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ACALAPIYEIMA, es el primer hombre, según

otra leyenda Taurepang. Se dice que el Gran Árbol

del Mundo viene a ser el gran tepuy (montaña)

Roraima a manera de banano. Antolínez nos señala

que según la creencia, la copa del banano, al caer,

formó la región boscosa; y el tronco, la sabana,

menos favorecida en vegetación; y que

atravesándose a las orillas del Caroní se convierte

en una imponente piedra, próxima a la catarata. De

los cimientos de la montaña salen numerosos ríos

que nutren las hoyas hidrográficas del Orinoco,

Amazonas y Esequibo. Y es así como al Mundo

Subterráneo se va por agua, a través del camino de

los muertos conocido también como río mágico o Vía

Láctea antes mencionado, y por donde pasa la

canoa del Sol (Uei) con sus dos hijas las estrellas;

razón por la cual, esta agua le devuelve la lozanía a

aquel que se bañe en ellas. Pero también estas


aguas conducen a una isla arruinada y tormentosa

llena de frío y oscuridad, en donde padeció

Acalapiyeima.

Encima del mítico gran árbol se coloca unas

veces el Rey de los Zamuros, otras veces Walomá

(el Sapo de las lluvias). Según la leyenda,

Acalapiyeima se paraba al pie del árbol para atrapar

a Walomá, pero éste sapo lo montó en su espalda y

lo zambulló en el agua hasta llevarlo a la isla

tenebrosa; y allí lo dejó abandonado debajo de un

árbol donde el zamuro lo llenaba de estiércol

mientras el hombre dormía. Acalapiyeima en la isla

tiritaba de frío y estaba todo fétido; y ni Cainanog (El

lucero del alba) ni Capey (La luna) quisieron

ayudarlo porque éste ofrendaba sólo al sol sus tortas

de casabe.

Por fin vino el Sol (Uei) en una canoa junto a

sus dos hijas, las estrellas; y recordaron las ofrendas


del hombre y se conmovieron de él. El Sol ordenó a

sus hijas las estrellas bañar a Acalapiyeima, cortarle

los cabellos y hacerlo remozar. Era muy temprano y

el Sol todavía no tenía fuerza, por eso el hombre

atería de frío por el baño y por sentarse en la proa

de la canoa. Uei se puso un tocado de plumas de

loro y, sobre éste, un sombrero de plata y le dijo a

Acalapiyeima que se volteara de espaldas para que

no viera el secreto de su fuego e intentara robarlo.

Una vez de espalda, Uei le colocó unos élitros de

escarabajo, con lo que Acalapiyeima se recalentó,

pues ya se había hecho de tarde. El Sol subió muy

lejos al hombre porque lo quería como yerno, y antes

de irse le dijo: “Te casarás con una de mis hijas, mas

no te dejes seducir por ninguna de las mujeres y no

abandones la canoa”. Pero Acalapiyeima lo

desobedeció y saltó a la tierra y allí se encontró con

unas mozas, hijas del zamuro. Cuando vino el Sol


con sus hijas, encontraron a Acalapiyeima retozando

en medio de las hijas del zamuro. Entonces Uei le

dijo: “Si hubieras seguido mi consejo te habrías

casado con una de mis hijas y hubieras quedado

como yo, siempre joven y bello”. Así dicho, una vez

que se fue el Sol en su canoa con sus dos hijas las

estrellas, Acalapiyeima se encontró en medio de los

zamuros viejo y feo. El hombre se casó con una hija

del zamuro e hizo su vida. Fue el padre de todos los

indios. Y por eso, cada vez que el Sol se va el

hombre se hace más viejo y feo. Es la leyenda del

primer hombre y el origen de su vejez.

LA MARACA DEL BÁQUIRO SALVAJE, una

leyenda del pueblo Camaracoto del grupo étnico

Pemón, es aquella del hombre bueno para nada

llamado Maichak, que vivió tiempo antes de que se

formara el cerro Auyantepuy.


Maichak era un indio muy pobre porque no

sabía ningún oficio ni poseía ninguna habilidad.

Cuando sus cuñados iban a pescar o a cazar aves,

dantas o báquiros, éste salía con ellos con su arco

templado al cuerpo y sus flechas amoladas; pero al

regresar, sus cuñados se ufanaban de todo cuánto

habían pescado o cazado y Maichak siempre volvía

con las manos vacías. La esposa y el hijo,

desencantados, se alimentaban con lo que les

daban sus familiares vecinos; pues todos sabían del

hombre que aún sin beber cachirí, era torpe e

incluso llegaban a burlarse de él; sus manos, daban

al traste cuando había que tejer el sebucán o

modelar la masa de tierra para las vasijas y hasta

para buscar las chamizas y encender el fuego; todos

lo tenían por tonto. Entonces, Maichak comenzó a

irse solo al bosque para huir de la gente y, con sus

instrumentos, permanecía encima de una piedra


viendo con tristeza los peces del río cristalino y

siempre abstraído en sus pensamientos.

Hasta que un día, encima de la piedra, le

ocurrieron al hombre cuatro grandes sucesos: En el

primero, surgió de entre las aguas el Espíritu de los

Ríos en forma de creciente bulto de espuma y agua

chorreante que, conmovido, le ofreció al hombre una

tapara para que con ella lo secara y pudiera coger

los peces sin dificultad; pero el descuido del hombre

puso la tapara mágica en manos extrañas y esto

provocó una gran inundación que arrasó con toda la

tribu. En el segundo, se le presentó el Espíritu del

Cachicamo, que llevaba prendida a la pata una

maraca con la que sonaba la canción que atraía en

baile a los báquiros del bosque, y que el hombre

robó para cazarlos sin dificultad; pero la envidia hizo

que sus cuñados se apoderaran de la maraca y la

mal sonaran, desatando una gran estampida que


acabó con la vida de muchos en la tribu. En el

tercero, un araguato de hermosa y largas barbas,

cuando se peinaba, hacía aparecer muchas aves en

el cielo, y el hombre quiso el peine para cazar las

aves y el araguato se lo entregó con el peligro, para

los no entendidos, de que al pasarse el peine más

de la cuenta de tres las aves taparían el cielo y se lo

arrebatarían, como de hecho ocurrió. En el cuarto y

último, el espíritu del Rey Zamuro encontró al

hombre huyendo a través del bosque y entonces le

enseñó los oficios y las habilidades para sobrevivir y,

viendo que era bueno, le hizo casar con su hija; pero

el hombre en vez de agradar al rey, lo asustó, y la

furia de éste produjo un gran terremoto que removió

la tierra y tragó al hombre, y con lo cual se formó el

Auyantepuy: el cerro o montaña de los espíritus.


El teatro que nos entrega Eduardo Calcaño al

tomar estos temas de la mitología y leyendas de

nuestros aborígenes se revela a nuestros cinco

sentidos y nos devuelve el sentido mágico de la vida:

aquel sentido que integra lo natural desafiado por lo

sobrenatural; en la lúdica ampliación de los medios

expresivos teatrales que van más allá de la palabra.

Así lo llegó a reconocer el insigne teatrero

venezolano Luís Peraza al referirse en específico a

esta obra creativa de nuestro autor: “Eduardo

Calcaño, gran representativo –por su cultura, su

devoción y espíritu de sacrificio- de nuestro arte

escénico, es el pionero de esta modalidad, no sólo

en Venezuela sino en América Latina”. El estudio de

un decorado de belleza y magia sin igual cuyo

dinamismo en efectos visuales y sugerencias forma

parte de la acción dramática; el vestuario o disfraz:

indumentarias de tejidos o de pintura corporal, así


como el poder transformador de la máscara

representando espíritus biomorficos, los tocados,

collares y los más variados accesorios; la indagación

sobre la luz y el color; la danza ritual y alegórica; la

música, el canto, el gesto; el culto al alimento o el

banquete, lleno de olores y sabores; el giro

tragicómico y aleccionador; constituyen a grosso

modo las características y potencialidades de un

teatro ancestral que nos explica como nación,

enriquece la labor creativa del oficio y es propicio

para el desarrollo de la sensibilidad, no solamente

del espectador infantil, sino del público en general.

ACALAPIYEIMA
(1950)

FIGURAS:

ACALAPIYEIMA, el primer hombre.


CAINANOG, el lucero del alba.

LA LUNA.

EL SOL.

LA TARDE.

LA CURIOSIDAD.

PRIMERA HIJA DEL SOL.

SEGUNDA HIJA DEL SOL.

EL SAPO.

CORO DE NUBES.

CORO DE TINIEBLAS.

ACTO ÚNICO
DECORADO: Una isla desierta. Al fondo, el mar azul; a

la izquierda, una palmera solitaria.

ACCIÓN: Un silencio. Luego se oye el croar áspero del

sapo y salta éste a escena con Acalapiyeima sobre su

espalda. Croa de nuevo, ejecutando un nuevo giro, y

logra derribar al hombre, a quien deja tendido en tierra,

y sale por el lado opuesto con ritmo grotesco.

ACALAPIYEIMA.- (Acongojado, retorciéndose sobre la

arena). ¡Ah! ¡Piedad! ¡No he querido ofenderte! ¡Piedad!

(Solloza) ¡Ah, cuánto frío! (Tirita) ¡Ah! (Consigue ponerse

de rodillas). ¡Y…! ¿Dónde estoy? (Gritando) ¿Dónde

estoy?

ECO.- (Dentro) ¿Dónde estooy…?

ACALAPIYEIMA.- ¡Solo! (Se tumba de nuevo y solloza)

CAINANOG.- (Apareciendo por la derecha). ¡El hombre!

¡Siempre el hombre! (Lo toca con la punta de su pie).

¿Quién eres?
ACALAPIYEIMA.- (Incorporándose. Reconociéndolo)

¡Ah! ¡Tú! (Sorpresa. Desconcierto). ¿Eres…?

CAINANOG.- Sí. Soy Cainanog, el lucero del alba. Cada

día gozas de mi belleza sin concederme más que tu

mirada. Ya veo que me conoces.

ACALAPIYEIMA.- (Frenético) ¡Tú! ¡Sí! ¡Tú…! Dime tú:

¿dónde estoy?

CAINANOG.- En la isla sagrada que queda en el centro

mismo de los mares. Estás solo; completamente solo.

ACALAPIYEIMA.- ¡Solo! (Llora) Muero de frío; es la noche

y la sombra.

CAINANOG.- Es tu pena. Sólo se llega aquí por el castigo

de una culpa.

ACALAPIYEIMA.- (Humillado) Quise atrapar al Sapo para

jugar con su piel verde y reír de sus ojos de agua; pero él

logró derribarme y me ha traído sobre sus lomos, a través

de los mares salados, hasta esta tierra sola.

CAINANOG.- ¿Y qué quieres que haga? (Se dispone a

salir)
ACALAPIYEIMA.- (Suplicante) ¡No! ¡No! ¡Detente! ¡Tengo

frío! ¡Estoy frío!

CAINANOG.- (Implacable) ¡Nada puedo yo hacer!

ACALAPIYEIMA.- ¡Sí! ¡Llévame lejos! ¡Puedes! ¡Tiende tu

mano y llévame prendido a un hilo de tu luz, hasta los

cielos! ¡Ten compasión! ¡Ayúdame!

CAINANOG.- No puedo. Nada me has dado todavía. Al Sol

ofreces siempre tus tortas de casabe; durante el día las

pones sobre el techo de tu rancho y, por las noches, no

dejas nada para mí. Arréglatelas solo, yo te veré de lejos en

cada amanecer. (Va a salir).

ACALAPIYEIMA.- ¡No! ¡Espera! ¡No te pediré tanto! ¡Dame

tan sólo un poco de calor! ¡Ya me siento morir! El frío

sacude mis huesos uno a uno.

CAINANOG.- No te quiero ayudar. Pídele ayuda al Sol. Él

recibe cada día tus dádivas. Yo no. Te dejo con tu soledad y

tu miseria.

ACALAPIYEIMA.- ¡Ah! (Llora desesperado). ¡Pobre

abandonado! (Se incorpora. Camina a tientas. Una luz


por la izquierda lo deslumbra). ¡Ah! ¡La madre de luz! ¡Tú

sí! ¡Tú sí! ¡Oh, Luna! Consuela mi dolor.

LUNA.- (Por la izquierda). ¿Qué quieres? Hace rato que te

siento gemir. Tu lamento perturba mi serenidad e inquieta la

calma fría de mis metales.

ACALAPIYEIMA.- ¡Quiero que me lleves de aquí! ¡Viviré en

tu palacio y seré tu mensajero de los hombres!

LUNA.- Imposible. Has sido malo. Lo he visto desde mis

alturas. El sapo subió al árbol verde y oscuro y vivía allí con

la luz y con la sombra. No hacía daño a nadie. Pero tú

envidiabas su quietud y querías atraparlo. Rondabas noche

y día a su alrededor, le lanzabas guijarros y, una noche,

esta noche, mientras dormía, conseguiste atraparlo. Todos

sabemos que es vengativo. Su amenaza se ha cumplido.

Te ha cargado sobre sus lomos, erizados de pústulas, y te

ha abandonado en esta isla, que es la última del mundo.

ACALAPIYEIMA.- ¡Perdón! ¡Sí! ¡Pero sálvame! ¡Llévame a

su morada! ¡Dame tu luz y tu contacto tibio!

LUNA.- Imposible. La ley de las compensaciones lo

prohíbe. Nada he recibido de ti. Acude al Sol, a quien


rindes tributo. Él recibe tus dádivas, tus tortas de maíz, tu

ofrenda de casabe. Él sabrá socorrerte. (Va a salir).

ACALAPIYEIMA.- (Desesperado). ¡Detente! ¡Escucha!

LUNA.- Imposible. ¡Es la ley de las compensaciones!

ACALAPIYEIMA.- Está lejos el Sol.

LUNA.- Espera. Más lejos aún está de mí y, sin embargo:

espero. (Sale).

ACALAPIYEIMA.- ¡Oh! ¡Ni Cainanog ni Ella! ¡Sólo me

queda el Sol! ¡Esperaré su vuelta! (Se tumba sobre la

arena y duerme).

Melodías de flautas y tambores. Amanece. Por el

fondo, en una barca luminosa, llega el Sol con sus

hijas. Las sombras, envueltas en negros velos,

atraviesan la escena.

SOL.- (Desembarcando). ¡Es la hora! Hay que detenerse

en estas regiones antes de continuar el viaje.

HIJA 1ª.- Ya han huido las sombras.

HIJA 2ª.- Ya Cainanog se hizo invisible.

SOL.- ¡Atentas, hijas! ¡Un ser humano! ¡Ha sido mancillado

este alto!
HIJA 1ª.- ¡Un hombre!

HIJA 2ª.- ¡Un hombre!

Los dos hijas del Sol llenas de asombro se

arrodillan, junto a Acalapiyeima y lo vuelven cara

arriba.

SOL.- (Contemplándolo). ¡Ah! ¡Es Acalapiyeima!

ACALAPIYEIMA.- (Bruscamente de pie, enceguecido).

¿Quién eres?

SOL.- Soy el Sol.

ACALAPIYEIMA.- ¡El Sol! ¡El Sol! ¡Tú sí! ¡Tú sí puedes

salvarme!

SOL.- ¿Qué te ocurre? ¿Cómo te hallas aquí?

ACALAPIYEIMA.- El Sapo. El Sapo perverso y maligno me

arrojó a esta costa solitaria. Estoy rodeado por los mares

salados. ¡Sálvame! ¡Llévame a tu morada!

SOL.- Serás llevado. Cada día recibo tu mensaje de amor,

tu ofrenda de casabe y tu pan de maíz. Serás salvado. En

cuanto al Sapo, cada día quemaré sus lomos con mis

rayos.
ACALAPIYEIMA.- (Tiritando). ¡Calor, padre, un poco de

calor!

SOL.- Aguarda. Vuélvete de espaldas. Hijas mías, ornad mi

frente con los atributos; mi sombrero de plata, mi tocado de

plumas de loro y mis orejas de élitros de escarabajo.

Las hijas corren a la barca y traen los ornamentos

que van colocando simultáneamente al Sol. Éste

extiende sus manos hacia el hombre arrodillado y la

espalda de Acalapiyeima comienza a calentarse.

ACALAPIYEIMA.- (Lanzando un grito agudo). ¡Ah! ¡Ya

está bien, padre; me abraso!

SOL.- Ahora ve con mis hijas. Ellas refrescarán tu piel

cansada con el azul del mar, ellas prenderán tus cabellos y

cubrirán tu cuerpo con vestiduras frescas. Puedes pedir

cuanto desees. Lo mereces. Es la ley de la compensación.

Has sido bueno conmigo y quiero premiar tu devoción

dándote por esposa a una de mis hijas. Puedes escoger, a

tu gusto. Yo voy a hacer un rato de descanso. (Sale por la

izquierda).
Las dos hijas llevan a Acalapiyeima, indeciso, a la

orilla del mar y allí lavan su rostro y sus manos con

aguas frescas y saladas, y coronan su frente con rosas

que sacan de la barca y ornan su cuello con guirnaldas

de flores multicolores. Acalapiyeima ríe. Suave música

de flautas acompaña el milagro. Acalapiyeima

contempla a las hijas del Sol sin comprender cuál es la

más hermosa.

HIJA 1ª.- ¡Estás servido, Acalapiyeima!

HIJA 2ª.- Estás servido.

Entra el Sol.

HIJA 1ª.- ¡Padre! ¡Ya hemos cumplido!

SOL.- Estás fuerte y hermoso, Acalapiyeima. Ahora

duerme. Reposa en mi canoa y emprenderemos viaje al

caer de la tarde. Me alejo con mis hijas a cumplir mis

funciones. Lo tendrás todo, pero sé obediente: no salgas de

mi barca hasta la llegada de la tarde, pues sino perderás tu

belleza y serás indigno de sentarte a mi diestra en el

palacio de los altos. ¡Obedece, Acalapiyeima!


ACALAPIYEIMA.- (De hinojos). Padre, cumpliré tus

mandatos.

Salen el Sol y sus hijas. Acalapiyeima se dirige a la

barca y se tiende dentro de ella. Una melodía primitiva

teje su sueño blando. La luz se hace fugaz e indecisa.

Una figura sombría, barbada y cubierta de lianas se

acerca lentamente a la barca y le llama:

CURIOSIDAD.- ¡Acalapiyeima! ¡Acalapiyeima!

¡Acalapiyeima!

ACALAPIYEIMA.- (Incorporándose). ¿Quién me llama?

CURIOSIDAD.- Soy yo. La compañera de todo solitario. La

que vive en la tierra y en los cielos. Soy la curiosidad. Ven

conmigo, iremos lejos en busca de lo desconocido. Puedo

ofrecerte mucho. Soy más fuerte que nuestro padre el Sol.

¡Ven! (Toma a Acalapiyeima de una mano y lo hace salir

de la barca). Ten con fuerza los hilos de mi traje y déjate

venir conmigo. Por ellos podrás conocer las bellezas que

encierran los lugares nuevos. ¡Ven! (Acalapiyeima

obedece y sale, como un sonámbulo, prendido de los

hilos de la curiosidad).
Hay una pausa y un coro lejano se deja oír. Es la

tarde que llega con sus atributos de estrellas pálidas y

su coro de nubes multicolores, cantando una melodía

simple.

TARDE.- Este es el sitio. El padre Sol vendrá a cumplir su

cita como siempre y, como siempre a mi lado, partirá hacia

la región rubia del nuevo día. Vosotras formaréis el cortejo.

Las nubes se postran y aparece de nuevo el Sol,

acompañado de sus hijas.

SOL.- Bienvenida. Tardabas. La fatiga empieza ya a

rendirme. Me cansaba el andar errante y anhelaba mi barca

para ir en busca de los nuevos horizontes.

CORO DE NUBES.- ¡Padre Sol! ¡Padre Sol! ¡Padre Sol!

TARDE.- Parte. Ya se acerca la noche con sus cortejos

fúnebres que no quieren nada de ti. ¡Parte!

SOL.- (Se inclina). Vamos. Pero antes despertamos al

joven durmiente, al valiente Acalapiyeima, que hoy forma

parte del cortejo. (Se acerca a la barca y queda atónito

de no encontrarle. Luego lanza su voz amenazante).

¡Acalapiyeima! (Pausa) ¡Acalapiyeima!


Acalapiyeima aparece por la derecha, con sus

ropas en desorden, su tez cuarteada y sus cabellos

blancos.

ACALAPIYEIMA.- (Solloza). ¡Padre! ¡Padre! (Cae de

hinojos ante el Sol).

Las dos hijas cubren sus rostros, llenas de

horror.

SOL.- (Autoritario). ¿Dónde has ido? ¿Quebrantaste mi

mandato?

ACALAPIYEIMA.- ¡Ella! ¡Ha venido a buscarme! Me ha

ofrecido su reino que es la tierra y el cielo y el renovarse

eternamente. Me ha llevado consigo.

SOL.- ¡Y has quebrantado mi mandato!

ACALAPIYEIMA.- ¡Perdón, padre! Me he mirado al espejo

de una fuente y he encontrado el horror de mi cara surcada

y mis cabellos muertos. ¡Perdón padre! Dame la vida; tu

vida. ¡Concédeme de nuevo tu hermosura y tu fuerza!

SOL.- Imposible. Has desobedecido y soy inexorable. No

hay perdón para ti. Vivirás muchos años; es lo que te

concedo. Pero conocerás la muerte y tu descendencia


padecerá el mal gris de la vejez. El mismo que ahora afea

tu rostro y mata tus cabellos. (Vuelve la espalda a la

tarde). ¡Vamos!

El Sol toma a la tarde de la mano y sale seguido de

sus hijas y el cortejo de nubes.

ACALAPIYEIMA.- ¡Oh, Sol! ¡Oh, padre Sol! (Solloza. Cae

por tierra).

Las tinieblas acuden presurosas y tienden sus

negros mantos sobre Acalapiyeima entonando

suavemente, por lo bajo, sus himnos funerarios.

TELÓN

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