más remedio que abandonarla por completo. Sin embargo,
esta disparidad entre los diversos sistemas filosóficos dista mu- cho de tomarse por i.rna s:mple evasiva. Se ve en ella, por el contrario, una razón seria y verdadera contra la seriedad con que el filósofo toma la filosofía, una justificación de la actitud de quienes nada quieren tener que ver con ella, una prueba incluso irrefutable de que es vano todo intento de llegar al conocimiento filosófco de la verdad. Pero, aunque se conceda que "la filosofía debe ser una verdadera c:encia y que tiene que haber, necesariamente, una filosofía que sea la verdader11,-surge la pregunta: ¿cuál eo, y cómo reconocerla? Tocias aseguran que son las verdaderas, todas indican signos y criterios distin- tos por medio de los cuales se ha de reconocer la verdad; por eso, el pen.::am:ento sobrio y sereno tiene que sentir, por fuerza, graneles escrúpulos antes de decidirse por una". tste es el interés mayor a que debe servir la historia de la filo:ofía. Cicerón (De naturá d,e,orum, I, 8 ss.) nos ofrece una historia, extraordinariamente superficial, de los pensamientos filosóficos acerca ele Dios, inspirada precisamente en esa inten- ción. Es c:erto que la pone en labios de un epicúreo, pero sin que él mismo sepa decirnos nada mejor, lo que indica que las noc:ones expuestas por su personaje son las suyas propias. El epicúreo dice que no ha sic\o posible llegar a un concepto deter- minado. La prueba de que son vanos los esfuerzos de la filoso- fía se desarrolla en seguida a base de una concepción genérica superficial de la historia de la filosofía misma: el resultado de esta historia no es otro que la aparición de los más diversos y dispares pensamientos de las múltiples filosofías, contrapuestas las unas a las otras y que se contracl:cen y refutan entre sí. Y este hecho, que no cabe negar, justifica e incluso obliga, al pa, recer, a aplicar las palabras de Cristo a las fJosofías, diciendo: "Deja que los muertos entierren a sus muertos, y sígueme." Según esto, la historia de la filosofía no sería otra cosa que un campo de batalla cub:erto de cadáveres, un reino no ya solk- mente de ind'.viduos muertos, físicamente caducos, sino también de sistemas refutados, espiritualmente liquidados, cada uno de los cuales mata y ent:erra al que le precede. Por eso, en vez de "Sígueme", sería más exacto decir, cuando así se piensa: "Síguete a ti mismo", es decir, atente a tu prop;a conv:cción, aférrate a tus propias y personales opiniones. lPor qué· a las ajenas? Se da, es verdad, el caso de que aparezca, a veces, una nueva filosofía afirmando que las demás no valen nada; y, en