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Hablando de libertad, es útil recordar que Dios ha creado al Hombre para ser
libre. En efecto, el hombre y la mujer son la corona de la creación y como nos enseña la
Biblia, todo el resto de lo creado ha sido sometido a su dominio. Nosotros somos,
además, las únicas criaturas capaces de razonar, de hablar y por lo tanto de dialogar con
Dios y entre nosotros. De entender y de decidir, usando el gran don de la libertad.
Una de las tantas tragedias que acabamos de analizar en la primera lectura del
libro de Judith, en la que una viuda hebrea, en un momento difícil de gran confusión ha
sido llamada a librar al pueblo de Israel de la ocupación y del exterminio. Una mujer
simple pero piadosa, movida por una profunda fe en Dios, llega a ser el instrumento de
salvación para toda la nación. Judith, sin embargo no considera que la victoria sea
mérito suyo, sino que proclama, en cambio, el poder invencible de Dios, que sólo él es
grande y glorioso. Y con agradecimiento exclama “Que te sirvan todas las criaturas
porque tu dijiste que fueron hechas, enviaste tu espíritu, él la formó y nadie puede
resistir a tu voz”.
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Dios respeta al hombre, le deja la libertad de decidir su propio destino. Pero esa
libertad nos hace responsables de nuestras acciones y requiere, por tanto, el justo uso de
la libertad. Y es precisamente Nuestra Señora de la Merced quien nos introduce en el
justo uso de la libertad.
Cuando el Ángel Gabriel le preguntó si estaba dispuesta a ser la madre del Hijo
de Dios, ella respondió con energía aceptando la voluntad de Dios para su vida. Así
María llega a ser la madre de la gracia, madre de nuestra Merced y es así que en
adelante todas las generaciones la llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho de
ella grandes cosas.
Ser hijos e hijas de María es por lo tanto una invitación constante a imitar su
vida y a realizar la voluntad de Dios también en nuestra vida.
El Santo Padre continúa: “De hecho, un pueblo que deja de saber cual es la
propia verdad, acaba perdiéndose en el laberinto del tiempo y de la historia. Sin valores
bien definidos, sin grandes objetivos en todo tiempo y circunstancia. Una visión a favor
de una sociedad a la medida del hombre, de su dignidad, de su vocación”
Como último acto antes de morir, Jesús confía a su madre a San Juan, el
discípulo amado. Con ese gesto, que supera el amor filial, Jesús da como madre a María
no solo a Juan sino a todos aquellos que creerán en él.
Bajo la cruz, María se convierte en la nueva Eva, la mujer por excelencia que
asume la maternidad para los hermanos de su hijo. Mientras la primera Eva pensó
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Ruega por nosotros santa madre de Dios para que se alejen de tu Iglesia todo
temor, toda ansia. Que se renueve la fuerza de creer. Con esta fe llegaste a la mañana de
la resurrección. Ayúdanos Madre Nuestra para que también nosotros pecadores
podamos participar en la Pascua eterna de tu hijo.