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Maestría en Historia CIESAS Peninsular

Asignatura: Seminario de especialización I Alumno: David Anuar González Vázquez

Reporte de lectura 11

En la introducción del libro Monumentos, memoriales y marcas territoriales, Elizabeth


Jelin y Victoria Langland bosquejan la línea teórica y metodológica general que cruza cada
uno de los capítulos. Sobre la estructura general del texto puede decirse que inicia situando
sus referentes teóricos y conceptuales para ancarlos al tema-problema de estudio. Acto
seguido hace una interesante reflexión sobre la representación del horror a través de
palabras y marcas en el espacio y finalmente exponen su propuesta metodológica con base
en tres ejes analíticos. El texto no utiliza fuentes propiamente, pero la propuesta implica la
utilización de espacios físicos y objetos materiales como fuentes primarias.
El problema de estudio se sitúa en la relación entre memoria y territorio, o en
palabras de las autoras “la memoria territorializada”, aunque puntualizan que ésta
usualmente ha sido abordada desde envergaduras nacionales y que ellas, en cambio,
proponen una visión más acotada que se centra en el concepto de “marca territorial” pues
“la investigación y el análisis se centran en espacios físicos más reducidos que el territorio
nacional o comunal” (Jelin y Langland, 2003: 1). El tema de análisis propuesta por las
autoras es el de los procesos políticos y sociales ligados a marcar el espacio donde ocurrió
violencia de Estado. Dicho esto, señalo que de aquí en adelante no haré alusión al tema de
la investigación sino más bien al tratamiento de la relación entre memoria y territorio, por
ser ésta más a fin a mis intereses de investigación.
El concepto central del texto es el de marca territorial, el cual se entiende como
objetos físicos transitados cotidianamente (un edificio, una placa, un memorial, un
monumento), y es en estos espacios físicos inmediatos y vivenciales donde se expresa una
inscripción y disputa por la memoria, para el caso de las autoras, de hechos dolorosos y
vergonzosos (Jelin y Langland, 2003: 2). Esta disputa de las marcas y de la memoria que se
inscribe en ellas se debe a que éstas son sólo vehículos de memoria, “un soporte, lleno de
ambigüedades, para el trabajo subjetivo y la acción colectiva, política y simbólica, de
actores específicos en escenarios y coyunturas dadas” (Jelin y Langland, 2003: 4).
Para abordar el estudio de la memoria inscrita en marcas territoriales y los procesos
sociales y políticos detrás de la inscripción por parte de actores sociales, a mi parecer las
autoras ofrecen un método que se base en tres ejes analíticos. El primero de estos ejes
corresponde a analizar el proceso de semantización en que un espacio físico adquiere y
reafirma sentido: es decir, cómo un espacio geográfico o físico a raíz de un acontecimiento
deviene en lugar con significados particulares (Jelin y Langland, 2003: 3). A las autores les
interesa particularmente aquellos espacios significativos para colectividades y avalados por
el Estado. En este sentido, las autoras señalan la polisemia de los lugares en función de
memorias particulares, pero puntualizan que no es el estudio propiamente de esta multitud

1 La lectura reportada es: Elizabeth Jelin y Victoria Langland "Introducción: las marcas territoriales como nexo
entre pasado y presente", pp. 1-18. En Elizabeth Jelin y Victoria Langland (comps.) Monumentos, memoriales
y marcas territoriales, Siglo XXI: 2003.

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Asignatura: Seminario de especialización I Alumno: David Anuar González Vázquez

de significados lo que interesa sino los procesos de inscripción de significados en esos


espacios a partir de actores e intereses en disputa.
El segundo eje es la identificación y análisis de los lugares de enunciación, es decir,
“quién y en qué contexto da sentido al lugar” (Jelin y Langland, 2003: 4) En este sentido,
las confrontaciones se dan entre lugares de enunciación, grupos que se disputan una marca.
Las autoras advierten y nos alertan a prestar atención no sólo a los éxitos de inscripción de
significados en una marca sino también a los fracasos.
El tercer eje es la cuestión espacial de lugares de memoria, y para ello distinguen
tres vertientes: 1) la memoria inscrita en los espacios físicos en que ocurrieron los eventos;
2) los intentos de conmemorar y honrar eventos y actores del pasado con iniciativas de
monumentos, nombres de calle, plazas… en lugares físicos donde no necesariamente
ocurrieron los eventos; 3) la transportabilidad de las prácticas de memoria, como las
marchas de madres, que se originaron en un lugar y que se irradian hacia otros. En este
sentido resulta interesante notar cómo las prácticas de memoria vinculadas al territorio si
bien tienden a estar localizadas en un espacio específicos, ello no significa que estén atadas
a éste. Lo anterior pone de relieve el problema de la marca territorial y la escala, pues si
bien “las marcas territoriales son, por su naturaleza, locales y localizadas. […] sus sentidos
son de distinta escala y alcance, […] lo que comienza siendo algo muy local, que afecta e
involucra a grupos específicos en espacios comunales, cobra sentido para otros muy
lejanos…” (Jelin y Langland, 2003: 14-15).
He dejado para el último de este reporte mi reflexión sobre cómo es posible emplear
esta lectura en mi tesis. Dos cosas me han parecido sugerentes, por un lado, la idea de
representación que las autoras problematizan para el caso del horror y la inefabilidad de
éste, y la facilidad/dificultad que pueden tener los emprendimientos para representar a
través del espacio. Esta misma problemática creo que también es visible en los procesos de
construcción de la nación, pues los espacios físicos, como los sitios arqueológicos
monumentales, fueron usados como anclajes de las ideas y las palabras, fueron una forma
de otorgar materialidad a la nación en los procesos de conformación nacional en los siglos
XIX e inicios del XX.
La otra idea que me ha parecido sugerente es la de emprendedores de memoria y su
agencia en los procesos de inscripción de significados en las marcas territoriales como una
actividad política, al respecto las autoras dicen “Los procesos sociales involucrados en
<<marcar>> espacios implican siempre la presencia de <<emprendedores de memoria>>,
de sujetos activos en un escenario político del presente, que ligan en su accionar el pasado
[…] y el futuro…” (Jelin y Langland, 2003: 3). Esta visión me ha hecho pensar en los
arqueólogos y en general en los miembros de mi expedición como emprendedores de
memoria en la construcción de la historia del Territorio de Quintana Roo y como parte del
proceso de integración nacional de este espacio. Los arqueólogos, historiadores y
etnógrafos construyeron una intrincada red de significados que unieron el pasado y presente
del Territorio con el pasado y presente de la Nación.

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