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La teoría del intérprete

Según descubrió Gazzaniga, el hemisferio izquierdo hace inferencias y es completamente auto-


consciente, interpreta sus acciones y sentimientos, así como aquellos del mundo. El hemisferio
derecho es un pésimo resolvedor de problemas y no es autoconsciente, ya que el
reconocimiento mostrado parece ser simplemente una respuesta asociativa; y es muy difícil
interrogar al hemisferio derecho pues típicamente no posee lenguaje hablado.

¿De qué manera se potencian o sirven los dos hemisferios?

Su propuesta es que el hemisferio izquierdo tiene un “Intérprete” que está constantemente


evaluando el estado del cuerpo y la mente: Un módulo neuronal que intenta interpretar el
mundo y las propias acciones del sujeto, incluso a costa de inventar falsas memorias.

Es habilidad exclusiva del hemisferio izquierdo: la capacidad de verbalizar e interpretar los


estados emocionales inconscientes del sujeto, explicando a posteriori las decisiones y acciones
que estos módulos “mudos” llevan a hacer.

El Intérprete es el sistema que pregunta “¿Por qué?” y “¿Cómo?” y luego trata de proveer una
respuesta, construyendo una narrativa personal. El hemisferio izquierdo no se entera del
procesamiento que ha realizado el derecho pero sí que ve las consecuencias de la acción
impulsada por éste, y aunque desconoce las causas, inventa una explicación a posteriori.

Gazzaniga ha adoptado últimamente una perspectiva evolucionaria[1], en la que se postula que


nuestro cableado cerebral está adaptado para la vida típica del hombre cazador-recolector y en
donde la inteligencia social o maquiavélica (también denominada inteligencia para el
chismorreo) es la que más nos exige recursos mentales y más nos diferencia del resto de los
primates. La emoción sobre la razón, la fascinación que nos ejerce el chismorreo, la
competividad y otros, están ellos impresos en circuitos neuronales de la historia del hombre. El
cerebro está allí para tomar decisiones sobre cómo sobrevivir y reproducirse.

¿Somos conscientes que inventamos los hechos? Es el problema de las falsas memorias: no
podemos identificar diferencias entre memorias verdaderas y falsas, ambas son parte del tejido
de nuestra narrativa personal. El producto resultante que se produce como nuestra narrativa
personal es, como resultado, un Yo un tanto ficticio.

EL INTÉRPRETE

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Los cirujanos empezaron en 1961, animados por las teorías del neurobiólogo norteamericano
Roger Sperry (que recibiría el Premio Nobel 20 años más tarde), a tratar a algunos pacientes muy
graves de epilepsia con una operación chocantemente drástica: aislar sus dos hemisferios
cerebrales sajando el gran haz de nervios que los mantiene conectados, llamado cuerpo calloso.
Por increíble que parezca, la operación se reveló bastante útil. Los ataques epilépticos remiten,
y los pacientes llevan una vida normal. Salvo por un detalle: los neurobiólogos no les dejan en
paz fácilmente. Son demasiado interesantes.

Michael Gazzaniga, director de Neurociencias Cognitivas del Darmouth College (New


Hampshire, Estados Unidos), ha hecho el siguiente experimento con varios de esos pacientes. El
investigador les muestra a la vez dos imágenes distintas: una en su campo visual izquierdo, otra
en el derecho. En estos pacientes, la primera sólo llega al hemisferio derecho, y la segunda sólo
llega al hemisferio izquierdo (en una persona normal pasa lo mismo inicialmente, pero el cuerpo
calloso se ocupa enseguida de redistribuir la información por todo el cerebro). Por ejemplo, se
muestra al hemisferio izquierdo una mano de pollo, y al derecho un paisaje nevado. Luego se
muestra en el centro del campo visual (es decir, a ambos hemisferios cerebrales) una serie
amplia de fotos distintas, y se le pide al paciente que coja con la mano las que mejor casan con
las anteriores. La elección obvia hubiera sido un pollo (para la mano de pollo) y una pala (para
la nieve del paisaje).

Pues bien. Uno de los pacientes cogió con su mano derecha (es decir, con las órdenes emitidas
por su hemisferio cerebral izquierdo, que es el único que había visto la mano de pollo) la foto
del pollo, en efecto, como hubiera hecho usted mismo. Al mismo tiempo, la mano izquierda del
paciente (es decir, su hemisferio cerebral derecho, que es el único que había visto el paisaje
nevado) elige la pala, como también hubiera hecho usted. (A diferencia del paciente, usted no
hubiera podido elegir ambas fotos a la vez, pero dejemos eso ahora).

Lo extraordinario ocurrió cuando Gazzaniga le preguntó al paciente por qué había elegido esas
dos fotos. El paciente respondió: 'Es muy sencillo. La mano del pollo casa con el pollo, y la pala
es para limpiar el corral'.

¿Qué pasa aquí? Tengan en cuenta quién está hablando. Cuando habla, lo que hemos llamado
'el paciente' es en realidad su hemisferio izquierdo, que es el único que sabe hablar (los centros
del lenguaje suelen estar ahí). Llamemos a ese hemisferio señor Izquierdo y repasemos su
experiencia durante la prueba. El señor Izquierdo ha visto la mano de pollo, pero no ha visto
ningún paisaje nevado. Y después ha hecho lo correcto: elegir un pollo para casarlo con la mano
del pollo. Pero luego ha visto que su otra mano cogía la foto de la pala, y no tiene ni idea de por

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qué lo ha hecho. Así que, cuando Gazzaniga le pide su versión, se inventa una historia más o
menos tragable. No se la inventa sólo para que la oiga Gazzaniga, sino también para sí mismo:
para encajar los hechos en una narración y no perder la cordura. Para creer que la situación está
bajo su control consciente, como todos nosotros creemos tener las riendas racionales de nuestra
actividad mental (cosa que no es cierta en un 98%).

Sería tentador conjeturar que si el otro hemisferio, el señor Derecho, pudiera hablar, quizá
habría respondido: 'Es muy simple. He elegido la pala porque casa con la nieve, y el pollo porque
es de una raza alpina'. Pero no es así. Porque no es sólo que el señor Derecho no sepa hablar. Es
que tampoco sabe construir ficciones narrativas.

La teoría de Gazzaniga, fundada en ése y otros muchos experimentos, es que el cerebro humano
(el hemisferio izquierdo, para ser exactos) contiene un intérprete, un grupo de redes neuronales
especializado en dotar de sentido a la actividad incesante de nuestro propio cerebro,
inconsciente y automática en su inmensa mayoría.

La neurobiología contemporánea está empezando a entender nuestro cerebro como un paquete


de miles de autómatas especializados en las miles de tareas, rutinas y subrutinas que procesan
la información procedente de nuestros sentidos y de nuestra memoria, y que casi siempre
responden a esa información generando acciones rápidas y automáticas sobre las que nuestra
consciencia tiene un control muy escaso. Si creemos tener todo ese caos bajo control consciente
es gracias al intérprete de nuestro hemisferio izquierdo, una especie de cronista que ve perplejo
lo que hacen los autómatas y trata de encajar esas acciones en una ficción coherente: la ficción
de su vida, lector.

El cerebro funciona "en automático"

En los años 60, cuando el término "neurociencias cognitivas" ni siquiera se había acuñado y
Michael Gazzaniga era un joven de poco más de 20 años, hizo descubrimientos sorprendentes,
que contradecían las teorías de la época.

Por ejemplo, que funciones como la memoria o el lenguaje no están distribuidas


uniformemente, sino que se concentran en ciertas regiones o circuitos. Y que los hemisferios
derecho e izquierdo del cerebro también están especializados. Sus hallazgos fueron tan
sobresalientes que su tesis de doctorado le valió al doctor Roger Sperry, su tutor, el Premio
Nobel de Medicina de 1981.

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¿Cómo surge una mente unificada de un cerebro especializado? Gazzaniga estuvo por primera
vez en el país para dar una conferencia sobre este tema en el Instituto de Neurociencias
Cognitivas (Ineco) y recibir un doctorado honoris causa de la Universidad Favaloro. También
arriesgó algunas respuestas a esta pregunta.

-Doctor Gazzaniga, después de cinco décadas en la vanguardia de las neurociencias, ¿cuál diría
usted que es la visión que prevalece sobre cómo funciona la mente?

-Hoy creemos que el grueso de la actividad mental se procesa en módulos mayormente


automáticos para que los sistemas de toma de decisiones no tengan que vérselas con los 10
millones de pasos que intervienen en cualquier acto: hablar, mover las manos, rascarse la
cabeza... Todo eso es automático y está fuera de la conciencia. Ahora, cómo se produce la
integración modular que da lugar a las respuestas neurológicas ¡es un misterio total! Eso es lo
que tenemos que entender. Pero si hoy tuviéramos la respuesta, no podríamos apreciarla.
Tenemos que ir comprendiendo muchos procesos para vislumbrar exactamente las preguntas
que deberíamos hacernos.

-¿Quiere decir que la mayor parte de nuestra actividad mental es inconsciente?

-Es una idea bastante establecida. Estos subsistemas están trabajando todo el tiempo sin que
seamos conscientes de ellos. Todos los sistemas de información tienen esa característica: se
construyen en distintos niveles de control.

-¿Y dónde estaría la conciencia? ¿Podría tener una localización anatómica?

-No, no, uno podría pensarla como un sistema de funcionamiento en paralelo y vastamente
distribuido. Déjeme aclararlo: durante muchos años estudié pacientes que habían sido operados
para controlar su epilepsia y a los que se les había seccionado la comunicación entre los
hemisferios cerebrales. Ellos no podían describir verbalmente nada que se encontrara a la
izquierda de un cierto punto. Tal vez el hemisferio izquierdo, el que está hablándome, no sabe
que hay algo mal, no está consciente, y por eso no se preocupa de no poder hacer ciertas cosas.
Yo creo que el mecanismo que posibilita la conciencia es múltiple y que hay millones de esas
partes. Pero cómo es ese circuito y cómo funciona en el nivel de las neuronas... no tengo la
mínima idea.

-El cerebro tiene tal complejidad que hay quienes vaticinaron que nunca llegaremos a
comprenderlo. A su modo de ver, ¿en qué lugar del túnel nos encontramos?

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-Bueno, el ADN, la base molecular de la herencia, fue descubierto en 1954. ¡Y mire todo lo que
aprendimos acerca de la complejidad de la célula! ¡Es absolutamente increíble! Hace 60 años
pensábamos que un gen producía proteínas y que éstas producían la enfermedad. Hoy sabemos
que cuando se expresa un trozo de información genética se ponen en juego procesos
complejísimos. Y esta vasta cantidad de conocimientos fue articulada en las últimas seis
décadas. Las neurociencias están empezando a desarrollar modelos ricos para comportamientos
importantes (como la memoria, la toma de decisiones...), pero todavía son muy jóvenes en
relación con la comprensión de los mecanismos en los que todos estamos interesados.

-Si el cerebro funciona con piloto automático, ¿se puede decir que somos responsables de
nuestros actos?

-Sí. La responsabilidad surge como un contrato social. Si usted es la única persona del mundo, la
idea de responsabilidad no tiene mucho sentido. Pero ponga a dos y querrán establecer algunas
reglas. Y si pone a siete mil millones, tendrá que regirse por leyes. Esa característica de cualquier
red, sea social o virtual, como la Internet, exige que no se haga trampa, porque si no el sistema
no funciona. Los cerebros son automáticos, pero las personas somos libres.

-¿Los conocimientos sobre la mente modificarán el modo en que se administra justicia?

-Todavía no estamos preparados para sacar las conclusiones que quisiéramos. Una forma de
pensar acerca de esto es comparándolo con el ADN. Hoy, si usted tiene evidencia genética de
que alguien estuvo en la escena del crimen, es indiscutible. Las neurociencias no pueden hacer
predicciones tan seguras sobre los efectos de una lesión cerebral o sobre el impacto del medio
ambiente en una tendencia genética. No pueden decir con certeza que esas cosas causan un
cierto comportamiento antisocial. Todavía son muy jóvenes para ser llevadas a la corte, pero
¿va a pasar? Sí. En los próximos 10 o 15 años podrán aplicarse en situaciones legales.

-Uno de sus asombrosos descubrimientos fue que el hemisferio izquierdo del cerebro posee un
sistema (el "intérprete") que toma la información incompleta con que cuenta y elabora una
historia coherente para explicarla. ¿Qué nos dice eso de nuestra capacidad para conocer la
realidad?

-Si usted es consciente de las implicancias del intérprete, como es mi caso, descarta muchas de
esas historias. Desarrollamos nuestras narraciones, las testeamos, les agregamos detalles...
Todo eso integra nuestra teoría de la realidad. Es fantástico. Es algo único de los humanos.

-¿Y también es automático?

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-Sí, en el mismo sentido en que todo el cerebro es automático. Por ejemplo, si uno les pide a las
personas que hagan juicios morales sobre diversas situaciones, el 90% ofrece las mismas
respuestas. Pero cuando les pregunta por qué, cuentan todo tipo de historias diferentes basadas
en su cultura, en su medio ambiente, en sus propias experiencias.

-¿Es ése el origen del arte?

-Un amigo escribió un libro que se llama El animal que cuenta historias: cómo las historias nos
hacen humanos [ The storytelling animal: how stories make us human, con fecha de publicación
para 2012]... Tenemos una idea de por qué lo hacemos y por qué tenemos una tendencia a la
ficción: nos ayuda a prepararnos para situaciones que podrían suceder. Imaginando estos
escenarios, si algo similar ocurre, no nos toma totalmente por sorpresa. De modo que el arte,
más allá de que nos entretiene, nos otorga una ventaja evolutiva.

-¿Cuál piensa usted que es la pregunta más importante que deberán contestar las neurociencias
en el futuro cercano?

-No hay duda de que las neuronas producen nuestra vida mental y que nuestros estados
mentales influyen en nuestro cerebro. Ahora... ¿cómo se produce esa interacción? Hoy tenemos
explicaciones muy lineales, A afecta a B, que afecta a C... No es así como sucede... Una metáfora
que utilizo, aunque no es exactamente así, es la del software y el hardware : no son nada hasta
que interactúan. Tenemos que capturar esa interacción entre el cerebro y la mente, y desarrollar
un vocabulario para describirla.

EL INTÉRPRETE

"Las historias y la ficción nos ayudan a prepararnos para enfrentar situaciones que podrían
ocurrir"

El cerebro del cerebro

Michael S. Gazzaniga es uno de los neurocientíficos más importantes del mundo, con una
trayectoria que incluye logros como haber participado en la investigación que describió la
especialización hemisférica cerebral y haber dado origen a lo que él mismo denominó la
neurociencia cognitiva. Hoy, en tiempos en que la sociedad abraza con entusiasmo los hallazgos
en su área, el científico llama a la cautela.

El doctor Michael Gazzaniga no tuvo más que reírse, y lo vuelve a hacer cuando recuerda ese
momento. Estaba esquiando en Colorado, tranquilamente, cuando siente que un tipo viene

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bajando muy rápido, esquivando a todo el mundo, y pasa muy cerca suyo, tan cerca que el tipo
reprocha con un grito al prominente neurólogo: "¡Usa tu hemisferio derecho!". Y es chistoso,
porque el hecho de que el esquiador veloz tuviera noción de que existía tal cosa como el
hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo del cerebro, y de que el primero tenía algo que ver
con la noción de ubicación espacial, era en gran medida culpa del propio doctor Gazzaniga, hace
mucho tiempo.

Fue en la década de los 60, cuando siendo un estudiante en el laboratorio de Roger W. Sperry
(quien en 1981 ganaría el Nobel de Medicina), en el California Institute of Technology (Caltech),
Gazzaniga colaboró con él y con el neurocirujano Joseph Bogen en una serie de experimentos
que describieron la especialización hemisférica del cerebro. Estudiando a pacientes con el
cerebro dividido -ambos hemisferios separados completamente en una operación cuyo objetivo
es disminuir los ataques a pacientes afectados con epilepsia severa-, los científicos llegaron a la
conclusión de que en los diferentes lados del cerebro residían funciones específicas. En el
izquierdo, las intelectuales; el derecho, las más sensitivas. La simplificación de esta
diferenciación se transformaría casi en un cliché en el lenguaje popular.

Lo que nos lleva de vuelta a la historia del esquiador de Colorado, y da cuenta de otro fenómeno:
el entusiasmo con el que la sociedad en general ha abrazado los conceptos y descubrimientos
de las neurociencias. En un mundo donde la tecnología ha transformado a la neuroimagen en
una especie de juguete nuevo que se presta para todo, poder observar y empezar a entender
cómo funciona el cerebro ha probado ser una tentación irresistible. Y aquí es donde Michael
Gazzaniga no se ríe tanto, porque observa que en la fascinación por determinar la causalidad de
todo a menudo caemos en un determinismo que llega incluso a poner en jaque nuestra noción
de la voluntad y responsabilidad.

En su úlitmo libro, Who's in charge? Free will and the science of the brain, Gazzaniga reivindica
lo que defiende como "un hecho indesmentible": "Somos personalmente agentes responsables
que debemos responder por nuestras acciones, aun cuando vivimos en un universo
determinado", como escribe en la introducción.

"La gente siempre está buscando causas. Y lo que abordo en mi libro es la dimensión
neurocientífica del proceso, pero también está la psicología, la sociología, la historia, y muchos
otras, todos estamos buscando causas", comenta a Qué Pasa. "Es difícil establecer los eslabones,
afirmar que tal cosa causa otra. Hay muchas cosas que suceden por azar y por otras cosas. Creer
en el determinismo no significa creer en la inevitabilidad de las cosas".

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-¿Cree que al llevar conceptos de neurociencias a un proceso judicial, por ejemplo, estamos
abusando de un recurso que aún no sabemos usar bien?

-La respuesta corta es que la neurociencia no está realmente lista para la corte de justicia. La
respuesta larga es que en el futuro lo estará. Ahora mismo la dificultad es que lo que hay son
estudios grupales, con promedios grupales, y en una corte es un individuo quien está siendo
sometido a juicio, y no se puede saber si esos resultados de grupo tienen aplicación para ese
individuo.

"Puedes resolver un crimen con un examen de ADN, por ejemplo, con un margen de error
ínfimo. No hay nada parecido en neurociencia. Pero la gente lo asocia: es todo biología, y espera
que sea así de concluyente".

-Hay también una gran responsabilidad de los medios ¿no? Cuando publicamos titulares con
"grandes descubrimientos", hablando de ciertas cosas como si fueran verdades absolutas,
resultados concluyentes…

-Así es. Es extraño: el público general cree más en la neurociencia que los propios
neurocientíficos. ¿Cómo pasó eso? ¡Es culpa de ustedes! - dice antes de soltar una carcajada-.
Pero también es comprensible, después del tremendo éxito con la investigación en torno al ADN.
Es una vara muy alta, y si se pone como estándar es demasiado: puedes resolver un crimen con
un examen de ADN, por ejemplo, con un margen de error ínfimo. No hay nada parecido en
neurociencia. Pero la gente lo asocia: es todo biología, y espera que sea así de concluyente. Pero
la ciencia progresará.

-¿Cree que esta fascinación general con la neurociencia es una reacción contra los fanatismos
religiosos?

-En cierto punto sí. Pero, por otro lado, si dejas de lado todas esas consideraciones de alto nivel
y te fijas concretamente en lo que sí entendemos gracias a la neurociencia, es muchísimo:
mecanismos de visión, de lenguaje, de la memoria ¡sabemos una tonelada comparado a lo que
sabíamos hace 60 años! Cualquiera tendría que admitir que no sabemos todo, pero estamos en
camino. Y luego la gente puede considerar la implicación de esto para temas más grandes como
la religión o la voluntad y responsabilidad, pero ésa es una discusión diferente. Pero te puedes
entusiasmar mucho con la neurociencia, aun sin considerar esas grandes preguntas. ¡Y si las
consideras te entusiasmas más!

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CUENTAME UNA HISTORIA ORIGINAL

"Seamos francos. Michael S. Gazzaniga es el padrino de las neurociencias cognitivas", se lee en


las primeras líneas del libro The Cognitive Neuroscience of Mind, en el que un grupo de
seguidores del científico documentaron el ciclo de charlas que organizaron en San Francisco en
abril de 2008, justamente como homenaje a Gazzaniga, al alero de la Sociedad de Neurociencia
Cognitiva. El nombre de la institución que los acogía se lo debían al mismo Gazzaniga, quien
acuñó la frase en 1977 junto al psicólogo George Miller. Lo que ambos buscaban no era tanto
un término sino una respuesta que explicara desde la biología y la psicología por qué el cerebro
humano -a pesar de la especialización hemisférica- tenía un sentido de unidad.

Varios años -y experimentos- pasaron hasta que Gazzaniga se encontró con el intérprete. Así
llamó al mecanismo mediante el cual el hemisferio izquierdo recoge las señales del resto del
cerebro y elabora una sola y coherente explicación para todo lo que está pasando. Gazzaniga -
quien estuvo en Santiago a fines del año pasado, invitado por el Centro de Desarrollo de
Tecnologías de Inclusión de la Universidad Católica al encuentro de la Sociedad Latinoamericana
de Neuropsicología- había "pillado" cómo el cerebro se cuenta historias.

-Es lo que hacemos todo el tiempo ¿no? Cuando sabemos muy poco y a partir de eso
establecemos interpretaciones absolutas que asumimos como verdades…

-Es peor que eso. Se te ocurre una teoría sobre algo, que se transforma en una teoría psicológica
de la creencia, si me lo permites, y luego está esta otra que hacemos los humanos: una vez que
creemos algo, no queremos información que lo contradiga. Este sistema de creencias
usualmente nos sirve en lo cotidiano, porque generalmente se trata de cosas mundanas. Pero
luego empezamos a ponernos ambiciosos y empezamos a modificar la manera en que vemos el
mundo.

-Hoy muchos se valen de la neurociencia para contar cómo vivimos diferentes experiencias.
¿Qué le parece la proliferación de títulos como El cerebro político, El cerebro religioso, Tu
cerebro enamorado, etc.?

-No creo que sean malos. Cada uno de esos libros suele estar respaldado por una gran cantidad
de investigación. Esta gente que se toma el tiempo de escribir libros para público general sobre
las implicancias de esos temas sirve de gran ayuda. Hay gente muy inteligente escribiendo esos
títulos, y si quieres empezar a estudiar esos temas, esos libros son la manera de empezar.

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"Trabajamos en aumentar la memoria, y también en borrarla"

Michael Gazzaniga -su apellido es italiano y se pronuncia con el acento en la segunda "a"? es
uno de los fundadores de la neurociencia cognitiva, el estudio de la relación entre mente y
cerebro. Este catedrático de psicología de la Universidad de California ha visitado España
invitado por la Fundación LaCaixa para hablar de su último libro, El cerebro ético (Paidós, 2007).
Es un hombre muy amable, que se parte de risa cuando los niños que visitan el museo se acercan
a él, le dan la mano y le dicen "Hello Mr. Scientist!"

-Debe haber poca gente que conozca tan bien como usted el kilo y medio de neuronas que
tenemos en la cabeza. ¿Qué me diría si le pregunto cómo trabajan?

-Que nuestro cerebro funciona tomando decisiones. En realidad, la pregunta que hay que hacer
es: ¿para qué sirve nuestro cerebro? Y la respuesta es que está ahí para tomar decisiones que
mejoren el éxito reproductivo.

-¿Podría resumir en una frase las conclusiones de sus estudios?

MICHAEL GAZZANIGA-A mí me gusta decir que "tú eres tu cerebro"; significa que son tus sesos
los que generan tu mente. El hecho de que exhibas diversos comportamientos en relación al
ambiente demuestra que tienes cognición. Los millones de sentimientos y pensamientos de los
que disfrutas son procesos suyos interaccionando con el entorno y pasan a formar parte física
de tus neuronas. Todos tus procesos mentales, incluyendo la sensación de tener una mente y
un Yo, son fruto de tu cerebro.

-Usted propone una filosofía de vida basada en la neurociencia. ¿En qué consiste?

-Simplemente pretendo decir que se puede intentar explicar la naturaleza humana


comprendiendo mejor el sustrato físico de nuestros pensamientos. Estamos descubriendo que
hay muchos aspectos del comportamiento moral que están incorporados a la naturaleza de
nuestro cerebro, mezclados con otras reglas que provienen de vivir en un grupo social. Hay que
entender que las personas deben su manera de ser a la naturaleza de su cerebro, que allí es
donde se construye lo que somos.

-¿Si gran parte de nuestra forma de ser está basada en este órgano, una verdadera máquina de
aprender, no habría muchas cuestiones que deberían resolverse con la educación, en lugar de
hacerlo más tarde con el código penal?

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-El tema de la educación y la justicia es complejo. Creo que los aspectos éticos de nuestra vida
tendrían que ser un asunto común en las escuelas, ya que hoy en día parece haber de saparecido
en la cultura general que recibimos. Por otra parte, el verdadero desafío de la neurociencia
moderna es ver cuánto de nuestro comportamiento ético está incorporado a nosotros como
especie y en qué medida eso es fuente de reglas sociales. Es un desafío fascinante para la
neurociencia de este siglo.

-Hay quien se podría sentir amenazado por este punto de vista, pues podría parecer que la
ciencia está intentando abrirse hueco en un campo que en muchas sociedades ha estado
tradicionalmente reservado a la religión. ¿Existe un choque ciencia-religión?

-Son dos historias diferentes. Pienso que algunas cosas que la ciencia tiene que decir hace que
ciertos aspectos de la religión sean difíciles de creer. Yo no soy creyente, pero tampoco me
incluyo entre quienes tienen problemas con que existan las religiones: si tanto las personas
religiosas como los científicos comprendieran mejor por qué creemos lo que creemos, nuestra
vida en común sería más fácil.

-¿Viviríamos en un mundo más justo si basáramos nuestra moral en las respuestas que desde la
neurociencia se da a algunas de las grandes preguntas de la filosofía?

-Mi opinión personal es que sí. Podríamos entender mejor el por qué hacemos lo que hacemos
comprendiendo mejor el cerebro humano, pero eso tardará mucho en llegar. Pensar que se
pueden cambiar rápidamente los sistemas culturales del mundo es una locura; es un hecho que
es más fácil cambiar los genes humanos que la cultura. Cuando las personas se den cuenta de
que las decisiones que toman no están relacionadas con ninguna institución cultural -de la que
creen que han aprendido a obrar así- el impacto en su forma de vivir va a ser enorme.

-¿Un ejemplo?

-Puedo hablar de lo que nosotros estamos haciendo hoy en día, de nuestros estudios sobre la
variabilidad individual -el hecho de que cada persona es única- y los mecanismos cerebrales que
lo generan. Son las diferencias entre tú y tu hermana o tú y tu colega; cosas que ellos pueden
hacer y tú no, y cosas que tú puedes realizar y ellos no. Si conseguimos entenderlo tendrá un
gran impacto en la sociedad. Todas estas cuestiones ni siquiera existían hace una década. Hace
dos años casi no teníamos la información y ahora ya podemos analizarla.

-¿Qué tiene que decir la neurociencia respecto a la justicia?

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-Vamos a empezar un nuevo proyecto para estudiar el impacto de determinados resultados
científicos en la ley y los sistemas de justicia. Gran parte del asunto va a consistir en demostrar
que en muchos casos la neurociencia no pinta nada en los juzgados. Por ejemplo, existe un abuso
en las cortes estadounidenses, donde se intentan usar los resultados científicos para hacer
parecer que alguien no es responsable de sus crímenes. Esperamos que nuestros estudios
cambien esta forma de trabajar. Es un proyecto muy prometedor y estamos deseando
empezar... ¡si conseguimos que alguien nos financie!

-Su libro trata de neuroética, que viene a ser la intersección entre la neurociencia y la ética... ¿Es
muy amplia en la actualidad?

-Sí, es bastante amplia. Los estudios sobre cómo funciona esta masa gris tienen mucho que decir
en los grandes debates éticos de nuestro tiempo. Por ejemplo, sobre el estatus moral de los
embriones, relacionado con la investigación de células madre, pero también acerca de qué
pasará si la neurociencia acaba por descubrir a qué se deben las diferencias entre una persona
y otra y cómo usaremos esa información, la privacidad de nuestros pensamientos... Todo ello
requiere un análisis minucioso y es realmente nuevo, ya que las tecnologías que lo hacen posible
son también recientes y, francamente, creo que la mayoría de las personas que generan estos
resultados nunca han pensado en sus implicaciones éticas. Así que estamos poniendo en marcha
esta disciplina llamada neuroética y animando a la gente a pensar en ello.

-¿Cuál es el debate "caliente" en este escenario?

-Trabajamos en aumentar la memoria, y también en borrarla. Estudiamos fármacos que han


despertado la expectación en torno a esa posibilidad. Hay que ver qué tipo de situación
deseamos: ¿queremos que haya seres humanos por ahí tomando pastillas para reforzar sus
recuerdos -yo, personalmente, me apunto a eso- o queremos algo como: "mira, este año ha sido
malo, así que me voy a tomar una pastilla y lo olvido"? Habrá que considerar el impacto que
puede tener algo semejante en nuestras vidas. Este es un asunto del que todo el mundo quiere
hablar y sobre el que se desea trabajar. Yo no lo encuentro muy problemático, pero hay quien
sí, y por tanto tendremos que discutirlo.

-¿Y qué pasa con la posibilidad de alterar nuestras capacidades mentales?

-El aumento de nuestras capacidades mentales, lo que se llama inteligencia, tiene aún un
larguísimo camino por recorrer. Ha habido algunos estudios sobre esto, pero el hecho es que
nadie entiende por qué una persona es más inteligente que otra. Para intentar manipular los
mecanismos en que se basa la inteligencia primero hay que saber cómo funcionan y sólo

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después se podrá alterar su biología. -Una investigación reciente apunta la posibilidad de leer
las intenciones de alguien antes de que las ejecute. ¿Perderemos nuestra privacidad de
pensamiento? -Hay muchos trabajos que sugieren que puedes leer las intenciones de alguien,
pero en realidad todo lo que esos resultados te dicen es muy diferente: que para cuando tú eres
consciente de tu pensamiento, tu cerebro ya lo ha ejecutado. Así que aquellos que lo estudien
tendrán que descubrir cómo colarse ahí y escuchar cuándo se está preparando para hacer algo
de lo que tú estás a punto de ser consciente. Este tipo de resultados son espectaculares porque
demuestran que cuando eres consciente de un pensamiento, este ya ha pasado.

ENTREVISTA MICHAEL GAZZANIGA

Las mentiras de la mente

La neurociencia cognitiva trata de responder por qué una persona es más inteligente que otra,
dice el investigador.

El cerebro es un mecanismo que mezcla información, dice Gazzaniga.

Debe entender que nuestra manera de ser se debe a la naturaleza del cerebro, que ahí es donde
se construye lo que somos”, insiste Michael Gazzaniga, director del Centro de Neurociencia
Cognitiva del Dartmouth College, Estados Unidos. “Pero la mente también coacciona nuestro
cerebro del mismo modo que los automóviles se ven coaccionados por el tráfico que ellos
mismos generan”, afirma este investigador –padre de la neurociencia cognitiva (o sea, el estudio
de la relación entre mente y cerebro)– en su reciente libro ¿Quién manda aquí? El libre albedrío
y la ciencia del cerebro (Paidós). No es un consuelo, pero sí lo es que haya debate entre las
distintas posturas, desde las más deterministas hasta los que afirman que lo que pensamos varía
nuestra biología.

¿Mi cerebro es yo?

Sí, su cerebro es lo que genera la mente con sus pensamientos y sentimientos.

Y los pensamientos surgen de la mente ...

Estén donde estén, están generados por un proceso del cerebro, pero la capa mental es real. Es
como hablar de hardware (el cerebro) y software (la mente): uno sin el otro no tienen sentido y
su interacción es lo que produce la función.

Entre otras cosas, la conciencia de nosotros mismos.

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Sí y toda la gama de actividades sociales, estados mentales, y todo lo que somos.

¿Nuestros pensamientos pueden variar nuestras redes neuronales?

Al revés: las neuronas producen la capa o el nivel mental, que a su vez delimita las neuronas. La
neurociencia antigua decía que A produce B y B produce C. La neurociencia moderna piensa que
A produce B, y B vuelve a A y la influye.

¿Por qué una persona es más inteligente que otra?

Todos los neurólogos están intentando responder a su pregunta y nadie tiene todavía una
respuesta. Si la inteligencia es ser bueno en el pensamiento abstracto, se trata de cuántas
variables puedes mantener en tu mente, lo normal son 4 o 5, y las personas muy inteligentes en
este sentido pueden tener 6 o 7, pero esta es sólo una línea. Estamos hablando de personas que
tienen una buena memoria a corto plazo.

¿Qué otras hipótesis se barajan?

Que las personas inteligentes tengan una estructura neuronal distinta. Pero una de mis
conclusiones más trascendentes es que hablar de libertad de acción empieza a no tener sentido.

¿Estamos determinados?

Para empezar, hay que entender que una célula humana funciona de manera automática, como
funciona su teléfono celular.

Y, según usted, el cerebro también es un mecanismo.

Sí, que toma decisiones mezclando la información heredada y la aprendida. Y resulta que en el
hemisferio izquierdo humano hay algo muy especial a lo que yo llamo “el intérprete”. Este
módulo neuronal intenta interpretar el mundo y las propias acciones del sujeto, intenta
contarnos la historia de por qué hacemos lo que hacemos, de manera que toda esa
argumentación mental que nos parece fruto de nuestra lógica particular es obra del intérprete.
Este descubrimiento nos lleva a la conclusión de que la libertad de acción es irrelevante e
inexistente. Pero eso no significa que usted no sea responsable de sus actos.

¿Cómo qué no?

Porque la responsabilidad es el acuerdo que tomamos todos nosotros, está en lo social.

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El primer científico en decir que el cerebro estaba hecho de neuronas fue el español Santiago
Ramón y Cajal, pese a que el italiano Camillo Golgi fue el primero en ver una neurona, pero como
tenía una teoría distinta sobre el cerebro no la tomó en cuenta. Esto demuestra hasta qué punto
si uno no quiere, no ve una cosa, aunque la tenga delante no la ve.

El intérprete.

Así es, una herramienta humana muy potente que es la que nos hace estar tan seguros de lo
que decimos y pensamos.

¿Y lo que sentimos?

Usted se va a la cama perfectamente feliz, pero se levanta hecha polvo y entonces se dice: “¡Ah!
Es que no me apetece ir a trabajar” o “es que mi pareja no me ha dado los buenos días”.

¿Mentiras del intérprete?

En realidad lo que ha pasado es que ha cambiado su nivel de dopamina.

Un ejemplo muy claro es un ataque de pánico o una fobia: hay una parte del cerebro que te da
un impulso, llegas a un nivel de ansiedad brutal porque el intérprete te ha contado una película
irreal que para ti es absolutamente real. El intérprete intenta responder al por qué y al cómo
incluso a costa de inventar falsas memorias. Estos descubrimientos tienen enormes
implicaciones para entender nuestra conducta. No sólo más del 98 por ciento de nuestras
decisiones son inconscientes, sino que, además, de las pocas decisiones conscientes estas se
basan en construcciones que a su vez están basadas, en gran parte, en ilusiones y memorias
falsas. Para cuando eres consciente de tu pensamiento, tu cerebro ya lo ha ejecutado. Todos sus
procesos mentales, incluyendo la sensación de tener una mente y un yo, son fruto de su cerebro.
Nuestra visión de quiénes somos está cambiando y cambiará todavía más a medida que
hagamos nuevos descubrimientos, y debemos estar atentos, porque organizamos nuestra
sociedad en función de lo que creemos.

Michael S. Gazzaniga – El Pasado de la Mente

Vivimos en medio de una engañosa interpretación: no estamos dispuestos a ceder un paso en


la consolidación de la conciencia como ama de nuestro mundo. Así, sobre el lugar en el que se
perfila el instinto cae de inmediato una racionalidad que lo aprisiona; y cuando el azar gana
territorio en las determinaciones, una lógica inquebrantable la tira fuera, semejante a como
sacamos una prenda incómoda, o una persona que interrumpe nuestro silencio. Porque a todo

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pretendemos atribuirle un orden, nos hallamos a nosotros mismos como directores de toda esta
orquestación, de este desfile de experiencias para cada una de las cuales tenemos un nombre.

Lo cierto, sin embargo, es que terminamos ensalzándonos más de lo debido, sobretodo, porque
muchas de las cosas que consideramos producto de nuestra decisión, resultan ser todo lo
contrario, trabajos independientes e instintivos que no requieren de una conciencia que los
determine, sino, sencillamente, de un cerebro biológicamente desarrollado. La mente vendría a
ser, entonces, la simple interiorización de procesos que realizamos inconcientemente, pero que
queremos atribuirnos basados en el miedo que siente nuestra especie a parecerse a los otros
animales en donde predomina el automatismo.

Sartre escribió hace más de sesenta años un ensayo en el que, desde una perspectiva
fenomenológica, ya advertía este desajuste, esta trampa en la que cada día nos enredamos más.
En aquel momento, Sartre habló de la manera como aquello que solemos llamar yo no es otra
cosa que una creación forjada a partir de la conciencia en el presente de lo que fue espontáneo
en el pasado, esto es, que no existe una entidad llamada yo que determine los actos de
conciencia, pues ella, la conciencia, es en sí misma constitutiva y autosuficiente, tan automática
como el cerebro y, en definitiva, independiente casi en su totalidad del manejo que le adjudica
el hombre.

El Pasado de la Mente (1998) es un libro que también aborda esta cuestión, pero no lo hace
basándose ya en marcos ontológicos, sino partiendo de teorías evolucionistas, biológicas y
neurológicas. Gazzaniga –profesor de la Universidad de California, experto en neurobiología-,
pretende “describir cómo la mente y el cerebro realizan la asombrosa proeza de construir
nuestro pasado y cómo, haciéndolo, generan aquella ilusión de un yo que nos incita a ir más allá
del cerebro automático”. En su opinión existe un dispositivo cerebral –el intérprete- que
permite, por un lado, responder a exigencias privativas de nuestra especie y, por otro, organizar
los procesos mentales tal y como si fueran producto de nuestro trabajo consciente.

En términos generales, el libro es una fusión de rigor y claridad, puesto que no renuncia a la
facticidad de la ciencia, aun cuando su escritura resulta clara hasta para los lectores más
profanos. En este sentido, puede afirmarse que Gazzaniga transciende lo que para muchos
científicos es una barrera infranqueable: su desconocimiento de un lenguaje común que les
permita vincular al grueso de la sociedad con los puntos centrales de sus teorías. Por sus
ejemplos y explicaciones, por la estructura del texto, por su tono narrativo, El Pasado de la
Mente constituye un documento de valor para todos los interesados en conocer el
funcionamiento del cerebro.

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Hay en estas páginas esa especie de consternación que uno siente cuando se derrumban las
cosas en las que se cree, especialmente, las que nos proveen mayor seguridad. Y es que vernos
a nosotros mismos como una especie evolucionada no equivale aquí a observar los aspectos que
nos separan de los otros animales, sino, por el contrario, reconocer frente a ellos aspectos
compartidos. Aun cuando nuestra mente nos haya procurado tantos logros –la espiritualidad, la
imaginación, la creación-, Gazzaniga nos invita a no olvidar que somos seres biológicos y, en
consecuencia, operamos bajo las mismas conductas automatizadas e instintivas de cualquier
especie de la naturaleza.

El contenido del libro es amplio y complejo, pero intentaremos dar cuenta de sus siete capítulos
utilizando tres enclaves: 1. El yo ficticio, 2. El automatismo cerebral y, 3. Algunas de las ilusiones
mentales más frecuentes.

El yo ficticio

Los estudios más recientes de neurobiología han logrado demostrar que un porcentaje
asombroso de las actividades cerebrales son automáticas. Estamos hablando de que un 98% de
las funciones que realiza el cerebro humano no dependen de nuestro trabajo consciente, sino
de la simple red neuronal que lo compone. Esta tesis encuentra numerosos argumentos en las
teorías evolucionistas y biológicas; para éstas, el cerebro del hombre se diferencia del de
cualquier otro animal sólo a causa de su “configuración y tipo de circuito específico”, es decir,
del hecho de haber evolucionado en un sentido en el que predominan las competencias
informacionales.

Asumir esta condición nos obliga a reconocer dos aspectos más: por un lado, que “todo recién
nacido viene al mundo dotado de circuitos para computar la información que le permite
desenvolverse en el universo físico”, o sea, que todas las potencialidades de su cerebro le son
innatas y transmitidas filogenéticamente. Asimismo, y dado el alto nivel de automatismo del
cerebro, la existencia de un yo capaz de controlar todo lo que el cerebro hace resulta
sumamente cuestionable: una cosa es saber cómo piensa nuestra mente y otra, muy distinta,
saber cómo funciona el cerebro automático.

Es evidente que todo rasgo desarrollado por vía evolutiva implica para cualquier especie la
transmisión genética de las estructuras de ese rasgo. En el caso particular del hombre, este
hecho se prueba, por ejemplo, en su capacidad innata para “manipular símbolos de un código
temporal que transforma sonidos en significados”. En efecto, la facultad del lenguaje es innata

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en el hombre toda vez que desde su nacimiento posee sus dos componentes básicos: órganos
especializados y una mente con posibilidad de entendimiento; lo que varía aquí son los sonidos
y las grafías, o sea, la lengua.

La idea de una red neuronal innata hace que Gazzaniga se aparte de las teorías psicológicas que
postulan que los circuitos cerebrales se forman de acuerdo a las estimulaciones y exigencias del
ambiente. Para él, el estado actual del cerebro es el resultado de cientos de adaptaciones al
medio y, sin duda, posee muchos sistemas especializados creados evolutivamente –incluso por
azar-, pero de ninguna manera, para el caso del hombre individual, el cerebro crea funciones de
acuerdo a necesidades específicas, simplemente utiliza los dispositivos que ya tiene instalados.
En palabras de Gazzaniga: “los dispositivos humanos para enfrentar nuevos desafíos poseen al
parecer una infinidad de soluciones. Pero son innatos, vienen incorporados y el organismo apela
a ellos para solucionar problemas nuevos”.

Si esto es cierto, es decir, si nuestro cerebro está dotado de una red neuronal capacitada para
responder a las millones de exigencias del medio y, más aún, de hacerlo automáticamente,
entonces de dónde viene la ilusión de un yo como base de nuestra existencia y acciones en el
mundo. El Pasado de la Mente plantea la presencia en el cerebro de un dispositivo encargado
de reorganizar todos los procesos que se realizan allí espontáneamente; a través de esta
organización de los eventos automáticos se crea un orden aparente en nuestra vida, y la también
ilusoria idea de que controlamos aquello que fue automático:

“El reordenamiento de sucesos empieza en la percepción y culmina en el raciocinio. La mente


es la última en saber las cosas. El ilusorio ‘nosotros’ (la mente) sólo advierte hechos que el
cerebro ya ha computado. El cerebro, sobretodo el hemisferio izquierdo, está diseñado para
interpretar las informaciones que procesa. En efecto, en aquella zona hay un dispositivo especial
–que denomino intérprete- cuya actividad es posterior a la culminación de billones de procesos
cerebrales automáticos. El intérprete, último eslabón en la cadena informativa del cerebro,
reconstruye los hechos cerebrales, y lo hace incurriendo en gruesos errores de percepción, de
memoria y de juicio. La clave de cómo estamos hechos no es sólo, entonces, esa maravillosa
capacidad para ejecutar cometidos superiores, sino también las adulteraciones que se perpetran
al reconstruir los sucesos” (Pág. 20)

En primer lugar, el intérprete nos convence de mantener el control sobre nuestros actos, por
ejemplo, de haber elegido esta u otra reacción que, en realidad, fueron efectos inconcientes.
Por otro lado, busca establecer una “precisión evocativa”, o lo que es equivalente, ordenar en
un continuo histórico las acciones realizadas, proveyendo de coherencia nuestra historia

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personal. Sin embargo, en ambos casos, su función es posterior al hecho mismo que les dio lugar,
motivo por el cual la conciencia –el yo consciente- se revela como la interiorización de un
proceso que ya ocurrió, no como su predeterminación.

El automatismo cerebral

Esta interpretación del funcionamiento cerebral cuestiona toda hermenéutica basada en la


racionalidad. Pero, aunque la innumerable cantidad de funciones automáticas controlen buena
parte de nuestra vida, la mente –moralmente- controla muchas de esas reacciones,
especialmente, las que generarían problemas sociales. De no ser así, seríamos seres instintivos
semejantes a cualquier especie animal. Con todo, y a pesar de esto, el peso del automatismo
cerebral es muy grande, tanto, que el mismo Gazzaniga se ve obligado a prescindir de las teorías
tradicionales sobre el aprendizaje y modelaje del cerebro.

En opinión del autor, existen dos corrientes de la psicología que chocan en su interpretación del
cerebro. La primera, tradicional, atribuye “un papel preponderante al aprendizaje asociativo”;
de este modo, plantea que las redes neurales se van formando al tiempo que cada asociación
simple se enlaza con sus predecesoras. Para esta corriente, no existe una organización cerebral
establecida, sino que se moldea de acuerdo al tipo de educación recibida, las exigencias del
ambiente, etcétera.

En contraste, la psicología evolucionista plantea que todas las especies, incluida la humana,
“nacen con una complejidad que fue establecida por los mecanismos de selección natural”; esto
es, atribuye al desarrollo evolutivo y a la transmisión genética la organización neural del cerebro,
pues sólo estos dos aspectos se alejan de las “propensiones políticas y sociales, personales o
formales” y se centran en la cuestión básica: la observación científica del desarrollo. Para el
psicólogo evolucionista, “el cerebro no es primordialmente un dispositivo para acumular
experiencias que transforman sin pausa su configuración”, más bien, “un dispositivo
computacional dinámico, gobernado por reglas establecidas”.

Gazzaniga centra su crítica a la psicología tradicional en una visión biológica del cerebro;
considera que muchos de sus teóricos suelen olvidar una verdad fundamental, y es que el
cerebro es parte del sistema biológico y, en tanto que esto es así, responde a las mismas leyes
de desarrollo y adaptación que las de los otros órganos. Tal hecho lo lleva a considerar, contrario
a ellos, que las experiencias del hombre no alteran o especializan las funciones de su cerebro,

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sino que simplemente activan acciones que computan una determinada información con el
objetivo de superar su entorno; en palabras suyas: “el sistema nervioso puede modificar su
respuesta, pero la alteración no implica una metamorfosis estructural”.

Puesta en otras palabras, la tesis de Gazzaniga deja ver sus verdaderos alcances: la experiencia
a nivel cerebral no es la codificación del mundo externo, sino la activación de determinadas
funciones para las que el cerebro se ha viso adaptado genéticamente. En resumidas cuentas,
esto es lo que podríamos denominar estrictamente cerebro automático: un sistema que no varía
de acuerdo a situaciones artificiales, sino que computa información ya existente en su corteza
para hacer frente a lo que se le exige. Dice el autor al respecto:

“Al explorar el desarrollo cerebral humano, es importante no perder de vista la falacia


fundamental de quienes alegan plasticidad basándose en experimentos que perturban el
desarrollo normal. Después de todo, la evolución ocurre en un medio. Las especies se
transforman en lo que son, porque se adaptan a un determinado nicho ambiental. Cambia el
nicho y la especie se adapta o muere. Lo mismo vale para el cerebro. Se desarrolla en el medio
fisioquímico del cráneo y está habituado a que los jóvenes nervios que hilvana sean estimulados
de cierta manera. Los mecanismos genéticos que guían el crecimiento y la organización neural
funcionan en este medio y es verosímil que dirijan la mayoría de los detalles del desarrollo.
Ahora bien, si el medio es alterado por la intervención de neurocientistas astutos que estimulan
neuronas de modos anormales y extravagantes, el cerebro responde al nicho nuevo haciendo
diferentes cosas. Pero no las hace de manera dirigida. Sólo reacciona diversamente, y de ahí que
las redes resultantes sean distintas. Esta reacción no sugiere que el cerebro sea plástico, esto
es, que haya reorganizado sus conexiones” (Págs. 76-77)

En conclusión, sólo habría modificaciones en la corteza cerebral a causa de traumas severos


(como las amputaciones); en los casos de desarrollo normal el cerebro no efectúa
modificaciones estructurales importantes. Así pues, tanto porque el cerebro no se moldea, al
contrario de lo que se piensa comúnmente, como porque los actos de conciencia son posteriores
a la mayoría de funciones cerebrales, la neurobiología moderna nos induce a creer que nuestro
cerebro es automático.

Esto no quiere decir que dependamos de su “animalidad”, pero sí que siempre es necesario
reconocer el límite entre mente y cerebro, y saber las funciones que cumple cada uno. Ni
siquiera en el caso del aprendizaje deja de sorprendernos lo intrincado de ese límite: muchas
veces elegimos qué aprender, pero en últimas no controlamos el proceso, sólo lo vemos hacer

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y lo interiorizamos atribuyendo un orden. El simple hecho de mover una mano para tomar un
lápiz exige reconocer que “desde el instante en que la incitación alcanza la corteza hasta el
momento en que tomamos conciencia del estímulo, puede pasar hasta medio segundo”.
Siempre el cerebro va un paso adelante, siempre ha cumplido su tarea mucho antes de que
reparáramos en ello.

Algunas ilusiones frecuentes

No vemos lo que creemos y, sobretodo, no elegimos qué ver. “El cerebro –afirma Gazzaniga- no
precisa introyectar una réplica del mundo externo: sólo necesita pistas para funcionar
adecuadamente”. La visión, en este sentido, es una de las ilusiones más comunes para el ser
humano; en la medida en la que para el cerebro no es necesario copiar el mundo, sino
aprehender de él algunas pistas que maximicen sus funciones, de aquello que tenemos
conciencia de ver a lo real dista un abismo.

Se trata de una cuestión a examinarse en doble perspectiva. En primer lugar, debe hacerse notar
su plano temporal: cuando la realidad es vista por nuestros ojos se da inicio a un complejo
proceso neuronal que termina en la conciencia de la cosa vista; pero este proceso puede llegar
a tardar más de medio segundo, lo cual indica que, no sólo el cerebro ha determinado por
nosotros qué aspectos ver de la realidad vista, sino que esa misma realidad pudo haber mudado
su aspecto para el instante en el que por fin tenemos conciencia de ella. De este modo, hay un
desequilibrio de tiempo, y nunca estaremos precediendo o, al menos, acompañando
directamente el fenómeno que observamos.

Por otra parte, debe hacerse notar que, ya que la visión precede a su acto de conciencia, el
cerebro determina por nosotros qué elementos de la realidad desea ver. El cerebro organiza la
visión a partir de mapas –colores, movimientos, dimensiones-, pero privilegia en lo visto ciertos
aspectos de acuerdo a la función activada en su corteza. Por tal motivo es común tener la
sensación de fijarnos en un punto o detalle de lo externo en detrimento de todo lo demás, algo
así como una visión delimitada y elegida mucho antes de desearlo concientemente.

Un argumento significativo para probar este desajuste de lo real lo encuentra Gazzaniga en la


curiosa síntesis que hace nuestro cerebro de la percepción recibida por nuestros ojos. En
términos lógicos habríamos de tener una doble visión, pues cada ojo observa un espacio
diferente de lo exterior y, aun más, lo comunica a zonas distintas del cerebro; sin embargo, el
mismo cerebro se encarga de sintetizar las dos imágenes del mundo en una sola, aunque su

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costo sea grande: suprimir información, y mezclar colores y matices que pudieran ser diferentes.
Es como si nuestro cerebro prefiriera, visualmente, la esencia antes que los detalles.

La otra gran ilusión de nuestra mente es el pasado. Gazzaniga piensa que todas las historias
falaces que tejemos acerca de lo que hemos sido se deben a la forma como nuestro cerebro está
organizado para la memoria. El autor explica que: “toda experiencia ocurre en el tiempo, en el
espacio y en un determinado estado afectivo. Todo ello forma parte de la remembranza, y ésta
resulta distorsionada si se evoca incorrectamente uno de sus elementos”. El hecho de empezar
a reconstruir nuestro pasado combinando lo olvidado con lo recordado, lo sentido con lo que
creímos sentir, nos lleva irremediablemente a construir una versión única de nuestras
experiencias.

El intérprete juega un papel importante en esta distorsión de nuestro pasado: dado que su
función es hacernos creer que mantenemos el control sobre todos los procesos cerebrales, llena
los espacios vacíos de nuestra memoria con datos inexactos, con aproximaciones a lo vivido. Es
como si otorgara un sentido a todo lo que sucede, una razón, y para ello acude a los más variados
recursos: lo reprimido, lo deseado, lo soñado, etcétera. Así como sucede con la visión, el cerebro
está diseñado para recordar la esencia de las cosas, no sus detalles; sin embargo, el intérprete
construye toda clase de fabulaciones alrededor de nuestro pasado con el ánimo de no dejarnos
caer en la sensación de una vida montada sobre el vacío.

El desajuste es tal que incluso nuestro pasado puede empezar a configurarse mal desde el
primario proceso de codificación. Muchos experimentos muestran la manera cómo solemos
sugerir aspectos de un recuerdo basados únicamente en una relación de sentido. Por ejemplo,
podemos afirmar haber escuchado la palabra “dormir” sólo porque antes alguien ha hablado de
“almohada”, “cansancio”, “descanso”, o “cama”; la evocación, así, revela que codificamos esa
experiencia de forma asociativa, pero no porque realmente la hayamos vivido. Todo se debe a
la insuperable necesidad de sentirnos dueños de nosotros mismos:

“No importa lo que los especialistas descubran acerca de la mente y el cerebro: no hay modo de
eliminar esta sensación, común a todos nosotros. Por cierto, la vida es una ficción, pero es
nuestra ficción y es agradable sentir que la tenemos bajo control. Protestamos cuando oímos
hablar del cerebro automático. No nos creemos zombies. Gobernamos, somos entidades
concientes, y punto. Este es el acertijo que los científicos de la mente pretender resolver. Los
moderados se intimidan en este punto y dejan los hechos en el tapete. Pero yo tengo una idea
acerca del abismo entre nuestro entendimiento del cerebro y la sensación de nuestra vida
consciente. Existe la creencia profunda en que no sólo podemos alcanzar una neurociencia de

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la conciencia, sino una neurociencia de la conciencia humana. Todo sucede como si algo terrible
y complejo ocurriera a medida que el cerebro se agranda hasta alcanzar su volumen humano.
Sea lo que sea, estimula nuestra capacidad de introspección, de aburrimiento, de vacilación”
(Págs. 216-217)

_________________________

El Pasado de la Mente es un libro herético en medio de la teoría tradicional sobre el cerebro.


Sumado a los trabajos de Pinker, Zeki, Llinás y muchos otros grandes neurocientistas modernos,
debe ser leído como una fuente básica para continuar con la construcción de una visión
verdaderamente científica del cerebro.

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