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de la Constitución
Guía y Material Autoinstructivo
2012
Curso de Especialización: Aplicación Judicial de la Constitución
Academia de la Magistratura
La Academia de la Magistratura es la institución oficial del Estado peruano, que
tiene como finalidad la formación de aspirantes a la magistratura y el desarrollo
de un sistema integral y continuo de capacitación, actualización, certificación y
acreditación de los magistrados del Perú.
Consejo Directivo de la Academia de la Magistratura – 2012
Dr. FRANCISCO ARTEMIO TÁVARA CORDOVA
PRESIDENTE DEL CONSEJO DIRECTIVO
Dr. CARLOS AMÉRICO RAMOS HEREDIA
VICE-PRESIDENTE DEL CONSEJO DIRECTIVO
Dr. VICTOR ROBERTO PRADO SALDARRIAGA
CONSEJERO
Dr. DUBERLI APOLINAR RODRIGUEZ TINEO
CONSEJERO
Dr. PEDRO GONZALO CHÁVARRY VALLEJOS
CONSEJERO
Dr. VICTOR GASTÓN SOTO VALLENAS
CONSEJERO
Dr. JOSÉ ALEJANDRO SUÁREZ ZANABRIA
CONSEJERO
Dr. PEDRO GRANDEZ CASTRO - Director General
Dr. JOSE PEREZ DUHARTE - Director Académico
_____________________________________________________________
La Guía y el Material Autoinstructivo del curso: “APLICACIÓN JUDICIAL DE
LA CONSTITUCION”, ha sido elaborado por el Dr. Eloy Espinosa-Saldaña
Barrera para la Academia de la Magistratura, en mayo de 2012.
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INDICE
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OBJETIVOS
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ESTRUCTURA DE CONTENIDOS
UNIDADES CONTENIDOS
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UNIDAD N° 1
Escenarios en que corresponde la
aplicación de la Constitución
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2. ¿Qué caracteriza al control difuso en sede judicial? ¿Qué elementos tendrían que
darse para que se materialice?
3. ¿Cuáles son los cuestionamientos existentes al ejercicio del control difuso en sede
administrativa?
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Justo es también anotar que, tal como veremos luego con más detalle, hay intérpretes
vinculantes de la Constitución delimitados por los ordenamientos jurídicos de cada
Estado en particular. Habiéndosele reconocido esa atribución al Poder Judicial peruano
en artículos como el 138 o el 200 de la Carta de 1993, y al Tribunal Constitucional en
los artículos 201 y 202 del texto al cual acabo de hacer referencia, hay escenarios en los
cuales los jueces (zas) ordinarios y los jueces(zas) constitucionales van más allá de la
aplicación de la Constitución.
En este trabajo corresponderá ver entonces no solamente la referencia genérica ya
efectuada, sino también tener un acercamiento a los otros dos escenarios en los cuales se
va a dar una responsabilidad más intensa en la aplicación de la Constitución: el del
ejercicio del control difuso y del desarrollo del control concentrado, construido en el
escenario de la judicatura ordinaria peruana a la interposición, seguimiento y resolución
de procesos de Acción Popular. Procederé entonces de inmediato a proporcionar
algunas ideas en estos rubros.
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Es más, y de acuerdo con los estudios realizados por Domingo García Belaunde al respecto,
aproximadamente el veinticinco por ciento de los Hábeas Corpus interpuestos entre 1920 y 1979
apuntaban hacia ello. Recomiendo ver sobre el particular GARCÍA BELAUNDE, Domingo. El Hábeas
Corpus en el Perú. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1979.
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Una descripción de mi perspectiva al respecto se encuentra recogida en el artículo El tratamiento del
control de la constitucionalidad en el Perú: Balances y perspectivas. En: Prudentia Iuris Nº 3. Buenos
Aires: Pontificia Universidad Católica Argentina, mayo de 1993, p. 7 y ss.
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Entre los mecanismos usados por los gobiernos latinoamericanos para condicionar la conducta judicial
se encontraba el sistema de nombramientos y ascensos judiciales; el uso de mecanismos como el de las
ratificaciones y remociones para apartar a algunos juzgadores de sus puestos; o el manejo de lo
económico. Estamos ante un tema que explico con mayor detalle en mis trabajos El tratamiento del
control de la constitucionalidad en el Perú: Balances y perspectivas Op. Cit.; y Algunas notas sobre la
evolución del presidencialismo latinoamericano a la luz de lo previsto por la Constitución peruana de
1993. En: Cuadernos Constitucionales de la Cátedra Fadrique Furió Ceriol Nº 20/21. Valencia,
Universidad de Valencia, 1997, p. 41 y ss.
4
GARCÍA BELAUNDE, Domingo. La jurisdicción constitucional y el modelo dual o paralelo. En:
Revista Jurídica La Ley. Buenos Aires, Año LXII, Nº 197. Viernes 16 de octubre de 1998, p. 1-3.
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judicial de control de constitucionalidad de las leyes deba ser ejercida dentro de ciertos
parámetros, parámetros que, en líneas generales, y como bien se conoce, apuntan a que
el control debe ser ejercido dentro un proceso judicial; y además, que la norma a
analizar, norma que debe ser relevante para resolver la controversia concreta pendiente
de solución, debe implicar la lesión de un interés constitucionalmente protegido , sin
que sea posible comprender esa norma cuestionada preservando su conformidad con la
Constitución.
Estos parámetros, conocidos y aplicados por la judicatura estadounidense desde
hace ya buen tiempo, desafortunadamente no parecieran ser comprendidos a cabalidad
en el escenario peruano, si comenzamos a apreciar algunas de las particularidades con
las cuales se aborda el tratamiento de este tema en nuestro país. Y es que en el Perú se
ha resuelto en base a alternativas que, a pesar de haber sido inicialmente descartadas,
podrían, si nos atenemos a algunos pronunciamientos posteriormente esbozados, volver
a tomar importancia, con consecuencias que, tanto por razones de tipo conceptual como
por consideraciones más bien de índole práctica, tendría, en nuestra modesta opinión,
consecuencias realmente peligrosas y perniciosas, efectos sobre los cuales reitero
hablaré luego con mayor detalle.
Si hay algunos conceptos que por lo menos a nivel del discurso ya son
consensualmente aceptados por todos en el Perú, uno de ellos indudablemente sería el
de que ninguna normativa o quehacer estatal, e incluso privada entre particulares, puede
ser contraria a lo constitucionalmente dispuesto, en la línea de lo que actualmente se
denomina “constitucionalización del Derecho”. En estos casos, como bien hoy incluso
expresamente indica el actualmente vigente Código Procesal Constitucional, si ya es
imposible para los jueces, intérpretes vinculantes de nuestra Constitución, encontrar una
comprensión de determinada norma acorde con los parámetros ya previstos, ellos
deberán proceder a ejercer “control difuso” e inaplicar la norma en cuestión en el caso
sometido a su conocimiento .
Lo que hoy nos dice el Código Procesal Constitucional, luego de su modificatoria
mediante la ley 28.946 , del 17 de diciembre de 2006, haciendo suyo lo prescrito en la
normativa previamente vigente en el Perú al respecto, es algo no previsto incluso en el
caso norteamericano: la evaluación obligatoria, y a modo de consulta, de aquella
resolución donde se ha ejercido control difuso que no haya sido impugnada por los
canales correspondientes, a la Sala Constitucional y Social de la Corte Suprema de
Justicia de la República. Debe aclararse eso sí que la consulta no procede si la norma
inaplicada no cuenta con rango de ley.
La idea de la consulta no parece mala, pues permite buscar una unificación de criterios
jurisdiccionales en un tema tan sensible como el de pronunciarse sobre la
constitucionalidad de una norma. Sin embargo, llama poderosamente la atención
apreciar cómo, y en primer lugar, el legislador establece un control o cortapisa al libre
desenvolvimiento de los jueces que, en el ejercicio de su control difuso, básicamente
ponen parámetros al legislador para así asegurarse que éste actúe conforme a la
Constitución.
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Y como si esto no fuese suficiente, es también posible preguntarse por qué la tarea en
cuestión no ha sido conferida al Tribunal Constitucional, pues el no haberlo así para
muchos lamentablemente podría permitir el surgimiento de perspectivas distintas y
hasta contradictorias nada menos que entre dos instituciones de la máxima relevancia
dentro del ordenamiento jurídico nacional, como la Corte Suprema y el Tribunal
Constitucional. En este contexto, debe tenerse presente que existen quienes consideran
que, de mantenerse esta muy polémica consulta (la cual corre el riesgo de devenir en un
mecanismo que desnaturalice el control difuso), la misma debiera ser más bien
formulada al Tribunal Constitucional peruano , alternativa cuyos alcances debieran ser
analizadas con detalle.
La ley 28.946 introduce también otra importante modificación en términos de
control difuso que bien conviene reseñar. Y es que allí se prescribe que cuando se
invoque la amenaza o violación de derechos en base a actos que tienen como sustento la
aplicación de una norma autoaplicativa, la sentencia que declara fundada la demanda
dispondrá además la inaplicación de la norma a la cual vengo haciendo referencia.
1.2.2.2 El control difuso ejercido por el Tribunal Constitucional
En tanto y en cuanto el ejercicio del control difuso implica fijar una
interpretación vinculante del texto constitucional, resulta previsible que en el caso
peruano nuestro Tribunal Constitucional emita algunos pronunciamientos sobre los
alcances de este escenario de control. Dando siquiera una rápida mirada a lo señalado
por ese alto Tribunal al respecto, puede apreciarse cómo a través de varias de sus
sentencias se aprecia una lógica expansiva frente al control difuso, no solamente
señalando cada vez más escenarios donde puede deducirse este tipo de control, sino que
incluso ha buscado ampliar el ámbito de actores habilitados a ejercerlo.
Esto, que de por sí ya es polémico, merece ser analizado con algún mayor
detalle, pues, unido a la modificación introducida al texto original del Código Procesal
Constitucional, proyecta como consecuencia un escenario para el control difuso con
aspectos favorables y desfavorables, los cuales en ciertos casos propician situaciones
más bien confusas que a nada bueno conducen. Pasaré entonces a apuntar aquellas
consideraciones que permitirán, espero, explicar el sentido de las afirmaciones que
acabo de efectuar.
Si en el ámbito de la protección de derechos no cabe considerar como conformes
a Derecho aquellas restricciones que la misma Constitución no consigna; y si además,
tomamos en cuenta que el papel del Tribunal Constitucional peruano en la
interpretación de la Constitución de nuestro país, y por ende, con respecto a la tutela de
la constitucionalidad y el respeto a los preceptos constitucionalmente establecidos,
difícilmente podrá discutirse que en un escenario donde ese alto tribunal ejerce un
control concreto de constitucionalidad asuma además atribuciones de control difuso, y
como consecuencia de ello, declare inconstitucionales a alguna(s) norma(s) e
inaplicarla(s) en el caso que viene conociendo.
En esa misma línea de pensamiento, fácilmente podremos comprobar como esa
ha sido la posición asumida por el Tribunal Constitucional de nuestro país en múltiples
procesos de amparo, espacio en el cual, qué duda cabe, ese alto tribunal ha ejercido
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Afirmación que solamente podría ser matizada en el caso que el amparo estuviese dirigido contra
normas autoaplicativas, materia en la cual el Tribunal Constitucional peruano ha tenido una postura
bastante más permisiva que aquello que incluso permitiría una lectura literal de lo prescrito por la Carta
de 1993 al respecto. Sin embargo, aquí el tema que nos interesa resaltar es el de los múltiples casos en los
cuales el Tribunal Constitucional peruano ha ejercido labores de control difuso en el escenario de aquellos
amparos sometidos a su conocimiento. Solamente a modo de ejemplo tenemos aquí, además del ya
mencionado caso “Gamero Valdivia”, a lo resuelto por el alto tribunal en los procesos recogidos en los
expedientes 1124-2001-AA/TC, 2488-2003-AA/TC, 2737-2002-AA/TC, entre otros.
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La argumentación destinada a permitir el ejercicio de labores de control difuso en un escenario como el
del proceso de inconstitucionalidad ya había sido esbozada en el voto singular del entonces magistrado
Manuel Aguirre Roca cuando se discutía la misma constitucionalidad de la Ley Orgánica del Alto
Tribunal. Sin embargo, alcanzó notoriedad cuando lo que estaba en debate era nada menos que la
equívocamente denominada “Ley de Interpretación Auténtica” con la cual se buscaba asegurar una tercera
elección consecutiva de Alberto Fujimori Fujimori como Presidente de la República.
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Ello en mérito a que estamos ante una labor de heterocomposición de conflictos. Ahora bien, en mi
opinión, la cual no necesariamente tiene que ser compartida por todos, aquí, antes de encontrarnos con un
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tercero completamente imparcial, pero sin coertio o ejecutio sobre sus pronunciamientos (el escenario
propio del arbitraje), estamos más bien ante un perfil bastante más cercano al de un juez, aun cuando
carente de iudicium.
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Hacemos nuestra entonces la actual formulación de este tan importante principio, recogida entre otros
por GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo y FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Tomás Ramón – Curso de
Derecho Administrativo. Tomo I. Madrid, Cívitas, 2000, especialmente p. 435.
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En este mismo sentido, GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo y FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Tomás
Ramón – Op.cit., sobre todo, p. 448.
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los alcances del control constitucional a dicha actividad. Este es justamente el sentido
del pronunciamiento emitido en el aquí ya mencionado caso “Sociedad Minera de
Responsabilidad Limitada María Julia” (STC 00142-2001-PA/TC), donde se alega la
necesidad de un reacomodo de los criterios usados por el Tribunal Constitucional hasta
ese momento en función a lo previsto en y por el Código Procesal Constitucional.
Son muchas las interesantes materias abordadas y discutidas en este caso: el
reconocimiento del arbitraje como una jurisdicción especial, pero actividad
jurisdiccional al fin y al cabo, y por ello, pasible de sometida a control constitucional; la
nueva comprensión de la anulación, ya no como una vía previa al Amparo en estas
situaciones, sino como una vía igualmente satisfactoria para la atención de las
pretensiones que antes de canalizaban casi exclusivamente por el proceso constitucional
de amparo; los alcances del denominado amparo arbitral, y un largo etcétera. Sin
embargo, es a partir del fundamento 22 de la sentencia donde se aborda el tema que aquí
de inmediato pasaré a analizar: el de la posibilidad de que pueda ejercerse el control
difuso en sede arbitral.
El Tribunal Constitucional peruano justifica la habilitación de este nuevo
escenario para el control difuso con argumentos como los que menciono a continuación:
en primer término, resulta el carácter de jurisdicción independiente del Poder Judicial
del arbitraje (fundamento 22). Ahora bien, ese carácter jurisdiccional le obliga a tener y
cumplir todas las garantías reconocidas a la judicatura ordinaria, y entre ellas, la del
ejercicio del control difuso (fundamento 24).
En ese mismo tenor se insiste con argumento como el de que no cabe efectuar
una lectura literal del segundo párrafo del artículo 138° de la Constitución (fundamento
24), a los cuales se acompaña haciendo referencia a una doble dimensión (objetiva y
subjetiva) del arbitraje (fundamento 25). Ahora bien, se dice que el ejercicio de esta
competencia debe ser, si se da en sede arbitral, sometido a ciertas modulaciones (aunque
no se explica cuáles). Por ello es que en el fundamento 26 de la sentencia en comento se
plantea la siguiente regla a la cual luego, en el fundamento 30, se consagra como
precepto: “ […] El control difuso de la jurisdicción arbitral se rige por las disposiciones
del artículo VI del Título Preliminar del Código Procesal Constitucional y la
jurisprudencia vinculante dictada por este Tribunal Constitucional sobre el control
difuso. Solo podrá ejercerse el control difuso de constitucionalidad sobre una norma
aplicable al caso de la que dependa la validez del laudo arbitral, siempre que no sea
posible obtener de ella una interpretación conforme a la Constitución y además, se
verifique la existencia de un perjuicio claro y directo al derecho de alguna de las
partes”.
Aun admitiendo el presupuesto básico que el arbitraje es una jurisdicción
especial, estamos aquí ante un pronunciamiento que habilita un nuevo escenario para el
ejercicio del control difuso en el Perú, incluso con menores límites que los exigidos para
los jueces ordinarios, a particulares investidos de una capacidad de heterecomposición
de conflictos. Esta es pues una materia que indudablemente requiere de un mayor
estudio y análisis.
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los riesgos que aquello acarrea. Es más, y si tomamos en cuenta lo planteado por la Ley
Orgánica del Poder Judicial primero, y por la ley 28.946 después, la decisión judicial de
ejercer control difuso en el Perú siempre está sujeta a revisión, cosa que no ocurre con
el coloquialmente denominado “control difuso administrativo”, o en el “control difuso
arbitral”, ya que la decisión tomada en estos temas por la Administración, o en el
escenario de la labor de un árbitro o un Tribunal Arbitral, queda firme si no es
impugnada, estando además exenta de alguna consulta obligatoria posterior.
El único nivel de control adicional, si cabe el término, sobre las consideraciones
que permitirían sustentar el pronunciamiento del Tribunal Constitucional peruano en
“Salazar Yarlenque” parece más bien venir de que el alto tribunal opta por darle a su
polémica perspectiva sobre este tema el carácter de precedente vinculante, y por ello,
explicitará en distintos apartados de esta sentencia los supuestos que considera
necesarios para la emisión de un precedente vinculante (fundamento 41 de la sentencia
en comento), las condiciones para el uso de un precedente (fundamentos 44 a 46 del
presente fallo) y algunas distinciones que existirían en su opinión entre un precedente
judicial y un precedente constitucional (fundamentos 47 a 49 de “Salazar Yarlenque”).
Estas son sin duda importantes reflexiones sobre la relevancia que tiene para el
Tribunal lo hecho por dicho colegiado en este caso. Sin embargo, necesario es anotar
que estas reflexiones inciden más bien en las razones por las cuales se establece un
precedente, materia que abordaré en otro apartado de este material, y no en rigor en el
tema que aquí interesa, el de la determinación de eventuales límites a la competencia
que en mi opinión erróneamente se ha otorgado a algunas instancias administrativas, y
de manera discutible a árbitros o tribunales arbitrales. Estamos aquí pues ante
coberturas que en puridad no debieron darse, o por lo menos, que era discutible
habilitarlas, con el agravante de que no se plantea mayor control sobre el ejercicio de las
mismas, con todos los riesgos que ello acarrea.
De otra parte, el único límite propio del denominado “control difuso arbitral” es
el de que puede ejercerse sobre una norma aplicable al caso de la que depende la validez
del laudo arbitral, situación invocable cuando estamos ante parámetros que son
habituales en cualquier escenario de control difuso: imposibilidad de interpretación
conforme a la Constitución, y existencia de un perjuicio claro y directo de alguna de las
partes. En términos de límites, bien puede discutirse si lo aportado es realmente
significativo.
Lo expuesto entonces demuestra que si bien puede ser útil y hasta provechosa
una actitud activista de un Tribunal Constitucional en la delimitación de los alcances del
control difuso, preocupa apreciar como algunos escenarios de esta lógica expansiva en
el caso peruano no se encuentran debidamente sustentados, pudiéndose convertir, si no
se manejan las cosas con cierto cuidado, en una peligrosa justificación para una en rigor
injustificable intervención del juez constitucional en las competencias que son propias
de otros órganos estatales, como, por ejemplo, el Poder Judicial, o diferentes
reparticiones de la Administración Pública, tema que conviene analizar con especial
cuidado y detalle.
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autorizándose así a cualquier ciudadano a ejercitar una acción de carácter penal por
asuntos relacionados al interés de la colectividad.
Otro antecedente importante lo constituye el artículo 255 de la Constitución de Cádiz de
1812, cuando establece: “El soborno, el cohecho y la prevaricación de los magistrados y
jueces producen la acción popular contra las que la cometan”.
Es más, ya a finales del siglo XIX, la acción popular se extiende como una alternativa
invocable en el ámbito penal o en el administrativo, y de este modo se legitima a
cualquier persona para que formule denuncia contra las autoridades que cometan
infracciones públicas o delitos contra los deberes de función, con la finalidad de que
sean procesados y sancionados. Como acción de inconstitucionalidad o legalidad se
introduce por primera vez en la Constitución venezolana de 1858, y posteriormente en
Colombia en el proceso de Reforma constitucional de 1901.
En Perú se constitucionaliza en 1920, cuando en el artículo 157 de esa Constitución se
señala que: “Producen acción popular contra magistrados y jueces, la prevaricación, el
cohecho, la abreviación o suspensión de las formalidades judiciales, el procedimiento
ilegal contra las garantías individuales y la prolongación indebida de los proceso
sumarios”.
Una disposición similar, aunque con alcances más amplios, se encuentra en la
Constitución Política de 1933, que en su artículo 231 establece: “Hay acción popular
para denunciar los delitos contra los deberes de función que cometen los miembros del
Poder Judicial en el ejercicio de sus funciones. También hay para denunciar los delitos
contra la ejecución de resoluciones judiciales que cometan los funcionarios del Poder
Ejecutivo”.
Sin embargo, como mecanismo de control de constitucionalidad y legalidad recién se
introdujo en el artículo 133 de dicho texto en los términos siguientes:
“Hay Acción Popular ante el Poder Judicial contra los reglamentos, contra las
resoluciones y decretos gubernamentales de carácter general y que infrinjan la
Constitución o las Leyes, sin perjuicio de la responsabilidad política de los
Ministros. La ley establecerá el procedimiento judicial correspondiente”.
Del Diario de Debates del Congreso Constituyente de 1931 se desprende que el
propósito que llevó a su consagración fue el haber comprobado que el gobierno, al
ejercer su facultad de reglamentar las leyes, había expedido multitud de disposiciones
reglamentarias que infringían la Constitución o las Leyes, por lo que resultaba
aconsejable y prudente poner limitaciones a tales excesos.
Sin embargo, esa disposición no tuvo mayor aplicación concreta por mucho tiempo,
debido a que no fue desarrollada hasta que se emitió el artículo 7 de la Ley N°14605,
Ley Orgánica del Poder Judicial, del 25 de julio de 1963. Allí se estableció su trámite en
la vía ordinaria como proceso de puro Derecho, con la intervención del Procurador
General de la República en representación del Estado. La Constitución de 1979 la
reiteró, y la vigente la mantiene en el artículo 200 inciso 5.
Ahora bien, oportuno es anotar que esta última, a diferencia de lo establecido en las
Constituciones de 1933 y 1979, no se señala que debe ser interpuesta ante el Poder
Judicial.
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Requisitos de la Demanda
De acuerdo con el artículo 86 del Código, los requisitos invocables son los siguientes:
1. La designación de la Sala ante quien se interpone.
2. La identificación del demandante y su domicilio.
3. La denominación precisa de la norma y el domicilio del órgano emisor
4. El petitorio, que comprende la indicación de la norma o normas constitucionales
y/o ilegales que se suponen vulneradas
5. Copia simple de la norma objeto del proceso precisando el día, mes y año de su
publicación.
6. Los fundamentos en que se sustenta la pretensión
7. Escrito de demanda, que debe contener la firma del demandante o de su
representante o de su apoderado, y la del abogado. A diferencia de la normativa
anterior, no se admite el control previo de las normas.
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además que la contestación debe cumplir con los mismos requisitos de la demanda en lo
que corresponda.
Según lo dispuesto por el artículo 2 del Código, la Sala señalará día y hora para la vista
de la causa dentro de los días posteriores a la contestación de la demanda o vencido el
término para hacerlo. En esa vista los abogados de las partes (y no las partes) pueden
informar oralmente.
La ampliación del plazo de cinco a diez días se justificaría en razón de que ya no
interviene el Fiscal Superior10 , omisión que no considero adecuada, toda vez que el
artículo 159 inciso 1 de la Constitución Política establece como una de las atribuciones
del Ministerio Público la de promover de oficio, o a petición de parte, la acción judicial
en defensa de la legalidad y de los intereses públicos tutelados por el Derecho. Esta es la
razón por la cual, la Primera Disposición Complementaria de la Ley Procesal de la
Acción Popular, norma hoy derogada, establecía que si los jueces y fiscales en el
ejercicio de sus funciones adviertan normas administrativas que sean incompatibles con
la Constitución o, las leyes, deben dar cuenta al Fiscal de la Nación para que éste, previa
evaluación, disponga la interposición de la respectiva demanda de acción popular.
Apelación o Consulta ante la Sala Constitucional y Social, como órgano judicial de
control constitucional.
A la Sala Constitucional y Social de la Corte Suprema, el Código Procesal
Constitucional, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 35 inciso 5 del Texto
Único Ordenado del Poder Judicial, le otorga la delicada tarea de ser el órgano que
uniformice las interpretaciones de la Constitución y también de la ley. Esta sala deviene
entonces en el órgano especializado y último intérprete de las normas como
reglamentos, normas administrativas y resoluciones de carácter general, si éstas
infringen la Constitución y la ley. Esta tarea también se realizada por esta sala cuando
absuelve las consultas en aquellos supuestos en donde se haya aplicado control
difuso.11
Luego de emitida la sentencia por la Sala Superior dentro de los diez días posteriores a
la fecha de la vista, el Código establece que procede recurso de apelación (artículo 93) ,
el cual contendrá la fundamentación del error. El plazo para interponer el recurso es
dentro de los cinco días siguientes a su notificación.
El trámite a seguir en segunda instancia se encuentra establecido en el artículo 93.
Recibidos los autos, la Sala Constitucional y Social de la Corte Suprema dará traslado
del recurso concediendo cinco días para su absolución y fija día y hora para la vista de
la causa en la misma resolución12, las partes, dentro de los tres días siguientes de
10
En igual sentido el Ministerio Público ya no participa en los procesos de amparo, conforme a la
normativa vigente. Sin embargo, de manera contradictoria los legisladores establecen la intervención del
Fiscal Superior en el procedimiento cautelar, conforme a lo dispuesto en el artículo15 párrafo tercero del
Código.
11
Artículo14 del Texto Único Ordenado de la Ley Orgánica del Poder Judicial
12
A diferencia de lo que establecía la Ley, donde se señalaba que, recibidos los autos, la Sala mandaba
ponerlos en Secretaría a disposición de las partes por el término de cinco días simultáneos, y que, vencido
éste, se pasaban los autos al Fiscal Supremo para que emita dictamen en un plazo no mayor de diez días,
luego de lo cual se señalaba día y hora para la vista de la causa, dentro de los cinco días posteriores a la
recepción del mismo.
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Algunos autores consideran que resulta incongruente que la acción popular siga siendo
competencia de la justicia ordinaria, tarea que le corresponde al Tribunal Constitucional. Es el
caso de César Landa, para quien si bien la Acción popular podría tramitarse en sede judicial,
debería en última instancia ser resuelta por el Tribunal, a fin de integrar las decisiones
judiciales dentro de la supremacía de interpretación de la Constitución a cargo del Tribunal
Constitucional. Ver al respecto, LANDA ARROYO, César. Teoría del Derecho Procesal
Constitucional. Lima, Palestra, 2003, pág. 150.
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Sentencia del Tribunal Constitucional N° 1680-2005-PA/TC. Fj. 9
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En cuanto a los caracteres de la cosa juzgada, en nuestro medio el Tribunal Constitucional tiene
establecido que "La sentencia que adquiere calidad de cosa juzgada tiene dos atributos esenciales: es
coercible y es inmutable. La sentencia es coercible, ya que puede ser ejecutada compulsivamente en
caso de eventual resistencia del obligado, como lo señala el artículo 715° del Código Procesal Civil, y es
inmutable, porque ningún juez podrá alterar los efectos del fallo ni modificar sus términos, salvo las
excepciones a que se refieren los artículos 178° y 407° del acotado". Expediente N ° 1546-02-AA/TC
(Caso Luis Carlos Vicente Patroni Rodríguez, sentencia del 28 de enero de 2003). Por otro lado, conviene
tener presente que en doctrina se considera a la inimpugnabilidad como un tercer atributo de la cosa
juzgada.
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Norma en mérito a la cual la Corte Suprema ha emitido diversos pronunciamientos. Es el caso de la
Ejecutoria Suprema del 23 de octubre de 1998, recaída en el expediente N° 165-98, sobre la acción
popular entablada por Carlos Miranda Aspajo contra la Municipalidad de Jesús María, a fin de que se
declare inaplicable el Decreto de Alcaldía N° 012-96 /MJM, del 1 de abril de 1996.
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omisión, jueces y juezas indudablemente pueden puede aplicar el principio iura novit
curia, toda vez que el inciso 4 del artículo 86 del Código establece que en el petitorio se
debe indicar la norma o normas que se suponen vulneradas. Puede entonces darse el
caso que se haya omitido la invocación del precepto constitucional o legal que se
supone vulnerado, o que éste se haya invocado erróneamente.
En estos casos, y recurriendo a este principio general del Derecho, establecido además
en el artículo VIII del Código, en el proceso de acción popular es posible que el órgano
jurisdiccional fundamente la inconstitucionalidad o ilegalidad de la norma, sin que la
aplicación de este principio implique atentar contra el principio de congruencia. Ello en
mérito a que los nuevos preceptos a los cuales se hace referencia deben tener una
relación con la pretensión. De lo contrario asistiríamos a una modificación de la
pretensión que terminaría por transformarla en una nueva, situación que no debería ser
una competencia asignada a quien debe resolver el proceso de acción popular.
1.3.6.6 Mecanismos de articulación entre la Jurisdicción Ordinaria y
la Jurisdicción Constitucional
La coexistencia en el Perú de elementos provenientes de dos sistemas de control de
constitucionalidad existentes en el Derecho Comparado, unida a la particularidad de
que el control concentrado de normas de carácter general con grado inferior a la ley es
una atribución exclusiva del Poder Judicial, determina la necesidad de establecer
mecanismos de articulación entre la jurisdicción ordinaria y la jurisdicción
constitucional, por lo menos en este punto en particular. Uno de ellos se encuentra
previsto en el segundo párrafo del artículo VI del Título Preliminar del Código Procesal
Constitucional, donde se consigna lo siguiente: "Los jueces no pueden dejar de aplicar
una norma cuya constitucionalidad haya sido confirmada en un proceso de
inconstitucionalidad o en un proceso de acción popular".
De este modo, lo que se está diciendo es que los Jueces no pueden inaplicar vía control
difuso normas cuya constitucionalidad ha sido establecida en un proceso concentrado,
directo y de control normativo como el proceso de Acción Popular.
Otro mecanismo de articulación se encuentra recogido en el artículo 80 del Código
Procesal Constitucional. Allí se señala que los jueces deben suspender la tramitación de
los procesos de acción popular sustentados en normas respecto de las cuales se ha
planteado demanda de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional, hasta que en
dicho Tribunal se expida resolución definitiva19. Estamos pues ante mecanismos de
articulación que deben tener como única finalidad se logren los objetivos que motivan la
existencia de los diferentes procesos constitucionales: la supremacía de la Constitución
y la vigencia efectiva de los derechos consagrados en la misma.
19
Disposición similar era la recogida en el último párrafo del artículo 21 de la Ley ya derogada, que disponía que el
trámite del proceso de acción popular se suspende en el caso previsto el artículo 39 de la Ley N° 2643 5, Ley Orgánica
del Tribunal Constitucional, donde se establecía que: "Los jueces suspenden la tramitación de los procesos de acción
popular sustentados en normas respecto de las cuales se ha planteado demanda de inconstitucionalidad ante el
tribunal, hasta que éste expida resolución".
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UNIDAD N° 2
Relaciones entre la aplicación de la
Constitución por el Poder Judicial y
su aplicación por el Tribunal
Constitucional
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2. ¿Cuál es el nivel de relación entre un precedente del Poder Judicial y uno del
Tribunal Constitucional?
3. ¿Se admite en el Derecho comparado alguna actuación del juez ordinario más allá
de la mera aceptación de un precedente? ¿Cabe en el Derecho comparado la
discrepancia con un precedente?
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Debe anotarse también como en el caso peruano, si bien el Congreso suele ser visto
como el intérprete vinculante ordinario de la Constitución (después de todo, al
corresponderle dictar las leyes, tiende a ser el primero que va a efectuar una
interpretación vinculante del texto Constitucional), su interpretación vinculante puede
ser revisada y hasta dejada de lado por pronunciamientos emitidos por entidades de
naturaleza jurisdiccional como el Poder Judicial o el Tribunal Constitucional. Se repite
entonces aquí también lo que actualmente es una constante a nivel mundial: encomendar
a los jueces (zas) ordinarios (as) o a los (as) jueces constitucionales (dónde estos
existan) el rol de intérpretes de cierre o últimos vinculantes.
Finalmente, y sea cual fuese nuestra posición al respecto, oportuno será también dedicar
líneas a buscar determinar cuáles son aquellos presupuestos reputados como necesarios
para un cabal desarrollo de la labor de Juez (as) Constitucional, actor hoy central dentro
de las tareas interpretativas aquí descritas. Demos pues una rápida mirada a todos estos
temas para así contar con algunos necesarios elementos para la reflexión y la acción
sobre el particular.
2.1.2 Interpretaciones vinculantes y no vinculantes de la Constitución. La
opción por privilegiar interpretaciones provenientes de entidades con
fisonomía jurisdiccional.
Independientemente de cuál es nuestra percepción de lo que implica la interpretación
jurídica en general y la interpretación Constitucional en particular, lo cierto es que todos
(as) nosotros (as), al leer el texto de una Constitución, o al tratar de actuar conforme con
sus parámetros, estamos interpretándola. Ahora bien, y por muy bien intencionada y
fundamentada que sea dicha interpretación, no toda interpretación dentro de un Estado
determinado tiene la misma obligatoriedad.
Y es que ante la gran disparidad de repuestas que pueden generarse desde la
interpretación de una norma o situación, en aras de una mayor predictibilidad,
transparencia y seguridad jurídica, todo ordenamiento jurídico le va a reconocer a la
interpretación realizada por determinados organismos, órganos y personas una
obligatoriedad frente a otros (as), o, dicho de otra forma, efecto vinculante. Dicho efecto
vinculante puede tener un alcance inter partes (solamente es exigible a quienes
configuraron la controversia que si está buscando resolver) o erga omnes (trasciende a
una eventual situación concreta y es aplicable a todos los otros casos que pudiesen
presentarse en ese mismo sentido), pero siempre apuntará a tener a funcionarios(as) con
atribuciones de naturaleza jurisdiccional como intérpretes finales de sus Constituciones
en sus diversos ordenamientos jurídicos.
Mucho es lo que se ha escrito sobre el particular en un tema que hasta hoy sigue
generando polémica, y entrar en el detalle de lo discutido en ese contexto sobrepasa con
creces las dimensiones del presente trabajo. Sin embargo, la argumentación para
responder a las críticas existentes, y finalmente que ha primado en el tratamiento de
esta materia, es aquella que comienza a esbozarse desde lo resuelto por la Suprema
Corte Federal Norteamericana en “Marbury versus Madison”: y es que si la
Constitución es una norma jurídica ( la norma jurídica suprema y una norma llena de
particularidades, pero norma jurídica al fin y al cabo), y busca dar legitimidad y
encuadramiento bajo parámetros jurídicos al quehacer social, político y económico
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dentro de un Estado determinado, quien mejor que un juez ( quien interpreta, actúa y
resuelve conforme a Derecho) para precisamente comprender los alcances de dicha
Constitución, y constatar si se está desarrollando la más relevante actividad jurídica,
política, social y económica al interior de dicho Estado conforme a lo prescrito en
aquella norma, o lo que puede inferirse de la misma.
2.1.3 El nuevo rol del juez(a) constitucional y el debate sobre si pueden
establecerse límites a su accionar
Luego de todo lo aquí ya expuesto, y con mayor razón si se revisa lo que viene a
continuación en este mismo material o se conoce lo que actualmente está discutiéndose
en el Perú y a nivel mundial al respecto, fácilmente puede comprobarse como el rol del
juez o jueza constitucional (sea éste un juez(a) ordinario(a) o integre nuestro Tribunal
Constitucional) ha cambiado drásticamente en estos últimos años.
Y es que, lejos del “legislador negativo” en su momento propuesto por Hans
Kelsen, hoy el juez(a) constitucional, tanto en los Estados Unidos de América como en
buena parte de Europa continental, juega un papel completamente distinto. Esta en
algún caso reformulación de sus tareas (el escenario europeo), y en otro apuntalamiento
de las mismas (el contexto norteamericano) es consecuencia en buena medida de que la
Constitución, hoy casi siempre un texto plagado de disposiciones formuladas como
principios, y además, cargadas de conceptos y tomas de posición sobre diversos temas,
es parámetro de validez formal y parámetro de validez material de todo ordenamiento
jurídico; y además, busca ser pauta de encuadramiento para el ejercicio del poder
político en una sociedad determinada.
En ese contexto entonces, el juez(a) constitucional pasa, en base a los principios
y valores recogidos en la Constitución de su país, a orientar el desarrollo de diversas
políticas públicas y a establecer cómo debieran comprenderse los diferentes aspectos
que configuran un ordenamiento jurídico determinado, desempeñándose en ocasiones
por ello como un legislador complementario, o marcando pautas, ya sea sobre la
actuación de una autoridad, o acerca de la manera en que debe entenderse clara
intención de intervenir ya no solamente orientando la comprensión sobre cómo generar
Derecho y entender la normativa ya existente, sino también acerca de cómo una
disposición debe ser comprendida para ser todavía conforme a la Constitución (en este
sentido, por ejemplo, se encuentra el uso de las denominadas “sentencias
interpretativas”).
El juez (a) constitucional es hoy, más que un controlador (a), un intérprete que le da
sentido a la normativa de su país (o, de acuerdo con otra visión de las cosas, encuentra
el sentido de ella), dentro de lo que se ha dado en llamar la “constitucionalización del
Derecho”; e inclusive busca otorgar un cauce al que hacer de la clase política de un
Estado determinado (la apuesta por la “constitucionalización de la política”), siendo más
bien un tema de debate en la actualidad el de cómo controlarle cuando incurre en un,
usando términos del destacado jurista argentino Augusto Mario Morello,
“hiperactivismo judicial”. Necesario es eso si acotar que esta consolidación de este rol
para el juez (a) constitucional es consecuencia del desarrollo de un cierto contexto, y no
solamente a nivel jurídico, sino también en el plano social, político y económico.
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Sin embargo, oportuno es anotar como esta comprensión del tema y su justificación hoy
viene siendo puesta en entredicho. Ello en mérito a varios factores: hoy, en primer
término, se admite el carácter normativo de la Constitución y el sometimiento de los
parlamentarios y sus leyes a esos parámetros. Además, actualmente el escenario político
y social es muy distinto a aquel entonces existente.
De otro lado, y yendo ya a otro plano de argumentación, es muy discutible admitir que
existen respuestas “correctas” o “adecuadas” a la hora de interpretar una ley, y es más
discutible todavía que esa interpretación “correcta” sea aquella emitida por la entidad
que dictó dicha norma, máxime si el proceso de la configuración de muchas leyes en
cualquier parlamento es más producto de una negociación que de una unánime toma de
posición; o cuando en muchos otros casos la interpretación solicitada al Parlamento se
formula en un momento en que las personas que lo conforman no son las mismas que
aprobaron la disposición que hoy se pide interpretar.
Por todo ello, actualmente el concepto de interpretación “auténtica” y su vocación
excluyente se encuentran fuertemente cuestionados. Ahora bien, y si el mismo sentido
del concepto hoy es discutido (por no decir que se bate en retirada), cierto es que la idea
de una interpretación auténtica de una Constitución (o de alguno de sus preceptos) se
hace todavía más difícil de sustentar, cuando no imposible.
Explicito pues el sentido de esta última afirmación: y es que si con la interpretación
auténtica se busca un pronunciamiento vinculante de quien aprobó una norma, aquello
difícilmente podrá materializarse en el caso de una Constitución, la cual, como todos
sabemos, es producto de la labor del Poder Constituyente. Y como también es de
conocimiento general, el Poder Constituyente, una vez cumplida su labor de dar o
aprobar una constitución, se disuelve, ocurriendo en algunos casos que quienes fueron
los encargados (as) de ejercerlo se convierten en integrantes de algún Poder Constituido,
manteniendo así función pública, más no contando con la calidad que le permita ejercer
una interpretación auténtica de la Constitución, aun cuando si una de carácter
vinculante.
2.1.5 Ideas de cierre de este apartado
Como bien puede apreciarse, todos aplicamos e interpretamos la Constitución. Sin
embargo, y sin soslayarla relevancia de la interpretación vinculante misma que hace el
legislador, rápidamente puede comprenderse el peso específico de la interpretación y
aplicación confiada a un juez(a), sea éste(a) integrante de la judicatura ordinaria o
miembro de un Tribunal Constitucional.
Ahora bien, y como aquí ya se adelantó, esta pluralidad de intérpretes, si no se maneja
con cuidado, puede ser el punto de partida para inconvenientes y desencuentros
interinstitucionales que hay que tratar de evitar entre quienes, repito, cuentan con
importantes responsabilidades en la interpretación y aplicación de la Constitución.
En el siguiente apartado de este mismo texto veremos como ya se ha planteado alguna
situación conflictiva sobre el particular, la cual es bueno conocer, esperando se pueda
revertir.
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cada vez más relevante la necesidad de determinar cuáles son los alcances de la
vinculatoriedad dada a sus diferentes resoluciones, sobre todo cuando marcan la
interpretación de una serie de actos y normas conforme a la Constitución vigente y los
valores que la sustentan.
Por ello, en el artículo siete del Título Preliminar del Código Procesal Constitucional se
establece formalmente la existencia de precedentes constitucionales, fórmula distinta a
la de la denominada doctrina jurisprudencial, consagrada en el artículo seis del ya
mencionado Título Preliminar del Código Procesal Constitucional. Frente a lo expuesto,
el supremo intérprete de la Constitución peruana de 1993 emitirá una sentencia de corte
instructivo, la dictada en el caso “Municipalidad Distrital de Lurín”. Allí establecerá,
entre otros aspectos, qué elementos deben configurar a todo precedente; las condiciones
y presupuestos que deben darse para configurar un precedente; las pautas a seguir para
cambiar un precedente; y, finalmente, los alcances del denominado prospective
overruling o precedente con eficacia prospectiva o diferida.
Ahora bien, y como veremos luego, el Tribunal Constitucional no solamente no cumplió
las pautas que él mismo estableció en “Municipalidad Distrital de Lurín” para regular el
uso del precedente constitucional, sino que hizo un uso excesivo de esta institución, uso
que por cierto respondió a diversas finalidades, pudiendo destacarse entre ellas la de
convertir al precedente constitucional en el medio empleado para consagrar el margen
de acción que el propio Tribunal se auto habilitaba frente a las labores desempeñadas
por otros organismos u órganos estatales.
Esta actuación del Tribunal, como bien puede suponerse, ha generado adhesiones, pero
también significativas preocupaciones y críticas. Ante ello, este importante colegiado
buscó, de una parte, precisar cuáles son en su opinión los alcances de un precedente
constitucional, distinguiéndole de figuras como las interpretaciones vinculantes, la
doctrina jurisprudencial o el precedente judicial. Además de aquello, el Tribunal
buscará establecer algunos límites al uso del precedente.
Ahora bien, y a pesar de este esfuerzo, la percepción más generalizada fue la de que
continuó haciéndose una utilización excesiva de esta institución, tendencia frente a la
cual recién con su pronunciamiento emitido en el caso “Provías Nacional”, el Tribunal
Constitucional peruano donde comienza a esbozar una línea distinta de pensamiento al
respecto. Pasaré entonces a explicar la evolución de todo este complejo proceso, para
luego hacer algunos comentarios sobre el actual estado de cosas al respecto, tarea que
iniciaré de inmediato.
2.2.1. La primera plasmación formal del precedente constitucional en el
Perú: el caso “Municipalidad Distrital de Lurín”: sus alcances,
imprecisiones y el camino seguido luego de su emisión.
En su intención de ir consolidando su a todas luces relevante papel institucional, el
Tribunal Constitucional peruano comenzó a emitir pronunciamientos que, sin
necesariamente constituir precedentes, estaban destinados en gran medida a orientar, a
partir de un caso concreto, cómo debieran comprenderse los alcances de una figura o
institución contenida o vinculada con el caso que en particular viene analizando.
Estamos aquí ante las denominadas “sentencias instructivas”, instrumentos que el alto
Tribunal ha utilizado en forma reiterada. En esa línea está, por ejemplo, lo resuelto en el
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modificárseles, y, en cualquier caso, cuáles son los efectos (tanto a nivel personal como
en el plano temporal) de dichos precedentes.
De acuerdo pues con lo señalado por el Tribunal Constitucional peruano en
“Municipalidad Distrital de Lurín”, precedente sería aquella regla jurídica expuesta en
un caso particular y concreto, la cual va a establecerse como pauta general, y por lo
mismo, deviene en parámetro normativo para la resolución de futuros casos de
naturaleza análoga. Su objeto u objetivo sería, por un lado, asegurar predictibilidad,
orden y coherencia de la jurisprudencia del mismo Tribunal; y de otro, consolidar su rol
y su papel normativo. Por ello, si aplicamos aquí las categorías utilizadas para analizar
los alcances y objetivos considerados como propios del precedente en los Estados
Unidos de Norte América, lo expuesto parece inscribirse dentro de lo que Carl Sunstein,
junto con otros autores, ha denominado postura maximalista.
Como es de conocimiento general, las posturas maximalistas apuntan a resolver
cuestiones jurídicas controvertidas de modo abstracto y general, sin atender en forma
detallada a las particularidades fácticas que rodean el caso. El caso resuelto solamente
sirve para ilustrar una de las posibles materializaciones de las reglas a aplicarse, y por
ende, aquí bien podrían plantearse los reparos que habitualmente se efectúan en esa
perspectiva (la generalidad de sus formulaciones, las cuales, además de poder resultar
demasiado imprecisas para responder a la complejidad fáctica o moral del tema que
aborda, tiende a facilitar una vulneración de lo allí descrito; y la dificultad existente para
lograr consensos al respecto, máxime si se trata de una decisión a tomarse dentro de un
órgano colegiado), cuestionamientos que, por cierto, convendría no perder de vista.
A continuación, el Tribunal Constitucional peruano, consecuente con su intención por
elaborar una sentencia instructiva, anotará cuáles son los elementos que configuran todo
precedente. Allí incluye a la razón declarativa-axiológica; la razón suficiente o ratio
decidendi (el holding en términos norteamericanos); la razón subsidiaria o accidental,
obiter dicta o dictum; la invocación perceptiva; y, finalmente, la decisión, decissum o
fallo.
Se denominará razón declarativa axiológica a aquella parte del precedente
constitucional en la cual se incluyen las reflexiones o juicios que el o los (las)
juzgadores (as) asumen como referidas a los valores y principios contenidos en la
misma Constitución, reflexiones o juicios que le permitirán luego justificar la opción
que escojan. Por otro lado, se entenderá por razón suficiente a la parte medular de la
argumentación de una sentencia, la formulación general del razonamiento que permite a
juzgadores (as) resolver como finalmente lo hacen.
Dicho en otras palabras, la ratio decidendi es la parte del precedente donde se expone el
principio o regla jurídica que constituirá la base de la decisión específica a adoptarse, su
fundamento jurídico. Puede estar expresamente planteada; inferírsele de analizar la
decisión tomada; o ser consecuencia de una revisión, ya sea de las situaciones fácticas
relacionadas con esa decisión, o del contenido de las decisiones argumentativas que le
permitirán construir ese pronunciamiento.
En cambio, se habla de dicta, obiter dicta, dictum, razón subsidiaria o razón accidental,
cuando nos referimos a aquel aspecto del precedente donde se ofrecen reflexiones,
acotaciones o apostillas que, no siendo centrales o imprescindibles para fundamentar la
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podía entusiasmar a algunos pensando que estábamos ante un escenario más garantista
de los derechos, llevó más bien a situación de frustración del justiciable y una mayor
crisis en la credibilidad del sistema de justicia peruano.
Y es que los plazos y las articulaciones procesales previstas para el Amparo peruano,
proceso de tutela urgente con estructura procesal de corte sumario, no permitían analizar
a cabalidad algunas de las pretensiones que se le pedía atender, pretensiones cuya
acreditación demandaba una actividad jurisdiccional más propia de medios procesales
con una configuración diferente. En este escenario, o no se cumplían con los plazos
previstos en las normas entonces vigentes, o, incluso cumpliéndose con dichos plazos,
una controversia de este tipo bien podría terminar con un pronunciamiento judicial
declarando improcedente lo que en su momento se solicitó, sin importar muchas veces
demasiado las expectativas que en el interín pudiesen haberse generado en los
justiciables al respecto.
En cualquiera de estos casos, lo que se resentía es la legitimidad de un elemento central
para el fortalecimiento de todo Estado Constitucional que se precie de serlo: el de la
obtención de una correcta impartición de justicia. Es ante ello que en el Código Procesal
Constitucional uno de los temas que más se busca abordar es justamente el del
tratamiento de la procedencia de las demandas en los procesos de la denominada
“Jurisdicción Constitucional de la libertad” en general y, en las de Amparo en
particular, tema de gran interés, pero cuyo análisis en detalle rebasa ampliamente las
dimensiones del presente trabajo.
Dos son las precisiones con respecto a la procedencia de las demandas de Amparo
introducidas por el Código Procesal Constitucional a las cuales consideramos
indispensable hacer aquí explícita mención. La primera de ellas está relacionada a que
debe, de aquí en adelante, pasarse a entender al Amparo como un proceso subsidiario o
residual, al cual solamente se recurrirá si no se cuenta con una vía igualmente
satisfactoria dentro de los medios considerados como ordinarios para la tutela de
Derechos Fundamentales, o si esta vía no es idónea. La segunda se relaciona con la
especificación de que los hechos y el petitorio de la demanda deben estar referidos en
forma directa al contenido constitucionalmente protegido del derecho invocado.
La puesta en vigencia del Código Procesal Constitucional, sobre todo si incluye
disposiciones como la que acabo de reseñar, obligaba sin duda a que el Tribunal
Constitucional peruano tomase una clara postura al respecto. Además, y tratándose de la
tutela de Derechos Fundamentales, la ocasión era propicia para que el intérprete
supremo de la Constitución peruana asuma como propios y en forma indubitable ciertos
puntos de vista, los cuales probablemente no le permitirán de inmediato configurar una
Teoría General sobre Derechos Fundamentales, pero por lo menos sí le harán posible
establecer parámetros de predictibilidad sobre temas de innegable relevancia.
El Tribunal Constitucional peruano entendió cuál era el reto, y emitió una sentencia en
la que trata de afianzar una sola postura coherente y consistente sobre diversos tópicos
vinculados con los diferentes Derechos Fundamentales, y a la vez, reorientar el uso del
Amparo para evitar los excesos hasta en ese momento existentes en su interposición.
Ahora bien, necesario es anotar cómo en nuestra opinión lo planteado para alcanzar este
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objetivo no fue necesariamente lo más adecuado en ese sentido En todo caso, oportuno
es tener presente como el caso que fuese escogido para acometer ese reto fue el
presentado por Manuel Anicama Hernández, proceso recogido en el expediente número
1417-2005-AA/TC, y que someramente analizaré de inmediato.
Notas sobre lo resuelto en el caso “Anicama”
Aprovechando de que venía siendo puesto en sus manos un caso más bien típico de
aquellos vinculados a materia pensionaria que sobrecargaban la labor de nuestro
Tribunal Constitucional, dicha institución, y con carácter de precedente vinculante, se
pronunciará para establecer criterios sobre procedencia de aquellas demandas de
Amparo que versen sobre materia pensionaria; y además, para incidir en el trámite de
demandas de Amparo en giro (opción que se reclama expresión de la ya admitida
posibilidad de contar con pronunciamientos con eficacia prospectiva, y que en mérito a
ello, otorga efecto vinculante tanto para los jueces que conocen procesos de Amparo
como para los juzgadores ordinarios a los cuales, como veremos luego, se les asume
competentes para conocer demandas contencioso-administrativas).
Así es como en este proceso nuestro Tribunal Constitucional, además de fijar su
concepto de Derechos Fundamentales , reconocer a la dignidad como el presupuesto
jurídico de esos diferentes Derechos , el alcance de esos Derechos, donde incluso se
recoge a los implícitos o no enumerados , la distinta eficacia de los Derechos
Fundamentales , cuándo estamos frente a Derechos Fundamentales de configuración
legal , la estructura de los Derechos Fundamentales y algunas consideraciones sobre
seguridad social o el derecho a la pensión , temas sin duda de innegable relevancia, va a
establecer su posición sobre cuándo procede interponer una demanda de Amparo en
defensa de los derechos puestos bajo su tutela.
Plantearse responder preguntas de este tipo, seamos sinceros, hubiese sido impensable
antes de la dación del Código Procesal Constitucional, pues en un escenario de Amparo
alternativo y de muy amplia procedibilidad de las demandas emprender ese tipo de
reflexiones hubiese resultado en los hechos asumir una tarea con muy poca relevancia
práctica. Sin embargo, debe tenerse presente que el debate planteado en este caso no
estuvo vinculado a evaluar si habían o no vías igualmente satisfactorias que iniciar antes
de recurrir al Amparo. Tampoco fue esta la ocasión para determinar, ya proyectándose
exclusivamente a lo previsto en el escenario peruano, qué nos permite señalar el
encontrarnos ante una vía igualmente satisfactoria. Lo discutido en este caso fue el
determinar cuál sería el contenido constitucionalmente protegido del derecho aquí
implicado, o, dicho de otra manera, por determinar cuáles aspectos de ese derecho en
puridad debieran ser directamente tutelados mediante Amparo.
Acto seguido, el Tribunal Constitucional peruano va a identificar contenido
constitucionalmente protegido con el contenido esencial de un derecho, sin
corresponderme aquí determinar si ello se hizo en clave de lo que doctrinaria y
jurisprudencialmente se ha denominado la teoría absoluta del contenido esencial, o si,
en la línea de lo sostenido por algunos miembros del Tribunal, en este caso se ha
optado más bien por la denominada teoría institucional del contenido esencial. Lo
cierto es que, por lo menos para efectos de este caso, se asume una lectura del concepto
contenido esencial mediante la cual todo derecho tendría un núcleo intangible para
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quien tenga autoridad, sobre todo si se trata de un legislador. Ese núcleo, de acuerdo con
una pauta establecida hace mucho tiempo por instituciones como el Tribunal
Constitucional español , se determina recurriendo a la naturaleza jurídica del derecho
implicado así como a los intereses involucrados con el ejercicio de ese mismo derecho.
No siendo éste el espacio para analizar los reparos que me merece esta técnica , valga
eso si esta oportunidad para explicitar mi preocupación sobre como una propuesta de
análisis caso a caso (a lo que por cierto apunta el buscar determinar el contenido
constitucionalmente protegido de algún derecho) es en este caso dejada de lado y
sustituida por el establecimiento de una suerte de tabla o plantilla que,
independientemente de sus bien intencionadas motivaciones, impedirá en los hechos el
acceso de muchísimos casos al Tribunal Constitucional. La opción aquí asumida por el
Tribunal Constitucional resultará a todas luces restrictiva del uso del Amparo, situación
distinta a la existente hasta ese momento, y que por cierto de alguna manera habría sido
promovida por cierto activismo en la actuación de ese Alto Tribunal. Y, lo que es tal vez
lo más polémico, es que esta nueva comprensión es planteada y aprobada como
precedente vinculante.
Sin embargo, lo más significativo es tal vez lo que todavía no he explicado. Y es que
otorgándole carácter vinculante a lo que señalaré a continuación , en esta misma
sentencia el Tribunal Constitucional peruano establece que toda demanda de Amparo
que haya sido presentada o se encuentre en trámite, incluso ante el mismo Tribunal
Constitucional, deberá ser declarada improcedente si no versa sobre el contenido
constitucionalmente protegido del derecho fundamental a la pensión .
Acto seguido, e invocando su función de ordenación, el Tribunal Constitucional
peruano pasa a determinar cuál es la vía judicial idónea para ventilar aquellas
pretensiones que ahora decidió no considerar revisables en sede constitucional,
otorgándole esa condición, sin mayor fundamentación al respecto, a los procesos
contencioso-administrativos. Luego de ello, establecerá “Reglas procesales aplicables a
las demandas de Amparo en trámite que sean declaradas improcedentes como
consecuencia del precedente vinculante contenido en esta sentencia” , también
declaradas obligatorias tanto para los jueces que tenían procesos de Amparo en trámite
como para aquellos otros juzgadores que luego resulten competentes para conocer
demandas contencioso- administrativas .
De acuerdo con estas reglas, las demandas en trámite, repito, incluso ya ante el mismo
Tribunal Constitucional, luego de ser declaradas improcedentes, deberán ser remitidas al
juzgado de origen (el juez constitucional, o en su defecto, el juez civil encargado de
merituar el proceso de Amparo en primer grado), quien remitirá los actuados al juez
encargado de lo contencioso-administrativo, donde exista esa especialidad, o los actuará
el mismo, si en su circunscripción no existen jueces especializados en el proceso
contencioso-administrativo .
En cualquier caso, los juzgadores a los cuales acabo de referirme deberán hacer todo lo
necesario para adecuar la situación puesta en su conocimiento al trámite propio de un
Proceso Contencioso-Administrativo, recurriendo incluso a la aplicación del principio
de favorecimiento del proceso (en la duda, preferible es tramitarle como Proceso
Contencioso-Administrativo) , salvo en los casos que siendo indispensable el
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agotamiento de una vía administrativa ello no haya sido efectuado, situaciones en las
cuales deberá previamente cumplirse con ese requerimiento si se quiere luego poder
interponer una demanda contencioso-administrativa .
Visto lo resuelto en “Anicama”, indudablemente lo primero que uno se pregunta si toda
esta redistribución del despacho en trámite realmente favorece al justiciable que
buscaba amparo a sus derechos, y si esta alternativa, con la cual el Tribunal
Constitucional peruano se descongestionaba de buena parte de la carga procesal que su
propio activismo había motivado, no resulta atentatoria del pleno ejercicio de algunos
Derechos Fundamentales por ciertos justiciables. Cabría preguntarse también si, en la
lógica de de corrección funcional propia del Estado Constitucional, esta orientación
efectuada por el supremo intérprete de la Constitución peruana no implicaría más bien
una cierta interferencia en competencias que debieran ser propias de la judicatura
ordinaria, encubierta en este caso en un uso de la técnica de eficacia prospectiva en
algunas sentencias.
n cualquier caso, una primera sensación que genera aquello que acabo de reseñar es la
de que alternativas procesales como las aquí descritas no tendrían en principio mucho
que ver con las situaciones para las cuales se pensó la técnica del precedente, así como
todas las consideraciones planteadas desde “Municipalidad Distrital de Lurín” para
finalmente establecer un precedente constitucional. En el Perú es sin duda muy
importante establecer criterios o pautas de interpretación, siempre y cuando luego
hagamos esfuerzos por ceñirnos a ellas, y sobre todo, no sobrepasemos lo que
constitucional o legalmente se ha establecido como nuestro marco competencial.
Y es que la peor impresión que puede proyectar en la opinión pública el supremo
intérprete de la Constitución es la de vérsele identificado con actuaciones poco
vinculadas con la tutela de los Derechos Fundamentales, fin último de esa Constitución
y de cualquier Estado Constitucional que se precie de serlo. Estamos pues ante
situaciones donde convendría desenvolverse con una mayor precaución y cuidado que el
asumido en otros procesos
Ahora bien, no es Anicama el único caso donde puede apreciarse ese cambio de línea de
acción. Algo similar puede anotarse revisando lo resuelto en “Maximiliano Villanueva”
sobre el proceso de cumplimiento, o en “Baylón” en función a los alcances del Amparo
residual, temas que veremos a continuación.
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medio procesal, siendo entonces claro que si existe una vía procesal ordinaria
igualmente satisfactoria, deberá agotarse esa alternativa antes de recurrir al Proceso de
Cumplimiento .
Ante la prácticamente total superposición de pretensiones existente entre el actual
Proceso Contencioso Administrativo y el Proceso de Cumplimiento, se hacía necesario
determinar si el primero de los mencionados es una vía igualmente satisfactoria del
segundo; y además, incluso justificar la misma pertinencia del Proceso de
Cumplimiento peruano, el cual, en nuestra modesta opinión, asume roles que bien ser
efectivamente atendidos por Procesos Contencioso Administrativos . Justamente esos
polémicos temas, junto a otras materias, serán abordados por el Tribunal Constitucional
del Perú en su sentencia ante el caso “Maximiliano Villanueva Valverde” (Expediente
número 0168-2005-PC/TC), con un pronunciamiento al cual el mismo Tribunal, y de
allí su relevancia para el presente trabajo, le ha dado carácter de precedente vinculante.
En esta sentencia, luego de efectuar al pasar algunos novedosos comentarios sobre la
naturaleza jurídica del proceso de Cumplimiento , esa importante instancia
jurisdiccional pasa a señalar, aquí si con carácter de precedente vinculante, que la
diferencia sustantiva entre los procesos de Cumplimiento y los Contencioso
Administrativos radicaría en el tipo de mandato incumplido por el funcionario o
autoridad de la Administración Pública, además de alguna particularidad de naturaleza
más bien procesal.
Dirá entonces que para el cumplimiento de una norma legal, la ejecución de un acto
administrativo o una emisión de una resolución sean exigibles por Proceso de
Cumplimiento, se deberá acreditar, además de la renuencia de la autoridad o
funcionario involucrados, que el mandato contenido en los supuestos recientemente
reseñados sea uno vigente, cierto y claro (debe inferírsele indubitablemente de la
norma legal o del acto administrativo involucrados), no estar sujeto a controversia
compleja ni a interpretaciones dispares, ser de ineludible y obligatorio cumplimiento ,y
ser incondicional .Si lo que se incumple es un acto administrativo, se pedirá
adicionalmente el que en estos actos se reconozca un derecho incuestionable del
reclamante y se permita individualizar el beneficio .
Señala además el Alto Tribunal, básicamente en el fundamento jurídico diecisiete de la
sentencia que venimos comentando, que en el actual contexto normativo peruano el
Proceso de Cumplimiento sería una suerte de proceso ejecutivo, mediante el cual se
requiere hacer frente a incumplimientos ciertos y específicos de obligaciones
establecidas en una norma legal o un acto administrativo firme y con las características
que hemos explicado en el párrafo anterior de este mismo trabajo.
El Proceso Contencioso Administrativo sería entonces la vía ordinaria para el control
jurisdiccional de la inactividad de la Administración, circunscribiéndose el ámbito de
acción del Proceso de Cumplimiento a las situaciones que aquí ya hemos descrito.
Frente a estas definiciones, son pocos los reparos que pueden hacerse, aún cuando
probablemente pueda debatirse si para llegar a calificar a estas aseveraciones como
precedentes vinculantes se ha respetado a cabalidad lo prescrito sobre el particular en
“Municipalidad Distrital de Lurín”. Sin embargo, lo preocupante es aquí como se ha
regulado el tratamiento de los Procesos de Cumplimiento ya en trámite, inclusive
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Curso de Especialización: Aplicación Judicial de la Constitución
Ahora bien, y para evitar que el esfuerzo por impedir una “ordinarización” del
Amparo haciendo de él un medio procesal constitucional residual o subsidiario devenga
en un pretexto para la denegación de justicia, deben tomarse ciertas garantías. Una de
ellas, que duda cabe, es la de determinar cuándo estamos ante una vía igualmente
satisfactoria al Amparo.
En esta labor ya se ha avanzado mucho jurisprudencialmente en otros
ordenamientos jurídicos, habiéndose incluso establecido algunos criterios al respecto
(inmediación, prevención, celeridad, etcétera), los cuales se traducen en una evaluación
más específica sobre si cuenta, por ejemplo, con pautas similares, o por lo menos que
aseguren una eficacia con alcances bastante parecidos en materias tan sensibles como
las referidas a la legitimación procesal ( sea esta activa o pasiva) el ofrecimiento de
pruebas, la actuación de pruebas, los tipos de sentencia, los parámetros de ejecución de
sentencias o el escenario cautelar relacionados con estos procesos. Sin embargo, esta no
es la alternativa seguida por el Tribunal Constitucional peruano en el caso “César
Baylón Flores”, tal como se verá de inmediato.
César Baylón Flores era trabajador de la E.P.S. EMAPA HUACHO S.A., quien,
luego de haber sido despedido de dicho centro de trabajo, interpone una demanda de
Amparo contra EMAPA HUACHO y su Gerente General alegando haber sido
indebidamente separado de su puesto de trabajo, pidiendo su reposición en el mismo,
con el pago de las remuneraciones que dejó de percibir; una indemnización por daños y
perjuicios de diez mil soles; y la apertura de un proceso penal contra el Gerente General
de EMAPA HUACHO S.A. , Víctor Manuel Hacen Bernaola. Baylón Flores plantea
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Curso de Especialización: Aplicación Judicial de la Constitución
todo ello en supuesta tutela de sus derechos al trabajo, a la adecuada protección contra
el despido arbitrario y al debido proceso.
Como contestación a dicha demanda, la defensa de EMAPA HUACHO S.A.
deduce una excepción de incompetencia por razón de la materia, alegando que el
proceso de amparo no es la vía idónea para atender este tipo de casos, sino que el mismo
debe verse mediante un proceso ordinario laboral, el cual permitiría analizar mejor el
amplio material probatorio existente en esta controversia. Añade además que Baylón
habría sido bien sancionado. Víctor Hacen Bernaola a su vez señala que en su opinión la
demanda debería en su caso ser declarada infundada, ya que él no tiene mayor
vinculación con el demandante, el cual, por cierto en su opinión, había sido bien
sancionado.
En primera instancia o grado, el Tercer Juzgado Civil de Huaura, con fecha 5 de
julio de 2004, declara infundada la excepción, ya que en ese entonces, antes de la
entrada en vigor del Código Procesal Constitucional, el Amparo era alternativo, y por
ello, el demandante puede escoger la vía que considere conveniente para tutelar sus
derechos. Luego, y a renglón seguido, declarará infundada la demanda, pues considera
que Baylón cometió las faltas graves que se le imputan y su despido fue respetuoso de
un debido proceso.
Con fecha 9 de diciembre de 2005, la Sala Civil de la Corte Superior de Huaura
confirma la apelada. Baylón entonces interpone recurso de agravio constitucional ante el
Tribunal Constitucional.
En su sentencia el Tribunal Constitucional peruano, y sobre todo, entre los
fundamentos 7 al 25 de su fallo, establece cual es en su opinión el tratamiento procesal
que debe darse a las materias laborales, de tipo individual o colectivo, sean estas
públicas o privadas. En ese sentido, señalará una lista de pretensiones que deberán
resolverse mediante el uso de medios ordinarios de protección, tales como el proceso
contencioso administrativo o los procesos laborales, esbozando además en qué
supuestos las decisiones tomadas en algunos de los procesos podrían ser cuestionadas
en sede de Amparo. Finalmente, señalará en qué casos, vinculados sobre todo a la
afectación del derecho a la igualdad, sí ameritarían una interposición directa de
demandas de Amparo.
Sin embargo, en ningún momento establece criterios que permitan determinar
cuándo estamos ante una vía igualmente satisfactoria, tema de innegable relevancia para
dosificar la carga procesal a tramitarse mediante proceso de Amparo. Solamente
organiza las diferentes materias en distintas listas.
Es más, y como si lo expuesto no fuese suficiente, el Tribunal Constitucional
peruano, al mismo tiempo de declarar infundada la demanda en el extremo que
denunciaba la vulneración del principio de inmediatez, recogido en el artículo 31 del
Texto Único Ordenado de la Ley de Productividad y Competitividad Laboral (Baylón
alegaba que se le había despedido mucho después de ocurrida la falta que se le
imputaba, alegación que no es acogida por el Tribunal) e improcedente en todo lo
demás ( pues no consideraba estar ante un tema ubicado entre los que habilitaba recurrir
al proceso de Amparo), devuelve a la judicatura ordinaria todos los procesos que desde
ahora no tramitará vía Amparo, y ordena de inmediato el cambio de tratamiento de los
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Curso de Especialización: Aplicación Judicial de la Constitución
Además, una siquiera breve mención a lo resuelto en estos casos, tarea que
emprenderé de inmediato, permitirá entonces realizar luego una serie de reflexiones al
respecto, las cuales consignaré al final de este texto.
2.2.2.3.2. El cuestionable uso del proceso competencial como un
mecanismo para declarar la nulidad de resoluciones judiciales. El
encuadramiento del caso recogido en el expediente 006-2006-PC/TC.
Consideraciones generales.
En el Perú, una materia que siempre generó polémica es la de la puesta en
funcionamiento de casinos y tragamonedas, ya que muchos de ellos, buscando eludir los
controles existentes, comenzaron a desempeñar estas tareas sin contar con la
autorización de la autoridad competente para ello. Es más, y ante el intento de revertir
este funcionamiento irregular, se generó un escenario muy controversial, el cual
jurídicamente buscó ser zanjado por una sentencia del Tribunal Constitucional peruano,
emitida con carácter de precedente vinculante, en la cual se indicase dentro de qué
marco podía pedirse desarrollar esta actividad para luego pasar a su ejercicio conforme
a Derecho.
Ahora bien, y muy a despecho de lo señalado por ese alto tribunal, lo cierto fue que
algunos jueces y juezas, mediante sus resoluciones, siguieron permitiendo un irregular
funcionamiento de varios casinos, dejando para ello en muchos casos de lado el
pronunciamiento del Tribunal Constitucional peruano en esta misma materia, sin mediar
justificación razonable y razonada para ello. Sin embargo, y sin querer así soslayar un
hecho discutible (frente al cual desde el mismo Poder Judicial surgieron múltiples
cuestionamientos y hasta se plantearon algunas sanciones a los magistrados
directamente implicados), tampoco debe ignorarse que estamos ante un tema que
conviene abordar con especial cuidado, pues también en esa coyuntura existieron
pronunciamientos en los cuales muchos jueces y juezas habían emitido resoluciones
vinculadas con el funcionamiento de casinos conforme a Derecho, independientemente
de coincidencias o discrepancias con esas resoluciones.
Lo cierto es que, frente a lo que venía ocurriendo, el Ministerio de Comercio Exterior y
Turismo inicia un proceso competencial contra el Poder Judicial ante el Tribunal
Constitucional, alegando que resoluciones judiciales como las que aquí he reseñado
invaden sus competencias, las cuales habrían sido ratificadas por un pronunciamiento
del Tribunal Constitucional.
Iniciado el presente proceso, el cual estaba destinado a dilucidar una controversia entre
el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo y el Poder Judicial que en rigor debió
plantearse por otro medio procesal constitucional (máxime si lo que luego se va a buscar
es la declaración de nulidad de ciertas resoluciones judiciales), lamentablemente desde
el Tribunal Constitucional peruano pronto se materializa una singular comprensión de lo
controvertido, comprendiéndolo más bien en la línea de preservar unas competencias
del mismo Tribunal Constitucional supuestamente afectadas por el Poder Judicial.
Luego de este giro en la comprensión del hecho controvertido, y en la línea de justificar
su posición, el Tribunal Constitucional peruano confunde los alcances de categorías
jurídicas básicas como competencia y jerarquía. Además, pasa, alegando la defensa de
la cosa juzgada constitucional, a declarar nulas una serie de resoluciones sin haber
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Curso de Especialización: Aplicación Judicial de la Constitución
permitido a varios de los directamente afectados con esta decisión ser informados de lo
que se venía planteando y efectuar en este contexto los descargos que consideren
conveniente realizar. El perjuicio a dichos justiciables y a las relaciones
interinstitucionales entre la judicatura ordinaria y la judicatura constitucional es en este
escenario tan evidente como inconveniente. A modo entonces de mayor ilustración,
pasemos pues a apreciar con algo más de detalle varios de los aspectos que hasta aquí
solamente he tenido la oportunidad de reseñar.
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Curso de Especialización: Aplicación Judicial de la Constitución
la ley confiere. A ello finalmente habría que sumar que algunos funcionarios
gubernamentales han sido denunciados por operadores informales, alegando la
existencia de estas resoluciones judiciales.
A su vez, en su contestación a esta demanda, el Poder Judicial señaló que:
- De conformidad con lo establecido en la Constitución y el Código Procesal
Constitucional, así como de lo que se desprende de las sentencias emitidas por el mismo
Tribunal Constitucional, aquí no habría un conflicto de competencias, pues un análisis
de la demanda demostrará que lo que se busca en este proceso es una revisión de
sentencias que ya han adquirido carácter de cosa juzgada.
- Las resoluciones cuestionadas fueron emitidas en el marco de procesos
judiciales en los cuales el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo pudo ejercer
plenamente su derecho de defensa; y, en todo caso, aun en el supuesto de que algunos
jueces hubiesen fallado en un sentido distinto a lo establecido en la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional, ello configuraría un error de juzgamiento, pasible de ser
cuestionado a través de los medios impugnatorios regulados en cada tipo de proceso y
no mediante un proceso competencial.
- En este sentido, el Poder Judicial se habría limitado a ejercer legítimamente el
ejercicio de sus atribuciones constitucionales de controlar jurídicamente los actos de
gobierno (artículos 148° y 200°, inciso 2 de la Constitución), sin pretender, en ningún
momento, asumir la facultad de otorgar licencias de funcionamiento, puesto que resulta
evidente que dicha atribución le corresponde al Gobierno en ejercicio de su potestad
administrativa.
- A tal caso, las facultades que, según el Ministerio de Comercio Exterior y
Turismo, querría irrogarse indebidamente el Poder Judicial, le fueron otorgadas a ese
ministerio por ley ordinaria (y no mediante preceptos constitucionales ni aquellos
propios de una Ley Orgánica), norma que no es parte del denominado “bloque de
constitucionalidad”, y por ende, no configura un supuesto pasible de cuestionamiento
mediante Proceso Competencial.
- Finalmente, cuestionar lo resuelto por otros jueces (zas) ordinarios(as) atentaría
contra su independencia funcional, derecho de dichos magistrados(as) y garantía de los
ciudadanos.
Como bien puede apreciarse, resulta difícil alegar que en este caso en concreto estamos
ante una materia que debiera ser atendida a través de un medio procesal como el del
proceso competencial, pensado para evaluar actuaciones administrativas y no para
revisar sentencias u otras resoluciones judiciales. Sin embargo, y de acuerdo con lo
señalado en los fundamentos ocho y nueve de la sentencia en comento, para el Tribunal
Constitucional sí se darían los elementos objetivos (habría una afectación a los
artículos 118 (incisos 1 y 9), 121 y 128 de la Constitución) y subjetivos (ambas
entidades tendrían legitimación procesal para actuar dentro de este medio procesal) que
permitirían ello.
Ahora bien, la plasmación del denominado elemento objetivo es aquí, en nuestra
opinión, por lo menos discutible, ya que, en primer lugar, no estamos ante atribuciones
en principio asignadas por la misma Constitución o por una Ley Orgánica. Sin entrar a
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Democrático, los poderes constituidos no están por encima de la Constitución, sino que
están sometidos a ella” (El subrayado es nuestro).
Considerando cuadragésimo quinto: “Por ello, cuando el Poder Judicial aduce
autonomía e independencia para justificar su desvinculación de las sentencias del
Tribunal Constitucional, en realidad con ello no sólo está poniendo en cuestión tales
ejecutorias, sino también se está desligando de la Constitución misma, al ser aquellas,
finalmente, una concreción de ésta. Es también importante recordar, respecto a la
pretextada independencia, que, como toda atribución constitucional, está sujeta a límites
o, lo que es lo mismo, no puede interpretarse en términos absolutos”.
Considerando cuadragésimo sexto: “El juez ordinario no puede ampararse en su
independencia para desvincularse de las sentencias del Tribunal Constitucional, pues
ello significaría, en último término, una vulneración de la propia Constitución. Ello
pone en evidencia, además, los límites constitucionales de la facultad de ejercer el
control difuso que reconoce el artículo 138° de la Constitución. En definitiva, uno de
los límites del ejercicio del control difuso judicial lo constituyen las sentencias y los
precedentes vinculantes de este Colegiado, (…)”. (El subrayado es nuestro).
Considerando quincuagésimo segundo: “Por eso mismo, si el constituyente, en nuestro
ordenamiento, ha decidido consagrar al Tribunal Constitucional como guardián de los
derechos fundamentales y órgano supremo “de control de la Constitución” (artículo
201º), entonces, si bien no es el único intérprete, a él le corresponde decir la última
palabra de lo que es o no constitucional, y ningún poder u órgano constitucional puede
contradecirlo o desvincularse de sus decisiones, sino a costa de poner en cuestión
nuestro sistema de justicia constitucional y el sistema democrático mismo”. (El
subrayado es nuestro).
Lo expuesto entonces demostraría una clara intención de los miembros del Tribunal
Constitucional de hacer frente a aquello que asumen como un riesgo a sus fueros
institucionales. Sin embargo, así como éste en puridad no debiera haber sido un tema
que motive un proceso competencial, ni el Tribunal Constitucional era en rigor parte en
el proceso ni la defensa de sus competencias era la materia que debió admitirse como
controvertida en este caso en particular (con todo lo que ello involucra). Si a esto le
añadimos que lo que iba a resolverse en el proceso competencial se plantearía sin
conocimiento de las personas cuyas resoluciones iban a afectarles, la imputación de una
eventual situación de indefensión se encuentra entonces en serio riesgo de
materializarse.
Sin embargo, allí no quedó la argumentación planteada: no contento con variar el tenor
del caso a resolver, desde el Tribunal se trae a colación, probablemente buscando así
intentar justificar mejor la posición asumida, una afirmación por demás polémica: la de
que el Poder Judicial debería acatar las decisiones del Tribunal Constitucional en mérito
a que existe una relación de jerarquía en la cual el Poder Judicial tendría un rol
subordinado al del Tribunal Constitucional. En este sentido, resulta muy ilustrativo
apreciar lo señalado por el Tribunal en considerandos como el vigésimo séptimo y,
sobre todo, el quincuagésimo primero de la sentencia que venimos comentando, los
cuales pasaremos a anotar a continuación:
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1. Que dichas sentencias del Poder Judicial habrían vulnerado lo ya resuelto por el
Tribunal Constitucional sobre casinos.
2. Que en la emisión de esas sentencias no se habría respetado lo señalado en el
artículo 14 de la Ley Orgánica del Poder Judicial.
3. Que, y como consecuencia de ello, la alegada cosa juzgada ya existente en
algunos casos no sería tal, pues finalmente lo que cuenta es la denominada cosa jugada
constitucional.
Varios son los aspectos que bien podrían cuestionarse de lo recientemente señalado.
Así, por ejemplo, bien puede anotarse como muchas de las sentencias de la judicatura
ordinaria finalmente declaradas nulas fueron dictadas antes que el Tribunal
Constitucional peruano tuviese algún pronunciamiento al respecto. También cabría
señalar que era imposible seguir las pautas del artículo 14 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial, previsto para regular casos donde se ha ejercido el control difuso, si, como en
varias sentencias declaradas nulas por el Tribunal Constitucional, nunca se hizo
ejercicio del control difuso. Sin embargo, permítaseme efectuar alguna observación
adicional sobre el tema de la cosa juzgada.
La cosa juzgada, aspecto esencial de la función jurisdiccional está recogida en los
incisos segundo y décimo tercero del artículo 139 de la Constitución de 1993, así como
-por lo menos, en lo referido al Poder Judicial – el artículo 4 de la Ley Orgánica del
Poder Judicial admite solamente unos muy puntuales límites: el no haber sido dictada
con fraude y el haber sido emitida respetando derechos como el debido proceso o la
tutela jurisdiccional efectiva. Es más, esos límites no son invocables por siempre, sino
que existe un plazo para ello, plazo que por cierto es de caducidad.
Y como si lo expuesto no fuese suficiente, los diferentes ordenamientos jurídicos
buscan establecer vías específicas para procesar los eventuales supuestos de nulidad de
una sentencia. En el caso peruano estas vías, para supuestos cuyas diferencias entre sí
no viene al caso abordar en el presente texto, son el proceso constitucional de Amparo y
el proceso de nulidad de cosa juzgada fraudulenta. Todo ello tiene un especial sentido:
si la cosa juzgada pudiese ser modificada de cualquier manera y por cualquier camino,
esta carecería de sentido y la misma labor jurisdiccional perdería virtualidad y
relevancia, al ser despojada de su exigibilidad.
Por ello es que la dogmática procesal a nivel mundial es unánime en apostar por la
tutela de la cosa juzgada, habilitando excepcionalmente y en forma taxativa los
supuestos y las vías procesales para discutir su eventual nulidad. Sin embargo, no es eso
lo hecho por el Tribunal Constitucional peruano, quien declara nulas sentencias
alegando el respeto a la cosa juzgada constitucional pero recurriendo a supuestos no
habilitados por el ordenamiento jurídico como causales de nulidad. El Tribunal
Constitucional peruano peligrosamente aquí olvida que en alguno de los casos, cuya
sentencia finalmente declaró nula, dicho Tribunal, al momento de la resolución de los
mismos, todavía no había fijado posiciones o precedentes, y que, en cualquier supuesto
escenario, sus competencias no son ilimitadas sino precisamente todo lo contrario, pues
en la misma línea de lo que le ocurre a todo organismo dentro de un Estado
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discrepancia razonada con lo planteado como precedente, lo cual, como veremos luego,
parece ser contrario a la dinámica que inspira la consagración de precedentes, sean estos
constitucionales o judiciales.
La lista de preocupaciones que genera esta sentencia es pues a todas luces muy
significativa. Sin que ello implique una prelación que indique una mayor relevancia de
los temas que pasaré a enunciar, anotaré en primer lugar que resulta preocupante ver la
distorsión introducida en los alcances de un proceso competencial, cuya finalidad es la
de preservar una corrección funcional de las tareas básicamente de carácter
administrativo dentro de un Estado Constitucional, y que ahora deviene en un
instrumento para la declaración de nulidad de algunas sentencias, con el agravante de
que ello se realiza sin que quienes fueron afectados por dichas resoluciones hubiesen
sido parte de esta litis, configurándose así un notorio caso de indefensión de sus
derechos.
En segundo término, bien puede apreciarse como aquí se plantea una supuesta relación
de jerarquía y subordinación que en mi opinión no cuenta sustento constitucional, y que
además, resulta inconveniente para el fortalecimiento del Estado Constitucional en el
Perú. Y sin ánimo de ser exhaustivo en este análisis, preocupa muchísimo como en este
caso, como en otros mencionados en el presente trabajo, se busca consagrar estas
perspectivas muy discutibles con el uso del precedente constitucional fuera del contexto
dentro del cual este debiera ser utilizado, tema al cual quisiera dedicar algunas líneas a
continuación, conjuntamente con ciertas anotaciones sobre si procede o no hablar de
límites a la labor del juez constitucional.
2.2.2.3.3. Lo resuelto en el caso “Municipalidad Provincial de San
Pablo” y sus implicancias
Si se formula una lectura literal de lo prescrito en el Código Procesal
Constitucional, bien podría entenderse que habría un impedimento a la formulación de
Amparos contra Amparos, decisión sumamente polémica que, de materializarse, podría
dejar abierta la posibilidad de que en una resolución emitida dentro de un proceso de
Amparo se vulneren diferentes derechos fundamentales, lo cual en principio no parece
corresponder con los parámetros propios de un Estado Constitucional.
Éste es el tema que se plantea como materia a debatir en “Municipalidad Provincial de
San Pablo”. Allí, a propósito de un Amparo contra Amparo, el Tribunal Constitucional
señalará que:
“[…] cuando el Código Procesal Constitucional se refiere en su artículo 5°,
inciso 6), a la improcedencia de un proceso constitucional que cuestiona una
resolución judicial firme recaída en otro proceso constitucional, esta disposición
restrictiva debe entenderse referida a procesos donde se han respetado de modo
escrupuloso el debido proceso y la tutela procesal efectiva en sus distintas
manifestaciones, conforme al artículo 4° del mismo Código Procesal
Constitucional, puesto que una interpretación que cierra por completo la
posibilidad del “amparo contra amparo” sería contraria a la Constitución.”
(fundamento jurídico 5)
Lo expuesto deja abierta la vía del Amparo contra Amparo, aun dentro de los
parámetros de una tesis admisoria moderada, aunque todavía sin especificar mayores
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criterios al respecto. Lo aquí reseñado, sin duda polémico, muy pronto quedará como
menos controvertido frente a algunas posturas asumidas por el Tribunal Constitucional
en esta misma materia, a las cuales pasaré de inmediato a hacer referencia.
2.2.2.3.4. El caso “Apolonia Ccollcca” y su incidencia en la materia
sometida a nuestro análisis
En este caso el Tribunal Constitucional peruano abandona la Tesis
denominada “Admisoria moderada” y adopta la llamada “Tesis Admisoria amplia”,
frente a los amparos contra resoluciones judiciales. Para ello, en el fundamento catorce
de su pronunciamiento dejará de lado lo que había sido su posición hasta el momento,
anotando que el concepto “proceso irregular” se va a presentar cada vez que en un
proceso se vulnere cualquier derecho fundamental, y no solamente el Debido Proceso,
la Tutela Judicial Efectiva, o, a modo de síntesis, la Tutela Procesal Efectiva.
Se alega como sustento para ese cambio de perspectiva un respeto a la eficacia vertical
de los derechos fundamentales (en este sentido el fundamento diecisiete de la sentencia
en comento). Ahora bien, y buscando así revertir la crítica que habitualmente se hace a
las posturas admisorias amplias, crítica vinculada al riesgo de convertir al Amparo en un
nuevo espacio de debate de cualquier resolución judicial, el Tribunal Constitucional
peruano anotará que la revisión de las diferentes resoluciones judiciales solamente será
posible luego de la realización de tres exámenes, que son a saber el de la razonabilidad,
el de coherencia y el de suficiencia.
Según lo descrito por el alto Tribunal, mediante el examen de razonabilidad, el o la
jueza constitucional deberá de evaluar si la revisión de todo el proceso judicial
ordinario es relevante para determinar si la resolución emitida por los integrantes del
Poder Judicial vulnera el derecho fundamental invocado. Por otro lado, a través del
examen de coherencia las juezas o jueces constitucionales deberán precisar si el acto
lesivo alegado en el caso concreto puesto en su conocimiento se encuentra
directamente vinculado con el proceso o decisión judicial impugnada, pues sin ello no
se justificaría la revisión de lo resuelto por los jueces y juezas constitucionales. Y,
finalmente, mediante el examen de suficiencia, el juez constitucional determinará la
intensidad del control que será necesario para llegar a precisar el límite de la revisión
del proceso judicial ordinario, a fin de cautelar el derecho fundamental demandado.
Revisando lo que implican estos tres exámenes , y sobre todo el de suficiencia, bien
puede apreciarse que la determinación de sus alcances tiene el riesgo de depender en
mucho de la subjetividad de quienes sean jueces constitucionales, pues ellos o ellas
son finalmente los que especificarán en cuáles casos se materializaría la revisión de lo
resuelto por la judicatura ordinaria, tarea que harían en base a parámetros cuya
objetividad puede ser puesta en entredicho con relativa facilidad. La posibilidad de
justificar la revisión de cualquier resolución judicial firme se abre así con una hasta
cierto punto preocupante discrecionalidad, y el riesgo de que el justiciable pueda querer
convertir al amparo en un nuevo espacio de lo ya discutido por la judicatura ordinaria
desafortunadamente se hace más explícito que nunca. Pero allí no quedaron las cosas,
tal como veremos a continuación.
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(y a la compresión que hasta ahora se había dado a ese precepto),ni tampoco en una
interpretación sistemática de este texto constitucional, o con lo señalado en otra
normativa en su momento vigente, como el artículo 8 de la Ley 23506, antigua ley de
Hábeas Corpus y Amparo.
Para sustentar su posición, el Tribunal Constitucional peruano señalará necesario:
“(…) Al respecto el Tribunal considera necesario adecuar esta regla a efectos de
optimizar la defensa del contenido constitucionalmente protegido de los derechos
fundamentales que pudieran verse afectados a consecuencia de los órganos judiciales
en un determinado proceso.”
Añadiendo luego a continuación que:
“(…) De este modo en principio es razonable que tratándose de una sentencia
estimatoria de segundo grado, cuando se acredite que en la tramitación se haya
producido una violación manifiesta a un derecho constitucional, “el amparo contra
amparo” resulta una opción válida a efectos de optimizar la defensa de los derechos
fundamentales a través de los procesos constitucionales, sin que su uso pueda suponer,
paradójicamente, una nueva afectación.”
Y como era fácil de suponer luego de afirmaciones como las aquí consignadas, el
Tribunal Constitucional peruano, conocedor de la serie de preguntas y cuestionamientos
que las mismas pueden generar, pasa inmediatamente a intentar configurar sus
respuestas ante los reparos que anticipadamente reputa como las más relevantes.
El primero a los que hace mención es al de la vía procesal para enfrentar este tipo de
casos, buscando así determinar en qué supuestos debiera interponerse un Amparo contra
Amparo y en cuales plantear un recurso de agravio constitucional que, de acuerdo con
lo previsto por el ordenamiento jurídico peruano, inmediatamente habilita la actuación
del Tribunal Constitucional del Perú, sin necesidad de iniciar un nuevo proceso.
Intentando dar respuesta a esa interrogante, para el Tribunal Constitucional peruano la
interposición de una demanda de Amparo contra Amparo se justifica en los siguientes
supuestos:
- Sentencias estimatorias de Amparo en segundo grado que afectan derechos
fundamentales.
- Sentencias estimatorias que desconocen la doctrina constitucional
(jurisprudencial) establecida en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional.
- Sentencias denegatorias que afectan derechos de terceros que no han intervenido
en el primer proceso (por no haber sido admitido o por no habérsele notificado a pesar
de su condición de litisconsorte necesario) o cuando el recurrente no pudo interponer el
recurso de agravio en su oportunidad, ya sea por no haber sido notificado en su debido
momento, o en su defecto, por no haber podido conocer el contenido de esa
notificación en base a una imposibilidad material debidamente acreditada.
Por otro lado, el mismo Tribunal Constitucional peruano habilita la interposición del
recurso de agravio constitucional cuando se esté ante sentencias estimatorias de segundo
grado que vulneran el orden jurídico constitucional, o, dicho con otras palabras,
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impliquen haber resuelto sin respetar los precedentes establecidos por el Tribunal
Constitucional al cual vengo haciendo referencia.
Múltiples y de muy diversos tipos son las observaciones que pueden plantearse a este
importante paquete de consideraciones, empezando para ello por preguntarse sobre cuál
es el sustento constitucional de las mismas. A esto último intentaba responder el
Tribunal Constitucional peruano al intentar justificar los nuevos alcances que quiere
darle al término “denegatorio” utilizado por el artículo 202.2 de la Constitución de
1993, norma mediante la cual se determina cuáles resoluciones de Amparo, Hábeas
Corpus, Hábeas Data y Cumplimiento pueden ser recurridas ante el Tribunal
Constitucional.
Es en ese tenor que el Tribunal Constitucional al cual me estoy refiriendo recurre al uso
de los criterios o principios de interpretación constitucional habitualmente
denominados concordancia práctica y corrección funcional, así como a la doble
dimensión y finalidad de los derechos fundamentales, concluyendo en base a estas
consideraciones que denegatorio no solamente debe entenderse en base a su dimensión
subjetiva (en función a la pretensión buscada por quien interpone la demanda de
amparo), sino también como aplicable a aquellos casos donde aun cuando se concede el
Amparo, aunque desconociendo los precedentes del mismo Tribunal Constitucional
peruano.
Con lo resuelto en este caso, prácticamente cualquier resolución judicial era pasible de
ser impugnada ante un juez constitucional o de ser anulada por uno de estos magistrados
(as), quienes sin duda contaban con un amplio margen de acción para asumir esa
competencia, y aparentemente casi sin ninguna restricción, lo cual debe motivarnos
múltiples reflexiones. Sin embargo, ahora parecen existir indicios de que una postura
tan radical como ésta podría admitir algunos matices, tema que pasaré a analizar
posteriormente.
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Con todo respeto, no conozco cuáles son las razones que permiten señalar al Tribunal
Constitucional peruano que el precedente judicial solamente se circunscribe a sus
efectos verticales o que cuenta con una obligatoriedad limitada al ámbito jurisdiccional,
lo cual desconoce muchos años de historia, por decir lo menos. Ahora bien, lo
importante es comprobar cómo este aparente error conceptual deviene en un muy útil
sustento de lo que va a decirse entre líneas: el precedente constitucional sí obligaría a
todos (as) y se impone a cualquier actuación, venga ésta desde el sector privado o
provenga de una entidad pública.
Con esa lógica, mediante un precedente constitucional podría no solamente
desconocerse lo previsto en un precedente judicial, sino que los criterios establecidos en
este precedente constitucional podrían imponerse en caso de un eventual conflicto
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otro tipo en sentido distinto, que es posible admitir recursos de agravio constitucional
contra sentencias estimatorias emitidas por el Poder Judicial en diversos procesos de
hábeas corpus, amparo, hábeas data y cumplimiento. Mi discrepancia con estas
alegaciones ya ha sido manifestada en otro apartado de este mismo trabajo, y a ello me
remito para no ser reiterativo con lo ya anotado.
Sin embargo, la alternativa asumida por la mayoría no se encuentra exenta
de cuestionamientos, sobre todo cuando se sustenta básicamente en el respeto de una
serie de elementos para en función a ello asumir si estamos o no ante un precedente. Y
es que necesario es anotar que el uso del precedente por el Tribunal Constitucional
peruano no siempre se ha desenvuelto bajo los mismos parámetros, ya que se partió de
múltiples imprecisiones iniciales para luego llegar a lo señalado en el caso
“Municipalidad Distrital de Lurín” (0024-2003-AI/TC). A las pautas allí establecidas
posteriormente se le introdujeron algunas precisiones adicionales en el caso “Salazar
Yarlenque” (03741- 2004-AA/TC), consignándose allí un supuesto más a tomar en
cuenta dentro de los que pueden justificar la emisión de un precedente, así como tres
límites para el establecimiento de ese o cualquier otro precedente.
Ahora bien, justo es anotar que todo ello implicó una evolución más formal
que real, pues muchos de los pronunciamientos a los cuales el Tribunal Constitucional
peruano calificó como precedente vinculante nunca cumplieron con los requisitos
establecidos en “Municipalidad Distrital de Lurín” o las precisiones hechas a las
mismas en “Salazar Yarlenque”. Preocupa entonces que el criterio esbozado primero en
“Teodorico Bernabé Montoya” y consolidado en “Provías Nacional”, no apele como
elemento central para desentenderse de un precedente al “disthinguing”, o en su
defecto, a la sana crítica o a la mayor protección de los Derechos Fundamentales, sino
al cumplimiento de requisitos cuya exigibilidad antes en rigor nunca se requirió, aunque
estos elementos sean vistos como alternativos.
Mi preocupación se sustenta en la aplicación de dicha pauta, si se toma en
cuenta la situación que acabo de descubrir, bien podría servir, para desvirtuar buena
parte de los precedentes fijados durante largo tiempo por el supremo intérprete de
nuestra Constitución, con todo lo que ello puede acarrear. Esto sin duda
independientemente de algunas otras críticas que bien pueden formularse a lo allí
resuelto, tema que seguramente abordaré con mayor detalle en otros textos.
El hiperactivismo anterior sin duda debe ser mediatizado, para, entre otros
factores, así preservar la credibilidad del mismo Tribunal Constitucional. Sin embargo,
aquello no puede hacerse sin tomar los recaudos del caso, pues, por ejemplo, se han
dado en base a lo resuelto desde esa perspectiva, una serie de situaciones y relaciones
jurídicas, las más de ellas de buena fe. En pocas palabras, y apelando para ello a una
conocida expresión popular, se debe buscar asegurar que el remedio no sea peor que la
enfermedad.
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También el estar ante una autoridad conlleva que ella actúe con respeto a parámetros de
razonabilidad, entendida como interdicción de la arbitrariedad, como actuación
conforme con fines lícitos (o al menos, no prohibidos por el ordenamiento jurídico
vigente) y con respeto a medios proporcionales o adecuados (lo cual significa
preguntarse por la idoneidad, necesidad y menor gravedad o proporcionalidad en
sentido estricto de los mismos). Por último, y al igual que sucede con cualquier
autoridad, el quehacer de jueces y juezas constitucionales debe ser respetuoso de lo que
se conoce como corrección funcional: debe ceñirse a las atribuciones que les asigna el
ordenamiento jurídico de su Estado en particular, comprendidas de conformidad con la
normativa internacional suscrita por dicho Estado.
De otra parte, y si se toma en cuenta que se habla de autoridades con atribuciones
jurisdiccionales, debe además tenerse presente que juezas y jueces constitucionales no
deberían actuar en función a juicios de calidad y/o de oportunidad, sino en mérito y
respeto a derechos, deberes, competencias e instituciones jurídicas comprendidas
dentro de esos parámetros. Y junto a ello, no tendría que olvidar que resuelve en
función a la (s) pretensión (es) que se le presenta (n), pudiendo suplir quejas
deficientes pero sin que esto involucre desconocer una mínima congruencia personal.
Estamos pues ante parámetros que, en la lógica de pesos y contrapesos tan cara al
Estado Constitucional, tienen una importancia insoslayable. No tenerlos en cuenta o no
exigir su cumplimiento puede acarrear una serie de dificultades para el buen
funcionamiento institucional y el cabal ejercicio de de los derechos fundamentales en
un Estado determinado y de allí la necesidad de comprometerse con asegurar su plena
vigencia, salvo mejor parecer.
Por otro lado, qué duda cabe, el establecimiento de precedentes es un instrumento de
innegable relevancia para asegurar mayor predictibilidad (y por ende, transparencia y
legitimidad) de la labor de quienes los emiten.
Ahora bien, justo es tener presente que los precedentes son a la vez, pautas para orientar
la comprensión de ciertas normas y acontecimientos con pautas en principios
vinculantes para todos los actores (públicos o privados) que resulten afectados con esos
nombramientos.
El establecimiento y uso de precedentes es pues una tarea útil, y hasta indispensable.
Sin embargo, la emisión de precedentes no debe entenderse en una lógica rígida y
estática, sino más bien dentro de una dinámica más fluida que apuesta a la confluencia y
cooperación entre los diferentes organismos y órganos estatales.
Ello se hace especialmente necesario tenerlo presente si de lo que se habla es de fijar
precedentes constitucionales, y si sobre todo luego quiere asegurarse su conocimiento y
aplicación por otras entidades estatales, y entre ellas, por la judicatura ordinaria.
Y es que debe siempre tenerse presente que el Estado Constitucional se sustenta en una
serie de presupuestos básicos, entre los que indudablemente destaca el de la limitación
del poder, el cual se traduce en una repartición de competencias (a veces exclusivas, y
en otras compartidas) con una lógica inspirada por una perspectiva de corrección
funcional, repartición cuyos parámetros centrales son los del respeto de la supremacía
constitucional y el reconocimiento y tutela de los Derechos Fundamentales, fin último
de todo este esfuerzo.
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ANEXO DE LECTURAS
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Lectura 1:
Sentencia del Tribunal Caso “Isaac Gamero”
Expediente 1109-2002-AA/TC
En esta sentencia el Tribunal Constitucional peruano explica las razones por las
cuales, en la línea de desarrollar sus propias competencias jurisdiccionales, puede
ejercer control difuso en un proceso de Amparo.
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Lectura 2:
Sentencia del Tribunal Constitucional Caso “Salazar
Yarlenque”
Expediente 3741-2004-AA/TC
(texto de sentencia y de la respuesta al pedido de
aclaración)
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Lectura 3:
Sentencia del Tribunal Constitucional Caso “María
Julia”
Expediente 00142-2011-PA/TC
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Lectura 4:
Gerardo Eto Cruz, Poder Judicial versus Tribunal
Constitucional
Estamos aquí ante un esfuerzo, con el cual se puede coincidir o discrepar, sobre
cómo compatibilizar en el caso peruano los márgenes de acción de la judicatura
ordinaria con los del Tribunal Constitucional en lo referido a la aplicación e
interpretación vinculante de la Constitución.
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ANEXO DE CASOS
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Caso N° 1
Caso Jorge Luis Borja Urbano (Sentencia N° 01680-
2005-AA/TC, del 11 de mayo de 2005)
Aquí el Tribunal Constitucional peruano busca establecer ciertas condiciones para
poder ejercer el control difuso
Pregunta para el análisis del caso:
1. ¿Cuáles son las condiciones consideradas necesarias por el Tribunal Constitucional
peruano para el ejercicio del control difuso? ¿Existirían para ese Tribunal situaciones
excepcionales que permitan dejar de lado estas pautas?
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