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Sergio Morresi

Expositor
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Ponencia preparada para el XIII Congreso Nacional de Ciencia Política


“La política en entredicho. Volatilidad global, desigualdades persistentes y
gobernabilidad democrática”, organizado por la
Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP)
y la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT),
Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
2 al 5 de agosto de 2017

La continuidad del modelo neoliberal


en América Latina durante el siglo XXI

Sergio Daniel Morresi


Contacto: smorresi@gmail.com

Universidad Nacional del Litoral - Universidad de Buenos Aires


Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Se autoriza la reproducción en actas,


pero se ruega no citar sin autorización ya que se trata de un trabajo en desarrollo.

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Resumen

Esta presentación tiene por objeto poner en discusión el modo en que se aborda al neolibera-
lismo en América Latina. Se parte de mostrar dos lecturas contrapuestas acerca de si el desa-
rrollo del neoliberalismo fue o no interrumpido durante el período conocido como de “giro a
la izquierda” a partir del diagnóstico sobre el crecimiento del Estado y el abandono del Con-
senso de Washington. Más adelante se muestra por qué el neoliberalismo no puede entenderse
como un modelo anti-estatalista ni equipararse a un conjunto de recetas económicas. De allí
se concluye que el neoliberalismo continuó desarrollándose durante el periodo 1999-2015.
Sin embargo, en la última parte del trabajo se muestra que la multiplicidad interna y de movi-
miento que tiene el neoliberalismo debe llevar a una nueva reflexión acerca de las formas que
adquirió en la región durante los primeros años del siglo XXI y los modos que podría adoptar
en el futuro próximo en un nuevo contexto internacional y con el triunfo de nuevos gobiernos
de derecha o centro-derecha.

Palabras Clave: neoliberalismo; América Latina; derechas políticas; giro a la izquierda

Las derechas latinoamericanas ¿regresaron o, en realidad, nunca se

fueron?

Durante los últimos dos años, en América Latina se ha comenzado a hablar de un “giro a la
derecha”. En este sentido, el triunfo de la alianza “Cambiemos” (liderada por el partido de
centro-derecha Propuesta Republicana) en 2015, la derrota de la propuesta de re-reelección en
el referendo boliviano y la ilegítima interrupción del mandato de la presidente Dilma Roussef
en Brasil en 2016 y las buenas perspectivas de la candidatura de Sebastián Piñeira para las
elecciones chilenas de 2017 son algunos de los mojones que parecen marcar un cambio de
rumbo con respecto al ciclo de gobiernos “progresistas”, “nacional y populares” y “de iz-
quierda” que se había iniciado sobre el final del siglo pasado. Al plantearse la idea de la aper-
tura de un nuevo ciclo de derecha en la política latinoamericana, surgen de inmediato interro-
gantes acerca de la novedad del fenómeno al que se asiste: ¿las derechas regresaron al

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continente o, en realidad, nunca se habían ido? ¿Estamos asistiendo a un “retorno del neolibe-
ralismo” o, más bien al despliegue de una nueva fase de su desarrollo ininterrumpido?

Naturalmente, no hay una respuesta clara y unívoca a estas preguntas. Para algunos ana-
listas, la idea de ruptura es clara. Para ellos, la hipótesis acerca de la continuidad de la de-
recha durante los primeros tres lustros del nuevo milenio tiene aroma a herejía, pues parece
implicar sino un desconocimiento, al menos sí un menosprecio de las múltiples formas en las
que los gobiernos del “giro a la izquierda” o de la “marea rosada” (como se dio en llamarlos)
procuraron enfrentar la herencia del neoliberalismo o, incluso, avanzar en el arduo proceso de
desmontar las estructuras arcaicas y reaccionarias que el neoliberalismo había creado o pro-
fundizado en una tierra signada por la desigualdad. Desde esta perspectiva, se ha insistido en
la idea de que, con diferentes intensidades y a través de diferentes rumbos, las iniciativas po-
líticas de las gestiones de la Concertación en Chile, el Frente Amplio en Uruguay, el Partido
dos Trabalhadores en Brasil, el Frente para la Victoria en Argentina, el Movimiento al Socia-
lismo en Bolivia, la Alianza País en Ecuador, el Frente Farabundo Martí en El Salvador, el
Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua y el Partido Socialista Unido de Vene-
zuela mostraron el camino de un “etapa posneoliberal”.

Este posneoliberalismo, admiten aquellos que la postulan, no estaría plenamente desa-


rrollado, pero, indudablemente, implicaría una ruptura con respecto al período anterior (Sa-
der, 2008; Grugel y Riggirozzi, 2009). ¿Cuál sería el sentido de esta ruptura? Hay diversos
puntos de vista, pero en general se postula que la revalorización (y el consecuente crecimien-
to) del Estado, sobre todo en su faz social y productiva, implica una divergencia con respecto
al modelo neoliberal.1 Justamente por ello, en esta línea de lectura, el crecimiento de las fuer-
zas de derecha durante el último bienio se percibe como una “recaída”, un “retroceso” o una
“interrupción” de un proceso positivo que se estaba desarrollando y dirigiendo desde la cúspi-
de del Estado y que debe ser retomado cuanto antes para que las fuerzas de la derecha no pue-
dan desandar el camino.

Sin embargo, desde una óptica distinta a la que acabamos de esbozar, se ha resaltado la
continuidad entre las políticas que se llevaron adelante durante los últimos años del siglo XX

1. Así, Natanson y Rodrígez (2016, p. 11) aseguran “lo que han empoderado [los gobiernos progresistas] no es
tanto a las sociedades sino al mismo Estado. Y esta quizás es también otra clave: el volumen de Estado que han
dejado, más que el nivel de organización en la sociedad. Estados que pagan más jubilaciones, que asumen más
“gasto social”, que controlan a través de empresas públicas o mixtas la producción y comercialización de la
energía, que regulan más las relaciones entre capital y trabajo”.
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y los primeros del siglo XXI. En este sentido, un primer paso es matizar bastante la idea mis-
ma de “giro a la izquierda” por el simple hecho de que la izquierda no llegó a imponerse y ni
siquiera a crecer en algunos países (como en Colombia o México) y que, en otros, las fuerzas
de derecha recuperaron protagonismo por vías democráticas (como en Chile), por medio de
golpes de palacio (como en Paraguay y Honduras) o por medio de las acciones de líderes po-
líticos a los que se presumía de izquierda pero que terminaron por adoptar posturas de centro-
derecha (como en Perú).

Pero, más allá de la búsqueda de casos, el argumento de peso para los analistas que pro-
curan subrayar la continuidad reside en mostrar que el modelo neoliberal siguió vigente du-
rante el período del “giro a la izquierda” (Gago, 2014; Stefanoni, 2016). En este punto se se-
ñala que, a pesar de que los gobiernos del “giro a la izquierda” desarrollaron políticas
orientadas a frenar el neoliberalismo en más de un sentido (como por ejemplo la promoción
de derechos), lo cierto es que se avanzó poco, muy poco. Este diagnóstico sobre el pasado re-
ciente se asienta, por ejemplo, en la continuidad de las políticas financieras que beneficiaron
principalmente a los bancos extranjeros y la resiliencia de la precarización laboral (resiliencia
de las que, en algunos casos, el Estado mismo fue promotor).

Pese a esta visión pesimista, para la mayoría de los “continuistas” está claro que hay una
distancia entre un gobierno de izquierda y uno de derecha; solo que se trata de una distancia
que resulta menor a la que perciben quienes adhieren a la interpretación “rupturista” (Leiras,
2016). En este sentido, y dejando a un lado el debate ya ultrapasado acerca de las izquierdas
buenas y malas2, las medidas tomadas por los gobiernos progresistas o nacional-populares sir-
vieron más para “salvar al mercado” que para destruirlo o refrenarlo. Así, la “marea rosa” la-
tinoamericana de comienzos del siglo XXI vendría a ocupar un lugar análogo a aquel que
tuvo la socialdemocracia a principios del siglo XX: aceptar el desarrollo del capitalismo, pero
morigerando su impacto a través de la intervención del Estado en un sentido redistributivo,
que habría sido posible en buena medida por una situación internacional particular y excep-

2. Quien lanzó al ruedo la distinción entre un izquierda “buena”, moderada y respetuosa de las instituciones
republicanas y una “mala”, populista e irresponsable fue Jorge Castañeda (2006). Sin embargo, esta clasificación
que fue ampliamente adoptada por la prensa y por actores políticos a los que la visión maniqueísta les resultaba
provechosa, es muy problemática. Por un lado, tiene un carácter más ideológico que analítico, pues presupone
mucho de lo que tiene que explicar. Por el otro, dista de ser clara y exhaustiva, porque si bien parece haber cierto
acuerdo en los casos paradigmáticos de Chile (la izquierda buena) y Venezuela (la mala), no se ofrecen pará-
metros para clasificar a países como Argentina que no caben con claridad en ninguna de los dos tipos ideales
(Etchemendy y Garay, 2011). Además, como mostró Marcelo Leiras (2007, p. 399), “la distinción entre buenas y
malas izquierdas sobreestima el peso de los discursos presidenciales [...] y subestima la relevancia de los facto-
res institucionales y partidarios” y no aprehende bien los proceso políticos de cada país.
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cionalmente benévola para la región3, logrando de este modo aislar a los actores políticos más
radicalizados (Weyland, 2011)4.

Ante la pregunta de cuál de estas dos perspectivas (la rupturista o la continuista) uno se
siente tentado a responder con un lugar común: ambas tienen algo de razón y ambas están
parcialmente equivocadas. Responder esto no es lo mismo que decir que las dos están igual-
mente acertadas o erradas ni que lo estén por los mismos motivos. Hay razones para sostener
que, a pesar de que presenta algunos problemas, la visión continuista acierta teóricamente al
explicitar que el neoliberalismo siguió desarrollándose en América Latina durante el período
1999-2015 y que la lectura rupturista falla al considerar que, al haber logrado aumentar el vo-
lumen y la capacidad de acción del Estado, los gobiernos del giro a la izquierda lograron abrir
la senda de una sociedad posneoliberal. Pero, al mismo tiempo, la visión rupturista atina po-
líticamente al subrayar la hondura del quiebre implícito en el triunfo, sobre todo por medio de
elecciones, de las fuerzas de derecha o centro-derecha. Así, la perspectiva continuista marra el
tiro cuando, subrayando la persistencia del neoliberalismo, no distingue con suficiente clari-
dad las distintas etapas de este modelo ético-político.

Si retomamos ahora la pregunta que da título a esta primera sección —las derechas lati-
noamericanas ¿regresaron o, en realidad, nunca se fueron?— la respuesta es obvia: las de-
rechas nunca se fueron. Pero deberíamos agregar de inmediato: justamente porque no retorna-
ron, porque se quedaron, no se trata de las mismas derechas que América Latina conoció hace
veinte años. En este tiempo, las derechas aprendieron y cambiaron. Y cambiaron no solo de
piel y de discurso, sino también de estrategias de acceso al poder y de formas de gestión polí-
tica. No obstante, hacer notar las diferencias no debe llevar a concluir entre las derechas de
ayer y las de hoy medie un abismo: las derechas que comenzaron a cosechar triunfos en los
últimos dos años son tan neoliberales como las que supieron gobernar en el último tramo del
siglo XX.

3. Esta expresión alude, entre otros factores, al crecimiento económico chino que permitió un aumento sosteni-
do en el precio de las commodities y al relativo desinterés de Estados Unidos por intervenir de forma directa y
sistemática en la región, tal como lo había hecho en décadas anteriores.
4. De más está decir que los desarrollos producidos en la política venezolana desde el fallecimiento de Hugo
Chavez Frías parecen desmentir de plano el planteo generalista acerca de la izquierda “moderada” o “moderado-
ra” al que apunta Kurt Weyland (2011).
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¿Qué es (o más bien, qué no es) eso que llamamos neoliberalismo que

parece no haberse ido nunca de América Latina?

Como decíamos en la sección anterior (y como trataremos de fundamentar a continuación) el


neoliberalismo continuó (y continúa) presente en América Latina. Pero esta persistencia no
debe confundirse con la idea de que el neoliberalismo es siempre igual a sí mismo. De hecho,
a pesar de que muchas veces se lo describe como un “pensamiento único”, el neoliberalismo
es, incluso como perspectiva teórica, eminentemente plural5. Pero aún dejando de lado la di-
versidad interna de la teoría neoliberal, hay que considerar que el neoliberalismo es un mode-
lo ético-político: es decir un conjunto de prácticas, saberes y tecnologías que se amalgaman y
se despliegan a nivel social y político. En este sentido, en el neoliberalismo como práctica po-
lítica, también pueden (deben) detectarse las variaciones que se explican en términos geográ-
ficos (norte-sur, centro-periferia, este-oeste) y en términos históricos (el neoliberalismo en el
período de entreguerras, el de posguerra, el de los años 70-80, el del “Consenso de Washing-
ton” y, podríamos agregar, el del siglo XXI). Es en este sentido, creemos que deben interpre-
tarse las agudas referencias de David Harvey (2005, 2006) y también las contribuciones en
clave neogramsciana de Mirowski y Plehwe (2009; y 2005b).

Decir que el neoliberalismo es un modelo ético-político es decir que el neoliberalismo es


al mismo tiempo:

1) un modo de acumulación dentro del modo de producción capitalista —un


modo que, como sostiene Harvey (2005) puede definirse como “acumulación
por expoliación”6—;

5. En Morresi (2008) se distinguen cuatro vertientes principales dentro del neoliberalismo: la escuela de Viena
de Ludwig Mises y Friedrich Hayek (basada en una visión axiomático-deductiva de la economía y del orden so-
cial), la escuela de Chicago de George Stigler y Milton Friedman (fundamentada en una perspectiva inductiva de
la economía de la cual se deduce un orden social conveniente), la escuela de Virginia de James Buchanan y Gor-
don Tullock (asentada en el uso de la microeconomía neoclásica para la extracción de parámetros políticos y ju-
rídicos que se consideran preferibles) y el libertarianismo (o neoliberalismo filosófico) de Robert Nozick y
Murray Rothbard (que parte de una visión iusnaturalista para arribar a una idea de orden social individualista).
Asimismo, en su trabajo seminal sobre la biopolítica, Michel Foucault (2007) había llamado la atención sobre al
menos dos vertientes del neoliberalismo: una alemana (caracterizada por el ordoliberalismo de la escuela de Fri-
burgo y en la que imperaba la visión de que el Estado debería intervenir para apuntalar y corregir al mercado) y
otra americana (ejemplificada por la escuela de Chicago y que terminaría apuntalando un orden anarcocapitalista
en el cual el individuo se torna un empresario de sí). La escuela de Viena, desde la perspectiva foucaultiana,
vendría a ser la intermediadora entre estas dos perspectivas (Ptak, 2009).
6. Con esta expresión, Harvey se refiere a que el neoliberalismo el Estado cumple un rol similar a aquél que
Karl Marx le asignara en el proceso de “acumulación originaria” (Marx, 1999, cap. XXIV). Así, en la etapa neo-
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2) un conjunto de políticas públicas que son diseñadas e implementadas desde
el Estado, pero también desde la propia sociedad civil a través de las empresas
privadas, pero también desde las organizaciones no gubernamentales, las
asociaciones civiles y los tanques de pensamiento destinadas a promover el
mantenimiento de una desigualdad social que se considera positiva porque es
la base de la competencia (como por ejemplo las políticas de promoción del
emprendedorismo);

3) un conjunto de saberes; esto es de cosmovisiones, teorías, conocimientos,


preconceptos y marcos cognitivos (como por ejemplo la noción puramente
negativa de libertad);

4) un conjunto de tecnologías —esto es, de lenguajes, gramáticas y


disciplinas— en la que los saberes toman cuerpo (por ejemplo, las técnicas de
auto-ayuda);

5) un conjunto de prácticas sociales, formas de percepción y comportamiento


individuales y colectivas (como por ejemplo, la búsqueda de soluciones
particulares a problemas públicos);

y 6) el conjunto de prácticas e instituciones políticas que permite, ya sea


mediante la regulación o la desregulación gubernamental, la apertura, el
mantenimiento o la ampliación de mercados.

Esta definición tan abstracta y abarcativa del neoliberalismo viene a cuento no tanto de
discutir qué es el neoliberalismo sino de mostrar con cierta claridad aquello que no es. Y este
paso parece particularmente importante en América Latina donde el discurso partidario y me-
diático impusieron ciertos mitos acerca del neoliberalismo que es imperativo deconstruir para
poder comprender por qué creemos que aciertan aquellos analistas que sostienen que el neoli-
beralismo no fue superado o interrumpido por los gobiernos del “giro a la izquierda”. En este
sentido, hay sobre todo dos mitos sobre los que me parece importante, fundamental me atre-
vería a decir, detenerse, me refiero a los mitos del reduccionismo económico y el del falso
anti-estatismo7.

liberal del capitalismo (y, al menos en parte, por el progreso de la composición orgánica del capital) el Estado
tiene el rol de mantener la tasa de ganancia mediante transferencias compulsivas y medidas que tiendan a restau-
rar o mantener el dominio de clase (Harvey, 2009).

7. En otros trabajos (Morresi, 2009, 2011) también nos hemos referido a los mitos de la “novedad” y el “carác-
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El mito del reduccionismo económico afirma que el neoliberalismo debe entenderse ape-
nas como un conjunto de medidas económicas, más precisamente como el conjunto de inicia-
tivas que estaban incluidas en el recetario del Consenso de Washington (CW)8. De este modo,
se podría colegir que, en la medida en que se retroceda sobre las propuestas del CW9 se
desanda el camino neoliberal y se abre la perspectiva de una etapa posneoliberal (Sader,
2014). Pero lo cierto es que el neoliberalismo no equivale al CW, sino que lo contiene y lo su-
pera. Dicho de otro modo: el neoliberalismo puede incluir (en determinado momento, en de-
terminado lugar) las propuestas del CW, pero no depende de ellas. Incluso se puede alimentar
el proceso de neoliberalización contradiciendo las recomendaciones del CW10. Comprender

ter foráneo” del neoliberalismo argentino. En buena medida, los argumentos vertidos allí para el caso de Argen-
tina pueden ser extrapolados a la región latinoamericana.

8. Un ejemplo de esta perspectiva reduccionista en el mundo académico puede encontrarse en el trabajo de


Gérard Duménil y Dominique Lévy (2004); en el ámbito partidario y en la prensa este mito está claramente im-
puesto, tal como puede comprobarse, aunque sea de modo imperfecto, consultando el lema “neoliberalismo” en
un motor de búsqueda en internet.

9. El CW en su formulación original se resumía en diez medidas o sugerencia dirigidas a los países en vías de
desarrollo y que surgían del acuerdo en de los diferentes paquetes de propuestas políticas elaborados por los or-
ganismos multilaterales de crédito con dede en la ciudad de Washington. Estas medidas eran: 1) Disciplina fiscal
(evitar grandes déficits en relación con el Producto Interno Bruto); 2) Redireccionamiento del gasto público ha-
cia sectores que tuvieran razonables expectativas de desarrollo en el corto o mediano plazo y hacia los sectores
más vulnerables (políticas focalizadas de lucha contra la pobreza); 3) Ampliación de la base tributaria y adop-
ción de tipos impositivos marginales moderados; 4) Establecimiento de tasas de interés flotantes (determinadas
por el mercado) y positivas en términos reales; 5) Tipos de cambio competitivos (lo que implicaba devaluacio-
nes de las monedas locales de modo tal de hacer más competitivas las exportaciones); 6) Liberalización del
comercio para permitir el libre flujo de bienes y servicios (derogando impedimentos o retenciones al comercio
exterior y realizando una baja generalizada y preferiblemente uniforme de los aranceles); 7) Destrucción de las
barreras a la inversión extranjera directa (derogación de leyes regulatorias para el asentamiento de nuevos capi-
tales, la compra de tierras o la remisión de utilidades); 8) Privatización de las empresas estatales (como forma de
adquirir capital, reducir el gasto público y aumentar la inversión privada); 9) Desregulación de mercados (aboli-
ción de regulaciones restrictivas de la competencia, aunque con excepciones para los mercados financieros y
para sectores de bienes o servicios públicos puros como medio ambiente y seguridad); y 10) Seguridad jurídica
para los derechos de propiedad (Williamson, 1990, 2002).

10. Algunos ejemplos obvios para América Latina son la no privatización de empresas públicas en Uruguay, la
no destrucción de barreras a la inversión en Brasil y el tipo de cambio no competitivo en Argentina. Pero, ade-
más, la no correspondencia entre el CW y el neoliberalismo fue sostenida por el propio John Williamson, el eco-
nomista que acuñó originalmente la idea de un consenso entre los organismos multilaterales de crédito para la
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esta cuestión es imprescindible para entender la continuidad del neoliberalismo en América
Latina aun después del giro a la izquierda.

El segundo mito (el del falso anti-estatismo) sostiene que el neoliberalismo procura un
estado mínimo o ausente. En realidad, a poco de leer a los principales impulsores del neolibe-
ralismo como Friedrich Hayek (1973), Ludwig Mises (2006), Milton Friedman (1985), James
Buchanan (1975) y Gordon Tullock (2005) se cae en la cuenta de que estos pensadores nunca
promovieron ni la desaparición ni la reducción del Estado. Al contrario, defendieron un Esta-
do presente, fuerte y eficaz, capaz de realizar las tareas que los actores presentes en el merca-
do son (al menos en ocasiones) incapaces de garantizar por sí mismos.

¿En qué sentido los teóricos neoliberales defendían un estado fuerte? Estos autores enten-
dían que el mercado perfecto (en el cual todos pueden actuar de acuerdo con la ley de la ofer-
ta y la demanda contando con igual información y sin que existan monopolios u oligopolios)
no existe ni puede existir. Pero justamente porque el mercado perfecto no existe más que en la
teoría, el neoliberalismo supone que hay una necesidad de recrearlo en la práctica; esto que es
necesario apuntalar y corregir al mercado real para que se aproxime al ideal. Por ejemplo, si-
guiendo a la teoría neoliberal, en el mercado ideal, los trabajadores deberían recibir un salario
X. Sin embargo en los mercados reales los sindicatos y los gobiernos establecen salarios mí-
nimos (X+1) o prohiben el salario diferenciado por trabajador, generando entonces una igual-
dad social y económica a la que se considera nociva porque conspira en contra del dinamismo
del mercado (Friedman y Director Friedman, 1993)11. Dicho en otros términos: el neolibera-
lismo precisa de un Estado capaz de regular o desregular distintos espacios sociales parar ge-
nerar desigualdades, para lograr que algunos ganen y otros pierdan y se establezca una com-
petencia para llegar al lugar de los ganadores. Pero para que esta competencia por las mejores
posiciones se mantenga, siempre según la visión de la teoría neoliberal, es necesario abrir
constantemente nuevos mercados en los que los perdedores de ayer puedan volver a competir

aplicación de políticas económicas. Williamson rechazó la identificación del CW con el neoliberalismo por-
que —de acuerdo con su interpretación— el CW nunca abogó por doctrinas neoliberales radicales como la “eco-
nomía de la oferta” (Williamson, 2008). Sin embargo, sobre este último punto es importante señalar que hay
vínculos entre el neoliberalismo y el CW formulado por Williamson, como muestra (Plewhe, 2009).

11. Tal como lo expresaran algunos referentes latinoamericanos del neoliberalismo (Alsogaray y Martínez,
1969; Benegas Lynch, 1989; Edwards, 2010), se trata de que el Estado actúe, pero que actúe “conforme al mer-
cado”, es decir interviniendo para corregir las perturbaciones provocadas por su propia existencia.
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hoy. Para eso el Estado neoliberal debe desplegar políticas activas que generen espacios mer-
cantiles allí donde no existen y relaciones de propiedad en ámbitos en la que ésta es descono-
cida. Esta idea se puede entender mejor con ejemplos. Si el Estado desregula la provisión de
un servicio (pongamos por caso el agua potable), es probable que éste se deteriore. Los ciuda-
danos que tengan el dinero suficiente tratarán de adquirir el servicio de forma particular
(comprando agua embotellada), impulsando así el florecimiento de un nuevo mercado. Otro
ejemplo: un Estado que regula el número de agentes de seguridad requeridos para realizar un
espectáculo público como ser un match deportivo. A causa de esta regulación, los organizado-
res enfrentan mayores gastos y, como los ingresos por la realización del evento pasan a exce-
der sus costos, buscarán sponsors e inversores. Estos últimos procurarán que su inversión sea
rentable y, lógicamente, impulsarán pasar de un sistema de asociaciones civiles a uno de so-
ciedades anónimas que facilite la mercantilización. Así, no es solo a través de la desregula-
ción, sino también de la regulación (siempre selectiva) que el neoliberalismo se expande.

Al desarmar los mitos del reduccionismo económico y del falso anti-estatismo queda cla-
ro por qué resulta teóricamente acertada la perspectiva continuista que presentamos en la sec-
ción anterior: por el simple hecho de que, aunque sean varios los países latinoamericanos que
durante el “giro a la izquierda” abandonaron (casi) todas las recomendaciones del CW12 y a
pesar del crecimiento del Estado como institución (crecimiento en volumen, pero también en
capacidad de acción por parte de ciertos sectores de la burocracia) esto no implica por sí mis-
mo la deconstrucción —y mucho menos aún la destrucción— del modelo neoliberal.

Pero, una vez que se acepta esta idea, la de la continuidad del neoliberalismo durante el
período 1999-2015, se debe pasar de inmediato a matizarla. Así, lo que importa a nivel prácti-
co no es tanto insistir con la idea la continuidad del neoliberalismo, sino indagar en las parti-
cularidades que el mismo adoptó a comienzos del siglo XXI en la región latinoamericana.

12. Varios países latinoamericanos englobados en el “giro a la izquierda” continuaron desplegando al menos al-
gunas de las medidas contenidas en el recetario del CW. Así, por ejemplo, la disciplina fiscal en Uruguay y Chi-
le, el tipo de cambio competitivo y la liberalización del comercio en Bolivia, la ampliación de la base tributaria
en Ecuador y Argentina. Asimismo, también debe señalarse que muchas de las reformas neoliberales desplega-
das en los años 90 no fueron desandadas (por ejemplo, no se re-estatizaron las empresas de servicios públicos en
Brasil ni se avanzó con políticas). Obviamente con esto no se está sosteniendo que estas medidas sean por sí
mismas (sobre todo cuando se toman de forma aislada) una expresión del neoliberalismo. Más bien al contrario,
se quiere subrayar por qué no parece tener mucho sentido insistir en la equiparación del neoliberalismo con el
CW.
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¿Qué tipo de neoliberalismo se desplegó en América Latina durante el siglo

XXI?

En la sección anterior sostuvimos que el liberalismo no es un modelo monolítico ni siquiera


en el sentido teórico. Es por eso que algunos autores prefieren hablar, con bastante tino, de
“constelación neoliberal” (Plehwe, Walpen y Neunhöffer, 2005a). La expresión con reverbe-
raciones benjaminianas es particularmente adecuada para referirse al neoliberalismo que no
es un ente único ni inmóvil. Así como la constelación de Orión no es igual hoy a aquella que
fue observada por los griegos, el neoliberalismo del siglo XXI no es el mismo que se desple-
gó sobre el final del siglo XX. Y así como la constelación de Orión se ve distinta en el hemis-
ferio norte y en el hemisferio sur, así también el neoliberalismo se despliega de un modo dis-
tinto en América Latina que en otras regiones.

Las particularidades que adoptó el neoliberalismo durante los primeros años del siglo
XXI en la región deben rastrearse, en primer lugar, en el fracaso práctico del neoliberalismo
del CW (al menos en el neoliberalismo del CW tal como fue efectivamente implementado en
América Latina). Este fracaso práctico alude no tanto a las bajas tasas de crecimiento econó-
mico o a la caída en los ingresos de los sectores populares (que, en todo caso, eran un resulta-
do ya supuesto por la teoría neoliberal, al menos en el corto plazo), sino a la oleada de protes-
tas sociales que produjo el deterioro social. Estos movimientos que adoptaron distintas
formas y niveles de intensidad en cada caso particular (desde el Caracazo en Venezula hasta
los cacerolazos argentinos, pasando por las guerras del agua y el gas en Bolivia) y que termi-
naron más temprano que tarde con la caída de los gobiernos que impulsaban el modelo neoli-
beral no fueron rayos en cielo sereno sino el desenlace de un largo ciclo iniciado a mediados
de la década de 199013.

Una de las lecciones que aprendió el neoliberalismo de este ciclo de protestas que se ex-
tendió entre 1995 y 2004 fue la de que no era viable continuar haciendo “cirugía mayor sin
anestesia” como propuso al inicio de su primer mandato el presidente Carlos Menem en Ar-
gentina. La continuidad del neoliberalismo en América Latina en el siglo XXI demandaba una

13. Para una mirada sobre estos movimientos es imprescindible remitir a los Cuadernos del Observatorio Social
de América Latina (OSAL) editados por CLACSO. Los mismos son accesibles en http://www.clacso.org.ar/
libreria-latinoamericana/libros_por_programa.php?campo=programa&texto=6. Para una visión general, cf.
(Taddei y Seoane, 2005).
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malla de contención social y política mucho más sólida y extendida que la que había estado
presente hasta entonces para así poder evitar el surgimiento o la radicalización de los movi-
mientos sociales que ponían en riesgo la continuidad del modelo de acumulación. Es en este
punto que cabe subrayar que las políticas sociales desplegadas por los gobiernos del “giro a la
izquierda” no implicaron, a pesar de la retórica de los líderes políticos, una des-mercantiliza-
ción de los derechos sociales, ni el abandono de la focalización promovida por el CW (de
modo tal que lo que originalmente era una herramienta o una táctica terminó convirtiéndose
en un principio estratégico y estructurante de la política social in toto)14.

Una segunda lección que el neoliberalismo incorporó en los años noventa en América La-
tina es que, a pesar de lo que indicaban la teoría y el recetario del CW, el capital global podía
convivir perfectamente con las (así llamadas) “burguesías nacionales” y el “capitalismo clien-
telar” (Boron, 2008). En efecto, si bien hacia finales del siglo XX y todavía durante los pri-
meros años del siglo XXI, desde los organismos multilaterales de crédito y los think tanks
neoliberales se insistía en la necesidad de una “segunda generación de reformas” orientadas a
dar condiciones iguales a todos los inversores y transparentar las relaciones mercantiles en las
que intervenían los Estados (Kang, 2002), con el transcurso del tiempo esas exigencias se fue-
ron dejando de lado. En el nuevo escenario del giro a la izquierda, la asociación e incluso la
colusión de actores locales y externos con actores clave de los gobiernos comenzó a ser incor-
porada como un dato y dejó de percibirse como problema15. En este sentido, incluso los líde-
res políticos de izquierda y centro-izquierda comenzaron a impulsar normativas orientadas a
habilitar e impulsar las sociedades transitorias de empresas nacionales y transnacionales para
la explotación de recursos naturales y las consorcios público-privados para la provisión de
bienes eminentemente públicos (como salud, seguridad y educación)16.

Lo que tienen en común las dos “lecciones” que acabamos de esbozar es que ambas
apuntan a una convivencia del modelo neoliberal con un Estado más voluminoso y más activo

14. Obviamente, se requiere una mirada más fina que la ensayada aquí, que muestre el modo en que este proce-
so se desplegó en distintos países. Al respecto, véase, por ejemplo, Salinas Figueredo y Tetelboin Henrion
(2005) y Pérez y Brown (2015).

15. El espacio disponible impide reflexionar todo lo que sería necesario sobre esta “segunda lección”, en parti-
cular sobre la categoría de capitalismo clientelar, la que resulta problemática, sobre todo, porque parece implicar
la existencia de la alternativa de un capitalismo prísitino, serio y ecuánime al que cabría aspirar como solución.

16. A modo de ejemplo, para el caso brasileño, véase Sallum Jr (2008).


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que el que era presupuesto teóricamente en el siglo XX. Dicho en otros términos: ambas seña-
lan que el neoliberalismo podía continuar desarrollándose en el marco del “giro a la izquier-
da”. Pero, entonces, ¿por qué las fuerzas políticas neoliberales latinoamericanas se sintieron
compelidas a combatir —incluso por medios de dudosa legalidad y clara ilegitimidad— a es-
tos gobiernos de izquierda o centro-izquierda, nacional-populares, neodesarrollistas o
progresistas?

La ruptura en la continuidad: las nuevas estrategias de la derecha y la

apertura de una nueva etapa neoliberal

Reformulemos la pregunta con la que cerramos le sección anterior: ¿por qué la derecha lati-
noamericana prefiere dar un paso al frente y pasar al primer plano en lugar de continuar obte-
niendo réditos mientras gobiernan las fuerzas de centro-izquierda? Este interrogante parece
hacer trastabillar toda la lógica continuista que describimos al inicio del trabajo. En efecto, si
el neoliberalismo continuó vigente durante el “giro a la izquierda”, ¿por qué sus promotores y
beneficiarios sentirían atracción por agitar las aguas? Aunque sería posible responder de va-
rias maneras distintas a estas cuestiones, hay dos líneas de razonamiento que nos parecen
centrales.

En primer lugar, excepto para las perspectivas economicistas vulgares, está claro que la
política tiene autonomía. En el 18 Brumario de Luis Bonaparte el propio Karl Marx alude al
divorcio entre la burguesía y sus representantes políticos, entre la burguesía dentro y fuera del
parlamento (Marx, 1955). En este sentido, al observar el panorama latinoamericano reciente,
parece claro que la derecha neoliberal tenía motivos culturales, tradicionales, ideológicos y
políticos que la impulsaban a impugnar en las urnas, en las calles, en la prensa o en los parla-
mentos a los gobiernos de izquierda o centro-izquierda.

En segundo lugar, y aquí es donde quisiéramos poner el acento, el desarrollo de un Esta-


do más voluminoso y más activo por parte de los gobiernos del “giro a la izquierda” puso en
una encrucijada al neoliberalismo. No porque el volumen o la intervención del Estado fueran
por sí mismos anti-neoliberales (ya observamos que no lo son), sino porque el crecimiento del
Estado fortaleció, si bien de modo muy ambiguo, a las sociedades latinoamericanas que

- 13 -
comenzaron a exigir más de lo que se les daba desde el Estado, sobre todo cuando eso que se
daba desde el Estado comenzó a mermar.

Más allá de la falta de voluntad o de aptitud para llevar adelante las agendas anti-neolibe-
rales en un sentido más real que declamativo, las acciones de los gobiernos de izquierda o
centro-izquierda acabaron por montar un escenario potencialmente riesgoso para la continui-
dad del neoliberalismo de comienzos del siglo XXI. Por un lado, buena parte de la “modera-
ción” que habían prohijado estos gobiernos derivaba de procesos redistributivos costeados
por un flujo de divisas que se refrenó a partir de la crisis financiera que estalló en 2008 (Wey-
land, 2011; Malamud, 2016). En este sentido, la continuidad de las políticas de contención so-
cial (y en algunos casos de promoción de derechos) en un contexto de crecimiento económico
que se desacelera (o incluso baja abruptamente, como en Brasil) pasaron a ser cada vez mas
onerosas para el capital. Por el otro, la persistencia de esas mismas políticas —aun limitadas,
focalizadas, instrumentales y clientelares— tiene como contrapartida un aumento en la canti-
dad y en la envergadura de las demandas sociales, políticas y civiles.

De un modo similar al que se produjo a inicios de la década de 1970, la escalada de las


demandas fue percibida por los sectores más concentrados de la economía como una “sobre-
carga” que debía ser desarticulada. No obstante, a diferencia del escenario de hace cuatro dé-
cadas, esta nueva efervescencia de demandas ya no podía ser contestada simplemente a través
de la interrupción de la democracia, como había sido recomendado por el célebre informe de
la Comisión Trilateral que vino a dar legitimidad o a acunar la última ola de golpes de Estado
en América Latina (Crozier, Huntington y Watanuki, 1975; Camou, 2010). En este sentido,
como ha sostenido Kevin Middlebrook (2000), durante el último cuarto del siglo XX, pero
sobre todo desde el final de la guerra fría, se fue gestando un cambio de estrategia en las de-
rechas de toda la región. Las fuerzas armadas dejaron de ser una herramienta viable para ac-
ceder al poder (por su costo económico y humano, por las presiones internacionales acarrea-
das por su protagonismo) que comenzaron a inclinarse por vías de acceso al poder
compatibles con la democracia. Pero esta “apuesta a la democracia” en América Latina no fue
apenas negativa, sino que también se basó en la percepción de un cambio social de “larga du-
ración”. En la segunda mitad del siglo XX, pero sobre todo desde la década de 1980, las so-
ciedades latinoamericanas se habían ido mediatizando (Verón, 2001), permitiendo entonces el
despliegue de campañas y procesos de socialización política compatibles con los intereses de
las elites económicas propietarias de los medios de comunicación (Skidmore, 1993).

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Volviendo a nuestro foco, durante el período 1999-2015, las derechas latinoamericana pu-
dieron (en general, como sabemos hubo excepciones, como el caso de Venezuela en 2002)
convivir con gobierno de izquierda o centro-izquierda, pero intentando al mismos tiempo reo-
rientarlos y restringirlos por medio de distintas estrategias sociales y políticas (Eaton, 2014;
Luna y Rovira Kaltwasser, 2014; Morresi, 2014). En este sentido, aunque sea una verdad de
Perogrullo, no debe dejar de subrayarse que los gobiernos del “giro a la izquierda” no solo es-
tuvieron limitados por sus propios déficits, sino también por las acciones sociales, sobre a
todo nivel mediático, y políticas, sobre todo a nivel subnacional, de las derechas políticas.
Esas acciones, dijimos, no estuvieron orientadas a combatir el crecimiento o la capacidad del
Estado (como sugiere la lectura rupturista) sino más bien a quebrar la autonomía de ciertos
sectores sociales y a resignificar hacia la derecha a las demandas de mayor institucionalidad y
de promoción de derechos civiles y laborales.

A partir de 2015, cuando una serie de eventos parece dar por iniciado un período de retro-
ceso de la izquierda, no se produce una ruptura completa o radical con respecto a la situación
inmediatamente anterior, pero, al mismo tiempo (y aquí es donde falla al menos en parte la
perspectiva continuista, sobre todo cuando es llevada al extremo) tampoco es una prolonga-
ción del estado de cosas anterior. En los países en los que, como en Brasil y la Argentina, la
derecha volvió al centro del poder, no solo se está implementado un cambio político-cultural,
sino también una transformación sensible en la orientación de las políticas públicas que se ha-
bían desarrollado en el ciclo anterior (así, por ejemplo, la reforma laboral en Brasil y el acele-
rado endeudamiento en Argentina). Pero, además, esta nueva etapa se caracteriza por una si-
tuación internacional distinta que, por la conjunción de distintos factores económicos y
políticos, está llevando a que la región en su conjunto experimente menores tasas de creci-
miento, instalando de este modo “límites duros” a los intentos de mantener la inercia
redistributiva17.

Estos cambios en el contexto y en la orientación de los ejecutivos (en una región en la


que el hiperpresidencialismo se ha seguido afianzando y expandiendo durante los últimos
años) junto a un Estado que ha crecido en volumen, pero que tiene una institucionalidad muy
débil auguran que, en el futuro próximo, en América Latina asistiremos a una nueva transfor-

17. Hay que mencionar que estas restricciones contextuales también rigen para los gobiernos de izquierda que
lograron mantenerse en pie (como Ecuador), que deberán profundizar y ampliar algunas reformas económicas o
implementar nuevas iniciativas que les permitan continuar con un set de políticas redistributivas y avanzar en un
sentido institucional.
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mación de las formas de desplegarse del neoliberalismo. Dicho de otro modo: el neoliberalis-
mo que se está desplegando hoy bajo los nuevos gobiernos de derecha o centro-derecha no es
el mismo que en los años noventa, pero todo indica que tampoco será igual al que se desa-
rrolló durante el “giro a la izquierda”. Precisamente por eso, las fuerzas de izquierda y centro-
izquierda que procuren impugnar al neoliberalismo deberían considerar esos cambios al mo-
mento de elaborar sus diagnósticos, so pena de quedarse luchando contra molinos de viento.

Si utilizamos como ejemplo la llegada de la centro-derecha a la Argentina por la vía de


las urnas podríamos asegurar (como lo hace el propio elenco gobernante) que su arribo no tie-
ne ninguna relación con el neoliberalismo porque lejos de reducir el gasto social, tal como
anunciaban sus detractores, lo aumentó. Y aunque ese incremento pueda percibirse —como lo
hacen algunos críticos de derecha del gobierno— como el producto de una búsqueda de go-
bernabilidad o —tal como suponen algunos críticos de izquierda— como el resultado de la
presión de la oposición, lo cierto es que las políticas sociales (sobre todo las remediales y fo-
calizadas) no son (nunca fueron) per se contrarias al modelo neoliberal; más bien al contrario.
En efecto, si bien el neoliberalismo procura promover la desigualdad social, también intenta
por razones teóricas y no solo pragmáticas evitar el aumento de la extrema pobreza (Craig y
Porter, 2006). El gobierno de PRO no es proclive al neoliberalismo porque produzca más
pobreza y exclusión (si lo hace será contra sus propios objetivos), sino porque genera mayor
desigualdad social y regional a través de la desarticulación de ciertas políticas (como por
ejemplo el plan Remediar que proveía medicamentos y atención primaria en todo el territorio
con recursos del tesoro nacional) y la implementación de otras (como la baja de impuestos a
la riqueza y a los bienes sunturarios) y, además, justifica a esa desigualdad resultante como el
resultado positivo del imperio de valores como la libertad, la equidad, la honestidad y la
responsabilidad.

De lo dicho hasta aquí nos gustaría extraer una idea a modo de conclusión de esta presen-
tación: así como, durante los primeros años del Siglo XXI fue equivocada la idea de que el
mero crecimiento del Estado y de su capacidad de acción alcanzaban para derrotar al neolibe-
ralismo y se desatendieron cuestiones sociales, culturales e institucionales; ahora sería un
error concentrarse en la idea del gasto social, aún cuando eventualmente éste baje. Si bien
probablemente es demasiado pronto para tener una visión más precisa acerca de las modifica-
ciones que experimentará la constelación neoliberal, no parece desencaminado centrarse tanto
en las profundas desigualdades generadas por la regulación y desregulación de distintas esfe-
ras de la vida cotidiana como (quizás sobre todo) en los procesos de legitimación de esas des-
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igualdades. Como insinuaba Foucault, más que en las políticas y las instituciones públicas, es
en el terreno de los saberes, las tecnologías y las prácticas sociales donde reside la fortaleza
del neoliberalismo. En este sentido, la mirada estatalista y de arriba hacia abajo que caracteri-
zó a buena parte de las izquierdas y centro-izquierdas latinoamericanas durante los últimos
años debería, quizás, dejarse de lado por (o al menos complementarse con) una perspectiva
más amplia y horizontal focalizada en la reconstrucción de una cultura democrática e
igualitaria.

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