Professional Documents
Culture Documents
Autonomía del paciente: Es uno de los principios fundamentales en que se basa la ética
en salud. Es el derecho que tiene todo ser humano a decidir, como disponer sobre todo en
lo que corresponde a su cuerpo
1.- De quien está enfermo, asumimos que quiere sanarse; de quien su vida está en peligro,
asumimos que quiere sobrevivir.
2.- Nadie puede intervenir en nuestro cuerpo en contra de nuestra voluntad.
3.- No le es permitido al profesional de salud realizar una intervención terapéutica sin
obtener previamente el consentimiento del paciente.
4.- Si no se puede conocer la voluntad de paciente, se debe presumir su interés en sanarse
y sobrevivir.
5.- El derecho a rechazar el tratamiento forma parte del principio de la inviolabilidad
corporal.
6.- Atendiendo a las circunstancias, el rechazo del tratamiento objetivamente indicado
puede ser sospechoso de irracionalidad; por eso, ningún profesional de la salud puede
aceptarlo livianamente.
7.- Las dudas persistentes acerca de la competencia del paciente y la controversia
persistente acerca de la procedencia de la prestación de salud requerida por el paciente
deben ser resueltas por un tercero imparcial y calificado.
8.- Tratándose de un paciente competente que rechaza el tratamiento, nada hay que
resolver.
9.- El derecho a rechazar el tratamiento no incluye el derecho a recibir una prestación
letal.
El origen etimológico de la palabra viene del griego: Eu: “Bien” Tanathos: “Muerte”. Se
puede traducir como “buena muerte”
➢ Según la RAE, eutanasia es el acortamiento voluntario de la vida de quien sufre una
enfermedad incurable para poner fin a su sufrimiento.
➢ Según la OMS, la eutanasia es la acción del médico que provoca deliberadamente la
muerte del paciente desahuciado con la intención de evitar sufrimientos. Es por esto,
que la eutanasia provoca debates éticos donde sus defensores aseguran que evita el
sufrimiento de la persona y rechaza la prolongación artificial de la vida, porque la
dignidad humana consistiría en el derecho de elegir libremente su propia muerte, por
el contrario, los que no están a favor de la eutanasia creen que nadie tiene el derecho
de decidir cuándo termina la vida de una persona, ya sea basado en la religión o en los
principios de cada individuo.
La eutanasia ocurre, generalmente, en el caso de los enfermos terminales, mediante el
suministro de sustancias letales o la omisión de los cuidados debidos.
Por los fines perseguidos la eutanasia se llama homicidio piadoso si la muerte se busca
como medio para privar al enfermo de los dolores, o de una deformación física, o de una
ancianidad penosa o, en una palabra, de algo que mueve a “compasión”.
Por los medios empleados se divide en eutanasia activa (acción deliberada encaminada a
dar la muerte) y eutanasia pasiva; en ésta se causa la muerte omitiendo los medios
proporcionados necesarios para sostener la vida -p.ej. la hidratación-, con el fin de
provocar la muerte.
Desde otro punto de vista, se puede clasificar también la eutanasia en voluntaria e
involuntaria, en el caso de que lo pida o no el enfermo. Aunque sea con el consentimiento
de la víctima, la eutanasia es siempre provocada por otras personas; es un homicidio con
unas características determinadas. Si es uno mismo el que se provoca intencionadamente
la muerte se habla de suicidio, y se denomina suicidio asistido cuando es el médico quien
proporciona un fármaco letal al enfermo, pero es éste quien se lo administra a sí mismo.
Dentro del término “eutanasia” se incluyen conceptos de encontrada significación ética, y
es necesario conocer el significado real del mismo, diferenciándolo de otras prácticas
perfectamente admisibles desde un punto de vista ético y legal.
No es eutanasia la denominada LET o limitación del esfuerzo terapéutico, pues no implica
una acción destinada a provocar la muerte del paciente o acelerar su venida, sino más
bien, la cesación de uno o más tratamientos que trae como consecuencia la muerte
natural del paciente que se encuentra en estado terminal. Es el caso de la aplicación de
fármacos para aliviar el dolor u otros síntomas en un paciente terminal, aunque ello
produzca, indirecta e inevitablemente, un cierto acortamiento de la vida. Si se aplican
convenientemente los principios éticos es no sólo aceptable sino aconsejable y necesario
en ocasiones. Siempre debe procurarse no impedir que el enfermo pueda actuar
libremente en la disposición de su última voluntad y en el caso de que los medios usados
lleven a la obnubilación o pérdida de conciencia, será necesario el consentimiento del
enfermo.
Tampoco es eutanasia la omisión o retirada de medios extraordinarios o
desproporcionados para prolongar artificialmente la vida de un enfermo terminal, pues
está ausente la acción positiva de matar y la posibilidad de una vida natural. Es el médico
–consultando en algunos casos límite a otros colegas-, o los comités de ética de algunos
hospitales, los que deben determinar qué medios se pueden considerar proporcionados y
cuáles desproporcionados para un paciente determinado, teniendo en cuenta sus
circunstancias concretas. No obstante, hay una serie de medios que hoy día se consideran
habitualmente como ordinarios o proporcionados (la hidratación y la nutrición -por boca o
sonda nasogástrica- son los cuidados básicos mínimos).
A favor
Argumentos religiosos
Discusión
1. En primer lugar, es del todo evidente que para las personas que adhieren a las
religiones cristiana o judía, el rechazo a la eutanasia es absoluto (así como lo es el
suicidio). Esta posición es coherente con la creencia en que la vida es dada por Dios y de
ello deriva su santidad, lo que para los creyentes constituye un argumento decisivo para
oponerse categóricamente a la eutanasia. Aun para los no creyentes, la influencia cultural
de estas religiones se hace sentir en el modo que enfrentan el tema. La pregunta es si
existen argumentos válidos que no sean de índole religiosa para oponerse o favorecer la
eutanasia.
2. En segundo lugar, y por varias razones, para los médicos, el tema de la eutanasia es más
delicado y sensible que para quienes no lo son.
Una primera razón es que para los médicos la eutanasia ha estado explícitamente
prohibida conforme a la tradición hipocrática de más de dos milenios: «No daré a nadie,
aunque me lo pida ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia». Esta sentencia
está ligada al principio bioético contemporáneo de no-maleficencia.
Una segunda razón, es que una cosa es pronunciarse en abstracto sobre la eutanasia y,
otra, tener que aplicarla en la vida real. Son los médicos y no los filósofos o bioeticistas
los llamados a llevar a cabo la eutanasia en situaciones concretas, con la consiguiente
carga moral, psicológica y emocional que ello significa. Parece duro y agraviante para la
medicina visualizar un médico que, intencionadamente, da término a la vida de otra
persona, porque aparece contradictorio con su propósito más esencial que es
precisamente la preservación de la vida humana. Al respecto, se ha argumentado que, en
conformidad con el principio de beneficencia, también es un objetivo de la medicina evitar
el sufrimiento en enfermos irrecuperables, por ejemplo, a través de la eutanasia. Sin
embargo, la medicina dispone de recursos terapéuticos poderosos que permiten aliviar los
dolores y angustias de los enfermos terminales, sin necesidad de transgredir su propósito
central. Podrá haber excepciones, pero en la práctica, es difícil imaginar una situación
clínica en que el médico no pueda hacer nada por aliviar a un paciente de sus
sufrimientos, que no sea provocándole la muerte.
Una tercera razón es que el médico ha sido formado y entrenado para salvar vidas y no
para darles término. Por eso le es difícil aceptar que el alivio del sufrimiento se tenga que
lograr a costa de dar término intencionado a la vida de una persona; nos parece que esto
es lo que marca exactamente el límite de lo que el médico puede legítimamente hacer
para evitar el sufrimiento de un enfermo.
Las personas que están en contra de la eutanasia dicen que toda enfermedad irreversible
e incurable trae dolores y sufrimientos que harían a los pacientes terminales desear su
muerte, pero esto no es cierto, ya que para toda enfermedad existen cuidados paliativos
que son aquellas atenciones a enfermos con patologías avanzadas que pretenden
conseguir el máximo bienestar posible del paciente y su familia.
➢ El uso de analgésicos
➢ La alimentación
➢ La hidratación
➢ La ayuda a la respiración
➢ La higiene
➢ Suministro de medicamentos, etc.
Esto pretende controlar los síntomas de la enfermedad sin empeorar la calidad de vida del
paciente.
Encarnizamiento terapéutico
Como existen personas que creen que no es lícito causar la muerte para aliviar un dolor,
tampoco lo es preservar la vida a cualquier precio, esto es el encarnizamiento
terapéutico y se puede definir como la aplicación de tratamientos inútiles o
desproporcionados por su costo o molestia y cuyos resultados no mejoran las
condiciones de vida del paciente. Frente a la muerte inevitable es lícito no aplicar
tratamientos que supondrían una prolongación difícil de la vida, pero sin interrumpir los
cuidados básicos (alimentación, hidratación, etc.), en aquellos casos no se busca la
muerte directamente, sino que se acepta la natural fragilidad humana frente a este
proceso.
Testamento vital
En primer lugar, la experiencia indica que las decisiones libres de los sujetos suelen
ponderarse en base a las circunstancias presentes al tomar la decisión. Y en muchísimos
casos es lícito cambiar de decisión, como ocurre en los hechos, cuando las circunstancias
varían. La rigidez del testamento vital, lejos de respetar la libertad de la persona la limita,
pues impide ese cambio de decisión que, tratándose de la salud, es inherente. Además,
esta figura limita la voluntad en cuanto a la opción por terapias futuras. Nadie puede
predecir el desarrollo de la medicina y es perfectamente posible que quien haya
manifestado una cierta decisión con los actuales recursos terapéuticos, pueda cambiar de
opinión ante la aparición de otros nuevos.
En segundo lugar, el Testamento vital, quedaría plasmado en una ley cuya interpretación
podría fácilmente variar con el paso del tiempo. Es lo que ha ocurrido en las legislaciones
donde se la legalizado el aborto. El primer paso es no penalizar un acto ilícito, pero luego
esa no penalización se transforme en la reivindicación de un derecho. En el caso del
testamento vital su consagración en la ley podría originar un falso concepto: el “derecho a
morir”. Lo delicado de esta posibilidad es que correlativo a todo derecho, siempre hay un
deber ¿Podría penarse, entonces, en la posibilidad de un “deber de matar” por parte del
personal sanitario o de los familiares de un enfermo terminal? Como puede verse la
consagración de esta institución conlleva peligros evidentes.
Ley 20.584; regula los derechos y deberes que tienen las personas en relación con
acciones vinculadas a su atención en salud.
La normativa de la Ley N° 20.584, recoge en su artículo 16, al tratar sobre las personas que
se encuentran en estado de salud terminal, que ellas tendrán derecho a vivir con
dignidad hasta el momento de la muerte. Acto seguido, la misma norma entrega una
enumeración de derechos consecuenciales al concepto de dignidad, los que implican: el
derecho a los cuidados paliativos que les permitan hacer más soportables los efectos de la
enfermedad, a la compañía de sus familiares y personas a cuyo cuidado estén, y a recibir,
cuando lo requieran, asistencia espiritual
El proyecto señala que la dignidad de las personas, como principio inspirador de la norma,
se reflejaría en avanzar en el desarrollo humano, una de cuyas expresiones sería la
ampliación de sus libertades, como la autonomía y control sobre el propio cuerpo, y
sobre las decisiones del entorno que conciernen a su integridad y al ejercicio de sus
derechos. En este sentido, el proyecto busca reconocer dicho espacio de soberanía
personal
En este punto, es importante recordar que pese a la consagración o ampliación de la
autonomía de las personas (dígase, por ejemplo, decisiones para disponer sobre el propio
cuerpo, sobre la vida o la integridad física) tiene como demarcación legal expresa,
cualquier tipo de práctica eutanásica. Algunos autores no reconocen el concepto de
dignidad dentro de una legislación que proscribe las prácticas eutanásicas y en general,
cualquier actuación médica que acelere el proceso mortal.
1.- Saber que uno se está muriendo, de este modo se preocupará de resolver los asuntos
pendientes, cumplir sus promesas o despedirse.
2.- Es necesario seguir siendo agente de vida y no solo un paciente, por esto se debe
compartir la decisión sobre el modo de pasar el tiempo de vida que le queda.
3.-Se debe mantener ciertas actividades y relaciones familiares, sociales y profesionales.
4.-Es necesario saber afrontar de modo consciente y en la intimidad del alma el hecho
crudo de la muerte próxima.
5.-Interrumpir una terapia y permitir la muerte, puede ser perfectamente compatible con
el respeto que se debe a la vida, porque se puede respetar la vida no solo preservándola,
sino también permitiendo que llegue a su término de modo natural.
6.-Lo que más necesita el ser humano para hacer frente a la muerte es la valentía y la
capacidad de resistir el miedo al dolor.
Muchos de los que propugnan la eutanasia, especialmente cuando es solicitada por el
propio enfermo, agitan la bandera de muerte digna. La defensa de la dignidad humana
exigiría poder elegir el momento de la propia muerte, poniendo fin a un sufrimiento al que
no ven sentido. Pero habría que preguntarse qué significa realmente morir con dignidad.
La expresión morir con dignidad implica ciertamente que hay maneras más o menos
dignas de morir. Si las peticiones en favor de una muerte digna están aumentando, es
porque cada vez hay más gente que ve cómo otros mueren de un modo menos digno, y
temen que les ocurra lo mismo a ellos o a sus seres queridos. La posibilidad de morir
dignamente puede frustrarse por muchas cosas: coma, senilidad, locura, dolor
insoportable, parálisis total, aislamiento, muerte repentina, y también por desmedidas o
impersonales intervenciones médicas dirigidas únicamente a prolongar una muerte
segura. Por eso hay quienes reivindican una muerte digna sin obstáculos antinaturales.
Hay dos razones por las que la eutanasia realizada por los médicos parece contradictoria.
De un lado, por las desastrosas consecuencias sociales que comportaría. De otro, y
principalmente, porque matar a un paciente -incluso aunque lo pida- viola el significado
esencial del arte de curar. Hay, sin embargo, quienes dicen que la eutanasia voluntaria es
un acto libre, y como tal, reafirma la dignidad de una voluntad libre contra la ciega
necesidad. Pero las personas que realmente contemplan la eutanasia como una
posibilidad para sí mismas, ¿se plantean la cuestión en estos términos? ¿No estarán más
bien buscando una salida para acabar con sus problemas y dolores? ¿No hay más dignidad
en la valentía de afrontarlos? Respecto a la dignidad de la persona, la eutanasia es algo
paradójico e incluso contradictorio ¿Cómo puedo honrarme a mí mismo suprimiendo mi
propio ser?
Otros argumentan que la legalización de la eutanasia favorece la causa de la libertad
humana al aumentar las opciones posibles. Ciertamente habría mucho que discutir,
también desde el punto de vista teórico, sobre el modo de entender la libertad humana
como un mero aumento de posibilidades.
La eutanasia no voluntaria
¿Y qué decir de la eutanasia no voluntaria, de los que están en tales condiciones (en
estado comatoso, senil o psicótico) que ni siquiera pueden solicitarla? ¿Pueden ser algo
que sirva a su dignidad humana? La dignidad está vinculada a la propia autoconciencia y
voluntad, entonces la eutanasia no voluntaria o delegada nunca podrá ser un acto digno
para el que la sufre. Es precisamente la ausencia de humanidad digna lo que invita a
considerar la alternativa de la eutanasia activa.
¿Y en los casos de una persona en estado vegetativo persistente sin ninguna relación con
quienes le rodean? ¿Qué queda ahí de dignidad humana? ¿Por qué no deberíamos
tratar tales seres humanos como tratamos (justamente) a los animales, sacándolos de su
estado miserable? Incluso aquí uno no puede estar absolutamente seguro de la completa
ausencia de consciencia en el enfermo. Hay casos, si bien bastante raros, de personas que
se han despertado de un coma profundo (incluso con electroencefalograma plano) y han
contado después que tenían conciencia bastante clara de lo que se decía y hacía en torno
a ellos, aunque no manifestaban entonces ninguna reacción. En estos casos, unopreferiría
estar al lado del enfermo, dejándole morir si ése es el proceso natural. No iría mucho más
allá de suministrarle los medios mínimos para seguir viviendo. Pero nunca podríamos
ponerle una inyección letal o realizar otras acciones que provocaran la muerte del
paciente. Entre los métodos indignos, esto parece el menos digno
Hace algún tiempo, se encontraban en tramitación dos proyectos que pretendían legalizar
la eutanasia: uno en la Cámara y otro en el Senado.
Proyecto de ley que Modifica diversos cuerpos legales, con el objeto de permitir la
eutanasia, haciendo efectiva la autonomía de las personas en caso de enfermedades
terminales La idea matriz de esta moción es reconocer el derecho de cada persona a no
padecer males o dolores innecesarios y a evitar la prolongación artificial de su vida,
regular su ejercicio para garantizar que esta decisión sea adoptada de manera autónoma,
informada y que no admita dudas por parte del paciente que ha sido diagnosticado en
estado terminal
Modificar el Código Penal con el objeto de asegurar que la eutanasia, en los casos en que
esta haya sido ejecutada por un médico de acuerdo con las formalidades y conforme los
procedimientos autorizados por la ley. En lo sustancial el proyecto buscaba modificar la
ley 20.584, agregándole una norma que señala que “la persona que ha sido diagnosticada
en estado de salud terminal o, en estado de sufrimiento físico o mental constante e
insoportable que no puede ser apaciguado por el actual estado de las ciencias médicas y
que resulta de una lesión o condición patológica incurable, tiene derecho a decidir y
solicitar no padecer dolores o sufrimientos innecesarios y a evitar la prolongación
artificial de su vida. Los requisitos para esta solicitud eran dos diagnósticos médicos que
acreditaran el estado terminal y/o el sufrimiento físico o mental constante e insoportable;
ser mayor de edad; tener pleno uso de sus facultades mentales al momento de la
solicitud; y manifestar su voluntad de manera libre y sin presión externa. Estas
condiciones habilitarían al médico competente para no iniciar o interrumpir un
tratamiento médico innecesario en cuanto este tenga por efecto prolongar artificialmente
una vida de agonía, o para provocarle directamente la muerte, de acuerdo con los
procedimientos que autoriza esta ley. Además, el proyecto modificaba el Código Civil,
consagrando lo que se ha denominado “testamento vital”. Ello se concreta en la
modificación al código civil agregando un artículo que consagra la disposición
testamentaria en la cual el testador exprese la voluntad de ser sometido a procedimientos
autorizados para causar la muerte en los casos previstos en la ley. Esta declaración es
irrevocable cuando se esté definitivamente imposibilitado de manifestar claramente su
voluntad, pero no antes de esta incapacidad.”
Finalmente, se modificaba el artículo 393 del Código Penal, en los siguientes términos:
“No será aplicable la pena prevista al médico que, conforme a los procedimientos
previstos en la ley 20.584, cause o preste auxilio a la muerte del paciente que,
cumpliendo con los requisitos y formas establecidas por la ley, ha solicitado de manera
expresa e inequívoca poner término a su vida”.
Con informe rechazado, la Sala del Senado recibió el proyecto de ley que buscaba acoger
la solicitud de muerte asistida a enfermos terminales, luego que la Comisión de Salud
despachara la idea de legislar en negativo con dos votos a favor y tres en contra.
1- La eutanasia legal favorece una “pendiente peligrosa” en contra del derecho a la vida
En Holanda la eutanasia se aplica no ya a enfermos, sino simplemente a gente que no
quiere vivir, como el senador socialista octogenario Brongersma, que pidió y logró ser
“finalizado” no porque estuviese enfermo o deprimido, sino porque estaba cansado de
vivir. Se calcula que en Holanda se dejan morir a unos 300 bebés al año por nacer con
minusvalías y hay casos (en este país rico) de negar la implantación de marcapasos a
mayores de 75 años; la eutanasia favorece otras actuaciones de “eliminación de los
inútiles”.
De 1995 a 1998 Holanda apenas invirtió en cuidados paliativos; sólo a partir de 1998 ha
invertido en cuidados paliativos, pero presentados siempre como una alternativa más,
siendo la eutanasia la más apoyada desde las instituciones e incluso por parte de la
sociedad. Se tiende a pensar que, si tratar el dolor con cuidados paliativos es caro, hay
que fomentar la opción barata: matar el enfermo.
5- La eutanasia no es solicitada por personas libres, sino casi siempre por personas
deprimidas, mental emocionalmente trastornadas
Cuando uno está sólo, anciano, enfermo, paralítico tras un accidente… es fácil sufrir
ansiedad y depresión que llevan a querer morir. En un país sin eutanasia, los médicos y
terapeutas se esfuerzan por curar esta depresión, devolver las ganas de vivir y casi
siempre tienen éxito si el entorno ayuda. Por el contrario, en un país con eutanasia, en vez
de esforzarse por eliminar la depresión se tiende a eliminar al deprimido “porque lo
pide”.
Enfermo terminal
El tipo de enfermos en los que con mayor frecuencia se plantea la eutanasia son los que se
encuentran en situación terminal; conviene delimitar algunos conceptos al respecto.
El término "incurable", se refiere a la imposibilidad de mejorar o superar la enfermedad;
"terminal" indica la cercanía de una muerte inevitable, aunque la enfermedad por su
naturaleza pueda ser curable. Así, podemos encontrar enfermedades incurables
terminales -un cáncer con metástasis-, y enfermedades en principio curables pero que han
llevado al paciente a un estado "crítico" –una grave neumonía con depresión inmunitaria-.
Los enfermos incurables terminales son los principales candidatos a la eutanasia; los
enfermos curables en estado crítico no presentan mayores dificultades, ya que
habitualmente se les dan los cuidados máximos.
Otro concepto es el de estado vegetativo persistente (EVP); los pacientes en este estado
pertenecen a la categoría de incurables incapaces, aunque no necesariamente son
terminales; son pacientes con una pérdida de conciencia permanente, en coma
irreversible.
Un enfermo en situación terminal es aquél en el que se prevé que la muerte es segura y
ocurrirá en un plazo no lejano (hasta seis meses, según algunos autores), abandonándose
el esfuerzo médico terapéutico para concentrarse en el alivio de los síntomas y en el
apoyo tanto al paciente como a su familia.
Respuesta crítica: La compasión de que hablan aquellos que defienden la eutanasia refleja
una visión distorsionada de esta actitud. La verdadera compasión no puede ser eliminar al
que sufre, sino buscar el aliviar la causa del sufrimiento. De otra forma, se devaluaría la
vida de los enfermos. Además, la compasión es una cualidad espiritual que significa "sufrir
con", estar presente al que sufre, no se trata de un principio o una razón auto justificante.
El elegir el suicidio asistido corta toda posible relación y los lazos que nos unen a las
personas que nos acompañan en los momentos difíciles de la cercanía de la muerte.
Además, procurar la muerte por eutanasia no es competencia de la profesión médica.
Asistir al suicidio no es consistente con el compromiso del médico a curar y tratar la
enfermedad, va en contra de los códigos tradicionales de ética médica (promesa
hipocrática, Asociación Mundial de la Salud). Aceptar esto llevaría a una desconfianza de
las personas en general hacia los médicos. El profesional de la salud también tiene su
autonomía y no debe ser presionado para actuar en contra de los valores profesionales.
Respuesta crítica: Existe una relación especial entre el médico y el enfermo. Una omisión,
si resulta en daño, puede traer responsabilidad legal. Si un enfermo competente se niega
a recibir un tratamiento o a continuar con uno, el efecto legal es que el médico es
absuelto de su deber de tratar al enfermo por el enfermo mismo. El médico deja de tratar
al enfermo y la muerte resultante es causada por la enfermedad que tiene el enfermo. El
médico por lo tanto no mata al enfermo, sino que deja que se muera. No puede ser
prohibida la aceptación voluntaria de una muerte que la intervención médica solo puede
posponer, ya que no hay posibilidad de curación. Una conclusión acerca de la causación
simplemente refleja un juicio acerca de la forma correcta de asignar responsabilidades.
Cuando una persona desconecta la ventilación mecánica de soporte vital sin autorización,
está claro que causa la muerte del enfermo, pero cuando un médico sigue las directrices
del enfermo de desconectar la ventilación mecánica cuando no hay esperanza de
curación, no actúa equivocadamente, ya que no tiene el deber de continuar el
tratamiento en contra del deseo del enfermo, aun cuando su acción está causalmente
relacionada con la muerte resultante del enfermo. Además, el derecho a poder negarse a
un tratamiento médico está basado en el derecho a resistirse a invasiones físicas que sean
consideradas desproporcionadas, no en el derecho a acelerar la muerte, el cual no existe.
A menudo en el diálogo existe una confusión entre la eutanasia pasiva y la eutanasia por
omisión. La última lleva consigo responsabilidad moral, pero no la primera, ya que la
muerte natural no es un homicidio y por tanto no es ni ilegal ni inmoral y no está sujeta a
responsabilidad. Se acepta el discontinuar la ventilación mecánica después de la muerte
cerebral total, el no aplicar terapias en el caso de un coma irreversible, excepto los
cuidados considerados ordinarios, la no aplicación e interrupción de las "terapias de
sustento vital" en el caso de enfermos terminales, el no emplear técnicas de reanimación
cuando su aplicación es considerada inútil u onerosa por la profesión médica, el no
emplear terapias ineficaces que aumenten el dolor o claramente desproporcionadas en
relación a los costos humanos y la utilidad para el enfermo. En este sentido, sería
provechoso el que se evitase el término de eutanasia pasiva mientras que se retiene el
concepto de eutanasia omisiva, que implica un acto de negligencia. Un ejemplo de que la
intención tiene su lugar en la vida moral es que cuando la persona no muere después de
parar el tratamiento, a esta se la deja continuar viviendo. Esto no ocurre con el suicidio
asistido. Una cosa es desear la muerte y actuar para que ocurra de forma activa y otra
diferente desear la muerte y permitir que ocurra. Una cosa es respetar el deseo del
enfermo de rechazar el tratamiento y otra el tomar su vida. No es simplemente una
diferencia psicológica, sino moral. Matar constituye siempre una lesión del principio de no
maleficencia, pero permitir morir, bajo ciertas condiciones, no constituye una lesión de
este principio. El consentir que alguien muera de una enfermedad de la cual no es
responsable y que no puede ser curada, es permitir que la enfermedad sea la causa de la
muerte. La intención en permitir la muerte es por compasión y no por desear la muerte,
mientras que la intención de la eutanasia activa es procurar la muerte como medio de
ejercer la compasión. Continuar el tratamiento a un enfermo cuando no hay posibilidades
de curación (tratamiento ineficaz) es una forma innecesaria de hacer sufrir al enfermo y
por tanto va contra su dignidad. Un tratamiento ineficaz ya no produce ningún beneficio al
enfermo, sino más bien daño. No es lo mismo ayudar a vivir a alguien que está viviendo
que prevenir morir a quien está muriendo. Un tratamiento es considerado ineficaz si solo
preserva la inconsciencia o no permite acabar con la dependencia de la unidad de
cuidados intensivos. Cuantitativamente, un médico puede considerar infructuoso un
tratamiento para el que los datos empíricos demuestran que tiene menos de un 1% de
probabilidad de ser beneficioso para el paciente. El optar por el tratamiento o el dejarse
morir no puede decidirse con absoluta certeza, simplemente porque no existe una
relación estricta y específica entre la etiología y la enfermedad. Nuestro conocimiento de
una realidad empírica es siempre aproximado, probable. No podemos pedir al médico un
grado absoluto de certidumbre en sus decisiones. Por lo tanto, el enfermo está en su
derecho de continuar con un tratamiento que es considerado ineficaz, ya que no existe
una certeza absoluta. Para que una acción de omisión sea eutanásica, el tratamiento
omitido o discontinuado debe haber sido considerado útil por la profesión médica.
7. El argumento de que el principio del doble efecto es una forma de eutanasia activa.
A los médicos se les permite dar dosis en aumento de narcóticos cuando el dolor es
severo o al menos se presume, siempre que la intención sea aliviar el sufrimiento, a
sabiendas de que estas drogas pueden afectar la respiración y acelerar la muerte. Se
argumenta que si la muerte de la persona que desea morir no es un mal que se inflige
a la misma, entonces la doctrina del doble efecto no tiene relevancia para la
permisividad de la eutanasia voluntaria.
Respuesta crítica: Se puede proveer un cuidado óptimo paliativo para aliviar el dolor a la
mayor parte de los enfermos terminales. Las unidades de cuidados paliativos constituyen
un ejemplo de cómo es posible proveer una existencia lo más confortable posible al final
de la vida con cuidados de soporte que incluyen una atención integral a la persona. El
legalizar la eutanasia desviaría los esfuerzos y los avances que se han logrado en el
manejo del dolor y el cuidado paliativo hacia el camino fácil de acabar rápidamente con
los enfermos difíciles por medio de la eutanasia. Por otra parte, el acelerar la muerte por
intervenciones paliativas de manejo del dolor en pacientes terminales es aceptado ética y
legalmente siempre que la intención del médico sea aliviar el dolor y otros síntomas y no
el producir la muerte. Los médicos deben tener cuidado de no introducir drogas como la
morfina en grandes dosis, sin darle tiempo al paciente de que desarrolle tolerancia, ya
que puede deprimir la respiración. Una sedación desproporcionada, además, puede
causar la interrupción de la alimentación y la hidratación del paciente, que morirá de
hambre o sed en un estado de inconsciencia. En este caso, la eutanasia puede hacerse de
una forma escondida y es efectuada por una acción u omisión que conduce a la muerte
del paciente. Éticamente, el médico debe buscar el método de alivio del dolor que tenga
menos riesgo de abreviar la vida y todavía liberar al paciente de sufrimiento innecesario.
Respuesta crítica: Permitir que el médico asista al suicidio de enfermos terminales dejará
un impacto en otras personas que sufren por enfermedad, edad o debilidad. Esto
devaluaría las vidas de estas personas, que podrían verse presionadas a que ejerzan el
suicidio asistido. Mayor presión es ejercida si existen dificultades económicas, pero el
simple hecho de sugerir esto al enfermo es un signo de falta de generosidad. Los
enfermos terminales perderían los lazos con las personas que los acompañan en los
últimos momentos de la vida, tendrían que justificar su decisión de mantenerse vivos, en
vez de aceptar que la familia y la comunidad tienen el deber de cuidar a la persona hasta
el final, aunque resulte una carga y un sacrificio. El gesto de solidaridad que se pide a las
personas que acompañan al enfermo es liberarlo de presiones extras, ya tiene suficiente
con la enfermedad. Ayudar a descubrir, a través del sufrimiento, el significado de la vida
en su condición presente puede liberar al enfermo del sentimiento de abandono y
desesperación que significa encarar la muerte. Para que un enfermo se sienta tratado con
dignidad, debe tener confianza en que las personas que lo acompañan van a estar con él
hasta el final y proteger su derecho a la vida. Tampoco se puede interpretar la aceptación
voluntaria de la muerte de Cristo como un acto de suicidio. Cristo nos ha enseñado que la
vida tiene como meta la unión con Dios y su cruz fue una forma de ofrecimiento a Dios. El
suicidio, en cambio, es un acto en que la persona se vuelve sobre sí misma y busca la
muerte sin perseguir dicha unión. Los mártires nunca aceptaron la muerte bajo la premisa
de evitar una carga sobre ellos mismos o sobre sus parientes o hermanos en la fe. Al
contrario, aceptaron con humildad la indignidad y el sufrimiento de su muerte por una
causa superior, la unión con Dios. Este criterio no tiene nada que ver con la eutanasia o el
suicidio.
Reflexión ética
Prácticamente todas las tradiciones religiosas consideran la vida como un don de Dios,
que nos es dado y retirado en el momento que Él elige; el suicidio no puede ser nunca una
opción ética. Ya Aristóteles afirmó que el suicidio es un acto injusto y no puede ser
permitido, no porque vaya en contra del individuo, sino porque va en contra de la
comunidad. Además, la vida humana tiene un valor y dignidad en sí misma a causa de que
se trata de la vida de una persona. La vida física es constitutiva de la persona y condición
para su existencia, es el valor fundamental de la persona y por lo tanto no puede ser
valorado con criterios que son menores y relativos y tampoco puede ser declarada a la
disposición de otros. Por otra parte, como cristianos, creemos que Dios sostiene a las
personas en el sufrimiento y, por lo tanto, buscar activamente el final de la vida
representa una falta de fe en la promesa Divina. El quitar la vida es usurpar la
prerrogativa que tiene Dios sobre la vida de cada uno. También como cristianos tenemos
la obligación de apoyar y estar con aquellos que sufren y creemos que el sufrimiento nos
acerca a Cristo, identificándonos con su cruz y participando en la redención. Parte del
problema con el debate actual sobre la eutanasia está en que no se da ningún valor al
sufrimiento, cuando este puede ser ocasión para que la persona profundice en su propia
existencia, se reconcilie y encuentre un sentido transcendente a su vida. El dolor y el
sufrimiento es algo que no interesa, que no conviene, de lo que es mejor no hablar. El
hombre de hoy tiene muy poca tolerancia ante el dolor, más bien lo teme. Este temor se
debe a poner una excesiva preocupación en el cuerpo, olvidándose del ser espiritual, a
poner como meta placeres momentáneos de la vida, y al progreso de la técnica, en que
gracias al tratamiento del dolor por analgésicos y por el uso de la anestesia, el hombre de
hoy está mucho menos familiarizado con el dolor que sus antecesores y, por tanto, le
teme más. Ha llegado a rechazarse tanto el dolor, que se acepta más la muerte que el
dolor o el sufrimiento. El proceso contemporáneo de no aceptación del sufrimiento está
dando como resultado la aceptación social de la eutanasia. El sufrimiento, sin embargo,
da lugar a una experiencia espiritual y se puede encontrar significado a la vida que queda
cuando uno se enfrenta a una enfermedad que no tiene curación. La espiritualidad
fortifica a la persona que sufre y la capacita para aceptar la condición en que se
encuentra.
Aun considerando que la vida pueda llegar a ser irresistible, la cuestión final es que la vida
no puede ser tomada y el suicidio no es ético. La cuestión que surge es si los creyentes
tienen el derecho de extender sus propias creencias personales a la población entera,
incluyendo ateos, agnósticos y aquellos que se rigen por lo secular. Los creyentes sí tienen
este derecho porque se trata de algo que compete a la vida misma, independientemente
de la religión y, por tanto, es posible encontrar una solución racional. Tanto los creyentes
como los no creyentes han de estar de acuerdo en que la vida y la muerte no nos
pertenecen por completo, nos han sido dadas. No todo es autónomo en el ser humano.
No nos damos la vida a nosotros mismos, la hemos recibido de nuestros padres y nos
debemos a ellos y a la sociedad a la que pertenecemos. Por lo tanto, no tenemos un
dominio absoluto sobre nuestra vida y no podemos tomarla. Este argumento refuerza
todos los argumentos críticos en contra de la eutanasia, ya que la calidad de la vida no
puede tener mayor valor que la vida misma, la autonomía del enfermo no puede ser
absoluta en cuanto se refiere a su vida misma, la verdadera compasión no puede consistir
en eliminar al que sufre, el sufrir no puede ser razón suficiente para aceptar el suicidio, el
dejar morir está en el contexto de aceptar la muerte como un proceso de la vida misma, y
aliviar el dolor y el sufrimiento es ayudar a la vida. Tratar el cuerpo como si fuera un
objeto que puede ser destruido viola la dignidad intrínseca de la persona. Tenemos la
responsabilidad y el deber de cuidarnos los unos a los otros hasta el final de nuestra vida.
Debemos distinguir entre poseer algo como la vida y el hecho de poder asumirla. Nuestra
vida la hemos recibido, no es un objeto que podamos poseer, más bien somos
responsables de lo que hacemos con nuestra vida, somos capaces de tomar opciones y
esta posibilidad nos hace ser capaces de asumir nuestra vida. Somos seres personales
vivientes, pero no poseemos nuestra vida como si fuera un objeto.
La muerte es un evento natural. Algunas veces Dios permite que una persona sufra
mucho antes de que la muerte llegue; otras veces, el sufrimiento de la persona se acorta.
Nadie disfruta del sufrimiento, pero esto no justifica el determinar que una persona está
lista para morir. Con frecuencia, los propósitos de Dios son cumplidos a través del
sufrimiento de una persona. “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad
considera, Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después
de él.” (Eclesiastés 7:14) Romanos 5:3 enseña que las tribulaciones producen paciencia.
Dios se preocupa por aquellos que imploran que la muerte termine sus sufrimientos.
Dios otorga un propósito a la vida aún hasta su final. Solo Dios sabe lo que es mejor, y Su
tiempo aún en la muerte de uno, es perfecto.
Al mismo tiempo, la Biblia no nos ordena hacer todo lo que podamos para prolongar la
vida de una persona. Si una persona ha sido mantenida viva sólo por máquinas, no es
inmoral apagar las máquinas y permitir que la persona muera. Si una persona ha estado
en un persistente estado vegetativo por un prolongado período de tiempo, no sería una
ofensa a Dios el desconectar los tubos o máquinas que estén manteniendo viva a la
persona. Si Dios deseara mantener viva a una persona, Él es perfectamente capaz de
hacerlo sin la ayuda de tubos y/o máquinas.
Tomar una decisión como ésta, es muy difícil y doloroso. Nunca es fácil decirle a un
médico que suspenda lo que sostiene la vida de un ser querido. Nunca debemos buscar
terminar la vida prematuramente, pero al mismo tiempo, tampoco debemos preservar
una vida tanto como sea posible. El mejor consejo para cualquiera que enfrente esta
decisión es orar a Dios por sabiduría respecto a lo que Él quiera que hagas (Santiago 1:5).