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El estallido de la Gran Guerra tuvo un impacto similar en la industria minera y en la

agricultura, aunque con consecuencias distintas en el ámbito económico.

Como sabemos el Perú inició su etapa exportadora en el siglo XIX con el guano y el
salitre. La ineficacia de sus gobiernos y la Guerra del Pacífico interrumpió
bruscamente esta etapa. Ahora se iniciaría otra más larga que duró desde la década
de 1880 hasta después de la primera guerra mundial (1919).

Durante el siglo XIX un Chile fue un país esencialmente orientado al libre comercio,
teniendo en la agricultura y la minería sus motores de desarrollo. El agotamiento de los
yacimientos más ricos, y la caída de los precios agrícolas internacionales, disminuyeron
el dinamismo de estos sectores.

Esta fue una guerra que revitalizó la economía, dando fuerte incentivo a la industria e
incorporando al territorio nacional la rica región del salitre.

Las enormes ventajas comparativas en la producción del nitrato llevan a nuestro país a
especializarse en su producción y exportación. Si a la abundancia de divisas que esto
provoca unimos los primeros brotes proteccionistas de fines del siglo pasado, es claro
que se configura un panorama poco alentador para nuestra potencial industria
exportadora.

En las primeras décadas del siglo XIX se exportaba chancaca producida en las
haciendas azucareras de la costa central a Chile. Luego de la independencia, las
exportaciones agrarias adquirieron más importancia: al cacao se agregaron el café, la
cinchona (para la extracción de quinina), el
algodón, el azúcar, la lana de oveja y la fibra
de alpaca. Después de la guerra con Chile,
la producción de caña de azúcar y de
algodón fue el motor de la modernización de
la agricultura costeña y, también, de la
formación de latifundios. En 1930, el valor de
las exportaciones de algodón, azúcar y lanas
era similar al de las que procedían de las
mineras, y en los años siguientes las
superaron largamente.
Ahora la agricultura asumió el papel dinámico en la economía que el guano había
desempeñado unos años antes. De este
modo los hacendados se transformaron
en el grupo dominante hasta 1919. En
este período también se hizo presente el
capital norteamericano y se consolidó el
modelo exportador que entraría en crisis
cuando quebró de la Bolsa de Nueva
York en 1929.

La agricultura de la costa quedó luego de la guerra reducida a un nivel de


subsistencia. Su recuperación fue muy dolorosa. No había crédito, la mano de obra
era escasa y la poca maquinaria que quedaba en funcionamiento era obsoleta. Había
que tomar medidas para revitalizarla. En primer lugar, conseguir créditos y facilidades
para que se formen empresas de irrigación, favorecer la inmigración de mano de obra
y crear institutos agrícolas.

En 1896 por iniciativa de un grupo de agricultores se fundó la Sociedad Nacional de


Agricultura. La intención era empujar al país en pro del desarrollo agrícola y canalizar
las demandas de los hacendados. Bajo sus demandas se introdujo, por ejemplo, la
enseñanza agrícola en nuestro medio al fundarse, en 1902, la Escuela Nacional de
Agricultura. También se iniciaron los estudios para combatir las pestes y
enfermedades de los cultivos de la costa.

El principal producto de exportación agrario por valor es el café, seguido por el


espárrago y el conjunto de frutales. Los cultivos andinos están representados por la
quinua y la tara. La ampliación de la
frontera agrícola en la costa está
estrechamente ligada al incremento
de las agroexportaciones «no
tradicionales»: las cerca de un cuarto
de millón de hectáreas incorporadas
a la agricultura costeña gracias a las
grandes obras de irrigación,
incrementaron en más de un tercio
las áreas cultivables de esta región.
En este crecimiento exponencial de las exportaciones han cumplido un papel muy
importante las grandes empresas agroindustriales. Este proceso se ha acompañado
de una verdadera revolución tecnológica y de gestión, y también de una rápida
concentración de la propiedad de la tierra por corporaciones que ha dado lugar a lo
que podría llamarse neolatifundio.

El sorprendente desarrollo de Casagrande se remonta a la década de 1870 cuando la


firma Gildemeister propiedad del inmigrante alemán Juan Gildemeister, quien compró
varias haciendas, incluyendo Casagrande, que se convirtió en el centro de sus
operaciones azucareras. Cuando falleció en 1898, Gildemeister había comprado 8
grandes haciendas
azucareras y era el
segundo gran
terrateniente del valle,
después de la familia
Larco.

Siguiendo con el mapa


azucarero del país, la
zona más estable fue
Lambayeque, en
donde el impacto de la guerra fue menos dramático. Las dos familias azucareras más
importantes de la región, los Pardo (Tumán) y Aspíllaga (Cayaltí), se habían
establecido en la década de 1870 y fueron capaces de sobrevivir y expandirse con la
ayuda del crédito de las casas comerciales y bancos extranjeros.

A partir de 1890 se explotó


sistemáticamente el petróleo de
Piura donde la Lobitos Oil
Company desarrolló la
extracción en los yacimientos de
la Brea y Pariñas. Según
algunas cifras, en 1892 eran 30
los pozos abiertos ubicados casi
todos en la zona de Negritos; su
producción era de 500 mil litros de petróleo diarios. En 1890 los yacimientos de la Brea
y Pariñas rindieron poco más de 8 mil barriles y 10 años más tarde su producción
anual sobrepasaba los 200 mil barriles.

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