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ACTIVISMO JUDICIAL Y PARTICIPACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN DE

LAS POLÍTICAS PÚBLICAS


Dr. ROBERTO OMAR BERIZONCE
Fecha de recepción: 20 de abril de 2010 - Fecha de aceptación: 1 de julio de 2010

Resumen
Se propone analizar el difundido fenómeno de la judicialización de los conflictos, sus
diversas y complejas causas, y en paralelo, el denominado activismo judicial en sus varias
manifestaciones, especialmente en el ámbito procesal de la tutela de los derechos
económicos, sociales y culturales. A partir del análisis de las opiniones autorales más
reconocidas y la doctrina de los tribunales argentinos e internacionales se consideran las
técnicas procesales que se utilizan para la configuración de los procesos de interés
público, estructurales y remediales, el diálogo interinstitucional y las renovadas formas de
participación ciudadana, que son su resultado. Como conclusión, se destaca la creciente
incidencia de las decisiones de los jueces en las políticas públicas y los complejos
problemas que ello sucita, cuanto la necesaria búsqueda de criterios de ponderación y
equilibrio que preserven los límites dinámicos de la función jurisdiccional.
Palabras claves: Judicialización. Activismo. Jurisdicción. Políticas públicas.

Abstract
The purpose of this research is to analyze the widespread phenomenon known as the
judicialization of conflicts as well as its diverse and complex causes, by comparing it with
the so-called judicial activism in its various manifestations, especially in the procedural
field of the protection of economic, social and cultural rights.
From the analysis of the most recognized authors’ views and the doctrine of international
and Argentine courts, we examine the procedural techniques (structural and remedial)
used to configure public interest trials, inter-institutional dialogue and, consequentially
renewed forms of citizen participation, that are their results. As a conclusion, we highlight
the growing impact of judicial precedents in public policies and the complex issues that
arise, as well as the search of relevant criteria of weight and equilibrium that preserve the
dynamic limits of judicial functions.
Key Words: Judicialization. Activism. Jurisdiction. Public policy.
“... el fundamental carácter político que desempeñan –ahora con notable voltaje
operativo– los más altos órganos (judiciales)... los coloca en el registro más delicado,
sensible y trascendente en el tablero del Gobierno y en el ensamblado engranaje de sus
instituciones... Solo con ellos existe una sociedad libre y abierta y una república cabal
asentada en el Estado de Derecho que lleva su andar hacia el próximo Estado de
Justicia”.
A. M. Morello, La Corte Suprema en el sistema político, LEP/Lexis Nexis, La Plata/Bs.
As., 2005, pp. 15-16.

I. La misión de los jueces en un contexto de creciente fragilidad normativa y


laxitud de las relaciones subjetivas.
En las actuales circunstancias resulta notorio que afloran fenómenos paralelos,
complicados y recíprocamente influidos, cuales son la creciente judicialización de los
conflictos, el activismo judicial y con ello el empeño de participar en el “gobierno” a través de
la incidencia en las políticas públicas. Todos ellos tienen su explicación en una serie de
factores concurrentes, intrínsecamente dinámicos y por ello mutantes, que pueden resumirse
en: I) la presión por el acceso efectivo a la jurisdicción; II) creciente “inflación” legislativa; III)
novedosas y cambiantes funciones atribuidas al juez; IV) “explosión” de nuevas
conflictividades; V) el impacto de la “globalización” y de los sistemas de protección
transnacionales.
1. En primer lugar, el mayor conocimiento de los propios derechos tanto como la
disponibilidad de asesoramiento jurídico e información facilitada por los modernos
medios de comunicación masivos, han influido para generar en muchos sectores
conciencia individual y colectiva acerca de la pertenencia, y consiguiente “apropiación”
de los derechos individuales y de grupo. Singularmente positivo, este fenómeno permite
canalizar la defensa de los tradicionales derechos subjetivos, tanto como las nuevas
prerrogativas derivadas en los derechos de incidencia colectiva en general, posibilitando
la participación de los ciudadanos en la justicia. Como contracara, el mayor acceso a la
jurisdicción y la insuficiencia de las previsiones normativas para canalizarlo, genera
presiones adicionales a los jueces sea por el desborde cuantitativo de los reclamos,
cuanto por la exigencia de resolver cuestiones complejas arbitrando a menudo el
instrumental procedimental adecuado.
2. Por otro lado, la “inflación legislativa” y consecuente desvalorización del marco
normativo ha incidido cualitativa y cuantitativamente en la misión judicial. En todo el
mundo en las últimas décadas se ha operado un cambio trascendente en el rol del juez
y en el entendimiento de sus funciones, producto de un conjunto de circunstancias
confluyentes en cada situación contextual. La creciente “esfumación” de la ley, por la
recurrencia a preceptos “abiertos”, flexibles, conceptos indeterminados, sus contrastes y
“lagunas”, tanto como el inmovilismo del legislador, terminan trasladando a los jueces
funciones que son más propias de aquél, debiendo asumir tareas integrativas y de
“suplencia judiciaria”1. Se ven forzados a atender una demanda de justicia amplificada y
cualitativamente más compleja ante requerimientos perentorios de efectividad de las
garantías. Un creciente “activismo” judicial sustantivo es su consecuencia.
3. En ese cuadro, los jueces deben asumir progresivamente, junto al clásico rol del decisor
de los conflictos, nuevas funciones no tradicionales. En el proceso civil se dibuja un
modelo de juez “administrador”, “gestor”, “arbitrador” o “componedor económico o
social”. No solo en los procesos contenciosos de toda clase sino también
extracontenciosos (jurisdicción voluntaria), v.gr., autorizaciones judiciales para actos
personalísimos, como trasplantes de órganos, internaciones y tratamientos médicos,
abortos; o en los procesos de familia y de minoridad, donde actúa como “acompañante”
y “componedor” social para arbitrar las soluciones más acordes al interés superior
familiar o de los menores; o en los procesos cautelares en general, en la tutela
preventiva de daños.

1
PICARDI N., I mutamenti del ruolo del giudice nei nostri tempi, en Derecho Procesal en vísperas del siglo XXI. Temas
actuales en memoria de los Profs. I. Eisner y J.A. Salgado, coord. R. Arazi, Ediar, Bs. As., 1997, pp.398-401. La
“inestabilidad” de la ley no es sino una consecuencia de las aceleradas mutaciones colectivas, lo que no constituye en sí
mismo un suceso negativo como suele afirmarse desde posiciones escépticas, que descreen del parlamentarismo.
4. En paralelo, la explosión de la conflictividad colectiva en sectores tan diversos como los
que se relacionan con la defensa del medio ambiente, el patrimonio común histórico o
artístico y paisajístico, la salud pública y las relaciones de consumo en general, entre
otros, requiere de un instrumental procesal adecuado, novedoso y apto para tutelar los
específicos derechos e intereses “difusos” y “colectivos” o “fragmentarios” y superar las
congénitas dificultades procedimentales que plantean tales acciones, lo que ha
implicado un denodado esfuerzo creativo de la propia magistratura.
5. Las mismas exigencias presionan a los jueces ante el generalizado clamor por la
excesiva duración de los conflictos, lo que ha derivado en el reconocimiento de
específicas garantías sustentadas en los preceptos constitucionales y los tratados
internacionales, tendiente a asegurar el dictado de las decisiones en tiempo razonable,
como presupuesto sustantivo de la efectiva prestación de justicia y de las garantías de
la defensa.
6. Todavía, el fenómeno de la “globalización” del sistema de derecho y de enjuiciamiento,
con base en el derecho internacional de los derechos humanos, ha incorporado una
nota decisiva con incidencia directa en los sistemas internos nacionales, en los niveles
constitucionales, legales y reglamentarios2. La Convención Americana sobre los
Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) de 1969 contiene un cuerpo
amplio de derechos y libertades que los Estados partes se comprometen a respetar, y
su operatividad en concreto demanda de los jueces la afinación del sentido jurídico, en
ámbitos en que la función de “suplencia” legislativa se torna imprescindible.

II. El fenómeno de la judicialización de los conflictos.


Los cambios incesantes que se producen en la sociedad por la irrupción de nuevos
valores y creencias, que derivan en una mayor complejidad de las relaciones de todo tipo,
personales, familiares, contractuales, situaciones fácticas novedosas, alientan la
conflictividad en la vida de relación y al mismo tiempo ponen al desnudo la insuficiencia de
los tradicionales remedios jurídicos materiales e instrumentales. La mayor conflictividad real
o azuzada, necesariamente va a desembocar en la jurisdicción que ahora debe afrontar,
además, nuevas y cada vez más complejas demandas de justicia. La judicialización es, en
este sentido, inevitable como derivación de los vaivenes que sacuden la situación
económica, social, cultural en un tiempo dado.
Hay, sin embargo, otras diversas causas, también endógenas al sistema judicial, de
singular peso, que contribuyen al fenómeno de la expansión de la jurisdicción: la “inflación”
legislativa, a que ya hemos aludido, tanto como el denominado proceso de
“desconstitucionalización”3, producto de la inercia de los órganos políticos que omiten cumplir
los mandatos de la Ley Fundamental, de ese modo desatendidos. Con lo que se genera un
vacío normativo que a menudo termina transfiriendo a la decisión de los jueces no solo los
conflictos individuales sino, a través de tales pronunciamientos, el diseño en todo o en parte
de las propias políticas públicas. La omisión legislativa, por razones múltiples que incluyen
inoperancia, desidia, incapacidad lisa y llana, y aún la elusión implícita de la solución de los
problemas, deriva en un desplazamiento de responsabilidades en flagrante menoscabo de la
institucionalidad que compromete la misión jurisdiccional, porque los jueces no están

2
HITTERS J.C., Derecho internacional de los derechos humanos. Influencia de los tratados en el derecho interno.
Responsabilidad de los jueces, Instituto de Estudios Judiciales SCBA, La Plata, 2009, passim.
3
SAGÜÉS N.P., El concepto de “desconstitucionalización”, La Ley, 2007-B, pp. 1.268 y ss.
naturalmente preparados para la función de gobierno. Y de ahí que, a menudo, queden
inopinadamente embretados en las oscuras tramas del juego político, en un terreno que no
siempre les resulta propicio.
Así, los jueces fueron llamados a decidir, por ejemplo, cuestiones más propias de la
política sanitaria y de la competencia del Ministerio de Salud, generalmente en vía de
amparos colectivos, cuando numerosos médicos de hospitales públicos reclamaron el
dictado de medidas de urgencia por el estado de abandono o carencias extremas en
servicios hospitalarios públicos, que obligó a los magistrados a imponer la designación de
profesionales médicos especializados y personal asistencial de apoyo suficiente4; en el caso
de un hospital neuropsiquiátrico de la capital5. O tópicos propios de la política social y de
bienestar y seguridad de las personas, tales los relativos a la urgente protección y resguardo
de niños y adolescentes en situación de calle, viviendo en los espacios públicos, lo que
derivara en órdenes judiciales para que se destinaran “todos los esfuerzos humanos y
presupuestarios” para paliar tan crítica situación6. O en lo referente a las condiciones de
seguridad de los usuarios que utilizan el servicio ferroviario, por su estado extremadamente
inseguro y defectuoso que llevó, en el marco de un amparo colectivo promovido por el
Defensor del Pueblo de la Nación en 2005, a ordenar al Estado Nacional y a la empresa
oficial la implementación de un programa de obras necesarias y la inclusión de su costo en el
presupuesto general de la Nación; y otras medidas complementarias7. O cuando a instancia
de una ONG que demandó al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires mediante un amparo
colectivo, alegando la violación de derechos fundamentales a la educación, propios de la
política educacional, en julio de 2006 se ordenó judicialmente el urgente reemplazo de los
módulos contenedores en que se dictaban las clases en algunos establecimientos públicos y
la provisión de aulas dignas; o cuando ante la falta de vacantes en el nivel educativo inicial
se judicializó el reclamo de apertura de los jardines de infantes.
La conclusión es rotunda: las omisiones, casi siempre groseras, de las autoridades de la
administración o legislativas, desembocan inexorablemente en manos de los jueces quienes
se ven impelidos a resolverlas, a menudo en la vía expeditiva de las medidas de urgencia y
arbitrando después procedimientos diversos para impulsar a los poderes remisos al
cumplimiento de sus deberes. Con suerte muy variada, como se deriva de los resultados a
menudo, infructuosos.
En definitiva, cuando se trata de resolver no cuestiones de política menuda, sino los
grandes temas institucionales, de gravedad institucional o de interés general, la delegación
implícita que habilita el ejercicio de la “suplencia” por omisión de los poderes políticos, brinda
una mejorable oportunidad a los Altos Tribunales8, y a veces a los jueces comunes, para
participar en la configuración de las políticas públicas, a través de un saludable y necesario
activismo sustantivo9. No se trata de ejercer el “poder control” sino un poder de suplencia

4
CSN, 31-10-06, La Ley, 2006-F, p. 507; Juzg. Cont. Adm nº 1, La Plata, 29-5-08, La Ley, Bs. As., 2009, pp. 38 y ss.
5
Cam. Contenc. adm. y Trib., CABA, Sala I, 23-12-2008, Supl. La Ley Administrativo, feb. 2010, p. 16. En el mismo sentido,
25-6-2007, en La Ley, 2007-E, p. 100, con nota de I.A. D’ARGENIO.
6
Juzg. Cont. Adm, La Plata, 10-11-2008, Abeledo-Perrot Bs. As., marzo 2009, pp. 330 y ss.
7
Cam. Nac. Contenc. Adm. Fed., mayo 2006.
8
MORELLO A.M., La Corte Suprema en el sistema político, ob. cit., pp. 74-77. La CS puede todo o casi todo: cuenta con
poderes expresos, implícitos, inherentes, discrecionales y zona propia de reserva... Se balancea entre la autolimitación (self
restraint) y un activismo de diversos registros o grados de intensidad.
9
CAMBI E., Neoconstitucionalismo e neoprocessualismo en Proceso e Constituiçâo. Estudos em homenagem ao Prof. José
Carlos Barbosa Moreira, L.M. Fux y ot., coord., Ed dos Tribunais, Sâo Paulo, 2006, pp. 667-669.
legislativa10, directamente operativo de la Constitución para tutelar los derechos
fundamentales.

III. El activismo judicial.


1. Expresión (y respuesta) a una más acentuada participación social.
Existe un dato de la realidad que debe apreciarse debidamente. El mayor protagonismo
que la comunidad espera de los jueces –y la correlativa responsabilidad que les reclama– se
sustentan no sólo en la paralela expansión de las otras “ramas” del gobierno, a partir del
encumbramiento del Estado de bienestar, con el consiguiente reconocimiento de nuevos
derechos sociales, económicos y culturales, y como modo de lograr un renovado equilibrio en
las funciones públicas (checks and balances), sino además –y no menos principalmente– en
la cada vez mayor participación social, derivada de la directa injerencia de los diversos
grupos en el diseño y aún en la toma de decisiones que interesan a la comunidad. Porque los
resultados de la actividad jurisdiccional –su eficacia global– no les resulta indiferente.
Esta última idea –no siempre debidamente destacada– deviene fundamental para explicar
lo que puede considerarse el auge del protagonismo de los “hombres de la justicia” en las
sociedades contemporáneas. Porque, por un lado, esa más pronunciada injerencia no
debería verse como una consecuencia tan sólo del ensanchamiento de las misiones que
asume en general el Estado “benefactor” o “promocional”, que persigue la “procura
existencial” –aún en tiempos de crisis de tal modelo, como los actuales–; sino que se
sustenta más bien en un profundo cambio operado en el seno mismo de la sociedad, que la
ha impulsado a tomar una plaza más activa en la satisfacción del bien común. Misión que
modernamente comparte y disputa al Estado como consecuencia, precisamente, del
deformante fenómeno de su “gigantismo” que conlleva a la “fuga” y abandono de muchas de
sus potestades –Estado “ausente”–.
Por otro lado, la idea de que el impulso al ensanchado protagonismo judicial proviene
principalmente de la sociedad, de las más diversas e incontables instituciones, asociaciones
y grupos que se desarrollan en su seno11, conduce a reconocer, al menos indirectamente, el
mérito que a tales instituciones les corresponde en la transformación y avance de las ideas
cuando son, al cabo, consagradas por los jueces. Y, también, el merecimiento singular –casi
nunca enfatizado– que habrá que reconocer a los otros “operadores” del sistema de justicia,
que son los abogados prácticos y los doctrinarios. Que no deberían ser vistos
exclusivamente como técnicos, sino más bien como impulsores deliberados de las ideas y
necesidades que subyacen en los grupos sociales, cuya defensa, cuando tiene acogida,
constituye muchas veces, el “proyecto” de la mutación judicial.

2. Visión actualizada y progresista de los valores comunitarios.


Conviene, a esta altura, precisar ciertos calificativos de los que se derivan valoraciones
respecto de la misión de los jueces. A la figura clásica de un juez “pasivo”, se opone otra de

10
SAGÜÉS N.P., ob. cit..
11
Se ha de subrayar la potencialidad institucional del Poder Judicial que, una vez impelido, se torna un espacio privilegiado
para el discurso democrático, un “motor de democracia” participativa (ZANETI JUNIOR H., Processo constitucional: O
modelo constitucional do Processo Civil Brasileiro, ed. Lumen Juris, R. de Janeiro, 2007, p. 46). Como sostiene
FERRAJOLI, el progreso de la democracia se mide por la expansión y justiciabilidad de los derechos (Derecho y razón.
Teoría del garantismo penal, Ed. Trottta, 2ª ed., Madrid, 1997, trad. P.A. Ibañez, p. 918).
juez “activo” y una todavía diversa de juez “activista”. La cuestión reside en diferenciar estas
dos últimas y especialmente caracterizar al “activista”.
“Activista”, denota no una cualidad puramente mecaniscista o física, cual sería la
aceleración o la diligencia, sino un sentido mucho más profundo que deriva del actuar activo
pero, además, enderezado a la obtención de una finalidad en la que predominan los valores
fundamentales12. El juez que pronuncia sus decisiones y cumple sus deberes funcionales
diligentemente dentro de los plazos legales, podrá ser considerado activo; será “activista” si,
además, a partir de una visión progresista, evolutiva, reformadora, sabe interpretar la
realidad de su época y le confiere a sus decisiones un sentido constructivo y modernizador,
orientándolas a la consagración de los valores esenciales en vigor13. El “activismo” se verifica
principalmente, aunque no con exclusividad, a través de la sentencia en cuanto a las reglas
jurídicas materiales; pero también en la conducción del procedimiento. En uno y otro campo
reconoce, naturalmente, precisas limitaciones.
Podría afirmarse que todos los jueces son “activistas”, de uno u otro signo. Porque la
politicidad es rasgo consustancial a la misión jurisdiccional y la sentencia constituye un
propio acto político y de imperio, en tanto se dicta en nombre del Estado, además de
contener una decisión que escoge entre varias alternativas, lo que la erige en un acto de
gobierno que, por añadidura, implica una programación del comportamiento social. Empero,
naturalmente, politicidad no significa partidismo y sectorialización. Más aún, el Poder Judicial
integrado por todos los jueces14 es, igualmente, un poder político, al menos en cuanto órgano
del Estado y también por las funciones que le están asignadas.

IV. La participación judicial en las políticas públicas.


1. El proceso de interpretación-creación del derecho y sus fundamentos
racionales.
La tradicional función judicial de control de constitucionalidad (y ahora también de
convencionalidad15 de los actos emanados de los restantes poderes del Estado, se sustenta
en la interpretación creativa de los preceptos de la Constitución. La función de control
supone, por definición, un pronunciamiento declarativo de confrontación de las normas
legales o reglamentarias con aquellas de la Constitución o de los tratados y convenciones,
que tiene por objeto asegurar la supremacía de estas últimas. La declaración que se expide
resuelve el caso concreto con virtualidad, por regla, exclusiva para las partes intervinientes.
Tales notas típicas de la función o modelo de control, la diferencian de la denominada
función remedial de los tribunales que hemos de analizar infra § V.

12
El activismo, enseña MORELLO, refiere a una actitud en la práctica de los tribunales en general que coloca el acento en
la participación directa, intensa y continuada que impulsa y guía, innovadoramente, el accionar del gobierno, en el ámbito
del área de la justicia. Tal activismo, horizontalmente gana espacio porque la Corte ingresa con osadía en la composición o
respuesta de fondo de las controversias (MORELLO A.M. La Corte Suprema en acción, Lexis Nexis, Bs. As., 2007, 2ª ed.,
pp. 134 y ss.).
13
Así, es doctrina de la CSN que el orden público debe considerarse con un criterio de actualidad dado la mutabilidad
connatural a las circunstancias en que se asienta. De ahí que en virtud del criterio de actualidad del orden público
internacional, después de sancionada la ley 23.515 que estableciera el divorcio vincular, el orden jurídico argentino carece
de interés actual en reaccionar frente a un matrimonio celebrado en el extranjero que es invocado en el foro en virtud de los
derechos sucesorios reclamados por la cónyuge supérstite (Fallos, 319:2779). Es que la referida ley adoptó nuevos criterios
de valoración sustancial al admitir la disolución del vínculo por divorcio para los matrimonios (consid. 8º).
14
Desde antiguo pregona la CSN que los jueces han de poseer “sensibilidad política” y deben recurrir a ella, sobre todo
cuando analizan las bases de la organización del Estado democrático (Fallos, 247:646).
15
HITTERS J.C., Control de convencionalidad y control de constitucionalidad. Comparación, La Ley, 2009-D, p. 1205.
La interpretación constitucional se legitima a partir del fundamento racional en que se
sustenta, que reconoce ciertos presupuestos materiales y metodológicos que acotan el
ámbito de la discrecionalidad y excluyen todo voluntarismo o subjetivismo, que conduciría a
una descalificable arbitrariedad16. Para afirmar la inadecuación o incompatibilidad de una
norma legal confrontada con una garantía fundamental, el juez debe demostrar mediante una
argumentación adecuada y convictiva que aquella menoscaba la sustancia misma del
precepto constitucional. Si la ley –como expresa ALEXY– constituye la concreción de la
“representación política”, solo puede ser sustituida por una “representación argumentativa”
judicial, en tanto ésta tenga suficiente poder suasorio sobre la prevalencia del derecho
fundamental. Es que la democracia tiene una dimensión discursiva, que no es exclusiva del
parlamento, sino que es también propia del quehacer judicial, cuando se ejerce mediante la
“representación argumentativa”; una y otra no aparecen como contrapuestas sino en todo
caso como complementarias, en la base de la convivencia política legítima, como
instrumento para la producción de decisiones públicas17.
Por otra parte, el análisis de las previsibles consecuencias de la decisión –
“consecuencialismo”– constituye otro presupuesto esencial del pronunciamiento judicial,
consistente en la verificación de los resultados a que la exégesis conduzca en el caso
concreto18, a menudo vinculado con el análisis económico del derecho19.
La motivación persuasiva, en definitiva, es una condición esencial de su validez, que
entronca con los principios democráticos y republicanos, tanto más exigible cuanto mayor
“activismo” se despliega. Y por sobre todo ello, como se afirma en la doctrina de la CSN, el
juez debe buscar siempre una interpretación valiosa de lo que las normas han querido
mandar, desde que no cabe renunciar al valor ético de lo justo20.

2. El deslinde entre las atribuciones judiciales y el ámbito reservado a los demás


poderes.
El activismo desemboca a menudo en la participación del juez –especialmente de los
Tribunales Superiores, pero aún también de la magistratura común– en la construcción de las
políticas públicas. Y ello conduce a la tan delicada cuestión del deslinde entre las
atribuciones judiciales y el ámbito reservado a los demás poderes.
Como se ha sostenido, no cabe objetar que el Parlamento es quien debe decidir acerca de
las políticas económicas y sociales, por consiguiente quien debe elegir los medios
adecuados21. Empero, el ejercicio de esas atribuciones no goza de excepción con respecto al

16
Fallos, 234:82; 249:425; 244:523, entre otros.
17
MARINONI L.G., Da teoría da relaçâo jurídica processual ao processo civil do estado constitucional en Rev. Peruana de
Der. Proc., Lima, 2008, v. XI, pp. 264-265.
18
El “consecuencialismo” alude a los efectos jurídicos externos de la decisión, que exigen una prognosis (son futuros)
empírico social. Se habla de “juicio práctico-sistemático”, ya que el análisis de los efectos externos de una decisión,
comparado con las valoraciones que provee el sistema jurídico, cumple una función de alarma en cuanto a la justeza del
pronunciamiento que los provoca (LORENZETTI R.L., El juez y las sentencias difíciles, La Ley, 1998-A, pp. 1039-1040).
19
Sobre los orígenes en los EE.UU. del análisis económico del derecho, su inspiración en el individualismo y su divisa “el
derecho como eficiencia” (FISS O., El derecho como razón pública, Marcial Pons., Madrid-Barcelona-Bs. As., 2007, trad. E.
Restrepo Saldarriaga, pp. 249-251; 252-258). Acerca de los postulados de las diversas escuelas, la de Chicago, de la New
Haven, y las críticas que suscita (ob. cit., pp. 257-258). Entre nosotros, la CSN mediante Acordada Nº 36/2008 creó la
Unidad de Análisis Económico. Sobre su virtualidad en relación a los derechos sociales: DUARTE D., Los derechos sociales
y el análisis económico del derecho, La Ley, 2010-A, supl. 17-2-2010.
20
Fallos, 234:484, entre otros.
21
No cabe duda que la implementación de derechos a través de políticas públicas depende de actividades de planificación,
previsión presupuestaria e implementación que, por naturaleza, corresponden a los poderes políticos, siendo limitados los
principio de supremacía de la Constitución, ni en relación con el carácter jurídico y
vinculatoriedad de las disposiciones que tipifican los derechos sociales. El amplio margen de
acción del legislador no despoja a los derechos sociales de su fuerza vinculante. El problema
reside entonces en encontrar un modo razonable para articular esa tensión en las potestades
del legislador y los poderes de los jueces22. Y está claro que el debate en torno de la
legitimidad del control judicial de constitucionalidad se funda en el problema de la legitimidad
del juez para controlar la decisión de la mayoría parlamentaria23, por la objeción del carácter
contramayoritario del Poder Judicial, en tanto dicho control se ejercita no en nombre de la
mayoría prevaleciente, sino contra ella. Frente a ello, para sustentar la legitimidad de la
decisión, se han elaborado diversas teorías que pueden ser comprendidas en textualistas,
que sujetan la legitimidad de la jurisdicción a la literalidad de las normas constitucionales
(SCALIA A.); procedimentalistas, que descartan la existencia de valores fundamentales y
ante la naturaleza abierta de los preceptos constitucionales, admiten con diversos matices la
legitimidad de la jurisdicción por su papel de refuerzo del proceso democrático de
elaboración de la ley para eventualmente corregir los desvíos del proceso de representación
popular (HABERMAS, HART, ELY, FAZZALARI); y sustancialistas, que encuentran la
legitimidad en el contenido sustancial de los derechos fundamentales, desde que el fin de la
jurisdicción es precisamente la concreción de los valores contenidos en la Constitución, que
constituyen mandamientos de tutela, que imponen al juez el deber de suplir toda omisión o
insuficiencia de la protección debida por el legislador (DWORKIN, TRIBE)24.
Más allá de las inacabadas disquisiciones que pueden elaborarse al respecto, parece
razonable seguir en esta exposición los principios sentados por nuestro más Alto Tribunal.
Así, –ha sostenido– por vía de principio, ha de considerarse que el ejercicio del control
encomendado a la justicia sobre las actividades de los otros poderes del Estado se funda en
la premisa que corresponde al Poder Judicial de la Nación buscar los caminos que permitan
garantizar la eficacia de los derechos y evitar que éstos sean vulnerados, como objetivo
fundamental y rector a la hora de administrar justicia (sin que ello constituya) una intromisión
indebida del Poder Judicial cuando lo único que hace es tender a tutelar derechos, o suplir
omisiones en la medida en que dichos derechos pueden estar lesionados25.
A su vez, en el ejercicio del aludido control los jueces están obligados a tomar un rol activo
y a desplegar particular energía para hacer efectivo el mandato constitucional dirigido a la
protección de los derechos fundamentales26.
Claro que no les compete a los jueces resolver cuestiones de política económica, que son
privativas de los otros poderes del Estado27, ni imponerles su criterio de conveniencia o
eficacia económica o social28, ni pronunciarse sobre el acierto o el error, el mérito o la

casos en los que el Poder Judicial puede suplir la inactividad de aquellos (ABRAMOVICH V., Accesso a la justicia y nuevas
formas de participación en la esfera política en La ciencia del Derecho Procesal Constitucional. Homenaje argentino..., ob.
cit., v. II, p. 448).
22
BERNAL PULIDO C., El derecho de los derechos, Univ. Externado de Colombia, Bogotá, 2005, pp. 306-307.
23
GARGARELLA R., La Justicia frente al gobierno (sobre el carácter contramayoritario del Poder Judicial), Ariel, Barcelona,
1996, passim.
24
MARINONI L.G., ob. cit., pp. 239 y ss.
25
CSN, L.733. XLII, 13-2-07, “Lavado c. Prov. de Mendoza”. En el mismo sentido, D. 587.XLIII, 18-9-07, “Defensor del
Pueblo de la Nación c. Estado Nacional y Prov. de Chaco”.
26
Por caso, tratándose de la tutela del medio ambiente, que constituye un bien colectivo perteneciente a la esfera social y
transindividual (20-6-2006, “Mendoza Beatriz S. y ot. c. Estado Nacional y ot.”, La Ley, 2006-D, p. 86, consid. 18). O estando
en cuestión la seguridad de una represa, lo que convirtió en un imperativo la garantía de la seguridad de las personas y de
los bienes (3-3-2009, “Rozniatowski R.C. c. EN-Secretaria de Energía de la Nación”, La Ley, 2009-C, p. 272).
27
Fallos, 315:1820, consid. 8º y su cita.
28
Fallos, 311:1565.
conveniencia de las soluciones legislativas29, por lo que no les corresponde revisar actos
normativos que aunque obedecen a un criterio opinable, no exceden lo que es propio de la
función legislativa30.
En un caso paradigmático sobre el deslinde y ensamble de las respectivas competencias –
in re “Badaro”31–, sostuvo la Corte que estando en cuestión la movilidad de los haberes
jubilatorios y desde que se trata de una previsión con profundo contenido social, el precepto
constitucional del art. 14 bis se dirige primordialmente al legislador, que es quien tiene la
facultad de establecer los criterios que estime adecuados a la realidad, mediante una
reglamentación que presenta indudable limitación, ya que no puede alterarla (art. 28). Pero si
por el cambio de las circunstancias la solución legal, correcta en su comienzo, se torna
irrazonable, el cumplimiento de la garantía en juego atañe también a los restantes poderes
públicos que deberán, dentro de la órbita de su competencia, hacer prevalecer el espíritu
protector que anima al precepto contenido en el art. 14 bis CN, dentro del marco que exigen
las diversas formas de justicia. En consecuencia, sin fijar una pauta mínima para la
actualización, cabe instar al P.E., y al Congreso a que “en un plazo razonable” adopten las
medidas pertinentes.
Es que la misión más delicada de la justicia es la de saberse mantener dentro del ámbito
de su jurisdicción, sin menoscabar las funciones que incumben a los otros poderes ni suplir
las decisiones que deben adoptar para solucionar el problema y dar acabado cumplimiento a
las disposiciones del art. 14 bis de la C.N., todo ello sin perjuicio del ejercicio a posteriori del
control destinado a asegurar la razonabilidad de esos actos y a impedir que se frustren
derechos cuya salvaguarda es deber indeclinable del Tribunal32.
Y en pronunciamiento posterior de 2007, en la misma causa, subrayó que no es propio del
cometido fijado al Poder Judicial en el art. 116 CN dictar una sentencia con el carácter de
norma general derogatoria de las disposiciones cuestionadas, pues ello implicaría sustituirse
al Congreso... (y) en este entendimiento esta Corte considera que contribuiría a dar mayor
seguridad jurídica el dictado de una ley que estableciera pautas de aplicación permanentes
que aseguren el objetivo constitucional.

3. “Diálogo” interinstitucional y tensiones entre poderes.

29
Fallos, 314:424.
30
Fallos, 260:102 y sus citas; 298:286; 311:1565; 315:839, entre otros. Así, cuando se invocaba la disparidad de trato entre
deudores morosos y en cumplimiento normal de sus obligaciones, según el régimen de excepción previsto por el art. 39 del
dec. 1387/01 y normas complementarias. Máxime que la actividad de las entidades bancarias –la intermediación entre la
oferta y demanda de recursos financieros– afecta en forma directa e inmediata todo el espectro de la política monetaria y
crediticia en que se hayan involucrados vastos intereses económicos y sociales (Fallos, 303:1776). (CSN, 12-5-2009,
“Coronel Jorge F. c. Estado Nacional y ot. s/amparo”, La Ley, 2009, fallo 113.580).
31
CSN, “Badaro c. ANSES”, consid. 15 y 16, Fallos, 329:3089; LL, 2006-D, p. 801.
32
CSN, 27-11-2007, “Badaro II”, B. 675. XLI, IMP 2008-1, 95. En un pronunciamiento clarificador se sostuvo que si bien la
determinación de las políticas de gobierno es propia de los poderes legislativo y ejecutivo, al igual que la decisión en torno a
los cursos de acción que resultan idóneos para hacer efectivos los derechos; sin embargo, corresponde al órgano
jurisdiccional corroborar, en primer lugar, si el órgano político cumplió con su deber constitucional de reconocer los derechos
y, a tal efecto, diseñar políticas públicas tendientes a asegurar su efectiva vigencia. En segundo término, corresponde al
juzgador determinar si la política o el programa a tal efecto creados son razonables, es decir, si se ajustan a los estándares
constitucionales y, asimismo, si resultan adecuados para satisfacer los derechos. Si los mencionados programas cumplen
con tales presupuestos, ninguna consideración corresponde hacer a los jueces sobre políticas alternativas. Finalmente, y en
tercer lugar, es necesario que el magistrado compruebe si, una vez delineadas las políticas y creados los programas
respectivos, éstos efectivamente se cumplen (Cam. Cont.-adm. y Trib., CABA, Sala I, 23-12-08, Supl. La Ley Administrativo,
febrero 2010, p. 16, con nota de F.G. Thea, Hacia nuevas formas de justicia administrativa...).
Como conclusión puede verse que a instancia de la propia Corte, ha operado de ese modo
un fructífero “diálogo” interinstitucional en procura del ensamble y armonización del actuar de
los poderes del Estado, en un marco respetuoso de las prerrogativas de cada uno. La
gradualidad progresiva en la satisfacción de los derechos fundamentales en juego, y el
escalonamiento de las decisiones33, supone el reconocimiento de la imprescindible búsqueda
de soluciones consensuadas con los poderes políticos. Tanto como la admisión, al cabo, de
que aún la satisfacción de los derechos fundamentales económicos y sociales (DESC), ha de
asociarse al establecimiento de las necesarias prioridades presupuestarias. Con lo que la
puja entre los poderes se traslada a este escenario. En último análisis, de la adjudicación de
los fondos por el Congreso o el PE depende la satisfacción de los derechos conculcados34.
De ahí que la cuestión esencial, a esa altura, sea hasta dónde puede llegar la presión de los
jueces para obligar a los poderes políticos al cumplimiento de deberes que emanan de la
Constitución.

4. Políticas públicas, “mínimo existencial” y “reserva de lo posible”.


Llegado a este punto cabe preguntarse si es posible avanzar, a partir de los poderes de
los jueces, y principalmente desde el rango institucional y la jerarquía de la CSN, en el
camino de efectivizar en concreto los derechos fundamentales, sin desmedro de las
atribuciones que son propias de los restantes poderes. Está claro que el diseño, concepción,
implementación y ejecución de las políticas, en todos sus segmentos –de salud, seguridad,
educación, etc.–, pertenecen a la esfera de la legislación y la administración, pero ¿estará
habilitado y, en ese caso, bajo cuáles circunstancias, el Poder Judicial puede intervenir en
ellas? Y si la respuesta es positiva, ¿de qué modo puede hacérselo sin desmedro de aquella
regla?
Naturalmente que las respuestas son complejas y ninguna pretensión podría abrigarse en
cuanto a brindar conclusiones que, en todo caso, tendrían tan solo valor teórico o virtual.
Porque la puja entre los poderes se juega en la realidad con una pulseada en la que se
enfrentan, a menudo subrepticiamente, las posturas contrapuestas de unos y otros.

4.1. Límites a la intervención judicial.


El primer interrogante, a propósito de la intervención y sus límites, de los jueces en las
políticas públicas, ha de responderse afirmando que sin perjuicio de las potestades que
indisputadamente corresponden a los poderes políticos, y a condición de respetarlas, pueden

33
Así, por caso, cuando sin interferir las decisiones políticas públicas de los otros poderes, al tiempo que se reafirman las
potestades judiciales, se escalonan los requerimientos que habitualmente en las primeras etapas están referidas al
suministro de la información necesaria. Buen ejemplo de ello lo constituye el caso en que en el marco del amparo tendiente
a que se condene al Estado Nacional a ejecutar las obras necesarias para elevar la capacidad de una presa, donde quedó
demostrado que aumentaría la probabilidad del daño a propósito de un incremento de la crecida del río Neuquén, sostuvo el
Tribunal que no cabe desconocer la atribución de Poder Judicial para intimar al Estado Nacional para que dentro de los
ciento veinte días hábiles informe sobre las características de la obra a realizar y sobre el plazo de ejecución. Es que más
allá del debate acerca de los criterios de evaluación técnica, el hecho de que estaba en cuestión la seguridad de la represa,
convirtió en un imperativo la garantía de la seguridad de personas y bienes, con el objeto de conjurar la afectación de la
esfera social y transindividual mediante las obras pertinentes (CSN, 3-3-2009, “Rozniatowski R.C. c. EN-Secretaria de
Energía de la Nación”, cit.).
34
Un procedimiento apropiado tratándose de obligaciones dinerarias es el establecido por la ley 23.982, de consolidación de
deudas, que impuso el P.E. el deber de comunicar al Congreso de la Nación todos los reconocimientos administrativos o
judiciales firmes... que carezcan de créditos presupuestarios para su cancelación en la ley de presupuesto del año siguiente
al del reconocimiento, habilitando la ejecución judicial en caso contrario (art. 22).
supletoriamente asumir una función auxiliar, coadyuvante al logro de las finalidades
perseguidas a través de tales políticas35.
La cuestión de los límites de la participación del Poder Judicial en las políticas públicas se
plantea habitualmente en torno de la exigibilidad de los derechos económicos, sociales y
culturales (DESC), a partir del debate relativo a su naturaleza típica y el carácter puramente
programático que suele adjudicárseles. De todos modos, como ha sostenido FAYT36, el
reconocimiento de la condición de derechos fundamentales atribuido a los derechos sociales,
económicos y culturales, ha tornado anacrónico el criterio que condicionaba su operatividad a
la discrecionalidad del legislador y las previsiones presupuestarias. De ahí que tales
derechos no deban estar a merced de la economía. Más aún, si hemos de convenir que el
nivel de atención que el Estado preste a las contingencias de la salud, la ancianidad y las
necesidades básicas de las personas y la familia, es un indicador del grado del desarrollo
moral del país37. Es que los gastos públicos que son necesarios para garantizar los derechos
sociales –como afirma FERRAJOLI38– no deben ser concebidos como un pasivo relevante en
los balances públicos, sino como la forma de inversión pública más productiva.
Sin embargo, no puede desconocerse que los tratados de Derechos Humanos establecen
el compromiso de los Estados de hacerlos efectivos tan solo “en la medida de los recursos
disponibles” (art. 26, Convención Americana)39 o “hasta el máximo de los recursos de que
dispongan” (art. 2, Pacto Internacional de DESC), bien que progresivamente40 y de acuerdo
con la legislación interna; y que la efectiva operatividad de tales derechos es responsabilidad
primaria de los poderes políticos. Con lo cual, en definitiva, volvemos al punto de partida.

4.2. Aseguramiento del “mínimo existencial”.


Ahora bien, el mandato convencional que liga al Estado para hacer efectivos los DESC,
debe ser articulado como lo manda la constitución que impone a aquél acciones positivas
que garanticen el pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos por la Constitución, en
particular respecto de los niños, las mujeres, los ancianos y las personas discapacitadas (art.
75, inc. 23), en relación a quienes asegura una tutela diferenciada, sustantiva y procesal.
Precisamente del principio de progresividad que refleja el ingrediente de equidad social,
deriva el aseguramiento de un contenido mínimo, un núcleo intangible e indisponible –el
“mínimo existencial”– de los derechos tanto individuales como colectivos, económicos,
sociales y culturales41.

35
Los jueces, como señalara NINO, no es que deban abstenerse de toda consideración acerca de las políticas públicas,
sino que deben tener en cuenta en sus decisiones que tales políticas deben ser necesariamente inferidas de las finalidades
perseguidas por los otros poderes del Estado al dictar las normas del sistema (NINO C., Introducción al análisis del derecho,
Astrea, 1980, 2a. ed., p. 432). Desde que los derechos fundamentales imponen al Estado el deber de protegerlos, la omisión
o insuficiencia de tutela, al verificarse en el proceso judicial, obliga al juez a suplirla. Pero la acción del juez no tiene la
misma amplitud que la del legislador. MARINONI L.G., Da teoría de relaçâo juridica..., ob. cit., p. 256.
36
FAYT C.S., ob. cit., pp. 780-781. LOIANO A., Los derechos económicos, sociales y culturales en la Constitución de la
Ciudad Autónoma, La Ley, 2006-F, 1057.
37
GELLI M.A., Constitución de la Nación Argentina comentada y concordada, La Ley Bs. As., 2003, pp. 126-127.
38
FERRAJOLI L., Democracia y derechos fundamentales frente al desafío de la globalización, La Ley., 2005-F, p. 1.204.
39
COURTIS C., La protección de los derechos económicos, sociales y culturales a través del art. 26 de la Convención
Americana de Derechos Humanos en La ciencia del Derecho Procesal Constitucional. Homenaje argentino a H. Fix.
Zamudio..., Rubinzal-Culzoni-UNAM, Bs. As., 2009, v. III, pp. 211 y ss.
40
CSN, 4-9-2007, “Reyes Aguilera D. c. Estado Nacional”.
41
BAZAN V., Vías de maximización protectiva de los derechos económicos, sociales y culturales, La Ley, 2007-D, pp. 1.139,
1.148. Asimismo, COURTIS C., La protección... ob. cit., pp. 265-267.
Ese “mínimo existencial” carece de sentido aisladamente, si no se vincula con otro deber
del Estado que es el de proveer las expensas presupuestarias necesarias para acordarle
efectividad, siquiera sea en el marco de la medida de los recursos disponibles42. Los poderes
políticos solo cumplen con el mandato constitucional en tanto arbitren los medios económicos
suficientes para asegurar el “mínimo existencial”43. Ello supone que al confeccionar el
presupuesto de gastos se otorgue prioridad a dicho ítem y que recién abastecida la provisión
destinada a asegurar aquel “mínimo existencial”, puedan provisionarse los restantes
requerimientos. Claro que la sola aprobación del crédito presupuestario no es suficiente, se
requiere además su cumplimiento a través de la ejecución de las partidas correspondientes.
Pero, la omisión de la previsión en el presupuesto no constituye argumento válido que obste
a la imposición judicial44.
En el raciocino del juez debe afrontarse sucesivamente el análisis del deber de protección
y, al cabo, la prohibición de insuficiencia. Se trata de dos recorridos argumentativos distintos:
en primer lugar, ha de verificarse si existe un deber de protección y, después, en qué
términos debe ser éste realizado por el derecho infraconstitucional sin descender por debajo
del mínimo de protección jurídica constitucionalmente exigido45. En el control de insuficiencia
se trata, por consiguiente, de garantizar que la protección satisfaga las exigencias mínimas
en su eficiencia. Al juez corresponde, en principio, tan solo el control de insuficiencia, sin que
pueda ir más allá inmiscuyéndose en la imposición de medidas concretas.
Los jueces han de verificar la racionalidad de la prestación requerida en el marco de la
realidad económica y social del país, al igual que la propia situación personal del peticionante
o de la clase social involucrada. El primer aspecto, la racionalidad de la exigencia, involucra
la consideración del mínimo imprescindible, que apunta hacia el núcleo esencial del derecho
fundamental invocado, su contenido sustancial. El juez debe argumentar de modo racional
para legitimar su decisión, que ha de estar fundada en criterios objetivos y con suficiente
fuerza convictiva en función de los valores en juego46.
Los jueces ordinarios o constitucionales deben asumir un rol equilibradamente activista,
sin invadir esferas de atribuciones propias de los otros poderes del Estado, pero también sin

42
COURTIS C., La protección... ob. cit., pp. 264 y ss. El concepto de “reserva de lo posible” pretende resolver las colisiones
entre derechos fundamentales –p.e., proveer el mínimo de educación y de salud, al mismo tiempo, con un solo presupuesto
insuficiente–. Expresión acuñada por el Tribunal Constitucional alemán, que sostuvo que los derechos sociales están
sometidos a la reserva de lo posible, “en el sentido de lo que el individuo de manera razonable puede pretender de la
sociedad”. A su vez, el derecho al no retroceso social debe considerarse únicamente como una posición jurídica prima facie,
que en ocasiones puede ser restringida en razón de otros bienes constitucionales que tengan prioridad en el caso concreto
(BERNAL PULIDO C., ob. cit., pp. 320-321). Como ha sostenido ALEXY, los enunciados de los derechos fundamentales
deben concretarse en posiciones prima facie, que admiten restricciones legislativas, siempre y cuando sean proporcionadas.
El principio de proporcionalidad actúa como criterio definitorio de la vinculación que emana de los derechos sociales (Teoría
de los derechos fundamentales, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1997, p. 494).
43
COURTIS C., La protección..., ob. cit., p. 268, sostienen con acierto que aún en casos de crisis económica y de carencia
de recursos, el Estado tiene la obligación de destinar los recursos escasos a los grupos vulnerables de la sociedad. Sobre
una crítica a la doctrina sentada por la Corte Interamericana en el caso “Cinco Pensionistas c. Perú”, pp. 269 y ss.
GLOBEKNE O.A., A tutela jurisdiccional dos direitos fundamentais sociais atraves do instrumento das açôes individuais,
RePro, nº 170, 2009, pp. 137-139.
44
De ahí que el argumento de la afectación de recursos, por el mandato judicial, sin que exista previsión de presupuestaria
resulta desechable en un contexto de derechos fundamentales largamente postergados, en perjuicio de sectores
particularmente vulnerables de la población, en áreas de inversión pública prioritaria como es la salud por mandato
constitucional –art. 20, Const. Cdad. Aut. Bs. As.- (Cam. Cont.-adm. y Trib., CABA, Sala I, 25-6-2007, La Ley, 2007-E, p.
100, con nota de I.A. D’Argenio, La imposibilidad de excusar la lesión de derechos humanos sobre la base de
consideraciones de índole presupuestaria...).
45
MARINONI ejemplifica con la Constitución brasileña de 1988 que garantiza a los dependientes remuneración de las
horas-extra, en lo mínimo, del cincuenta por ciento del normal (art. 7º, XVI). Ob. cit., p. 256, nota 54.
46
MARINONI, L.G., ob. cit., pp. 257-259.
consentir –como se ha expresado con galanura47– que la progresividad de los DESC sea
leída por las autoridades gubernamentales desde un “prisma de inacción deferente”, como
latencia o inocuidad sine die de las normas que los consagran. El control de razonabilidad
sobre los actos que ponen en crisis las garantías constitucionales de la igualdad y del debido
proceso constituye la llave para asegurar su operatividad en concreto.
A conclusiones similares ha arribado recientemente el Supremo Tribunal Federal de Brasil,
que ha sostenido que si bien es cierto que, de ordinario, no se incluye en el ámbito de las
funciones institucionales del Poder Judicial la atribución de formular e implementar políticas
públicas, excepcionalmente corresponde a aquél toda vez que los órganos estatales
competentes, por incumplir los encargos político-jurídicos, vinieran a comprometer, con tal
comportamiento, la eficacia o integridad de los derechos individuales o colectivos
impregnados de jerarquía constitucional, aunque derivados de cláusulas de contenido
programático. En la doctrina del Tribunal, el aseguramiento de la dignidad del hombre incluye
las condiciones materiales mínimas de existencia (el “mínimo existencial”); y ello constituye el
eje prioritario de los gastos públicos. Si los poderes de gobierno actuaren de modo
irrazonable afectando aquel núcleo intangible necesario para asegurar el mínimo existencial”,
se justificaría la intervención del Poder Judicial48.
En Alemania el Tribunal Constitucional acuñó el concepto de “prohibición de protección
suficiente” cuya estructura es muy similar al del principio de proporcionalidad. Las
prescripciones que el legislador expida deben ofrecer una protección adecuada y efectiva y
han de fundamentarse en cuidadosas investigaciones fácticas y en apreciaciones plausibles.
En particular, la prohibición de protección deficiente se concreta a través del control de
constitucionalidad de las omisiones legislativas o administrativas absolutas o parciales. Tales
omisiones son inconstitucionales, salvo que estén justificadas por la necesidad de atender a
otros fines legítimos, o si existe otra medida legal alternativa que favorezca la realización del
fin del legislador por lo menos con la misma intensidad, o cuando el beneficio para el fin
legislativo sea superior al grado en que no se realiza el derecho social. Lo que, naturalmente,
no elimina los márgenes estructurales de acción del legislador y de la administración49.
En último análisis, el fundamento decisivo que sustenta la judicialización y el activismo de
los jueces y su participación en la configuración de las políticas públicas reside en el
imperativo ético que implica el necesario aseguramiento de la satisfacción plena y efectiva de
los derechos fundamentales sociales, económicos y culturales50.

5. Visión sociológica-política: declinación del sistema democrático representativo y


judicialización de la política.
En realidad –como se ha sostenido51– existe un estrecho vínculo entre el rol y los espacios
de poder atribuidos a los jueces en un sistema determinado, en puja con los que son propios
de los otros poderes políticos, y la propia concepción del Estado contemporáneo en su
evolución para adecuarse a las exigencias de la sociedad.

47
BAZAN V., ob cit., pp. 1.139, 1.148
48
PELLEGRINI GRINOVER A., O controle de políticas públicas pelo Poder Judiciário en RePro, nº 164, octubre 2008, pp. 9
y ss., especialmente pp.13-15.
49
BERNAL PULIDO C., ob. cit., pp. 322-326.
50
GELLI M.A., Constitución de la Nación Argentina, ob. cit., p. 126. FERRAJOLI, ob. cit., p. 1.204.
51
DE SOUSA SANTOS B., Sociología jurídica crítica, ILSA, Bogotá, 2009, pp. 422 y ss.
El creciente protagonismo que los propios jueces vienen asumiendo y el activismo que
desarrollan, son síntoma y al mismo tiempo producto de una doble falencia del Estado que se
deriva de la crisis del Estado de bienestar y, por otro lado, de la declinación del sistema
democrático y representativo. Así, el mayor involucramiento de los jueces se verifica para
contrarrestar los actos atentatorios de los principios republicanos, como la falta de
transparencia de los negocios públicos, el menoscabo de la ética pública o el menosprecio
del principio de separación de poderes. Y, también, especialmente, para asegurar la
efectividad de los derechos a la salud, a la seguridad social, y en general, de los derechos
económicos, sociales y culturales, la protección de los consumidores y del medio ambiente,
ante la inercia del Estado y su impotencia para actuar positivamente en la aplicación de las
políticas correspondientes y, aún, para proteger a los beneficiarios contra los abusos de los
terceros prestadores.
Esa doble defección del Estado, para algunos, ha inducido un hecho excepcional, una
suerte de desplazamiento del núcleo de legitimidad del Estado, del Poder Legislativo y del
Ejecutivo hacia el Poder Judicial, ahora dotado de legitimación democrática, lo que enfatiza
más que nunca la necesidad de su independencia funcional, como condición necesaria para
el desempeño cabal de sus roles. Este fenómeno –sostiene el prestigioso sociólogo lusitano
Boaventura DE SOUSA SANTOS52– si bien puede ser transitorio, apunta de todos modos a
una nueva forma de Estado, superadora del Estado de bienestar. Se trata de una tendencia
prácticamente universal, que se viene experimentado, claro que con distintas dimensiones y
bajo sistemas diferentes de control de constitucionalidad, en los países centrales –EE.UU.,
Europa– al igual que en los que se encuentran en desarrollo –como los latinoamericanos– y
aún en los periféricos. Se alerta, sin embargo, que la judicialización de la política puede
derivar en una verdadera trampa para la justicia, atrapada en el dilema de tener toda la
potencialidad para actuar, pero un muy menguado poder para imponer a los poderes
políticos que se cumplan sus decisiones, de modo que las expectativas del activismo judicial
pueden prontamente erosionarse, por exceder en mucho aquello que los tribunales pueden
conseguir realmente53.
Sea como fuere, parece irrefutable que las renovadas misiones y compromisos que
asumen los jueces en nuestra época, en paralelo y como respuesta a los crecientes reclamos
de la sociedad54, están contribuyendo de modo decisivo a la configuración, todavía
embrionaria y diferenciada, de un nuevo paradigma de Estado con una estructura
institucional diferenciada en la que la rama que HAMILTON consideró la “menos peligrosa”,
queda emplazada finalmente como árbitro y garante último de los derechos de los individuos.

V. Conflictos de interés público o estratégicos


Puede afirmarse que los tres vértices que venimos analizando –el fenómeno de la
judicialización, el activismo de los jueces y su involucramiento en las políticas públicas–
confluyen en los denominados conflictos de interés públicos o estratégicos que son aquellos

52
Ob. cit., pp. 425-426.
53
Ob. cit., pp. 426-428. Si algo evidencia el paradigmático caso de la SC norteamericana “Brown vs. Board of Education” es
que hasta el tribunal más poderoso puede mostrarse relativamente impotente para alterar en concreto los patrones que
rigen la vida de la sociedad (BARBOSA MOREIRA J.C., O poder da Suprema Corte..., en RePro, nº 155, 2008, pp. 123-
124); o, si se quiere, las políticas públicas fijadas por los poderes políticos.
54
A través de la instancia judicial ciertos actores sociales demandan al Estado, fiscalizan o impugnan sus decisiones y
dialogan o confrontan con sus diferentes instancias y con los demás protagonistas del conflicto. El acceso a la jurisdicción
actúa de ese modo como un mecanismo de participación en la esfera política, que reemplaza o complementa el deterioro de
otros canales institucionales propios del juego democrático (ABRAMOVICH V., ob. cit., v. II, pp. 443-444).
que atañen a los derechos colectivos en general, y especialmente a las cuestiones
institucionales55.
Claro que los derechos colectivos gozan de instrumentos procesales específicos de
protección –amparo colectivo, hábeas corpus colectivo, etc.– pero es cierto también que por
intermedio de acciones individuales56, a instancia del “afectado”57 pueden ser protegidos
derechos e intereses colectivos lato sensu58, dado el carácter expansivo de la cosa juzgada
que recae. Baste pensar en la demanda individual que reclamaba la validación de cursos de
ingreso universitario, que al ser acogida, la sentencia extendió sus efectos a terceros, a fin de
no causarles perjuicios, aun cuando “se hallaban ajenos al conflicto”59, o en aquella que
perseguía la declaración de inconstitucionalidad de la ley 25.873, al autorizar la intervención
de las comunicaciones telefónicas60; o en supuestos similares en que están en juego
derechos fundamentales institucionales de la esfera no patrimonial, que encajan en la
categoría de derechos individuales homogéneos61. Y aún en las demandas individuales
planteadas ante los jueces ordinarios que se sustentan en la doctrina de la CSN consagrada
en el caso “Badaro” por la virtualidad de las cautelares anticipatorias62.

1. Características típicas.
Los conflictos de interés público63 presentan notas singulares al menos en cuanto:
a) la ordenación e instrucción de la causa, caracterizada por el activismo procedimental y
la ampliación de los poderes del juez, y especialmente por la posibilidad del dictado de

55
El modelo de proceso de reforma estructural surgió en los EE.UU. de la experiencia de los conflictos sobre discriminación
en las escuelas en los años 50´ y 60´ y los más recientes en materia carcelaria. Se funda en la noción de que la amenaza
primaria a los valores constitucionales en la sociedad contemporánea deriva de la operación de las organizaciones
burocráticas y confía al juez el poder de dirimir la reconstrucción de las mismas, ejercitando la razón pública (FISS O., ob.
cit., p. 18, 23, 38 y ss.). Sobre las dificultades y obstáculos que debió afrontar la SC a la hora de ejecutar sus decisiones:
BARBOSA MOREIRA J.C., ob. cit., pp. 117 y ss.. Un conflicto de interés público reciente ha sido el que decidió la Corte de
Apelaciones del Estado de Nueva York en 2003, donde se reclamaba por la exigüidad del presupuesto asignado a las
escuelas públicas, que no alcanzaba para garantizar el derecho a la educación básica establecida por la Constitución estatal
(ABRAMOVICH V., ob. cit., p. 456, nota 15).
56
Los derechos fundamentales sociales pueden asumir las características de los derechos colectivos, como también los de
los derechos individuales, sea los puramente individuales, ya los que por su origen común constituyen derechos individuales
homogéneos. De ahí que resulta importante distinguir la tutela de derechos colectivos de la tutela colectiva de derechos
GLOBEKNE O.A., A tutela jurisdiccional dos direitos fundamentais..., ob. cit., pp. 123-124). Asimismo, ABRAMOVICH V., ob.
cit., pp. 446 y ss., quien enumera casos individuales por violaciones de derechos civiles en los que se cuestionaban
prácticas generalizadas del Estado, que alimentaron el debate público y político, originando presiones sobre las autoridades
para avanzar en modificaciones de prácticas y legislaciones.
57
En Brasil, donde el Ministerio Público asume habitualmente el impulso de las acciones colectivas, se propicia su
participación igualmente como agente político, productor social y propiciador de políticas públicas. Conf.: CAMBI E., y
GONÇALVES L.A., Ministerio Público social, RePro, nº 177, 2009, pp. 209 y ss.
58
Distinto es el supuesto de la aprehensión del debate de demandas colectivas por acciones individuales, que supone una
desnaturalización del proceso colectivo. Sobre la experiencia brasileña reciente y su crítica: THEODORO JR. H., NUNES D.
y BAHIA A., Litigiosidade em massa... en RePro nº177, 2009, pp. 20-22.
59
CSN, 26-12-96, “Monges A.M., c. UBA”, Fallos, 319:3148. BERIZONCE R.O., Sobrecarga, misión institucional de los
tribunales... en El proceso civil en transformación, LEP, La Plata, 2008, pp. 460-468.
60
CSN, 24-2-2009, “Halabi Ernesto c. PEN”.
61
Sobre la significación de la judicialización de esta categoría de derechos y el control de las políticas públicas:
PELLEGRINI GRINOVER A., ob. cit., pp. 25-27. Asimismo ABRAMOVICH V., ob. cit., p. 446 y ss.
62
C. Fed. Seg. Soc., Sala II, 18-12-09, “Rosso Raúl René c. ANSES y otro”.
63
BERGALLO P., Justicia y experimentalismo: la función remedial del Poder Judicial en el litigio de derecho público en
Argentina en htp://islandia.law.yale.edu/sela, Sela 2005 Panel 4: El papel de los abogados. ABRAMOVICH V., ob. cit., pp.
443 y ss. D’ARGENIO I., Trascendencia institucional del litigio de derecho público en www.adaciudad.org.ar. THEA F.G.,
Hacia nuevas formas de justicia administrativa. Apuntes sobre el “litigio estructural” en la Ciudad de Buenos Aires, supl. La
Ley Administrativo, febrero 2010, pp. 16 y ss. Asimismo, obs. cits., infra nota. 65.
medidas de urgencia64, en consonancia todo ello con la tutela procesal diferenciada que
corresponde a los derechos fundamentales en juego.
b) el método dialogal impulsado por el tribunal65 en un marco de mayor publicidad y
transparencia del procedimiento en general, que “expone” a las partes y las compromete en
la búsqueda de soluciones consensuadas al diferendo y, por otro, reserva a aquel la función
arbitradora entre los intereses en conflicto. El diálogo público entre las partes, se alienta con
la esperanza que sea fructífero, especialmente por la participación habitual de organismos
administrativos o grandes corporaciones públicas o privadas; y se enriquece con la
intervención de terceros, amicus curiae, que expresan sus aportes con mira a la salvaguarda
del interés general de la comunidad. Se trata –como se ha señalado66– de un modelo
normativo basado en la institucionalización de procedimientos democráticos, un verdadero
paradigma cooperativo de administración de justicia.
c) la decisión judicial no se agota en un “trancher” que dirima el conflicto hacia el pasado,
sino que comúnmente se proyecta hacia el futuro y a menudo tiende a incidir en las políticas
públicas del sector involucrado. Sea para proponer nuevas o diferentes prácticas
institucionales, o modificaciones en las estructuras burocráticas, que van mucho más allá del
caso sometido a decisión. En ese sentido la jurisdicción, se sostiene67, asume una función
remedial, porque la decisión está encaminada más hacia la búsqueda de “remedios” para la
situación compleja que involucra fuertes intereses encontrados, de cara al futuro, que a
dirimir el conflicto de base con criterios tradicionales: más que a la subsunción apunta a la
ponderación de los principios y valores en disputa.
d) el “diálogo”, al cabo de la sentencia, pervive y se profundiza para facilitar el
cumplimiento o la ejecución de lo decidido, mientras el tribunal escalona sus
pronunciamientos con ese objetivo68.
Como se ha señalado69, la actuación judicial en la etapa de ejecución de sentencia no
habrá de consistir en la imposición compulsiva de una condena, entendida como una orden
detallada y autosuficiente, sino en el seguimiento de una instrucción fijada en términos más o
menos generales, cuyo contenido concreto habrá de ser construido a partir del diálogo que

64
En el modelo estructural, el principal instrumento de que se valen los jueces son los mandamus o injustions; y, por otro
lado, se replantea la estructura de las partes y de la legitimación en los procesos colectivos, basada principalmente en los
grupos sociales (FISS O., ob. cit., pp. 40-42, 46-47). BERGALLO P., ob. cit.
65
SAGÜÉS N.P., El tercer poder. Notas sobre el perfil político del Poder Judicial, Lexis Nexis, Bs.As., 2005, especialmente
cap. XXIV. COURTIS C., Tutela judicial efectiva y afectaciones colectivas de derechos humanos, J-A., 2006-II, pp. 1215 y
ss.; UCÍN M.C., El rol de la Corte Suprema ante los procesos colectivos, RDP, 2009-1, pp. 329 y ss.; id., La necesaria tutela
diferenciada de los derechos económicos, sociales y culturales... en XXV Congreso Nacional de Derecho Procesal, Fac.
Der. UBA-AADP, Bs. As., 2009, pp. 139 y ss., con sus remisiones. VERBIC F., Los procesos colectivos. Necesidad de su
regulación, La Ley, 2010-A, supl. 22-12-09. id., Algunas ideas para intentar justificar la tutela procesal diferenciada... en XXV
Congreso..., ob. cit., pp. 180 y ss.
66
ZANETI JUNIOR H., Processo constitucional..., ob. cit., pp. 60-61, 264.
67
BERGALLO P., ob. cit. COURTIS C., Tutela judicial efectiva.., ob. cit., pp. 1225 y ss. UCIN M.C., La necesaria tutela
diferenciada..., ob. cit., pp. 143 y ss.
68
Como afirma O. FISS, en el litigio estructural la etapa de los “remedios” prácticamente no finaliza hasta que el objetivo
final sea alcanzado. Dicha etapa implica una larga y continua relación entre el juez y las partes durante la cual se van
creando y diseñando los medios para renovar las condiciones que amenazan los valores constitucionales. El diseño del
remedio determina nada menos que el tribunal resulte involucrado en la reorganización de la institución o servicio en
funcionamiento, a través de una intervención constante y persistente (ob. cit., pp. 47-49). La ejecución pasa a constituirse en
una etapa de continua relación entre el juez y las partes, un vínculo de supervisión a largo plazo que perdura hasta la
satisfacción efectiva de los derechos reconocidos en la sentencia. El juez participa, de ese modo, en un “diálogo” con los
otros poderes del Estado para la concreción del programa jurídico-político de la Constitución (ABRAMOVICH V., ob. cit., pp.
449-450).
69
Cam. Cont. adm. y Trib., CABA, Sala I, 23-12-08, supl. La Ley Administrativo, febrero 2010, con nota de F.G. THEA, cit..
necesariamente se producirá entre las partes, incluyendo a la autoridad pública, y el tribunal.
En consecuencia, en la etapa de ejecución corresponderá a la autoridad pública demandada
(y vencida) determinar el modo más adecuado de cumplir con la sentencia de condena y, por
su parte, el tribunal actuante controlará la adecuación de las medidas concretas a la orden
que ha impartido.
En la doctrina constitucional se alude corrientemente, para clasificar los diversos tipos de
intervenciones, a categorías tales como sentencias exhortativas, “apelativas” o “con aviso”,
aditivas o intermedias70.
Desde otra perspectiva, aunque con consectarios en buena medida similares,
ABRAMOVICH71 elabora una tipología de las distintas situaciones en que el Poder Judicial
ha asumido la tarea de verificar el cumplimiento de estándares jurídicos en el diseño y
ejecución de políticas que comprendería las siguientes categorías: 1. intervenciones que
tienden a transformar medidas de política pública discrecionales asumidas por el Estado, en
obligaciones legales (v.gr., en el caso “Viceconte”, CN Apel. En la Cont. Adm.Fed., sala IV, 2-
6-98, J.A., 1999-I, p. 485, referido a la fabricación de una vacuna contra una enfermedad
endémica). 2. intervenciones en las cuales el tribunal examina la compatibilidad de la política
pública con el estándar jurídico (razonabilidad, adecuación, no discriminación, progresividad,
transparencia, etc.) aplicable y, por ende, su idoneidad para satisfacer el derecho en
cuestión; si el tribunal considera que existe incompatibilidad, reenvía la cuestión a los
poderes correspondientes para que la reformulen, sin sustituirse en la elección de los
medios, con base a una instrucción judicial fijada en términos generales72 (v.gr., en los casos
“Ramallo B.”, Cam. Cont.-adm. y Trib., CABA, Sala II, 12-3-2002; id., “Comisión Municipal de
la Vivienda c. Saavedra F.A. y ot.”, 9-4-2002; “Mignone”, CSN, 9-4-2002; “Badaro”, CSN, 8-8-
2006, cit.; “Verbitsky”, 3-5-2005, cit.; “Mendoza B.”, 20-6-2006, cit.). 3. intervenciones en las
que los jueces, excepcionalmente, se ven forzados a determinar por sí el tipo de medida a
adoptar ante la pasividad de los poderes políticos, al verificar la existencia de una única
medida de política pública adecuada (v.gr., el caso “Campodónico de Beviacqua”, CSN, 24-
10-2000). 4. intervenciones en las que el tribunal se limita a declarar que la omisión del
Estado es inconstitucional e ilegítima, sin disponer medida alguna de reparación, pero que
pueden tener indiscutido efecto ante la opinión pública y los poderes políticos.

2. El tratamiento de los conflictos de interés público en la CSN.


El Alto Tribunal paulatinamente ha venido diseñando un conjunto de técnicas y
procedimientos de aplicación a los conflictos de interés público. Lo ha hecho en ejercicio de
potestades reglamentarias, por medio de acordadas generales –así, el régimen de
audiencias públicas (acordada 30/2007) y la intervención de los “amigos del tribunal”73, en los
conflictos en que se debatan cuestiones de trascendencia colectiva o interés general74, con la

70
SAGÜÉS N.P., Las sentencias constitucionales exhortativas (“apelativas” o “con aviso”), y su recepción en Argentina, La
Ley, 2005-F, pp.1461 y ss., entre otros autores.
71
ABRAMOVICH V., ob. cit., pp. 450-464.
72
Se trata de los denominados pronunciamientos constitucionales “exhortativos” (SAGÜÉS N.P., ob. cit.).
73
Sobre los antecedentes de la figura del amicus curiae: CUETO RUA J.C., Acerca del “amicus curiae”, La Ley 1998-D, p.
721. Está prevista igualmente en el Reglamento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos: BAZAN V., El amicus
curiae... J.A., 2003-II, p. 997 y ss.. En relación al derecho brasileño: MARINONI L.G., Da teoría da relaçâo jurídica..., ob. cit.,
pp. 260-261.
74
La CSN rechazó la intervención de diversas instituciones y profesionales a título personal en la causa en que se discutía
la aplicación del ajuste por inflación por el pago del impuesto a las ganancias, en tanto la presentación tenía por objeto que
la causa fuera resuelta en un determinado sentido, en coincidencia con el interés pecuniario particular de los presentantes,
que resulta incompatible con la imparcialidad que se requiere (Fallos, 329:4590; La Ley, 2006-F, p. 749).
finalidad de ampliar el debate judicial habilitando nuevos espacios de participación social, lo
que contribuye a legitimar la actuación de los jueces75–. También, en los casos singulares,
por medio de creación pretoriana, particularmente en ejercicio de las potestades de
conducción y ordenación de las causas, tanto como de su instrucción probatoria, con
especial énfasis en la búsqueda de soluciones concertadas e igualmente al tiempo del
cumplimiento de sus pronunciamientos.

3. El activismo procedimental y sus proyecciones.


Con la plataforma reglada de las audiencias públicas y la participación de los “amigos del
tribunal”, la Corte ha modelado por su propia creación diversas técnicas y procedimientos
adecuados a la naturaleza y características de los conflictos de interés público o institucional,
con la finalidad última de posibilitar el ejercicio de su poder supremo. Claro que lo propio
cabe, por regla aunque con las salvedades del caso, a los jueces comunes cuando
semejantes conflictos se radican bajo su competencia76.
En el conocido caso “Beatriz Mendoza”, el tribunal utilizó libremente sus potestades
ordenatorias e instructorias, flexibilizando el principio preclusivo; requirió a los Estados
involucrados la presentación en plazos perentorios de un plan integrado y completo basado
en el principio de progresividad, para el logro de objetivos en forma gradual a través de
metas proyectadas en un cronograma77. Todo lo cual fue expuesto y recibido en audiencias
públicas. Mediante la decisión del 8 de julio de 2008 resolvió de modo definitivo la pretensión
de recomposición y prevención del daño ambiental, destacando que el objeto decisorio se
orienta hacia el futuro y fija los criterios generales para que se cumpla efectivamente con las
finalidades perseguidas, pero respetando el modo en que se concreta, lo que –aclaró–
corresponde al ámbito de discrecionalidad de la administración78. En cuanto a la ejecución,
ha previsto la participación ciudadana en el control del cumplimiento del plan de saneamiento
y de programa fijado, encomendando al Defensor del Pueblo de la Nación coordinar tal
participación, mediante la conformación de un cuerpo colegiado integrado por las
organizaciones no gubernamentales intervinientes en la causa. Se abrió de ese modo un
espacio para la revisión y reconstrucción de las políticas públicas cuestionadas con la debida
participación de los afectados y de los sectores responsables, tanto estatales como
privados79.

75
TRIONFETTI V., El enriquecimiento del debate judicial a través de la figura del amicus curiae, La Ley, Supl. Constitucional
2003-F, p. 68 y ss. GELLI M.A., Las fuentes del “poder” de la Corte Suprema, La Ley, 2003-E, p. 1317. VERBIC F.,
Propuesta para regular la figura del amicus curiae..., La Ley Actualidad, 17-3-2009.
76
Algunos tribunales aplican principios típicos de los litigios de interés público: Cam. Cont.-adm. y Trib., CABA, Sala I,
sentencias del 25-6-2007, 23-12-2008, cits.. Juzg. Cont.-adm. Nº 1, La Plata, 10-11-2008, cit., entre otros.
77
MORELLO A.M., Aperturas y contenciones de la Corte Suprema... en Nuevos enfoques sobre el derecho civil, comercial y
procesal. Liber amicorum, ed. UN Sur, 2007, pp. 21 y ss.; id., La CS argentina y el derecho ambiental en La ciencia del
Derecho Procesal Constitucional. Homenaje argentino..., ob. cit., v. I, pp. 115 y ss.
78
Al cumplirse un año del pronunciamiento de la CSN, mientras la ACUMAR afirmaba que “empezamos a saldar una deuda
histórica ambiental”, destacando en solicitada pública las distintas acciones hasta entonces cumplidas, de acuerdo al plan
integral de saneamiento ambiental, desde diversos espacios de la sociedad civil se afirmaba que, en realidad, han sido muy
pocos los avances tangibles. De hecho, el juez federal a cargo de la ejecución intimó a la Autoridad de la Cuenca –
ACUMAR– para que presente en diez días un cronograma oficial para las obras de saneamiento cloacal; tampoco ha estado
activo el cuerpo colegiado civil, al punto que el propio magistrado estableció que debían mantenerse reuniones con la
Autoridad cada quince días (“La Nación”, 8-7-09). Un informe del Cuerpo Colegiado independiente de febrero de 2010 reveló
que a ese entonces, a 19 meses de resolución de la Corte, la demora era notoria. Solo se habían inspeccionado un 20 por
ciento de los 4.103 establecimientos existentes en la cuenca; los informes presentados sobre calidad del agua eran
incompletos, sin que se hubiere realizado medición de calidad del aire (“La Nación”, 11-2-2010, p. 16).
79
UCIN M.C., La necesaria tutela diferenciada..., ob. cit., pp. 145-146.
En otro caso emblemático, el Alto Tribunal en el amparo colectivo deducido por el CELS
para que se brinde solución de acuerdo a los convenios internacionales a la situación de las
personas detenidas en los establecimientos penitenciarios y policiales de la Provincia de
Buenos Aires, en situación de superpoblación carcelaria atentatoria de derechos humanos
fundamentales, así como para el diseño de políticas públicas necesarias para impedir la
reproducción de tales situaciones en el futuro80, dispuso una serie de medidas tendientes a
impulsar el diálogo entre las propias partes a fin de la búsqueda de soluciones efectivas,
incluyendo la adecuación de la legislación procesal y de ejecución penal y, por ende,
modificación de las políticas de seguridad en los establecimientos penitenciarios. La Corte
sostuvo que “las políticas públicas eficaces requieren discusión y consenso” y encomendó al
gobierno provincial la organización de una mesa de diálogo con el CELS y otras
organizaciones nacionales e internacionales, que se habían presentado en la causa como
amicus curiae; y exhortó a los poderes legislativo y ejecutivo para que adecúen la legislación
en materia de prisión preventiva y excarcelación a los estándares mínimos internacionales81.
Merece destacarse en el mismo sentido el dictado por el tribunal de medidas instructorias
y urgentes en el marco de algunas causas en las que no se había definido su competencia
originaria. Así, en el caso “Defensor del Pueblo de la Nación c. Estado Nacional y otra
(Provincia del Chaco) s/Proceso de conocimiento”82, donde se reclamaba la adopción de
medidas necesarias para modificar las actuales condiciones de vida de ciertas poblaciones
indígenas que se encuentran en situación de emergencia extrema, con sus necesidades
básicas insatisfechas, alegando la inacción de los gobiernos nacional y provincial. La Corte
como custodio de las garantías constitucionales, resolvió requerir amplios informes en plazos
perentorios a los Estados involucrados sobre las medidas de protección de la comunidad
indígena en cuestión, referidos a ejecución de programas de salud, alimentarios y de
asistencia sanitaria, educación, previsiones presupuestarias y su ejecución, y sobre otros
aspectos atinentes; convocando a las partes a audiencia pública oral para expedirse al
respecto. Acogió, asimismo, la medida cautelar solicitada ordenando a los Estados
demandados el suministro de agua potable y alimentos a dichas comunidades, así como
medios de transporte y comunicación adecuados, a cada uno de los puestos sanitarios.
Un tribunal “activista” como puede ser calificada la CSN en su actual composición, celoso
de su misión de guardián de las garantías fundamentales, que se desenvuelve en
circunstancias de creciente judicialización de los conflictos, seguramente se ha de enfrentar
en el futuro con nuevos y complejos conflictos de interés público que acaparen su atención.
Están conformados algunos instrumentos procedimentales y técnicas apropiadas para que la
Corte profundice la tendencia a asumir las decisiones, tanto como los métodos aptos para
profundizar su intervención.
En el fondo, claro, los soportes instrumentales son tan solo eso, pero también es exacto
que sin ellos difícilmente podría cumplirse su alta misión. El activismo pretoriano para la
creación de nuevas herramientas procesales de apoyo al actuar del tribunal, ha quedado
demostrado resulta esencial para la legitimación democrática de las decisiones de fondo.
Diálogo interinstitucional, democracia deliberativa en el espacio judicial, participación
comunitaria en el debate y construcción de las políticas públicas, avances “experimentales”

80
“Verbitsky Horacio s/Habeas corpus”, sentencia del 3-5-05. BERTOLINO P.J., El hábeas corpus colectivo... en La ciencia
del Derecho Procesal Constitucional. Homenaje argentino..., ob. cit., v. I, pp. 425 y ss.
81
Un amplio análisis, desde la perspectiva que estudiamos, puede verse en COURTIS C., Tutela judicial efectiva..., ob. cit.,
pp. 1.225 y ss.
82
D. 587. XLIII, 18-9-2007.
en la decisión, métodos de control en la ejecución, no son sino andamiajes que le permiten
desempeñar en plenitud la misión esencial que le corresponde a la Corte como componedora
de la paz social, arbitrando entre intereses y, al mismo tiempo, consolidando las convicciones
democráticas, ahora legitimada también, por la utilización fructífera de aquellos
procedimientos.

VI. Los desafíos que plantea el creciente activismo judicial y la intervención en las
políticas públicas.
Desde el cuadrante político-institucional, la experiencia de las últimas décadas y
especialmente a partir de la reforma constitucional de 1994 –el fenómeno es también propio
de otros países del subcontinente, que reformaran sus Cartas Fundamentales (Brasil, 1988;
Colombia, 1991; Paraguay, 1992; Perú, 1993; Venezuela, 1999, entre otros)–, denotativa de
la “sustancialización” de los derechos y el ascenso jerárquico de las garantías, no solo ha
sido explosiva por su dimensión y efectos, sino que en perspectiva se exhibe al presente
suficientemente afirmada y consolidada, con claras proyecciones de amplificación hacia el
futuro, siempre en miras de la mejor y más adecuada tutela de los derechos de las personas.
El actual y creciente activismo en el que participan en general todos los operadores
jurídicos –no solo los jueces, sino también los abogados83–, a menudo impulsados por las
asociaciones sociales de base –consumidores y usuarios, defensores del medio ambiente,
de la institucionalidad democrática– y aún los propios afectados en defensa de sus derechos
individuales, es tan “progresivo” como los derechos que están en su base (derechos sociales,
de “solidaridad”, político-institucionales en general). Y ello, por sí solo, implica su
permanencia continuada y aún su desarrollo y profundización, producto de la fuerza
expansiva que le es inherente.
Todo lo cual ha de plantear nuevos y renovados desafíos a los que la jurisdicción deberá
responder creativamente. El Bill of Rights universal que sustenta el derecho internacional de
los derechos humanos, cabe avizorar descenderá y se propagará en continuidad
ininterrumpida, principalmente por efecto de las decisiones de los órganos supranacionales y
su recepción en el derecho interno. Al mismo tiempo, la expansión del derecho sustantivo y
especialmente el perfeccionamiento de las regulaciones orgánico-procesales –legislación de
los procesos colectivos, justicia de pequeñas causas, procesos constitucionales, etc.– abrirán
nuevos y prometedores cauces a la tutela de los derechos fundamentales económicos,
sociales y culturales, de la institucionalidad democrática y republicana.
Claro que, como siempre, habrá que explorar y atender más y más profundamente la
cuestión de los límites, los confines, uno de los temas más arduos de todo el derecho. El
llamado a la razonabilidad y el equilibrio que todo lo gobierna, o debería gobernarlo: los
límites y resguardos para que las tutelas privilegiadas no se desborden ni se expandan hasta
convertirse en regla, con desmedro y vaciamiento del proceso común; tanto como los límites
y salvaguardas del activismo judicial que, exacerbado, desembocaría en un dramático y no
querido “gobierno de los jueces”.
Como sostiene Owen FISS84, que la autoridad de los jueces no surge de ninguna peculiar
habilidad moral –de lo que carecen– sino de los límites de la función a través de la cual
83
Existe una larga experiencia, siempre de interés para nosotros, sobre la institución norteamericana de los “abogados
defensores del interés público” y su rol en la tutela de los grupos desorganizados: CAPPELLETTI M. y GARTH B., El acceso
a la Justicia, ed. Col. Abog., La Plata, 1983, trad. S. Amaral, pp. 70 y ss.
84
FISS O., ob. cit., pp. 17 y ss., 34.
ejercen el poder. La judicatura suscita respeto porque está aislada de la política e implicada
en un diálogo especial con la sociedad. Los jueces están obligados a escuchar reclamos, a
canalizarlos a través de un proceso dialógico, a asumir responsabilidades personales por sus
decisiones y a justificarlas con base en razones socialmente aceptables. Esa es la fuente de
su legitimidad y autoridad. La función judicial tiene un contenido esencialmente público, más
(o además) que resolver conflictos consiste en dar significado y expresión concretos a los
valores públicos contenidos en el derecho, es decir los que definen una sociedad y le
confieren su identidad y coherencia85.
En esa misión superior, la virtud de la prudencia debe guiar a los jueces para evitar
inmiscuirse indebidamente en la conformación de las políticas públicas, invadiendo esferas
de poder por principio reservadas y propias de los poderes políticos. El Poder Judicial no
tiene la tarea de diseñar políticas públicas, sino de confrontar el diseño de políticas asumidas
con los estándares jurídicos aplicables y –en caso de hallar divergencias– reenviar la
cuestión a los poderes competentes86. Aún en los conflictos de interés público, en los que se
reconoce a los tribunales poderes de dirección e instrucción exorbitantes, donde el método
dialogal y la participación ciudadana refuerzan su legitimidad formal y aún sustantiva, la
proyección de las decisiones para influir de algún modo en la construcción de las políticas
públicas deben ser cuidadosamente sopesadas y confrontadas de cara a sus consecuencias
previsibles. Todos los tribunales, y especialmente la CSN, han de ser celosos custodios de
las garantías fundamentales y, para su aseguramiento en concreto, como integrantes de un
verdadero y propio poder estatal, influyen y participan en la construcción de las políticas
públicas, de consuno con los poderes políticos, de modo articulado y no confrontativo, en
términos de un virtuoso “diálogo” interinstitucional. De la racionalidad como lo hagan
depende el juicio y la valoración última e inapelable, que siempre corresponde a la
comunidad.

85
FISS O., ob. cit., pp. 18, 19, 23, 26 y ss., 30, 78, 88.
86
ABRAMOVICH V., ob. cit., p. 449.
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