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RESCISIÓN Y RESOLUCIÓN DE LOS CONTRATOS: DIFERENCIAS Y

SIMILITUDES

1. Introducción
Desde el análisis de la ineficacia contractual, la resolución yla rescisión son remedios
(entiéndase como aquellas soluciones que brinda el ordenamiento para poner fin a una
patología contractual, ya sea en su origen o sobrevenida a su celebración) destinados a cesar
los efectos del contrato, teniendo en consideración sus características y aplicación en cada caso
concreto. Sin embargo, es preciso conocer cuáles son sus diferencias para evitar la confusión
entre estas dos figuras reguladas en el ordenamiento civil. Revisemos brevemente la
naturaleza, las características y la base legal de cada remedio jurídico.

2. Rescisión contractual
Sobre los efectos de la rescisión es importante señalar que el artículo 1370 del Código
Civil[1]dispone que cesen los efectos del contrato por causal existente en el momento de su
celebración, no invalidando el contrato per se:
Artículo 1370° del Código Civil.- La rescisión deja sin efecto un contrato por causal existente al
momento de celebrarlo.
Bajo esta premisa, un contrato rescindido se celebró válidamente, es decir, sin vicio de nulidad,
pero queda sin efecto, debido a un vicio de ineficacia en su elaboración. La importancia de esta
situación es que el contrato rescindible surte efectos provisionalmente, pero sujeto a
declaración judicial de ineficacia a causa de su irregularidad. Esto quiere decir, que mediante
sentencia judicial se deja sin efecto un contrato válido por causal existente al momento de su
celebración.
Aníbal Torres Vásquez señala que “la rescisiónes el remedio que la ley prevé para tutelar
la libertad contractual cuando se está en presencia de una situación de aprovechamiento de
una de las partes contratantes, que determina que la otra asuma obligaciones en condiciones
inicuas”.[2]

3. Casos de rescisión en el ordenamiento civil peruano


De acuerdo con el Código Civil, podemos encontrar estos supuestos:
a. La rescisión por lesión: Procede cuando en el momento de celebrarse el contrato existe una
excesiva desproporción entre las prestaciones, de más de las dos quintas partes, siempre que
la desproporción resulte del aprovechamiento por uno de los contratantes de la necesidad
apremiante del otro.
b. La rescisión por venta de bien ajeno: El contrato se rescinde a solicitud del comprador cuando
este no sabía que el bien no pertenecía al vendedor (arts. 1539 a 1541).
c. En la compraventa por extensión o cabida: La rescisión procede cuando entre la extensión o
cabida señalada en el contrato y la extensión o cabida que realmente tiene el bien, existe una
diferencia de más o de menos que supere el 10%. La acción compete únicamente al comprador
(art. 1575).

4. Resolución contractual
En función a la lectura del artículo 1371 del Código Civil[3], la resolución deja sin efecto un
contrato válido debido a una causal sobreviniente a su celebración. Messineo sostiene que
la resolución pone fin al contrato y también a la relación obligatoria engendrada por el
mismo.[4]
Lea también: Todo lo que debes saber sobre la posesión en el ordenamiento peruano (parte I)

5. Casos de resolución en el ordenamiento civil peruano


Dentro del bagaje de casos de resolución contractual podemos señalar los siguientes
supuestos:
a. El hecho sobreviniente: Constituye el presupuesto para la resolución del contrato. Puede ser
imputable a la otra parte (el incumplimiento) o ser extraña a la voluntad de ambas ( caso
fortuito o fuerza mayor). Su origen puede ser legal (la resolución por incumplimiento) o
convencional (el mutuo disenso).
b. En la compraventa de bienes muebles no entregados al comprador: En este supuesto si el
comprador no paga el precio u otorga la garantía ofrecida, el vendedor puede disponer del bien,
quedando el contrato resuelto de pleno derecho (art. 1564)
c. El pacto de retroventa: Situación jurídica por la cual el vendedor adquiere el derecho de
resolver unilateralmente el contrato, sin necesidad de decisión judicial (art. 1586), por
negligencia en el cuidado del bien u otros que las propias partes establezcan [5].

6. Similitudes y diferencias entre el remedio de la rescisión y el remedio de la resolución


La rescisión deja sin efecto un contrato por causales existentes en el momento de su
celebración. Esto quiere decir que a diferencia de la resolución, la rescisión afecta al contrato
mismo, dejándolo sin efecto. José Castan señala que el efecto principal de la acción rescisoria
es destruir las consecuencias del contrato, restituyendo las cosas al ser y estado que tenían
cuando él se celebró.
La rescisión y la resolución extinguen el contrato y las obligaciones nacidas de él, pero hay que
distinguir los efectos que producen entre las partes contratantes y los efectos frente a terceros.
Frente a estos últimos, la rescisión y la resolución del contrato no afectan los derechos
adquiridos, sea su adquisición a título oneroso o gratuito.
Las diferencias más notorias según lo señalado líneas arriba son las siguientes:

Rescisión/Resolución
La rescisión se declara por causal existente al La resolución se declara por causal sobreviniente al
momento de la celebración del contrato. momento de la celebración del contrato.
La declaración de la resolución puede ser judicial o
La declaración de la rescisión es siempre judicial.
extrajudicial.
En la rescisión el contrato tiene un vicio de origen que
En la resolución el contrato no adolece de ningún
no determina la nulidad o anulabilidad, pero que
vicio en su origen que pueda destruir su existencia.
puede conducirlo a su disolución.
Las causales de resolución pueden ser legales o
Las causales de rescisión están fijadas por la ley.
convencionales.
La rescisión tiene efecto desde el momento de su La resolución tiene efecto irretroactivo (ex nunc)[6],
celebración (ex tunc), es decir, tiene efecto retroactivo es decir, el cese de los efectos se producen desde la
obligacional. causal sobreviniente y no hacía atrás.

Como se evidencia, tanto la rescisión como la resolución ponen fin a los efectos del contrato,
pero tienen una serie de diferencias que debemos tener en cuenta.

[1] Decreto legislativo N° 295. Código Civil (1984).


[2] Torres Vásquez, Aníbal (2007). “Rescisión y resolución del contrato”. Lima: Consulta: 07
de marzo de 2017. Disponible aquí.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Rioja, Alexander (2011). “La resolución contractual y otras resoluciones conexas”. Lima.
Blog PUCP. Consultado el 07 de marzo de 2017. Disponible aquí.

EL CONTRATO Y EL ACTO JURÍDICO EN EL CÓDIGO CIVIL PERUANO.


REPASO SUCINTO DE SU INTERCONEXIÓN JURÍDICA
1. Nociones preliminares
El acto jurídico es el objeto del Libro II de nuestro Código Civil de 1984 (no está estructurado
bajo secciones), libro cuya rúbrica responde a su misma terminología y contenido. Comprende
el Libro del artículo 140 hasta el artículo 232. El contrato en general es el objeto de la sección
primera del Libro VII de nuestro Código, libro cuya rúbrica es “Fuentes de las Obligaciones”. La
sección comprende del artículo 1351 hasta el artículo 1528.
El acto jurídico encuentra una definición legal en el artículo 140, así: “es la manifestación de
voluntad destinada a crear, regular, modificar o extinguir relaciones jurídicas.” El contrato es
definido en el artículo 1351 como: “el acuerdo de dos o más partes para crear, regular,
modificar o extinguir una relación jurídica patrimonial.” Aquí podemos hallar una similitud
expresa: los efectos jurídicos de ambas instituciones; por otro lado, encontramos sendas
diferencias como la concurrencia de partes, el carácter patrimonial o extrapatrimonial y
la fuente obligacional en ambos casos.
El acto jurídico es una causa determinante de varios efectos jurídicos, patrimoniales o
extrapatrimoniales. El acto jurídico, como causa determinante en el ordenamiento, tiene una
mayor amplitud que el contrato como fuente de obligaciones, y las obligaciones como tal y sus
efectos jurídicos[1]. Así observamos que las lesiones, involucran un reparo o indemnización; la
filiación, asistencia; el reconocimiento de un hijo, obediencia; el matrimonio, fidelidad; el
albacea, cumplimiento.
Por su parte, la obligación en general, es más extensa que el mismo acto jurídico, toda vez que
existen obligaciones que no necesariamente nacen de un acto jurídico, por ejemplo, las legales
o las derivadas de la voluntad unilateral. En diversos casos, lo que ocurre, es que a través de un
acto jurídico se tiene la finalidad exclusiva de crear obligaciones entre las partes, aquí
estaremos hablando de un contrato, entendido como fuente de obligaciones.
Las partes pueden celebrar todo tipo de contrato desde los nominados, contenidos en el Código
Civil desde el artículo 1529 hasta el 1949, como compraventa, arrendamiento, mutuo, locación
y servicios, entre otros; hasta los innominados y atípicos, celebrados por las exigencias del
mundo moderno y el devenir del tráfico comercial y mercantil.
2. Una definición integral
Si bien las definiciones legislativas cumplen un propósito práctico y orientan el sentido de todo
el bosque normativo referido al derecho civil, y en especial, el derecho patrimonial; tenemos
que desarrollar, de manera general y por efectos de didáctica, una definición que nos permita
integrar ambas instituciones, dada sus particularidades y similitudes.
La famosa frase escuchada de nuestros maestros de derecho que “todo contrato es un acto
jurídico, pero no todo acto jurídico es un contrato”; es la premisa por la cual se sostienen las dos
definiciones que proponemos, y que abarcan de manera completa y suficiente, tanto la
doctrina, la norma y la jurisprudencia de ambas instituciones jurídicas.
El contrato es un acto jurídico plurilateral y patrimonial, la falta de alguno de estos dos
elementos del acto jurídico determinaría la invalidez del contrato como tal, aunque pudiera
valer como acto jurídico (promesa unilateral en el primer caso y convención en el segundo)[2].
Con una mayor extensión, un contrato es el acto jurídico bilateral o plurilateral, mediante el
cual las partes regulan sus derechos patrimoniales o no patrimoniales, pero susceptibles de
apreciación pecuniaria, en virtud de la aceptación que una de ellas hace de la oferta formulada
por otra[3].
3. Validez
El mismo artículo 140 nos exige los requisitos de validez para el acto jurídico, que serán
aplicados por extensión al contrato. Analizamos:
3.1. Agente capaz
La capacidad para ser parte contractual se rige por las disposiciones contenidas en el título II
del Libro I sobre Derechos de las Personas, respecto de la capacidad de goce, de ejercicioy la
incapacidad absoluta, relativa y adquirida.
Como premisa general solo las personas que tienen plena capacidad de ejercicio pueden
celebrar contratos, porque solo alguien con plena capacidad podrá manifestar válidamente su
voluntad o consentimiento; en este caso tanto los menores como los incapaces no podrían
celebrar contratos, salvo que se encuentren debidamente representados por padres, tutores o
curadores, según sea el caso.
Al respecto, el artículo 1358 establece una excepción: “los incapaces no privados de
discernimiento pueden celebrar contratos relaciones con las necesidades ordinarias de su vida
diaria.” De esta manera, cualquier menor de edad, podrá comprar una golosina, un juguete,
entre otros bienes, que son naturales a su edad y necesidades.
Finalmente, cuando el agente o declarante no tiene la capacidad de derecho, el acto jurídico es
nulo. Si el agente no tiene capacidad de ejercicio, el acto podrá ser nulo o anulable, si es incapaz
absoluto o relativo, respectivamente. La misma disposición se aplica a los contratos.
3.2. Objeto física y jurídicamente posible
Entendemos por jurídicamente posible, su legalidad o licitud; por físicamente posible, aquello
que el agente pueda realizar. En este punto, la materialización del objeto como tal, es la primera
aproximación, de tal manera que nadie puede vender algo que no existe. A su vez, conocemos
que existen bienes inmateriales. En este caso la posibilidad radicará en la titularidad sobre
ellos, y ya no necesariamente, en su posibilidad de materialización.
Creemos que la imposibilidad en ambos casos, no tiene naturaleza personal, sino general. Así,
se pueden cumplir prestaciones por terceros o a través de otros contratos, que la parte
primigenia no podría realizar; por ejemplo, si una de las partes tiene que entregar una cierta
cantidad de dinero a la otra, no se requerirá que sea esta misma la que realice exclusivamente
la entrega, no es necesario, salvo que nos refiramos a obligaciones de carácter personal tal
como se establece en el artículo 1149 aplicable a todo tipo de contrato: “ la prestación puede
ser ejecutada por persona distinta al deudor, a no ser que del pacto o de las circunstancias
resultara que este fue elegido por sus cualidades personalidades”[4].
3.3. Fin lícito
La finalidad o fin lícito consiste en la orientación que se da a la manifestación de la voluntad
para que ésta se dirija, directa y reflexivamente, a la producción de efectos jurídicos. Emite
pues, una identificación de la finalidad del acto jurídico con los efectos buscados mediante la
manifestación de voluntad[5]. Aquí cabe preguntarnos el porqué celebramos el contrato, cuál
es el motivo o el impulso. La respuesta a estas preguntas, es el fin.
3.4. Forma
Todo acto jurídico y contrato deben revestir una formalidad mínima. En ambos casos es la
manifestación de la voluntad exteriorizada. Respecto al acto jurídico, el artículo 143 establece
que: “cuando la ley no designe una forma específica para un acto jurídico, los interesados pueden
usar la que juzguen conveniente”; la misma norma se extiende a los contratos, de tal manera
que estos se perfeccionan por el consentimiento de las partes; excepto aquellos que, además
deben observar la forma señalada por ley, se presume que la forma que las partes convienen
adoptar anticipadamente y por escrito es requisito indispensable para la validez del acto
(artículo 1352 y 1411, respectivamente).
En ambos casos, si la ley ordena determinada forma y el acto no reviste la forma imperativa, es
inválido, consecuentemente, se castiga con nulidad absoluta este acto.
4. La declaración de voluntad y el consentimiento de las partes
El artículo 141 menciona que la manifestación de la voluntad, puede ser expresa cuando se
realiza en forma oral o escrita, o tácita, cuando se infiere indubitablemente de una actitud o de
circunstancias de comportamiento que revelan su existencia. Asimismo, el silencio importa
manifestación de voluntad, cuando la ley o el convenio le atribuyen ese significado, como
cuando existe un documento y se encuentra firmado por una determinada persona, al
solicitársele que lo reconozca, el silencio, representa un reconocimiento.
Para que exista el acto jurídico, se necesita que exista a su vez, el consentimiento del agente,
y que pueda ser exteriorizado a través de una declaración. Para el derecho, la declaración de
voluntad es un acto jurídico a través del cual, el sujeto expresa intersubjetivamente algo que
está en su pensamiento. Esta declaración de voluntad es fuente del derecho cuando lo
expresado intersubjetivamente constituye una norma jurídica obligatoria y no una simple
declaración u opinión[6].
El contrato es un acuerdo voluntario de las partes para alcanzar una consecuencia jurídica.
Como acto jurídico, no puede verse privado de la manifestación de la voluntad, que en este caso
es bilateral, no entendida únicamente como concurrencia de dos personas, sino como correlato
irrestricto de obligaciones y derechos.
En este punto reside la base o el fundamento sobre el que reposa el contrato, el consentimiento
o acuerdo de voluntades de las partes sobre el objeto del contrato; sin consentimiento no hay
contrato. Este requisito, básico en todo contrato, deberá versar sobre todos los extremos y
cuestiones que conforman el objeto del contrato. Faltando acuerdo o consenso sobre alguno de
los puntos esenciales, aún no hay contrato[7].
Debemos hacer una breve aclaración, si bien la autonomía de la voluntad plasmada en una
manifestación o declaración de la voluntad de las partes es la base de la esfera patrimonial,
contenida en los actos jurídicos, no tiene igual repercusión en todos los ámbitos del derecho,
inclusive el derecho civil extrapatrimonial. Por ejemplo, los derechos reales, donde las partes
no pueden establecer otros derechos más que los contenidos en el numerus clausus del artículo
881.
5. Algunos puntos de clasificación
5.1. Actos unilaterales, bilaterales y plurilaterales
En este punto lo que interesa es el número declaraciones de voluntad. Al respecto, en el acto
jurídico pueden prevalecer las tres notas características, sin embargo, en el contrato solo las
dos últimas, dada su propia naturaleza.
Un acto unilateral es el reconocimiento de un hijo, la promesa unilateral o el otorgamiento del
testamento, todos actos jurídicos. Por otro lado, un acto bilateral tiene como paradigma el
contrato como institución jurídica.
Es preciso mencionar que dos o más actos jurídicos unilaterales autónomos, aunque combinen
entre si sus efectos, no dan lugar a un acto jurídico plurilateral, pues para la existencia de este
se requiere que las voluntades se presupongan mutuamente, con la finalidad de integrar un acto
jurídico plurilateral único[8].
5.2. Actos inter vivos o mortis causa
El único acto mortis causa es el testamento toda vez que, como acto jurídico, produce todos los
efectos jurídicos patrimoniales o extrapatrimoniales a la muerte de la persona. Salvo esta
distinción todos los actos jurídicos son inter vivos, incluidos bajo esta clasificación, al contrato.
Debemos hacer dos precisiones al respecto: en primer lugar, un contrato de seguro de vidano
es un acto mortis causa, porque el hecho de que surta efectos a la muerte del asegurado, no
significa que varíe el momento de la celebración[9], constituyen dos actos distintos; en segundo
lugar, los contratos no pueden ser materia de derecho sucesorio, toda vez que nuestro
ordenamiento sanciona con prohibición absoluta la sucesión contractual.
5.3. Actos de forma prescrita y de forma voluntaria
Algunos actos no necesitan una forma prescrita en la ley, por ejemplo, el contrato de donación
de bienes muebles de escaso valor establecido en el artículo 1623; contrario sensu, otros
actos exigen de formalidad expresada en la ley, por ejemplo, la donación de bienes muebles de
mayor valor a 25% de la UIT o los bienes inmuebles.
5.4. Actos patrimoniales y extrapatrimoniales
Sabemos que los contratos son actos jurídicos de carácter patrimonial, por ende, su naturaleza
responde a la relación entre intereses de orden económico, patrimonial o traslativo de riqueza.
El carácter patrimonial no solo comprende los contratos, sino también los derechos reales,
obligacionales y participatorios.
Dada la extensión del campo de los actos jurídicos, estos pueden ser también
extrapatrimoniales, cuando su naturaleza responde a cuestiones de derechos personales e
inapreciables en dinero. El carácter extrapatrimonial comprende el derecho de personas,
familia y sucesorios, sin exceptuar, que en diversas circunstancias puedan confluir derechos y
deberes de ambos caracteres en las diversas ramas del derecho.
5.5. Actos de disposición, de obligación y de administración
Los contratos pueden circunscribirse según la prestación a ejecutar en:
a) actos de disposición, cuando la parte se obliga a transferir la propiedad de un bien
(enajenación para inmuebles y tradición para muebles). En este caso tenemos los contratos de
compraventa, la permuta y otros.
b) actos de obligación propiamente dicha, cuando la parte se compromete a realizar una
obligación de dar, hacer o no hacer respecto otra parte. Cabe precisar que las obligaciones de
dar tienen carácter dispositivo, mientras que la obligación de hacer o no hacer tienen carácter
meramente obligacional. En este caso tenemos el contrato de locación y servicios, obra y otros.
c) actos de administración, cuando se transmite los derechos de posesión, uso, usufructo, salvo
la propiedad misma. En este caso tenemos los contratos de arrendamiento o comodato.
5.6. Actos onerosos y gratuitos
Más que la noción de pecuniariedad, bajo esta clasificación importa para quién se ha generado
la obligación y su ejecución. Mientras que las obligaciones sean consustanciales a ambas partes,
estaremos ante un acto oneroso, como por ejemplo la compraventa, el mutuo, el
arrendamiento, otros; si la obligación solo recae en una de las partes, estaremos ante un acto
gratuito o de liberalidad, sufriendo la carga de la obligación solo una de ellas, entendiéndose el
resquebrajo de su patrimonio, como, por ejemplo, la donación[10].
5.7. Actos conmutativos y aleatorios
Cuando las prestaciones y obligaciones son conocidas con certidumbre por las partes, estamos
ante un acto conmutativo, por ejemplo, una compraventa. Cuando no se tiene certeza de la
prestación o los efectos de la obligación, nos encontramos ante actos aleatorios, por ejemplo, el
juego o la apuesta.
5.8. Actos de ejecución inmediata y de ejecución continuada
Los actos de ejecución inmediata son aquellos que se ejecutan en un solo momento. En los
contratos, debemos precisar que no son aquellos cuyas prestaciones se consuman en el
momento de la celebración del mismo, toda vez que esa distinción ha quedado observada en la
práctica, donde en muchos casos, se necesitan de otros actos posteriores para ejecutar la
obligación plenamente.
Los actos de ejecución continuada son aquellos que derivan en una ejecución prestaciones y
producción de efectos de manera continua o periódica.
6. Colofón: la función del contrato ahora
No existe economía sin contrato. Todas las personas tenemos necesidades, desde el vientre
materno, por ende, todos contratamos para satisfacer nuestras necesidades, desde las más
básicas hasta las más volátiles. Las operaciones contractuales son constantes, vigentes y en
situaciones imperceptibles, pareciera que nos siguiera un instinto propio para contratar, de
esta manera, el contrato y la contratación, se convierten en un hecho cotidiano, sumamente
utilizado y natural a la evolución y desarrollo del ser humano en todos sus ámbitos y a lo largo
de la historia.
El contrato encierra en el fondo una operación económica que tiene exigencias propias para
cumplir eficientemente sus fines. En este sentido, la consagración de la libertad de contratación
es vital para el desarrollo de la economía, no solo porque el reconocimiento de las actividades
económicas constituye una manifestación de las libertades personales, sino porque desde un
punto de vista económico son indispensables para el desenvolvimiento del mercado[11].
Esa libertad ha encontrado limitaciones a lo largo de la historia, y más allá de las limitaciones
clásicas de orden público y buenas costumbres, en la actualidad, los contratos a través del
ejercicio irrestricto de la autonomía privada y la libertad del ser humano, deben tener como
máxima exigencia la justicia y la equidad, debe ser un mecanismo integrador entre la
satisfacción de los intereses privados y la concreción directa o indirecta de los intereses y fines
públicos.
[1] León Barandarián, José. (1976). Manual de Acto Jurídico. Edición de la Facultad de Derecho
UNMSM. Lima, Perú. Pág. 3
[2] De la Puente y Lavalle, Manuel. (2007). El contrato en general. Comentarios a la sección
primera del Libro VII del Código Civil. Tomo I. Palestra Editores. Lima, Perú. Pág. 33
[3] Torres, Aníbal. (2007). El acto jurídico. Tercera edición. Editorial IDEMSA. Lima, Perú. Pág.
31-32.
[4] En este caso nos referimos a las obligaciones intuito personae. Las obligaciones intuito
personae son aquellas que se contraen teniendo en especial consideración las cualidades o
características de uno de los sujetos de la relación obligatoria, esto es, del deudor o del
acreedor. Si se contrae una obligación que consiste en escribir una novela, es evidente que, más
allá de que no se estipule expresamente, al acreedor le interesa que sea el deudor quien en
efecto ejecute la obra, pues por ello contrato con él.
Osterling, Felipe y Castillo, Mario. (2011). Compendio de las obligaciones. Palestra Editores.
Lima, Perú. Pág. 194.
[5] Vidal, Fernando. (1989). El acto jurídico en el Código Civil peruano. 2da edición. Editorial
Cuzco. Lima, Perú. Pág.111.
[6] Rubio, Marcial. (2014). El sistema jurídico. Introducción al Derecho. Décima edición
aumentada. Editorial PUCP. Lima, Perú. Pág. 206.
[7] Palacio, Gustavo. (1968). Elementos de derecho civil peruano. Tomo II. Tercera Edición.
Editorial Sesator. Lima, Perú.
[8] De la Puente y Lavalle, Manuel. (2007). El contrato en general. Comentarios a la sección
primera del Libro VII del Código Civil. Tomo I. Palestra Editores. Lima, Perú. Pág. 32.
[9] Lo mismo sucede con lo establecido en el artículo 1622: “La donación que ha de producir
sus efectos por muerte del donante, se rige por las reglas establecidas para la sucesión
testamentaria.”
[10] Al respecto, desde otro enfoque, se menciona que la onerosidad del contrato, no radica en
que a cambio del mismo, necesariamente se deba de pagar un precio por parte del sujeto
contratante que recibe el bien, sino que él mismo radica en que los bienes que entrega el
donante en un acto de liberalidad, hacen que este transfiera un bien que lo empobrece y
enrique al donatario que lo recibe, más aun que este no tiene que dar nada a cambio, salvo la
gratitud que ni siquiera es exigible como requisito.
Castro, Luis. (2014). Lecciones de los contratos típicos y nominados del Código Civil.Segunda
Edición. Editorial CASSAN. Lima, Perú.
[11] GUTIERREZ, Walter. (2010). Código Civil comentado. Comentan 209 especialistas en las
diversas ramas del Derecho Civil. Gaceta Jurídica. Lima, Perú. Pág. 27.
BASES FUNDAMENTALES DEL CONTRATO, POR GUNTHER GONZALES
BARRÓN.
1. Libertad económica y contrato
La persona humana es un ser económico desde el principio de los tiempos, pues, la necesidad de
subsistencia le impone acudir a su entorno para apropiarse de las cosas y de sus distintas utilidades.
La satisfacción de ese interés se traslada al plano normativo de la religión, de la moral, y, finalmente,
del derecho, por lo que el concepto de propiedad, sea individual, familiar o comunal, con el objeto
de asegurar el disfrute pacífico de las cosas. En las sociedades primitivas, la economía se basa en el
autoconsumo, por tanto, las familias, o grupos sociales reducidos, producen todos los bienes que
necesitan, por lo que el grupo social, solo se preocupa en proteger la propiedad, que es el único
derecho patrimonial que se requiere para mantener el orden en la tribu u organización política de la
que se trate.
Sin embargo, más tarde o más temprano, toda sociedad comienza un lento periodo de mayor
complejidad, que surge desde el nacimiento de las clases sociales: gobernantes, religiosos y
productores, que básicamente cumple el fin de mantener el orden de la sociedad, por lo cual, el grupo
político privilegiado supera el auto-consumo, con la consiguiente demanda de nuevos bienes en el
interior de su entorno, o fuera de él, que origina el comercio exterior. Por su parte, los adelantos
tecnológicos originan excedentes, sin perjuicio de los sujetos más hábiles o fuertes, que logran
acumular excedentes, con la consiguiente separación entre los miembros de la sociedad por riqueza
o pobreza, con la consiguiente capacidad de satisfacer más complejas o suntuarias necesidades.
La demanda de bienes siempre conlleva la oferta de los mismos, por lo que surge una nueva situación
que modifica la estructura de la sociedad. El autoconsumo deja de ser la única fórmula económica;
por el contrario, empieza a ganar importancia creciente el intercambio de bienes, el comercio, y, con
ello, la producción se hace para concurrir en el mercado, esto es, dirigido a terceros. Nuevamente,
los cambios sociales arrastran al derecho, pues, surgen reglas para el intercambio de bienes. En tal
contexto, el concepto de propiedad no es suficiente para enfrentar las nuevas necesidades, por lo que
nacen las ideas de “vínculo”, “obligación” y “contrato”, como mecanismos jurídicos que explican el
intercambio económico.
La producción especializada, es decir, la situación por la que cada agente produce un tipo específico
de bien, por tanto, lo hace con mayor eficiencia, productividad y calidad, trae como consecuencia la
necesidad de intercambio a través del comercio, desde el ámbito económico; pero también origina
las nociones de obligación y contrato, desde el ámbito del derecho. No es casualidad que en Roma,
el contrato de compraventa se tipifica a partir del derecho de gentes, es decir, por efecto del comercio
internacional.
La economía de mercado surge propiamente cuando se generalizan la libertad económica, la división
del trabajo, la especialización de cada agente en la producción, y la intervención estatal en condición
de árbitro, pero no en la creación de riqueza, aunque su intervención, por diversos factores, es cada
vez de mayor relevancia en la actualidad.
El sustento teórico de la economía de mercado, además del respeto por la libertad, se encuentra en el
bienestar general que logra mediante la liberación de las fuerzas productivas, de la innovación, de la
creatividad y de la apropiación del esfuerzo por el sujeto protagonista de la acción. En tal sentido,
los individuos cuentan con libertad de producir, de comerciar, de contratar, de trabajar, así como la
libertad en el uso, disfrute y disposición de la propiedad.
El mercado es el lugar abstracto en el que confluye la oferta y la demanda, los vendedores y los
compradores, pero ello requiere una figura técnica que vincule ambos intereses contrapuestos: “el
contrato”, así como del derecho que sea objeto del intercambio: “la propiedad”. En forma genial, el
profesor italiano Emilio Betti había advertido con claridad que la propiedad se sustenta en la idea
primitiva de “apropiación exclusiva”, sin relevancia de la alteridad (el otro); mientras el contrato se
basa en la idea de “colaboración” entre dos sujetos, pues, ambos se necesitan mutuamente, lo que, a
diferencia de la propiedad, presupone la alteridad (el otro).
2. Libertad jurídica y contrato
La libertad individual implica que la persona cuenta con una amplia esfera de actuación en la vida
personal y social, lo que exige en forma recíproca que el Estado se abstiene de interferir o
entrometerse en esa área privilegiada. Pues bien, una de las manifestaciones de la libertad individual
la constituye la denominada “autonomía privada”, por cuya virtud, la persona tiene soberanía para
gobernar su esfera jurídica[1], mediante el establecimiento de reglas vinculantes, especialmente “en
el campo de las relaciones económicas-sociales”[2].
La autonomía privada cumple dos funciones: poder de constitución de relaciones jurídicas (libertad
de conclusión), y poder de reglamentación del contenido de esas relaciones jurídicas (libertad de
configuración interna)[3].
No obstante, el principio de autonomía privada nunca ha sido absoluto, ni siquiera en el momento
cumbre del liberalismo. En este sentido, la autonomía privada, como fenómeno social, tiene como
base el contexto en que se desenvuelve, por lo sus límites dependen de los tiempos y de las
concepciones imperantes en la sociedad. Por tanto, si la autonomía privada tiene límites inmanentes,
mayores o menores, entonces bien puede decirse que no está en crisis la propia autonomía privada,
sino más bien el modo en que se concebía sobre la base de los postulados liberales[4]. Por tanto,
“más que un problema de libertad, es un problema de sus límites. El dogma de la autonomía da la
voluntad puede proclamarse y repetirse a condición de que se subraye que prácticamente hoy como
lo fue ayer y como lo será mañana, es un problema de medida”[5].
Los límites tradicionales de la autonomía privada son las normas imperativas, el orden público y las
buenas costumbres (arts. V, 1354 CC), con lo que se busca controlar la vigencia de las normas de
derecho público y la moralidad social. Este modelo individualista se plasmó en los primeros Códigos,
pero ello ha cambiado dramáticamente desde la aparición y desarrollo del fenómeno de la
contratación masificada, en donde -de hecho- la configuración del programa de los derechos y
obligaciones se produce de forma unilateral, con el riesgo de que una parte se coloque en situación
contractual intolerablemente superior frente a la otra. Este problema hizo intervenir a la
jurisprudencia y al legislador, con miras en la protección de la parte más débil de la relación jurídica,
por lo que se busca equilibrar el poder de negociación de ambos contratantes, lo que opera
específicamente en el ámbito de las relaciones con los consumidores (art. 65 Const.), y que antes
operó en el contrato de trabajo, cuya importancia como hecho regulador fue decreciendo para dotar
de mayor relevancia a las normas heterónomas. El contrato laboral dejó de pertenecer al derecho
civil, hasta el punto que esa materia se convirtió en una disciplina jurídica autónoma: el derecho del
trabajo. ¿Pasará lo mismo con el derecho del consumidor? El futuro lo dirá.
3. Principios base del contrato
El contrato cumple el objetivo de canalizar el intercambio y asignación de bienes o servicios en la
sociedad, mediante el reconocimiento de ciertos principios que permiten su funcionalidad:
a) libertad, pues se trata de acto de autonomía;
b) igualdad, en tanto ello garantiza la tutela de la operación;
c) patrimonialidad, pues se trata de una operación económica que sirve para la satisfacción de
intereses individuales y sociales;
d) normativa, en tanto el acuerdo es vinculante, por lo que crea normas privadas, lo que genera
seguridad jurídica, pilar de cualquier sistema económico que incentiva la creación de riqueza.
Los principios base son los que fundamentan la noción misma del contrato, entre los que se encuentra
el “normativo”, pues el contrato tiene la función de crear normas para asegurar las relaciones
económicas. El famoso pacta sunt servanda constituye una frase que resume la finalidad normativa
del contrato, emparentada con la seguridad jurídica.
4. El contrato como categoría general
Los contratos, desde la perspectiva estructural, son actos humanos bilaterales, de carácter
patrimonial; pero, desde el aspecto funcional, consiste en el mecanismo que permite el intercambio
de bienes y servicios para el logro de fines valiosos, tales como la satisfacción de necesidades
inmediatas o complejas, pero bajo los principios de eficiencia económica, desarrollo social, mayor
productividad y calidad de vida, sin perjuicio de los crecientes problemas por abuso en el ejercicio
de las libertades.
En tal sentido, las personas compran, venden, arriendan o toman préstamos, por lo que a cada
momento celebran contratos particulares (compraventa, arrendamiento, mutuo, etc.) que pretenden
obtener resultados económicos prácticos, pero con el convencimiento pleno, expreso o presunto, de
que la relación tenga incidencia en el mundo jurídico.
La multiplicidad de contratos puede dificultar la solución de casos, lo que exige el uso de la analogía;
por tanto, si el sistema cuenta con una regla en el contrato de compraventa, por cuya virtud, los gastos
se dividen entre las dos partes, pero esa misma norma no ha sido contemplada en el contrato de
arrendamiento, por lo que surge la incertidumbre producida por una laguna normativa. En tal ocasión,
caben las siguientes salidas: primero, acudir al juez, en forma posterior al conflicto, para que la regla
de un sector sea trasladada en el caso concreto a otro sector; segundo, acudir al jurista teórico o
práctico, para que recomiende llenar la laguna, en forma previa al conflicto, con una norma privada
en el mismo texto contractual; tercero, acudir al legislador para que establezca normas positivas que
resuelvan los casos en forma anticipada al conflicto, pero con carácter general.
Concentrémonos en esta última posibilidad.
El legislador puede establecer la misma regla de la compraventa en el sector normativo del
arrendamiento, pero luego tendría que hacer lo propio en el contrato de obra, mandato, comodato,
etc. El resultado es la reiteración de normas. La segunda posibilidad es crear una categoría más
general, que abstraiga todos los elementos comunes de la compraventa, arrendamiento o mutuo, con
lo que nace la regulación sobre “el contrato”, que en principio se aplica a todos los tipos de contratos,
salvo que exista disposición especial en contrario. El resultado es la economía legislativa, o
la elegantia iuris, como dirían los juristas romanos, en tanto una sola regla puede cubrir la
multiplicidad de acuerdos contractuales.
5. El contrato como categoría general en el Código Civil peruano
La codificación se caracteriza por la pretensión de sistematicidad omnicomprensiva, por tanto, no
extraña que haya optado por regular un conjunto normativo sobre el “contrato en general” como
categoría abstracta, y luego, distintas reglas particulares para cada tipo contractual.
El Código Civil Peruano de 1984 no es la excepción, pues, el Libro VII, de Fuentes de las
Obligaciones, comprende la Sección Primera, de los “contratos en general”, que contiene ciento
setenta y siete normas, desde el art. 1351 al art. 1528. Luego de ello, sigue la Sección Segunda,
sobre dieciséis “contratos nominados”, a saber, compraventa, permuta, suministro, donación, mutuo,
arrendamiento, hospedaje, comodato, locación de servicios, obra, mandato, depósito, secuestro,
fianza, renta vitalicia, juego y apuesta (art. 1529 al art. 1949), habiéndose derogado las normas sobre
la cláusula compromisoria y el compromiso arbitral.
La Sección Primera, de “contratos en general”, regula las siguientes quince materias: i)
Disposiciones generales (normas generales de una categoría, que por sí, ya es general); ii)
Consentimiento; iii) Objeto; iv) Forma; v) Contratos preparatorios; vi) Contrato con prestaciones
recíprocas; vii) Cesión de posición contractual; viii) Excesiva onerosidad de la prestación; ix) Lesión;
x) Contrato en favor de tercero; xi) Promesa de la obligación o del hecho de un tercero; xii) Contrato
por persona a nombrar; xiii) Arras confirmatorias; xiv) Arras de retractación; y, xv) Obligaciones de
saneamiento.
6. El consentimiento en la formación del contrato
El puro individualismo (el “yo”) se basa en la arbitrariedad de una voluntad que se impone a la otra,
sea por la fuerza, la tradición o los recursos. Por el contrario, la idea de contrato implica una
superación de ese tosco individualismo, en tanto conlleva el reconocimiento del otro, la existencia
de una relación intersubjetiva del tipo “yo-tu”, por tanto, en tal caso se requiere la voluntad
concurrente de dos personas, en la que ninguno se impone al otro, sino que se conjuga en un ámbito
de libertad e igualdad, por lo que se materializa en el acuerdo (art. 1351 CC) o en el consentimiento
(art. 1352 CC) que etimológicamente significa “sentir juntos”, lo cual es bastante gráfico y expresivo.
El acuerdo es la esencia misma de la contratación, lo que llevó a sostener a la doctrina del liberalismo
jurídico que: “decir contrato es decir justo”, en tanto sus bases se asientan en relaciones igualitarias,
y no de imposición o discriminación, por lo que se logra un resultado concorde, estable, propio de
un sistema de paz social, aunque sea desde una perspectiva teórica o filosófica.
Pues bien, el acuerdo es un hecho comunicativo de dos personas, no un hecho psicológico o intimista,
por lo que necesita materializarse en el ámbito social. A lo largo de la historia, esa comunicación se
ha producido a través de distintos mecanismos, según las valoraciones de cada sociedad. Por ejemplo,
los derechos antiguos exigían que la voluntad se manifestase por medio de ceremonias públicas o
religiosas, como ocurría con el testamento romano que debía pronunciarse en una asamblea pública,
o con el acto de transferencia de propiedad, o mancipación, que exigía un complicado ceremonial
con una balanza, siete testigos, vendedor y comprador, en la que se pesaba el metal representativo
del precio. En cualquiera de los casos, la nuda voluntad, la sola manifestación externa del querer, no
era suficiente para producir vinculación jurídica. El acuerdo informal, en este contexto, no genera
obligaciones. Por lo demás, una prescripción de este tipo es natural en los sistemas que todavía no
abandonan en su totalidad el origen religioso, pues la sacralidad se vincula normalmente con ritos,
fórmulas o actos mágicos, que, por tal motivo, son necesarios para que una simple voluntad, sin
trascendencia alguna, se diferencia de la voluntad trasladada a ritos, que solo de esa forma producen
acuerdos jurídicos[6]. El derecho romano es un buen ejemplo de estas ideas, pero, en general, lo
mismo ha ocurrido en todos los derechos o sistemas jurídicos de la antigüedad:
Psicológicamente, Hägerström explica la ilusión de los poderes y vínculos místicos, por el trasfondo
emocional: la idea de poseer un derecho respecto de algo hace surgir un sentimiento de poder; la
idea de estar obligado a hacer algo genera un sentimiento de estar bajo presión. Estos sentimientos
alimentan la creencia de que existen poderes y vínculos reales. Históricamente, las ideas de derechos
y obligaciones son explicadas como derivaciones de ideas primitivas de poderes y vínculos
sobrenaturales que podrían ser establecidos y manipulados por medios mágicos [7].
Sin embargo, la sacralidad y el formalismo exagerado es inconveniente cuando las relaciones
comerciales empiezan a florecer, pues, el intercambio profesional exige rapidez y simplicidad en las
operaciones. El comercio es la causa decisiva en la eliminación del formalismo contractual. No es
casual que uno de los contratos consensuales del derecho romano clásico es la compraventa, típico
negocio mercantil, que necesitaba reglas sencillas para su celebración. Muchos siglos después, con
el advenimiento del capitalismo, y, por consiguiente de su instrumento jurídico, el derecho mercantil,
nuevamente se derogan las reglas formalistas de la contratación según las normas de comercio, las
que finalmente se trasladaron a los códigos civiles.
En resumen, el derecho civil moderno acoge el principio consensual en la contratación, esto es, para
la formación del contrato, y su efecto vinculante, basta el consentimiento expresado por las partes,
sea en forma verbal, sea en forma escrita o sea por acciones (arts. 141, 1352 CC). Es decir, las normas
privadas nacidas del contrato se pueden originar, incluso, y en el caso más extremo, por una voluntad
manifestada por las palabras. La regla es el consenso declarado por cualquier forma válida de
comunicación (art. 141 CC), en cambio, la excepción es la formalidad estricta. La causa principal de
tal cambio es la economía: el tráfico de bienes necesita medios ágiles y simplificados[8].
7. La obligatoriedad de los contratos
La fuerza obligatoria (normativa) de los negocios jurídicos, y en especial del contrato, se funda en la
Constitución, que consagra la libertad contractual como derecho fundamental (art. 2, inciso 14), pero,
desde una perspectiva pragmática, se basa en las necesidades del tráfico, puesto que la economía se
desarrolla, fundamentalmente, por obra de la iniciativa privada, que entre otras cosas requiere
economía de mercado, propiedad y libertad contractual. En tal contexto, los contratos se constituyen
en el principal medio del que se valen los hombres para tejer entre ellos la urdimbre de sus relaciones
jurídicas, por lo que se trata del instrumento esencial para la vida económica y la promoción de la
riqueza[9]. Conviene recordar que la autonomía privada, antes que un fenómeno jurídico, es un
fenómeno social. Por ello, “el reconocimiento de la autonomía privada es una exigencia que lleva
consigo la misma persona humana, por eso es inadmisible considerarla como simple ocasión para
que actúe la máquina del Estado (concepción normativista). También es inexacto decir que se trata
de algo que, como de cosas suyas, sólo a los interesados importa”[10]. Esta afirmación es cierta en
el plano sociológica, pero no en el jurídico, pues, efectivamente, el contrato crea normas.
El art. 1361, primer párrafo del Código Civil, establece en forma terminante: “Los contratos son
obligatorios en cuanto se haya expresado en ellos”, lo que da lugar a una serie de consideraciones.
En primer lugar, el contrato es un acto jurídico que crea normas particulares, pero vinculantes para
sus autores: “son obligatorios”, por tanto, no cabe desistirse o retractarse de los compromisos ya
asumidos[11].
En segundo lugar, el contrato es un acto jurídico de alcance social, no intimista o psicológico, por
tanto, la obligatoriedad de sus normas deriva de lo que: “se haya expresado en ellos”, es decir, el
contrato es fenómeno expresivo, comunicativo, de manifestación frente al mundo, y no queda
reducido al estrecho límite del pensamiento o de la voluntad interna, que nada expresan a los demás.
En tercer lugar, si el contrato es un hecho expresivo (“en cuanto se haya expresado en ellos”),
entonces la validez del acto se encuentra relacionado con la coincidencia de las manifestaciones
comunicativas entre las dos partes, por tanto, mientras lo declarado por ambos contratantes sea
concordante en una misma expresión, entonces el contrato quedará perfeccionado por “el
consentimiento de las partes” (art. 1352 CC).
8. La obligatoriedad como hecho comunicativo o como hecho intimista
La actuación del hombre no se inicia con la manifestación de una idea o decisión, sino que
normalmente se origina en un pensamiento que se encuentra en el fuero interno del sujeto, y que este
desea expresarlo para los demás. En buena cuenta, el orden natural de la comunicación del hombre
es la siguiente:
PENSAMIENTO O IDEA ================= EXPRESIÓN SOCIAL
(fenómeno psíquico, interno) (fenómeno comunicativo)
La persona, antes que nada, tiene un pensamiento o idea dentro de su fuero interno, la cual, luego de
cavilar y reflexionar, decide manifestar al exterior mediante un acto social comunicativo, por lo que
jurídicamente se produce el siguiente esquema:
VOLUNTAD ================== MANIFESTACIÓN DE VOLUNTAD
(pensamiento o idea) (expresión social del pensamiento o idea)
Normalmente, la manifestación externa coincide con la voluntad interna, es decir, lo expresado por
el sujeto es concordante con lo querido por él mismo. En tales casos, el derecho no enfrenta problema
alguno.
Sin embargo, cabe que no exista coincidencia entre la voluntad y la manifestación, por ejemplo,
cuando el vendedor quiere ofrecer un producto en 1000, pero, por obra de un lapsus, manifiesta por
escrito que la venta se cierra en 100, ante lo cual el comprador acepta en forma inmediata. Por tanto,
la voluntad del vendedor no es coherente con su manifestación. En tal caso, el art. 1361, segundo
párrafo del Código Civil señala: “Se presume que la declaración expresada en el contrato responde
a una voluntad común de las partes y quien niegue esa coincidencia debe probarla”. Por virtud de
esta presunción se fortalece la seguridad jurídica, pues la parte contratante que niega la concordancia
voluntad/manifestación tendrá que romper la presunción mediante la actuación de prueba suficiente,
pero, mientras ello no ocurra, la parte que confío en la declaración expresada, en el lenguaje
comunicada al exterior, no tendrá más que acogerse a la presunción, cuya justificación se encuentra
en la tutela de la confianza en las relaciones jurídicas entre los particulares.
Pero, ¿qué ocurre si la parte afectada logra probar en contra de la presunción de coincidencia de
voluntad común? El Código guarda silencio sobre ese fundamental problema, por lo que puede
especularse que hay dos soluciones posibles.
La primera tesis sostiene que la falta de coincidencia entre voluntad y manifestación conlleva la
nulidad del contrato, lo que presupone, sin dudas, que la voluntad es el requisito esencial del contrato,
y no la manifestación, a tal punto que una voluntad discordante significa que el acto no puede
formarse; por tanto, el requisito primario es la voluntad, mientras que la manifestación es una simple
apariencia que hace presumir su coincidencia con el fuero interno del sujeto, por lo que, la prueba en
contraria, arrasa con la validez del contrato.
La segunda tesis niega que la voluntad psicológica sea requisito esencial del contrato, no solo por la
inseguridad jurídica que originaría en las relaciones económicas, sino, además, porque resulta
desfasada con la actual estandarización de la vida moderna, que se caracteriza por las operaciones
patrimoniales objetivadas, como ocurre con los actos realizados en cajeros o en internet, antes que
voluntaristas. Por lo demás, el contrato como “expresión” (art. 1361, 1° párrafo CC), como acto
comunicativo que funda relaciones para la vida, y no para el pensamiento, cavilación o reflexión,
lleva a concluir que el contrato es válido cuando existe coincidencia entre las manifestaciones
externas de las dos partes (“acuerdo”, conforme el art. 1351 CC), y asimismo también se deduce de
la propia definición del acto jurídico en el art. 140 CC: “manifestación”.
Por tanto, la falta de coincidencia entre voluntad/manifestación, cuando el afectado logra probar tal
circunstancia, no conlleva la nulidad del contrato, sino la anulabilidad (vicio de menor entidad),
cuando el error en la declaración o el error en la transmisión de la declaración es esencial y conocible
por la parte contraria. Es decir, si el error del vendedor, que dio lugar a la discordancia entre su propia
voluntad y declaración, no era conocible o advertible de alguna manera por el comprador, entonces
el contrato no se anula, y, todo lo contrario, es válido, pese a que haya prueba plena del error
cometido.
En decir, no basta el error del sujeto que declara en contradicción a su voluntad, sino que además ese
error debe referirse a una cuestión esencial del vínculo jurídico (elemento objetivo), así como a la
posibilidad de la parte contrario de conocer el error (elemento subjetivo), lo cual implica, en el
ejemplo, que el comprador, pese a suponer que el precio ínfimo proviene de un errata en la
declaración, sin embargo, se queda callado y no dice nada, tratándose de aprovechar de la situación.
Por tanto, la prueba de la discordancia entre voluntad y manifestación no conlleva la nulidad del
contrato, sino un error, cercano al fraude, que solo tendrá eficacia destructiva del contrato, mediante
la figura más benigna de la anulabilidad, siempre que tal situación sea esencial y conocible por la
otra parte. Este es el régimen de los arts. 208 y 209 CC.
La doctrina italiana, que enfrenta el mismo problema, ha asumido esta solución por muchos de sus
principales autores, como el siguiente:
[L]a regulación adoptada en el nuevo Código Civil sobre esta materia se halla en pleno contraste,
justamente, con la tesis que hace de la voluntad subjetiva o real un elemento esencial del contrato o
uno de los requisitos de este. No solo en la mayor parte de los casos la ausencia de la voluntad
interna no tendrá ninguna relevancia (es decir, no la tendrá en todas las hipótesis en la cual dicha
ausencia no sea fruto de error ni cuando, aun siendo fruto de error, este no sea esencial o
reconocible por el otro contratante), sino que incluso cuando sí es relevante para el ordenamiento,
ello no produce nulidad del contrato -como debería suceder si se tratara de ausencia de requisito
esencial-, sino, simplemente anulabilidad”[12].

[1] DÍEZ PICAZO, Luis y GULLÓN, Antonio. Sistema de Derecho Civil, 2º edición, Editorial
Tecnos, Madrid 1980, T. I, p. 387.
[2] Cit. CANCINO, Fernando. Estudios de Derecho Privado, Editorial Temis, Bogotá 1979, p. 29.
[3] DIEZ PICAZO, Luis y GULLON, Antonio, Op. cit., T. I, p. 389.
[4] JORDANA FRAGA, Francisco. La responsabilidad contractual, Editorial Civitas, Madrid 1987,
pp. 123-124.
[5] Cit. GÓMEZ, Carlos José. Estudios sobre los contratos por adhesión a condiciones generales,
Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá 1991, p. 40.
[6] “a diferencia de lo que ocurre en el moderno Derecho, el consensualismo no es principio general
en el Derecho romano clásico, en orden a la manera de concluir negocios que engendren derechos
reales y obligaciones. Esto significa que no es suficiente para producir tales efectos el mero acuerdo
de voluntades entre partes”: GUZMÁN BRITO, Alejandro. Derecho privado romano, 2° edición,
Thomson Reuters, Santiago 2013, T. I, p. 789.
[7] OLIVECRONA, Karl. Lenguaje jurídico y realidad, traducción de Ernesto Garzón Valdés,
Editorial Fontamara, México 2004, p. 27.
[8] “el formalismo inicial de los derechos romano y germánico fue cediendo gradualmente paso al
principio del consensualismo, según el cual los contratos se concluyen mediante el consentimiento.
Esta evolución fue determinada fundamentalmente por la influencia del derecho canónico, por las
necesidades prácticas del tráfico comercial y por la doctrina del derecho natural. El primero y tercer
factores obedecen a razones teóricas, de carácter predominantemente intelectual, que ponen de
manifiesto el valor del consentimiento como elemento suficiente para la formación del contrato. En
cuanto al segundo factor, que posiblemente es el que ha tenido mayor peso, se ha dicho que ‘la ley
de los mercaderes impuso el respeto a la palabra dada, menos por una idea moral que por razón de la
necesidad práctica de dejar de lado las formas para concluir rápidamente los negocios’ (Ripert y
Bolaunger)”: DE LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel. El contrato en general, Palestra Editores,
Lima 2001, T. I, p. 131.
[9] BORDA, Guillermo. Manual de Contratos, Editorial Abeledo Perrot, Buenos Aires 1978, p. 114.
[10] DE CASTRO Y BRAVO, Federico. El negocio jurídico, Editorial Civitas, Madrid 1985, p. 12.
[11] “La consecuencia más importante de la obligatoriedad de las relaciones jurídicas creadas por el
contrato, y la que realmente da sentido a dicha obligatoriedad, es su intangibilidad o irrevocabilidad.
Se entiende por intangibilidad (o irrevocabilidad) el que, una vez formado el contrato por el acuerdo
de declaraciones de voluntad, la relación jurídica patrimonial que constituye su objeto, aun cuando
no haya entrado en vigencia (verbigracia, por existir una condición o un plazo), no puede ser
modificada, sino por un nuevo acuerdo”: DE LA PUENTE Y LAVALLE, El contrato en general,
Op. Cit., T. I, p. 316.
[12] FERRI, Luigi. Lecciones sobre el contrato, traducción de Nélvar Carreteros Torres, Editora
Jurídica Grijley, Lima 2004, p. 9.

DIEZ PREGUNTAS SOBRE ACTO JURÍDICO TOMADAS POR EL CNM.


Maruja Trigoso decide someterse a una cirugía plástica para modificar sus facciones faciales y de
ese modo lucir idéntica a su modelo ideal, encarnado por una conocida actriz del medio local. Con
tal propósito, acude al doctor Renzo Díaz, cirujano plástico reconocido, y le explica que desea una
reducción considerable de las dimensiones de su nariz conjuntamente con una alteración de su
forma de acuerdo al modelo que le presenta (le muestra la fotografía de la actriz) y, asimismo, le
indica que desea una redefinición de su rostro mediante reducciones e implantes en pómulos y
mentón. El cirujano tomó nota del pedido y aceptó practicar la cirugía solicitada; como
contraprestación por sus servicios quirúrgicos fijó la suma de US$ 25,000, debiendo cancelarse el
50% por adelantado y el saldo a los 15 días del retiro de los vendajes. El médico le precisó que a
esa suma le había aplicado un descuento de US$ 2,500 por tratarse de varios procedimientos que
se efectuarían en la misma operación.
Realizada la cirugía y transcurrido el plazo para el pago del saldo, Maruja Trigoso consideró que
el resultado no era satisfactorio, pues sus nuevas facciones, si bien se habían modificado de
acuerdo a lo coordinado, no la hacían lucir exactamente como su modelo, sintiéndose muy
defraudada. Por tal razón, no solo se negó a pagar el saldo al cirujano, sino que le exigió la
devolución de lo pagado más una indemnización de US$ 10,000 adicionales, por concepto de daño
moral.
El cirujano respondió que su prestación no había consistido en transformar su rostro hasta
volverlo idéntico al de la actriz de la fotografía mostrada como referencia, sino en practicar una
operación que tuviera las características conversadas, lo que realizó adecuadamente. Por ello, le
requirió el pago de la suma adeudada, constituyéndola en mora.
Marque la correcta:
a. El contrato puede ser rescindido por lesión, dada la desproporción objetiva entre prestación
y contraprestación y el aprovechamiento (elemento subjetivo) por parte del médico del
estado de la paciente.
b. El contrato es nulo por cuanto su objeto es físicamente imposible y además la paciente fue
inducida a error por el cirujano.
c. El cirujano debe indemnizar a la paciente, por haberle causado daños patrimoniales y
morales.
d. La paciente debe pagar el saldo de precio, por cuanto el cirujano realizó la prestación
conforme a lo acordado.

2
Marque la correcta:
a. El contrato es nulo por cuanto se encontraba sujeto a condición suspensiva que dependía de
la voluntad de una de las partes.
b. El contrato es nulo por cuanto la prestación a cargo de una de las partes (del cirujano) era
indeterminada, dado que no podía conocerse de antemano cuál iba a ser el resultado
definitivo.
c. El médico puede exigir a la paciente el pago del saldo e inclusive anular el descuento que le
aplicó de buena fe de US$ 2,500, ante la conducta temeraria de ella.
d. Ambas partes pueden arribar a una transacción, pues se está ante derechos disponibles.

3
Pedro Chang decide vender su juguete de infancia preferido, un pequeño automóvil de metal que
cabe en la palma de su mano, reproducción idéntica de un auto Mustang del año 1964, del cual
solo se produjo un lote de 100 ejemplares en el año 1980, por la afamada fábrica de juguetes
«Dreams Factory», lo que es de conocimiento general en el ámbito de los coleccionistas de
juguetes clásicos. Su valor de mercado es de US$ 2,000.
Con tal propósito, Pedro Chang publicó un aviso de venta en el diario anunciando textualmente
«se vende auto Mustang modelo 1964, en perfecto estado, producido por la fábrica Dreams
Factory». No consignó más datos, pues consideró que era suficiente para el público especializado
que esperaba contactar en su número de celular puesto en el anuncio. Empero, la empleada del
diario, por confusión, ubicó el aviso en la sección de venta de vehículos usados, error del que no
se percató Pedro Chang al no verificar la publicación.
Mario Morán, que buscaba autos usados clásicos, vio el aviso y se interesó mucho; consideró
irrelevante el dato de la fábrica indicado, pues de esos aspectos él no sabía nada, y llamó por
teléfono a Pedro Chang ofreciéndole US$ 1800, por su costumbre de regatear. Pedro Chang
aceptó la oferta de inmediato, le proporcionó su número de cuenta bancaria y acordaron que la
entrega del Mustang se efectuaría en el domicilio de Pedro Chang llevando el comprador el
voucher de pago.
Mario Morán hizo el pago esa misma tarde y envió a Pedro Chang una foto del voucher por medio
de su celular, recibiendo un mensaje de conformidad del vendedor. Acudió a la casa de Pedro
Chang, y este le entregó el pequeño auto de juguete. Atónito, Mario Morán reclamó a Pedro Chang
la entrega del auto real, quien a su vez también se sorprendió y respondió que ese era el bien
ofrecido e inclusive se lo había vendido a un precio inferior al de mercado. Mario Morán exigió,
indignado, la devolución de lo pagado, a lo que Pedro Chang se negó, aduciendo haber actuado
de buena fe.
Marque la correcta:
a. Se trata de un supuesto de novación objetiva por cambio justificado de la prestación, por
haber actuado el vendedor con buena fe.
b. El contrato es rescindible porque Mario Morán fue inducido a error por la forma en que el
diario publicó el aviso.
c. El diario que publicó el aviso debe indemnizar a Mario Morán por los daños que ha sufrido
a sus legítimas expectativas.
d. Se trata de un contrato anulable, dado el error derivado de la publicación, aun cuando el
vendedor no fue su causante.

4
Marque la correcta:
a. El acto jurídico es válido, eficaz e incuestionable, por cuanto contiene todos los requisitos
legales de validez.
b. El comprador no puede reclamar indemnización porque se ha beneficiado al pagar por el
automóvil de juguete una suma menor a su valor real.
c. El contrato puede resolverse por incumplimiento imputable al vendedor, por no haber
entregado un automóvil real, como se ofrecía en el aviso, siendo irrelevante la referencia del
fabricante en el mismo.
d. La buena fe con que venía procediendo el vendedor se agota desde el momento en que se
percata de la razonable confusión en que incurrió el comprador.

5
Antonio desea alquilar su casa. Para ello nombra como representante a Jorge. Este, luego de
examinar las posibilidades del mercado, decide que es mucho mejor vender que arrendar el
inmueble y adquiere el bien para sí. Antonio solicita la nulidad del acto jurídico señalando que
Jorge se ha excedido de las facultades que le concedió. Juzgado y Sala Superior declaran nula la
transferencia del bien a favor de Jorge.
Con respecto al caso en cuestión:
a. El acto jurídico es ineficaz, pero genera obligaciones al representante.
b. La venta es nula, no por lo señalado por los órganos jurisdiccionales, sino porque está
prohibido el contrato consigo mismo.
c. La venta es ineficaz, por haberse excedido en sus facultades el representante y además nula
porque Jorge no podía obrar como representante y como comprador del bien.
d. Es indistinto que la venta sea nula o ineficaz. El efecto es el mismo.

6
El 23 de enero de 2016 el señor Ernesto Castañeda Vivaldi entrega en arrendamiento un inmueble
de su propiedad al señor Aurelio Roncalla Araníbar, por el plazo de 02 años, para uso de casa-
habitación, según lo estipulado en el contrato de arrendamiento respectivo. No obstante ello, el
arrendatario a partir del quinto mes otorga al bien un uso comercial, sin autorización del
arrendador, instalando y operando una empresa de publicidad de su propiedad, la cual se
encuentra inscrita como Empresa Individual de Responsabilidad Limitada en el Registro de
Sociedades Mercantiles de los Registros Públicos y para la que se fija además como domicilio
fiscal en la Superintendencia Nacional de Aduanas y de Administración Tributaria, la del
inmueble arrendado.
Sobre el arrendamiento y los actos jurídicos que se pueden derivar de él se puede afirmar que:
a. El plazo del arrendamiento de duración determinada, como el del caso planteado, puede
exceder de diez años, si así lo acuerdan las partes dentro de su libertad contractual.
b. A falta de acuerdo expreso sobre el plazo del contrato de arrendamiento, se entiende que éste
tiene como duración el máximo que prevé la ley.
c. A la conclusión del arrendamiento se extinguen los subarrendamientos cuyos plazos han
vencido.
d. El subarrendamiento no concluye si el arrendamiento cesa por consolidación en la persona
del arrendatario y del arrendador.

7
En relación al caso planteado puede afirmarse que:
a. Se ha producido un subarrendamiento total del bien arrendado.
b. Se ha generado una obligación solidaria entre Aurelio Roncalla Araníbar y la empresa de
publicidad, respecto a las obligaciones asumidas por el arrendatario frente al arrendador.
c. Se ha generado una causal de resolución del contrato de arrendamiento.
d. Se ha producido la cesión del arrendamiento.

8
Bruno y María demandan a la Inmobiliaria Sarita S.A., por Nulidad de Acto Jurídico
y Cancelación de Asiento Registral sobre la base de que la compraventa por cual la
inmobiliaria adquiere un bien inmueble es nula (“Primer Proceso”); asimismo, tiempo después,
Bruno y María interpusieron demanda de Desalojo contra la inmobiliaria a fin de obtener la
posesión del bien (“Segundo Proceso”), aduciendo que el título por el cual los demandados
están poseyendo es nulo, y que por tanto, el derecho de propiedad de los demandantes
mantiene plena vigencia.
Mientras que se tramitan ambos procesos, el primero culmina con la resolución de la
Corte Suprema que declara improcedente el recurso de casación que formuló Bruno y María
contra la sentencia de vista que declaró infundada la demanda (al declarar que no es nulo el
derecho de propiedad de la inmobiliaria). De otro lado, en el segundo proceso, acaba de emitirse
la sentencia de primera instancia que declara fundada la demanda.
La inmobiliaria decide ofrecer en su escrito de apelación como medio probatorio, la sentencia de
segunda instancia que declara infundada la demanda del primer proceso.
De las siguientes alternativas, marque la respuesta correcta:
a. La prueba ofrecida por la inmobiliaria no debe ser incorporada pues no ha sido
producida en el ínterin del proceso de desalojo.
b. La sentencia de segunda instancia tiene calidad de medio probatorio pues al haber adquirido
la calidad de cosa juzgada, contiene hechos que vinculan al Juez del segundo proceso (al
declarar que no es nulo el derecho de propiedad de la
inmobiliaria) debido a que se abordan hechos materia del segundo proceso, y por tanto, la
inmobiliaria sí cuenta con título para poseer el bien.
c. No se debe incluir como medio probatorio pues vulnera el principio de independencia del
Juez del segundo proceso, de rango constitucional.
d. La sentencia de segunda instancia que adquirió la calidad de cosa juzgada tiene
calidad de medio probatorio referencial pues deberá ser valorada conjuntamente con los
demás medios probatorios aportados en el segundo proceso.

9
Liz Benites interpone demanda, en el distrito judicial de Chiclayo, contra Juan Alberti, quien
domicilia en la ciudad de Lima, a fin de que este último cumpla con entregar cinco camionetas,
según contrato firmado notarialmente un mes antes, en la ciudad de Chiclayo, para que la
obligación se cumpla en Chiclayo. Sin embargo, al demorarse el juzgado en notificar, la
demandante decide interponer nueva demanda, con la misma pretensión, por el mismo hecho y
contra el mismo sujeto, en el distrito judicial de Lima.
En relación con la competencia de los jueces, ¿quién es competente para conocer la causa, si solo
se hubiera interpuesto la primera demanda?
a. Es competente para conocer la causa, solo el juez de Chiclayo, porque allí debió cumplirse
con la obligación.
b. Es competente para conocer la causa, solo el juez de Lima, porque allí domicilia el
demandado.
c. Es competente, para conocer la causa, cualquiera de los dos jueces a elección del
demandante.
d. Es competente cualquiera de los dos jueces, pero a elección del demandado.

10
El banco VIARCA celebró un contrato de leasing vehicular con la empresa Transportes SA.C. El
plazo del contrato es de 60 meses. La falta de pago de tres cuotas mensuales consecutivas (cuotas
34 a 36) motivó que el banco curse a la empresa una carta de requerimiento de pago, bajo
apercibimiento de resolverse el contrato. La empresa no cumplió con pagar, y el banco en
aplicación de la cláusula respectiva, hizo efectivo el apercibimiento y resolvió el contrato. Luego
presentó una demanda ejecutiva, solicitando el pago de las cuotas pactadas pendientes de pago, y
la devolución del vehículo. La empresa contradice la demanda señalando que nunca recibió la
carta de requerimiento ni la carta resolutoria, pues fue entregada en el domicilio del gerente que
en su representación firmó el contrato. Aduce además que dicho gerente no contaba con
facultades para firmar el leasing, pues requería de firma conjunta con el gerente de finanzas.
Finalmente indica que el gerente ya no trabaja en la empresa al haber actuado con dolo en el
cumplimiento de sus funciones. En este estadio procesal el banco solicita una medida cautelar de
secuestro conservativo sobre el vehículo objeto del leasing.
En este caso:
a. La verosimilitud del derecho que invoca el banco se desvanece con la contradicción que
presentó la empresa.
b. La verosimilitud del derecho que invoca el banco debe analizarse en base a los fundamentos
de hecho de la solicitud y a los medios de prueba que se aportan.
c. No corresponde la medida cautelar porque el contrato de leasing no da lugar a un proceso de
ejecución, máxime si las cartas de requerimiento y resolutoria no llegaron al domicilio de la
empresa.
d. Corresponde la medida cautelar siempre que se ofrezca contracautela suficiente, siendo
indiferente el grado de verosimilitud, pues a mayor verosimilitud menor contracautela, y
viceversa.

Rpta.: 1: d; 2: c; 3: d; 4: c; 5: c; 6: d; 7: c; 8: d; 9: c y 10: d

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