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Bibliothèque des Auteurs du Centre | González


Bernaldo, Pilar
Pilar González Bernaldo de Quirós
La « sociabilidad » y la historia politica
[17/02/2008]
Plan | Notes de la rédaction | Texte | Bibliographie | Notes | Citation | Auteur
Plan
1- Sociabilidad como categoría histórica
2- La sociabilidad como categoría analítica
3- Sociabilidad y política
4- Epílogo
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Notes de la rédaction

Este artículo fue publicado en E. Pani, A. Salmerón (coord), Conceptuar lo que se ve. François-Xavier
Guerra, historiador. Homenaje. México, Instituto Mora, 2004, pp.419-460. Agradezco a los dos
coordinadores y a las autoridades del Instituto Mora de haberme autorizado a publicar el trabajo en
Argentina.
intégral
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1Que el término « sociabilidad » hizo fortuna entre los historiadores latinoamericanistas, ello no cabe
duda. Hoy día es corriente encontrarlo en la literatura histórica1. Constatamos en general en la
diversidad temática una ambigüedad metodológica que proviene en parte de la heterogeneidad de
influencias –de la sociologia, de la etnología, de la historia- y de la ausencia de reflexión sobre los
alcances y límites de su utilización como categoría de análisis. Ello en parte por la arraigada idea de
que la sociabilidad es una categoría de sentido común que no necesita ser explicitada ni contextualizada,
simplemente evocada. Por consiguiente es posible recurrir a ella para designar todo tipo de fenómenos
que impliquen las relaciones, reales o supuestas, entre los individuos2. Si todo es sociabilidad, la
invocación de la categoría para dar inteligibilidad a fenómenos históricos tan diversos pierde cierta
pertinencia. Podríamos incluso presentir en ello un razonamiento un tanto tautológico : la sociabilidad
como atributo del hombre en sociedad es una manifestación del hombre en sociedad. Perogrullada,
ciertamente, pero que como veremos luego, tiene como primer mérito el recordarnos una evidencia que
los historiadores a veces tendemos a olvidar : que las relaciones entre los individuos forman parte del
entramado que conforman los fenómenos históricos que se intenta explorar. Llamada al orden útil
entonces, pero insuficiente si consideramos que la mera invocación de esta noción puede resolver el
problema que ella pretende plantear.

2Los trabajos de Maurice Aguhlon abrieron zanjas no obstante en este campo, con pocos resultados si
evaluamos el número de autores que retoman la reflexión teórica y metodológica que este autor había
iniciado3. Una de las razones de ello quiza provenga de los tiempos –cada vez más breves- que imponen
las modas historiográficas, limitando las posibilidades de todo trabajo reflexivo. Al punto que los
historiadores no hacemos más que acumular propuestas de « nuevas historias » que pueblan un paisaje
de sucesivas obras en construcción inconclusas4. Bajo estas condiciones es difícil evaluar la utilidad de
una noción cuyos alcances y límites no han sido suficientemente explorados, a pesar de que la
prestigiosa paternidad que le diera Maurice Agulhon explica sin duda que hoy en día forme parte del
vocabulario historiográfico. Para el caso de la historiografía latinoamericana, a esto debemos agregar la
escasa difusión que han tenido los trabajos de M. Agulhon, a excepción de México, en donde se ha
publicado la única traducción en español que a mi conocimiento existe de uno de sus textos, Historia
Vagabunda I5. No es quizá sorprendente que la primera publicación sobre sociabilidad en América latina
provenga justamente del Instituto Mora. En 1993 el n°13 de la revista Siglo XIXserá destinado a
« Sociabilidad y cultura »6. Sin embargo, la publicación fue sólo parcialmente ilustrativa de la diversidad
de campos historiográficos que comenzaban a interesarse por este tipo de aproximaciones -historia
cultural, historia urbana, estudios migratorios y estudios de género7. Pues no cabe duda que en la
reciente historiografía latinoamericanista « la sociabilidad » ha presentado también un particular
atractivo para la historia política8.

3Y ello lo debemos, sin lugar a dudas, a François-Xavier Guerra que vió en este nuevo objeto la
posibilidad de renovar las problemáticas de la tan repudiada « historia batalla » ; objetivo al cual destinó
toda su vida de investigador. Que me sea permitido una pequeña disgresión para rendir homenaje a
este gran historiador, con quien podremos diferir en algunos análisis, pero a quien no podemos dejar
de reconocer el haber realizado una contribución substancial a la renovación de la historia política.
François-Xavier Guerra, con un entusiasmo desbordante que lo acompañó hasta sus últimos días, fue
un hombre de conviciones. Entre ellas, que la historia política podía y debía encararse de manera
diferente si deseabamos dar una mayor inteligibilidad a los fenómenos historicos. Era necesario un
optimismo temerario para alimentar este tipo de convicciones en los años 60. Y sin embargo desde su
memoria de maestría defendida en la Sorbona en 1965 sobre « Le premier journal marxiste
français. L’Egalité de Jules Guesde 1877-1882 », hasta el libro que anunciaba próximo y que su muerte
prematura dejo inconcluso, nada lo alejó de este camino. Hoy podemos decir que F-X Guerra vio con
certeza, vió lejos.

4El estudio de los vínculos y solidaridades durante la revolución mexicana lo lleva a proponer una
reformulación de las problemáticas de la historia política que parta del estudio de los actores9. Y es
para comprender la acción colectiva en el nuevo escenario de las revoluciones hispano-americanas que
F-X Guerra sugiere en 1988 la necesidad de que la historia política se abra a dos nuevos campos de
investigacion : « la prosopografía y el estudio de las formas de sociabilidad », introduciendo así el objeto
sociabilidad en los estudios de historia política latinoamericana10. Una apuesta fuerte dado que sostiene
que los estudios sobre formas de sociabilidad permitirían superar las limitaciones que presentan otras
variables como las ideas, las instituciones públicas, el derecho privado o la economía, cuando se trata
de estudiar la constitución de grupos. Este artículo tendrá una difusión restringida y sera sólo con su
libro Modernidad e Independencias de 1992 -que se ha convertido en un verdadero clásico de la
historiografía latinoamericana-, que ésta propuesta tendrá una amplia difusion en el universo de
especialistas de historia política latinoamericana11. Pero en muchos casos las investigaciones se limitan
a introducir la noción, sin que ella tenga ninguna consistencia heurística ni analítica y en otros se tiende
a asociarla al modelo interpretativo que constuyó el propio F-X Guerra para explicar las revoluciones de
independencia, ya sea para avalarla o para rechazarla. En todo los casos ello tiende a evacuar la
problemática específica que plantea este tipo de objeto al historiador cuando uno de los grandes méridos
de las investigaciones de F-X Guerra fue el de haberlo introducido en la historia política latinoamericana.
Seguir esta pista supone que retomemos el camino abierto por M.Agulhon hace ya casi medio siglo y
lamentablemente poco frecuentado por la historiografía latinoamericanista.

5En memoria de quien dirigió mis primeras investigaciones y con quien la discusión fue un placer
cotidiano por la exigencia de un pensamiento que incentivaba la reflexión, quisiera continuar aquí, como
él gustaba hacerlo, con un debate indispensable sobre los alcances del objeto “sociabilidad” para la
historia política latinoamericana. Para ello retomaré tres dimensiones diferentes de un debate que
lamentablemente quedó implícito en la diferente acogida que se hizo a los estudios sobre “sociabilidad”.
En primer término me detendré en el problema de la sociabilidad como categoría –normativa- de los
propios actores que distinguiré de la sociabilidad como categoría analítica. Ello me llevará en el segundo
apartado a una discusión sobre la pertinencia de este tipo de aproximaciones para discernir una
dimensión específica de la dinámica relacional a partir de la cual analizar la acción. Plantearé aquí el
problema a nivel teórico-metodológico, para abordar en el tercer apartado los alcances de este tipo de
aproximaciones para la historia política. Ello me llevará a moverme en tres registros diferentes: teóricos-
conceptuales, analíticos e históricos, que combinaré en el tratamiento de los problemas tratados. Las
líneas de razonamiento que desarrollaré aquí, a partir de ejemplos tomados del Río de la Plata, no son
necesariamente aquellas que seguiría F-X Guerra, pero sí son ilustrativas de la diversidad de pistas que
abrieron sus investigaciones y del debate que supo siempre alimentar en su entorno. En este sentido,
como se suele decir en México, F-X Guerra fue un irremplazable maestro para todos aquellos que
tuvimos el privilegio de tenerlo como director de tesis.

1- Sociabilidad como categoría histórica



6La primera pregunta que debemos hacernos es la de la conveniencia de recurrir a la noción de
sociabilidad para analizar el mundo relacional interindividual. Interrogación que se impone tanto más
aún cuando en el campo de los estudios de redes sociales disponemos de una serie de herramientas
metodológicas y teóricas que se nos proponen como más aptas para analizar « el conjunto de relaciones
realmente existentes », y que presentarían la gran ventaja de no asimilar un dato –la existencia de una
relación- a una noción que introduciría suberpticiamente una visión reificada de los grupos. Ello siempre
y cuando se considere que redes y sociabilidad remiten a un mismo fenómeno. Volveremos
posteriormente sobre este problema. Aqui quisiera detenerme en un punto bastante desatendido tanto
por aquellos que han acuñado la noción de sociabilidad como los que le niegan toda pertinencia analítica.
Si la noción de sociabilidad fue reintroducida, como lo vimos, en el vocabulario histórico hace unos 40
años, este neologismo no es obra de la historiografía contemporánea12. Su genealogía nos obliga a
remontarnos a un siglo XVIII que experimenta una expansión del campo semántico de lo social13. Los
términos « sociedad », « social », « sociable » y « sociabilidad » se imponen entonces como categorías
cognitivas a partir de las cuales los actores piensan el mundo interrelacional como un conjunto dotado
de un cierto sentido14

7Para clarificar la discusión es necesario evitar entonces el primer escollo de anacronismo. La


« sociabilidad » de la que habla un Juan Bautista Alberdi, un Francisco Bilbao o un Bartolomé Mitre tiene
poco que ver con la definición que de ella pudo dar el propio Agulhon15. En efecto, cuando este último
concluye que “todo grupo humano, ya se lo defina en el espacio, en el tiempo o en la jerarquía social,
posee su sociabilidad, en cierto modo por definición, cuyas formas específicas es conveniente analizar.
Puesto en claro, ya no se dirá, por ejemplo, que los «gavots»16 son menos sociables que los marselleses,
sino que lo son de otra manera”17 no sólo está postulando la sociabilidad como objeto histórico, sino
que, al mismo tiempo, la desplaza del marco conceptual e ideológico que habíamos naturalizado. En
efecto, la noción de sociabilidad como “principio de las relaciones entre las personas” o “aptitud de los
hombres para vivir en sociedad” designa, para M. Agulhon, a cualquier relación humana: “El hombre
nace y muere, come y bebe, se lanza al amor o el combate, trabaja o sueña y -de una manera tan
esencial como lo son las funciones mayores- no deja de toparse con sus semejantes, de hablarles, de
acercarse a ellos o huirles; en síntesis, de entablar relaciones con ellos”.18 Se comprende entonces que
la brutalidad, en la misma medida que la afabilidad, es una forma de sociabilidad, un tema posible de
la historia, disociando la sociabilidad del proceso de civilización al que la noción venía asociada desde el
siglo XIX 19. Sin embargo, con escasas excepciones, como las de A.Corbin o A.Farge, el problema de
la violencia en las relaciones sociales es el punto ciego de este tipo de investigaciones20. Lo que explica
que generalmente se asocie implícitamente la sociabilidad a la interiorización de ciertos códigos y reglas
de conducta que predisponen a un comercio amable. Es indudable que la sociabilidad supone la
existencia de reglas y valores compartidos -N. Elias hablaba con mucha justeza de economía pulsional-
, como condición de la comunicación, pero no podemos necesariamente deducir de ella el proceso de
civilización21. En otros términos, N.Elias sigue siendo útil no tanto para dar cuenta de un proceso
histórico sino para analizar cómo la idea de proceso es en parte pruducto de una serie de nociones a
partir de las cuales los individuos daban sentido a sus relaciones cotidianas.

8Todo ello plantea dos principales cuestiones al historiador: una hace a la necesaria contextualización
del lenguaje utilizado por los propios actores y la otra, más epistemológica, remite al problema de cómo
construir un objeto de estudio que de debida cuenta de la articulación entre estas diferentes dimensiones
de la experiencia relacional y que, al mismo tiempo, permita dar una nueva inteligibilidad a problemas
construidos a partir de otras aproximaciones historiográficas. En nuestro caso particular, el de la historia
política, cabe preguntarse si la sociabilidad puede contribuir a elucidar ciertos problemas que, como los
de soberanía, representación, nación, son objetos construidos a partir de fuentes y métodos diferentes,
o si este tipo de aproximaciones llevaría a cuestionar la pertinencia misma de este tipo de objetos22.

9Retomemos en primer término el problema de la contextualización a partir del caso del Río de la Plata
independiente. La primera observación que podemos hacer es que los actores utilizan el concepto de
« sociabilidad » para dar cuenta no tanto de las relaciones cotidianas sino del objetivo que ellas deben
perseguir. En un texto de 1817 el concepto ya aparece ligado a la noción de contrato y cortesía. Se trata
de un artículo no firmado del diario El Censor, probablemente escrito por fray Camilo Henríquez, titulado
“Las sociedades particulares” y destinado a elogiar los beneficios de las asociaciones.23 La sociabilidad
aparece aquí como el fundamento de la vida en común que la asociación desarrolla. Comprobamos la
existencia de una interesante amalgama entre la noción de lazo racional y la cortesía como constituyente
del lazo social24. El texto deja entrever una distinción que la sociabilidad permite efectuar entre la
sociedad como conjunto de individuos racionales, que podríamos identificar con la esfera pública
habermasiana, y un populacho o plebe según los términos de la época, gobernado por las pasiones:
obstinación, intolerancia, falta de moderación.

10El autor del artículo utiliza aquí un vocablo que parece ya ser de uso corriente para designar las
relaciones « sociales » como comercio afable entre las personas así como los resultados del mismo : la
sociedad25. Para comprender la aparición e importancia que adquirirá este neologismo es necesario
pensarlo en el marco de las transformaciones que conocerá a lo largo del siglo XVIII el campo semántico
de lo social. En particular la noción de « sociedad » a la que está asociado. Con la Ilustración, « la
sociedad » deja de designar exclusivamente la compañía o asociación de los particulares para hacer
referencia a una comunidad amplia y durable, de agrupación natural o pactada, que comienza a
postularse como el terreno de la existencia humana. Esta acepción que aparece en los diccionarios de
fines del siglo XVII, va a convertirse en uno de los pilares ideológicos del siglo de la Ilustración26. Para el
caso español, Alvarez de Miranda observa una rápida expansión de este vocablo durante la primera mitad
del siglo XVIII, vinculada al debate sobre la naturaleza del hombre. “Sociedad” toma el sentido “de trato
humano, compañía o convivencia con otros” y aparece en Feijoo claramente asociado a Hobbes: “El famoso
Materialista Inglés Thomas Hobbes estatuía la regla de que la naturaleza entre los hombres no exigía unión
o sociedad, sino discordia”27.

11El neologismo sociabilidad nace entonces en el marco de la reflexión sobre la naturaleza del hombre que
habían destacado los teóricos del absolutismo28. La Ilustración lo difunde en el siglo XVIII como pieza clave
de la teoría del estado pre-social del hombre/individuo29. La primera utilización en Francia aparece en un
texto de Delamare de 1705 y ya está también ligada a la discusión sobre la naturaleza del hombre
develada por Hobbes30. Ése es el sentido retomado por la Encyclopédie. En el artículo que se le destina,
redactado por Jaucourt en 1765, la sociabilidad se define en estos términos: “benevolencia hacia los
demás hombres, disposición a hacer el bien, a conciliar nuestra felicidad con la de los otros y a
subordinar siempre nuestro provecho particular al provecho común y general”31 Jaucourt afirma que
del principio de la sociabilidad se derivan todas las leyes de la sociedad y cita para ello a Pufendorf en
cuya obra, traducida en 1706, « civitas » deviene « sociabilidad »32. Es importante tener presente que
a partir de allí encontramos una amalgama entre la noción de lazo racional –Pufendorf sostiene que el
movimiento del hombre hacia la sociedad es producto de una elección racional- y el lenguaje de la
cortesía: “el hombre sociable tiene las cualidades idóneas para el bien de la sociedad, y me refiero con
ello a la suavidad del carácter, la humanidad”. El hombre sociable, concluye el artículo, es un verdadero
ciudadano. En contraste, el hombre amable “es muy indiferente al bien público, no quiere a nadie,
agrada a todos y a menudo es menospreciado”. Vemos por lo tanto la distinción entre una cortesía
presuntamente artificial e incluso antisocial y otra constitutiva de la res publica. Distinción que retomará,
por ejemplo, Juan Bautista Alberdi en el Río de la Plata para precizar la utilización « nacional » que podía
hacerse de la difusión de libros sobre civilidad33.

12La teoría de la sociabilidad natural del hombre que difunde la Ilustración permite pensar, como lo
señala Gordon, una esfera de acción humana –la sociedad- independiente de la soberanía. La amalgama
entre sociabilidad y lenguaje de la cortesía habre el camino a lo que será en el siglo XIX, en particular
con Lerminier, una clara identificación con el proceso de civilización como movimiento del espíritu
universal del mundo que lleva a la realización de los pueblos en naciones34. En el Río de la Plata post-
independiente, la « sociabilidad » remite a estas dos acepciones. Una se refiere a la virtud privada, que
puede contener tanto una referencia cristiana de benevolencia para con los semejantes como una
referencia mundana relacionada con la idea de civilidad35. La otra acepción hace de la sociabilidad una
virtud de moral pública en relación con la idea de asociación, entendida como aprendizaje de la vida en
sociedad36. Pero ambas acepciones están profundamente imbricadas. La civilidad, código relacional de
la sociedad cortesana, va a servir en lo sucesivo, gracias entre otras cosas a la valoración de la
conversación, para definir las relaciones en la esfera pública y ésta para pensar la sociedad civil.

13No podemos entonces pasar por alto el impacto que tendrá el desarrollo de este nuevo lenguaje de
lo social. Desde el punto de vista de las prácticas relacionales, esto incentivó el desarrollo de nuevas
formas asociativas que se consideraba que respondían a los valores que se atribuía a la « sociabilidad ».
Y aquí es importante señalar que el discurso de la sociabilidad, aunque de alto alcance filosófico, remite
a prácticas concretas. El modelo son las sociedades filosóficas y científicas. Ello podría explicar la
proximidad de este neologismo con el término « sociedad » al que el Diccionario de Autoridades define
como « compañía de racionales » y como « junta de varios sujetos », segunda acepción que viene
acompañada, a diferencia de la primera, de ejemplos concretos : la Academia Real de las Ciencias de
Paris, o la Sociedad Regia de Londres37. El postulado del vínculo racional sobre el cual reposa la teoría
de la sociabilidad natural hace de este tipo de experiencia relacional –vinculadas a la trasmisión de
saberes y más ampliamente a la comunicación de ideas-, el espacio de sociabilidad por excelencia. De
allí que incluso bien entrado el siglo XIX se siga utilizando « sociedad » como sinónimo de asociación, y
que ambas sean consideradas como espacio de desarrollo de la sociabilidad, como relaciones civiles38.
La sociabilidad, como figura que la praxis declina, permite así postular la existencia de una sociedad
como espacio de las interacciones sociales, producto de la sociabilidad.

14En el universo de los actores « la sociabilidad » como discurso y como práctica adquiere una
centralidad que no podemos ignorar so pretexto de que las asociaciones siempre existieron, o que la
vinculación entre dinámica relacional y proceso político es una construcción apriorística de los propios
actores que el historiador reactualiza39. Podemos hoy, a partir de nuestra propia experiencia histórica e
historiográfica, señalar el carácter ideológico –en el sentido de deformante de la realidad- de ciertas
categorías utilizadas por los actores, pero no podemos por ello desconocer que las mismas constituyen una
variable que debemos tener en cuenta cuando intentamos reconstituir el universo a partir del cual los
individuos actúan historicamente. Dicho en otros términos, los actores razonan como si la « sociabilidad »
existiese y esta objetivación la hace existir en la experiencia cotidiana40.

15Una relectura atenta de las fuentes del siglo XIX revela la importancia que tiene esta noción en el
lenguaje político de la época41. Ya sea para proclamar « el buen gusto » de alguna iniciativa cultural,
para destacar la necesidad de instaurar prácticas que puedan recomponer un mundo de relaciones
sociales sacudidos por las guerras de independencia, para definir el espacio de producción de la opinión
pública o para pensar las modalidades de integración de la plebe a una sociedad trasformada en principio
de soberanía, la noción de « sociabilidad » nos brinda una nueva clave para abordar la historia política
del siglo XIX42. Entre la extraordinaria confluencia de cuestiones que atraviesan esta noción, quisiera
aquí detenerme en la relación entre sociabilidad y nación. Si evoco este aspecto, no es para retomar el
bizantino debate sobre la existencia o inexistencia de la nación en Argentina, sino para plantear el
problema de las modalidades de articulación entre prácticas y discursos y de cómo esta dimensión de
la experiencia puede utilizarse como otra variable que permita dar una mayor inteligibilidad a los
procesos políticos mayores43.

16Para ello es necesario previamente aclarar ciertos puntos que se han prestado a confusión. Señalar
la novedad del concepto de sociabilidad y la función que cumplirá posteriormente en el imaginario
nacional no supone que debamos identificar la « sociabilidad » -como discurso y como práctica- con la
génesis de la democracia americana o el germen de un proto-nacionalismo que vendría a explicar la
ruptura del vínculo colonial44. Como lo ha ya señalado Gordon, la noción de « sociabilidad » fue
estimulada por el absolutismo y coexistió con él. Los modelos de referencia, las sociedades científicas,
no implicaban por otro lado un cuestionamiento de los fundamentos de la sociedad de Antiguo
Régimen45. El microcosmos igualitario de las sociedades filosóficas se incribía en un macrocosmos
jerárquico dentro del cual éstas se desarrollaron. La amalgama de la sociabilidad con el lenguaje de la
cortesía permitía identificar, por otro lado, ese microcosmos con los valores de la sociedad cortesana.
Se trata en cambio de señalar como este concepto introduce una nueva representación del vínculo que
sirve para pensar la sociedad como campo independiente de la soberanía, producto de elecciones
racionales. Cuando la revolución introduzca el principio de la igualdad jurídica de los hombres, la noción
de sociabilidad, y los espacios y prácticas con que esta noción estaba identificada, constituye una de las
herramientas conceptuales a partir de la cual ciertos actores imaginarán los nuevos vínculos sociales
que hacen « sociedad » -excluyendo por otro lado los que no la hacen, en términos de Sarmiento, los
que son emanación de la barbarie. Dicho de otro modo, la figura de la sociabilidad y las prácticas que
le son asociadas no prefiguran la revolución de Independencia ni la sociedad de ciudadanos soberanos,
pero estos lenguajes se cruzarán en el siglo XIX cuando la revolución suprima la barrera que separaba
la sociedad y la soberanía. Entonces, el lenguaje de la sociabilidad vendrá a encontrarse con el de la
sociedad-nación como fundamento del poder político46.

17La explícita vinculación entre sociedades particulares como espacio de la nueva sociabilidad y la nación
como organización política tendrá lugar en el Río de la Plata con la generación del 37. En un artículo de
1838 Juan B.Alberdi que lleva por título « Sociabilidad. Costumbres » el autor afirma : « El primer paso
pues a la organización de un orden constitucional cualquiera es la armonía, la uniformidad, la comunidad
de costumbres. Y para que esta armonía, esta uniformidad de costumbres exista es menester designar
el principio y el fin político de la asociación. El principio y el fin de nuestra sociedad es la democracia, la
igualdad de clases. Tal es el fundamento, la norma sobre la cual deben levantarse todas nuestras
costumbres »47. El Dogma Socialista que publicará E.Echeverría en Montevideo en 1846 señalará como
primera de las « palabras simbólicas » que servían de guía a la generación, la de « Asociación », que se
postula como condición del progreso, fraternidad, igualdad, libertad, etc48. « Sin asociación no hay
progreso, o más bien ella es la condición forzada de toda civilización y de todo progreso. Trabajar para
que se difunda y esparza entre todas las clases el espíritu de asociación, será poner las manos en la
grande obra del progreso y civilización de nuestra patria ». Para E. Echeverría, como para J.B Alberdi, o
como para el Sarmiento de Facundo, la realización de su proyecto político –una nación de ciudadanos
que acabe con la « disolución de la sociedad » que comportaba el proyecto rosista-, pasaba por el
desarrollo de estos nuevos vínculos sociales « que hacen predominar el elemento sociable del corazón
humano y salvar la patria y la civilización », según los términos de Echeverría, y que instauran el
verdadero espíritu público que Sarmiento distingue de la « asociación artificial » que produce el caudillo
y la montonera. Aunque los actores empleen rara vez el término « civilidad », a ello se apunta cuando se
utiliza la categoría de sociabilidad para pensar el vínculo social. Ello explicaría que para acompañarla
recurran a un adjetivo que la encuadre : « sociabilidad culta », « sociabilidad civilizada », o « sociabilidad
pública »49. Todo ello nos habla de la existencia de otras prácticas relacionales que pueden contrariar el
proyecto civilizatorio de éstas élites, y por otro lado la importancia programatica de esta noción50. Para
estos autores la civilidad sería el sostén cotidiano de la civilización como dinámica de una cultura superior
que sirve de base a la definición liberal de la nación como unidad de desarrollo posible. Esta generación
liga así, claramente, su proyecto político de construir una nación a una reflexión sobre el vínculo que
hace sociedad y que identifica con el desarrollo asociativo51. Hoy en día, la historiografía argentina
reconoce en esta generación la « inventora » de la nación argentina, en el sentido andersoniano del
término. Pero olvida indicar el camino por el cual se llegó a esta formulación, el de la « sociabilidad »52.

18¿En qué sentido dar debida cuenta de ello permite dar una mayor inteligibilidad a los procesos políticos
mayores? Recordemos las configuraciones particulares de este problema en el Río de la Plata. Desde el
punto de vista político-institucional, la región presenta ciertas especificidades que merecen destacarse :
el de ser una región en que los movimientos insurreccionales de los cabildos triunfan sobre las fuerzas
realistas desde el inicio del proceso revolucionario y paradojicamente, ser la región que más tardiamente
logró fijar un texto fundamental que postulaba la existencia de una nación argentina en nombre de la
cual los representantes promulgan la Constitución53. La renovación de la historia política sobre un período
que la historiografía clásica calificaba de “anarquía” fue posible una vez que se descartó la idea de que la
primera mitad del siglo XIX representaba un paréntesis en el proceso abierto en 1810. Gracias a los
avances de las investigaciones podemos hoy concluir que ese supuesto desorden comportaba la idea de
otro orden posible y que la clave para la comprensión del mismo reside en la particular utilización que
hicieron los actores del principio de la « soberanía del pueblo »54.

19De todo ello algunos autores concluyeron –estoy simplificando por razones de espacio – la inexistencia
de la nación en Argentina post-independiente, evocando para ello los aspectos institucionales –no había
constitución nacional sino provinciales- como identitarios55. La propuesta, que busca operar un giro
copernicano en las investigaciones sobre la primera mitad del siglo XIX, tuvo efectos más que
estimulantes. Fundamentalmente porque permitió pensar la primera mitad del siglo XIX sin recurrir a la
noción de « anarquía » para evocar el contrariado camino de la organización nacional. Esta nueva visión
tiene sin embargo su talón de Aquiles que no podemos tampoco acallar. Si la única realidad eran los
Estados provinciales confederados, fundados en una identidad localista, ¿cómo explicar que la pacificación
de los conflictos se resuelve a través de la formula de una constitución nacional –de corte federal- en
1853 ? Hacer esta pregunta necesaria no busca desmoronar todo el edificio argumental de este tipo de
investigaciones, pero sí señalar la necesidad de complejizar nuestros análisis para dar mayor
inteligibilidad al proceso que se intenta analizar.

20Y es en este punto que creo que el estudio del discurso sobre la sociabilidad puede ayudarnos a revelar
otra dimensión del fenómeno. La centralidad que éste discurso adquiere muestra como la revolución de
independencia en el Río de la Plata –quizá por la dificultad que las élites insurreccionales encontraron
para dar rápida respuesta institucional a la ruptura del vínculo colonial (por las razones que las nuevas
investigaciones destacan sólidamente)- llevó a que la interrogación sobre los fundamentos del poder
político viniese a encontrarse con la reflexión sobre el vínculo que hace sociedad. Ello no es una invención
de la generación romántica de 1837. La intervención de Ignacio Gorriti, diputado por Salta al Congreso
Constituyente en 1825 y en el que no sostiene precisamente que la nación es el sujeto del poder
constituyente, deja testimonio de ello : « … Y yo pregunto, ¿qué cosa es una nación libre? Es una
sociedad en la cual los hombres ponen a provecho en común sus personas, propiedades y todo lo que
resulta de esto [...] Cuando ceden y ponen a beneficio de la sociedad esta porción de bienes, es porque
las consideraciones con que ellos las ceden y las condiciones que exigen son ventajosas al individuo, que
la conservación de sus derechos plenos en el estado de la naturaleza. Es pues en este sentido que yo he
dicho, y repito que no tenemos nación; que no la hay: si, señores no la hay. Para sacudir el yugo
peninsular de hecho nos unimos; mas esta unión no forma nación” 56. Poco importa aquí que el veredicto
de Gorriti sea la inexistencia de la nación, lo que me interesa aquí es la argumentación utilizada : no hay
nación porque no hay sociedad. A un veredicto similar llegaron los hombres de la generación del 37 que
tanto insitieron sobre la necesidad de desarrollar las relaciones « civiles » constitutivas del lazo social,
que asocian explícitamente a la nación, utilizando incluso la palabra « sociabilidad » para referirse a lo
que hoy llamaríamos « nacionalidad »57.

21Las refutaciones a esta tesis provienen no tanto del razonamiento que le es intrínseco sino de que ella
implica re-introducir el problema de la nación cuando la historiografía acababa triunfalmente de
deshacerse de él. Pero ello no necesariamente debe llevarnos a refutar la pertinencia de los análisis sobre
el problema de la territorialización de la soberanía como clave para comprender el proceso abierto por el
movimiento insurreccional. Tulio Halperín Donghi tiene razón cuando, para clarificar el debate, dice que
ambas perspectivas comparten ciertos supuestos58. La diferencia reside en que la introducción del
análisis del discurso y de las prácticas de sociabilidad permite señalar cómo, a través de una categoría
como la de « sociabilidad », los actores declinaron otra acepción de nación como sociedad. Lo que sugiere
que ello pudo llevar a coexistir, por vías diferentes, dos discursos aparentemente contradictorios: el de
la soberanía de los pueblos y el de la sociedad como nación. Es a este problema que apunta el estudio
de la « sociabilidad » como categoría de los propios actores y que debería llevar la discusión hacia otro
campo : ¿el lenguaje de lo social pudo seguir otros caminos que los trazados por el de la soberanía ?

2- La sociabilidad como categoría analítica

22Señalada la distinción necesaria de la « sociabilidad » como categoría de los propios actores, queda
el problema de la pertinencia del objeto sociabilidad, tal como lo ha construido la historiografía
contemporánea, para una historia política que propone, como lo ha hecho F-X Guerra, partir de la
observación de los actores y que coloca a la acción –y por consiguiente a los mecanismos que la hacen
posible- en el centro de sus preocupaciones. Para avanzar en la reflexión una primera salvedad es
necesaria. Sociabilidad y red no son categorías analíticas intercambiables. Se trata de dos fenómenos
que conviene distinguir. La sociabilidad remite a prácticas sociales que ponen en relación un grupo de
individuos que efectivamente participan de ellas y apunta a analizar el papel que pueden jugar esos
vínculos; la red ego-centrada remite a espacios de interacción social –del cual el tejido de la red da
cuenta- que no implica que todos los individuos que participan a la red de ego se conozcan ni que
compartan espacios de sociabilidad, en el sentido que acabo de señalar. Dos problemas diferentes que
llevan a dos construcciones distintas de nuestro objeto de estudios. ¿Se trata de dos postulados
incompatibles? Mi posición aquí es que los estudios de redes no pueden substituirse al de la sociabilidad
e inversamente, que la red da cuenta de otras dinámicas relacionales a las que la sociabilidad no puede
acceder y que el necesario diálogo debería llevarnos a pensar las articulaciones entre estas dos
dimensiones del universo relacional. Algunos especialistas de redes comparten esta posición,
combinando incluso las dos nociones como lo hace Michel Bertrand cuando habla de « redes de
sociabilidad »59. Giuliana Mandich sugiere incluso que existe una relación entre la densidad de la red
ego-centrada y la densidad ritual de las prácticas de sociabilidad que favorecen, en términos
relacionales, el establecimiento de vínculos fuertes60.

23El problema reside, claro está, no tanto en acceptar que existan vínculos de sociabilidad que suponen
una serie de valores compartidos, sino en el alcance que podemos darles para explicar la acción
colectiva. La dificultad de dialogar con algunos especialistas de redes proviene de una suerte de pecado
original de la historia de la sociabilidad, que vendría de la reactualización de una visión normativa, de
cuño durkheiniano, de los vínculos61. ¿Es posible postular que estos vínculos y valores, así como la
energía emocional que pueden producir, forman parte de la interacción sin abscribir a un razonamiento
determinista o normativo ? Si el riego existe62, ¿es más esclarecedor considerar que el actor es un
átomo independiente de todo contexto social, y que las acciones de ego, definido como individuo
racional, sólo son reguladas por el mercado de intereses ?

24Tocamos aquí el punto nodal del problema : el de la definición del hombre como agente empírico. La
noción de individuo sería una categoría « real », mientras que las otras deberíamos archivarlas,
siguiendo el consejo saludable del « Tournant Critique » en la estantería de « categorías a-prioris ».
Pues ¿quién negaría que el hombre existe ? Inversamente, ¿quién tiene entre sus relaciones una
sociedad ? como me preguntó provocativamente un colega. El hombre una realidad irrefutable, la
sociedad una abstracción filosófica, en estos términos C. Langlois y C. Seignobos contraponían el objeto
de la historia y la sociología63. No pretendo sostener que se trata de la misma propuesta, pero si sugerir
que por este camino las fronteras con un puro empirismo son difíciles de delimitar. Empirismo que no
supone menos la introducción de una categoría de análisis a partir de la cual construir el objeto de
estudio. Puesto que lo que ciertos estudios de redes nos proponen no es el análisis del hombre como
agente empírico sino del « individuo », noción que introduce una serie de propiedades a este homo
economicus : se trata de un ser racional –o de una racionalidad limitada- cuya acción es guiada por la
obtención de intereses personales. No son entonces aquí las normas sociales que condicionan la acción
de los individuos sino las leyes económicas64. Admitamos entonces que la distinción no pasa por la
alternativa entre realidad y abstracción, o historia y filosofía.

25En segundo lugar, podríamos preguntarnos si esta particular acepcción de la noción de individuo –
que supongamos corresponde al comportamiento actual de los actores- es una suerte de razgo de la
humanidad, pertinente para entender toda sociedad histórica y que podemos aplicar urbi y orbi. Por
último, y aún aceptando la capacidad de ego de manipular normas y valores, el problema reside en los
parámetros a partir de los cuales se intenta dar inteligibilidad a la acción de ego. Que se me permita
recordar que ego no es sólo ser de razón o dicho en otros términos, para dar cuenta de la racionalidad
de un actor hace falta hacer intervenir la dimensión afectiva que hacen a la psique de ego. Cierto es
que se trata de un aspecto que escapa al dominio del historiador, pero no por ello deja de ser menos
operante. Las amistades, o las enemistades intervienen en la interrelación y pueden condicionar nuestra
acción. Esfera de la emoción, que tendríamos que oponer a la de la razón, pero que interviene en la
toma de decisiones. El historiador puede a posteriori atribuir a esta acción una cierta racionalidad. Pero
si deseamos ubicarnos en el universo del actor -y tomemos por ejemplo nuestro propia experiencia-,
debemos reconocer que la dimensión afectiva es un elemento de la interacción social. Por ejemplo, la
simpatía o antipatía por más irracionales que sean condicionan el sentido de nuestras relaciones. Ella
constituye uno de los parámetros de nuestra toma de decisiones, « desvirtuando », si se quiere, la
percepción de nuestros intereses, que nuestra acción estaría destinada a maximizar.

26« La sociabilidad » no busca sin embargo revertir la perspectiva, postulando la irracionalidad de ego,
sino más bien detenerse en el análisis de las formas a partir de las cuales un grupo de individuos entran
efectivamente en relación, considerando la dimensión afectiva –positiva o negativa- como componente
del vínculo. La principal dificultad que presenta este tipo de propuesta proviene de las escasas
herramientas de que dispone el historiador para analizar un objeto que no proviene de su tradicion
disciplinaria. Los escollos no dejan de ser importantes y no pretendo acallarlos. El primero hace a la
posibilidad de disponer de fuentes apropiadas. La dificultad de dar cuenta del sinnúmero de ocasiones
en que un individuo entra en relación –dificultad que comparten por otro lado los estudios de redes que
sólo nos hablan de las relaciones activadas en un momento dado y según da cuenta la fuente utilizada-
ha llevado a los estudios sobre la sociabilidad a privilegiar lo que Agulhon calificó de « sociabilidad
asociativa »65. El problema que plantea esta opción es doble. En primer término, ella puede llevarnos
a una confusión entre marco formal y relación. ¿Cuántos de entre nosotros adherimos por ejemplo a
una mutual sin por ello establecer relaciones con los otros miembros ? Podemos efectivamente señalar
el sentido que pueda tener el adherir a « valores mutualistas », pero no por ello construimos en torno
a ellos un universo de relaciones sociales. Ello no impide, sin embargo, que este tipo de asociaciones
puedan generar vínculos de sociabilidad a través de la organización de eventos culturales –es el caso
del llamado « mutualismo étnico » en Argentina66. Observación que remite al problema de la
multifuncionalidad de ciertas asociaciones –pues las mutuales en el siglo XIX no funcionan sólo como
formas de prevención sino que ofrecen al mismo tiempo un espacio de sociabilidad a través de servicios
como una cantina, una biblioteca, una sala de reunión o de la obligación de los miembros de asistir a
los entierros de los adherentes. El segundo problema reside en que las fuentes que testimonian de la
existencia de relaciones de sociabilidad en este marco no dan necesariamente cuenta del papel que
juegan estos vínculos en el comportamiento de los individuos. Para volver a nuestro ejemplo, la
« solidaridad » propia del principio mutualista no determinan las relaciones que se dan en ese marco.
Las denuncias que podemos encontrar en las actas del comportamiento poco solidario de ciertos
miembros –declarar una enfermedad inexistente para recibir un subsidio que poviene de este fondo
solidario- muestran bien que ego puede manipular ciertos valores en busca de sus propios beneficios.
La actitud « solidaria » de los notables que renuncian a su derecho de percibir el subsidio no es ajena
por otro lado a la voluntad de construir un leadership asociativo. Relaciones poco solidarias entonces,
pero relaciones al fin, que teniendo en cuenta el número de contactos que permiten, la intensidad
emocional que la postulada « solidaridad » alimenta o el simple placer de estar en compañía y los
servicios recíprocos a que pueden dar lugar, pueden convertirse en vínculos fuertes. A partir de allí
podamos preguntarnos sobre la incidencia que puede tener este tipo de vínculos en la toma de
decisiones de los actores. Evoquemos nuevamente el caso del mutualismo en Argentina, retomando un
aspecto que la investigación de Romolo Gandolfo sobre tensiones entre clase y etnia pone en
evidencia67. Los obreros de una fábrica de tabaco italiana en Villa Urquiza –Buenos Aires- declaran la
huelga en 1919. Entre ellos un tercio eran italianos. Ahora bien, algunos de estos obreros eran al mismo
tiempo miembros de una sociedad de ayuda mutua cuyo presidente, además de director de la escuela
italiana local, no era otro que el gerente de la fábrica a la que le habían declarado la huelga. Grandi, el
gerente, optó aquí por una doble estrategia : la represión, para lo cual benefició de la ayuda de la Liga
Patriótica Argentina, y la multiplicación de actividades culturales dirigidas a la colectividad italina,
utilizando para ello los vínculos de sociabilidad « étnica ». No todos parecen haber seguido al gerente-
leader étnico, en detrimento de sus intereses de clase, pero Gandolfo intuye que muchos sí lo hicieron.
¿Hasta qué punto la existencia de estos espacios de sociabilidad que garantizaban servicios –la
protección social, la educación- y al desarrollo de un discurso identitario representativo del grupo –la
supuesta comunidad italiana- lleva a ciertos obreros a ver en el gerente a un paisano –prestador de
servicios- y no un capitalista explotador? Si los vínculos de sociabilidad no determinan el
comportamiento de aquellos que estas prácticas ponen en relación, el caso aquí evocado revela que en
algunos casos estos vínculos pueden intervenir en la toma de decisiones de los actores.

27La utilización de fuentes asociativas para analizar la sociabilidad plantea un segundo orden de
problemas al cual me he visto particularmente confrontada en mis investigaciones68. Las formas
asociativas no resumen el universo relacional de los actores y puede llevarnos a sobre-evaluar la
importancia de este tipo de vínculos. Podemos postular, como lo hemos hecho, la diversidad de vínculos
relacionales que puede desarrollar un individuo a lo largo de su existencia, pero más difícil es contar
con elementos empíricos necesarios para analizarlos y evaluar como éstos intervienen. El estudio de la
sociabilidad asociativa comporta así un riesgo que he tomado, quizás excesivamente, en mis
investigaciones sobre las formas de sociabilidad en el Río de la Plata. La experiencia asociativa que abre
nuevos espacios de sociabilidad, conoce un desarrollo considerable a lo largo del siglo XIX, fenómeno
que al analizar en mis investigaciones sobre prácticas de sociabilidad en Buenos Aires he calificado de
« explosión asociativa »69. Dar cuenta de ello, y de sus relaciones posibles con el campo de la política,
me llevó a trazar una suerte de secuencia de este desarrollo, que deja suponer una idea de linealidad,
que es en sí problemática. Aunque los fenómenos evocados se fundan estrictamente en un análisis de
las fuentes empíricas, del cual dan cuenta los gráficos sobre desarrollo asociativo, la visión cambiaría -
sobre ello acuerdo enteramente con Tulio Halperín Donghi- si no operásemos esa selección previa de
fuentes asociativas70. Pero destacar este aspecto –que había sido hasta ahora completamente
desatendido por los investigadores- no supone abscribir « a una vision de los vínculos estrictamente
normativos »71. Acuerdo en que la opción por la sociabilidad asociativa se presta, como acabo de
señalar, a este tipo de confusiones. Pero reconocer la existencia de relaciones en que normas y valores
se combinan con servicios recíprocos y generan una intensidad emocional no implica abscribir a una
concepción « sobre-socializada » en que la acción del hombre estaría determinada por esos vínculos72.
La norma no determina la conducta –el individuo puede trasgredirla, reformularla, rechazarla- pero no
deja de ser un elemento que incide en la toma de decisiones. Tomemos el ejemplo más extremo, el de
la sociabilidad mafiosa. No cabe duda de que se trata de una red de relaciones contruída en torno a la
busqueda de intereses y consolidada a través de una sociabilidad en que el respeto a ciertas normas y
valores –el código de honor de los mafiosos- es vital, en el pleno sentido de la palabra. La obtención de
beneficios está aquí vinculado al respeto de esos códigos, aunque no respetarlos podría suponer en lo
inmediato embolsar más dinero. El individuo, en este caso el mafioso, no está privado de su libertad y
cuenta entre sus opciones romperlos –episodios que han hecho la gloria del género. Lo que me interesa
señalar en primer término es que los valores y códigos no necesariamente se contraponen a la búsqueda
de interés como motor de la acción. En segundo lugar, que si la acción del individuo no está determinada
por esas normas, ellas son también constitutivas del campo de la acción, e inciden tanto en la decisión
de respetarlas como de trasgredirlas73.

28Pero si por visión « estrictamente normativa » se está aludiendo una cierta lectura de la realidad que
no da cuenta de las formas sociales realmente existentes, entonces debemos llevar la discusión hacia
otro campo74. Supuestamente el análisis de estas formas sociales debe desprenderse de las
regularidades observadas, producto de las decisiones individuales. Ahora bien, ¿el hecho de que 72%
de los representantes del Estado de Buenos Aires participen en una asociación en el marco de la cual se
establecen vínculos de sociabilidad, no da cuenta de ciertas regularidades producto de decisiones
individuales ? Se me podría replicar que dado que no puedo contabilizar otros tipos de vínculos de
sociabilidad que desarrollan los mismos actores, estas cifras tienen poco sentido. Comparemos entonces
lo comparable. En el período anterior la participación en asociaciones de este mismo colectivo –
individuos que cumplen un cargo electivo en la sala de representantes- es sólo de 12%75. Nos
encontramos entonces frente a un fenómeno, que efectivamente el objeto tal como lo hemos construido
permite poner en evidencia, pero que no deja de ser menos un producto de decisiones individuales y
que por consiguiente merece que lo interroguemos.

3- Sociabilidad y política
29Llegamos así al tercer punto que quisiera abordar aquí, el de la utilidad de este tipo de aproximaciones
para la historia política. La pregunta que surge inmediatamente es saber si existe una relación –otra
que la de la simultaneidad cronológica- entre el desarrollo de este tipo de prácticas a partir de las cuales
se tejen vínculos y la instauración de nuevas reglas del juego político fundadas en el principio
representativo de la autoridad. Cierto es que la definición de este tipo de prácticas como « sociabilidad
democrática » permite suponer que se está postulando la existencia de una relación causal con las
instituciones políticas, cuando es esta relación que intentaba interrogarse. Acordemos que el apelativo
« democráticas » para las nuevas relaciones de sociabilidad remite a otro registro posible, que lo vincula
al discurso de la sociedad más que al de la soberanía. Ello no nos ahorra sin embargo el trabajo de
explicar la relación que puede existir entre ambos. Sobre todo cuando sabemos que en el caso evocado
son los individuos que cumplen con cargos electivos quienes más recurren a este tipo de prácticas
relacionales.

30Es aquí donde el estudio de la sociabilidad asociativa puede aportar nuevas luces al funcionamiento
de la vida política, como lo han demostrado las investigaciones de M.Agulhon et R.Huard para Francia,
o lo sugirió F-X Guerra para América Latina76. No se trata en realidad de una hipótesis completamente
nueva. Que la asociación pudo servir de estructura organizativa a las facciones políticas, es un aspecto
que ya ha sido destacado desde el siglo XIX, en particular en relación con la masonería77. Pensemos en
el caso de la mentada Logia Lautaro en Argentina o de yorkinos y escoses en México. El objeto
« sociabilidad » permite sin embargo dar a esta hipótesis una diferente consistencia analítica que lleva
a reformular el problema al introducir en el razonamiento el problema de las lógicas relacionales.

31Aclaremos en primer término que no todas las asociaciones responden a una lógica facciosa ni operan
como la “maquina” de Cochin78. La idea de « máquina » está fundada en un razonamiento mecánico
que supondría que el comportamiento de un actor puede deducirse de la adscripción a una asociación.
Entre los individuos que participan en este tipo de relaciones existen posiciones e intereses divergentes,
y en cada uno de ellos estos vínculos se asocian al conjuto de múltiples y contradictorias pertenencias
de los actores, o si se prefiere, se incribe en diferentes configuraciones de redes. Podemos destacar
ciertamente una serie de valores compartidos que merecen, como hemos sugerido en el primer
apartado, un tratamiento específico. Pero el hecho de establer un vínculo de este tipo no garantiza la
fidelidad política de los miembros, ni siquiera -como lo hemos ya mencionado-, la fidelidad mafiosa.
Tomemos nuevamente un ejemplo del Río de la Plata. Un líbelo antimasónico publicado en 1858
denunciaba el origen « alsinista » de la masonería, sugiriendo que la logia había sido creada por Alsina
para ganar las elecciones del Estado de Buenos Aires79. Dejando de lado el objetivo perseguido por
aquellos que sugieren esta tesis -denunciar el complot masónico-, ella presenta un cierto atractivo pues
permite introducir una nueva lectura de las luchas políticas, no ya en clave de clases o de ideologías,
sino de redes –en sentido metafórico- de poder. La organización y triunfo de las facciones estaría
vinculada a su capacidad de garantizarse nuevas fidelidades políticas que el desarrollo de nuevos
vínculos asociativos hacía posible. Los archivos masónicos, a los cuales he podido felizmente acceder,
no sólo no dan cuenta de ello, sino que exigen que complejizemos el análisis de la relación entre
masonería y política. En efecto, es difícil suponer una tendencia política cualquiera del grupo de los
hermanos fundadores, si tomamos como criterio su opción electoral. De los masones miembros de esta
logia y que participan en la legislatura provincial que debe elegir al nuevo gobernador en 1857, la mitad
de ellos darán su voto a Alisina y la otra optará por el candidato de la oposición80.

32Ello no quiere decir que los masones no hayan intentado utilizar este tipo de vínculos para garantizar
la fidelidad política, tal como nos deja testimonio el libro de actas de la logia « Regeneración ». Nos
encontramos en momentos de preparación de listas para la renovación de los concejales en 1861. A
pedido de la logia « Unione Italiana », la logia « Regeneración » llama a los hermanos masones a votar
por el candidato y hermano Salvarezza, a fin de evitar que los supuestos candidatos de la « Sociedad
San Vicente de Paul » puedan imponerse en el municipio, pues “en ese caso la enseñanza quedaría en
manos de dicha sociedad”. La logia invita a los miembros de los talleres nacionales « a votar el 25 con
energía y fervor masónicos para impedir el triunfo de los jesuitas ». Podríamos concluir que nos
encontramos frente a un caso excepcional en que se trata de hacer jugar la fidelidad masónica para
facilitar el triunfo de uno de sus miembros. Pero el hermano Keil va mas allá al proponer que el Consejo
Supremo fijara una lista de municipales, « para poder emitir un voto grupal »81. Mariano Billinghurst,
Venerable de la logia y miembro del Consejo Supremo mantiene una posición un tanto ambigua durante
el debate. Si bien acepta la idea de que la masonería pueda funcionar como instancia de configuración
de listas electorales, agrega que a su juicio « cualquier voto es bueno siempre que no vaya a manos de
los jesuitas ». En la sesión siguiente, Billinghurst informa, luego seguramente de haber expuesto el
problema a los miembros del Consejo, que todos los masones serán invitados a una gran sesión para
discutir las próximas elecciones municipales con el fin de vencer a los jesuitas. A continuación invita a
“los hermanos extranjeros a inscribirse en sus respectivas parroquias, para dar su voto el 25”82. No
sabemos si esta sesión tuvo lugar y si la masonería terminó proponiendo su propia lista, ni si este tipo
de iniciativas fue moneda corriente en la época. Lamentablemente, la liberalidad del secretario de la
logia « Regeneración » -que lo llevó a dejar constancia en las actas de este debate- es muy infrecuente
dado que los reglamentos prohibían explícitamente este tipo de discusiones en el recinto de la logia. Lo
que no quiere decir, como acabamos de comprobarlo, que ellas no hayan existido. De estos dos ejemplos
contradictorios podemos concluir que si el vínculo masónico podía intervenir en la decisión de apoyar a
uno u otro canidato, ello no convertía a la masonería en una « máquina » o un partido político, como lo
sugiere el caso de la « Unión del Plata ». Llegar a este punto no supone sin embargo desechar por
completo la hipótesis de una vinculación entre mundo asociativo y vida política.

33Volvamos al caso de la masonería. Su desarrollo a partir de la caída de Rosas es innegable, como


también lo es que algunos de los principales hombres políticos de la época adhieren a ella. Evitemos sin
embargo caer en la seductiva tesis del complot. Ni todos los miembros de la masonería son hombres
políticos, ni las logias son los únicos espacios en que éstos desarrollan relaciones de sociabilidad. En
realidad para poder plantear adecuadamente el problema es necesario analizar la masonería desde una
perspectiva « profana », es decir como una de las tantas formas de sociabilidad a partir de las cuales
se establecían relaciones, en este caso al menos una vez por semana durante los trabajos, y para
algunos más asiduamente ya que el principal edificio en que tenían lugar los trabajos de las logias
incluía, como sigue siendo el caso, un espacio de encuentro. Ello sin olvidar el atractivo real que pudieron
suponer los valores masónicos que, aunque no puedan traducirse tan mecánicamente en opción
electoral, como lo sugiere el hermano Keil, no constituyen menos una dimensión de la relación.
Encontramos entre los miembros de esta asociación masones de convicción que, como Domingo
F.Sarmiento, conjugan sociabilidad con valores masónicos. En algunos casos estos valores masónicos
podían tener una más clara traducción política. Es en la política municipal en que observamos que las
solidaridades funcionan mejor, en particular en dos áreas particularmente sensibles para los masones:
hiegiene y educación en que, como vimos en el caso citado de la logia « Regeneración », los masones
intentan desplazar a los católicos83. Es en esta dos comisiones que encontramos durante los primeros
años de funcionamiento de la nueva municiapalidad (1854-1862) la mayor cantidad de miembros de la
masonería. En ciertos casos, como el de Guillermo Rawson o el propio Sarmiento, estos buscan
explicitamente apoyo en las logias para lanzar su política de higiene o educación pública, o como dirán
los católicos para introducir la filantropía masónica en el terreno de la caridad cristiana84.

34Pero incluso en este caso valores y lógicas políticas no siempre son conciliables. El propio Sarmiento,
cuya inclinación anti-clerical no debe ser ajena a su adhesión a la masonería, va a designar como su
subordinado en la dirección de escuelas a Marcos Sastre, notorio católico que militaba por la enseñanza
religiosa. Las razones de esta colaboración contra-natura pueden explicarse, como lo sugiere C.
Newland, por la voluntad compartida de masones y católicos de centralizar la inspección de la educación
pública para lo cual se hacía indispensable esta alianza contra las señoras de la Sociedad de Beneficencia
que reclamaba competencias en este campo85. Podemos también suponer que las relaciones de
Sarmiento no se limitaban a la masonería y que estudios como los de las redes de relaciones podrían
explicarnos por qué Sarmiento recurre a M.Sastre, con quien compartía una serie de amistades. Fue en
su librería que se creó en 1837 el “Salón Literario”, que dará origen al mentado grupo de la generación
del 37 al cual Sarmiento estaba vinculado. Una de las razones que explica el triunfo de la iniciativa de
Sastre en 1837, que no sólo fue cultural sino también comercial –pues fue uno de los primeros que
instauró con éxito la fórmula de préstamo de libros a domicilio-, proviene de su extensa red de relaciones
que no se limitaba al mundo de los estudiantes universitarios. Pero que se me permita destacar que
muchas de estas relaciones se alimentaban de esos vínculos de sociabilidad que desarrollaron los
jóvenes en torno a su librería.

35Pero no todos los miembros de la masonería parecen llegar a ella por los mismos caminos. Veamos
el caso de otro hombre político, Bartolomé Mitre, con quien Sarmiento estaba vinculado a través del
grupo de la generación del 37 y que llegará, como Sarmiento, a la presidencia de la nación. A diferencia
de éste último, Mitre se inicia a la vida política siendo un profano, lo que impide en su caso todo tipo de
especulaciones sobre orígenes masónicos del futuro presidente de la flamante nación argentia. Sin
embargo las circunstancias que llevan a Mitre a la masonería merecen que nos detengamos unos
instantes. Nos encontramos en el año 1860. El Estado de Buenos Aires se ha escindido del de la
Confederación Argentina desde 1852 y estos dos Estados acaban de librar la batalla de Cepeda en la
que se enfrentaron las tropas de Mitre y de Urquiza. Es entonces que el « Supremo Consejo de la
República Argentina » decide otorgar el trigésimo tercer grado al gobernador de la provincia de Buenos
Aires, Bartolomé Mitre, a sus ministros del interior y de guerra, Domingo Faustino Sarmiento y Juan A.
Gelly y Obes respectivamente, al presidente de la Confederación Argentina, Santiago Derqui, y al jefe
de los ejércitos de ésta, Justo José de Urquiza. El hecho se cita con frecuencia como prueba del papel
esencial que cumple la masonería en la organización de la nación argentina, y hay que admitir que por
lo menos es memorable86. La ceremonia se realiza el 21 de julio de 1860, es decir, ocho meses después
de la batalla de Cepeda. Tras la incertidumbre de los primeros meses, reaparecen las esperanzas de paz
que el gobernador Bartolomé Mitre suscita en la Confederación87. El 6 de junio, los mandatarios del
Estado de Buenos Aires y de la Confederación firman el acuerdo para una futura unificación de ambos.
La prensa porteña se hace eco de las mayores esperanzas que renacen entre los habitantes de la ciudad.
A la sazón, se organizan diferentes reuniones, bailes y banquetes en honor de Derqui y Urquiza. La
comisión directiva del Club del Progreso, por ejemplo, acuerda desembolsar ocho mil pesos -tres veces
más de lo habitual- para organizar un baile en honor de Justo José de Urquiza que se encuentra entonces
en Buenos Aires88. Ése es el marco en que hay que reubicar la decisión del Supremo Consejo. Pero con
un matiz que no carece de importancia: la autoridad masónica decide contribuir a esa conciliación
otorgando el más alto grado de la orden a los hombres que tienen el poder de terminar con la secesión
entre Buenos Aires y la Confederación. Lo cual quiere decir que, contrariamente a los principios
fundamentales de cualquier orden iniciático, el Supremo Consejo concede por decreto algo a lo que se
debía llegar por estrictos ritos de paso89; decisión que, desde luego, no deja de suscitar vigorosas
objeciones entre las bases masónicas90.

36Convengamos que las razones que llevan a Mitre a la masonería son claramente políticas como
también lo es la decisión de otorgarle el grado 33 por decreto. El Supremo Consejo de la República
Argentina, cuya autoridad no había sido aún reconocida por las otras potencias masónicas, se
encontraba amenazado por la existencia de un Gran Oriente disidente, el de la Confederación
Argentina91. Vincularse a los hombres en cuyas manos se encontraba la resolución del conflicto que iba
a dar lugar a la organización del futuro Estado nacional era para el Supremo Consejo una manera de
ganar el conflicto que lo oponía al Gran Oriente disidente por la obtención del reconocimiento de las
potencias masónicas de Inglaterra o Francia, lo que efectivamente ocurrió. En cuanto a Mitre, la
masonería, que por entonces disponía de más de 900 poderosos miembros de la élite principalmente
porteña, podía presentar un interés evidente para su proyecto político. A lo que se suma que esta
organización, por su extensión regional –las logias que dependían de este Gran Oriente se encontraban
distribuidas en las principales provincias del litoral- e internacionales –en particular con los Grandes
Orientes o Grandes Logias de Uruguay, Brasil, Francia e Inglaterra- podía brindar un apoyo
suplementario al reconocimiento del nuevo Estado nacional que intentaba instaurar desde Buenos Aires.
Pero más allá de las estrategias de unos y otros, la pregunta que podemos hacernos es por qué unos y
otros piensan que ello contribuirá a la paz. En otros términos, ¿qué función política, que no sea la de
garantizar un voto cautivo, podía ofrecer este tipo de vínculos?

37Para dar respuesta a esta pregunta es necesario interrogarse sobre el impacto que pudo tener la
ruptura del vínculo colonial en las estrategias relacionales, aspecto sobre el cual los estudios sobre
redes, desarrollados principalemente por los colonialistas, no han reparado suficientemente92. Este
problema fue tempranamente señalado por Tulio Halperín Donghi al preguntarse sobre la incidencia de
la carrera de la revolución en el equilibrio interno de la élite dirigente93. El horizonte de la revolución
fue ciertamente la guerra, pero con ella –en una relación más que compleja- se introduce la política. El
principio representativo del poder y de la autoridad modifica sensiblemente las reglas del juego. El
acceso a las instituciones, aunque siguiese dependiendo de las relaciones que un individuo pudiese
movilizar, introducía un nuevo elemento perturbador vinculado a los nuevos fundamentos del poder
político : la nueva instancia electoral. En Buenos Aires ello dió lugar a la avanzada sanción de la ley
electoral de 1821 que instaura el principio del « sufragio universal » masculino : voto directo y
llamativamente extendido. Ciertamente ello no instauró una verdadera democracia representativa pero
introdujo un nuevo elemento de incertidumbre. Ya que si la confección de listas quedaba en manos de
los notables que exigía la conclusión de acuerdos para lo cual podían utilizar sus recursos relacionales,
el voto directo y extendido hacía posible que los resultados se dirimieran el día del voto, y con
participación de la « plebe » que unos y otros podían movilizar para ganar las mesas, que era la última
instancia en que se definía el voto94. Las relaciones necesitaban así diversificarse y para ello los nuevos
espacios de sociabilidad podían presentar un interés particular. Es el caso de la presentación del profano
y « moreno » Rosendo Mendizabal para ser iniciado en la masonería en 1858. Su presentación fue en
un primer término rechazada –no olvidemos que la masoneria funcionaba igualmente como « club » de
gente selecta y que entre la « gente decente » los prejuicios raciales eran aún muy persistentes95. Pero
el moreno Mendizabal terminó siendo acceptado y si bien ello se hizo argumentando el principio de
igualdad, su integración no debe ser ajena a su función de intermediario político. Prueba de ello es
después de integrar en 1856 el club de los guardias nacionales, la oposición -luego de proclamar « ya
basta de mulatos, que Mendizabal no iba a representar sino una casta »- le propone organizar un año
despues un club electoral destinado a movilizar a los « ciudadanos de color »96. Un año después será
miembro del prestigioso « club » de los masones.

38El objeto sociabilidad permite dar cuenta de cómo las nuevas reglas de juego de la política son
producto de la interacción social y pueden dar lugar a formas relacionales específicas que brindan, como
el caso de los clubes electorales, un conjunto de recursos organizativos, relacionales e identitarios para
el ejercicio de la soberanía. Pero podemos igualmente interrogarnos sobre los recursos que brinda la
sociabilidad asociativa en general.

39Recordemos que durante los primeros 14 años (1821-1835) en que el remplazo de las autoridades
se hizo aplicando la ley de elecciones, la inestabilidad política fue grande y llevó incluso, con la revolución
de diciembre de 1828 encabezada por Lavalle, no sólo a romper la legalidad institucional, sino a
introducir, con la ejecución de Dorrego, la posiblidad de resolver la competencia internotabiliaria a través
de la eliminación física del adversario97. Es en este contexto que el discurso de la sociabilidad como
relaciones civiles y urbanas toma un sentido concreto de pacificación de las relaciones en la esfera
pública. « Cordialidad, unión, uniformización de intereses y opiniones » así concluye un artículo de Juan
Cruz Varela e Ignacio Núñez de 1822 destinado a destacar los beneficios de la reciente creación de la
Academia de Música98. No es quizá un azar que la instauración del voto “universal” en 1821 se
acompañe de un desarrollo de nuevas formas asociativas destinadas a incentivar el comercio amable
entre las élites. No es que los hombres que participan internalicen las normas y valores99. Pero ellas
permiten multiplicar las relaciones reduciendo el grado de incertidumbre que introducía las nuevas
reglas del juego político. Ello no garantizaba, claro está, la fidelidad política, como testimonia Núñez a
Rivadavia en 1825 respecto a las elecciones que debían renovar la sala: “El espíritu de empresa entre
particulares no ha caído a pesar de que todo cuanto se había conseguido en favor del aniquilamiento
del espíritu de incertidumbre, ha venido a quedar reducido a poco ...”.100 El propio Núñez informa de
los escasos efectos que estos vínculos pueden tener para garantizar fidelidades. Así relata acidamente
como luego de “una reunión en casa del señor Gómez, a que asistieron los señores García, Agüero,
Zavaleta y Castro para organizar una opinión” constata que luego de fijar únanimamente una posición
“ni aun los señores que se combinaron previamente para marchar en este sentido, lo hacen
aisladamente”101. Pero lo que podemos retener también de esta amarga constatación es que Núñez
conoce las posiciones que están tomando cada uno de ellos aisladamente y que este tipo de
informaciones puede hacer el juego más previsible. Cabe entonces preguntarse si el desarrollo de
nuevas prácticas relacionales facilitaron la circulación de este tipo de informaciones y si ello permitió
garantizando una mayor estabilidad institucional, lo que no significa hacer desaparecer las luchas
encarnizadas que podía generar la competencia electoral.

40La pax rosista que se instauró a partir de 1835 se logró entre otras cosas a precio de introducir la
práctica de designación de candidatos por el ejecutivo que si bien aportaba una solución temporaria al
conflicto en torno a la constitución de listas y de movilización el día de las elecciones, no resolvía el
problema de la inestabilidad que generaba la aplicación del principio representativo. La coalición que
acaba con Rosas en 1852 aportará una nueva respuesta a este problema a través de la creación de los
clubes electorales destinados a componer listas, garantizarse apoyos y organizar la contienda electoral
el día del voto. La relación entre sociabilidad y política es aquí suficientemente explícita, aunque no
necesariamente simple102. El fenómeno de los clubes es en particular interesante no sólo porque es el
primer intento de fijar a través de una formar organizativa ciertas reglas de juego de la competencia
electoral, sino porque estos permiten poner en evidencia la consistencia relacional de la parroquia –
distrito de los jueces de paz y circunscripción eclesiástica- que la ley electoral convierte en espacio
político103. Su estudio permite así introducir el problema de la dimensión territorial de algunos vínculos
que se tejen a partir de interrelaciones cotidianas a partir de las cuales se construyen espacios de
vecindad104.

41Junto a estas nuevas formas de organización politica vemos desarrollarse un gran número de
asociaciones, que como la masonería, reúnen una serie de individuos en torno a intereses comunes, ya
sean estos considerados de interés público –sociedades literarias, cientificas, filosóficas, filantrópicas o
caritativas-, sectorial –organizaciones de oficio, sociedades mutuales-, o simplemente para encontrarse
entre pares –clubes de recreo-, que multiplican las relaciones sociales fuera del ámbito privado, y
permiten establecer nuevos vínculos relacionales. Si estas formas asociativas no buscaban dar una
respuesta directa al problema que plantea el ejercicio de la soberanía, su desarrollo no parece ajeno a
este problema y explicaría porque son aquellos que aspiran a cargos electivos que más recurren a ellas.
Su « funcionalidad » podría venir de los vínculos de sociabilidad, que en algunos casos podrían contribuir
a constituir vínculos fuertes, pero que más globalmente multiplica los contactos personales que generan
relaciones de confianza entre los actores. Codearse en los salones del Club del Progreso, o encontrarse
durante los trabajos de una logia no necesariamente garantizaba un voto, pero permitía establecer
relaciones de confianza a partir de las cuales fijar acuerdos e instalar la competencia en un terreno de
mayor previsibilidad. En este sentido la sociabilidad, al mismo tiempo que hace posible la competencia
–y la consolidación de facciones-, vincula el juego político a la dinámica relacional, permitiéndonos
desplazar el problema de la estabilidad política de su tradicional campo institucional. Es éste, entre
otros, las posibilidades que este objeto brinda a la historia política.

4- Epílogo
42El hombre es imprevisible y capaz del horror, pero la historia de la humanidad no es la guerra de
todos contra todos que postulaba Hobbes, aunque a veces pueda parecérsele. El liberalismo permitió
rebatir la teoría absolutista postulando la existencia de esa mano invisible -el mercado de intereses-
que regula las relaciones sociales. Ello no permite, sin embargo, explicar ni la violencia, ni el fraude
como lo señaló pertinentemente Granovetter. Pero tampoco el concepto normativo de sociabilidad lo
hace. La solución al intrincado problema pasa, como lo proponen hoy las ciencias sociales, por la
observación de las relaciones sociales tal como se dan o se han dado. Pero ello como hemos visto no
resuelve sino parcialmente el problema, ya que para estudiar esas relaciones utilizamos categorías que
reintroducen postulados « a-prioris ». Personalmente no creo que la solución pase por desprendernos
de todo tipo de útiles conceptuales que nos llevaría a un puro empirismo, aunque señalar este problema
epistemológico nos ha permitido reflexionar sobre nuestros más habituales hábitos del oficio. Ello
permite en particular reflexionar sobre las categorías utilizadas por los propios actores que tienen, como
lo sugerimos, un componente fuertemente normativo, y que constituye otra de las variables que
intervienen en el campo de la acción. Pero, como hemos observado, las prácticas relacionales que se
dan en el marco del desarrollo asociativo permiten instaurar relaciones de confianza que son menos
consecuencia de este marco normativo que producto de la propia dinámica relacional, sin por ello
evacuar la dimensión normativa que buscaba dar sentido a estas prácticas. El desarrollo de este tipo de
relaciones remite, por otro lado, a un aspecto institucional –el reconocimiento de la libertad de
asociación- que no es independiente del discurso sobre la sociabilidad como tampoco lo es de las
necesidades del mercado –que lleva por ejemplo a suprimir las corporaciones. El desafío que plantea la
sociabilidad a la historia política es el de pensar la articulación de estas diferentes problemas que hacen
a la vida relacional de los actores.

43Con gran agudeza G.Gemelli y M.Malatesta, al trazar un cuadro de la aventura teórica e historiográfica
de la sociabilidad, concluyen que éste deja más testimonio de interrupciones y oscilaciones que de un
sereno avance progresivo, « historia de un vacío, al menos en cierto sentido, y en cada caso historia en
negativo, delineada por obstáculos más que por conquistas »105. Los que nos hemos confrontado a este
objeto sabemos de esos obstáculos y de la pobre conquista que supone que el término se haya difundido
en el vocabulario historiográfico. Si deseamos hacer de la historia un saber acumulativo es indispensable
no relegar nuevamente la « sociabilidad » a una categoría de sentido común que al explicar todo no
explica nada. La historia política, como ya lo había señalado F-X Guerra en 1988, podría encontrar en
este objeto no sólo una nueva manera de interrogar los problemas tradicionales que se plantean en este
campo, sino formular asimismo nuevas problemáticas.

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Bibliographie
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Notes
1 Además de los trabajos, muy diversos que integran esta noción, una serie de encuentros han sido
organizados en torno a la sociabilidad desde los años 80. Cf. Casa de Velázquez, Plazas, 1982 ; Formas
de Sociabilidad, 1992 ; Martin, Sociabilités, 1998. Más recientes tuvieron lugar dos encuentros cuyas
actas aún no han sido publicadas, Casa de Velazquez, « Política », 2001, XI Jornadas de História Ibero-
Americana, « Espaços », 2003
2 Cf. Sociabilités, 1987. A.M Brenot habla por ejemplo de « sociabilidad de la paz » para hacer referencia
a las juntas o parlamentos entre autoridades españolas e Indios araucanos. Cuatro encuentros en dos
siglos permiten al autor concluir que estamos frente a una « sociabilidad » que constituye un « nuevo
modelo de orden y de integración ». Llamativo también es, aunque permite comprender mejor las
conclusiones del autor, que en la presentación del libro se utilice como primeras referencia
historiográficas de la sociabilidad la obra de A.Cochin y F.Furet. Cf. Brenot, « parlements » 1998,
Cochin, Sociétés, 1921, Id, Sociétés, 1925, Furet, Penser, 1978
3 Agulhon, « Chambrées », 1971, « Sociabilités », 1976, Cercles, 1977, « Histoire »,
1978, République, 1979, Pénitents, 1984 (1966), « Sociabilité », 1986, Histoire, 1988, « Sociabilité »,
1992.
4 Entre otras la propuesta de la micro historia que alimentó la propueta del « Tournant Critique » y la
nueva historia social, la « historia comparada », la « Connected history » y más recientemente la
« HistoireCroisée ». Cf. Levi, Pouvoir, 1989 ; « Tentons », 1989;
Atsma, Bloch, 1990 ; Lepetit, Formes, 1995 ; Revel, Jeux, 1996 ; Gruzinski, « Mondes », 2001 ;
Werner, « Penser », 2003.
5 Publicada por el Instituto Mora en 1994.
6 Cf. « Sociabilidad », 1993
7 La iniciativa puede igualmente interpretarse como el producto de un renovado interés por la « historia
de la vida cotidiana » que en México encuentra un particular terreno propicio gracias a la importante
acogida que alli se hizo a la historia de las mentalidades.
8 En el caso de la historia social los estudios sobre movimiento obrero, bajo inspiración thompsoniana,
comienza a introducir la preocupación por las experiencias cotidianas de los trabajadores. Un ejemplo
de la via de difusión de este nuevo objeto a través del inglés lo encontramos en el en el artículo de
Margarita Rosa Pacheco publicado en « Sociabilidad » 1993.
9 Cf. Guerra, « Vínculos … » en México, 1988, pp. 126-181
10 Cf. Guerra, « Lugares », 1988.
11 Cf. Guerrra, Modernidad, 1992
12 Sobre noción de sociabilidad en la historiografía contemporánea Cf. Gemelli, Malatesta, Forme, 1982
13 Una utilización más antigua de esta noción está atestiguada hacia fines del siglo XVII en España y en
un texto florentino. Según Pedro Álvarez de Miranda, la primera utilización española de este neologismo
corresponde al Hombre práctico, de Gutiérrez de los Ríos, obra publicada en 1764 pero escrita en 1680,
y en la cual el término está directamente vinculado a la noción de vida social opuesta a viida natural en
estado salvaje. Cf. Agulhon, “Sociabilidad » 1992, Álvarez de Miranda, Palabras, 1992, p. 374.
14 En el caso de Francia, Daniel Gordon contó 644 referencias para el siglo XVII, en tanto que para el
siglo siguiente se elevan a 8.294. cf. Gordon, Citizens, 1994, p. 53. La misma constatación para la
España del siglo XVIII en P. Álvarez de Miranda, ibid, pp. 349-383.
15 Bilbao, « Sociabilidad », 20 de junio de 1844; Mitre, Historia, titula su primer capítulo introductorio
de la nueva edición de Historia de Belgrano, « La sociabilidad argentina».
16 Habitantes de Gap, ciudad del departamento francés de Altos Alpes
17 Agulhon, « Préface » Pénitents, 1984, p.VII
18 Cf. Agulhon, “Sociabilité » 1986, p. 18
19 Como ocurre con G. Simmel o N. Elias. Cf. Simmel, “Sociabilité »,1918; Elias, Civilisation, 1973;
Elias, Société, 1974.
20 Este tipo de problemas ha comenzado a plantearse por aquellos que proponen, para abordarlo, una
perspectiva pluridisciplinaria. Es el caso del número de la revista Histoire, n°8, 1998, en particular el
artículo de Véronique Hébrard que plantea una problemática histórica a mi entender muy pertiente :
¿cómo se puede estudiar la sociabilidad en un país en guerra civil permanente ? Los intercambios que
nosotros consideramos como violentos, no constituyen tambien formas de sociabilidad ? Cf. Hébrard,
« Cités », 1998, pp.123-148
21 Elias, Ibid. Sobre la relación entre normas y prácticas ver Cerutti, « Normes », 1995, pp. 127-149
22Problema que señalará la micro-historia italiana y que será retomado posteriormente por la escuela
de los Annales. Cf. Revel, Ibid.
23 Cf. “Sobre las sociedades particulares. Continuación”, El Censor, 9 de octubre de 1817, n° 108, pp.
3-5
24 La sociabilidad que se intenta promover vendría a resolver el problema de la violencia en las
relaciones cotidianas, problema que, dicho sea de paso, se identifica con el sector de la sociedad más
refractario al proceso de civilización, la plebe.
25 Cf. « Sociabilidad » Autoridades, 1726, p.133
26Cf. Gordon, Ibid; Lapesa, “Ideas”, 1966-1967
27 Cf. Feijoo, Cartas, t.V, 1760 en Alvarez de Miranda, Ibid
28 Cf. Hobbes, Léviathan, 1651. La tesis de Bossuet sobre una naturaleza humana sociable y a-sociable
al mismo tiempo tenía el mismo valor estratégico de demostrar la necesidad de la soberanía del rey. Cf.
Bossuet, Política, 1709. Un análisis sobre trabajo teórico y práctico que la monarquía realiza sobre ella
misma en Cosandey, Descimon, Absolutisme, 2002
29 Sobre la "ideología individualista" ver Macpherson, Théorie, 1971, Manent, Naissance, 1977;
Dumont, Essais, 1983
30 Cf. Delamare, Traité de la police, 1705, en Gordon, Ibid.
31 . Cf. “Sociabilité” en Encyclopédie, 1765, t. XV, pp. 250-251. Por su parte, Catherine Duprat subraya
que en el siglo XVIII las nociones de sociabilidad y beneficencia se utilizaban prácticamente como
sinónimos. Cf. Duprat, Temps, 1993.
32 En Loi de la Nature et de la Société (1672), Pufendorf postula dos estadios de la naturaleza. El
movimiento hacia la sociedad era para él el producto de una elección racional. Cf. “Sociabilité”
en Encyclopédie, Gordon, Ibid. El Diccionario de Autoridades confirma la existencia de una de las dos
acepciones en España, ya que define la sociabilidad como “tratamiento y correspondencia de unas
personas con otras”. Autoridades, t. III, p. 133
33 Argumento que desarrolla para comentar la traducción de las Cartas de Chesterfield a su hijo
realizada por Tomás de Iriarte publicadas en Buenos Aires en 1833. Cf. Cartas, 1833. Cabe señalar que
este libro, de gran difusión en el siglo XVIII, siguió publicándose en el siglo XIX, cuando aparecen las
primeras traducciones latinamericanas. Además de la Argentina podemos citar la mexicana de 1845 de
Luis Meneyro, consul mexicano en Burdeos. El autor introduce la traducción con una carta a su su
hermano Manuel en que desarrolla una reflexión similar a la de Alberdi respecto a la utilidad de la
literatura de la civilidad para la formación del ciudadano, que lo lleva a censurar ciertos pasajes « que
podrían descarriar a los espíritus débiles o dar pábulo a los corrompidos ». Cf. Cartas, 1845 ; Alberdi,
J.B, « Sociabilidad Costumbres » en El Iniciador, n° 12, Montevideo, 1/10/1838
34 Cf. Lerminier, Influence, 1833. Gutierrez de los Ríos en El Hombre práctico ya utiliza en 1665 el
vocablo « sociabilidad » con el valor de « vida en sociedad civilizada » en oposición a vida salvaje. Cf.
Alvarez de Miranda, ibid
35 Véanse en particular N. Elias, Civilisation; Chartier, « Distinction »,1987 Revel, « Usages » 1986
36 Cf. Encyclopédie
37 Autoridades
38 Quizá resida aquí una de las explicaciones de una tendencia bastante generalizada de identificar
sociabilidad a asociación. Maurice Agulhon reconoce que en sus primeros trabajos perdura una cierta
indefinición que rectificará posteriormente distinguiendo estas dos nociones, y acuñando una nueva, la
de « sociabilidad asociativa ».
39 Una formulación de esta crítica en Moutoukias, « Narración », 1995, pp. 221-237
40 Sobre este problema ver el trabajo clásico de Boltanski, Cadres, 1982
41 Ello no solamente en el Río de la Plata como los textos mexicanos o chilenos citados lo sugieren.
Esta noción adquire igualmente una cierta centralidad durante la asamblea constituyente venezolana de
1830. Cf. Hébrard, Venezuela, 1996.
42 Retomaré aquí algunos aspectos desarrollados en González Bernaldo de Quirós, Civilidad, 2001.
43 Sobre este debate ver González Bernaldo, Pilar « La « identidad nacional » en el Río de la Plata post-
colonial. Continuidades y rupturas con el Antguo Régimen » en Anuario del IEHS, n° 12, 1997, pp.109-
122 ; Halperin Donghi, « Orígenes », 2001
44 Reconozco que al haberme detenido en particular en la « sociabilidad política » durante el período
insurreccional tuve tendencia a identificar este tipo de prácticas con los objetivos políticos de aquellos
que recurrieron a las mismas. Pero no dejo por ello de señalar que éstas se inscriben dentro de la lógica
de la sociedad colonial y al mismo tiempo funcionan como espacio de formulación del proyecto
revolucionario. Cf. González Bernaldo, « Producción », 1990 ; Id, « Pedagogía », 1994
45 Aunque la tesis de Habermas sugiere que son en éstas prácticas que surge la nueva esfera pública.
Cf. Habermas, Espace, 1978. Sobre la pertinencia de éste análisis para América latina ver González
Bernaldo, « Pensar », 1996 ; Id, « Literatura », 1999, Guerra, Lempérière, « Espacios », 1998
46 Sobre esta particular acepción de sociedad como nación, ver entrada « Sociedad » en Fernandez
Sebastián, Diccionario, 2002.
47 Cf. El Iniciador N° 12, Montevideo, 1/10/1838. Una similar argumentación aparece en las
argumentaciones de ciertos diputados venezolanos durante la asamblea constituyente de 1830. Ver
intervención de. José María Vargas en Pensamiento,1961, vol.1, p.5
48 Cf. Echeverría, Dogma, 1846
49 Sarmiento llega a hablar de « desasociación » de una sociabilidad que no nace de un interés público.
Cf. Sarmiento, Domingo « Asociación. La pulpería” en Civilización, 1845
50 Cf. Halperin Donghi, « Orígenes », 2001
51 Cf. Sarmiento, ibid, Echeverría, ibid.
52 Los rigurosos trabajos de análisis del discurso que rastrean nociones como pueblo, nación, república
o « Argentina » para fijar una cronología del surgimiento de una representación nacional de la comunidad
política pasan totalmente por alto la sociabilidad. Cf. Chiaramonte,“Formas“, 1989; Ciudades, 1997. Es
llamativo en particular que Chiaramonte, que ha puesto a luz la importancia de las doctrinas del
“Derecho natural y de gentes” en los movimientos de independencia no haya reparado sobre esta noción,
central en esta doctrina. Cf. « Fundamentos », 2000
53 Cf. Constitución de la Conderación Argentina » 1 de mayo de 1853. Sobre el reino del « provisoriato »
ver Vedro, « Règne », 1998
54 Cf. Guerra, Modernidad, 1992, Verdo, « Provinces », 1998
55 Cf. Chiaramonte, ibid
56 Cf.. Asambleas, 1937-1939, t. I, p. 1325. Un análisis de este debate Goldman, « Libertad », 2000
57 En el sentido de trazos socio-culturales específicos a partir de los cuales trazar las fronteras
juridiccionales del Estado. Lo cual permite que B.Mitre hable de la « sociabilidad argentina » y F.Bilbao
de « Sociabilidad chilena ». Cf.Bilbao, Ibid, Mitre, Ibid
58 Halperín Donghi, « Orígenes », 2001
59 M.Bertrand define la red de sociabilidad « como el conjunto permanente o temporario de vínculos
de naturaleza diversa que ligan a los individuos entre sí. Ellos suponen vínculos de solidaridad entre los
participantes, del mismo tipo que existen en el linage. Pero a diferencia de éstos, ellos reagrupan
individuos asociados también por vínculos de dependencia ». Cf. Bertrand, « Réseaux », 1998
60Cf. Mandich « Pratiques », 1998, pp.209-233
61 Cf. Castellano, Dedieu, Réseaux, 1998. Moutoukias, ibid.
62 No comparto, por ejemplo, la asimilación que hace A.Lemperière de la sociabilidad al universo
corporativo para analizar la sociedad de Antiguo Régimen, y que la lleva a la conclusión de que en Nueva
España no existen formas de sociabilidad vincualdas al placer gratuito de reunirse y conversar. Pero el
problema reside para mi menos en el objeto que en la utilización que se hace de él. Cf. Lemperière
“Sociabilités », 1998, pp.79-95.
63 Langlois, Seignobos, Introduction, 1898
64 Ver sobre este punto el desarrollo de Boltanski, Thévenot, Laurent, Justification,1991
65 Por su grado de formalización, la asociación en algunos casos ha dejado testimonios escritos de su
funcionamiento, aunque no siempre da cuenta de las relaciones de sociabilidad entre sus miembros. Las
nuevas aproximaciones pluridisciplinarias, como la antropología histórica o la etno-historia, permiten
aportar nuevas soluciones a este problema heurístico, como también lo hace la historia oral para
períodos más recientes.
66 Cf. Baily « Sociedades », 1982; Devoto, Fernández, "Asociacionismo”, 1988
67 Cf. Gandolfo, « Sociedades », 1992, pp. 311-332
68 Ver en particular Civilidad, 2001
69 Cf. Ibid
70 Cf. Halperín Donghi, Ibid
71 Como sugiere la reseña que realizó de mi libo Zacarías Moutoukias. Cf. Moutoukias, Civilité, 2003
72 Cf. Granovetter, « Economic », 1985, pp.481-510
73 Cf. Crozier, Friedberg, Acteur, 1977
74 Cf. Moutoukias, Ibid. Las nuevas propuestas de la historia social en Lepetit, Formes, 1995
75 Cf. Civilidad, 2001
76 Cf. Agulhon, République, 1979; Huard, Mouvement, 1982, Guerra, México, 1988
77 Cf. González Bernaldo, “Masonería”, 1990
78 Cf. Ibid
79 Cf. Farsa, 1858, González Bernaldo, “Masonería”, 1991
80 Un análisis más detallado de esta cuestión en nuestro trabajo Civilidad, pp.278-284
81 Cf. AGLA, libro de actas, logia “Regeneración”, caja n° 36, sesión del 7 de noviembre de 1860
82 Cf.Ibidem. Debemos recordar que los extranjeros votaban en las elecciones municipales en el Estado
de Buenos Aires y que por otro lado la presencia de extranjeros es significativa en las logias existentes,
algunas de las cuales se organizaron según orígenes nacionales de los extranjeros..
83Cf. Civilidad; Id, “Beneficencia” 2003
84 Debate que los católicos harán público en el diario La Religión. Cf. González Bernaldo,
« Beneficencia”; González, « Caridad », 1984
85 Cf. Cf. Newland, Buenos Aires, 1992. Conflicto que Sarmiento presenta en un registro de género
cuando denuncia las pretenciones de las damas de erigirse en instancia de gobierno femenina. Sobre
este punto ver González Bernaldo, « Beneficencia », 2003
86 Esta referencia es un lugar común de los autores masónicos. Cf. Diccionario, 1962;
Lazcano, Sociedades, 1937, t. II, pp. 351-354; Hurcade, « Misión », 1946
87 Mitre es elegido gobernador de la provincia el 2 de mayo de 1860, y de inmediato anuncia su
intención de integrarla a la Confederación Argentina
88 Cf. ACP, libro de actas, sesión del 3 de julio de 1860
89 Sarmiento y Gelly y Obes ya pertenecían a logias de la obediencia del Supremo Consejo, y tal vez
habían sugerido esta idea a Bartolomé Mitre. Derqui y Urquiza eran iniciados en la francmasonería, pero
por lo que sabemos no tenían actividad en la orden en esa época. En cuanto a Mitre, no formaba parte
de ella. Lappas pretende que se había iniciado en Bolivia y que luego se incorporó a la logia
Confraternidad Argentina, a la vez que era miembro honorario de Unión del Plata. Sin embargo, no
hemos encontrado datos sobre su participación en ellas. Al contrario, en la intervención de Pedro
Palacios en la logia Unión del Plata en julio de 1860 hay una referencia explícita a la condición profana
del gobernador Bartolomé Mitre. En la misma oportunidad, Palacios denunció la actitud inaceptable de
la logia Confraternidad Argentina, que había otorgado por decreto y en una sola jornada los tres
primeros grados masónicos. Cf. AGLA, libro de actas, logia “Confraternidad Argentina”, caja n° 14, sesión
del 21 de julio de 1860; Lappas, Masonería, 1966, p. 282
90 Cf. AGLA, libro de actas, logia “Unión del Plata”, caja n° 21, sesión del 25 de agosto de 1860; libro
de actas, logia “Confraternidad Argentina”, caja n° 14, sesión del 21 de julio de 1860; libro de actas,
logia “Consuelo del Infortunio”, caja n° 27, sesión del 28 de agosto de 1860
91 Iniciativa que debe igualmente interpretarse dentro del conflicto intra-masónico que se libran las
dos autoridades que reivindican la dirección de la masonería : El Gran Oriente de la República Argentina
y el Gran Oriente de la Confederación Argentina. Cf. Civilidad, capítulo 8
92 A la excepción, para el caso argentino, del reciente trabajo de Bragoni, Hijos, 1999
93 Cf. Halperín Donghi, Revolución, 1972
94 Durante todo este período no existen padrones electorales. Las autoridades de mesas –que en la
ciudad eran elegidas- eran las que decidían quien podía o no votar. En buena medida quien controlaba
la mesa controlaba el resultado de la elección. Cf.Civilidad ; Ternavasio, Revolución, 2002
95 Cf.. AGLA, libro de actas, logia “Unión del Plata”, caja n° 21, sesión del 25 de agosto de 1860.
Cf. Civilidad, pp.299-301
96 Cf. « Por qué tomáis nuestras armas » La Tribuna, 29/3/1856
97 Un análisis reciente de las prácticas electorales durante este período en Ternavasio, Revolución,
2002.
98 Cf. El Centinela, n°11, 6/10/1822, p. 179.
99 Si creemos a los actores que han construido un discurso sobre las mismas, como el propio Núñez,
deberíamos concluir que ello llevó a descartar la violencia en la esfera política. Sin embargo, civilidad y
política no necesariamente coinciden en las prácticas cotidianas. Los mismos promotores de un
movimiento asociativo destinado a desarrollar relaciones de “civilidad” utilizaban los clubes electorales
no solo para establecer ciertas reglas de juego en la competetencia por la constitución de listas que
debían luego votarse, sino para organizar la movilización el día de las elecciones destinada entre otras
cosas a tomar posesión de las mesas, reintroduciendo la violencia que supuestamente estas formas
buscaban apartar.
100 Carta de Núñez a Rivadavia del 21/1/25 en Piccirilli, Rivadavia, 1943, citada por Ternavasio, ibid, p.
103
101 Cf.Ibidem
102 Un análisis de ello en Civilidad
103 Cf. Civilidad, pp.285-304. La ley de elecciones de 1821 retoma el principio establecido por la
Constitución de Cádiz que fija la elección de grandes electores por parroquia. Cf. Constitución de Cadiz
de 1812, cap III-V ; « Ley de elecciones » fija que las elecciones se hacen por parroquia pero para elegir
los representantes de la ciudad. Cf. Registro, 1821, pp.18-21. Un análisis de una primera experiencia
electoral americana a partir de la Constitución de Cádiz ver Annino, « Cadiz », 1995, pp. 177-226 ;
Guerra, « Soberano » 1997, pp.33-61
104 Las raras investigaciones destinadas a los clubes, incluso aquellas que analizan los clubes
parroquiales, evocan estas organizaciones ya sea como presedente de los partidos políticos en la región,
o como organización destinada a imponer los candidatos del gobierno. Cf. Heras, « Agitado »
1954 ; Chiaramonte, «Nacionalisme » 1971, pp. 145-179. En una reciente investigación, Hilda Sabato
ha llamado la atención sobre este problema retomando los resultados de mis investigaciones. Ella realiza
sin embargo una lectura demasiado reductora de mi tesis de 1992, cuando me hace identificar el papel
que juega la parroquia como espacio de accion política al poder político de los curas, interpretación que
desvirtúa mi análisis y tiende a evacuar el problema planteado. Cf. Sabato, Política, 1998 ; en particular
la note 14, p. 103. Para la parroquia como espacio de interrelación social ver González Bernaldo,
« Sociabilidad » 2003
105 Cf. Gemelli, Malatesta, Ibid
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Pour citer cet article
Référence électronique
Pilar González Bernaldo de Quirós, « La « sociabilidad » y la historia politica », Nuevo Mundo Mundos
Nuevos [En ligne], Bibliothèque des Auteurs du Centre, González Bernaldo, Pilar, mis en ligne le 17
février 2008, consulté le 19 avril 2018. URL : http://journals.openedition.org/nuevomundo/24082
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Pilar González Bernaldo de Quirós


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