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EL ENEAGRAMA

una brújula para el mapa y el viaje interior


PRÓLOGO

El misterio del Eneagrama está hoy más abierto hacia el futuro que ocupado
en sus orígenes. La ingente cantidad de publicaciones sobre su historia se ve
ya superada por el desarrollo e interés que suscita en los más diversos campos
(y por supuesto, con desigual fortuna). Tal vez esto haya contribuido al hecho
de que cuando uno lo descubre, genere ciertas sospechas. Y todo porque se
suele presentar como un sistema, aparentemente reduccionista, de tipos de
personalidad: en cierto sentido, este intento se viene dando ya desde antes del
Renacimiento, pero los mismos Jung o Adler hicieron sus propios estudios de
caracteres no hace tanto...
Después, a medida que empiezan a salir a la luz las conexiones de los relacio-
nados a lo largo de su historia, aunque solo fuera tangencialmente (Pitágoras,
Plotino, Ramón Llull, Dante…), emerge ante nuestros ojos como una suerte
de Arqueometro, algo ignoto que se muestra con una enorme gama de colores.
Pero el deslumbramiento llega cuando constatas que hay algo más —siem-
pre hay algo más— y Gurdjieff, Oscar Ichazo y Claudio Naranjo dan sobra-
da fe de ello. Cada uno recuperó una parte que estaba ya al principio, y sus
desarrollos fueron definitivos; revolucionarios en este campo. Esto hizo que
sus discípulos se multiplicaran y, algunos, llegaran a aportar sus respectivas
contribuciones. Caso de Diravamsa, A. H. Almaas o M. Melendo, por poner
algunos ejemplos de acercamientos desde el punto de vista de la meditación
vipassana, el sufismo o el cristianismo.
No olvidemos que en su gestación estaba anclado en la oralidad: se trans-
mitía de maestro a discípulo. La tremenda expansión de su corpus es actual,
durante el resto de su historia se mantuvo casi en secreto.
En cierto modo eso es lo que hace Luis Solinho en este libro, nos habla sotto
voce de sus descubrimientos. A modo de director de orquesta (recordemos
que él es músico) va articulando lo que nos quiere revelar, disponiendo en un
gran auditorio todos los instrumentos. Con un ritmo cadencioso, interpreta
su discurso adentrándose en sonidos hasta ahora ignorados. Para ello no duda
en unir lo dodecafónico con lo tribal, las matemáticas y la física con lo chamá-

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nico. Y lo hace con el mismo rigor con el que ha cuidado el modo de utilizar
las palabras. No era tarea fácil, pero su esmero etimológico ha supuesto un
impulso de pionero: muchos de los términos que se utilizan aquí, tendrán que
ser de uso común (nirvana, mantra, karma o tántrico; por ejemplo).
Este es el Luis Solinho de la voz; el del cuerpo… el que no duda en sus
talleres de pintar la mismísima figura del Eneagrama en el suelo para que los
invitados pisen tierra.
Pero luego está Sherab Dorje (nombre tántrico) que un día tuvo el auspi-
cioso encuentro con su Lama Tashi Lhamo. Es en este momento cuando, de
algún modo y entre otras muchas cosas, se planta la semilla de este libro (que,
hay que decirlo, ha sido el resultado de siete largos años de trabajo). Después,
progresivamente, las instrucciones fueron calándole como una fina lluvia.
Si pensamos en la tradición de los autores anteriormente citados, en los
siglos de antigüedad de la transmisión que recibieron, da vértigo compararla
con la de este linaje: Lama Tashi Lamo tiene como Maestro a Khempo Tsul-
trim Gyamtso Rinpoche, además recibió durante años enseñanzas de algunos
de la talla de Kalu Rinpoche o Bokar Rinpoche. Por poco que investiguemos,
veremos que este método tiene miles de años de historia, y ella con su acerca-
miento personal, lo ha destilado para, a su vez, poder trasmitirlo. Semejante
generosidad la ha recibido Sherab Dorje, entre muchos otros, y fruto de ello
es el enorme despliegue de claves que se dan aquí para integrar la meditación
con el Eneagrama. Y la integración, ahora, es vital.
Él mismo utiliza un símil sobre este punto:
Una buena forma de representar el lugar que ocupan las terapias respecto al budismo
actual podría ser la imagen de un árbol. La raíz y el tronco son la visión, la meditación
y la conducta que nos proporciona la tradición para conducirnos sin error por el sendero
espiritual genuino, y las ramas podrían ser las diferentes terapias psicológicas, emo-
cionales o corporales, que nos ayudan a complementar la plenitud y belleza del árbol.
Quién sabe si no será esta visión integral unida a las bendiciones del linaje las
que estén impulsando ya el Cuarto giro de la rueda del Dharma. Por tanto, esta
es la contribución de Sherab Dorje; la mente del autor.
Aunque aún falta una parte; su corazón. Luis Sánchez Soliño, el que termina
aunando en sí los nombres. Aquellos que tenemos la suerte de conocerlo so-
mos testigos: hemos compartido con él risas y música, bailes e ideas. Pero sobre
todo, vemos asombrados la relación que mantiene con su hija. Solo él sabe lo
que ha luchado para que Lili tenga más vida, desde el mismo día en que fue
a por ella allende los mares. Que además haya tenido tiempo y energías para
escribir este libro, hemos de contemplarlo bajo la luz de la compasión.

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No constaría esto aquí si no fuera porque es gracias a esta unión —cuerpo,
mente, corazón— que hoy podamos leer estas páginas de Luis Solinho (She-
rab Dorje).
La conjunción de este cúmulo de factores nos da la oportunidad de salir
de la sospecha inicial. Que lo que nos parecía reduccionista hoy lo apreciemos
como una forma de conocimiento de la esencia más profunda propia y del
otro. Que eso mismo ¿nos mueva a la empatía? y ésta, ¿a la audacia? Y que
sea la meditación la que permita desarrollarnos como seres que busquen el
despertar para la liberación de todos los demás.
Mientras: contemplemos el misterio.

Roge Gómez Sánchez


Salamanca, mayo 2017

NOTA BENE: Los términos utilizados en este Prólogo son profusamente aclarados en
el libro; así como los datos, biografías y bibliografías de los autores.

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PREFACIO

La primera vez que entré en contacto con el símbolo del eneagrama fue en mi
juventud a través de un proceso de psicoterapia, donde la psicoterapeuta me
recomendó leer el libro de Claudio Naranjo El eneagrama de la sociedad. Su
lectura representó un fortísimo impacto para mí, un acto de contrición donde
me decía a mí mismo: ¿Cómo he podido yo vivir de esta manera tan equivocada?
Me sorprendió la tremenda eficacia que tenía en la descripción del «lado
oscuro» de las personas. Años más tarde, cuando me acerqué a la terapia Ges-
talt a través de Mario Fernández Alameda y su Instituto Gestalt Counselling,
volví a encontrarme con el símbolo, puesto que también él lo usaba en sus
consultas y talleres. Eso me llevó a continuar investigando y estudiando sobre
el tema, encontrando que quienes más utilizaban esta herramienta en Europa
y las Américas eran las personas vinculadas al mundo de la psicoterapia y,
concretamente, la psicología humanista.
Encontré que sus propuestas señalaban de una forma tremendamente certe-
ra los entresijos de la personalidad humana que podía vislumbrar tanto en mí
como en mi entorno familiar y relacional. Sin embargo, tampoco la psicología
de los eneatipos de Claudio Naranjo me daba ninguna solución; diagnosti-
caba de forma eficaz la enfermedad de los automatismos, las pasiones, en de-
finitiva los condicionamientos de carácter tan fuertes y presentes en nuestras
vidas, pero no prescribía la medicina que curara dicha enfermedad.
Utilizando la perspectiva que proporciona la geometría del símbolo, me-
diante este estudio te reconocías totalmente anclado en un determinado
punto, pero sin llegar a alcanzar la comprensión completa y profunda que
proporciona el dinamismo que la totalidad del símbolo representa, entre
otras cosas porque no nos había llegado ese conocimiento y porque apenas
se tenían en cuenta a los eneagramas superiores, o se consideraban práctica-
mente inaccesibles al ser humano ordinario. Se le daba una utilidad funcio-
nal que servía para clasificar a las personas según el color que adoptara cada
una de sus diferentes formas de neurosis, sin alcanzar a comprender cuál es
su esencia fundamental.

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Buscando esa transformación liberadora, años más tarde comencé mis es-
tudios y práctica de budismo y meditación, en cuyo entorno de practicantes
el tema suscitaba desconfianza, escepticismo e incluso cierto rechazo. No so-
lamente el conocimiento de la psicología de los eneatipos, sino en general,
todo el que provenía de la psicología humanista occidental, en muchos casos
simplemente porque no forma parte de la tradición. Por tanto, en mi fuero in-
terno, de alguna forma tuve que renunciar al conocimiento que proporcionaba
el llamado «eneagrama de la personalidad» para centrarme en los vastísimos
conocimientos que proporcionan la visión y la meditación de las enseñanzas
budistas. No obstante, sin saber por qué el símbolo del eneagrama continuó
ejerciendo un poderoso atractivo en mi interior.
Por otra parte, permanecer en contacto con personas del entorno de la psico-
logía humanista me hizo comprobar también la desconfianza y el escepticismo
que a la mayoría de éstos les provocaba todo lo que proviniera de tradiciones
espirituales ancestrales o religiones, puesto que consideraban que las personas
que adquieren un sistema de creencias sin haber revisado aspectos profun-
dos de su psique, sus emociones, sus relaciones y en definitiva, de su modo
de funcionamiento habitual a través de la terapia, no realizan una auténtica
transformación tan dolorosa como sanadora, que saque a la luz las cualidades
más profundamente humanas de la persona.
Efectivamente, las tradiciones espirituales hacen hincapié en los aspectos
más profundos de la persona realzando la importancia de alcanzar la ilumina-
ción para beneficiar a todos los seres a través del recorrido de un camino, que
en el caso del budismo incluye el trabajo interno con las propias emociones
aflictivas, pero donde no se considera primordial conocer e investigar los me-
canismos neuróticos de la persona, sino más bien las causas de éstos.
Este choque viene a ser, en definitiva, lo que siempre nos encontramos los seres
humanos equipados con nuestros sistemas de ideas, pues nos cerramos bas-
tante a todo lo que no quede contenido dentro de un paquete de creencias
que nos proporcione cierta seguridad. Sin embargo, este tema de la psicología
de los eneatipos del eneagrama fue extendiéndose cada vez más entre busca-
dores, de tal forma que incluso comprobé que algunos compañeros míos de
práctica lo estaban utilizando secretamente de forma individual, o bien leyendo
sobre el tema o acudiendo a talleres, pues comprobaban que podían reconocer
con claridad determinados aspectos de sus patrones psicológicos habituales que
condicionaban de forma muy determinante sus vidas.
Años más tarde, cuando ya comenzaba a tener cierta comprensión de las
enseñanzas budistas, sentí la necesidad de unificar estos dos sistemas de ense-

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ñanzas, lo que supuso el nacimiento de este libro. Para ello comencé a investi-
gar la parte sabia o sagrada del sistema de los eneagramas, aquellos centros su-
periores de inteligencia de los que hablaba Gurdjeff, que definió Oscar Ichazo,
y que apenas había sido tratada en los libros del eneagrama de la personalidad.
Por ello, mi investigación incluyó otras aproximaciones al conocimiento de los
eneagramas diferentes de las de Claudio Naranjo y sus discípulos. Entonces
me di cuenta de que había ahí todo un mundo: los conocimientos de Gurdjeff,
la visión del eneagrama de las hermandades sufíes, el protoanálisis de Oscar
Ichazo que incluía las Ideas de Platón, etc.
Nuevamente se me presentaron todos estos conocimientos como disgre-
gados, sin aparente conexión los unos con los otros, por lo que sentí, al igual
que con las enseñanzas budistas, la necesidad de unirlos todos en un solo
sistema incluyente, en cierto modo a contracorriente de la tendencia habitual
imperante en nuestro mundo de compartimentar, dividir y clasificarlo todo
en cómodas casillas que faciliten a la mente conceptual una asimilación rápida
y frugal del conocimiento.
Comencé mi investigación por el eneagrama de las nueve Ideas Santas, tra-
tando de incluir en cada uno de los puntos la visión de las tradiciones antiguas
de sabiduría de la humanidad, como la helénica, la sufí o la taoísta con las que
conecté profundamente, y más extensa y concretamente la visión del budismo
sobre cada una de dichas Ideas. Mi sorpresa fue descubrir que no había tanta di-
ferencia entre las visiones de unas tradiciones ancestrales de sabiduría y las otras,
y que el eneagrama permitía establecer unas perfectas relaciones de interdepen-
dencia e interconexión de las propias Ideas entre sí, conformando una visión
global de las enseñanzas. Comprendí entonces que los postulados de Gurdjeff
eran ciertos: el eneagrama es la piedra filosofal de los alquimistas, una perfecta
brújula del conocimiento que puede ser aplicable a cualquier enseñanza para
quien la sepa manejar.
Mediante el eneagrama de las Ideas Santas pude comprobar cómo se cla-
rificó de forma intelectual mi conocimiento, permitiendo acercarme a com-
prender cuál es nuestra esencia fundamental como seres humanos, y comencé
a aproximarme a descubrir, al menos intelectualmente, qué es lo que somos en
realidad. Pretender conectar este conocimiento superior con los eneagramas
inferiores que han sido extensamente divulgados me llevó a elaborar una se-
gunda parte, la caída. Aquí la cuestión era responder a la pregunta: si nuestro
estado natural es el que señalan las Ideas Santas, ¿qué nos ha pasado?, ¿cómo
es que hemos perdido totalmente el contacto con nuestra naturaleza esencial?,
¿cómo hemos llegado a esta configuración neurótica de la realidad?

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Nuevamente, los tres eneagramas de la caída y las enseñanzas budistas nos
dan una clara respuesta a estas preguntas: se trata de un estado ilusorio dua-
lista que concibe, conceptualiza, y se aferra de nueve formas diferentes a un
falso «yo». Sin embargo fue revelador descubrir que dicha ilusión fundamental
de dualidad y pérdida de contacto con la esencia de nuestra mente no nos
aparta del todo de dicha esencia, puesto que esta intensa investigación de los
eneagramas me aportó el descubrimiento de que la configuración neurótica de
cada una de las fijaciones no es más que una imitación que realiza el supues-
to «yo», de cada una de las facetas que brillan de forma especial en nuestro
Ser fundamental, y todo el impulso pasional no es más que un torpe intento
de compensar las carencias emocionales que arrastramos como consecuencia
de dicha ilusión de dualidad y pérdida. En definitiva, el carácter es una pro-
gramación defensiva que nace como consecuencia de dicha ilusión de pérdida
de contacto con nuestra sabiduría primordial.
La comprensión de esta relación de interdependencia directa entre los enea-
gramas inferiores y los superiores, me llevó a establecer una clara similitud con
las enseñanzas del budismo tántrico acerca de las cinco emociones aflictivas
y las cinco sabidurías de las cinco familias de buda, por lo que al comprobar
que ambas visiones estaban en perfecta armonía, integré dicho conocimiento
en el sistema, de tal forma que pude vislumbrar claramente que las nueve
formas de neurosis (pasiones y fijaciones), son en realidad nueve formas de
energía conceptualizada, encapsulada y bloqueada (pasadas por el tamiz con-
ceptual de la creencia y del aferramiento al yo), y por tanto, aunque cada uno
estemos más vinculados a un punto del eneagrama en particular, todos somos
partícipes en mayor o menor medida del dinamismo de las nueve formas de
energía, siendo cada persona una combinación irrepetible de las nueve. La
particular vinculación a un punto es pues, una expresión singular de una faceta
de nuestro modo de Ser fundamental.
Esta comprensión me llevó a la tercera parte, la descripción del estado neu-
rótico. Aquí pude despejar un montón de dudas que había tenido años atrás
¿por qué fallaban los test de personalidad basados en el eneagrama? ¿Por qué
no era posible, ni conveniente encajar a las personas en un número? La res-
puesta es que el sistema de los eneagramas va más allá de las coordenadas
espacio-temporales que establece la configuración de la mente conceptual.
Entonces se puede contemplar la neurosis de dos formas: una de forma es-
tática, donde aparece toda la programación defensiva del carácter (es muy
interesante este estudio pues expresa el modo particular de desequilibrio que
adoptamos en cada uno de los puntos en el que nuestro desarrollo ha quedado

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detenido). Pero el eneagrama es por definición un sistema dinámico y sim-
boliza el dinamismo de la consciencia, por tanto, hay una segunda forma de
contemplar: mirar la propia dinámica del proceso neurótico. Desde esta pers-
pectiva, no ubicamos a la persona en un punto concreto, sino comprendemos
el conjunto del movimiento de la consciencia en su estado dormido, estable-
ciendo una interrelación entre los puntos que, si lo miramos en profundidad,
nos afecta a todos. Reconocer con visión profunda estas exageraciones de los
patrones habituales, y sin aferrarse a las características de su apariencia, puede
permitir que la energía particular de cada punto pueda abrirse y desencapsu-
larse, despertando una faceta de nuestra naturaleza despierta. Esta es la visión
de la psicoalquimia de las fijaciones de la que hablaba Oscar Ichazo y también
la visión de las habilidades de relación con los patrones de las enseñanzas del
budismo vajrayana o vehículo resultante. En mi opinión, esta segunda forma
de contemplación de la neurosis es mucho más integral que la primera, pues
reduce el exceso de identificación con el carácter que realiza la persona al
darse cuenta de sus conductas y de sus motivaciones inconscientes, evitando
un nuevo reforzamiento de la adicción al yo al autoproclamar éste: «así soy
yo, este es mi carácter» y su proyección externa «así eres tú, ese es tú carácter».
Este descubrimiento me llevó a realizar una investigación musical y de res-
puesta corporal a dichos patrones, lo que trajo como consecuencia el naci-
miento de una serie de talleres llamados «Arte contemplativo a través del
eneagrama» (Arte Dharma), con objeto de trasladar al centro emocional (co-
razón) y al centro instintivo (cuerpo) el conocimiento intelectual que trajo
toda esta investigación. Investigación que continúa en este campo y cuyos
resultados me siguen sorprendiendo.
El colofón total al trabajo vino con la cuarta parte: la vuelta a casa. Aquí he tra-
tado de presentar el método de regreso a nuestro estado natural, que describí en
las Ideas Santas, mediante la práctica del Dharma. Lo más sorprendente fue po-
der ubicar en el mandala del eneagrama, con una coherencia tremenda, la esencia
de la meditación budista que había aprendido con mis maestros, estableciendo un
vínculo a través de mi propia experiencia como meditador entre cada una de las
prácticas específicas y cada uno de los puntos. Dicho vínculo es el que finalmente
resuelve los problemas de la encrucijada neurótica. A través de la introspección de
la meditación correctamente llevada a cabo, uno reconecta con su sabiduría, con
las Ideas Santas, y regresa a su estado natural (de forma temporal si es sólo una
experiencia o de forma definitiva si es una realización) para lo cual es necesario
traspasar los nueve mecanismos de defensa que perpetúan la inconsciencia a cam-
bio de comodidad u otros beneficios secundarios a los que es preciso renunciar.

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Finalmente concluye la cuarta parte y el propio libro con el eneagrama de
las virtudes, el cual apunta hacia el modo de trasladar todo este cuerpo de
conocimiento y práctica meditativa a la acción despierta en nuestras vidas.
Reconociendo el sentido de abundancia que proporciona manejarse desde el
centro emocional superior, dejamos sin efecto el sentimiento carencial que
tratan de compensar las pasiones humanas, lo que supone vivir la vida con
gran sencillez, simplicidad y espaciosidad. Aquí ha sido trascendental la in-
mensa sabiduría que contienen las paramitas budistas.
Naturalmente, tanto estas últimas revelaciones como el resto de los conteni-
dos del libro no hubieran sido posibles sin las preciosas enseñanzas y bendicio-
nes que he recibido de mis maestros, Lama Tashi Lhamo y Khenpo Tsultrim
Gyamtso Rinpoche, con quienes estoy en deuda y a quienes estaré eterna-
mente agradecido, así como al resto de fuentes de conocimiento que cito en la
bibliografía y en los agradecimientos, especialmente a Abdeslam Michel Raji,
quien me mostró las enseñanzas del punto 0, las cuales me permitieron darle
otra vuelta más al eneagrama, y devolverle todo el sentido de sacralidad que
tenía en la antigüedad.
Es mi sincero deseo que este trabajo, que me ha llevado siete largos años
de tremendos esfuerzos, pueda aportar algún conocimiento y/o ayuda tanto a
personas que vienen haciendo uso del eneagrama a través de la Gestalt, de la
psicología de los eneatipos incluida en el programa SAT de Claudio Naranjo,
como a aquellos que se hayan acercado al eneagrama por medio del Cuarto
Camino de Gurdjeff, o del Instituto Arica de Oscar Ichazo, a través de aque-
llas órdenes sufíes que trabajan con el eneagrama, así como a cualquier per-
sona que se acerque por primera vez al estudio de los eneagramas desde este
enfoque que se halla en armonía con el Dharma (las enseñanzas y la senda que
mostró el Buda). Particularmente el símbolo del eneagrama vajra ha preten-
dido incluirlos a todos ellos y también a las enseñanzas y la tradición budista,
la cual históricamente siempre ha sabido incluir y asimilar todo conocimiento
que aporte luz al camino, sea cual sea la cultura y tradición de la que provenga.
Rindo homenaje a todas las culturas y tradiciones ancestrales que en la an-
tigüedad han tenido contacto con este maravilloso símbolo, así como a todos
los investigadores modernos que lo han perfeccionado; espero no haberles
decepcionado.

Luis Solinho
Sherab Dorje
Asturias, 20 de enero de 2017

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