (Huelva) y Extremadura
(Medellín) y las lápidas sepulcrales sobre todo del Algarve en Portugal. De la
epígrafia del Suroeste conocemos en la actualidad más de 70 estelas, algunas sólo
HISTORIA DE ESPAÑA Pag. 248 / 252

fragmentos; salvo 5 todas han sido halladas en territorio portugués, en el Algarve,


al sur de Aljustrel y al oeste del Guadiana. Los arqueólogos portugueses piensan
que pertenecen a la primera Edad del Hierro (siglo VII a V-IV a. C.). Son más
abundantes los textos escritos de derecha a izquierda que los escritos de izquierda
a derecha.
Según Correa, lo que podemos leer de los textos suena distinto del ibero,
afirmando este autor que la ausencia que más caracteriza, de momento, a esta
desconocida lengua frente al ibérico es la de -il, que tan documentada está en
textos, topónimos y antropónimos ibéricos, tanto del Sudeste como levantinos. Este
mismo autor se inclina por pensar, siguiendo a Tovar, que se trata de la
escritura tartesia propiamente dicha y que debe ser denominada como tal, referido
a un sistema gráfico y también lingüístico y no prejuzgando sobre la extensión
territorial del dominio tartesio.
En fin, tanto los textos escritos en esta lengua, como los de las siguientes de las
que vamos a hablar (del vasco no conocemos textos equiparables a los de las
demás para esta época), son textos a partir de los cuales se puede establecer un
signario, aunque en caso del ibero a partir de Gómez Moreno podemos comprender
la estructura interna de esta escritura, pero de los que, hasta el presente no nos es
posible conocer el contenido en su totalidad.
Los iberos, al igual que hemos visto para otros aspectos de su sociedad, aprenden a
escribir como consecuencia de dos influencias diversas, la griega y la meridional
desde el alto Guadalquivir, quizá sumada a influencias fenicias.
La distribución geográfica de los documentos en lengua ibera se extiende desde
Almería y Murcia (zona denominada del Sudeste de España) hasta el río Herault en
el sur de Francia. Su penetración hacia el interior es difícil de fijar, pues lo único
que sabemos con seguridad es que en época romana alcanza la región de Jaén y en
el valle del Ebro llega hasta Zaragoza. Los soportes de estas inscripciones son
variados, destacando las cerámicas pintadas, sobre todo de la zona Liria-Azaila, los
denominados plomos ibéricos, que son piezas exclusivamente epigráficas, sin otro
objeto que el de ser soporte de la escritura, entre los que se encuentran el de El
Cigarralejo en Mula (Murcia) y el de la Serreta de Alcoy, escritos ambos en alfabeto
griego, por lo que tenemos alguna información adicional al ser más rico y diverso el
alfabeto griego que el ibérico (por ejemplo el ibérico no distingue entre sordas y
sonoras o fuertes-suaves en las oclusivas, mientras esta distinción se hace
regularmente en escritura griega y latina), y muchos que han aparecido y siguen
apareciendo en la zona de Cataluña (Ullastret y alrededores), algunos muy largos y
escritos todos ellos en alfabeto ibérico, las lápidas sepulcrales, que carecen de un
formulario como las de El Algarve y reflejan una tradición diferente, y, por
supuesto, las leyendas monetales, muy abundantes en la zona.
Como decíamos más arriba, Gómez Moreno logró comprender la estructura interna
de la escritura ibérica, mezcla de alfabeto y silabario, utilizando sistemáticamente
la comparación de los topónimos y étnicos transmitidos a la vez en las fuentes
clásicas -literarias y monetales- y en las monedas con letreros en escritura ibérica.
Actualmente podemos descubrir con relativa seguridad los nombres propios debido
a la feliz coincidencia de que se haya conservado el denominado Bronce de Ascoli,
donde se recoge la concesión en el año 89 a.C. de la ciudadanía a los componentes
de la Turma Salluitana, procedentes del valle del Ebro, por el padre de Pompeyo el
Grande a causa de los servicios prestados y en el que aparecen indígenas con
nombre ibérico y otros con nombre latino pero con el del padre todavía indígena. El
elevado número de nombres propios de este documento está permitiendo que sea
utilizado como patrón para la identificación de los nombres de personas que
aparecen en los demás documentos. A partir de este texto se descubre que la
estructura canónica de los nombres propios es de compuestos bimembres y cada
miembro consta normalmente de un elemento bisilábico. Por ejemplo, Illur-tibas
Bilus-tibas f., aunque también los hay monosilábicos (sufijos), Enne-ges, Biur-no,
etc.
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Por otra parte, parece que hoy se conocen varias secuencias gramaticales: -mi, -
armi, -enmi para indicar posiblemente la posesión, pues van detrás de los nombres
personales. A su vez en la fórmula are tace en estelas sepulcrales quizá pueda
ponerse en relación con la latina hic situs est.
Dentro del área de la escritura ibérica quiere verse una distinción entre dos zonas,
cuya diferencia más clara estaría dada por los signos utilizados, la zona del Este y
Cataluña y la zona del Sudeste (Murcia y Almería).
En cuanto a la tradicional relación entre el vasco y el ibérico encontramos una serie
de coincidencias fonológicas en ambas lenguas: falta de p, f y m; falta de r- inicial
(latín rota "'rueda" – errota "molino"; falta del grupo oclusiva + líquida (latín crux,
vasco gurutz); cinco vocales en un sistema idéntico al castellano, pero no al gallego
o al catalán, entre otras. Estas coincidencias se explican por ser lenguas en
contacto y no es exclusiva de estas dos lenguas concretamente, sino que es un
fenómeno muy extendido. Como ejemplo más significativo de situaciones parecidas
puede aducirse la liga balcánica: griego, macedonio, rumano y búlgaro, lenguas con
orígenes muy diversos, pero con coincidencias fonológicas y de otro tipo.
Por otra parte hay también una relación onomástica ibérico-vasca: ibérico
belès/bels -vasco beltz, "negro" - aquitano -belex, -bels; ibérico Enneges (de la
Turma Salluitana) -vasco Eneko (vasco medieval Enneco) - español Iñigo; ibérico -
iaunliaur-, vasco iaun/iaur "señor", Jauregui. Pero la equivalencia onomástica no es
lo mismo que equivalencia lingüística de modo automático.
Por lo que respecta al celtibérico, decir que en el área indoeuropea de la Península
es probable que a mediados del primer milenio a. C. existiesen distintos dialectos
procedentes del mismo tronco común indoeuropeo y que únicamente, cuando
varios de ellos hayan llegado a alcanzar una cierta homogeneidad entre sus
características, se convirtieran en lenguas, favorecido, además, este proceso, como
piensa De Hoz, por estímulos políticos o culturales fuertes, como debió ocurrir en el
caso de los celtíberos y en el de los lusitanos.
La onomástica indígena de la zona tiene elementos comunes precisamente por este
origen común, pero no quiere esto decir que todos hablaran la misma lengua.
Esta diferencia de lenguas dentro de lo que genéricamente podríamos denominar
área indoeuropea se ve muy claramente entre el celtibérico y el lusitano. El
celtibérico es una lengua céltica de rasgos muy arcaicos, que está documentado en
inscripciones realizadas en escritura ibérica, lo cual es una dificultad adicional por
las carencias de la escritura ibérica para reproducir una lengua distinta a la ibera.
Entre los documentos celtibéricos más importantes destacan el Bronce de Luzaga y
el de Botorrita en escritura indígena (conocemos otro en Botorrita, la denominada
Tabula Contrebiensis, pero está escrito en latín), así como las inscripciones en
escritura latina de Peñalba de Villastar. En la gran inscripción de Botorrita tenemos
123 palabras en las 11 líneas del anverso y 14 nombres personales con los cuatro
elementos característicos nombre personal + unidad suprafamiliar + genitivo del
nombre del padre que expresa la filiación + una palabra que debe indicar
magistratura, aparte de 4 posibles indicaciones de localidades de origen. La tésera
de hospitalidad de Luzaga (Guadalajara) en letras celtibéricas tiene 26 palabras y la
más extensa de Villastar 18. Precisamente a partir de la abundante documentación
existente, en la que los letreros monetales constituyen un elemento de primer
orden, hoy podemos fijar lingüísticamente un territorio celtibérico, cuyos límites
están en el río Ebro en la Rioja, siguiendo hasta Botorrita, la antigua Contrebia
Belaisca; de aquí por el Huerva incluyendo Teruel por las inscripciones de Villastar y
un límite sur que dejaría dentro del territorio a Valeria y Segóbriga; el límite oeste
dejaba entre los carpetanos a Complutum-Alcalá de Henares, y pasando el Sistema
Central deja parte del territorio de Segovia dentro y la mayor parte en territorio
vacceo, incluye Clunia y vuelve hasta el Ebro en el lugar de inicio. Es muy
interesante a tal efecto el artículo de M.L. Albertos sobre la onomástica de la
Celtiberia en el II Coloquio de Lenguas y Culturas prerromanas de la Península
ibérica.
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Hoy sabemos que el celtibérico es una lengua céltica, pero las inscripciones
celtibéricas son muy difíciles de traducir, pues los celtas que aparecen como
celtíberos estaban en la Península desde antes del siglo VII a. C., tuvieron un
desarrollo independiente prolongado y no tenemos ninguna lengua del grupo que
haya sobrevivido.
Acerca del lusitano, decir que en el año 1935 Herrando Balmori afirmaba que la
inscripción aparecida en un peñasco en Lamas de Moledo, pocos kilómetros al
nordeste de Viseo, estaba escrita en un dialecto céltico arcaico, con nombres
parecidos a los ligures. Hacia 1959 se halló una inscripción semejante a la anterior
en el Cabelo das Fráguas, cercano a la ciudad de Guarda, que tenía en común con
la anterior el término "porcom". Este nuevo hallazgo permitió relacionar con éstas
la perdida de Arroyo del Puerco en Cáceres, con la forma indi común a la del
Cabeço. Las tres habían aparecido, además, en territorio lusitano.
La escasez de documentos no ha sido óbice para que ante esta posible lengua se
hayan perfilado dos posturas, la de quienes piensan que hay indicios claros y
suficientes de naturaleza fonológica y morfológica para pensar en una lengua
indoeuropea occidental distinta del grupo céltico y, por ende, del celtibérico, y los
que, basándose en la homogeneidad en el empleo de la onomástica personal y en
la existencia de topónimos en -briga en todo el área indoeuropea, así como en la
falta de datos, piensan que se trata de una lengua de tipo céltico. Tovar y
Untermann serían los más claros representantes de una y otra postura
respectivamente.
En nuestro caso nos inclinamos porque el lusitano tiene un carácter independiente
no céltico, a partir del refuerzo que para la tesis de Tovar han supuesto los trabajos
de Schmidt y Gorrochategui, que dan poco valor a los criterios onomásticos y se
basan en argumentos de tipo fonológico (mantenimiento de la *p indoeuropea,
tratamiento de las aspiradas indoeuropeas y el léxico gramatical). Estamos de
acuerdo con Tovar, cuando afirma que "las invasiones indoeuropeas no fueron en
realidad siempre de grandes naciones organizadas, sino de grupos mayores o
menores, que generalmente no llegaban por de pronto a organizarse en grandes
territorios lingüísticos. Las lenguas de gran extensión sólo la lograron por
asimilación de grupos menores y por influencias políticas, religiosas, económicas,
etc. El lusitano como lengua es el único ejemplo en la península que podemos
contraponer al celtibérico como otro dialecto indoeuropeo que ha llegado a
nosotros".
Por último, con respecto al vascuence y como planteamiento metodológico inicial,
es necesario distinguir entre esta lengua, que se ha denominado por algunos
autores "pirenaico antiguo" y que actualmente se nombra como euskera, lengua no
sólo prerromana, sino, según todos los investigadores, preindoeuropea, y el pueblo
de los vascones históricos, situados por los textos greco-latinos de época romana
en el territorio de Navarra y algunas zonas aledañas (Noroeste de Guipúzcoa
alrededor de Irún, zona de la margen derecha del Ebro en la actual Comunidad
Autónoma de La Rioja después de la expansión de los siglos II-I a. C., la zona de
las Cinco Villas en Aragón, y la zona Noroccidental de Huesca hasta el territorio de
los iacetanos con su centro en Jaca). Porque, además, está suficientemente
demostrado en distintas etapas y lugares que no es posible hacer una identificación
mecánica entre pueblo y lengua.
Para esta pequeña exposición seguimos un artículo de Gorrochategui, citado en
la bibliografia. Según este autor en la actualidad parece evidente que en una zona
determinada del litoral del Golfo de Vizcaya, entre Bilbao y Biarritz, siguiendo hacia
el interior por la zona al norte de la Cordillera Cantábrica y a ambos lados de los
Pirineos occidentales hasta la provincia vascofrancesa de Soule se atestigua
directamente desde el siglo XVI d.C. e indirectamente desde el siglo XI-XII una
lengua no indoeuropea que ha sufrido un retroceso desde sus más avanzadas
posiciones medievales.
Pero, ¿cuál era la situación a la llegada de los romanos?. Se piensa por parte de
Bähr y Michelena que en la zona vasco-aquitana el aquitano representa un estadio
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antiguo del vasco o de una lengua íntimamente relacionada con él. El río Garona
sería el límite a la llegada de los romanos, aunque Burdeos y alrededores, por las
noticias de Estrabón, quedarían fuera. Desde allí río arriba hasta la altura de Agen,
donde se separaría hacia el sur para ir al encuentro del Garona sin encontrarlo; la
línea en dirección norte-sur dejaría a Tolosa al este para alcanzar el Garona,
traspasándolo por el desfiladero de Boussens, englobando por la derecha el valle
pirenaico del Salat. El vasco histórico del norte de los Pirineos sería continuación del
hablado allí en época romana. Por lo que se refiere al vasco peninsular, aunque
carecemos de datos para establecer la división entre vasco e ibérico en la zona
central de los Pirineos, Gorrochategui piensa que no hay argumentos suficientes
para probar la afirmación que hacen algunos autores de la presencia del vascuence
en la zona al este del valle de Arán. Para la zona de vascones, várdulos y caristos
hay una serie de datos que, aunque no muy abundantes, permiten suponer a
Gorrochategui que el vasco era una lengua de uso y que razones sociolingüísticas o
de la naturaleza de la misma hicieron que sus hablantes "no consignaran por escrito
sus nombres o bien que hubieran aceptado la antroponimia de las personas que se
expresaban en una lengua más prestigiosa que la suya". Sería el caso de algún
dialecto indoeuropeo y, más tarde, del latín.
Lo que sí parece claro, tanto para Gorrochategui como para los autores antes
citados, es que el vasco (o una forma antigua del mismo) ya existía del lado de acá
de los Pirineos en época prerromana.
En contra está la opinión del prestigioso lingüista J. Untermann, que recoge una
idea ya expresada por Schmoll y que afirmó que "posiblemente hay que aceptar
que el vasco no perteneció a las lenguas antiguas hispanas: quizá fue introducido
por primera vez en la Península con los desplazamientos de población de época
romana o altomedieval".
Pero, como afirma el propio Gorrochategui, "intentar establecer los límites precisos
del antiguo vasco en la Península es empresa hoy por hoy, a falta de materiales,
imposible, y el intentar establecerlos con exclusividad en oposición a las otras
lenguas de la zona, un error".
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1.17.1. Bibliografía sobre las lenguas peninsulares prerromanas


Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Las lenguas prerromanas de la península ibérica

(C) ARTEHISTORIA

Comentario

Aún hoy sigue siendo fundamental el libro de A. TOVAR, The Ancient Languages of
Spain and Portugal, Nueva York, S.F. Vanni Publishers and Booksellers, 1961.
Puede verse también como estudio antiguo de carácter general J. CARO BAROJA,
"La escritura en la España prerromana", Historia de España dirigida por R.
Menéndez Pidal, I, 3, Madrid, 1954, págs. 677-812 y, más recientemente, J.
UNTERMANN, "La varietá linguistica sull'Iberia prerromana", AI í2 N, 3, 1981, págs.
15-35; J. DE HOZ, "Las lenguas y la epigrafia prerromanas de la Península Ibérica",
Actas del VI Congreso Español de Estudios Clásicos. Unidad y pluralidad en el
mundo antiguo, Madrid, 1983, págs. 351-396 y J. UNTERMANN, "Die
althispanischen Sprachen", Aufstieg und Niedergang der römischen Welt, II, 29, 2,
1983, págs. 791-818.
Son igualmente importantes para este tema muchos de los artículos recogidos en
las Actas de los cuatro Coloquios sobre Lenguas y Culturas Prerromanas
(Paleohispánicas) de la Península Ibérica, editados los tres primeros en la
Universidad de Salamanca y el IV en Vitoria n° 2-3 de la revista Veleia, del Instituto
de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad del País Vasco. Estos artículos tienen
por objeto alguna de las zonas lingüísticas que hemos estudiado a lo largo de este
capítulo.
Como trabajos específicos referidos a alguna de las lenguas prerromanas y no
recogidos en las Actas mencionadas conviene resaltar los siguientes: los estudios
de M. GÓMEZ MORENO sobre el ibérico y recogidos en Misceláneas: Historia-Arte-
Arqueológía, Madrid, 1949, "De epígrafia ibérica: el plomo de Alcoy", págs. 219-
231, "Sobre los iberos y su lengua", págs. 233-256 y "La escritura ibérica", págs.
257-281. Sobre el celtibérico conviene ver M. LEJEUNE, Celtiberica, Salamanca,
Universidad, 1955; J. DE HOZ y L. MICHELENA, La inscripción celtibérica de
Botorrita, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1974 y A. BELTRÁN y A. TOVAR,
Contrebia Belaisca. I: El bronce con alfabeto ibérico de Botorrita, Zaragoza,
Universidad de Zaragoza, 1982. Para el vasco son interesantes L. MICHELENA,
"Romanización y lengua vasca", en Fontes Linguae Vasconum, 1984, págs. 189-
198; J. DE Hoz, "El euskera y las lenguas vecinas antes de la romanización", en
Euskal Linguistika eta Literatura: Bide Berriak, Bilbao, 1981, págs. 27-56; J.
GORROCHATEGUI, Estudio sobre la onomástica indígena de Aquitania, Bilbao,
Universidad del País Vasco, 1984 y, del mismo autor, "Historia de las ideas acerca
de los límites geográficos del vasco antiguo", en Anuario "Julio de Urquijo", 19, 2,
1985, págs. 571-594.

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