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EL MUNDO ESPIRITUAL SECRETO DE

LOS NIÑOS
La innovadora investigación que cambiará nuestra forma de comprender las
experiencias místicas de los niños

Tobin Hart
Prólogo de Joseph Chilton Pearce,
autor de Magical Child

Ediciones La Llave D.H.

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Título original: The Secret Spiritual World of Children
Autor: Tobin Hart, Ph. D.
Publicado en el 2003 por Inner Ocean Publising, Inc.,
Makawao, Canada.
Copyright © 2003 by Tobin Hart

Título en castellano:
El mundo espiritual secreto de los niños
Editado por Ediciones La Llave D.H.
Copyright © Ediciones La Llave D.H., 2006

Traducción del inglés: Fernando Mora Záhonero

Diseño de la portada: Iñaki Marquínez


Filmación y maquetación: Ricardo Alvarez Ibarreta
Impresión: IRU, artes gráficas

D.L.: VI-431/06
I.S.B.N.: 84-95496-58-5

EDICIONES LA LLAVE, DH
Tel/Fax: 945 14 26 77
e-mail: info@edicioneslallave.com
www.edicioneslallave.com
Vitoria Gasteiz, España

3
© Está prohibido reproducir parte alguna de esta obra,
por cualquier medio sin la autorización expresa del autor
o del editor, dada por escrito; se permite, en cambio,
resumir y citar para fines de estudio, siempre y cuando se
mencionen los nombres del autor, de los traductores y de
la editorial.

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Versión epub porRogelio Cruz Rojas
cruzrogelio09@live.com

Creado en Sigil 0.9.9


México, 2017

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AGRADECIMIENTOS

Tengo la impresión de haber estado tejiendo hilos de


oro. Han sido tantas las personas que me han brindado la
oportunidad de escuchar sus historias infantiles más
íntimas que me es imposible expresar individualmente mi
agradecimiento a todas ellas. Sus relatos constituyen el
corazón y el alma de esta investigación y estoy
profundamente agradecido a todos ellos. Mi deseo es que
el tejido que he confeccionado con dichos hilos llegue a
conmover tanto a los lectores como me ha conmovido a
mí.

Estoy especialmente agradecido a mi agente,


Stephanie von Hirschberg, cuya experiencia y visión han
contribuido decisiva​mente a la forma final de este libro; a
mis estudiantes universitarios por sus interesantes y
encantadores comentarios, por sus investigaciones y
también por la difícil tarea de ayudarme a organizar la
Primera Conferencia sobre Espiritualidad Infantil celebra​-
da en los Estados Unidos; a John Nelson, por su esmerada
y cuidadosa edición y a Barbara Doerri Drew, por sus
atentas correcciones; a Peter Nelson y Kaisa Puhakka, por
sus consejos; a Don Rice y mis compañeros y a ese bien
guardado secreto de la innovación que es el

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Departamento de Psicología de la State University of
West Georgia, por todo su apoyo; a Scott Guffey, Carey
Giles, Ted Smith y Chris Johnson, por su colaboración
profesional; y al equi​po del Instituto ChildSpirit Institute,
por su apoyo continuo en todas las fases del proyecto.

Y para Maia y Haley, mi amor y mi aprecio sin


límites por haber proporcionado el aliento y la inspiración
necesarios para la culminación de este proyecto.

También estoy profundamente agradecido a Mary


Manee Hart por todo lo que hace y por todo lo que
significa para mí. Su toque recorre cada página de este
libro.

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Para Maia y Haley

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PRÓLOGO

En mí opinión, una de las principales virtudes de un


libro es su capacidad para inquietarnos, para sacarnos de
nuestra zona de seguridad y llevarnos más allá de los
límites impuestos por los tópicos, las asunciones y los
lugares comunes, obligándonos a revisar cuestiones que
creíamos exploradas y zanjadas de manera definitiva. Eso
es, precisamente, lo que me ha ocurrido con este
extraordinario y magnífico libro de Tobin Hart.

Cuando me pidió que prologase su trabajo, me sentí


tan adula​do como intimidado. Conociendo algo de la
estatura profesional y espiritual del autor, me sentí muy
halagado pero, tras leer el texto, me sentí también algo
temeroso ya que este libro tiene un mérito inmenso y
prologarlo no es tarea sencilla. Cuando considero las
brillantes observaciones y estudios efectuados a lo largo
del siglo XX por los grandes pioneros del desarrollo
infantil, no puedo sino sorprenderme al comprobar que el
factor fundamental —que este libro aborda y resume bajo
el epígrafe de espiritualidad infantil— haya sido obviado
durante tanto tiempo. Yo creía que los "temas
espirituales" estaban destinados principalmente a los
adultos y que eran un material apto tan sólo para las

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mentes suficientemente maduras. Pero, por más que me
sienta encantado de que Tobin Hart me lo haya mostrado,
como padre de cinco hijos, abuelo de doce nietos y
bisabuelo de un bisnieto, me siento muy disgustado
conmigo mismo por no haber sabido captar, durante todo
este tiempo, lo mismo que él ha sido capaz de percibir.

¿Cómo podría, de hecho, la cuestión de la


"espiritualidad de los niños" ser diferente de la
espiritualidad en su conjunto puesto que, desde el
principio, el niño y su maravilloso mundo están inmersos
en la totalidad de la vida? Por ese motivo, la presente
exploración de la espiritualidad innata de los niños
examina al espíritu individual y también al espíritu como
categoría. Como tendremos oportunidad de comprobar, el
tema del espíritu trasciende el marco de la religión, la
psicología, la filosofía y la vana especulación.

De hecho, Tobin Hart distingue de manera rotunda y


tajante entre espiritualidad y religión, una diferencia muy
importante en la época de transición que nos ha tocado
vivir y donde, aun sin saberlo, estamos cambiando los
deberes y obligaciones que nos atan a la religión, por la
luz y las alas del espíritu, ese estado hacia el que nuestro
Gran Ejemplo apuntó hace aproximadamente dos
milenios. La exploración del mundo espiritual de los
niños, efectuada por Hart, tiene que ver con la misma
esencia de la vida que palpita en nuestras venas y nos

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eleva por encima de los animales y, muy posiblemente,
también "sobre los ángeles". Y, al igual que ocurre con la
espiritualidad en general, la espiritualidad de los niños no
es un sentimiento ocasional que añadir a su currículo vital
como si fuese una pizca de picante o de condimento sino
que es, por el contrario, la misma esencia de su vida. La
cuestión de la espiritualidad infantil se ramifica hasta
abarcar todos los aspectos de la vida de los niños, quienes
acabarán, a la postre, convirtiéndose en adultos y, por
consiguiente, también nos atañe a todos nosotros.

Pero lo que resulta más asombroso en la


investigación de la espiritualidad infantil llevada a cabo
por Hart, es que también aborda, como muy pocos libros
hacen, los fundamentos y la función de la vida espiritual
de las personas adultas. Por eso, la lectura del presente
libro será muy beneficiosa tanto para niños como para
adultos puesto que el tema del mismo es la revelación de
nuestra auténtica naturaleza. Eso es lo que todos nosotros
—padres, profesores o tutores— encontraremos en la
sabiduría compartida y los consejos que contiene. Cuando
protegemos, alentamos y orientamos la espiritualidad
incipiente de nuestros hijos también estamos propiciando
nuestro propio despertar, renacimiento y crecimiento. De
ese modo, en una impecable conclusión descubrimos que,
de hecho, los niños nos guían del mismo modo que
nosotros los guiamos a ellos. En la dinámica de la vida no
existen las vías de un solo sentido.

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—¿Papá, sabes por qué vienen los niños al mundo? —
preguntó la hija de cinco años de un amigo;
—No, dímelo tú —le respondió mi amigo.
—Para enseñarnos a pensar con el corazón, de modo que
todo funcione mejor porque, si sólo pensásemos con la
cabeza, la vida sería muy difícil —respondió ella.

La lectura de este libro me ha permitido comprender


con mayor claridad la razón de la enigmática declaración
formulada hace cerca de dos mil años de que, cuando nos
convirtamos en niños, se abrirá para nosotros un dominio
interior de valor incalculable. ¿Y quién mejor que un niño
para mostrarnos o ejemplificar el significado de esa
frase? Un vistazo al sumario del libro ya nos muestra los
principales jalones del camino real que anhelan recorrer
muchos niños: el asombro, el cuestionamiento, el
entusiasmo, la visión de lo invisible, el conocimiento
intuitivo más allá de los sentidos y la visión creativa
interior, cuyo cultivo transforma cada situación en un
juego, el juego que es nuestro derecho divino y la base
sobre la que se asientan la inteligencia y la creatividad. Si
logramos infundir esos elementos en el desarrollo de
nuestros hijos, estaremos construyendo un puente capaz
de salvar la distancia que los años van extendiendo entre
la mente y el corazón y des​ cubriremos, además, el juego
de la divinidad. De ese modo, al alentar y encauzar la
vida espiritual de los niños, tenemos la oportunidad de
redescubrir, revitalizar y enriquecer nuestra propia vida
espiritual.

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Hace algunos años, Gerald Jampolsky —psiquiatra
especializado en disfunciones infantiles— puso de relieve
el incremento en el número de padres que temían que sus
hijos estuviesen atravesando un episodio psicótico. Esos
niños tenían una edad comprendida entre los tres y los
siete años aproximadamente, el núcleo de la etapa que
Jean Piaget denomina "el niño del sueño" y Rudolph
Steiner llama "el niño etéreo", es decir, con un pie en la
tierra y el otro anclado todavía en el reino imaginal del
espíritu y dotada del conocimiento intuitivo de otros
planos de existencia, un conocimiento que pierde
posteriormente. Yo creía que la mayoría de los casos
recogidos por Jampolsky eran de naturaleza
esencialmente "psíquica", puesto que los niños relataban
percepciones extrasensoriales, eventos y fenómenos que
los padres eran incapaces de percibir. Sin embargo, tras
leer el libro de Tobin Hart, me he visto obligado a revisar
mi perspectiva de lo psíquico y de lo espiritual.

Más o menos en la misma época en que Jampolsky


llevaba a cabo su investigación, Blurton Janes —un
etólogo británico que trabajaba con el escritor Nikos
Tinbergen— proporcionó, quizá sin saberlo, una pista
valiosísima sobre el mundo interior de los niños. Según
pudo comprobar, cuando los niños de todas las culturas
del mundo encuentran por primera vez un objeto o evento
desconocido, se detienen y señalan a la novedad, mirando
al mismo tiempo a los padres o cuidadores para validar su

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respuesta. De ese modo, antes de llevar a cabo la
exploración sensorial táctil o directa de lo novedoso o
desconocido —mediante la que el cerebro construye la
"estructura de conocimiento correspondiente" a dicho
evento—​ tiene lugar el "control parental", cuya función
no es tan sólo vali​dar que es seguro explorar el evento,
sino saber si los padres también lo conocen y sancionan.
La mayoría de las crías de mamíferos utilizan esta
maniobra de salvaguardia. Aunque la mayor parte de los
padres reaccionamos a la señal de nuestro hijo dando un
nombre al "objeto-evento", puesto que la naturaleza nos
dispone a ello, las señales de reconocimiento que
transmitimos los padres también son mucho más sutiles,
incluso inconscientes. Sea como fuere, cuando el padre
reconoce el evento de alguna manera, el niño se percata
de ese reconocimiento y sabe que el evento forma parte
del mundo paterno. Entonces pasa a explorar el objeto o
evento y construye su propia impresión neuronal de la
novedad ahora nombrada y sancionada. De esta manera,
su experiencia del mundo va desarrollándose como un
duplica​do o una copia fiel de la de los padres y, de hecho,
la refleja. Como decía Walt Whitman:

Había un niño que avanzaba cada día, y el primer objeto


que veía se convertía en él mismo y el objeto era parte de
él durante todo el día, durante un momento o durante
muchos años o durante años y años.

No obstante, Blurton Jones también hizo el

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sorprendente des​cubrimiento de que, muchas veces, los
padres somos incapaces de distinguir a qué están
señalando nuestros hijos y, en consecuencia, no
reaccionamos en absoluto. "¿Qué es eso, mamá? ¿Qué es
eso, papá?", pregunta una y otra vez el niño que señala
generalmente en vano. En ausencia de una respuesta
confirmatoria por parte de los padres y de la consiguiente
palabra que permita la identificación, la norma general es
que el niño no lleve a cabo ninguna exploración sensorial,
aunque ésta resulte decisiva para crear la correspondiente
estructura neuronal de conocimiento. Jones constató que
este fenómeno ocurre entre padres e hijos de todas las
culturas, acuñando la expresión de "fantasías semi-
alucinatorias del niño pequeño" para tratar de explicar por
qué los niños creen ver cosas que, en realidad, no existen.
Sin embargo, la inexistencia de tales "posibles objetos"
sólo se aplica al ojo paterno y no al ojo del niño. La
diferencia es crucial.

Tengamos en cuenta que, en aras de los fenómenos-


eventos nombrados, sancionados y, por lo mismo,
compartidos con sus padres, el niño que no explora el
objeto-evento no sancionado no le prestará atención la
próxima vez que éste vuelva a presentarse, como tampoco
advertirá los eventos de naturaleza similar. Cuando este
niño crezca y se convierta en padre, será incapaz de
identificar los eventos pertenecientes a la categoría, hace
tiempo olvidada, de las "fantasías semi-alucinatorias" y,

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en el caso de que su propio hijo le señale algo de esas
características demandando una palabra​-etiqueta
sancionadora, no podrá darle su aprobación. De ese
modo, nos aseguramos de que nuestra visión cultural del
mundo se transmita a nuestros hijos, sin que importe
demasiado la naturaleza de las restricciones y carencias
de la realidad que compartimos con ellos.

Así pues, tal como dijo el poeta inglés Samuel


Taylor Coleridge, la vida espiritual de los niños puede
verse "usurpada", ignorada o menospreciada hasta quedar
reducida a la nada por padres cuya espiritualidad se ha
visto anulada del mismo modo. Los padres somos
refractarios al cambio que nos muestran nuestros hijos y
pensamos más con la cabeza que con el corazón durante
el resto de nuestra vida porque la vida es, de hecho, muy
dura.

En la década de los setenta, James Peterson —que


trabajó como maestro de escuela infantil durante muchos
años— escribió un libro titulado The Secret Life of Kids,
que recoge el relato de las "fantasías alucinatorias" de sus
pequeños alumnos. Al darse cuenta de que Peterson
estaba dispuesto a escuchar sus experiencias sin ninguna
censura negativa, los pequeños comenzaron a relatar
libremente sus experiencias, con lo que la biblioteca de
anécdotas de Peterson aumentó considerablemente. El
fracaso de padres —y profesores— a la hora de dar una

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respuesta positiva que garantice la validez de las
experiencias del niño, obliga al cerebro de éste a desechar
esos fenómenos en beneficio de la interpretación
sostenida por los adultos. De ese modo, damos forma al
mundo, siguiendo el modelo transmitido por nuestros
padres mientras que vamos perdiendo, al mismo tiempo,
nuestra capacidad de percepción intuitiva. Usar o perder
es la ley de la naturaleza, una ley que, frecuentemente,
hace que nuevos mundos aparezcan y desaparezcan tan
rápidamente como la bruma matinal y que acaben
recibiendo la denominación de fantasías alucinatorias.

La lectura de Tobin Hart me lleva a concluir que


estos "eventos psíquicos" pueden ser muy significativos
para el desarrollo general, expresiones de la vida
infinitamente variada del despliegue del espíritu. Lo más
frecuente, sin embargo, como también he podido advertir,
es que dicho desarrollo se vea mutilado o reducido a
causa del "imperativo social" de la conformidad:
conformidad con el modelo imperante de verdad y
falsedad y con las conductas que son o no aceptables, una
conformidad que inhibe y constriñe, en definitiva, la
ilimitada apertura a la imaginación que siempre sigue la
naturaleza. Porque la imaginación es el lenguaje favorito
del espíritu.

Los antiguos sufíes consideraban que la imaginación


—la creación de las imágenes internas que no proceden

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de los sentidos externos— es nuestro modo de parecernos
al creador. Así pues, el cultivo de la intuición, la
imaginación y la capacidad de juego de los niños es un
aspecto fundamental de su desarrollo espiritual que
enlaza con la inteligencia formando, por así decirlo, una
doble hélice ya que no sólo hace que Dios nazca en ese
niño, sino que también lo convierte en Dios. Hace dos mil
años, nuestro Gran Ejemplo advertía: "Sería mejor atarse
al cuello una piedra de molino y lanzarse al océano que
hacer daño a un niño". Es una declaración directa y
contundente, aunque no reparemos demasiado en todos
los significados de la palabra "daño".

Por último, tan sólo recordar que la solemne


pregunta que el Creador hace a sus criaturas, generación
tras generación, es la siguiente: "¿Y qué tenéis que
decirme de los niños que he dejado a vuestro cargo?" El
mundo espiritual secreto de los niños puede ser, en
definitiva, el principio de la gozosa aventura que conlleva
cumplir ese "encargo", alentándonos a apoyar a nuestros
hijos como respuesta a esa pregunta, con plena confianza
y mutuamente enriquecidos en cuerpo, mente, espíritu y
corazón.

Joseph Chilton Pearce


Faber, Virginia

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INTRODUCCIÓN

Los niños viven en un mundo espiritual secreto y


poseen capacidades y experiencias espirituales,
momentos profundos que modelan su vida de manera
indeleble. Esas experiencias sobrecogedoras —y, con
frecuencia, amorosas— evidencian la existencia de un
importante dominio espiritual que, hasta la fecha, nos ha
pasado inadvertido. Estas experiencias —que van desde
el asombro al encuentro con la sabiduría interior, desde la
formulación de las grandes preguntas sobre la vida a la
expresión de la compasión e incluso a la búsqueda bajo la
superficie de las apariencias— constituyen, en suma, los
mojones sobre los que se asienta nuestra vida como seres
espirituales en este planeta. En las páginas siguientes,
mostraremos algo de ese mundo secreto que se oculta en
nuestros hogares, en nuestras aulas y, quién sabe, si en
nuestra propia infancia.

Durante muchos años me han interesado las


cuestiones relativas a la espiritualidad y el potencial del
ser humano y he trabajado en ese campo como profesor
universitario, investigador y terapeuta. Sin embargo, han
sido mis obligaciones paternas las que me han permitido
ver más profundamente en el mundo espiritual secreto de

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los niños.

Una noche estaba sentado en la cama de mi hija de


seis años intentando ayudarla a dormirse. Mientras le
daba las buenas noches y le acariciaba la frente, me dijo
que sentía "un cosquilleo y un mareo raros". Le pregunté
si todo iba bien y ella me respondió:

—¡Oh sí, ya lo he sentido antes!


—¿Cuándo? —le pregunté.
—Una vez en que alguien me acariciaba la frente
— respondió ella—. Y otra vez, cuando la abuela de Madi
[una amiga] estaba con nosotras mientras nos
dormíamos. También lo he sentido otras veces. Cuando
me pasa, siento como si flotase, como si fuera a dormirme.

Mi hija dejó de hablar unos instantes y, luego,


añadió:

—Y, entonces, puedo ver a mis ángeles.


—¿A tus ángeles? —le pregunté.
—Sí, ahora mismo los estoy viendo —respondió con su
pequeña vocecita y los ojos cerrados.
—¿Los estás viendo? —volví a preguntar un tanto
sorprendido.
—Sí, los veo y también los siento y sé que están ahí. Es
como si se hubiesen reunido a tomar el té y hablar sobre
mí —después se detuvo unos instantes y añadió—. Ellos
me dicen que soy amada.

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Entonces se quedó en silencio y pareció sumirse en
las profundidades del sueño.

Le di las buenas noches y salí de la habitación.


Mientras bajaba las escaleras pensé que sería una bonita
historia —una fantasía infantil, suponía— para recoger en
su diario. Tras escribir el incidente, lo olvide durante
varios meses hasta que mi hija recibió nuevamente la
visita de un ángel. De hecho, este ángel la visitaba
regularmente y parecía que Haley era capaz, por sí sola,
de modificar su mente a voluntad para entrar en ese
estado especial de conciencia. En esas ocasiones, parecía
envuelta en una profunda sensación de paz y evidenciaba
una comprensión y una sabiduría que, como padre y
psicólogo, nunca antes había presenciado en una niña de
seis años.

Tal vez el lector se pregunte —como hice yo en su


momento—, ¿estaba en realidad viendo a un ángel?
¿Había de verdad una reunión de ángeles tomando el té
en su habitación? No hay nadie —yo incluido— que
pueda verificar la naturaleza de esa comprensión
mediante procedimientos empíricos racionales, pero
puedo percibir la cualidad de la información que mi hija
me ofrece y constatar el impacto que tienen esas
experiencias en su vida. Y lo que veo y escucho me lleva
a suponer que tiene libre acceso a una profunda fuente de
sabiduría y amor. Más adelante volveremos a hablar con

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más detalle sobre el ángel de Haley pero, por ahora, tan
sólo deseo subrayar que, en muchas ocasiones, la hora de
acostar a mi hija me ha resultado tan fascinante que me
ha llevado a emprender, durante cinco años, la
exploración y la investigación de ese mundo oculto. Y lo
que he des​cubierto es que el caso de mi hija no es, ni
mucho menos, tan excepcional como parecería a primera
vista y que los niños tienen vidas espirituales
considerablemente ricas, capaces de asumir toda clase de
formas. Sin embargo, son muy pocos los adultos que
tienen conciencia de esa dimensión secreta.

La mayoría de la gente —en especial, psicólogos,


educadores y líderes religiosos— parece asumir que los
niños no son aptos para la vida "espiritual". La creencia
más común considera que los niños son capaces de
concebir, a lo sumo, una imagen pintoresca de Dios o de
repetir de memoria sus oraciones, pero carecen de la
experiencia consciente de una conexión directa e íntima
con la divinidad. De ese modo, su capacidad para el
asombro, la sabiduría, la compasión, el cuesrtionamiento
profundo y, en definitiva, para buscar más allá de la
superficie del mundo material, nos pasa en gran parte
desapercibida. Las experiencias espirituales de los niños
suelen ser malentendidas, rechazadas como meras
fantasías, etiquetadas como patologías o temidas por
padres, maestros y terapeutas que carecen de mapas
adecuados donde encajarlas. Pero, en definfriva, esa

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actitud no conduce al perfeccionamiento de la naturaleza
espiritual de los niños, sino a su represión.

La experiencia de Alison, de once años, refleja el


miedo y la confusión que suelen experimentar muchos
adultos cuando un niño conoce o ve más de lo que ellos
creen que deben ver. Alison estaba disfrutando de un
estupendo día en su casa y según relata: "De repente supe
que la amiga de mi madre acababa de morir. Estaba en el
patio y fue como un golpe. No puedo decir cómo lo supe,
pero me sentía absolutamente segura. Entré en casa y le
dije a mi madre que Ellen había muerto. La cara de mí
madre cambió de pronto y me dijo muy enfadada, 'Alison,
eso no tiene gracia'. Intenté explicarle que no era una
broma, pero no me escuchó. Unos minutos después, una
llamada telefónica confirmó que Ellen acababa de
fallecer. Mí madre estaba muy enfadada y me dijo, 'No sé
cómo lo has sabido pero no quiero que se lo cuentes a
nadie y no quiero que vuelvas a hacerlo otra vez'. En ese
momento empecé a dudar de si había algo malo en mí y
de sí no habría sido yo la causa de la muerte de Ellen.
Dudé de si estaba loca. Me sentía tan con​fusa sobre lo
que se suponía que debía creer". (Hasta que Alison no
habló conmigo, nunca había mencionado a nadie ese
incidente.)

Los adultos que se dedican a la enseñanza religiosa


de los niños se centran, principalmente, en los personajes

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clave, los mandamientos y los dogmas de su fe religiosa.
También son muchas las escuelas que están cada vez más
interesadas en la formación "ética" de los niños y, con
frecuencia, los padres dudan de cuál debe ser su papel en
la formación religiosa de sus hijos. Sin embargo, tanto la
religión como la educación moral suelen abordar,
tradicionalmente, la cuestión desde el exterior hacia el
interior pero, por más valioso que sea este enfoque, pasa
por alto el hecho de que la vida espiri​tual de los niños se
desarrolla, por el contrario, desde el interior hacia el
exterior. Por ejemplo, si revisamos la práctica totalidad
de los textos sobre desarrollo y psicología infantil,
comprobaremos la ausencia de cualquier tipo de
referencia a la espiritualidad infantil. Nada en absoluto.
Lo más frecuente es que, en el caso de que los
investigadores se topen con la espiritualidad infantil,
limiten sus observaciones a las "conversaciones sobre
Dios" que mantienen los niños, es decir, al modo en que
conciben a Dios y hablan sobre él, concluyendo que, por
lo general, los niños no tienen y no pueden tener vida
espiritual alguna puesto que todavía no han desarrollado
la capacidad de razonamiento formal, lo cual ocurre
generalmente en la adolescencia.

Pero estas conclusiones están condicionadas por las


definiciones racionalizadas que hacen los adultos de la
vida espiritual, así como por nociones religiosas tales
como la de una deidad suprema. Cuando los adultos

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utilizamos estas nociones para filtrar nuestra comprensión
de los niños, estamos pasando por alto su espiritualidad
innata porque la espiritualidad no sólo trasciende lo
racional sino también todas nuestras ideas acerca de Dios.
En ausencia de una imagen adecuada de la espiritualidad
de nuestros pequeños y de, nuestra propia divinidad, es
prácticamente imposible que lleguemos a apreciar esa
divinidad no sólo en nuestros hijos sino, a la postre,
también en nosotros mismos.

Aquel primer atisbo que me brindó mi hija fue el


catalizador que me lanzó a explorar la vida espiritual de
los niños tan profundamente como me ha sido posible. Al
fin y al cabo, mi trabajo como profesor universitario
consiste en enseñar a investigar a licenciados y
estudiantes universitarios, consultar con otros
profesionales sobre los proyectos y llevar a cabo mis
propias investigaciones personales. De ese modo, a partir
del año 1998, comencé a efectuar entrevistas exhaustivas
a más de cien individuos y familias y a recoger los relatos
escritos de cientos de niños, padres y adultos que evocan
sus experiencias infantiles, tratando de apreciar las
delicadas y, con frecuencia, muy privadas experiencias
espirituales que pueden dar forma a toda una vida.

Ésta no es la clase de investigación que se desarrolla


en el marco de un laboratorio sino que se parece más a un
trabajo antropológico de campo. En nuestro caso, el

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campo de estudio es la sala de estar familiar, el
dormitorio de los niños, el diario personal de los padres y
la amplitud de nuestros propios recuerdos, mientras que
los datos recogidos son las mismas experiencias y el
impacto que éstas puedan tener a lo largo de la vida.
Contando, puescon el amable permiso de todas esas
personas, me propongo compartir algunas de estas
historias con los lectores. Para preservar la identidad de
los protagonistas, he variado en muchos casos los
nombres y la información que permitiese identificarlos.
Además de todos esos datos, he tenido en cuenta el
trabajo llevado a cabo por otros investigadores en este
mismo campo y he estudiado los relatos autobiográficos
de muchos personajes históricos, como el poeta místico
inglés William Blake y el líder nacionalista hindú
Mahatma Gandhi, por ejemplo, constatando una y otra
vez la sorprendente riqueza espiritual de sus experiencias
infantiles. Asimismo, para ayudarme a desentrañar y
entender este misterio, me he sumergido tanto en los
escritos de las tradiciones de sabiduría como en
disciplinas académicas que van desde la psicología hasta
la literatura.

Incluso las conversaciones casuales me han


permitido constatar que esta clase de experiencias suelen
estar ocultas muy cerca de la superficie. Casi siempre que
he mencionado, cuando viajaba en avión, por ejemplo,
que estaba investigando las experiencias espirituales de

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los niños, he obtenido una mirada de curiosidad como
única respuesta. Sin embargo, en algunas ocasiones en
que he explicado un poco más detenidamente cuál era el
propósito de mi investigación, la respuesta ha sido: "Bien,
nunca se lo he dicho a nadie, pero...", seguida, de la
revelación de alguna experiencia íntima infantil que
modeló de manera irrevocable la vida de esa persona.

Parte de mi investigación también ha consistido en


reunir a las familias para que compartiesen sus
respectivas experiencias. Como me dijo una madre tras
asistir a un campamento con padres e hijos: "Mi hija me
ha hablado de las cosas que ve y oye. Estoy sorprendida
porque, aunque siempre hemos estado muy unidas, nunca
antes lo había mencionado". Crecer en un entorno donde
se habla con total "normalidad" de las experiencias
espirituales facilita que un niño de 10 años se sienta más
seguro a la hora de compartir sus propias experiencias. Y
ese es, precisamente, el principal objetivo de este libro:
contribuir a que niños y adultos se sientan lo bastante
seguros como para compartir sus experiencias espirituales
y reivindicar y seguir desarrollando su "inteligencia
espiritual" a lo largo de la vida.

¿Pero qué proporción de niños tienen capacidades y


experiencias espirituales? ¿Estamos hablando de un
número reducido de niños extraordinarios o se trata de un
fenómeno mucho más generalizado? Y no me estoy

27
refiriendo solamente al hecho concreto de ver ángeles. En
su momento, veremos que la espiritualidad es de
naturaleza mucho más variada y no siempre tan
espectacular. Si bien los mismos niños afirman que todo
el mundo posee ciertas capacidades espirituales, desearía
comprobar el alcance general de esa afirmación.

En primer lugar, es posible hacer algunas


estimaciones basa​das en las investigaciones efectuadas
hasta la fecha. Por ejemplo, según se desprende de ellas,
las experiencias espirituales son, sorprendentemente, muy
comunes entre la población en general. Varias encuestas
señalan que entre el 20 y el 30 por ciento de los adultos
estudiados tuvieron alguna experiencia religiosa o
espiritual significativa.[1] Sin embargo, estos resultados
varían considerablemente en función del tipo de
preguntas planteadas. ¿Pero qué ocurre en el caso
concreto de los niños? Un estudio efectuado en Inglaterra,
en el que se pedía a personas que habían tenido alguna
experiencia espiritual que escribiesen sobre ella, puso de
manifiesto que el 15 por ciento, aproximada​mente, de los
miles de informes recibidos tenían que ver con
experiencias sucedidas durante la infancía,[2] un dato que
los encuestados aportaron sin que se les pidiese que
mencionaran nada relativo a ese período de su vida.

Planteando esa cuestión de un modo más directo, un


colega y yo hemos llevado a cabo una sofisticada

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estadística en la que han participado cuatrocientos
jóvenes adultos y los resultados obtenidos señalan que las
experiencias espirituales en la infancia son más comunes
de lo que creemos. En lugar de centrarnos sobre
preguntas generales, como suele ocurrir en los
cuestionarios de esta índole, preguntamos a los
participantes sobre una amplia variedad de experiencias
espirituales como, por ejemplo, los momentos de
asombro y temor reverencial, las experiencias unitivas o
la recepción de guía espiritual procedente de fuentes
invisibles, por citar sólo unos pocos. Las respuestas
afirmativas a algunas de las preguntas planteadas en esa
encuesta anónima oscilaban entre el 10 y el 80 por ciento.
Entre el 60 y el 90 por ciento de las personas que
indicaron la edad en que había tenido lugar la
experiencia, dijeron que las primeras experiencias de esa
naturaleza habían ocurrido durante su infancia,[3] unos
datos que no hacen sino subrayar la importancia que
reviste la espiritualidad para todas las familias y todos los
profesores.

Esta investigación me ha permitido forjarme una


imagen sobre la vida espiritual de los niños muy distinta a
la que nos habían mostrado hasta la fecha. Hay
evidencias aplastantes que prueban que la vida espiritual
de los niños es sumamente rica y didáctica. Por su parte,
los adultos a quienes he entrevistado demuestran que
dichas experiencias infantiles son puntos de referencia

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que siguen orientando su vida aunque, en ocasiones,
también suponen una considerable fuente de confusión en
el marco de una sociedad que no reconoce esa clase de
potencial.

¿Qué es la espiritualidad?

Antes de proseguir, debemos abordar el significado


del término espiritualidad, aunque cualquier intento de
definición se parece a tratar de apresar agua con las
manos. Podemos sostenerla unos instantes e incluso
llevarnos algo a la boca y beberla, pero casi toda se nos
escurre de manera fluida e inasible. La espiritualidad
pertenece, obviamente, al espíritu, esa fuerza que escapa
a toda cuantificación, el misterio que anima a todas las
cosas y del que todas ellas están compuestas. De hecho,
es imposible separarse del espíritu puesto que cualquier
aspecto de la vida contiene una semilla de la totalidad, de
igual modo que cada una de nuestras células incluye todo
el código genético. Podemos reconocer que ese misterio
constituye el poder de la creación, sentir que es la
totalidad, nuestro autentico hogar, cuya realidad está más
allá de las palabras.

Hablar sobre la espiritualidad se parece mucho a


pedirle a un pez que nos hable sobre el agua. Quiero decir
con ello que la espiritualidad es como el océano donde
vivimos, incluso el agua de la que está compuesta la

30
mayor parte de nuestro ser (nuestro organismo está
formado en gran parte por moléculas de agua). De ese
modo, en lugar de concebimos como seres humanos que;
ocasionalmente, tienen experiencias espirituales, sería
más adecuado pensar que somos seres espirituales que
tienen experiencias humanas. Aunque es muy probable
que esa frase ya luzca como una pegatina en el coche de
algunas personas, en mi opinión transmite perfectamente
el hecho de que nuestra vida es, esencialmente, espiritual,
lo cual no significa que algunos de nosotros seamos
espirituales y otros no, sino que toda la existencia es un
evento de naturaleza espiritual. Así pues, ¿cómo hablar al
respecto y establecer distinciones que puedan semos de
utilidad?

En primer lugar, es necesario distinguir entre


espiritualidad y religión. La religión es un enfoque
sistematico del desarrollo espiritual, estructurado en torno
a una serie de dogmas y normas de conducta. Las
religiones se inician con una determinada comprensión
espiritual y tratan de difundir dicha comprensión
mediante distintas enseñanzas, rituales y reglas de
conducta. Así pues, la persona "religiosa" debe mostrar
cierto grado de adhesión a esos modelos y prácticas. Hay
muchas personas para las que la religión constituye una
especie de oasis que les proporciona un sentido de
pertenencia, orientación y tranquilidad. Sin embargo, para
otras personas, la religión es una fuente de opresión, en

31
especial cuando los seguidores de un determinado credo
asumen que son dueños de la verdad absoluta y exigen a
las demás personas que compartan esa misma opinión.

El germen original de la religión —la "palabra en el


corazón de la que proceden todas las escrituras", como
escribía el cuáquero William Penn[4]— es la
espiritualidad. El término espiritual se refiere, pues, a la
influencia íntima y directa que tiene lo divino en nuestras
vidas. Las experiencias espirituales son directas,
personales y, con frecuencia, tienen el efecto —aunque
sólo sea por unos instantes— de despertar y expandir la
comprensión de lo que somos y de cuál es nuestro lugar
en el mundo. De ese modo, aunque la esencia de lo
espiritual sea misteriosa, también comporta la invitación
a morar cerca de la corriente en la que fluye nuestra luz o
esencia espiritual. Hay personas que se aproximan a esa
luz a través del servicio y la devoción mientras que otras
pueden experimentar un sentimiento de unidad
incomprensible cuando están en contacto con la
naturaleza. Asimismo, es posible apreciar la presencia de
lo espiritual en los pequeños momentos cotidianos como,
por ejemplo, cuando un niño pequeño nos abraza con
fuerza y abre nuestro corazón, cuando respiramos y
apreciamos el aire agradable de un día primaveral y todas
nuestras tensiones se relajan o cuan​do asumimos una
actitud amorosa en lugar de una postura defensiva,
contribuyendo de ese modo a sanar una relación herida.

32
Como le ocurre al pez en el agua, con independencia de
que lo sepamos o no, la espiritualidad siempre está
presente.

En un sentido más técnico, la espiritualidad es tanto


una visión del mundo, como un proceso de desarrollo.
Una visión del mundo aborda las grandes preguntas del
tipo "¿Quién soy?" o "¿Cuál es la naturaleza de la vida y
el universo?" La respuesta que damos a esas preguntas
condiciona el modo en que vivimos en el mundo.
Históricamente, la doctrina del materialismo afirma que
la única realidad que existe es aquella que podemos
medir. De ese modo, el materialismo reduce el universo a
la tierra plana que denominamos el plano físico.

Por su parte, la visión espiritual ubica al individuo en


un universo sagrado y multidimensional, si bien no anula
el plano material sino que lo integra en una comprensión
más amplia de la realidad donde materia y espíritu no
sólo coexisten sino que son facetas de una misma cosa.
En el Evangelio de Tomás, Jesús afirma: "Rompe un
trozo de madera y estaré allí. Levanta una piedra y me
encontrarás".[5] La premisa fundamental de la visión
espiritual del mundo es que todas las cosas —incluidos
nosotros mismos— son sagradas y están imbuidas con el
espíritu o, cuanto menos, forman parte de él. El agua que
envuelve al pez y que también está en su interior, se
transforma en agua sagrada. La apertura e inmediatez

33
perceptiva de los niños les permite disfrutar de una
conciencia directa e intuitiva del mundo. Los niños
parecen estar más cerca de la luz. En consecuencia, su
visión del mundo no necesita ser elaborada
cuidadosamente con la lógica y el lenguaje sino que
puede emerger a partir de una experiencia espiritual
directa y cristalizar en una sensación, una imagen o un
sentimiento de realidad o pertenencia.

Pero, además de una visión del mundo, la


espiritualidad también constituye un proceso de
desarrollo. De ese modo, se afirma que el espíritu es la
cima de la escala evolutiva o bien una rama o línea
específica de desarrollo como, por ejemplo, la cognición.
Sin embargo, en esta época de inmensas posibilidades
pero también de tanta alienación con respecto al yo, la
sociedad y nuestros orígenes, creo que es más importante
concebir la espiritualidad como un proceso de desarrollo
continuo, de búsqueda de la propia identidad, de
descubrimiento de lo que realmente somos. La cresta de
la ola de ese proceso recibe el nombre de liberación,
transformación, iluminación y autorrealización, sin
olvidar sus cualidades de integración y plenitud porque,
cuanto más integremos al mundo y a nosotros mismos en
lo que somos, mayor será nuestro desarrollo. Para ello,
tendremos que reclamar. nuestras zonas de sombra,
aprender a amar a nuestros enemigos y percibir no sólo
que somos seres espirituales interconectados sino incluso

34
que somos el mismo espíritu. Las tradiciones sagradas del
planeta afirman que ese proceso conduce de manera
irrevocable al amor y la sabiduría. El espíritu busca,
simultáneamente, la creación y la comunión. Tiende al
incremento de la diversidad y, al mismo tiempo, hacia un
sentido de unidad indestructible e indivisible.

Las experiencias espirituales sirven de puntos de


referencia y de catalizadores del desarrollo espiritual, En
esos momentos, nuestra conciencia individual se abre a la
conciencia más grande de la que todos formamos parte o,
dicho de otro modo, reconocemos un aspecto concreto de
la divinidad en el aquí y ahora. Cada vez es más evidente
que los niños tienen, en ocasiones, diversas y muy
significativas experiencias espirituales. Los encuentros de
mi hija con su ángel representan tan sólo uno de los
muchos tipos de experiencia que podemos denominar
"espiritual". Por esa razón, el presente libro no versa
únicamente sobre los ángeles, puesto que lo espiritual se
manifiesta de muchos otros modos, Así, a lo largo de
estas páginas, exploraremos cinco categorías generales de
la espiritualidad —la sabiduría, el asombro, el encuentro
entre el tú y el yo, el cuestionamiento y la visión de lo
invisible— que son los estilos o cauces naturales por los
que suele discurrir la espiritualidad infantil.

A pesar de su inexperiencia en el mundo (o, quién


sabe, si a causa de ella), los niños tienen considerable

35
acceso a una profunda guía y comprensión interior, una
fuente intuitiva de sabiduría, censuelo y consejo que, con
frecuencia, les lleva a penetrar en el meollo de cualquier
asunto. Por ejemplo, Alissa, una niña de dos años, decía
insistentemente a su madre que "tenía que hablar con la
señora". La "señora" era una desconocida que estaba
dando una charla en un taller al que asistía la madre. Ésta
no tenía ni idea de lo que quería decirle la pequeña, pero
tuvo en cuenta su insistencia. Así que, tras observar un
buen rato a la desconocida desde el regazo de su madre y
esperar pacientemente a que concluyese su charla, Alissa
corrió hacia ella y le anunció que tenía que comunicarle
algo. La pequeña dijo a la mujer que debía dejar que su
padre entrase en su corazón. En ese momento, la mujer
rompió a llorar y, más tarde, confesó que había sacado a
su padre completamente de su vida y que estaba
debatiéndose sobre si eso era lo correcto.

Aunque los niños puedan no ser capaces de explicar


lógicamente lo que saben y cómo lo saben, su sabiduría
puede ser clara y diáfana, como ocurrió en el caso de
Alissa.

Tal vez las experiencias espirituales más fáciles de


reconocer son las que se refieren a los momentos de
asombro y temor reverencial referidos por los místicos.
La infancia es un período de maravilla y admiración en el
que el mundo atrapa nuestra atención a través de nuestros

36
ojos y oídos recién estrenados. No es difícil encontrar a
niños pequeños absortos en un momento gozoso
columpiándose o dando vueltas tan sólo para sentir que el
mundo gira en tomo a ellos. Los niños son místicos
naturales cuyo asombro les despeja, en ocasiones, el
camino hacia el éxtasis y la unión.

A la edad de once años, Debbie estaba estirada en el


columpio y, tal como ella misma refiere: "Estaba mirando
el cielo, sencilla​ mente mirando y no sé lo que ocurrió
pero, de pronto, todo se abrió ante mí. No sé explicarlo
pero sentí que todo era perfecto y estaba conectado. No es
que estuviese pensándolo porque parecía que no hubiese
espacio para pensar siquiera. Sentía que mi pecho había
explotado en un millón de fragmentos y que esa
explosión llegaba a las nubes y el sol". Es inevitable que
experiencias tan poderosas como la anterior modelen el
curso de una vida entera. Los niños poseen una capacidad
natural para el asombro y sienten el pulso del espíritu de
manera íntima y directa.

Por su parte, Reed —un niño de seis años— no


dejaba de hacer preguntas del tipo "¿Por qué estoy aquí?"
"¿Qué es la vida?" Y precisamente el cuestionamiento y
la indagación, propios de la religión y la, filosofía, tratan
de responder a las grandes preguntas sobre la vida y su
significado. Las grandes preguntas nos permiten entablar
diálogo con el misterio. Aunque damos por sentado que

37
los niños no abordan —ni pueden hacerlo— esa clase de
"cuestiones últimas", como las denominaba el teólogo
Paul Tillich,[6] sin embargo, las evidencias que
aportaremos demuestran que no son pocos los niños que
buscan su alimento espiritual en la reflexión metafísica.
Al igual que otras tradiciones, el sufismo afirma, por
ejemplo, que la reflexión profunda puede abrirnos a la
más alta comprensión que es el alimento del corazón.[7]

También es frecuente que la espiritualidad se


manifieste en la intersección de nuestras vidas, es decir,
en el encuentro entre el tú y el yo. El modo en que nos
concebimos unos a otros y nos tratamos mutuamente es la
base de la espiritualidad relacional. En ese sentido, los
niños evidencian una profunda capacidad para conectar y
relacionarse con los demás, una conexión les permite
percibir con suma rapidez el dolor, la injusticia y la
hipocresía. A veces, pueden sentirse sobrecogidos o
confundidos por los sentimientos que les provoca otra
persona pero, en otros momentos, esa conexión profunda
les conduce a sorprendentes manifestaciones de
compasión. Los psicólogos explican que la capacidad de
empatía —la capacidad de ponerse realmente en el lugar
de otra persona— es el fundamento de la compasión y del
desarrollo moral. Sin embargo, suele pasarles inadvertido
que, si bien los niños parecen, en ocasiones,
tremendamente egoístas o egocéntricos, evidencian al
mismo tiempo una profunda capacidad de empatía y

38
compasión.

Pero, además de la sabiduría, el asombro, las


preguntas y los encuentros interpersonales, también nos
referiremos a otra categoría general de las experiencias
espirituales que, dicho sea de paso, suele ser la más
controvertida cuando la conciencia se abre, podemos
advertir cosas que no percibíamos antes, es decir,
podemos ver lo invisible. Las revelaciones llevadas a
cabo por los sabios y los místicos afirman que el mundo
no se reduce a una sola dimensión material sino que está
formado, por el contrario, por múltiples dimensiones —o
planos de existencia— ordenadas jerárquicamente. La
apertura natural de los niños les permite, con frecuencia,
ver en el interior de esos mundos y, de ese modo, su
intuición puede ayudarnos a comprender mejor qué es el
universo y qué somos nosotros. Por ejemplo, a los siete
años de edad, Maia veía luces y colores alrededor de la
gente. "Veo manchas rojas y verdes a su alrededor —me
decía— y muchas tiras de colores que salen de usted."
Muchos niños con quienes he tenido oportunidad de
hablar, al igual que muchos individuos pertenecientes a
distintas culturas, también refieren la visión de colores,
luces y formas que rodean a la gente.

Sin embargo, las visiones de los niños también


pueden asumir otras configuraciones. Gladys recuerda
cierta noche en la que su hermana se despertó en medio

39
de una pesadilla: "Gritaba que la fábrica de mi abuelo se
estaba quemando. Gritaba tan alto que despertó a todos
los que dormían en la casa. Unos minutos después
recibimos una llamada telefónica comunicando que la
fábrica estaba en llamas". Y una madre relata lo
siguiente: "Cuando mi hijo pequeño tenía unos dos años,
estábamos de visita en casa de unos parientes. Desde el
lugar donde lo acosté a dormir un rato, se podía ver la
ventana del garaje. De pronto, rompió a llorar señalando a
la ventana y dijo que no podía dormirse porque tenía
miedo del 'viejo triste que había en el garaje'. Pero, en ese
momento, no había nadie dentro del garaje. Lo que no
tenía modo de saber —si bien lo averiguamos
posteriormente— era que, hacía varios años, un anciano
se había suicidado en ese garaje". Puede que la
integración y el desarrollo de esta clase de facultades tan
sólo refleje la evolución natural de la conciencia humana
que va abriendose lentamente a las múltiples dimensiones
del universo. De ese modo, exploraremos el alcance
natural de esta clase de percepciones y también el papel
que cumplen en la vida espiritual y los posibles riesgos
que comportan.

Aunque muchas personas admitimos que ese tipo de


eventos y capacidades se inscriben dentro de la categoría
de lo espiritual, hay quienes no comparten la misma
opinión. Con el fin de proporcionar el contexto adecuado
para la comprensión de estas experiencias, he intercalado

40
a lo largo del texto la sabiduría y las intuiciones de los
grandes sabios y místicos de diversas tradiciones
sagradas, para que sirvan de base y orientación tanto en
nuestro entendimiento del mundo espiritual, como en lo
que concierne a las experiencias espirituales que muchos
de ellos tuvieron en su propia infancia.

Las grandes visiones del nativo americano Alce


Negro se iniciaron con una experiencia asombrosa que
tuvo al atravesar una "puerta de arco iris" que había en un
tipi. "Vi a seis ancianos —relata— que estaban sentados
formando un círculo. El más viejo de ellos me dijo:
'Todos tus antepasados en este mundo se hallan aquí
reunidos y reclaman tu presencia para enseñarte?' ". En
ese momento, cada uno de los ancianos procedió a
entregarle un regalo de poder y sabiduría que infundiría
fuerza interior y salud a su pueblo en los difíciles
momentos que deberían afrontar en el futuro. Después de
esa visión, Alce Negro permaneció inconsciente, al borde
de la muerte, durante doce días.[8] En su caso, las visiones
que guiaron toda su vida espiritual comenzaron cuando
era un niño de tan sólo cinco años de edad y se
consolidaron cuando alcanzó los nueve años. La conocida
monja católica Hildegard von Bingen, nacida en el año
1098, disfrutó de visiones a lo largo de su vida que
empezaron a los tres años de edad. Ella refiere lo
siguiente: "Tan gran​de era su luminosidad que mi alma
temblaba".[9] Por su parte, a los seis años de edad, santa

41
Catalina de Siena tuvo una visión de Jesús y de varios
santos que transformó radicalmente su vida.[10] Y
Ramakrishna, una de las figuras espirituales más
prominentes en la India del siglo XIX, también disfrutó
de su primera apertura a la divinidad a la edad de seis
años.[11] A los nueve años de edad, el poeta William
Blake escribía lo siguiente: "Brillantes alas angélicas
esparciendo sus colores como estrellas sobre cada rama".
[12] Por su parte, cuando sólo era un muchacho, Ramana

Maharshi también alcanzó una comprensión


extraordinaria.[13] Y, desde muy pequeño, Gandhi
siempre tuvo un anhelo insaciable de verdad.[14] Por su
parte, el sabio jesuita Teilhard de Chardin señala que el
comienzo de su búsqueda espiritual se remontaba a los
cinco o seis años de edad.[15] Obviamente, nuestros niños
están en buena compañía.

En resumen, las experiencias espirituales pueden


asumir la forma de momentos de sabiduría y asombro, el
reto de las grandes preguntas, la compasión y la
comunión con los demás y la visión de lo invisible.
Aunque muchas de las experiencias recogidas en este
libro —y proporcionadas por los mismos niños— sean
más bien espectaculares, la sencilla espiritualidad de un
acto de compasión, la apertura del corazón o los
pequeños momentos de aprecio, también constituyen la
materia prima de la vida espiritual. Lo único que ocurre
es que las historias espectaculares son más llamativas,

42
aunque su principal valor siempre sea el de recordarnos
que también debemos prestar atención a los impulsos
espirituales, de naturaleza más sutil, de nuestros hijos.

El encuentro con la divinidad, el acceso a la


sabiduría y el asombro, no esperan a que hayamos
concluido los estudios universitarios o comprado un
automóvil, sino que pueden ser vividos desde la infancia
y convertirse en el punto focal de nuestra vida. Es posible
afirmar que esas experiencias son el principio de la
"inteligencia espiritual" pero, al igual que ocurre con el
intelecto —que todos nosotros poseemos en mayor o
menor médida—, la inteligencia espiritual también se
halla desigualmente repartida, emerge en muy diferentes
circunstancias y puede que sea indispensable el
entrenamiento para que madure completamente. Por
desgracia, eso es algo que, en el trato con nuestros hijos,
obviamos e incluso reprimimos, de modo que la mayoría
de nosotros experimentamos, al alcanzar la edad adulta,
una merma en nuestro desarrollo. Una vez que perdemos
el contacto con la sabiduría interior, la capacidad de
asombro la compasión y los valores profundos, nuestra
vida deja de estar gobernada por las profundas corrientes
del espíritu y se halla a merced del temor.

No obstante, la mera presencia de los niños y la


valoración de nuestra propia infancia pueden ayudarnos a
reconectar con la espiritualidad. Si les prestamos la

43
debida atención, los niños pueden convertirse en nuestros
maestros espirituales. Como explicaba una madre: "El
otro día, mi hija, que sólo tiene un año y medio, vino y
me dio un beso. Fue algo tan puro y tierno por su parte
que no pude sino ponerme a llorar. De inmediato pensé
que también ésa era la manera en que yo deseaba
expresar mi amor a los demás: con pureza, con ternura,
sin esperar nada a cambio".

Pocas cosas tienen el poder de transformarnos tan


rápidamente como la presencia de un niño. Los relatos
que siguen y las reflexiones que los acompañan pueden
despejar el camino para que comprendamos mejor el
mundo espiritual de los niños y volvamos a conectar con
nuestra propia divinidad. Tal vez muchos de nosotros
descubramos, profundamente soterrada en nuestra
memoria, la temprana atracción del espíritu. De ese
modo, la lectura de este libro puede ayudamos a recordar,
reivindicar y renovar ese antiguo anhelo. Eso no sólo
significará que nos habremos abierto al mundo secreto de
los niños, sino también al nuestro propio. Para ello,
tendremos que explorar varias e importantes cuestiones:

• ¿Pueden los niños ser los maestros espirituales de los


adultos?
• ¿Cuáles son las variedades de las experiencias
espirituales de los niños?
• ¿Cómo pueden padres, maestros y amigos contribuir al

44
desarrollo espiritual de los pequeños?
• ¿ Cuáles son los problemas y peligros que deben
afrontar los niños en lo que concierne a su propio
potencial espiritual?
• ¿Cómo sería un programa de formación espiritual para
los niños?
• ¿De qué modo las experiencias espirituales tempranas
sirven de puntos de referencia para la vida espiritual
posterior?
• ¿Son los niños de hoy en día distintos a los de épocas
pasadas? ¿Representan la punta de lanza de la
evolución?

Hasta hace muy poco tiempo, la discusión pública de


este mundo secreto probablemente no era aconsejable
puesto que los niños podrían haberse visto sometidos al
mismo tipo de persecución que los herejes o haber sido
diagnosticados con una seria dolencia mental. Podrían
haber sido ridiculizados, despreciados y completamente
confundidos o; tal vez —aunque no menos doloroso—,
haberse convertido en objetos de adoración y exposición
o en curiosidades espirituales y, por tanto, obligados a
arrastrar una carga aplastante durante el resto de su vida.

Pero, en el momento histórico que nos ha tocado


vivir, cuando la espiritualidad infantil está emergiendo a
la superficie, cuando la espiritualidad en general asume

45
gran importancia para millones de adultos y cuando el
estado del mundo exige la sabiduría y la compasión de
una visión espiritual, ha llegado la hora de acoger y
alentar la inteligencia espiritual de nuestros hijos y, como
adultos, también de reivindicar nuestra propia
espiritualidad. Nos esforzamos en comprender nuestro
mundo, en encontrar referentes morales, en superar el
egoísmo, en desarrollar nuestra personalidad y nuestra
compasión y en descubrir nuestra vocación; pero es
posible que la fuente de todo ello esté muy cerca de
nuestro hogar, en la auténtica vida espiritual de nuestros
hijos. Ese mundo espiritual ha permanecido secreto y
merece que siga siendo sagrado, pero es un mundo que
puede beneficiarse de la luz del diálogo juicioso y de una
nueva comprensión. Este libro no sólo pretende contribuir
a ese diálogo sino que es también una suerte de llamada
que intenta invocar al espíritu que habita en nuestros hijos
y en nosotros mismos.

46
PRIMERA PARTE

UN MUNDO SECRETO

47
1. ESCUCHAR A LA SABIDURÍA

En la era de la información, podemos acceder


fácilmente a textos sagrados, grandes ideas e información
valiosa de todo tipo. Dios está en las librerías y en
Internet, y ya no necesitamos el permiso de nuestros
maestros y confesores para tener acceso a los misterios.
Pero, si bien podemos adquirir libros fabulosos donde
encontrar consejos sobre la vida, es imposible comprar la
sabiduría. La sabiduría no es un objeto ni una posesión
que pueda acumularse sino que es, por el contrario, una
actividad, un modo de ser y conocer que sólo llega
cuando la mente y el corazón están abiertos. La sabiduría
no sólo nos permite ver en lo más profundo de las cosas,
sino ubicarlas en su adecuada perspectiva.

Podemos creer que sólo se alcanza la sabiduría tras


haber acumulado una gran cantidad de experiencia y que,
en consecuencia, está reservada a las personas mayores o
tan sólo a una pequeña élite. Sin embargo, a pesar de su
inocencia en los asuntos del mundo, los niños evidencian
una considerable capacidad para ir al meollo de los
asuntos. Porque, si bien carecen de las competencias
lógicas y lingüísticas propias de los adultos, permanecen
abiertos a las corrientes más profundas que subyacen a la

48
conciencia. A través de esa apertura, puede advenir una
pequeña y casi silenciosa vocecilla, alguna perla de
comprensión o, tal vez, un ángel.

Los deberes divinos

Han pasado varios años desde que conocí al ángel de


mi hija Haley. Esa relación fue algo completamente
inesperado para su madre y para mí, pero cierta noche
quedamos más sorprendidos si cabe cuando su ángel
brindó una ayuda inesperada para concluir unos deberes
de cuarto curso.

Mi esposa y yo teníamos mucho cuidado de no


hablar del ángel de Haley o de mantener la menor
conversación al respecto en su presencia y nos
limitábamos, por lo general, a escuchar y responder a sus
preguntas en el caso de que ella lo mencionase. Pero, en
mitad de la tarde de un domingo, Haley —que por aquel
entonces tenía nueve años— estaba ocupada con una
redacción para el colegio que debía tratar sobre algún
importante personaje de color de nuestra historia. Haley
había elegido a Mahalia Jackson, la gran cantante de
música gospel que también fue, durante toda su vida, una
destacada defensora de los derechos civiles de los negros.
Hacía dos semanas que Haley había encontrado un libro y
descargado de Internet un par de pequeños artículos de
una página sobre la vida de la cantante y, en este

49
momento, estaba acabando de pasar a limpio su trabajo
en el ordenador. Sin embargo, dado que tecleaba muy
lentamente, el proceso era largo e incluso, en ocasiones,
penoso.

En un momento dado entré en la habitación donde


Haley estaba trabajando y no me fue difícil percibir la
tensión en el ambiente y toda clase de sentimientos
negativos. Ella había trabajado muy duro en esa
redacción y efectuado una labor digna de encomio, pero
lo más importante de todo fue que parecía haber
aprendido algunas cosas sobre la vida de Mahalia y sobre
la redacción de un artículo. Sin embargo, en la medida en
que su tiempo y paciencia iban agotándose, llegó un
momento en que su único objetivo era acabar el trabajo a
toda costa, puesto que tenía que entregarlo al día
siguiente. Sin embargo, aún no había concluido y, al
tiempo que necesitaba urgentemente un cambio de
humor, la frustración iba apoderándose de ella.

Cuando salió de su habitación para tomarse un breve


descanso, le pregunté de pronto si quería probar un
experimento. De ese modo, mientras subía las escaleras
camino de su habitación, le propuse que se relajase
acostada en su cama y le preguntase a su ángel si sabía
algo sobre Mahalia Jackson. Nunca antes le había
sugerido, ni siquiera remotamente, nada parecido y
tampoco estoy muy seguro de cuál fue el motivo de

50
aquella sugerencia. Haley, más que predispuesta a
cualquier cosa que ​la distrajese de su tediosa tarea, se
mostró inmediatamente de acuerdo.

Pasados quince o veinte minutos, Haley bajó a toda


prisa las escaleras.

—¿Cómo te ha ido? —​le pregunté.


—​Muy bien —me respondió ella—​. Acabo de ver a
Mahalia.
—¿De verdad? —pregunté sin saber muy bien lo que
debía decirle.
—​Me ha sorprendido un poco verla realmente y lo fácil
que me ha sido encontrarla —siguió diciendo mi hija.

Entonces comenzó a relatarme las cosas que Mahalia


le había contado. Por mí parte, no pude sino interrumpirla
en medio de la frase para ir rápidamente a por papel y
bolígrafo para recoger todo lo que ella pudiera decirme.
Entonces procedió a relatarme una gran cantidad de
información muy personal y pormenorizada acerca de
Mahalia Jackson y que, según comprobé después, no
constaba en el material que mi hija había recogido
previamente.

Tras casi diez minutos de relatar aquellos valiosos


datos, Haley añadió que Mahalia también le había
contado "una cosa muy importante" sobre su vida.
"Mahalia me ha dicho que, a lo largo de su vida, ha

51
habido tres cosas muy importantes: la alegría, la felicidad
y el miedo. Se sentía contenta de que negros y blancos le
prestasen tanta atención. También se sentía feliz por
poder hacer lo que siempre había querido, es decir,
interpretar música [gospel] y cantar a Dios y al amor.
Pero añadió que también había sentido miedo, miedo de
ser tan famosa y de que a algunas personas no les gustase
su contribución al acercamiento entre negros y blancos y
tratasen de hacerle daño". Aunque las ideas que
expresaba mi hija no figuraban explícitamente en los
materiales que había leído, parecían capturar, con
fascinante claridad y franqueza, la vida de Mahalia
Jackson.

Cuando terminé de escribir lo que Haley me dictó,


añadió una nueva información a modo de conclusión de
su redacción. Sentía una sensación repentina y renovada
de proximidad y fascinación por esa mujer y su trabajo.
Debido a esa "conversación" privada, Haley sentía ahora
que conocía, real y directamente, a Mahalia. Era una
sensación completamente distinta a la que experimentara
tan sólo media hora antes y, de ese modo, un proyecto
que había estado a punto de acabar siendo un trabajo
aburrido, se había transformado en algo especialmente
inspirador que encajaba perfectamente con el carácter de
la vida de Mahalia Jackson, cuya voz y presencia
inspiraron a tantas personas.

52
Le pregunté a Haley cómo había conseguido
contactar con Mahalia y ella me respondió: "Fue muy
fácil. Sólo me acosté en la cama, me relajé y le pedí a mi
ángel que me ayudase. Entonces me dirigí mentalmente a
www.mahaliajackson.com y allí estaba ella frente a mí.
Nos pusimos a hablar y me contó su vida".

¿Pero, en realidad, Haley se había comunicado con la


conciencia de Mahalia Jackson? ¿Había visto a su ángel?
Los grandes místicos y sabios admiten que es posible
recibir una profunda guía interior, del mismo modo que le
ocurrió a Haley. Se cree que Abraham, Moisés, Mahoma
y María tuvieron acceso a esa profunda fuente de
sabiduría, del mismo modo que Martín Luther King,
Mahatma Gandhi, George Washington Carver y Wiston
Churchill. Sócrates llamaba daimon —que significa
divino—​ a esa voz interior.[1] En la China del siglo I d.C.,
la guía procedente de la voz interior recibía el nombre de
wu.[2] Por su parte, los rabinos hebreos de la Edad Media
también se comunicaban con maestros desencarnados
llamados maggidim.[3] Los místicos cristianos atribuían
su guía interior al Espíritu Santo, los ángeles y los santos
ya fallecidos. Y, si bien los antiguos utilizaban el término
genius, que significa espíritu guardián y que es el origen
de la palabra genio, durante la Edad Media el genio llegó
a ser conocido como el ángel de la guarda.[4]

Sin embargo, además de concebir la sabiduría como

53
la comunicación con una fuente exterior a nosotros ​como,
por ejemplo, un ángel​, los místicos y los sabios también
sostienen que dicha fuente mora en lo más profundo de
nosotros mismos. Rumí, el poeta místico del siglo XIII,
nos ofrece la siguiente. metáfora:

Hay otra clase de escritura, ya completada y preservada


en tu interior, un manantial que se desborda de su
contenedor, una frescura en el centro del pecho, una
inteligencia no se enturbia ni estanca sino que fluye de
continuo. No se mueve del exterior al interior, a través de
los conductos del estudio, sino que ese segundo
conocimiento es una fuente que mana del interior.[5]

¿Tal vez fuese más adecuado concluir que, el ángel


de Haley forma parte de ella misma, que es "una fuente
que mana del interior"? Es posible afirmar que el origen
de la guía y el conocimiento de Haley se hallan, en
realidad, dentro de ella (como una fuente interior) y
también en el exterior (como ocurría con las musas de los
antiguos griegos y también con el ángel de la guarda),
pero lo realmente importante no son las imágenes que
utilicemos para explicar dicho conocimiento, sino el
hecho de que, con independencia del modo en que lo
expliquemos, resulta accesible. Su valor, pues, se mide
por la calidad de lo que escuchamos y por el impacto que
reviste en nuestra vida. En ese sentido, Haley es capaz de
conectar con una amorosa fuente de consuelo, consejo y
comprensión. Los, niños se abren de manera natural y

54
regulara las capas más profundas de la conciencia, pero la
mayoría de los mapas contemporáneos de la psicología
infantil (y también de la adulta) pasan por alto la
compleja naturaleza espiritual del ser humano. Así pues,
necesitamos rehabilitar la idea de que nuestra naturaleza
es mucho más amplia. La cuestión es que el
reconocimiento de la sabiduría interior de los niños ​—y,
en especial, su correcta valoración—​ es tarea imposible
si, en primer lugar, no reconocemos su valor en nosotros
mismos.

Un río que fluye

Son muchas las tradiciones que refieren que el ser


humano está dotado de dos naturalezas: por un lado, lo
que podemos denominar el "gran Yo" y, por el otro, el
"pequeño yo", que es equiparable al ego de la psicología
occidental mientras que, en el budismo, recibe el nombre
de "yo inferior". Aunque todos tenemos esta clase de yo y
vamos desarrollándolo a lo largo de la vida; las
tradiciones sagradas nunca lo confunden con la totalidad
del ser. De ese modo, en lugar de vernos a merced de los
altibajos, temores y apegos de nuestro pequeño yo, lo que
se nos pide es que aprendamos a utilizarlo sin ser
utilizados por él.

El sabio hindú Sri Aurobindo denomina "maestro


interior" a la fuente interior de sabiduría y comprensión

55
del gran Yo.[6] Por su parte, Meister Eckhart, el fraile
dominico del siglo XIII, se refiere a él como "el hombre
interior".[7] Ralph Waldo Emerson habla de la
"superalma".[8] Y, en sus escritos, el psiquiatra italiano
Roberto Assaglioli se refiere a las diferentes dimensiones
del gran Yo como "yo superior", "yo transpersonal" y "yo
universal".[9]

En las postrimerías del siglo XIX, el filósofo y


psicólogo norteamericano William James relacionó la
conciencia con la imagen de un río.[10] A través del gran
Yo, los niños son capaces, en ocasiones, de beber en sus
profundidades. Por eso, será muy útil que, antes de
proseguir, tracemos un sencillo mapa de dicha corriente.

El pequeño yo o ego, que conforma la superficie de


nuestro ser, nos ayuda a funcionar en el mundo, evalúa
los posibles peligros, se preocupa por el pasado y
planifica el futuro. Este pequeño yo es el causante del
diálogo interno que ocupa la mayor parte de nuestra
existencia cotidiana. (¿Me gusta eso? ¿Por qué lo he
dicho?) El pequeño yo se cree separado de los demás y,
por tanto, también suele buscar la felicidad a sus
expensas.

Sin embargo, bajo la superficie reside la mente


subconsciente. Todas las acciones, pensamientos y
sentimientos del ego influyen en el inconsciente y, a su

56
vez, están influidas por éste. De ese modo, cuando le
damos una orden, el subconsciente obedece de inmediato.
Por ejemplo, podemos conducir nuestro coche sin tener
que pensar en cada uno de los movimientos del brazo
necesarios para girar el volante y nos cepillamos los
dientes sin tener que reparar en ello. Pero la mente
subconsciente no sólo sirve al ego sino que también lo
condiciona. Todos poseemos determinados rasgos
personales que están "fijados" desde nuestro nacimiento y
que pueden determinar nuestras acciones, palabras y
pensamientos o bien internalizamos las voces procedentes
de nuestros padres y los medios de comunicación. Tal vez
se trate de las expectativas depositadas en nosotros por
nuestra familia o por el entorno sobre lo que debemos ser,
a quién debemos parecemos, etc.

Si nos sumergimos un poco más en la mente


subconsciente podremos constatar que las llamadas
experiencias perinatales ​ —como un nacimiento difícil​—
o kármicas, como las denomina la tradición hindú,
también ejercen su influencia a través del inconsciente.
Por lo general, no somos totalmente conscientes de ellas
pero constituyen una suerte de programación que, para
bien o para mal, determina automáticamente nuestras
reacciones. De ese modo, cualquier situación desafiante
puede disparar la reacción automática del niño del
siguiente modo, "Puedo hacerlo. Sé cómo hacerlo". O
bien, por el contrario, "No soy bueno. No podré

57
conseguirlo". La mayor parte de los enfoques
psicoterapéuticos constituyen tentativas de superar o, al
menos, de reconocer la existencia de esos automatismos.

Pero el dominio del inconsciente no sólo es


individual —​tuyo o mío— sino también nuestro. Nuestra
corriente se encuentra con otras corrientes y, de ese
modo, las distintas corrientes individuales se
entremezclan para formar la zona compartida del
inconsciente. Haley pudo encontrar a Mahalia Jackson
porque su inconsciente está en contacto con esa mente
colectiva. Hay personas que tienen intuiciones sobre
parientes o amigos íntimos ausentes que, posteriormente,
ven confirmadas. La comprensión alcanzada en este nivel
suele ser muy personalizada e íntima. Por ejemplo,
Mahalia aportó detalles muy concretos sobre su vida.

Sumergiéndonos un poco más en la corriente,


descubrimos que esta zona colectiva también alberga
pautas universales o arquetipos, como los denomina Carl
Jung.[11] que podemos concebir como las pautas
primordiales o las estructuras profundas de la conciencia
humana que conforman la arquitectura interna de la
mente. Las imágenes y las ideas comunes que aparecen
en distintas culturas y épocas nos proporcionan indicios
de la existencia de esa zona colectiva como, por ejemplo,
la utilización del símbolo del círculo para representar la
totalidad o los arquetipos universales del sanador y el

58
guerrero, que constituyen una especie de molde de la
personalidad humana. Así pues, las corrientes
subconscientes se entremezclan para conformar el
inconsciente colectivo. Las corrientes fluyen, se
encuentran y se funden.

Sin embargo, también somos mucho más puesto que,


cuando descendemos a las corrientes más profundas,
descubrimos lo que se llama la superconciencia. En el
momento en que la conciencia se abre a ese ámbito
experimentamos inspiración y comprensión universal y
sentimientos de unidad y plenitud. Aunque las
profundidades del gran Yo exceden los límites
individuales, las cualidades particulares del inconsciente
personal actúan de filtro entre la superconciencia y el yo,
creando y personalizando las formas o pautas que serán
asumidas con el menor riesgo. Así, como veremos
posteriormente en este mismo capítulo, una niña de dos
años llamada Alissa afirma que hay un delfín que dialoga
con ella, mientras que Diana siente la presencia de su
difunto padre.

Podemos concebir y denominar a esta corriente más


profunda de la conciencia expandida como conciencia
crística, naturaleza búdica, Tao, unión, Dios, vacuidad,
conciencia cósmica, etc. En su novela Las uvas de la ira,
John Steinbeck describe del siguiente modo el
descubrimiento de la unidad: "Tal vez el ser humano

59
carezca de alma propia y sea un fragmento de un alma
mayor, la gran alma de la que todos formamos parte".[12]
Y, por su parte, el físico Erwin Schrodinger concluye:
"Por su misma naturaleza, la mente es un singularia
tantum, y yo añadiría que el número total de mentes es
sólo uno".[13]

Se afirma que el objetivo del desarrollo espiritual es


el de expandir nuestra conciencia para conocer mejor lo
que realmente somos. Los evangelios gnósticos cristianos
lo denominan la revelación de lo que verdaderamente
existe,[14] mientras que el místico ruso G.I. Gurdjieff lo
llamaba el "despertar".[15] Podemos decir, entonces, que
la sabiduría es el proceso que nos permite reconocer que
no somos tan sólo el objeto limitado que confundimos
con nuestro ser total".[16] Eso equivale a afirmar que la
sabiduría crece en la ​medida en que nos conocemos a
nosotros mismos, nos aceptamos y vivimos en
consecuencia o, dicho de otro modo, en la medida en que
reconocemos la unidad de la vida y que nuestro ser total
no se limita al ego. Aunque tenemos que subrayar que eso
no se refiere únicamente a la aceptación de nuestros
ángeles superiores, sino también al hecho de afrontar e
integrar nuestra sombra o los aspectos que hemos
alienado de nosotros mismos. El crecimiento sólo es
posible cuando cobramos conciencia de nuestros temores
y limitaciones, así como de la fuente de toda inspiración.

60
Este sencillo mapa nos brinda una imagen de las
profundidades de nuestro mundo interior y del modo en
que, como suelen señalar las tradiciones sagradas, todos
nos hallamos separados e interconectados
simultáneamente. Aunque este curso de agua pueda estar
formado por diferentes corrientes, todas ellas constituyen
un mismo río y están formadas por idéntico material, es
decir, la unidad indivisible de la conciencia.

La vida tiene que ver con el amor

"La vida tiene que ver con el amor", escribió cierto


día mi hija de cinco años sobre una cartulina que servía
de señalador de libros. No había recibido educación
religiosa alguna, ni tampoco había habido ningún debate
anterior al respecto, sino tan sólo aquella breve nota que
escribió mientras jugaba. La hemos conservado pegada
en el frigorífico porque es un recordatorio claro e
inteligente de lo que realmente importa. Precisamente, la
sabiduría se diferencia del mero intelecto porque sabe
integrar al corazón.

Leslie refiere la apertura a una profunda


comprensión que le ocurrió cuando tan sólo tenía ocho
años. Según relata: "Estaba en el iglesia pensando en mis
oraciones cuando, de pronto, compren​dí que debía pedir
más amor y sabiduría. De repente, me di cuenta de que
ése era el modo adecuado de rezar. Nadie me había

61
hablado de ello ni me lo había sugerido anteriormente,
pero esa comprensión ya no me ha abandonado en mis
momentos de oración. Siempre que rezo, pido que se me
conceda más amor y sabiduría. Aunque es algo que suena
muy simple, hace que me concentre increíblemente. Ése
era mi secreto especial porque, hasta la fecha, nunca
había hablado de esto con nadie. Seguí rezando del
mismo modo hasta que cumplí los treinta años más o
menos. Cuando contraje matrimonio, introduje algún
cambio en mi manera de rezar y también comencé a pedir
una mayor apertura de corazón, lo que me parece una
variación sobre el mismo tema. Creo que, en algún
momento, mis plegarias me han permitido experimentar
la trascendencia o algo por el estilo. Con el paso del
tiempo, fui comprendiendo que estaba recibiendo
pequeños atisbos: una orientación, una visión o una
actitud para afrontar cada situación. Hasta que no pasó
mucho tiempo, no tuve la suficiente madurez para
comprender que la sabiduría significa que nuestros actos
y nuestra relación con el mundo están de acuerdo con lo
que conocemos. Por ​eso he intentado vivir de acuerdo a
mis intuiciones para poder aprender de ellas".

La sabiduría no está relacionada. exclusivamente con


nuestros conocimientos sino, más bien, con el modo en
que vivimos y encarnamos en nuestra vida el
conocimiento y la ​compasión o como escribe el gran
poeta y ensayista Emerson con el modo de conjuntar

62
nuestro sentido de la verdad con lo que es más adecua​do.
[17] Si bien ése es un desafío que todos debemos afrontar

en nuestra vida cotidiana, hay niños que parecen


desenvolverse muy bien en este terreno.

Un niño de once años llamado Mattie Stepanek


parece encarnar una gran sabiduría. Pero, si bien es tan
sabio como un anciano guru, también evidencia la alegría
y la vivacidad de un niño pequeño. La claridad y la
simplicidad de su ser y su misión infatigable en pro de "la
paz mundial" son dignas de admiración. Mattie está
aquejado de esclerosis múltiple y ha pasado muchos años
debatiéndose en un precario equilibrio entre la vida y la
muerte. Tres de sus hermanos ya han fallecido a causa de
la misma dolencia. Mattie expresó tres deseos
relacionados con su vida: (1) publicar su libro de poemas,
(2) conocer a su héroe, el ex​presidente Jimmy Carter y
(3) asistir al programa de entrevistas de Oprah Winfrey a
"difundir su mensaje de paz".

En el año 2003 sus tres deseos ya se habían


cumplido. En una entrevista con Larry King, este
presentador preguntó a Mattie sobre su encuentro con
Carter y Mattie lo describió de una manera muy divertida
y jovial, diciendo que habían mantenido una maravillosa
conversación de tú a tú. Jimmy Carter es su héroe por​que
es un "humilde trabajador por la paz", añadiendo que
todavía están en contacto y se llaman por su nombre de

63
pila, puesto que quiere asegurarse de que Jimmy "no se
aparta del buen camino" en su labor a favor de la paz
mundial.

La tragedia del 11 de septiembre inspiró a Mattie tres


poemas. El primero de ellos lo escribió en el momento en
que las torres del World Trade Center colapsaron y él se
sintió "muy, muy triste y asustado". El poema expresa,
con gran angustia y desesperación, lo que le está
ocurriendo a la gente y su sufrimiento, sin detenerse a
juzgar en ningún momento si el "bien" está de un lado y
el "mal" del otro. El tercer poema es una llamada a que,
antes de reaccionar en modo alguno a lo sucedido,
permanezcamos QUIETOS y en silencio para SER
simplemente. En este profundo y conmovedor poema, un
budista reconocería que esa "quietud" es un camino para
arribar a la vacuidad que, en el budismo, recibe el nombre
de shunyata (aunque Mattie es católico). En el curso de la
citada entrevista Mattie confesó que, "a veces, su
enfermedad le hacía sentirse un poco triste", pero añadió
con convicción que, para él, tenía un sentido, que Dios lo
había querido de ese modo.

En ocasiones, el conocimiento nos abre a toda clase


de situaciones inesperadas. Levi —por aquel entonces un
niño de dos años con una gran capacidad verbal—​ estaba
jugando con su abuela en el patio, mientras Krista, la
madre de Levi, hacía limpieza en el interior de la casa.

64
Cuando la abuela y el niño entraron de nuevo en la casa,
Krista advirtió que su madre mostraba una mirada muy
pacífica, totalmente distinta a la que tenía antes de salir.
Krista preguntó si había pasado algo afuera y la abuela de
Levi respondió: "Levi ha estado hablándome de mi madre
(fallecida hacía más de veinte años) y me ha enseñado un
juego que dice haber aprendido cuando estuvo en el cielo.
Era el mismo juego que, cuando yo era pequeña, solía
jugar con mi madre, un juego de palabras, un juego de
adivinanzas. Levi dice que se lo ha enseñado la bisabuela
Brown. (Ni Krista ni su madre se habían referido a ella en
ninguna ocasión con la palabra bisabuela.) Le he
preguntado cómo es que conocía a la abuela Brown y él
me ha corregido diciendo, 'Es la bisabuela Brown, tu
mamá. Es muy guapa y se parece mucho a ti, abuela' ". Y
es verdad que, según confirmó Krista, se parecían mucho.
"Levi siguió mencionando anécdotas concretas sobre la
bisabuela Brown como, por ejemplo, que era muy
divertida, llena de energía y Capaz de agotar a todos, y
describió perfectamente su personalidad". Hoy en día,
Levi ​que ahora ya tiene algunos años más​ todavía habla a
su abuela, de vez en cuando, sobre la bisabuela Brown.

Consuelo y consejo

Las puertas de la sabiduría son muy variadas. Hay


niños que sólo parecen capaces de conocer determinadas

65
cosas mientras que otros pueden recibir consuelo y
consejo interior en la forma de un aliado. Los guías
espirituales que asumen la forma de ángeles, santos y
antepasados forman parte de las principales tradiciones
sagradas. Por ejemplo, la Biblia contiene doscientas
noventa y cuatro alusiones a los ángeles. Por su parte, los
animales también son un símbolo muy utilizado por
muchas religiones para representar las energías
espirituales, Se cree que el animal posee cierto poder o
"medicina" —​​como lo denominan los nativos americanos
—​ que sirve de tótem, símbolo o vínculo entre el dominio
invisible y el mundo material. Cuando un chamán adopta
la forma de un animal en una ceremonia, está tratando de
invocar a esas energías para obtener consejo y sanación.
La idea subyacente es que, de alguna manera, la imagen,
representación o forma del animal encarna o simboliza
determinadas cualidades que son los arquetipos, modelos
o formas primarias que están profundamente inscritos en
nuestra mente colectiva. En la mayoría de los relatos
sobre animales guía, los seres humanos nunca eligen al
animal, sino que es éste quien nos elige y viene a
nosotros. El nativo norteamericano Alce Negro explica
que, en sus visiones juveniles, recibía la visita de un
caballo y un águila que lo aconsejaban.[18] Y el autor
contemporáneo Ted Andrews relata que, cuando tenía
cuatro años, conversaba con un lobo del reino espiritual.
[19]

66
Adam ​—el perro de la familia—​ acababa de morir y
Laura, de siete años, estaba atravesando un período muy
difícil debido a ello. La pequeña amaba profundamente a
su perro y no podía asimilar su pérdida. Según la madre:
"Laura lloraba mucho y yo era incapaz de consolarla. Un
día iba conduciendo el coche, acompañada de Laura,
mientras ella no dejaba de hablar. Yo me sentía agotada y
le pedí que hiciese el favor de tumbarse unos minutos a
descansar. Por suerte me hizo caso pero, transcurridos
unos veinte minutos, volvió a incorporarse y me dijo,
'¡Mamá, ha ocurrido algo maravilloso! He salido de mi
cuerpo y he hablado con Adam. Me ha dicho que la
muerte se le hacía mucho más difícil porque yo me siento
muy mal y que si, realmente quería ayudarle, debía
enviarle amor y luz. Lo he hecho así y se ha sentido
mucho mejor'. Laura hizo una pausa y luego añadió,
'Adam me ha dicho que también ha venido a verme
porque, de ese modo, cuando muera alguien cercano a mí,
sabré qué hacer?' ".

Transcurridas algunas semanas, la tía de Laura dio a


luz un bebé aquejado de una enfermedad terminal. Fue
una situación muy dolorosa para todos, pero Laura
insistió en ir al hospital a visitar al bebé. Su madre
explica: "No estaba muy segura al respecto. Supongo que,
dada la personalidad tan emocional de Laura, esperaba
que se derrumbase y se pusiese a llorar, y no creía que
eso fuese lo que más necesitaba la familia en ese

67
momento. Sin embargo, una vez en el hospital y en medio
de todo aquel dolor, Laura insistió en sostener en brazos
al bebé agonizante. Parecía increíblemente tranquila y
lúcida y no se alteró ni lloró en ningún momento, sino
que tan sólo trató de ayudar al bebé agonizante
enviándole luz y amor. Pero, en realidad, nos ayudó
todos".

Alissa —​otra niña de dos años de edad—afirma que


un delfín la lleva a pasear sobre su lomo cuando quiere
comunicarle algún mensaje. La madre de Alissa describe
del siguiente modo cómo conoció al amigo especial de su
pequeña: "Una tarde estábamos en el cuarto de estar
mirando un vídeo sobre delfines. Había en la pantalla
montones de delfines y, de repente, Alissa se dirigió a mí
diciendo, 'Mamá, ése se parece a Kiwa'. Yo no tenía la
menor idea de qué me estaba hablando, así que le
pregunte quién era Kiwa y ella me dijo que Kiwa era su
delfín. Cuando le pregunté cómo lo había conocido, me
respondió que había sido poco antes de venir de
Cincinnati. [Aunque se habían trasladado recientemente
desde esa ciudad, sin embargo, la niña nunca había
mantenido el menor contacto físico con delfines en
Cincinnati.] 'Nado con él en la zona de los delfines —
siguió diciendo Alíssa—​ pero no puedo quedarme mucho
rato. Cuando tiene que decirme algo, va a buscarme a la
orilla de la playa y me lleva con él. Me deja montar en su
espalda' ".

68
Al principio, la madre de Alissa asumió que se
trataba de una pura fantasía, pero no pasó mucho tiempo
antes de que se le presentase la oportunidad de comprobar
que las visitas de Kiwa a su hija eran algo más que eso,
Cierto día, Alissa anunció: 'Kiwa me explica cómo
arreglar las cosas y me ha dicho cómo arreglar la cabeza
de Jane'. Jane era una amiga de la madre aquejada de
terribles migrañas. Y la madre comenta: "Nunca había
hablado a Alissa sobre los dolores de cabeza de Jane ni
tampoco los había mencionado en casa. No tengo ni idea
de cómo Alissa averiguó el problema de Jane hasta que,
cierto día en que Jane estaba con nosotras. Alissa dijo que
Kiwa tenía algo que comunicar a Jane. No quiso
mencionarme lo que Kiwa tenía que comunicarle porque,
según dijo, ese mensaje no era para mí sino para Jane.
Finalmente, Alissa se acercó a Jane y, tocándola, le
susurró muy suavemente al oído, 'Relájate'. Parece simple
pero, para Jane, aquello supuso un acontecimiento muy
importante y profundo que la liberó de su problema. Ella
tiene serios problemas para relajarse y es una persona
muy nerviosa que nunca se toma el tiempo necesario para
calmarse y tranquilizarse. Sin embargo, aunque no creo
que fuesen tan sólo las palabras que Alissa le dijo en ese
momento, de alguna manera Jane se sintió curada".

Aunque esta pequeña de dos años no sabía nada de


las migrañas de Jane, fue capaz de aportar una solución
directa y curativa. Por lo general, la inteligencia está

69
relacionada con la capacidad para identificar y articular
modelos mentales complejos, mientras que la sabiduría
puede emerger como una propuesta elegantemente
simple. No se trata de la simplicidad nacida de la
ignorancia, sino de la simplicidad que se templa con lo
esencial de la vida y atraviesa las brumas de la
complejidad. Los niños suelen ir al meollo de las
cuestiones y, a menudo, reconocen el dolor, la injusticia y
la falsedad muy rápidamente, Sin necesidad de recurrir a
cálculos ni argucias, la sabiduría va directamente a lo que
tiene más importancia. De ese modo, las comprensiones
más profundas, las revelaciones auténticas, las visiones
curativas, advienen de manera directa e intuitiva.

Varios meses después de la experiencia con Jane, la


madre de Alissa presenció otro incidente que disipó
cualquier duda sobre la importancia que Kiwa tenía en la
vida de su hija. Alissa había acompañado a su madre a
una conferencia, a más de mil quinientos kilómetros de
casa, que daba una mujer llamada Katherine a quien no
conocían. Mientras Alissa estaba sentada con su madre
entre el público, no dejaba de insistir en que tenía que
hablar con Katherine. "Yo sostenía a Alissa en mi regazo
y ella estuvo abrazada a mí observando a Katherine
durante toda la charla sin dejar de susurrarme al oído que
debía hablar con ella, que Kiwa deseaba comunicarle
algo. Durante el tiempo que duró la charla de Katherine,
Alissa estuvo esperando y observándola. Por último,

70
cuando Katherine dejó de hablar, nos acercamos y yo tan
sólo dije, 'Mi hija, Alissá, dice que Kiwa, su delfín,
necesita hablar con usted'."

Al principio, Alissa no se dirigía a Katherine


directamente sino que utilizaba a su madre a modo de
mensajera. Mientras miraba tranquilamente a Katherine,
le dijo a su madre cuál era el mensaje. La madre
explicaba: "Me limité a transmitírselo a Katherine.
Supongo que Alissa se sentía mucho más segura si lo
comunicaba de ese modo. El mensaje en cuestión era el
siguiente, 'Dile que necesita jugar con su papá. Él está
nadando en el mar y los dos juegan. Dile que su mamá y
su papá la quieren y le dicen que ahora están jugando con
las abejas'. Repetí el mensaje a Katherine y, luego, le
pregunté a Alissa por qué jugaban con las abejas.
Entonces, dirigiéndose directamente a Katherine, dijo
'Ellos necesitan la miel porque la miel es dulce. Les gusta
mucho la miel. Tienes que dejar que tu papá entre en tu
corazón'. Alissa añadió algunas cosas referentes a los
juegos de Katherine y su padre, pero no recuerdo
exactamente de qué se trataba. Cuando terminó de hablar,
sentí que la energía volvía a Alissa quien, de pronto, dio
un salto dispuesta a irse a jugar, Katherine y yo nos
quedamos un rato mirándonos fijamente. Entonces
Katherine pareció recobrar fuerzas y me dijo, 'Sé que no
tiene sentido para usted, pero la pequeña ha mencionado
una cuestión pendiente entre mi padre y yo con la que he

71
estado debatiéndome durante los últimos cinco años y
que está relacionada con mi incapacidad, como hija, para
percibir el amor de mi padre. Las abejas y la miel
representan la creación de algo dulce, inocente y
saludable' ".

Tuve la oportunidad de charlar con Katherine poco


después de su encuentro con Alissa y me confirmó que la
niña le había brindado una comprensión profundamente
curativa acerca de la relación con su padre. La
información que le había comunicado aquella pequeña de
dos años le había ayudado a entender y resolver un
problema vital privado y profundamente incrustado.
Aunque Alissa no había tenido ningún contacto anterior
con Katherine, de algún modo fue capaz de proveerle de
una imagen que la mujer supo comprender.

¿Con qué frecuencia desechamos la profunda


comprensión de los niños como si se tratase de una
nimiedad? Con independencia de que esa comprensión
arribe a través de un delfín, de un ángel o "simplemente
sabiéndolo", esa sabiduría significa que los niños están
abiertos a la influencia de una conciencia expandida
capaz de ayudar y curar. Y, si bien tal vez no son capaces
de explicar de manera lógica y elocuente lo que saben o
cómo lo saben, sus mensajes —​como el de Alissa—​-
pueden ser claros y contundentes.

El consuelo y el consejo arribaron a Diana de una

72
fuente que siempre había estado muy cerca de ella. Según
relata: "Cuando yo sólo tenía doce años, mi padre falleció
de repente. Pero, tras su muerte, estaba convencida, para
consternación de toda mi familia, de que él todavía estaba
allí. Percibí claramente su presencia en mi cuarto y
tuvimos una conversación sobre el hecho de que su
cuerpo se había ido, pero que él todavía seguía allí.
Mientras me dirigía a él, me sentía casi en estado de
pánico, esperando verlo muy mal, pero lo que me
transmitió, por el contrario, fue un sentido de su presencia
y la comprensión de que era bueno comunicarme con él.
Así que estaba hablando con él del modo en que iba a
proseguir nuestra relación cuando alguien me descubrió
teniendo esa conversación con él y me hizo ir al cuarto de
mi madre para pasar la noche porque creían que estaba
histérica. Tras la muerte de mi padre ​—sigue contando
Diana​—, mi madre estuvo muy enferma durante varios
años y él me ayudó a sobrellevarlo. Yo me dirigía mucho
a él durante aquellos años y, cuando era pequeña, a
menudo sentía que él también se comunicaba conmigo.
Entonces me sentaba y cogía papel y lápiz mientras él me
enseñaba. Era como si me dictase las palabras que yo
necesitaba. Cuando me sentaba a escribir en mi diario,
sentía que él me acompañaba, como un gato sentado en
mi regazo. Llegó un momento en que estábamos tan
unidos —​sigue explicando Diana—​ que ya ni siquiera
tenía que preguntarle nada. Sencillamente sabía la cosa
correcta que tenía que decir, hacer o escribir. Su

73
presencia me infundía una confianza absoluta. Parecía
que toda su experiencia estaba oculta en mi inexperiencia.
Cuando tenía doce o trece años, me gustaba experimentar
con la escritura, ya que sentía que esta clase de escritura
era lo mejor que yo sabía hacer y que procedía tanto de su
capacidad como de la mía. Me sentía poseedora del gran
regalo de todos sus conocimientos. De algún modo, sus
habilidades se combinaban con las mías y yo tan sólo
estaba continuando algo que él había empezado. Cuando
entro en comunicación directa con él, las respuestas me
vienen muy rápidamente y suelen comenzar antes de que
yo concluya mi pregunta​. Es como hablar con tu mejor
amigo y ser capaz de terminar sus frases. Eso tiene la
misma cualidad y se transmite muy rápidamente y con
gran precisión".

Al concluir la escuela secundaria, Diana se inscribió


en sendos programas muy avanzados de escritura en
Duke y Radcliff y, a sus veinticuatro años de edad, es
redactora jefe de una importante publicación, un logro
sumamente extraño en ese ámbito profesional. "Recuerdo
—dice Diana​— que, alrededor de los veinticinco años,
me di cuenta de que mi padre ya no estaba tan cerca de
mí como cuando era pequeña. Cuando le pregunté al
respecto, me respondió que tenía que hacer otras cosas y
que se iba a distanciar un poco de mí porque yo también
necesitaba hacer sola algunas cosas. Él seguiría en
contacto conmigo; pero a mayor distancia. Así pues, su

74
mensaje —​tan evidente como inquietante— era, "Puedes
valerte por ti misma. No necesitas recurrir a papá cada
cinco minutos". Hasta que no pasó algún tiempo no
comprendí que no estaba alejándose de mí, sino tan sólo
dejándome más espacio. Había cosas que tenía que llevar
a cabo por mí misma. Él siguió susurrándome en el oído,
pero de un modo diferente. No quería que pasara por la
vida sin conocer mi propio poder. Pero dijo que seguiría
ayudándome. Un día, al percibir la belleza de un capullo
blanco, tuve un sentimiento muy profundo y lloré como
no lo había hecho en veinte años. El mero hecho de
experimentar tanta belleza me resultaba casi insoportable.
No podía explicarlo. Me hallaba en presencia de un amor
divino, tan profundo que me parecía un agravio el hecho
de no cambiar para siempre. Cuando siento el amor
divino, el lugar donde se halla mi padre, me doy cuenta
de que la cólera es innecesaria ​—tanto la mía cómo la de
mi marido o la de mi madre—​, que la línea que nos
separa es sumamente delgada, que nuestras almas son
grandiosas, que las peleas cotidianas son estúpidas y que
nuestras reacciones a las pequeñas molestias de la vida
son superfluas. Siento el perdón divino hacia todas las
debilidades humanas. Quiero cultivar ese sentimiento,
pero soy incapaz de expresarlo con claridad".

Al igual que Diana, muchos grandes escritores (y


también otras muchas personas) afirman que, en
ocasiones, sienten que su trabajo procede de una fuente

75
que los trasciende ."El poeta inglés John Keats decía que
su poesía le parecía la obra de otra persona.[20] Hildegard
von Bingen —cuyos primeros encuentros con lo divino
ocurrieron cuando tenía tres años de edad— afirmaba que
sus escritos le eran dictados por el Espíritu Santo: "No
escucho esas cosas con los oídos corporales o con los
pensamientos de mi mente, sino enteramente con mi
alma".[21] Y, por su parte, William Blake —​quien veía ​-
ángeles cuando era pequeño​— dijo a propósito de su
poema Jerusalén: "Escribí ese poema directamente tal
como me iba siendo dictado, doce y hasta veinte o treinta
versos cada vez... Puedo elogiarlo, pues, ya que no
pretendo ser sino su escriba. Sus autores residen en la
eternidad".[22]

La espiritualidad nos brinda consuelo y consejo,


especialmente en los momentos más difíciles. Mi hija
Haley también afirma que los ratos que pasa con su ángel
le proporcionan paz y orientación: "Ellos me dicen que
soy amada". De ese modo, al igual que le ocurre a Haley
el consuelo recibido es directo, individualizado y
"profundamente real", como mencionara en cierta ocasión
Martín Luther King Jr. Durante el boicot a los autobuses
que tuvo lugar en la ciudad de Montgomery, Luther King
tuvo que afrontar una férrea oposición e incluso varias
amenazas de muerte, Pero, según explicaba, en aquellas
circunstancias tan difíciles una voz interior le prestó su
apoyo: "En los últimos años, Dios ha sido algo

76
profundamente real para mí. A pesar de todas las
amenazas externas, siento una gran paz interior. En
medio de estos días solitarios y estas noches tristes, oigo
que esa voz interior me dice, 'Eh, siempre estoy contigo'
".[23]

Como le ocurrió a King, ese profundo manantial


también puede servir de cuerda de salvamento para los
niños. Un día estaba hablando por teléfono con una vieja
amiga, una profesional de mediana edad llamada Meg,
que me preguntó en qué estaba trabajando en esa época.
Yo le mencioné la investigación que llevaba a cabo sobre
la vida espiritual secreta de los niños y le conté un par de
ejemplos de las experiencias que me habían relatado
algunos niños.

Cuando terminé de hablar, se hizo un silencio al otro


lado de la línea telefónica. A continuación, escuché la voz
de mi amiga, que parecía un tanto soñadora pero bastante
segura, como si hubiese cerrado los ojos y estuviese
describiendo una escena retrospectiva. Entonces, sin que
yo le hiciese la menor sugerencia al respecto, me contó lo
siguiente: "Todo comenzó cuando yo tendría unos cinco
años. Tenía una amiga llamada Gigi que se sentaba en un
extremo de mi cama. Puedo recordarla con toda claridad.
Era una especie de espíritu que cuidaba de mí del mismo
modo que yo cuidaba de mis muñecas. No tenía la menor
duda de que era completamente real puesto que nuestra

77
relación era distinta a los juegos imaginarios que solía
jugar con mis juguetes y mis muñecas. Cuando era
pequeña no sabía de dónde procedía ese nombre, ya que
era muy diferente de los nombres que había oído en mi
familia y en el vecindario. En sexto curso, comencé a
estudiar francés en el colegio y eso supuso toda una
revelación puesto que supe que mi Gigi tenía ascendencia
francesa. (Resulta que mi amiga Meg tiene un don
especial para las lenguas, sobre todo el francés. Los
hablantes nativos comentan muchas veces que Meg no
tiene ningún acento extranjero sino su propio acento
peculiar, como si se hubiese criado en Montreal, París o
en alguna remota región de Francia.)

"No la veía del mismo modo que veía a mis muñecas


—siguió explicándome Meg​—, sino que la veía en mi
interior y sabía, sin lugar a dudas, cuándo estaba allí.
Teníamos una conexión muy especial. Un par de años
después, mi vida cambió drásticamente y tuve que
afrontar un período, muy difícil puesto que sufrí malos
tratos en mi hogar y comencé a tener una opinión terrible
sobre mí. Durante aquellos días oscuros y tristes, Grgi me
hablaba y consolaba. Nunca me dirigía a mis muñecas
para buscar protección o consuelo porque sabía que, si
hablaba con Gigi y la escuchaba, me sentiría mucho
mejor. Verdaderamente, ella me ayudó a sobrevivir. Más
tarde, en la escuela primaria (católica), conocí la
existencia de los santos protectores y sentí que mi Gigi

78
era muy parecida a ellos. Lo único que sabía es que, para
poder sentirme más segura, tenía que mantener la
existencia de Gigi en secreto. A partir de los diez años,
las imposiciones morales comenzaron a ser más estrictas
y Gigi empezó a desvanecerse. Yo tenía que escoger
cuáles creencias eran las correctas y cuáles no y, dado
que cada vez estaba más insegura de mantener aquella
relación, comencé a soterrarla y también enterré muchas
cosas con ella. Aun cuando Gigi era el ser que me hacía
sentir más segura, se ocultó en lo más profundo de mí."

Cuando pregunté a Meg si alguna vez había hablado


con alguien de esa experiencia, ella me respondió: "Hasta
hace poco no había vuelto a recordarlo y, por supuesto,
hasta el día de hoy no había mencionado a nadie la
existencia de Gigi". Su historia me conmovió, pero
también me sorprendió que nunca antes la hubiese
compartido aunque, según he tenido oportunidad de
constatar, mantener secretos de esta clase es algo bastante
común. De hecho, la mayoría de los adultos con los que
he hablado nunca habían compartido sus visiones
infantiles con ninguna otra persona, a causa del miedo
que, generalmente, les producía ser objeto de burla o
desprecio.

Los santos patrones, los nombres franceses y la guía


interior, me traen a la memoria el caso de otra muchacha
que también des​ cubrió su propia fuente interior. A partir

79
de los trece años de edad, Jeanne veía una luz brillante en
la que, según decía, podía tocar, oler y escuchar a
diferentes santos. Su primer encuentro tuvo lugar en el
jardín de la casa de su padre, donde, según describió,
"Dios me envió una voz para guiarme. Al principio, me
sentí asustada".[24] Pero, con el paso del tiempo, fue
confiando y dependiendo cada vez más de aquella guía. A
los diecisiete años, la voz que había perdurado a lo largo
de toda su adolescencia, le ordenó que dejara su casa y se
alistase en el ejército. Y, sorprendentemente, al cabo de
muy poco tiempo, se hallaba al mando del ejército que
liberó a Francia de la invasión británica. Jeanne vivió en
el siglo XV y es más conocida como Juana de Arco,
siendo perseguida y, finalmente, ejecutada debido a las
acusaciones relacionadas con su conocimiento interior.

La voz de la sabiduría interior puede llamarse Gigi,


tener rostro de ángel o adoptar la forma de un animal,
como Kiwa o Adam, aunque también es posible que no
asuma la forma de un mensajero aparente sino de una
intuición, una inspiración o un conocimiento directo. Si
bien el consejo de la sabiduría parece ser accesible a todo
el mundo, me intriga enormemente ver que es algo tan
individualizado en los niños (y en los adultos) como la
huella digital. Está diseñado o construido de un modo
único para que podamos percibirlo.

Así pues, el principal objetivo no es el de nombrar a

80
la fuente última de la intuición y la inspiración puesto que
el dominio espiritual es demasiado vasto y misterioso
para que podamos reducirlo de esa manera. Por el
contrario, los factores más importantes a tener en cuenta
son la cualidad de nuestra comprensión, el modo en que
afecta a nuestra vida y el uso que hacemos de ella.

El ojo de la contemplación

Los padres, los profesores y la sociedad en su


conjunto parecen muy preocupados por lo que conocen
los niños. Sin embargo, la búsqueda de la sabiduría no
tiene tanto que ver con lo que sabemos,como con el modo
en que lo sabemos. En el siglo XII san Buenaventura
distinguió los "tres ojos del conocimiento": el ojo de los
sentidos, el ojo de razón y el ojo de la contemplación.[25]

La mente contemplativa constituye una modalidad de


conocimiento directo y no racional que complementa al
conocimiento analítico. La historia del conocimiento
derivado de la contemplación es muy larga. Desde hace
miles de años en Oriente se han diseñado prácticas, como
la meditación, para abrir el ojo de la contemplación. En
Occidente, por su parte, antiguos filósofos como Plotino
(siglo III d.C.) sostenían que la revelación de las verdades
superiores sólo ocurre en el estado de contemplación.
[26] Y el filósofo alemán del siglo XIX Fredrich Nietzsche

81
afirmaba que esta modalidad no racional de conocimiento
es muy importante porque "despeja el camino a la Madre
del ser, el corazón íntimo de las cosas".[27]

En Occidente, sin embargo, el predominio de la


lógica aristotélica, las ciencias naturales y la teología, que
comenzó a imponerse a partir de los siglos XII y XIII, ha
sacado a la contemplación de nuestro campo de visión.
Hoy en día, solemos despreciar el conocimiento directo
que emerge en la forma de una sensación o de una voz
interior en detrimento de las observaciones mensurables y
las deducciones lógicas que la ciencia y la razón tienen en
tan alta estima. Básicamente, nuestra sociedad adulta está
aquejada de cataratas en el ojo de contemplación y ha
empañado ese ojo con la nube de la desconfianza. Pero,
en la mayoría de los niños, la visión directa de la
contemplación sigue tan viva como siempre puesto que
los niños son contemplativos por naturaleza.

La apertura de los niños (y los adultos) suele acaecer


espontáneamente, como surgida de la nada. Alissa —​la
niña de dos años mencionada anteriormente—​ cuenta
que, cuando su amigo, el delfín Kiwa, necesita decirle
algo, se encuentran en la "zona de los delfines", en la
playa, y la lleva a dar un paseó. La apertura a la sabiduría
es un proceso totalmente misterioso que, con
independencia de que sea catalizado por una necesidad
acuciante, como el fallecimiento del padre de Diana o la

82
curiosidad de Haley por Mahalia, siempre asume el
carácter de una "gracia". La tradición sufí, por ejemplo,
sostiene que el conocimiento liberador no procede del
buscador sino que es recibido como un don divino. Pero,
aun siendo un ​regalo, las tradiciones contemplativas
también señalan que ciertas prácticas y técnicas tales
como la plegaria y la meditación pueden favorecer este
proceso mediante el cambio de conciencia, la apertura al
conocimiento y la invitación al "presente", tanto en su
sentido de regalo como de aquí​-y-ahora. Así pues, estar
en el momento presente es el regalo y el lugar donde se
dispensan los dones del espíritu.

En ocasiones, las ocupaciones de nuestra vida


cotidiana dificultan la apertura y la inmersión en estas
profundas corrientes. Cuando Haley tenía diez años, le
pregunté si seguía teniendo noticias de su ángel o si había
hablado recientemente con él, y su respuesta fue la
siguiente: "No, desde hace un par de semanas. He estado
demasiado ocupada". La aceleración y los estímulos
propios de la era de la información y la ausencia de
espacios contemplativos a lo largo de la jornada, suelen
mantenernos confinados en la superficie de la realidad,
absorbiendo la información de nuestros sentidos y
apresurándonos a seguir nuestra charla mental.
Obligamos a nuestros hijos a ir deprisa a la escuela y, de
ésta, a las actividades extraescolares como los deportes y
la música, las tareas domésticas y, si queda tiempo, un

83
poco de televisión, ordenador o lectura y, al final del día,
los apremiamos a dormirse. Tanto niños como adultos
disponemos de muy poco tiempo y de pocos alicientes
para quedarnos quietos y sentir las profundas corrientes
que fluyen dentro y fuera de nuestro ser. En
consecuencia, nuestras vidas son mucho más
superficiales.

Maia ​—nuestra hija más pequeña—​ nos recordó en


cierta ocasión que los primeros momentos del día ofrecen
un espacio contemplativo natural en el que todavía nos
hallamos entre dos mundos. Maia, que por aquel entonces
tendría unos seis años, había visitado con una excursión
del colegio el pequeño aeropuerto local. Los niños
exploraron varios aviones y vieron cómo sus profesores
emprendían un vuelo rápido al mando de un piloto local.
En el camino de vuelta a casa, los niños hablaron sobre
los aviones pero, sobre todo, de un pequeño ultraligero
que parecía volar casi por sí solo. Entonces, mi esposa le
preguntó:

—¿Cómo te sentirías si pudieses volar sola, sin la


ayuda de ningún avión?

—En realidad, vuelo ​—respondió Maia sin dudarlo


ni un instante​—​. Esta mañana, antes de despertarme,
estaba volando. A veces, me cuesta mucho levantarme
porque, cuando me despierto para ir a la escuela, aún no
he vuelto.

84
Si, antes de que se inicie el habitual diálogo interno y
la obligación de los horarios los ponga en movimiento,
permitimos que los niños se relajen sencillamente durante
unos minutos en ese espacio flexible y atento, tendrán la
posibilidad de plasmar en su jornada un poco de la
conciencia que se ubica más allá de la lógica y los
sentidos.

Los niños no tienen que practicar la meditación


durante diez años para abrir su intuición, ya que ésta se
encuentra activa en todo momento. Por ejemplo, cuando
un niño conoce a una persona, muchas veces es capaz de
captar inmediatamente sus "vibraciones". Para tratar de
contrarrestar los muchos estímulos externos del mundo
actual, podemos ayudar a que los niños sintonicen con su
capacidad de intuición invitándoles a permanecer quietos
y en silencio. Tal vez haya algún lugar especial donde
puedan sentirse retirados y seguros como, por ejemplo, su
cama. Sosegarse lo suficiente como para prestar atención
al flujo interior ayuda a darle la bienvenida. Dedicar unos
momentos antes de levantarnos o de dormirnos a
relajarnos y observar lo que emerge en nuestra mente,
detener el coche y la radio para quedarnos sentados en
silencio, tomar unas cuantas respiraciones profundas y
hacer una pausa en cualquier situación, son pequeños
recursos que pueden crear el espacio suficiente para
escuchar y sentir el susurro de nuestra sabiduría interior.

85
Cuando sólo era un adolescente, George se escapó en
algunas ocasiones de su casa para tratar de encontrar a
una persona que le sirviese de inspiración y guía
espiritual pero, cada vez que visitaba a un predicador
diferente, retornaba más decepcionado y desalentado. Por
último, cierto día en que estaba sentado en silencio,
descubrió una profunda fuente de conocimiento que él
denominó la "luz interior". Ese muchacho era George
Fox, fundador en el siglo XVII[28] de la Sociedad de los
Amigos, más conocida como los cuáqueros. En
reconocimiento a esa luz interna, los servicios religiosos
de los cuáqueros están dominados por el silencio, de
modo que los participantes puedan atender a su propia
voz interior. Porque en lo más profundo del silencio es
donde mora la "tenue vocecilla", la "palabra en el
corazón" que está más allá de cálculos y complicaciones.

Los niños poseen sus propios modos de abrirse a la


mente contemplativa. Haley sabía que, para encontrar a
su ángel, debía rela​jarse y calmarse. Ella descubrió que
tomar unas cuantas respiracio​nes lentas y profundas,
cerrar sus ojos y enderezar su espalda, pare​ cían ser de
ayuda. Aunque nunca había recibido instrucción ni
consejo en ese sentido, de alguna manera ella
simplemente lo sabía.

Meg también conocía una manera de comunicar con


su amiga Gigi. Según me comentaba: "El suelo del cuarto

86
de baño estaba hecho con pequeños azulejos de color
blanco y negro principalmente, aunque también de otros
colores, que parecían casi un mosaico. A veces, me
quedaba totalmente absorta en el diseño. No sé
exactamente cómo explicarlo, pero parecía como si
hubiese varias capas tridimensionales superpuestas.
Entonces, mientras permanecía sentada allí, Gigi podía
aparecer sobre mi hombro. Cuando me concentraba en el
suelo, parecía entrar en trance. Durante todo ese rato,
podía comprender cosas sobre el mundo y sobre mí
misma en aquellas capas superpuestas. Yo simplemente
lo sabía intuitivamente. Parecía proceder de algún lugar
muy profundo dentro de mí".

Por su parte, Ellen afirma que, para ella, lo mejor es


fijar la mirada: "Cuando fijo la mirada, me concentro.
profundamente. Entonces, parece que voy penetrando
poco a poco en ese otro plano más profundo donde veo y
conozco muchas cosas. Se nos enseña a no mirar
fijamente, pero los niños pequeños lo hacen. La fijación
de la mirada permite cambiar de dimensión. ​En esos
momentos soy capaz de ver y de entender muchas cosas.
Es como si las imágenes fuesen arrastradas por una ola
intuitiva. Simplemente las ves y sabes lo que significan".

La mente funciona de dos posibles modos. El


primero de ellos es esa especie de charla autónoma con
que procesamos mentalmente los eventos, reciclamos el

87
pasado y anticipamos el futuro, mientras que el otro es la
conciencia del momento presente donde sentimos el
estado de flujo. Cuando los niños (y adultos) descubren
su propia y peculiar manera de sosegarse, se produce un
cambio sutil que nos aleja de la mente charlatana y nos
sumerge en la corriente más grande de la conciencia.

Además del silencio, la ruptura de las rutinas


mentales —como la presencia de la gran belleza, los
encuentros inesperados, el contacto con la naturaleza, los
períodos de vacaciones, las experiencias agotadoras o,
sencillamente, el juego— también contribuyen a calmar
el diálogo mental. Cualquier pequeño cambio de
percepción o de actividad puede ayudar a que la mente se
libere de sus pequeñas ataduras. Por ejemplo, podemos
sugerir a los pequeños que adviertan algún nuevo detalle
sobre un miembro de la familia, así como que garabateen,
salten, corran, cambien su postura corporal, se muevan de
manera extraña, piensen en voz alta, tarareen, canten,
vuelvan a casa por un camino diferente, se bañen o
cambien el color del bolígrafo que utilizan. Se trata de
pequeñas cosas que facilitan la ruptura de los procesos de
pensamiento automático, nos liberan de nuestras rutinas
habituales y nos ayudan a abrirnos al momento presente,
donde mora la sabiduría.

La intención contribuye a abrir el ojo contemplativo.


Son muchas las tradiciones espirituales que, de uno u otro

88
modo, advierten, "Pedid y recibiréis". La concentración
en una petición interior es parecida a la capacidad de
sintonización de un receptor de radio, la cual es
independiente de la estación que deseemos escuchar.
Podemos sintonizar con la intuición escribiendo una
pregunta clara o formulándola en voz alta o en silencio
antes de irnos a dormir como, por ejemplo, "¿Cómo
puedo ayudar a esa persona?" "¿Cómo es Mahalia
Jackson?" También podemos concentrarnos dirigiendo
interiormente nuestra petición de consejo a una persona
sabia, a nuestro yo superior o, quizá, nuestro ángel. El
hecho de imprimir a nuestra intención la forma de una
pregunta o de una plegaria ferviente puede catapultarnos
a las profundidades del conocimiento.

Los niños poseen una apertura y una sensibilidad


naturales que les permiten prestar atención a la sabiduría
interior. Hacer caso de la intuición significa cobrar
conciencia de las señales sutiles ​—como los sentimientos
viscerales, el malestar difuso o las ideas fugaces—​ y
solemos decir a los niños que no presten atención a
dichas señales. Pero, en ocasiones, lo que podemos
escuchar es muy hermoso.

Marshall es un niño que no puede hablar ni andar y


que escribe señalando las letras del alfabeto en un tablero.
Necesita a una persona donde apoyarse para poder
señalar las letras correspondientes. Los padres de

89
Marshall se dieron cuenta de que, a los nueve meses, el
pequeño sufría un retraso en su desarrollo; sin embargo,
cuando cumplió los tres años, también advirtieron que
tenía una comprensión muy profunda del mundo. A los
cinco años, Marshall comenzó a recoger por escrito su
especial sabiduría personal y, para asombro de todos,
utilizaba palabras que, si bien no había leído nunca,
escribía correctamente. Aunque el proceso le consume
mucho más tiempo y esfuerzo que sentarse simplemente
con pluma y papel o al teclado de un ordenador, su madre
afirma que Marshall escribe con relativa facilidad.
Cuando tenía seis años escribió un poema, donde expresa
lo importante que es prestar atención a la inspiración, que
lleva por título "Mi armonía es libre", recogido en su
libro Kiss of God:

Aunque el conocimiento de la perfección es dulce para mi


individualidad, escucho la respuesta a los deseos que
viene de lo alto. Veo los buenos pensamientos como nubes
que rodean la cima de la montaña.[29]

Y el siguiente poema transmite la importancia que


reviste el hecho de encontrar "el lugar que nos pertenece"
o el cambio de conciencia que ha de propiciar la apertura
del ojo de la contemplación.

Cuando estamos en el lugar que nos pertenece arriban las


respuestas. El amor perfecto infunde a cada pensamiento
una dirección especial.[30]

90
Pero la escucha a la que nos referimos no llega a
través de los oídos, sino que se efectúa con el corazón. La
mente contemplativa y el corazón no conocen mediante la
lógica y la abstracción sino con la intuición y los
sentimientos. Como Marshall escribía a la edad de siete
años: "La poesía es la ​espléndida bondad del corazón".
[31] Así pues, no estamos hablando de reacciones

superficiales y momentáneas, sino de las intuiciones y los


sentimientos más profundos del corazón.

Gracias a la cortesía de sus padres, pregunté a


Marshall si tenía algún mensaje que ofrecer a los lectores
de este libro. En respuesta, me brindó algunas claves
sobre el reino de la intuición del corazón o lo que él
denomina los "sentimientos reales":

Di a los niños que necesitan sentir la perfección de Dios y


de Sus hijos. Los sentimientos reales conducen a Dios.
¿Puedes sentir a Dios?

Cuando le pregunté si él hace algo especial para


escuchar, escribió lo siguiente:

Marshall escucha constantemente al buen Dios. Todos lo


hacemos. ¿Lo escuchas tú? Cuando escuchamos, lo
sentimos.

Estos "sentimientos reales" también son conocidos


por otros escritores de orientación espiritual. De ese

91
modo, Dante los denominaba "amor", Homer los llamaba
"la cadena dorada que une al cielo y la tierra", mientras
que el poeta Rumi hablaba de "un manantial
desbordándose de su contenedor".

Si bien puede llegarnos muy variadas informaciones


procedentes de cualquier plano o corriente del río de la
conciencia, con la debida práctica los niños aprenden a
diferenciar entre los deseos de su ego y los anhelos de su
yo más profundo, entre la inflación de su yo inferior y los
sentimientos de grandeza y perfección de la creación,
entre los miedos de su subconsciente y los mensajes del
universo. Los adultos pueden contribuir a que los niños
desarrollen su capacidad de discernimiento comparando
sus apreciaciones y planteando algunas preguntas
sencillas: "¿Cuál es la mejor elección? ¿Se puede confiar
en esa persona? ¿Qué opción parece ser la más adecuada
en este caso?" Con la práctica, podemos conseguir que
los niños distingan entre los "sentimientos reales" ​como
los denomina Marshall​ y los caprichos del ego.

La mejor manera de rendir homenaje a la mente


contemplativa es utilizarla. Compruébelo. Inténtelo usted
mismo. Pregúntele a su voz interior y plasme la respuesta
en el mundo exterior para comprobar cuáles son las
consecuencias. Ayudamos a nuestros hijos a escuchar a
su intuición no sólo cuando respetamos su sentido interior
sino que también exploramos el nuestro.

92
La sabiduría es un modo de ser y de conocer que nos
lleva más allá de los límites impuestos por nuestro
pequeño yo, más allá del depósito de nuestra propia
experiencia, sumergiéndonos en las corrientes más
profundas de la conciencia. Los niños viven inmersos en
esas corrientes y forman parte de ellas. Antes desarrollar
las limitaciones propias del sentido del yo y las nociones
sobre lo que podemos conocer y lo que no, todas las
posibilidades permanecen abiertas y disponibles en
nuestra mente. En muchos momentos en que abren su
mente y su corazón a lo correcto y verdadero, los niños
reciben comprensiones muy importantes. Y, en la medida
en que, inevitablemente, van creciendo en experiencia y
capacidad intelectual y que su yo se fortalece, no tienen
por qué abandonar el camino de la sabiduría. Si
respetamos su conocimiento contemplativo y exploramos,
al mismo tiempo, el nuestro, ayudaremos a que nuestros
hijos equilibren ambas modalidades de conocimiento sin
que pierdan de vista la luz interior de su mente.

¿Sabemos reconocer la profundidad y la complejidad


de que son capaces los niños? ¿Podemos percibir su
espiritualidad y su capacidad de sabiduría? ¿Somos
capaces de ayudarles a abrirse a las corrientes profundas
de la conciencia, mientras nosotros mismos no olvidamos
que también tenemos que prestar atención a ese proceso?
En su poema titulado "Liberad al mundo", Marshall
plantea otra pregunta que es la misma petición de

93
esperanza que recorre el presente libro:

¿Liberaremos al mundo para pensar correctamente


en nuestros maravillosos y atentos niños?[32]

94
2. EL ASOMBRO

Un caluroso y soleado día de verano, Mark y


Miranda —​su hija​ de ocho años— fueron a la playa. La
pequeña se puso a jugar de inmediato con las tranquilas y
suaves olas que rompían en la orilla. Sumergida en el
agua hasta la cintura, Miranda se movía al ritmo de las
olas. Pasaron entre diez y quince minutos y Mark pensó
que la pequeña descansaría en algún momento pero,
transcurrida media hora más, la niña todavía estaba
jugando tranquilamente en el mismo lugar. Al cabo de
una hora, Mark se sentó en la orilla a observar a su hija y,
luego, se puso a nadar con ella. Parecía como si Miranda
hubiese caído en trance y quería asegurarse de que se
encontraba perfectamente. "¿Era algún tipo de
insolación? ¿No le había puesto suficiente crema
protectora?", se preguntaba el padre sin atreverse a
interrumpir a la pequeña.

Pasó al menos hora y media hasta que la niña salió


del agua completamente radiante y tranquila y, sin
pronunciar palabra alguna, fue a sentarse junto a su padre.
Después de unos minutos, el padre se decidió a
preguntarle amablemente qué le había ocurrido.

95
—Yo era el agua —respondió Miranda sin inmutarse.
—¿El agua? —​repitió el padre.
—Sí, ha sido maravilloso. Yo era el agua. Ella me ama y
yo la amo. No sé cómo decirlo.

Permanecieron sentados en silencio durante varios


minutos hasta que la pequeña dio un salto y se puso a
jugar en la arena. Según me comentó el padre
posteriormente: "De algún modo, me sentí
completamente sobrecogido, como si se me hubiese
permitido contemplar un momento de gracia".

La infancia es una época propicia para el asombro y


el temor reverencial, puesto que, en ella, percibimos el
mundo a través de ojos y oídos nuevos. Podemos advertir
el asombro en los gritos de alegría que profiere un niño
pequeño en su primer juego de escondite, en su boca y
sus ojos abiertos como platos al ver un elefante de cerca o
en los hoyuelos que forma su sonrisa al saborear una
nueva y deliciosa comida. Los adultos también podemos
experimentar idéntica fascinación cuando nos detenemos
a contemplar el color perfecto del cielo o cuando
observamos a un pequeño hablar, andar o leer por vez
primera.

Con el término "asombro" nos referimos a una


constelación de experiencias que comprenden desde el
temor reverencial, la conexión, el gozo y la intuición,
hasta un profundo sentimiento de amor y fascinación que

96
es capaz de provocar, en niños (y adultos) una apertura
tan vasta y profunda que puede desembocar en el éxtasis
y el estado unitivo. Es muy difícil comprender y explicar
completamente esa clase de experiencias, si bien
podemos constatar su presencia en poemas, relatos y
textos espirituales de todas las culturas y épocas. El poeta
místico Walt Whitman describe con estas palabras una de
tales experiencias:

Como en un desmayo, un instante, otro sol, inefable, me


deslumbra, y todos los orbes conocí, y otros orbes más
brillantes desconocidos, un instante de la futura tierra,
tierra del cielo.[1]

Por su parte, el médico Richard Maurice Bucke


refiere del siguiente modo su propia experiencia de
"conciencia cósmica". Cierta noche se vio envuelto por lo
que, a primera vista, le pareció una nube de llamas de
diversos colores. Según escribe: "Sabía que ese fuego
estaba en mi interior. Y, de inmediato, me sobrevino un
sentimiento de exaltación, de inmenso gozo acompañado
o seguido de manera inmediata por una iluminación
intelectual imposible de describir".[2]

En esos momentos se puede sentir directamente a la


divinidad y reconocer el modo en que se comunica con
nosotros o incluso que somos lo mismo. Esas
experiencias sirven de indicadores de una vida espiritual.
A pesar de que hay mucha gente que cree que, las

97
experiencias extáticas pertenecen exclusivamente a la
extraña provincia de los "místicos", sin embargo, son más
comunes y familiares de lo que parece. Durante los
últimos veinticinco años he tenido oportunidad de
escuchar el relato de las experiencias místicas acaecidas a
cientos de personas "comunes" —tanto niños como
adultos— y lo que explican coincide completamente con
los testimonios de los grandes místicos del mundo. En
especial, los niños parecen místicos naturales dotados de
una apertura intrínseca al misterio, el asombro y el gozo.

El asombro nos ayuda a percibir la naturaleza


sagrada del mundo. Aunque el mecanicismo, el
materialismo y la modernidad pretenden "desacralizar" el
mundo reduciéndolo a un puñado de materia inerte y
manipulable, el asombro hace que lo sagrado no se aleje
nunca de nuestro campo visual y que podamos reconocer
su presencia en nuestro entorno. Richard Bucke, y otros
muchos como él, no se limitaron a creer que el universo
no está compuesto de materia muerta, sino que vieron
realmente que es una presencia viva.[3]

El asombro nos llega en muchos modos y grados que


van desde las grandes epifanías espirituales hasta los
momentos casi insignificantes en los que el sol no sólo
calienta nuestra cara sino que también parece acariciar
nuestra alma. No obstante, esas experiencias especiales
comparten algunas cualidades definitorias. Como

98
señalaba William James hace más de un siglo, una de las
cualidades de tales experiencias es la inefabilidad, puesto
que las palabras no aciertan a transmitir toda su
profundidad y significado.[4] Por ejemplo, la pequeña
Miranda dijo con respecto a su experiencia con las olas,
"No sé decirlo de otro modo". Y, al igual que muchas
otras personas, Alce Negro también manifestaba que,
cuando intentaba explicar las visiones espirituales de su
infancia, se quedaba sin palabras: "Cuando me detengo a
reflexionar sobre mis visiones, veo y siento su significado
con esa parte de mi ser que es como un extraño poder
luminoso pero, cuando la parte que habla intenta expresar
con palabras el significado, es como si cayese una espesa
niebla que me aleja de él".[5]

Además, estas experiencias especiales también son


atemporales. Cuando uno está absorto en el "ahora eterno
y tal como lo denomina el teólogo Paul Tillich[6], horas
de juego pueden parecer segundos. Los niños tienen la
capacidad natural de perderse ​o de absorberse​ en el
instante presente, una capacidad que resulta indispensable
para acceder a la experiencia mística.[7]

Asimismo, esas experiencias difuminan los límites


entre el yo y el no-​yo. Por ejemplo, Miranda no dijo que
ella estaba en el agua sino que era el agua. Si bien hay
quienes afirman que estamos separados de la dimensión
espiritual —​es decir, que está más allá de nuestro alcance

99
o que pertenece a otro mundo—​​, los niños nos enseñan,
en cambio, que ese otro mundo se ubica, exactamente, en
el aquí y ahora. Por lo general, las experiencias de
profunda unidad van acompañadas de sentimientos de
perfección, comprensión, aprecio y amor ("Ella me ama y
yo la amo"). De ese modo, la "reverencia" y la
"compasión" hacia toda forma de vida que se derivan
espontáneamente del asombro, conforman, para muchas
personas, el auténtico fundamento de la ética. El célebre
humanista Albert Schweitzer sostiene que ese sentimiento
de reverencia es la actitud más profunda que podemos
albergar los seres humanos".[8]

Por otro lado, por más novedosas que parezcan a


primera vista dichas experiencias, suelen conllevar la
sensación de que son absolutamente reales y
extrañamente familiares. Según Platón, este profundo
reconocimiento es consecuencia de la anamnesis o el
recuerdo de la verdad por parte del alma.[9] Las
experiencias de comunión jalonan el retorno a nuestro
hogar y son un recordatorio de nuestra verdadera
identidad espiritual. Jane, una adolescente de quince
años, comenta lo siguiente: "Tengo muchos problemas
para encontrar las palabras adecuadas. A veces, creo que
mis experiencias no tienen que ver con otra realidad sino
que son la visión ampliada de esta misma realidad. Hace
algunos meses, mientras estaba dando un paseo, me sentí
tan conectada con todo y con todos, que podía ver, tocar y

100
escuchar la red que nos une. Todos mis miedos se
desvanecieron. Me sentía completamente renovada y, al
mismo tiempo, como si hubiese vuelto a mi verdadero
hogar".

Por último, esas experiencias de asombro


proporcionan un conocimiento directo que trasciende a la
razón. San Juan de la Cruz denomina "incomprensión
infinita"[10] al conocimiento místico que escapa a la
comprensión intelectual.

Las experiencias de profundo asombro son posibles


aquí y ahora tanto para los niños como para los adultos.
Ellas nutren el alma y brindan puntos de referencia que
nos permiten averiguar cuál es nuestra identidad
espiritual. Dana describe del siguiente modo el recuerdo
de una de sus primeras experiencias de este tipo: "Era
muy temprano y yo estaba sentada fuera de la casa sobre
un muro de bloques de cemento de escasa altura que iba a
ser la base de nuestro nuevo garaje. Frente a mí había una
especie de reja metálica que tenía una madreselva
enrollada. La suave luz matinal y el rocío lo bañaban
todo. Era una verdadera sobrecarga sensorial. Estaba
completamente absorta en la luz y en los aromas cuando,
de pronto, el mundo pareció detenerse y me quedé
inmóvil, traspasada por un sentimiento de perfección que
excedía la comprensión de una niña de tres años de edad.
Ignoro cómo ocurrió, pero sucedió algo. Fue un

101
sentimiento diáfano de que todo era perfecto,
absolutamente perfecto".

Dana también disfrutó de otras experiencias de gozo


y unidad a lo largo ​de su infancia, casi siempre al aire
libre. Posteriormente, al cumplir los siete años, le ocurrió
algo diferente ya que, según explica: "Me sumergí en el
vacío. No era una experiencia cumbre, como las que
había experimentado antes, sino que fue más importante y
estaba totalmente desconectada de mi vida cotidiana. Me
abrió a un escenario completamente nuevo. Aunque me
sentía sumergida en la nada, al mismo tiempo lo era todo.
Fue una sensación muy extraña. Si prestaba atención,
podía sentir totalmente cada emoción del universo. Tan
sólo tenía que sintonizar, como un dial o algo parecido,
mi conciencia. Era como sentirlo todo, como ser todo y
nada al mismo tiempo. Recuerdo que me sentí arrebatada.
Debe resultar muy confuso pero no sé explicarlo mejor.
Fue algo que sobrevino y sólo tuve que sentarme y
experimentarlo. Daba un poco de miedo, pero también
era maravilloso. Esas visiones fueron tan convincentes y
reales como lo que estoy viviendo ahora mismo".

En ocasiones, el profundo asombro desemboca en la


comprensión y el discernimiento mientras que otras nos
sumerge en una sensación de vacío como la descrita por
Dana. En el budismo se denomina "vacuidad" y, en el
taoísmo, recibe el nombre de "vacío absoluto" mientras

102
que la tradición hindú, por su parte, afirma que es la
conciencia pura e indiferenciada que reside más allá de la
mente individual.

No sólo poseemos una capacidad innata para el


asombro sino que es una necesidad pero, por distintos
motivos relacionados con el miedo y el ansia de control,
nuestra sociedad tiende a malinterpretar y, en
consecuencia, a reprimir dicha capacidad de asombro
incluso en los niños. Las escuelas, por ejemplo, no
parecen interesadas en el misterio absoluto sino, por el
contrario, en la certeza irrevocable, de modo que sus
actividades procuran que los niños destierren la sorpresa
y se centren en tareas como los exámenes. En nuestras
aulas se obliga a prestar atención a los soñadores y se
deja muy poco espacio para la alegría. En la vida diaria
de nuestros hijos el énfasis sobre las posesiones
materiales sobrepasa con mucho al misterio, la demanda
de control obstruye a la apertura y la estimulación al
estilo de la comidas-​rápidas (la televisión, los video​-
juegos, etc.) aplasta a la tranquilidad.

Los adolescentes que se sumen en el asombro


pueden ser motivo de preocupación para algunos adultos
bien intencionados que llegan a especular sobre si toman
drogas o tienen algún tipo de disfunción ​atencional. Son
jóvenes que se muestran reacios a seguir programas
demasiado rígidos y no aceptan las visiones

103
preestablecidas del mundo. Como resultado de todo ello,
sus experiencias pueden verse negadas y malinterpretadas
y convertirse en una fuente de problemas y de vergüenza:
"No hay nadie que piense como yo. Así que debo ser
estúpido".

Dana aprendió a no hablar de sus experiencias y


trataba de ocultarlas y de suprimirlas para granjearse, de
ese modo, la aceptación familiar. Con el paso del tiempo,
llegó a dudar de los conocimientos que le proporcionaban
y, al arribar a la adolescencia, comenzó a asumir, cada
vez con más fuerza, una rígida visión científica del
mundo. Nuestra sociedad desprecia el asombro y, en
especial, el gozo que lo acompaña, puesto que no encajan
con los programas sobrecargados ni las respuestas
predeterminadas, con lo que ambos suelen ser recibidos
con toda clase de suspicacias, escepticismo y hostilidad,
en lugar de ser acogidos como regalos, tal como ocurría
en la antigüedad.

El asombro es el modo que tenemos de conectar con


el pulso del espíritu. Cuando el mitólogo Joseph
Campbell afirmaba que "cada individuo debe seguir su
dicha",[11] no estaba refiriéndose simplemente a la
indulgencia hedonista —​o, en términos freudianos, el
"principio de placer"—​ sino, más bien, a lo que podemos
llamar el "principio de totalidad" o el impulso que trata de
alcanzar la unidad y de preservar el gozo. Gozo significa,

104
literalmente, "exaltación del ánimo" y, en consecuencia,
ir en pos de nuestra dicha se refiere al cultivo del
sentimiento de totalidad que puede arribar a través del
asombro. El hedonismo alimenta el egoísmo, mientras
que el asombro fortalece nuestro sentimiento de conexión
y nuestro sentido de responsabilidad hacia el espíritu, la
sociedad y el yo. Los místicos reiteran que, si bien las
experiencias de asombro no son la meta última, sirven
para que no perdamos de vista el eje central en torno al
cual gira nuestra vida.

Dana resume del siguiente modo sus múltiples


vivencias infantiles: "Lo que todas ellas tenían en común
es que; me mostraban algo que, de hecho, sentía que era
el núcleo de mi ser pues, cuando estaba en contacto con
ello, todo lo demás desaparecía. En esos momentos,
dejaba de moverme en círculos viciosos con mis
preguntas y mis intentos de entender cada cosa. Todo se
desvanecía y era como retornar a casa. Me sentía
completamente en calma como un estanque cristalino que
era mucho más real que lo que me rodeaba. 'Eso es lo que
soy'. Era como si, de pronto, recordase mi verdadero
nombre y me realinease con lo que siento que es mi
centro y que está situado ​aquí [señalando al corazón] y no
ahí [tocándose la cabeza]".

Las experiencias de asombro que ocurren durante la


infancia no​ son meras fantasías pasajeras sino que pueden

105
determinar el modo en que el niño ve y comprende el
mundo y acabar conformando​ el núcleo de su identidad
espiritual, de su ética y de sus objetivos vitales. Toda
comprensión radical —como, por ejemplo, una
maravillosa visión ocurrida a los ocho años—​ tiene que
ser trabajada, asimilada e integrada a lo largo de toda una
vida. Tales visiones o mensajes nunca dejan de ser
palabras vivas cuyo significado, al igual que ocurre con
los textos sagrados de las tradiciones de sabiduría, ya
desplegándose en la medida en que tratamos de
plasmarlas en la vida cotidiana, alentados por un
creciente sentido de plenitud y participación.

Alce Negro explica que, también en su caso, las


visiones que experimentó cambiaron su personalidad y
tuvo que desentrañar su significado a lo largo de toda la
vida:

Eran las imágenes que recordaba y las palabras que las


acompañaban; nunca antes mis ojos habían contemplado
nada tan claro y luminoso como lo que me mostraron
aquellas visiones, y mis oídos tampoco habían escuchado
jamás palabras como ésas. No tengo que hacer esfuerzo
alguno para acordarme de esas cosas, sino qué durante
todos estos años han estado recordándose a sí mismas. Al
ir haciéndome mayor el significado de las imágenes y las
palabras ha ido volviéndose cada vez más claro pero, aun
hoy en día, sé que se me mostró más de lo que nunca
podré llegar a comprender... Recuerdo que,
posteriormente, tuve que pasar doce días aislado y me

106
parecía que ya no pertenecía a mi gente.[12]

Las experiencias de la infancia también sirven de


vara de medir o barómetro moral. Una mujer se refería a
sus visiones como: "La balanza fundamental donde podía
sopesar el resto de mi vida y verificarlo todo. Me hacía
ver a las personas y las cosas desde la perspectiva de su
mayor o menor cantidad de luz. La presencia o la
ausencia de luz era mi única vara de medir lo correcto y
lo incorrecto... Pero, cuando intentaba hablar a los adultos
de la luz o intentaba vivir de acuerdo a su verdad
implícita, solía tropezar con el sordo estupor o bien,
conforme fui haciéndome mayor, con el rechazo abierto".
[13]

Una vez percibimos que el mundo y nosotros


estamos interconectados, que nos deslizamos al vacío del
no-​ser o que experimentamos el gozo, lo única alternativa
que nos queda es el cambio. En su estudio de las
experiencias cercanas a la muerte de los niños, la
investigadora P.M.H. Atwater ha reunido evidencias ​de
que, después de dichas experiencias, tienen lugar
significativos cambios cerebrales y mentales entre los que
cabe destacar la modificación y el fortalecimiento de la
capacidad intelectual, así como el aumento de la
inventiva y el pensamiento creativo.[14] Muchas de esas
experiencias también agudizan la sensibilidad y, en
ocasiones, el deseo de soledad. Los niños pueden sentirse

107
muy inseguros sobre el modo de integrar o de dar sentido
a una determinada experiencia, especialmente en el
marco de una sociedad o de una familia que no saben
acoger ni entender esa clase de visiones. Sin embargo,
aunque las experiencias de asombro terminen
difuminándose en el tapiz de la vida, piedras de toque que
siguen vivas en nuestro interior o, tal como dice Alce
Negro, "recordándose a sí mismas".

El reto para padres, educadores y amigos pasa por


aprender a respetar y trabajar con lo que el niño ya
conoce en lugar de creer que estamos escribiendo sobre
una pizarra en blanco. Son muchos los niños que tienen
un conocimiento directo de la unidad, la perfección y el
amor incondicional, profundos misterios que tratan de
entender y experimentar. Sin embargo, puede que
necesiten la ayuda de los adultos para integrar esa visión
en su vida cotidiana y sólo podremos dársela si en nuestra
vida hay espacio para el asombro.

Peggy, de cinco años, vivía en los campos de


Louisiana, en una granja situada a cuarenta kilómetros
más o menos de la población más cercana. Un domingo
en que ella y su madre acababan de volver de la iglesia,
Peggy salió corriendo al campo, vistiendo todavía su
bonito vestido de domingo porque quería ver cómo su
hermano mayor ​—a quien adoraba— quemaba los
rastrojos y preparaba la tierra para ser arada. Pero, al

108
llegar al lado de las llamas, cayó al suelo y se prendieron
los volantes de su vestido. Al ver que los volantes del
vestido estaban siendo consumidos, Peggy no se sintió
asustada sino tan sólo muy excitada y, por eso, se puso de
pie y gritó a su hermano: "¡Mira, Jimmy, estoy
quemándome!"

De pronto, una ráfaga de viento hizo que el vestido


se pusiese a arder violentamente. Peggy comenzó a gritar
y echó a correr, lo cual provocó que las llamas cobrasen
más fuerza. La madre, que había escuchado los gritos y
contemplado la horrible escena desde la casa, salió
corriendo para auxiliar a la pequeña. Cuando llegó donde
estaba, la derribó y trató de sofocar las llamas con sus
manos, produciéndose graves quemaduras. Cuando apagó
el fuego todo lo que quedaba del vestido eran unos
centímetros de tela alrededor de los hombros y las axilas
de Peggy, quien sufría quemaduras de tercer grado en el
60 por ciento de su cuerpo y de segundo grado en el resto.
Sólo se habían salvado el rostro y los pies. Jimmy no
pudo sino desplomarse sobre el tronco de un roble,
taparse la cara con los brazos y romper a llorar creyendo
que su hermana habría muerto.

Tardaron más de una hora en llevar a Peggy hasta el


hospital más cercano. Posteriormente, Peggy misma
explicaba: "Veía que todos a mi alrededor estaban muy
asustados, pero yo me sentía completamente tranquila y

109
no experimentaba ningún dolor. Y, cuando llegamos al
hospital, empecé a hacer preguntas sobre los aparatos que
veía: '¿Qué es eso? ¿Para qué sirve?' " Él equipo médico
trató de trasladarla en helicóptero a otro hospital, situado
en Galveston y dotado de mejor equipamiento, pero el
médico dijo que no hacía falta porgue, según pronosticó,
"Es posible que no llegue a mañana".

"Recuerdo que me pusieron encima de una gasa de


color naranja y lo siguiente que recuerdo fue que dije que
la luz brillaba demasiado. Cerré los ojos, pero la luz era
tan brillante que me cegaba. Mire hacia arriba y vi a unas
figuras que no parecían las de los médicos ni las
enfermeras. Eran más grandes y sus voces también eran
diferentes. Trataban de tranquilizarme diciéndome que
todo iba a salir bien. Entonces empezaron a hablarme
sobre los animales que hibernan y que duermen un largo
sueño durante el invierno. Me dijeron que lo que iba a
sucederme era como el sueño de la hibernación. Las
voces también dijeron que, mientras estuviese dormida,
ellas cuidarían de mí. Cuanto más tiempo pasaba allí, la
luz iba haciéndose menos intensa ​—siguió diciendo
Peggy—​ y me convertí en algo así como el resplandor
rosado que, a veces, vemos en el crepúsculo. No hay
manera de que las palabras puedan, transmitir aquello.
Fue maravilloso. Me sentía sumergida en el amor y la
plena aceptación. Supe que no había separación alguna
entre nosotros y que no era juzgada, Era completamente

110
conocida y, al mismo tiempo, lo conocía todo. No había
palabras sino que conocía al instante cada pensamiento.
No había bueno ni malo puesto que todo formaba parte de
la existencia. Definitivamente, había una razón para
experimentar no sólo eso sino también el resto de las
cosas."

Peggy sufrió un paro cardíaco y, trascurridos algunos


minutos, el equipo médico comunicó a sus padres que la
pequeña había fallecido. Dado que no tenían nada que
perder, el médico quiso poner en práctica una técnica
sobre la que había leído recientemente y que, para general
sorpresa, funcionó haciendo que el corazón de Peggy
volviese a latir.

El diecinueve de abril —​día de su sexto cumpleaños​-


— Peggy despertó del coma. Había transcurrido un mes.
A partir de ese momento, todavía tendría que afrontar
treinta y ocho intervenciones quirúrgicas y pasar los
siguientes cuatro años en el hospital, salvo algún que otro
fin de semana de descanso ocasional. Dado que, en
aquella época, no existía ningún otro tratamiento, la piel
tuvo que volverle a crecer. Durante esos años, cada vez
que formulaba un deseo, éste era siempre el mismo:
"Dios mío, te lo ruego, haz que me crezca la piel".

"Pero llegó un momento —​me explicaba​— en que


podía abandonar mi cuerpo a voluntad. Entonces, volvía a
la luz intensa e iba convirtiéndome, poco a poco, en un

111
resplandor rosáceo. En el otro lado, los colores eran más
profundos, los aromas más intensos y las personas que
encontraba siempre eran muy amables conmigo. Antes de
quemarme, me gustaba subirme a un árbol de mimosa
que hay cerca de nuestra casa. Y, muchas veces, cuando
cruzaba al otro lado, también llegaba al pie de un enorme
árbol de mimosa que estaba rodeado de niños. Me pedían
que subiese con ellos y que fuese cada vez más alto. Y,
cuando más subía, más brillante era la luz qué recibía.
Entonces, me sentaba en las ramas del árbol y hablaba
con ellas. Me tranquilizaba conocerlas tan bien. Sentía
como si formasen parte de mí. Otras veces, me veía
rodeada por un círculo de amigos que entrelazaban sus
manos alrededor de mí. Me sentía completamente amada.
Todavía puedo percibirlos —añadió tímidamente​—. Sé
que siempre están conmigo. Sí, siempre tengo conmigo a
un amigo especial. Él fue al primero que vi. Él estaba allí
para recibirme con los brazos abiertos y envolverme con
su amor. Podían pasar las horas sin que pronunciase una
sola palabra, sino tan sólo amándome. Volvía con mucha
más fuerza, recargada para tres días, y todo el mundo
decía que me veía luminosa o que estaba distinta. Mi
familia se daba cuenta y me decía cosas como, 'Tu cara
parece diferente' o 'Estás radiante'."

Pregunté a Peggy si había algo que, ahora que habían


pasado muchos años y ya era adulta, sentía que debía
hacer con aquella experiencia. Y ella me respondió sin

112
dudarlo un instante: "Las personas necesitan saber que no
van a ser juzgadas y que la vida es sencillamente como la
hora del recreo en la escuela. No hay nadie que lleve la
cuenta de la puntuación. Todos estamos conectados.
Somos eternos. Ahora experimento gran compasión por
los demás. Sé cosas que no tengo manera de conocer
pero, en ocasiones, me descubro tocando a un
desconocido o brindándole algún consejo y éste rompe a
llorar porque se siente apreciado y liberado. Sé que mi
misión es ayudar, curar y hablar sin permitir que mi ego
ocupe el centro de la escena. Cada día me esfuerzo por
conseguirlo. Volvería a pasar con gusto por todo aquello
para aprender lo que sé ahora".

De ese modo, Peggy ha intentando mantener su vida


en sintonía con la visión de amor, aceptación y curación
que experimentó durante su infancia. Esas experiencias
extraordinarias han sido la piedra de toque y la referencia
constante de su desarrollo espiritual, del mismo modo que
le ocurrió a célebres personajes históricos como santa
Catalina de Siena, William Blake, Juana de Arco,
Teilhard de Chardin, Alce Negro, Hildergard von Bingen
y Ramakrishna, por citar a unos pocos.

Como ejemplo histórico del modo en que una


revelación infantil puede afectar al curso de la vida
espiritual, examinaremos el caso de un niño de seis años
que caminaba por un inmenso prado abierto cuando, de

113
pronto, contempló una gran nube negra de tormenta que
parecía cubrir todo el cielo. Al mirar hacia arriba,
contempló una bandada de grullas blancas volando contra
el fondo de la nube negra y, en ese momento, se sintió
totalmente sobrecogido. Según explicaba: "Vi una luz,
sentí mucho gozo y experimenté una gran corriente en mi
pecho, como una explosión. A partir de ese día, fui [una
persona] diferente y comencé a ver que, dentro de mí,
había otra persona". En efecto, su cuerpo albergaba a dos
personas, una de ellas era el creyente y la otra su Señor.
Aquel joven había experimentado el aspecto inmanente
de la divinidad, es decir, dotado de forma, aquí y ahora,
presente en todas las cosas y en él mismo.

Cierto día en que, como era su costumbre, llevaba


una ofrenda de comida a la Divina Madre para dejarla
sobre su altar y recitar las plegarias correspondientes, se
detuvo cerca del templo al advertir la presencia de un
gato. Según dijo: "Percibí claramente que la Divina
Madre lo era todo, incluso el gato". Así que; en lugar de
dejar la comida en el altar, se la dio al gato. Asimismo,
explica otra experiencia que le ocurrió unos años después,
en su adolescencia: "Sentí como si alguien hubiese
apresado mi mente y mi corazón y los estrujara como una
toalla... En lo más hondo de mi alma fluía una corriente
de intenso gozo... Era como si las casas, las puertas, los
templos y todo lo demás hubiesen desaparecido de mi
campo visual sin dejar el menor rastro. En cualquier

114
dirección en que mirase, veía una refulgente sucesión de
constantes oleadas que, a gran velocidad, me atravesaban
por todos lados". Y quedó inconsciente.

Ese niño era Ramakrishna, nacido en el año 1836 y


uno de los grandes líderes espirituales de la India. El
núcleo de su visión —​al igual que sucede con numerosos
niños que experimentan el éxtasis—​ es que la divinidad
es inmanente, aquí y ahora, en todas las cosas,
incluyéndonos a usted, a mí e incluso a los gatos.[15]
Nuestros hijos están en buena compañía.

Una morada gozosa

¿Recuerda usted algún lugar especial de su infancia,


un lugar secreto donde pudiese trasladarse física o
imaginariamente? A veces, los niños descubren un lugar
especial de fuerza espiritual en el patio de juegos o "una
morada gozosa", como la denomina Joseph Campbell.
Karla descubrió que, muy cerca de su casa, había un lugar
donde podía refugiarse de los conflictos de sus padres y
contemplar el paso de las estaciones, mientras que el
pequeño Sam siempre está de acuerdo en irse a dormir
porque, según afirma, le gusta viajar en sueños. Por su
parte, el lugar especial de Margaret es un establo en el
que guarda a un caballo al que ama tiernamente.

Karen evoca una intensa experiencia que le ocurrió

115
en su lugar secreto: "Tenía quince años de edad y estaba
sentada en silencio en mi "lugar especial", a corta
distancia de mi casa. Me sentía en armonía con la
naturaleza mientras los pajarillos y los insectos pululaban
por todos lados. Entonces tuve, de repente, la experiencia
de que todo estaba conectado, no sólo en el sentido de
que todos formamos parte de lo mismo sino, más
asombroso si cabe, en el sentido de que, en cierto modo,
todo es lo mismo: la montaña mayestática, la hoja de
hierba y yo".

La naturaleza es, como le ocurrió a Karen, el


"detonante" más común de los estados extáticos como,
por ejemplo, la contemplación de un hermoso cielo o la
visión de las madreselvas.[16] En ocasiones, el mundo
exterior nos ayuda a adentrarnos más profundamente en
nuestro mundo interior. San Francisco de Asís, Emerson
y Thoreau, además de muchos otros, abogaban por esa
clase de misticismo natural. Un día me di cuenta de que
mis hijas visitaban su cabaña en el árbol con más
frecuencia que de costumbre y que incluso encendían
velas durante el día. Muchas veces encontraba a una de
ellas sola en la cabaña cantando en voz baja. Yo no me
atrevía a interrumpir o siquiera a preguntar, pero
recordaba los momentos de embelesamiento más o menos
intenso que el contacto con la naturaleza me permitió
experimentar en mi propia infancia, y podía imaginar el
profundo deleite que también experimentaban mis hijas.

116
La naturaleza parece resonar profundamente en nuestro
interior. Aunque, hoy en día, la atracción por los juegos
electrónicos es muy poderosa; hay pocos regalos que los
padres podemos hacer a nuestros hijos tan valiosos como
los períodos que pasan en la naturaleza.

Sin embargo, una morada gozosa no tiene por qué


ser solamente un árbol favorito o un paraje a la orilla de
un río, sino también un lugar en nuestro interior, un portal
de entrada a la conciencia que nos abre a las
profundidades del misterio como, por ejemplo, el árbol de
mimosa de Peggy. Los cambios de conciencia ocurren,
por lo general, de improviso, sin ningún plan
preestablecido. Ramakrishna estaba contemplando el
paso de una bandada de grullas blancas sobre una
inmensa nube negra, mientras que Dana sólo quería estar
tranquila un rato en una mañana brumosa. Como ella
misma explica: "No es que yo busque esas experiencias
sino que, sencillamente, ocurren cuando, por ejemplo,
estoy absorta en alguna escena como el vapor que escapa
de la carretera tras una tormenta de verano o el aroma de
las flores". El asombro escapa a nuestro control; somos
arrebatados o agraciados por él, pero hay algo en los
niños que sabe acogerlo perfectamente.

La mente de principiante

Cuando escuchamos los sonidos de placer que emite

117
el niño que observa a un pajarillo cercano o somos
testigos del temor que le sobrecoge en una gran tormenta,
podemos intuir un poco el asombro inherente al mundo a
través de los ojos de ese pequeño. Y, tal como los niños,
los místicos y los sabios constatan a menudo, los eventos
cotidianos —el canto de un pájaro, una taza de té o un
abrazo cariñoso— se tornan extraordinarios cuando les
prestamos una atención profunda sin dejar de atender, al
mismo tiempo, al lugar del que dimana nuestra vida, lo
cual nos lleva a vivir con las cosas en lugar de vivir frente
a ellas.

La espiritualidad no se nos revela viajando a algún


lugar distante entre las nubes, sino abriéndonos a ella
dondequiera que nos encontremos. En él antiguo idioma
arameo, los términos cielo y levadura eran sinónimos.
Así, por ejemplo, se afirma que "El reino de los cielos es
la levadura".[17]

La levadura sirve para subir la masa del pan, lo cual


significa que el cielo no es un lugar distante en el espacio
y el tiempo, sino un elevamiento (o una apertura) de la
conciencia del aquí y ahora. El cielo —que es uno de los
nombres que designan a lo espiritual​— es la eternidad
que trasciende al tiempo y el infinito que se ubica más
allá del espacio. La divinidad está muy cerca de los niños
ni idéntica ni distinta a ellos​ de manera inmediata y viva.
En el siguiente poema William Blake también habla

118
sobre la proximidad del espíritu.

Ver el universo en un grano de arena y el cielo en una


flor; sostener el infinito en la palma de la mano y la
eternidad en una hora.[18]

El especialista en religiones Abraham Heschel


afirma que el asombro y el temor reverencial nos abren a
la divinidad: "El temor reverencial nos lleva a percibir la
relación entre Dios y el mundo a percibir el principio del
infinito en el trasfondo de las pequeñas cosas... a sentir el
apremio de la quietud eterna... El comienzo del temor
reverencial es el asombro y éste constituye el principio de
la sabiduría".[19]

Una de las mayores lecciones que los niños pueden


enseñar a los adultos es el poder del asombro. El asombro
y el temor reverencial no sólo son cualidades propias de
las experiencias espirituales sino que también constituyen
una genuina actitud espiritual. En el budismo zen, esa
actitud o modo de ver recibe el nombre de "mente de
principiante", que significa que permanecemos abiertos al
mundo, viéndolo y apreciándolo con ojos nuevos o,
sencillamente, contemplándolo (y contemplándonos) sin
tratar de aplicar​le ninguna expectativa ni categoría
preestablecida. Y, por su parte, la Biblia, haciéndose eco
de lo mismo, nos dice que, para entrar en el reino de los
cielos, tenemos que ser como los niños: "Y llamándole
niño, lo puso en el centro de ellos y dijo,

119
"Verdaderamente os digo que, a menos que os volváis
como niños, nunca entraréis en el reino de los cielos".[20]
Y eso significa que hay que tener un corazón puro y
abierto.

El taoísmo también subraya el mismo principio


puesto que el nombre de su fundador, Lao​-tzu, quiere
decir "viejo niño".[21] Sin embargo, eso no significa que
debamos caer en el "infantilismo" sino, más bien, que
tenemos que ser "como niños", es decir, tratando de
conservar el asombro y la apertura que nos hacen ver las
cosas como si fuese la primera vez. El objetivo es
mantener dicha apertura y frescura a lo largo de nuestra
vida cotidiana. A veces, eso supone que debemos reducir
nuestro ritmo y tomarnos el tiempo necesario para
apreciar el momento que tenemos a mano. No hay modo
de forzar el asombro. No funciona así. Sin embargo, sí
que podemos prepararnos para darle la bienvenida.

El aprecio y el juicio

El asombro comienza con la apreciación, y ésta es


una manera de ver el mundo que complementa al juicio.
Una rápida evaluación ("¿Es peligroso?" "¿He visto antes
algo similar?") divide al mundo en categorías como
"Éstos son mis amigos" o "No me gusta ese tipo de
cosas". En cambio, con la apreciación estamos

120
permitiendo sencillamente que las cosas sean lo que son
para aprender de ellas y poder entenderlas. Si bien los
niños aprenden muy pronto a juzgar, manipular, poseer y
protegerse del mundo, también podemos ayudarles a
cultivar ese sentido natural de abierta apreciación y
observación del momento.

Un buen ejercicio de introducción a este respecto es


el siguiente. Le damos una uva u otra fruta al niño, y
también nosotros cogemos otra, y le decimos: "Tómate el
tiempo que haga falta para comértela. No es una carrera
para ver el tiempo que tardas, sino una oportunidad ​para
saborear al máximo la experiencia. Siente la textura, el
sabor y las reacciones que provoca en tu cuerpo y
préstales toda tu atención. Sencillamente, saborea el
momento paciente y lentamente?" La plena atención
mental nos permite tranquilizarnos y permanecer
realmente en el centro de nuestra vida en lugar de pasar
por ella a toda velocidad.

En una tónica similar, podemos sugerir a nuestro


joven amigo (y también a nosotros mismos) una pequeña
aventura como, por ejemplo, "Piensa que acabas de llegar
a este mundo, que has estado viviendo bajo tierra y has
subido a la superficie hace muy poco [tal vez ayude a este
ejercicio de imaginación que nos escondamos bajo una
manta unos minutos]. Después ve al exterior y percibe,
sencillamente, todas las visiones, los sonidos, los olores.

121
Tómate el tiempo suficiente para no hacer nada más que
sentir lo que hay en torno a ti. Luego, regresa y
compartiremos lo que has descubierto". Pequeños
ejercicios como los recién descritos aminoran la marcha
de la mente que juzga, de modo que podemos dedicarnos
a apreciar plenamente el momento presente.

Ser y hacer

En la actualidad, la mayoría de nosotros, incluyendo


los niños, estamos generalmente muy ocupados. Eso no
es necesariamente bueno o malo sino, simplemente, que
las cosas son así. Sin embargo, según podemos constatar,
las experiencias de asombro emergen con más facilidad
cuando nuestra mente se deja llevar, "pierde el tiempo" y
simplemente es. ¿Acaso no es cierto que apenas tenemos
tiempo para ser y que sólo nos dedicamos a hacer? En
una sociedad orientada a la producción, no hacer suena a
herejía o a síntoma de derrotismo moral. Pero todos
nosotros podríamos sacar más partido a esos momentos
en los que sencillamente somos —bajo el árbol en el
jardín, en el columpio o en nuestro sillón favorito—​ y,
más especialmente, cuando estamos solos. El siguiente
ejercicio de no acción es muy sencillo y puede ser llevado
a cabo tanto en casa como en el colegio. Momentos como
éstos hacen que los niños aminoren su ritmo y se sitúen
en el aquí y ahora, el lugar donde habita el asombro.

122
Primeramente, invitamos al niño a que encuentre un
lugar confortable donde sentarse. Si es posible, tañemos
una campana tres veces para señalar el inicio del ejercicio
e infundirle un aire ceremonial que también ayuda a
delimitarlo como un período especial. Seguidamente
decimos: "Toma unas cuantas respiraciones lentas,
profundas y purificadoras. Libera todas las tensiones y
permite que tu cuerpo se relaje, estirando y desperezando
las partes que lo necesiten. Siente la suave atracción de la
gravedad y deja que la silla o el suelo donde estás sentado
te sostengan sin que hagas ningún esfuerzo por tu parte.
Sencillamente siente la gravedad mientras te quedas en
silencio y sin hacer nada durante unos minutos [por
ejemplo, de dos o tres minutos a diez o quince]. Presta
atención tan sólo a tu respiración, permitiendo que entre y
salga sin ningún esfuerzo. Cuando surja un pensamiento o
te distraigas con algún problema, no luches contra él pero
tampoco lo alimentes. Tan sólo sé y déjalo tal cual.
Vuelve a prestar atención a tu respiración sin hacer nada.
Los pensamientos y las preocupaciones son como
burbujas bajo el agua que, cuando llegan a la superficie,
explotan y desaparecen".

Cuando crea que ha transcurrido el suficiente tiempo,


toque nuevamente la campana para indicar que el
ejercicio ha concluido. En ese momento diga: "Mientras
vas volviendo poco a poco en ti, date cuenta de si te
sientes más tranquilo o si tu mente parece más clara.

123
Cuando afrontes tus actividades diarias y, sobre todo,
cuando las cosas se compliquen, puedes tomar unas
cuantas respiraciones profundas y recuperar esa frescura".
De ese modo, el no hacer es un contrapeso simple y
poderoso para la agitación de las mentes y los cuerpos
que es tan común en nuestra sociedad actual.

La entrega y el control

Nuestra vida es una danza que oscila entre la entrega


y la voluntad, entre el yin y el yang, entre lo femenino y
lo masculino. La voluntad implica el poder de la
determinación que impulsa (o inhibe) nuestro peso,
corazón y esfuerzo. en una dirección u otra. Sin embargo,
por sí solo, el poder de la voluntad no basta para Penetrar
en el misterio sino que, para sumergirnos en la corriente
de la creación, necesitamos recurrir al poder combinado
de la entrega y la determinación. Los intentos de definir
la entrega asumen la forma de expresiones paradójicas
como una "elección irrevocable" o de plegarias como el
"hágase tu voluntad". Éstas expresiones son, a la vez, un
acto de fe y una declaración de esperanza, que emergen a
partir de la confianza profunda y, a veces, de la gran
desesperación, cuando caemos sobre nuestras rodillas
implorando ayuda porque no sabemos a quién recurrir.
Aunque, en muchos momentos, los niños seguramente
pueden ser arbitrarios, también demuestran una gran

124
capacidad para la entrega, la rendición y la confianza.
Algunas veces los niños desarrollan sus peculiares
estrategias de entrega como dar vueltas y vueltas tan sólo
para marearse y perder el control o por el simple hecho de
querer que los sostengan los brazos de un adulto. Los
ceremoniales de acogida y despedida también ayudan a
clarificar este punto. En el día de Año Nuevo, en el
cumpleaños o, sencillamente, al finar de ​la jornada,
podemos pedir al niño que diga o escriba aquello que
desea conservar (un recuerdo, una comprensión e incluso
una posesión) y aquello que quiere abandonar, (un suceso
frustrante, un sentimiento de enojo, una molestia, un
juguete o alguna prenda de ropa que ya no necesite).
Después el pequeño introduce en un sobre la hoja donde
ha escrito las cosas de las que quiere desprenderse, lo
adorna adecuadamente, lo cierra y, con la fanfarria y el
ceremonial apropiados, lo rompe en trocitos o lo quema.
Podemos hacer algunos comentarios referentes al modo
en que la naturaleza se renueva cada año mediante el
cambio de las estaciones y que, por ejemplo, los árboles
tienen que desprenderse de las hojas viejas para que les
crezcan hojas nuevas y cómo las hojas podridas se
convierten en abono para alimentar a la nueva vida. Es
asombroso el modo en que nos aferramos a los
resentimientos, temores y recuerdos negativos que
petrifican nuestra conciencia. En lugar de ello, podemos
ayudar a que los niños comprendan que el ritmo natural
de la rendición constructiva los prepara para nuevos

125
gozos.

Al igual que muchos místicos y grandes sabios, los


niños experimentan de modo natural experiencias más o
menos profundas de asombro que, en ocasiones, les
llevan a penetrar en el gran misterio que les rodea y que
les dejan un profundo sentimiento de reverencia por la
vida y también la necesidad de plasmar y dar sentido a lo
que ven. Los niños nos recuerdan que vivimos inmersos
en un vasto océano de maravilla y misterio. Como escribe
el poeta y artesano M.C. Richards: "El misterio nos deja
sin respiración como el viento de un túnel que nos invita
a penetrar en él. Recemos, pues, y entremos".[22]

126
3. ENTRE EL TÚ Y EL YO

En la nueva clase de preescolar, un pequeño de tres


años que tenía problemas de adaptación no tardó en
morder en el brazo a Chessie, también de tres años. Como
es natural, ella se enfadó mucho y se mantuvo vigilante
durante el resto del día cada vez que ese niño se le
acercaba. Al día siguiente, el niño trató nuevamente de
sorprenderla por la espalda pero, cuando estaba a punto
de agarrarla, ella se dio la vuelta de pronto y, señalando al
pequeño, le gritó como si fuese una persona adulta:
"¡No!" El niño se detuvo en seco y se alejó, dejándola
tranquila durante el resto de la jornada.

Al día siguiente, el niño intentó sorprenderla de


nuevo pero, una vez más, Chessie se giró justo a tiempo
para evitar que él le pegara. Otra vez el niño se quedó
parado en seco y un tanto aturdido. Entonces ella se
acercó a él y le dio un gran abrazo. A partir de aquel día,
el niño no sólo no volvió a molestarla, sino que Chessie
siempre se aseguró de que no se quedaba al margen de los
juegos u otras actividades y de que siempre hubiera
alguien a su lado durante la lectura de los cuentos y las
proyecciones de vídeo. Como dijo su maestra, Chessie
parecía conocer exactamente lo que necesitaba ese niño y,

127
sin dejar por ello de marcar sus propios límites, se
preocupó de proporcionárselo.

El teólogo Martin Buber escribe: "El espíritu no


reside en el yo, sino entre el tú y el yo. No es como la
sangre que circula en nuestro interior sino, mas
bien,como el aire que respiramos".[1] Así pues, la
perspectiva relacional de la espiritualidad afirma que ésta
es experimentada en la intersección de nuestras vidas —
o, tal como lo denomina Martin Buber, en el "entre"—​ y
tiene que ver con el modo en que nos conocemos y nos
tratamos los unos a los otros. ¿Concebimos al otro como
un objeto que poseer y manipular o como un amigo al que
comprender, servir y apreciar? Cuando abrimos nuestro
corazón para conocer realmente a los demás, podemos
percibirlos de un modo mucho más profundo y el amor y
la compasión aparecen de manera natural, La
espiritualidad relacional significa comunión, conexión,
comunidad y compasión y se basa en el modo en que
concebimos el mundo y nos relacionamos con él. El
espíritu cobra vida en el encuentro genuino y abierto
pues, como escribe Buber, "La auténtica vida es
encuentro".[2]

Porque lo que conocemos ​—ya sea un árbol, un


vecino, un libro sagrado o una nueva jornada que
afrontar​—​ no es tan importante como el modo en que nos
relacionamos con ello. Si bien, hoy en día, la opinión

128
prevaleciente es que el conocimiento reside en la cabeza,
las tradiciones sagradas asignan al corazón el
conocimiento quintaesencial. Por ejemplo, el término
chino hsin ​—frecuente​mente traducido como mente—​ se
refiere tanto a la mente como al corazón.[3] Según la
filosofía china, el conocimiento del corazón es el ojo del
Tao. Platón, por su parte, lo denomina el ojo del alma[4]
mientras que, en la rueda de la medicina de los nativos
americanos, la energía del corazón está relacionada con la
dirección sur.[5] En este capítulo, exploraremos el modo
en que los niños experimentan y expresan el
conocimiento o el encuentro entre corazones, que
constituye la esencia del amor y la compasión.

La compasión natural

Cuando un niño nos abraza de repente o le oímos


llorar porque se ha hecho daño en la rodilla, o en el
momento en que entendemos realmente a otra persona y
nos sentimos entendidos por ella, emerge algo en nuestro
interior que erige un puente entre nosotros. Nuestro
corazón se abre y sentimos el impulso de consolar al
pequeño y de tratar de aliviar el dolor de su rodilla o
quizá experimentamos un sentimiento de afecto hacia la
persona con quien tenemos esa comprensión tácita. La
comprensión habita de manera natural en nuestro interior
—sobre todo en los niños—​ y, como ocurrió en el caso de

129
Chessie, suele emerger en el espacio que se cierne entre
el tú y el yo.

La compasión se refiere a la solidaridad que nos


despierta el sufrimiento ajeno y comporta el deseo de
ayudar. Incluso los niños más pequeños se preocupan y
desean prestar su ayuda a una ardilla, un árbol caído o la
naturaleza en general, por ejemplo. Ayer mismo, cuando
llevaba a mi hija a la escuela, me dijo: "Papi, cuan​do
vuelvas, asegúrate de que la tortuga [que estaba en medio
de la calle] ha cruzado, ¿vale?"

En ocasiones, los niños también pueden sentir


compasión hacia sus profesores. "Había tenido un día
muy complicado —​comenta una maestra de escuela
infantil llamada Kathy—​ y debía notárseme. Me sentía
frustrada y reaccionaba ante los pequeños con una
brusquedad que, si bien creía plenamente justificada en
ese momento, ahora mismo, considerándolo
retrospectivamente, me resulta totalmente vergonzosa e
incluso cruel. Pero, básicamente, me sentía "derrotada" y
me estaba desahogando con ellos. Les había ordenado
que permaneciesen quietos, sentados en sus asientos y
con la cabeza apoyada sobre el pupitre. Yo estaba sentada
en mi mesa escribiendo cuando, de pronto, la punta de mi
lápiz se rompió ya que, seguramente, lo estaba apretando
demasiado a causa de mi estado de frustración. Aunque
cada vez me sentía más furiosa, Jamie levantó su cabeza

130
del pupitre, abandonó su asiento y vino hasta mi mesa
arriesgándose a ser presa de mi enfado. 'Toma ​me dijo​,
puedes coger mi lápiz. Sabemos que tienes un mal día'.
Entonces puso el lápiz en mi mesa, se dio media vuelta y
volvió a ocupar su sitio. En ese mismo instante, mi
frustración se derritió y me sentí avergonzada por
haberme mostrado tan brusca con aquellos niños y
agradecida por su bondad. En ocasiones, los niños pueden
ser muy provocadores, pero el regalo de Jamie fue
perfecto".

Los teóricos del desarrollo afirman que los niños son


demasiado egocéntricos como para evidenciar auténtica
empatía y compasión, ya que no han avanzado
suficientemente en su desarrollo y no pueden ponerse
realmente en el lugar de las otras personas. Sin embargo,
si bien es cierto que los niños pueden llegar a mostrarse
tremendamente egoístas e interesados, no lo es menos
que, en muchas ocasiones, también son profundamente
empáticos y compasivos. Los niños no tienen que esperar
a hacerse mayores para mostrar su generosidad,
experimentar el dolor ajeno o compartir sus propios
sentimientos. Su apertura natural les permite
experimentar una profunda conexión con el mundo que
hace que su compasión emerja de manera espontánea. Las
competencias de la independencia y de la conexión, del
egoísmo y de la compasión, se desarrollan
simultáneamente.

131
Stacey había ido a pasar las vacaciones de Acción de
Gracias a casa de sus padres. En aquella época, su
matrimonio estaba atravesando una etapa muy difícil y,
finalmente, había llegado a la conclusión de que la
relación estaba terminando. En un momento dado, se
apartó del nutrido grupo de familiares y amigos (marido
incluido) que, con motivo de la festividad, se habían
reunido a comer y se encerró sola en una habitación para
poder llorar y liberar los sentimientos de profundo pesar y
agotamiento que conlleva toda ruptura matrimonial.
Stacey creía que nadie la escuchaba hasta que su sobrino,
de un año de edad, se dirigió donde estaba sentada y,
simplemente, se quedó de pie a su lado cogiéndola ​del
brazo. En ese momento, fue como si la recorriese una
descarga eléctrica. "Sencillamente me vació —afirma la
mujer—​. No he podido olvidarlo desde entonces y
siempre lo tengo presente como el ejemplo perfecto del
poder curativo que encierra una presencia silenciosa y
cariñosa."

La compasión aparece en el momento en que


conocemos al otro de un modo especial, esto es, con
apertura de corazón. Crish explica: "Mi ​padre y su mujer
adoptaron a cinco niños, Cierto día, Jack; el más pequeño
de ellos, me preguntó, '¿Somos de verdad tus hermanos?'
Tan sólo estábamos charlando tranquilamente sin que
hubiese ninguna carga emocional implicada cuando,
súbitamente, me dijo, '¿Mamá, no te hace sentir un poco

132
desatendido?' Ése era el modo en que me sentía
exactamente. Por un lado, me sentía contento por los
niños pero, por el otro, recuerdo que, desde la época en
que ingresé en el primer curso del instituto hasta mi
último año allí, veía muy poco a mi padre y pensaba algo
así como, 'Vale, ha adoptado a todos esos niños ¿pero qué
ocurre conmigo?' Mi pequeño hermanastro de cinco años
había captado mis sentimientos a la perfección".

Por su parte, Jeff recuerda una experiencia de


profundo reconocimiento que tuvo lugar alrededor de los
diez años de edad. "Más que ninguna otra cosa, el regalo
que quería para el día de mi cumpleaños era un reloj de
pulsera y me encargué de que mi madre se diese por
enterada de mi deseó. Nunca había tenido un reloj y creía
que eso era lo más estupendo que podía ocurrirme. Pero
éramos pobres y, cuando llegó el gran día, mi madre me
dio una cajita sin envolver. Entonces la abrí y vi el reloj
nuevo pero, al mirar los ojos de mi madre, advertí en
ellos una gran tristeza. En ese momento comprendí que
mi madre también había sido la hija de alguien, que ahora
era madre de alguien y que acabaría envejeciendo. Era
cons​ciente del gran dolor y desesperación que sentía mi
madre pero, en esa época, yo no tenía manera de hablar
con ella al respecto. Aunque sabía quién era mi madre y
cómo se sentía, sin embargo, estoy seguro de que ella no
tenía ni idea de lo que yo estaba pensando. Supe que, a
partir de entonces, todo sería distinto. Salí afuera a jugar

133
y, antes de volver a cenar, ya había perdido el reloj.
Cuando cumplí veintidós años —​habían transcurrido más
de doce desde aquel día—​ leí un libro de Martín Buber
que hablaba sobre la experiencia del "tú-​yo", una
experiencia que me brindaba una imagen para
comprender lo que había ocurrido con mi madre el día de
mi décimo cumpleaños. Decidí telefonearle de inmediato
para preguntarle si se acordaba de aquel día y del regalo.
No lo había olvidado. Entonces, también le hablé del
dolor que sabía que había sentido en aquellos momentos.
Ella pareció sorprendida por mis palabras, pero estuvo
completamente de acuerdo y me preguntó cómo lo había
sabido y percibido con tanta claridad".

Compasión en acción

Los regalos son uno de los posibles modos que


tienen los niños de expresar su compasión. Del mismo
modo que a los niños les gusta recibir regalos, también
experimentan la alegría que acompaña al hecho de darlos.
Los niños pueden ser egoístas e interesa​dos, pero muchas
veces también demuestran espontáneamente gran
altruismo y generosidad. Ahora mismo estoy observando,
a través de la ventana, a mi pequeño vecino cortando
algunos de nuestros narcisos para llevárselos a su madre,
otro niño de dos años, al que apenas conozco, insiste en
darme un beso, mientras que Jamie le ofreció el lápiz a su

134
enojada y frustrada maestra. De ese modo, todo regalo
genuino —es decir, que no conlleve obligaciones
implícitas ni espere nada a cambio—​ reviste un inmenso
poder curativo para quienes lo comparten.

Cadena de favores es una película familiar que sabe


transmitir la compasión natural y el inmenso poder que
entraña la generosidad.[6] El argumento trata de que, en
lugar de devolver un favor a la persona que lo ha hecho,
hay que ayudar a tres personas que deben, a su vez,
ayudar a otras tres personas necesitadas y así
sucesivamente en una cadena de favores capaz de
cambiar el mundo. De ese modo, la expresión de nuestros
sentimientos de compasión es el secreto que permite
trascender la separación y el egoísmo e inaugurar una
nueva época, una nueva era, como el apóstol Pablo (antes
llamado Saulo) reconoció camino de Damasco cuando
descubrió el fulgor divino que mora secretamente en
nuestro corazón en espera de que lo comprendamos y lo
reflejemos en nuestra vida cotidiana.

Los regalos personales son la medicina más


poderosa. Los niños pueden dedicar mucho tiempo a
confeccionar una tarjeta de felicitación especial o
seleccionar el regalo que consideran más adecuado para
una persona y, a menudo, tienen su propio criterio sobre
cuál es el regalo más apropiado. La pequeña Maia, de
cinco años, había elegido para su abuelo enfermo y

135
bastante gruñón unos calzones de seda muy llamativos
con grandes corazones estampados. Su abuelo siempre
había sido una persona muy difícil para las compras y
también tenía muy mal genio, pero aquel regalo supo
robarle una amplia sonrisa de complicidad y fue evidente
que la niña también experimentó un gran placer al
dárselo.

Albert Einstein capta perfectamente la importancia


del intercambio mutuo cuando afirma: "A partir de
nuestra vida cotidiana sabemos, sin necesidad de
reflexionar demasiado, que existimos para los demás,
Ante todo, para aquellos de cuya sonrisa y felicidad
depende nuestra propia felicidad, pero también ​para
tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula la
simpatía".[7]

Otro tipo de regalo muy poderoso es el servicio. No


es difícil imaginar las muchas maneras en que podemos
servir a los otros, desde el alumno más avanzado que
enseña a leer al alumno más pequeño, hasta encargarse
del cuidado de la mascota de la clase durante un largo
puente. La madre Teresa expresa del siguiente modo la
esencia del servicio: "Para mí, Dios y la compasión son
una y la misma cosa. La compasión es el gozo de
compartir, de hacer pequeñas cosas que nos ayuden a
amarnos los unos a los otros. Puede ser una sonrisa,
transportar un cubo de agua o mostrar un poco de

136
cariño... El fruto del amor es el servicio, que es, a su vez,
compasión en acción".[8]

Pero, cuando el servicio se convierte en un mero


instrumento, en algo que debemos hacer para "ser
buenos" o para ganar un lugar en el cielo, estamos
desaprovechando su potencial intrínseco de conocimiento
y comunicación y, en ese caso, es imposible percibir el
puro gozo de que nos habla la madre Teresa. Por
consiguiente, no debemos entender el servicio como un
imperativo moral o ​una obligación de hacer el bien, sino
como un modo de conocer directamente el mundo, como
una oportunidad de acercarnos más a las personas y las
cosas y, aunque sólo sea provisionalmente, de asumir
nuestra responsabilidad al respecto. Los resultados suelen
ser espectaculares.

La paloma se había escapado de su jaula en clase, y


Megan ​—maestra de enseñanza primaria— confió a
Kendrick, un alumno muy inquieto y distraído, la
responsabilidad, de capturarla y cuidarla antes de
devolverla a su sitio. Megan explica: "Cuando otro,
alumno vino a mi mesa a preguntarme si podía ayudarle,
Kendrick le dijo muy educadamente que ése era su
trabajo y que tenía que llevarlo a cabo él. Antes de ese
incidente, era muy raro que Kendrick se dirigiese
educadamente a los adultos y, mucho menos, a sus
compañeros. Pero, por vez primera, tuve la oportunidad

137
de contemplar su lado más amable y cariñoso. En el
pasado, siempre que intentaba abrazarlo, él se quedaba
rígido, sin saber cómo reaccionar. Ahora no deja de dar
abrazos. Al final de aquel día, vino y me dijo que quería
volver a la escuela al día siguiente. Antes, lo único que
decía prácticamente era que odiaba la escuela".

La participación de Kendrick en la escuela le


permitió mejorar de manera espectacular. Un día se le
pidió que escribiese algo sobre su maestra favorita y éste
fue el resultado: "Me gusta la señorita Partain". Y Megan
prosigue explicando: "Me quedé un tanto sorprendida de
que hubiese escrito una frase completa porque la mayoría
de las veces tan sólo recibía un puñado de letras ilegibles
y copiadas al azar. Pero Kendrick no sólo había utilizado
palabras que no estaban en la lista que yo les había dado
sino que, en respuesta a mi pregunta, había logrado
organizar con ellas una frase entera. Varias semanas
después, Kendrick comenzó a leer su primer libro. Me
sentía tan orgullosa de él que, cuando me lo leía en voz
alta, no podía reprimir las lágrimas".

Cuando servimos al mundo, lo conocemos de manera


muy distinta. El maestro sirve a sus alumnos, el niño
sirve a una paloma y el servicio de ambos se transforma
en un poder curativo que sirve al corazón del mundo. Ese
poder es una copa desbordante que no tiene fin.

138
La Regla de Oro

Una de las cosas que más solemos asociar a las


"personas espirituales" es la cualidad ética o moral de sus
elecciones, que siempre están orientadas al bienestar de
los demás (las relaciones) y se atienen a lo que es justo y
correcto (principios universales). En una época en la que
tanto nos preocupa el creciente agujero en la capa de de
ozono de nuestra moralidad, debemos averiguar cuál es la
fuente última de la que dimana nuestra ética.

A veces, establecemos reglas ​—como, por ejemplo,


la hermosa y universal Regla de Oro—​ que son simples
recordatorios de lo que es bueno o aceptable y que actúan
de red de seguridad de nuestra vida social. Sin embargo,
por sí mismas, esas reglas no nos permiten descubrir ni
activar nuestra compasión natural. Los niños pueden
aceptar una norma para evitar el consiguiente castigo o
para granjearse la aprobación de sus padres, de sus
profesores o de Dios. Sin embargo, hay ocasiones en que
lo mejor que podemos hacer es romper las reglas y
afrontar las consecuencias, tal como hizo Martín Luther
King o Jamie, quien osó abandonar su pupitre para
prestarle el lápiz a su enojada maestra. En el extremo
superior del desarrollo moral, nuestras elecciones no
pretenden evitar o conseguir algo; sino servir tan sólo a lo
mejor de nuestra humanidad y de nuestra divinidad. Son
elecciones que invocan a nuestra naturaleza superior y a

139
nuestras más altas expectativas como seres humanos y
que saben despertar y sacar lo mejor de nosotros mismos.

La verdadera fuente de la Regla de Oro, el lugar


interior del que dimanan el amor, la bondad y la acción
Justa hacia los demás, es algo que, con frecuencia, nos
muestran los niños. Aunque los estudiosos no se cansan
de afirmar que el pleno desarrollo moral no ocurre hasta
alcanzar la edad adulta, los niños evidencian una
innegable capacidad para detectar la ​injusticia, la
hipocresía y el sufrimiento, así como para decir la verdad,
empatizar y brindar genuinas expresiones de compasión,
clemencia y perdón. ¿Pero cómo podemos alentar esa
capacidad natural que los niños ya poseen, especialmente
en una sociedad como la nuestra, donde la atracción del
egoísmo y el propio interés es casi irresistible?
Precisamente, a causa de que los estímulos procedentes
de nuestro entorno social son tan confusos, tenemos que
asegurarnos de que nuestros hijos reciben el mensaje de
que pueden confiar su vida al poder compasivo del
corazón.

La mejor manera de ayudarles a ello es a través del


ejemplo. Desde luego, no es ninguna sorpresa que los
niños asimilan y ponen en práctica sus valores repitiendo
lo que ven. En consecuencia, lo primero y más importante
es procurar que nuestros hijos escuchen con su corazón
nuestras expresiones de amor hacia ellos, hacia el mundo

140
que​ nos rodea y hacia nosotros mismos. El modo en que
tratamos a nuestra esposa, las cosas que decimos sobre
algún vecino molesto o las que le gritamos a otro
conductor cuando se interpone en nuestro camino,
proporcionan a nuestros hijos un mapa sobre el modo en
que deben llevar a cabo sus propias acciones. Por encima
de todo, les enseñamos a través de lo que somos y de
nuestra manera de vivir. Nuestro propio desarrollo y el de
nuestros hijos están interconectados puesto que crecemos
al mismo tiempo. Así pues, la pregunta más importante
que debemos plantearnos es, "¿Bajo qué circunstancias y
de qué modo soy capaz de vivir desde el corazón?"
Porque, sólo cuando despleguemos nuestra propia
compasión, estaremos contribuyendo a que nuestros hijos
también desarrollen su compasión natural.

Las biografías de los grandes seres como el Buda,


Jesús, Luther King, Gandhi —​y también de personas más
próximas a nosotros—​ nos ayudan a dar lo mejor de
nosotros mismos y aportan un modelo que sirve de
referencia sobre la manera idónea de escuchar y actuar a
la hora de tomar decisiones. Las historias que nos hablan
de personas que expresan, un amor y un valor
inquebrantables constituyen una sana alternativa a la
violencia gratuita de los Rambo y demás mercenarios
profesionales y suscitan paradojas y preguntas que son el
germen de la creación del propio yo.

141
Además de compartir historias y biografías sobre
personajes compasivos, podemos pedirles a nuestros hijos
que nos hablen de las dificultades que puedan
experimentar con compañeros problemáticos —
gamberros, por ejemplo— y explorar con ellos las
tensiones naturales originadas en las amenazas, el miedo
y el enfado, por un lado, y el amor y la comprensión, por
el otro. Por ejemplo, ¿En qué momento hay ​que
defenderse y cuándo, por el contrario, hay que poner la
otra mejilla? ¿Y existe algún modo de hacer ambas cosas
al mismo tiempo? ¿Cómo podemos mostrarnos, a la vez,
diplomáticos e inflexibles, afrontando con aplomo las
situaciones aunque sin apartarnos un ápice de lo que, para
nosotros, es lo correcto? ¿Puede la vulnerabilidad
convertirse en una expresión de coraje, fortaleza y
confianza? ¿Por qué la palabra coraje —​es decir, la
expresión de nuestra fuerza interior— significa "tener
corazón"?

Aparte de las normas y modelos, nuestro modo de


ver, conocer y observar el mundo también condiciona la
manera en que tratamos a los demás. Cuando prestamos
verdadera atención y nos abrimos simplemente a la
persona que tenemos ante nosotros, es más fácil
comprender su experiencia. Pero, si bien eso parece
bastante sencillo, todavía es más fácil olvidarlo cuando
tenemos que cumplir nuestras agendas y nos sumergimos
en el tráfago de las actividades cotidianas. Sin embargo,

142
en el momento en que encontramos real​mente a la otra
persona, nos sentimos dentro de su mundo, lo cual
significa que experimentamos empatía hacia ella. Y,
cuando eso ocurre, a menudo tenemos la sensación de
que acabamos de conocerla: "Ah, eres así. No me había
dado cuenta antes". El ser que hay ante nosotros cobra
entonces una nueva dimensión, como un recorte de cartón
que, de pronto, asume una forma tridimensional dotada
de profundidad, contenido, significado, complejidad,
valor y belleza, muy superiores a lo que éramos capaces
de apreciar previamente. Por eso, no es infrecuente que
nuestras fantasías sobre quién creemos que es la otra
persona o sobre lo que deseamos que sea, se vean
refutadas en la medida en que su existencia individual
cobra fuerza por encima del peso de nuestras
proyecciones.

Decimos que esa experiencia es espiritual porque nos


permite cobrar conciencia del amor, la compasión y la
interconexión. A causa de la gran importancia de ese tipo
de encuentro, la empatía no sólo constituye la base de
nuestro desarrollo ético sino que es nuestro rasgo más
definitorio, en tanto que seamos seres humanos. La
profundidad de nuestras relaciones nos ayuda a realizar
tanto nuestra humanidad como nuestra divinidad. Cuando
conocemos realmente​ a los demás, nos ponemos en su
lugar y entendemos, es prácticamente imposible perpetrar
ningún acto de violencia en su contra. Por tanto, es aquí

143
donde reside la raíz de una ética poderosa.

Dos tipos de visión

Hay dos posibles modos de ver la realidad. El


primero de ellos la clasifica en categorías, decide lo que
es útil y lo que no, valora las posibles ventajas y peligros
y sirve, fundamentalmente, a nuestros propios intereses.
Podemos afirmar, pues, que este modo de ver es objetivo,
lo cual quiere decir que "se sitúa aparte o contra" el
objeto que estamos observando. La otra modalidad de
visión, en cambio, se supedita a la realidad, establece
comunicación con ella e intenta ponerse en el lugar de los
otros, entendiéndolos y permitiéndoles ser lo que son, lo
cual significa "ponerse debajo o entre". De ese modo, en
lugar de objetivizar el mundo en una serie de objetos que
pueden ser mensurados, controlados y manipulados,
intenta conocer al otro directamente, ya se trate de una
persona o de un melocotón. El Principito, de Saint-​-
Exupéry, expone perfectamente ese tipo de visión cuando
afirma: "Y ahora te contaré mi secreto, un secreto muy
sencillo, que es el siguiente: sólo con el corazón puede
uno ver correctamente: lo esencial es invisible a los ojos".
[9]

Ya sea para afrontar una determinada crisis o


frustración, en medio de un día ajetreado o bien como un
modo de "sintonizar" periódicamente, todos nosotros

144
podemos obtener inmensos beneficios del hecho de
sentamos tranquilamente unos minutos a observar desde
el corazón, respirando profunda y suavemente y
centrando la conciencia en la zona del pecho. La mayoría
de las veces tiene lugar un desplazamiento emocional
hacia una mayor sensación de ternura, espaciosidad,
sosiego y adaptación, un proceso capaz de alterar
radicalmente el escenario que hay ante nosotros o que
domina nuestra mente. Hay pocas actividades que
resulten tan sencillas, al tiempo que tan beneficiosas, y
que sean practicadas con menos frecuencia.

La investigación sobre la modificación del pulso


cardíaco evidencia que, cuando centramos la conciencia
en el corazón, ocurren cambios corporales muy concretos.
[10] Solemos creer que, si el corazón late, por ejemplo, a

sesenta pulsaciones por minuto —de modo que cada


pulsación equivale a un segundo—​​, el músculo cardíaco
bombea la misma cantidad de sangre en cada pulsación.
Sin embargo, a lo largo de nuestra conciencia de vigilia,
la fuerza y la duración de cada pulsación varían
considerablemente. De ese modo, si una pulsación dura
1,2 segundos, la: siguiente puede durar 1,7, la otra 1,9 y
así sucesivamente. En cambio, cuando nos relajamos y
nos centramos "en el corazón", el latido cardíaco se torna
más homogéneo y regular, tanto en duración —
aproximadamente de un segundo cada latido​— como en
presión y fuerza. Dado que el corazón es el generador

145
eléctrico más potente que hay en el cuerpo, el cerebro
puede seguir o ajustarse al corazón (aunque,
posiblemente, las funciones de ambos están
completamente imbricadas) y, de ese modo, se produce
un aumento de las ondas alfa, asociadas a la relajación
profunda. Así pues, la tecnología externa está empezando
a confirmar los cambios fisiológicos que ocurren cuando
vemos a través del corazón.

Los niños suelen poseer su manera propia de


sintonizar con el corazón. Julian, de seis años, estaba
sentado al lado de su hermano más pequeño y cantaba y
parecía estar totalmente concentrado. Cuando su madre le
preguntó qué hacía, éste respondió: "Estoy cantando para
sentir su cerebro". En un sentido bastante literal, Julian
trataba de ajustar su propia frecuencia para sintonizar con
la de su hermano. Los niños pueden hacerlo
sincronizando corazón y cerebro o ambos hemisferios
cerebrales, un hecho que también está asociado a la
excelencia en todas las áreas de la vida, desde el juego
del golf hasta la escritura creativa. Aunque todavía falta
algún tiempo para que conozcamos el funcionamiento
exacto de este mecanismo, Julian nos muestra
perfectamente su aplicación: su, canción le ayudaba a
sintonizar con su hermano.

Sin embargo, esa modalidad de conocimiento no se


limita a las relaciones humanas. El mundo entero se nos

146
revela en la misma medida en que nos abrimos a él. La
premio Nobel y genetista, Barbara McClintock, se refería
a un proceso de experimentación más cercano, donde
llegaba a "sentir los organismos" con los que trabajaba y
que eran simples plantas de trigo. La clave de su
asombrosa y avanzada comprensión genética es, en sus
propias palabras, "abrirse lo suficiente para permitir que
venga a ti".[11] Este sentimiento de apertura permite que
dejemos de ver al otro como algo separado y que pase a
formar parte, íntima y profundamente de nosotros
mismos. El sabio hindú Krishnamurti afirmaba que, en la
vida espiritual este sentimiento es indispensable: "Para
estar plenamente vivo, es necesario que el discípulo se
vea conmovido por el sentimiento extraordinario de la
vida, pero no de su vida o la de alguna otra persona, sino
de la vida en sí, de la humanidad, de los árboles".[12]

El libro infantil The Animal también nos habla de ese


modo de ver la realidad.[13] Un extraño invitado al reino
animal considera con gran aprecio todo lo que ve y, según
se nos cuenta, esa profunda visión es consecuencia de su
amor. ¿Por qué no preguntamos a nuestros hijos o a
nosotros mismos si alguna vez hemos visto con "los ojos
de un animal"? ¿Puede usted concentrar su mirada y
sentirse dentro de otra persona, de una flor o de un árbol?
¿Cómo se siente cuando mira desde el corazón? Podemos
comprender y respetar la capacidad natural de los niños
para ver desde el corazón formulando preguntas como las

147
anteriores, tal vez tras la lectura del recomendable libro
recién citado.

Cuando vemos desde el corazón, se desmoronan los


límites entre el yo y el no​-yo. Esta conciencia —​que el
monje budista Thich Nhat Hanh denomina "interser"[14]
— sabe captar la conexión fundamental existente entre
todas las cosas. Escuchar profundamente una determinada
pieza musical, sostener a un pajarillo, recordar a la
persona amada, leer poemas o relatos inspiradores o
imaginar una escena alegre o hermosa, nos abre al mundo
y nos une a él. Walt Whitman reconoció este modo
especial de visión y de comunicación en el que los niños
son excelentes maestros:

Había un niño que avanzaba cada día, y el primer objeto


que veía se convertía en él mismo y el objeto era parte de
él durante todo el día, durante un momento o durante
muchos años o durante años y años.[15]

Hilos de plata

Cuando colocamos dos violines en una misma


habitación y tañemos la cuerda de uno, el otro violín
resuena con la misma nota. Se denomina resonancia
acústica al hecho de que las ondas sonoras de cada cuerda
vibren en la misma frecuencia. La resonancia empática
funciona más o menos del mismo modo que los violine​s

148
resonantes. Los pensamientos, los sentimientos, los
estados de animo, etc., son vibraciones, energía e
información que se transmite desde un cuerpo-mente a
otro cuerpo​-mente.

Los niños suelen experimentar una profunda


interconexión cuando resuenan con los sentimientos o los
pensamientos de otras personas. Un niño puede sintonizar
naturalmente con determinadas frecuencias como, por
ejemplo, las de una persona amada. Como me dijo la
madre de Julian: "Julian lee mis pensamientos en
cualquier momento. Incluso antes de aprender a hablar,
ya captaba muchas cosas que yo pensaba y reaccionaba
en consecuencia. Y, aunque es algo muy extraño, eso no
ha dejado de suceder. Cuando se lo mencionaba a mi
marido, él se limitaba a reírse de mí hasta que, un día en
que se lo llevó en el camión, al volver a casa mi marido
me dijo, '¡De acuerdo, te creo! Estaba conduciendo
cuando, de pronto, me ha dicho, 'Si tienes ganas, ¿por qué
no paras y bajas a hacer pipí?' Justo en ese instante,
estaba pensando lo mismo, pero estoy seguro de que no
se me notaba ningún signo externo'."

Una mujer llamada Jean comentaba: "Si me duele la


cabeza, a mi hija [de ocho años] también le duele. A
veces, ella me pregunta, '¿Mamá te duele la barriga?' o
'¿Te encuentras mal?' Parecemos estar conectadas entre
nosotras de manera natural. He tenido que aprender a

149
distinguir cuándo se trata de ella y cuándo de mí. A
veces, se enfada conmigo porque cree que soy la causante
de su dolor de barriga, y yo tengo que decirle, 'No, no me
duele ahora' ".

En ocasiones, los niños conectan con los


sentimientos en general. Ellen —​hoy en día una
profesional de mediana edad—​ afirma lo siguiente: "Yo
siempre fui consciente de saber lo que sentían otras
personas. Cuando alguien hablaba sobre lo que pensaba o
sentía, yo sabía cuál era su grado de sinceridad. De
hecho, percibía que mucha gente no manifestaba sus
auténticos sentimientos, y se lo hacía saber. Era un
conocimiento muy profundo que solía verse confirmado
posteriormente".

Esa clase de conexión también puede ocurrir con


nuestros viejos amigos. "Lissy [de tres años] —​explica su
madre— tuvo, ayer, una experiencia muy extraña en la
clase de gimnasia. Un niño más pequeño, de un año y
medio aproximadamente, caminó hacia ella y ambos se
saludaron apoyando su cabeza sobre la cabeza del otro
mientras no dejaban de reír. El niño dijo "¡Hola!" y ella le
saludó de nuevo riéndose y tocándolo con la cabeza,
Entonces, el niño se alejó. Lissy se dio la vuelta y me dijo
que el niño se acordaba de cuando era su hermano. Le
pregunté si habían ​sido hermanos, y ella me respondió,
"Sí, pero entonces alguien me dejó caer y me convertí en

150
Lissy".

La empatía profunda —como yo la denomino—va


perfeccionándose con el tiempo y, en ese sentido, uno de
los mayores retos que debemos afrontar es el de ayudar a
nuestros pequeños a identificar lo que pertenece o no a
cada individuo, tal como hacía Jean con su hija de ocho
años.[16] El modo más fácil de lograrlo es el intercambio
de impresiones y hablar sobre el asunto para perfeccionar
—y no reprimir​—dicha capacidad. Los niños no
desarrollan en primer lugar su ego y, luego, perfeccionan
su resonancia empática sino que, según parece, el proceso
funciona, precisamente, a la inversa, es decir, los niños
están dotados de una apertura natural y, con el tiempo,
van desarrollando perspectivas —​además de la capacidad
para interpretar la información— ​que les permiten
discernir entre "sus" propios sentimientos y pensamientos
y los de los "demás". Sin embargo, en el caso de que esa
resonancia natural se vea rechazada o despreciada, la
empatía profunda no podrá evolucionar y es posible que
acabe provocando incluso algún problema patológico a la
hora de afirmar los propios límites.

Como ya hemos señalado, el término empatía


significa, literalmente, "sentir con", aunque no sólo con el
cerebro físico sino con la totalidad del cuerpo-mente, ese
sistema maravilloso constituido por carne, elementos
químicos y neuronas; combinados con la magia de la

151
conciencia. Son varios los estudios que demuestran
científicamente que nuestros cuerpos pueden comunicarse
entre sí. Dean Radin, investigador y antiguo profesor de
psicología, llevó a cabo un estudio en el que se situaba a
dos hombres —que no se conocían—​ en sendas
habitaciones aisladas entre sí. Se pidió a cada uno de ellos
que generase pensamientos de amor hacia la persona que
estaba en la otra habitación. Durante el período en que
uno de ellos emitía esa clase de pensamientos, el registro
de la tensión arterial del sujeto que recibía los
pensamientos disminuía automáticamente. Por el
contrario, cuando se pedía al sujeto que dirigiese
pensamientos de odio hacia el otro, la tensión arterial de
éste experimentaba un brusco incremento. Ambos
hombres nunca se habían visto anteriormente,
desconocían la naturaleza del experimento y tampoco
mantuvieron, en el curso del estudio, ningún contacto
directo físico o verbal entre sí. De ese modo, aunque el
segundo hombre no tenía conocimiento alguno de los
pensamientos de amor u odio del primero, su cuerpo sí
que los registraba.[17]

Es muy habitual que se nos adiestre a no prestar


demasiada atención a nuestro cuerpo en desarrollo y, en
consecuencia, existe la tendencia generalizada a vivir en
la cabeza despreciando los mensajes sutiles que nos envía
la sabiduría corporal. Sin embargo, los niños pequeños
conocen las cosas más con el cuerpo que con la cabeza y

152
en consecuencia, pueden ser muy sensibles a las señales,
corporales. No obstante, el niño empático no siempre
sabe qué hacer con esas sensaciones, que pueden acabar
convirtiéndose en un serio problema para el puesto que,
tal como Ellen afirma, muchas veces son sobrecogedoras.

Los casos de los estigmas corporales —


perfectamente documentados—​ constituyen la
manifestación más extrema de la resonancia corporal
como, por ejemplo, las marcas físicas que aparecen en el
cuerpo de algunas personas muy sensibles. Ramakrishna,
el sabio nacido en Bengala que, en su niñez, realizó la
unidad de todas las cosas, constituye un caso espectacular
en este sentido. En cierta ocasión en que estaba
observando, desde el jardín de un templo situado a orillas
del Ganges, a dos barqueros enzarzados en una pelea,
todos los presentes atestiguaron que las marcas de los
golpes aparecieron de inmediato en el cuerpo de
Ramakrishna.[18]

En ocasiones, cuando trabajo con un grupo de padres


e hijos, les pido que formen parejas con personas del
grupo a quienes apenas conozcan. Aunque siempre trato
de que las parejas estén formadas por un niño y un adulto,
el ejercicio también puede ser practicado con un grupo de
niños o bien con un soló niño. En primer lugar,
introduzco el ejercicio con una breve relajación con el fin
de que la conciencia de los participantes se torne más

153
profunda y receptiva (Por lo general, son los adultos los
que necesitan más tiempo, para entrar en situación,
mientras que los niños suelen sintonizar más fácil y
rápidamente.) Entonces, pido que permanezcan sentados
frente a frente y en silencio, que "se vacíen"
completamente y que, a continuación, se soliciten
permiso, respetuosamente y por turnos, para "sintonizar"
o comunicarse con el otro mientras se miran a los ojos
(aunque muchos prefieren mantenerlos cerrados).

Transcurridos unos minutos comienzan a relatar,


también, por turnos, todo lo que han sentido, visto u oído.
Los resultados suelen ser sorprendentes, sobre todo para
el adulto que oye que un niño describe su personalidad,
identifica exactamente su estado de ánimo o le brinda una
pincelada de sabiduría. Se trata de un ejercicio muy
sencillo que puede ser practicado regularmente. Lo único
que se pide a los participantes es que hablen de sus
sensaciones y que cotejen dicha información con sus
compañeros. Al final del ejercicio, todo el grupo se reúne
a deliberar y comparar los distintos modos en que han
recibido sus impresiones y su grado de exactitud, tratando
de apreciar las similitudes y las diferencias que, en cada
individuo, presenta la resonancia empática.

Dado que esa clase de percepciones son muy sutiles,


suelen ser desdeñadas o ignoradas por los adultos y, en
consecuencia, es muy importante que aprendamos a

154
reconocer los muy variados modos y formas que pueden
asumir. Así pues, pueden ser experimentadas como una
sensación corporal (por ejemplo, opresión en el pecho,
dolor en la cadera), un sentimiento (tristeza, amor,
miedo), una forma geométrica o una sensación de
movimiento, un propósito vital (debo trabajar más) o una
creencia nuclear (soy despreciable), un símbolo (una hoja
congelada que se quiebra al tocarla), una imagen (un
agujero en el abdomen), una escena (un niño corriendo
por el campo) o el impulso de formular una determinada
pregunta (¿qué ocurrió cuando tenía once años?). En
ocasiones, la información adopta la forma de un mensaje
dirigido a la otra persona. En ese caso, podemos decir que
el yo superior del niño sintoniza con el yo superior de la
otra persona para brindarle algunas palabras de sabiduría.
La información empática es capaz de adoptar toda clase
de formas. El reto estriba en aprender a identificarlas y a
confirmarlas consecuentemente.

—¿Qué ocurre cuando te comunicas con alguien de


esa manera? —​le pregunté, en un momento dado de
nuestra conversación, a un niño de doce años llamado
Steve. Y su respuesta fue la siguiente:

—Siento que conecto con la energía de la otra


persona y que ella conecta con la mía. Y entonces, algo
fluye en ambas direcciones. Muchas veces, cuando veo a
alguien por primera vez, experimento instantáneamente

155
alguna sensación como que esa persona siente dolor o
está actuando de ésa o aquella manera pero piensa de otro
modo. A veces, siento que debo prestarle mi apoyo
porque me parece que esa persona necesita mi ayuda o
algo así.

Jacques Lusseyran ​—quien perdió la vista a los siete


años— explica lo que significaba, para él, la "visión"
profunda de los objetos y las personas: "Es más que
verlos, [es] permitir que su corriente conecte con nuestra
propia corriente, como la electricidad... Significa dejar de
vivir frente a las cosas y comenzar a vivir con ellas... Y
eso es el amor".[19]

Durante el sueño también podemos movemos en


frecuencias muy parecidas. Hay muchas anécdotas que
me relatan los padres, pero la historia de Debbie es
bastante común: "La otra noche tuve una horrible
pesadilla en la que iba con mi madre conduciendo un
coche y nos despeñábamos por un precipicio. En el
momento en que el coche saltaba al vacío, escuché que
mi hija de tres años; que dormía en su habitación, se
despertó llorando. Me levanté rápidamente y fui a ver qué
le ocurría. Había vuelto a dormirse". Mi hija Haley ​de
seis años​ también nos brindó una inesperada perspectiva
del encuentro real con otras personas durante los sueños:
"Creo que hay una parte dentro de mí que es más ligera y
que viaja cuando estoy dormida".

156
Gladys tuvo oportunidad de comprobar que los
sueños pueden contener informaciones muy importantes:
"Mi madre decía tener sueños muy reales sobre las cosas
que iban a suceder pero, cuando era pequeña, siempre
creía que exageraba. Sin embargo, en cierta ocasión mi
hermana se despertó en medio de una pesadilla, gritando
que la fábrica, de mí abuelo estaba quemándose y, unos
minutos después, recibimos una llamada telefónica que lo
confirmaba; A partir de ese día, he sido más respetuosa
con los mensajes que recibimos en sueños. De hecho,
cuando mi abuelo falleció algún tiempo después, yo ya lo
sabía por un sueño que había tenido la noche anterior".

Los niños no sólo pueden sintonizar con información


concerniente a un solo individuo, sino también con
mensajes dirigidos a grupos de personas. Como me
comentaba una madre: "El año pasado, mi hija de siete
años tuvo una ​pesadilla espantosa. Contó que había un
monstruo enorme que quería matarnos a todos. Le dimos
un poco de leche y tratamos de tranquilizarla. El caso es
que, una hora después, hubo un terrible terremoto
(vivimos en Estambul) en el que murieron cientos de
personas".

El médico Larry Dossey ha contribuido a explicar la


idea de que las comunicaciones de esta clase ocurren en
una distancia "no-local",[20] un término tomado de la
física cuántica que se refiere a las interacciones que

157
mantienen las partículas subatómicas que están muy
alejadas entre sí. De ese modo, podemos recibir señales
procedentes de otras personas y también podemos
enviarles señales deliberadamente.

Aquella tarde, Lynn había dejado a Michael —​de


ocho años—​ en casa de sus padres, pero había olvidado
decirles que, más tarde; Michael tenía entrenamiento de
béisbol. Cuando Lynn se percató de que no había dicho
nada a sus padres, sencillamente comenzó a pensar con
fuerza que Michael la llamaba, repitiéndose una y otra
vez, "Michael, llámame". Pasados unos minutos sonó el
teléfono y, al otro lado de la línea, estaba Michael. Sus
primeras palabras fue​ron, "¿Mamá, qué quieres?".

Tras varias y poderosas experiencias cercanas a la


muerte, la investigadora P.M.H. Atwater se propuso
explorar el efecto de esta clase de experiencias en los
adultos y, más recientemente, también en los niños. Son
varios los niños que, al recobrar la conciencia después de
haber estado clínicamente muertos, relatan que han
podido ver las oraciones que estaban siendo rezadas en su
nombre; afirmando que las percibían como radiantes
rayos de luz dorada o arco iris que emanaban de la
persona o las personas (el número es irrelevante) que
rezaban y que formaban un puente que llegaba hasta
donde se encontraban ellos. Cuando les alcanzaban los
rayos de esas plegarias sentían como si estuviesen bajo

158
una "ducha" de increíble calidez y amor.[21] La
investigación de Dossey pone de manifiesto los efectos
positivos que tiene la plegaria en todo proceso de
curación, sugiriendo que su eficacia está directamente
relacionada con una cualidad que, como él mismo afirma,
parece algo pasada de moda: el amor.

La resonancia del amor no sólo es capaz de vencer


las limitaciones espaciales sino que también salta por
encima de las barreras temporales. Stephanie, de seis
años, su hermano mayor y sus padres, habían ido a pasar
unos días con la abuela. En la vecindad había unos niños
que tendrían más o menos la misma edad y que, en la
parte posterior de su casa, jugaban a agarrarse de una
cuerda con la que se balanceaban antes de dejarse caer
sobre un enorme montón de hojas situado varios metros
por debajo. Aunque Stephanie era una niña poco
femenina que siempre imitaba lo que hacía su hermano,
por alguna razón no quiso jugar con la cuerda, sino que se
quedó sentada a un lado. Cuando el hermano le preguntó
qué le ocurría, Stephanie tan sólo respondió: "Algo malo.
Hay algo malo aquí": Pero él no le hizo ningún caso y
siguió jugando.

Los niños se columpiaron un par de veces más, pero


Stephanie se sentía cada vez más inquieta. Entonces gritó
casi presa de la desesperación: "¡Brian, pasa algo malo!
¡Algo malo va a pasar con ​la cuerda!" Era el turno de

159
Brian pero, nada más saltar agarrado de la cuerda, ésta se
soltó y Brian cayó fuera del montón de hojas rodando
colina abajo por una zona muy escarpada hasta acabar
chocando con la barbilla y el pecho contra un gran árbol.
Se hizo varios cortes en la cara y se rompió algunas
costillas. A partir de ese día, Brian ha hecho más caso a
las "corazonadas" de Stephanie.

Escuchar con el corazón

¿Cómo podemos alentar e incluso profundizar la


capacidad natural que tienen los niños para escuchar con
el corazón; en especial en una época donde abundan los
mensajes que nos recomiendan hacer exactamente lo
contrario, es decir, vivir de manera auto-defensiva y
egoísta? Ya hemos hablado de la enseñanza a través del
ejemplo, del servicio, del ejercicio de la empatía, de la
atención a los mensajes del cuerpo-​mente y también del
simple acto de respirar profundamente y de sentir desde
el centro de nuestro pecho, pero también existen otras
maneras de contribuir a que niños (y adultos)
perfeccionen su empatía y su compasión natural.

La gratitud

Con frecuencia, lo único que necesitan los niños para


que el amor y el cariño emerjan a la superficie son

160
algunas sencillas preguntas relacionadas con la gratitud.
Por ejemplo, podemos preguntarles: "¿Cuál es la cosa por
la que te sientes más agradecido? ¿Cómo te hace sentir la
persona o la cosa más especial de tu vida? ¿Cómo sería tu
vida sin ellas?" Si la experiencia del aprecio hace vibrar
nuestro corazón, el hecho de expresarlo lo hace cantar.
Una vez que el niño identifica a alguien o algo, podemos
seguir preguntándole: "¿Puedes expresarle a esa persona
[mascota, objeto, etc.] tu sentimiento de gratitud, tal vez
con una plegaria, un abrazo antes de ir a dormir que dura
un poco más que de costumbre, una nota, una palabra o
tan sólo con un pensamiento cariñoso?"

Una noche los padres de Christina decidieron​-


animarla a decir una breve oración de gracias a la hora de
acostarse, "Doy las gracias por..." Los padres pensaban
que la oración de gracias de la niña iba a durar unos
momentos, pero Christina decidió aprovechar la
oportunidad de expresar su gratitud y dio las gracias por
todos los amigos, parientes, alimentos favoritos, juguetes,
sentimientos, aves, el cielo y todo lo que fue capaz de
imaginar. Era como si aquella sencilla invitación hubiese
liberado una oleada de gratitud totalmente genuina y
espontánea y, cuanto más se dejaba llevar por ella, más
cosas y personas descubría por las que sentirse
agradecida. Eso fue algo que siguió noche tras noche y
que los padres no quisieron interrumpir, ¡aunque llegaron
a plantearse si tendrían que cambiar la hora de acostar a

161
la niña para que tuviese suficiente tiempo de decir todas
sus oraciones nocturnas!

El perdón

San Agustín escribe: "Creo que nuestros enemigos


no pueden hacernos más daño que el odio que tenernos
hacia ellos".[22] La amargura y el resentimiento se
convierten en venenos que expolian nuestra vida. El
perdón puede negar tan pronto... como nos relajamos o
bien permanecer incrustado durante largos años hasta
acabar manifestándose. No obstante, podemos contribuir
a que los niños se muevan hacia el perdón genuino y
sorteen los conflictos relacionados. A veces, los niños
encuentran sus propias y magníficas soluciones para los
conflictos —tal como hizo Chessie, mencionada al
principio del presente capítulo—​ pero, otras veces, se
quedan bloqueados o son interrumpidos antes de que
puedan arribar a una conclusión. En esos casos, puede
que los padres y los educadores tengan que convertirse en
árbitros, policías, jueces, terapeutas y negociadores y
desempeñar simultáneamente todos esos roles.

Aunque todos esos roles son imprescindibles, el


negociador es el que reviste mayor importancia. Los
grandes y auténticos negociadores, tanto en el ámbito de
los conflictos internacionales como en el de los locales,

162
se aseguran de que todas las partes sean escuchadas y
entendidas. Pero, sobre todo, es muy importante que se
entienda perfectamente su respectivo sentido del daño
sufrido. De ese modo, la pregunta "¿Por qué le has
pegado?" sólo consigue suscitar una ola de
culpabilización ("Porque ella me ha empujado primero")
que, por lo general, arrastra a un círculo vicioso de
recriminaciones interminables. En cambio, preguntas
como "¿Qué sentiste al hacer eso?" tienen más
probabilidades de sacar a la luz los sentimientos de
cólera, daño, vulnerabilidad e injusticia que suelen
ocultarse bajo la superficie. Y, si formulamos la pregunta
al revés ("¿Y qué crees que sentía él?"), permitimos que
el niño se mueva desde la culpa y las justificaciones
superficiales hacia la escucha empática del corazón, el
entendimiento e incluso la posibilidad del perdón
genuino.

La alegría

El juego, el deleite, la risa, el gozo, la belleza, el


baile y las celebraciones de todo tipo abren nuestro
corazón. La arquitectura de una vida espiritual incluye la
estructura de la alegría y los niños a menudo
experimentan dicha alegría sin esfuerzo alguno. Igual que
las vitaminas que tomamos con la comida fortalecen
nuestro cuerpo, la alegría alimenta nuestro espíritu. De

163
ese modo, debemos vigilar si cada día hemos obtenido
nuestra cuota de gozo, nuestra dosis de belleza, si hemos
reído juguetonamente o si hemos cantado o tarareado. El
deleite es una afirmación del espíritu.

La música es uno de los medios más universales y


directos que existen para cambiar nuestra conciencia y
elevarla hasta la vibración de la alegría. Es de sobra
conocido el poder de la música —tanto de su escucha
como de su creación—​ para evocar sentimientos de todo
tipo. El antiguo miembro de los Beatles, George
Harrison, parafraseando al poeta indio Rabindranath
Tagore, lo expresa del siguiente modo: "A Dios le gusta
que trabajemos, pero le gusta más que cantemos".[23] De
vez en cuando, nuestra hija más pequeña se pone a imitar
canturreando nuestras conversaciones en una suerte de
opereta doméstica. Así, muchas veces, cuando le
preguntamos qué quiere beber, ella nos responde
cantando: "¡Leeeche, por favor! ¡Leeeche, por favor...!"
Es muy difícil no sonreír ante cosas parecidas.

¿Cuáles son las canciones que abren nuestro


corazón? Tal vez no coincidan con las de nuestros hijos,
pero pueden ayudamos a entablar un diálogo que nos
lleve a descubrir todos los timbres y tonos que resuenan
en nuestro pecho. Algunas veces en que he trabajado con
adolescentes problemáticos, les he pedido que trajeran un
par de canciones que fuesen importantes para ellos de

164
manera que pudiésemos escucharlas juntos. Tras unos
minutos de audición y de expresar nuestras respectivas
opiniones al respecto, penetramos en un mundo privado,
de manera tan íntima y rápida, que todos solemos
sorprendernos por la vulnerabilidad y la comprensión que
compartimos en esos momentos. Podemos hacer lo
mismo en nuestro entorno familiar o escolar y
asombrarnos del modo en que los corazones se acercan
entre sí cabalgando sobre las ondas musicales.

Las pequeñas muestras de ternura

Pero el amor también puede ser muy duro como, por


ejemplo, cuando ya no pasamos por alto la
irresponsabilidad, cuando establecemos límites firmes y
justos y nos atenemos a ellos o cuando hablamos con toda
la franqueza y sinceridad de que somos capaces. A pesar
de ello, es posible mantener la apertura de nuestro
corazón poniendo en práctica cada día la amabilidad, la
bondad y la ternura, Siempre podemos acariciar
cariñosamente a la otra persona, abrazarla y brindarle
palabras de aprecio. ¡Nos tomamos el tiempo suficiente
cada mañana para aproximarnos dulcemente a nuestro
hijo semidormido, quizá deslizándonos suavemente en su
cama, acurrucándonos junto a él unos minutos y
esperando el momento oportuno de despertarlo con unas
suaves cosquillas? También podemos ayudar a que

165
nuestros hijos descubran sus propios modos de
tranquilizarse y ser más amables consigo mismos. La otra
noche, por ejemplo, mi hija se preparó un baño con velas
(muy) largo y (muy) profundo.

¿Podemos jugar con la misma suavidad que la rudeza


que mostramos a veces? El lenguaje que utilizamos, el
humor que mostramos en nuestro hogar, las comidas
tranquilas, los paseos saludables, el tono entregado de
nuestra voz, la música apropiada, las velas y las flores en
la mesa a la hora de cenar, pueden compensar con un
poco de ternura nuestra dureza y agitación habituales. La
ternura posibilita que el corazón se sienta más seguro
para aflorar a la superficie. También podemos pedir a
nuestros hijos que reparen en las personas de su vida a las
que puedan expresar su cariño y ternura explorando junto
a ellos las distintas maneras de llevar a cabo ese propósito
como, por ejemplo, visitar a alguien que aprecie nuestra
compañía, compartir una galleta en el comedor de la
escuela y saludar o dar las gracias a alguien que siempre
se vea relegado a un segundo plano.

La simplicidad y el establecimiento de prioridades

Entre las muchas cosas que tenemos que hacer cada


jornada, ¿cuáles son realmente importantes? La
simplicidad es el hogar del corazón puesto que éste se
siente satisfecho con una buena taza de chocolate caliente

166
en un día invernal, un beso en la mejilla o un paseo por el
bosque. Cuando tenemos presente el corazón podemos
filtrar y vencer la complejidad del mundo moderno.
¿Dedicamos el tiempo necesario para abrazar a nuestros
hijos antes de acostarlos por la noche? Incluso cuando les
metemos prisa para que lleguen a tiempo al autobús
escolar, todavía podemos abrazarlos con nuestro corazón
y despedirlos ​con una sincera plegaria de buenos deseos
como, por ejemplo. "Hoy quiero amarte [complacerte, ser
bueno contigo etc.]" Las prioridades también se ponen de
manifiesto cuando planteamos preguntas trascendentales
del tipo "Si éste fuese tu último día de vida ¿qué harías,
con quién te gustaría estar, que dirías a las personas que
dejas atrás?"

Ese tipo de sugerencias no hace que los niños sean


más espirituales puesto que ya son espirituales, sino que
simplemente les ayuda a sentir más seguridad y
naturalidad a la hora de expresar su naturaleza espiritual.
Es una invitación a que sean lo que realmente son.

167
4. EL CUESTIONAMIENTO

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó a su padre un niño


de siete años llamado John mientras estaban en la tienda
de comestibles.
—Estamos comprando comida. Antes dijiste que querías
venir —respondió el padre.
—¡No! ¡No! ¿Por qué estamos aquí en la vida? —insistió
John.
—¿Cómo? ¿Quieres decir por qué estamos en este
mundo? —le preguntó el padre un tanto sorprendido.
—¡Sí! —afirmó John con voz exasperada, como si hubiese
hecho la pregunta más natural del mundo.

El padre se quedó pensativo un buen rato tratando de


encontrar una respuesta en su mente pero, antes de decir
nada, tuvo el buen criterio de preguntar a John:

—¿Por qué crees tú que estamos en este mundo?


—No sé todavía. Estoy tratando de averiguarlo —fue la
más que aceptable respuesta de John.

Los niños son filósofos naturales que, para nuestra


sorpresa, a menudo plantean importantes cuestiones sobre
la vida y se preguntan por el sentido del conocimiento, la
verdad, la justicia, la realidad y la muerte. Son

168
exactamente las mismas preguntas fundamentales que
intentan resolver la filosofía y la religión. Para muchas
personas la reflexión, la investigación y el planteamiento
de esa clase de preguntas constituyen la esencia y el
campo de exploración de la búsqueda espiritual. La
fascinación que sentimos bajó una noche estrellada o el
hecho de cobrar conciencia de una injusticia pueden
hacer germinar en nuestro interior el deseo de saber más,
un deseo que quizá termine floreciendo en una vida de
búsqueda consciente y llena de profundas preguntas. Para
individuos como Gandhi —quien tuvo una profunda
hambre de verdad desde muy pequeño— plantear las
grandes preguntas es el modo que tenemos de entablar
diálogo con el misterio y el espíritu.

El psicólogo suizo Jeán Piaget trazó un mapa del


desarrollo de la capacidad de pensamiento infantil,
llegando a la conclusión de que la cognición se desarrolla
paulatinamente en la medida en que la persona va
madurando desde el conocimiento del propio cuerpo —
característico de los niños— hasta la capacidad de
pensamiento abstracto. Piaget afirma que, en las primeras
etapas de su desarrollo, los niños carecen de la capacidad
de razonar y reflexionar con cierto grado de sofisticación.
[1] La obra de Piaget ha influido notablemente en la visión
de la infancia que sostienen psicólogos y educadores. Sin
embargo, cada vez disponemos de más evidencias que
demuestran que, a pesar de contar con muchos aspectos

169
positivos, la perspectiva de Piaget es incorrecta o, cuanto
menos, incompleta. De hecho, si bien parece que el
desarrollo cognitivo infantil tiene lugar a lo largo de
distintas etapas, éstas son demasiado amplias y generales
y no parecen, en consecuencia, más que una tosca
esquematización. Por eso, cuando observamos más
detenidamente, descubrimos flagrantes excepciones al
modelo de Piaget. Incluso los niños más pequeños
evidencian una cierta capacidad para reflexionar sobre las
grandes preguntas (metafisica), para interesarse sobre la
experimentación y las fuentes válidas de conocimiento
(epistemología), para razonar sobre un determinado,
problema (lógica), para cuestionar los valores (ética) y
para reflexionar, en suma, sobre su propia identidad en el
mundo.

Pero, además del proceso de análisis —que es, en


definitiva, al que se refiere Piaget—, los niños (y los
adultos) también poseen una capacidad intuitiva que, en
ocasiones, les permite acceder a una comprensión clave o
una perspectiva más amplia que capta la esencia de la
cuestión. Tal vez los niños no sepan explicarse utilizando
la lógica y el lenguaje de los adultos, pero comprenden en
un nivel muy profundo. En la medida en que los niños
crecen y aumentan también el desarrollo del ego y las
expectativas sociales sobre lo que deben pensar, dicha
capacidad intuitiva puede verse sofocada por la actividad
analítica del yo y reprimida por las normas sociales. Pero

170
esto no es —tal como algunos autores sugieren— una
etapa necesaria de nuestro desarrollo. La mayoría de los
niños que he tenido oportunidad de entrevistar evidencian
una sólida capacidad analítica y una estructura egoica
sana, al tiempo que mantienen activa y en perfectas
condiciones su capacidad de intuición. En mi opinión, la
búsqueda del equilibrio entre ambos factores constituye el
desafío fundamental que debemos afrontar todos, los
padres y los profesores interesados en el completo
desarrollo del potencial infantil.

La apertura, la sensibilidad y la tolerancia al misterio


que evidencian los niños les llevan a suscitar preguntas
paradójicas y desconcertantes. El filósofo Gareth
Matthews sostiene que los niños poseen una afinidad
especial con la filosofía porque ven con "ojos y oídos
nuevos la perplejidad y la incongruencia... y poseen un
elevado grado de inocencia y espontaneidad".[2] Pero,
más especial si cabe, es su aprecio por la espiritualidad ya
que se muestran capaces de reflexionar sobre lo que el
teólogo Paul Tillich denomina las "cuestiones últimas"
como "¿Por qué estamos aquí o qué es la vida?" O tal
como me preguntó mi hija pequeña el otro día, "¿De
dónde vinieron las primeras personas?"[3]

La gran pregunta

171
Pero el cuestionamiento —ya se trate en niños
pequeños o en científicos formados— no trata tan sólo de
encontrar respuestas. Como explica el físico David
Bohm: "El cuestionamiento no es... un fin en sí mismo, ni
su principal propósito es encontrar respuestas sino que,
más bien, lo esencial en este caso es la totalidad del flujo
de la vida, un flujo que sólo puede ser armónico en
presencia de una indagación continua".[4] Si convive con
niños pequeños, estará acostumbrado a las preguntas
interminables (¿Por qué, por qué, por qué?) o, tal vez, a
esa clase de preguntas complejas que desafían a las
respuestas fáciles. Cuando tenía seis años de edad, Julian
preguntaba: "Qué son el cielo y el infierno?" "¿Existe de
verdad el demonio?" De ese modo, Julian no sólo
pensaba en el modo de conseguir que su hermano
pequeño le dejase tranquilo de vez en cuando, sino que
también reflexionaba muy seriamente sobre el infinito, el
cero, Dios y la muerte. La indagación y el
cuestionamiento radical hacen que nos centremos en las
prioridades y alimentan y dirigen nuestro anhelo
espiritual.

El poeta Rainer Maria Rilke sostiene con respecto al


proceso de cuestionamiento:

Tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón


no esté todavía resuelto... Procure encariñarse con las
preguntas mismas... No busque de momento las

172
respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque
usted no sabría vivirlas aún, y se trata precisamente de
vivirlo todo.[5]

El consejo que nos ofrece Rilke considera que las


preguntas no son algo a vencer o conquistar, sino algo
con lo que dialogar y convivir. Esa actitud no busca la
mera certeza intelectual sino que, de hecho, tan sólo trata
de suscitar nuevas preguntas, de modo parecido a cuando
rebuscamos en un árbol la fruta más madura. La
invitación, pues, consiste en hincarle el diente a la
pregunta, "en vivenciarla y en permitirle cumplir su
objetivo, que es el de alimentarnos. Si bien la respuesta
típica de la inteligencia adulta es diseccionar, desmontar
y reconstruir las preguntas para tratar de encontrar alguna
certeza, la apertura de los niños les permite cabalgar
sobre ellas para ver dónde conducen y qué traen de
vuelta. Así pues, por más tranquilizadoras que puedan ser
las respuestas, las preguntas siempre son motivadoras, es
decir, nos impelen a vivirlo todo, haciéndonos avanzar
más allá de donde estamos y de lo que conocemos.

Sin embargo, preferimos las respuestas convenientes


en detrimento de las preguntas adecuadas. En nuestras
escuelas, las respuestas correctas, seleccionadas entre un
abanico de opciones, determinan el valor, la capacidad y
la verdad. De ese modo, el problema no es que las
escuelas carezcan de respuestas, sino que carecen de

173
profundidad. La profundidad está más relacionada con la
formulación de buenas preguntas que con el hecho de
tener todas las respuestas. La investigadora Patricia Arlin
afirma que la sabiduría no consiste tanto en la capacidad
para resolver problemas, como para descubrirlos.[6] Los
niños evidencian una notable capacidad para identificar
problemas que los adultos solemos pasar por alto o dar
por sentados. Un niño de cuatro años llamado Dan
preguntaba: "¿Cómo empezó todo? Dime, ¿existe Dios?"
Y, por su parte, Julian, de cinco años, también
preguntaba: "¿Por qué hay más negros en la cárcel?"

Jim, de catorce años, nos habla retrospectivamente


de sus primeros años escolares: "Parecía imposible que
mis profesores se tomasen en serio mis preguntas y mis
ideas. Yo creía que la escuela consistía precisamente en
eso, pero la única preocupación era la de aprobar el
primer curso. Esperaba que nos hablasen de la vida,
¿sabes?, por qué estamos aquí, qué es el mundo, la
naturaleza del universo y cosas como ésas. Pero, cuando
aportaba mis propias ideas o preguntaba algo tan sólo
para conocer cómo funcionaban las cosas, siempre se
producía un silencio sepulcral y el profesor se iba por las
ramas sacando a relucir alguna cuestión sobre la
pronunciación y cuestiones parecidas. Entonces, yo
pensaba, 'Vale, supongo que este año nos están dando las
materias básicas y que el año próximo, en segundo curso,
tocaremos temas más importantes. Si tengo que esperar,

174
esperaré'. Sin embargo, cuando arribó el segundo curso,
las cosas no mejoraron sino que, más bien, fueron a peor
puesto que dedicábamos mucho menos tiempo a los
juegos. Cuando llegué a cuarto curso recuerdo que pensé,
'Debo de ser un bicho raro. La gente no me entiende. Sin
embargo; no soy un marginado social puesto que tengo
amigos, aunque nadie, sobre todo mis profesores,habla de
estas cosas. La escuela no parece estar muy interesada en
mis preguntas ni, de hecho, en ninguna clase de
preguntas, sino únicamente en las respuestas. Lo único
que tenemos que hacer es dar las respuestas que se
esperan de nosotros' ".

¿Qué se supone que debemos hacer —padres,


amigos y profesores— cuando un niño nos plantea
sinceramente una pregunta? Christina comenta en ese
sentido: "Los adultos me daban respuestas "infantiles"
cuando les hacía preguntas sobre cuál es la razón de que
estemos aquí o cuál es el sentido de la vida. Yo sólo
quería saber, pero ellos no se tomaban en serio mis
preguntas y no me daban respuesta alguna".

A veces, cuando un niño me formula una pregunta,


me descubro fabricando una respuesta tan rápida como
inconsistente. En ocasiones, eso parece ser lo más
sencillo pero, si soy sincero conmigo mismo y voy al
corazón de la cuestión, recuerdo que, cuando era niño,
también deseaba respuestas claras, tal como les ocurre a

175
Jim y Christina. Por esa razón, en el caso de que mis
preguntas fuesen desestimadas o las respuestas careciesen
de sentido o contenido, era como verter agua sobre fuego
y, más concretamente, sobre mi fuego. Por otro lado, rara
vez encontraba que las respuestas divertidas careciesen de
sentido o fuerza. Muchas veces, el mero hecho de mirar
las cosas de manera inusual bastaba para propiciar un
cambio radical de perspectiva.

Y no quiero decir que esperase encontrar respuestas


definitivas, aunque estoy seguro de que también las
deseaba, sino tan sólo respuestas auténticas, inteligentes y
sinceras. Recuerdo que la falta de respuestas profundas se
me antojaba una enseñanza de la mentira o de la vida
superficial. En cambio, las respuestas adecuadas
despertaban mi curiosidad porque, aun cuando quedase
sumido en mayor perplejidad y plantease nuevas
preguntas, me hacían sentirme realmente vivo. Las
respuestas prefabricadas achatan el mundo, mientras que
las respuestas sinceras son sumamente alentadoras y, más
especialmente, las que se limitan a decir, "No estoy
seguro; ¿tú que opinas?"

De ese modo, cuando un niño formula una pregunta


genuina, intento no olvidar que mi respuesta tiene que ser
tan enriquecedora como sincera y que debo abordar su
pregunta más como una invitación al diálogo que como
una oportunidad de demostrar que soy un adulto

176
inteligente. Cualquier pregunta encierra siempre un
mundo de ideas en su interior y la idea que subyace en el
corazón de todas las preguntas es lo que Rilke denomina
"la gran pregunta".[7] Las preguntas, las conjeturas y las
creencias de los niños (y también sus tentativas de
interpretación) son una invitación que nos dice: "Por
favor, ven a sentarte conmigo a la mesa de la gran
pregunta en este momento y también en cualquier otro
momento, para sopesarla, masticarla y digerirla conmigo.
Quedo a la espera de tu respuesta". ¿Pero cuál suele ser
nuestra respuesta?

La palabra viva

Hay tradiciones de sabiduría que sostienen que el


desarrollo de la capacidad de reflexión constituye, en sí
mismo, una disciplina espiritual. Para los hindúes; por
ejemplo, la investigación de la naturaleza del Yo (¿quién
soy yo?) forma parte de su práctica cotidiana, mientras
que la meditación budista se basa en la observación de
todo cuanto emerge en la conciencia y en la reflexión
sobre la noción denominada "origen, interdependiente" o
ley de causalidad, que afirma que todo ocurre debido a
condiciones previas.[8] En la tradición hebrea, por su
parte, se reflexiona sobre determinados pasajes bíblicos
para tratar de resolver los problemas que puedan interferir
en la vida cotidiana. En esta contemplación, al tiempo

177
que se medita sobre la comprensión proporcionada por la
pregunta o idea, se mantiene fija la mirada, de igual modo
que las preguntas que hacen los niños absorben y
concentran su atención.

Pero, si bien el proceso de reflexión suscita toda


clase de ideas, imágenes y sentimientos, los sabios
advierten que es imposible resolver por completo las
grandes preguntas de un modo puramente intelectual.
Uno de los principales propósitos de la práctica
contemplativa es, precisamente, trascender el
pensamiento racional como ocurre, por ejemplo, con la
práctica del koan zen, "¿Qué sonido hace una sola mano
al aplaudir?" La contemplación simultánea de posiciones
paradójicas o contradictorias atrapa y colapsa la cadena
habitual del pensamiento analítico, posibilitando no sólo
la, resolución lógica del problema sino también su
comprensión intuitiva. En la tradición sufí, por ejemplo,
el proceso de razonamiento y reflexión metafísica
constituye el punto inicial del camino que conduce al
corazón y las comprensiones intuitivas más profundas.
Las preguntas abren nuestra mente y nos permiten
focalizar la poderosa energía de la intención puesto que
son como un imán que nos atrae irremisiblemente hacia
lo que más necesitamos.

Las profundas preguntas de Christina, sumadas a la


calma de un largo paseo en coche por un hermoso paisaje,

178
pusieron al alcance de esta niña de seis años la
comprensión intuitiva más profunda. "Viajaba en coche
con otros miembros de mi familia desde el norte de
Nuevo México a Colorado, para pasar allí nuestras
vacaciones. Iba sentada en la parte de atrás con mi
hermana y mi hermano, contemplando el soberbio paisaje
a través de la ventanilla. En aquella época siempre estaba
pensando en cosas como Dios y, hacía muchísimas
preguntas, aunque no sabía muy bien por qué razón mi
familia nunca hablaba de temas religiosos o espirituales.
Lo único que quería era comprender un poco mejor el
modo en que funcionan las cosas y qué es eso que llaman
Dios. Y, en aquel momento en el coche, estaba
preguntándome cómo eran las cosas antes de que
hubiésemos nacido y antes incluso de que existiese el
mundo, el universo. De repente, todo comenzó a
disolverse. Los coches, la carretera, las señales e incluso
los árboles y la tierra, se disolvieron. Al principio me
sentí algo triste ante la perspectiva de perder todas esas
cosas, pero no me sentía realmente vacía porque, en esa
vacuidad, había una plenitud increíble. En ese momento,
tenía la absoluta certeza de que las cosas eran perfectas
ya que veía que todo estaba interconectado y que había
algo más grande. Fue un momento de pura paz y
revelación. No es fácil encontrar las palabras. Todo me
parecía muy claro y obvio. He pensado mucho al respecto
pero, hasta hoy, nunca había escrito ni hablado del
asunto".

179
Es muy dudoso que una experiencia de esta clase
hubiese sido posible durante una sesión continua de vídeo
en la parte trasera de la furgoneta familiar. ¿Hubiese
gozado Christina del tiempo y el espacio suficientes para
descubrir que el aburrimiento rinde frutos insospechados?
Los juegos electrónicos son imanes que atraen
poderosamente la atención de los niños y, si bien es cierto
que pueden reportar algún provecho, no es menos cierto
que también hacen que los niños pierdan algo muy
importante. Porque si bien la comprensión contemplativa
se enmarca en el seno de las grandes preguntas, emerge
en la amplitud del silencio. Creemos, por lo general, que
los grandes textos de las tradiciones de sabiduría
contienen palabras inspiradas, pero la "palabra viva"
exige nuestra exploración y nuestro compromiso
personal. Es como si las palabras estuviesen codificadas y
comprimidas y tan sólo mostrasen su fachada exterior.
Por eso, tenemos que sopesarlas una y otra vez para
descodificar el mensaje que contienen de acuerdo a la
cualidad de nuestra conciencia. La conclusión que extrajo
Christina de su propia epifanía fue la siguiente: "La
visión y la conexión que alcancé entonces han seguido
estando siempre disponibles. Sólo tengo que abrirme a
ellas. Las respuestas siempre están aquí. Únicamente
tenemos que percibirlas".

Para descifrar el código, tenemos que relacionarnos


con los símbolos y los signos del universo, tanto para

180
abrirlos como para que ellos nos abran a nosotros puesto
que son como una doble llave que abre una serie de
cerraduras que conducen simultáneamente al mundo y a
nosotros mismos. Para los sufíes, el despliegue, de la
sabiduría mística sólo es posible gracias al "conocimiento
de la presencia", el cual pasa por la investigación crítica o
la inspección profunda de nuestro propio yo.[9] Como
afirma el profeta Mahoma: "Quien se conoce a sí mismo,
conoce a su Señor".[10] El código es descifrado, las
palabras cobran vida y el mundo se abre únicamente
cuando, en nuestro interior, también se produce la
correspondiente apertura.

Ramana Maharshi —el sabio hindú del siglo XX—


experimentó una epifanía trascendental en su
adolescencia que le llevó realizar su verdadera identidad
espiritual. El centro de su búsqueda y el núcleo de su
enseñanza espiritual consiste tan sólo en una pregunta
muy directa: "¿Quién soy yo?" En su opinión, cuando
planteamos sincera y plenamente esa pregunta, vamos
atravesando sucesivos estratos cada vez más profundos de
identidad, roles e identificaciones, hasta arribar al
resplandor eterno que mora en el corazón.[11] En algunas
ocasiones, niños como Lynn y Ellen descubren esa
pregunta de modo natural y espontáneo.

Lynn describe del siguiente modo la apertura que


experimentó a los siete años de edad. "Recuerdo —dice

181
— que estaba de pie en el apartamento de mi padre. Mi
madre, mi hermana y mi padre éramos muy felices por
aquel entonces. Mis padres divorciados volvían a estar
juntos y eso significaba la culminación de todos mis
sueños. Pero, de pronto, sonó el teléfono. Más tarde, supe
que era una mujer que preguntaba por mi padre. Mi
madre contestó, pero luego colgó bruscamente el teléfono
y se puso a gritar a mi padre diciéndole que era
doblemente mentiroso. En ese momento, no entendía lo
que quería decir exactamente, pero sentía que era algo
malo. Entonces cogió su bolso y nos llevó a mi hermana
y a mí hasta su coche. Era de noche y el cielo estaba
cubierto de estrellas. Sentía que mi corazón se partía en
pedazos. Y, aunque no quería que eso ocurriese, lo único
que podía hacer era mirar.

"Cuando mi madre ponía en marcha el coche (y mi


padre seguía golpeando con los nudillos en las ventanillas
intentando que se detuviese), todo se vio inundado por
una luz roja. Mientras regresábamos a casa nadie dijo
palabra alguna. Nadie habló ni lloró. Miré por la
ventanilla trasera y formulé un deseo a una estrella.
Deseaba con todas mis fuerzas formar parte de ella,
mientras intentaba imaginar qué sentía la estrella, cuando
de pronto sentí un extraño hormigueo como de mariposas
en mi estómago, que se extendió por todo mi cuerpo hasta
alcanzar la coronilla, donde se detuvo de repente. Me
sentía muy ligera, como si estuviese flotando. Veía a mi

182
madre y mi hermana en el asiento delantero del coche. Yo
iba sentada atrás y podía ver sus regazos a través de la
ventanilla, pero un segundo antes todo lo que veía era la
parte posterior de sus cabezas.

"En ese momento, miré atrás y me vi a mí misma


como si estuviese situada encima del coche. Me vino
automáticamente a la mente la siguiente duda, '¿Quién
soy yo? ¿Es Lynn la persona que hace la pregunta o es el
cuerpo que estoy mirando ahora?' Entonces tuve miedo
porque no sabía el modo en que regresaría a mi cuerpo.
Pero, tan pronto como me imaginé de vuelta en él, ya
había regresado. El resto del viaje lo pasé dándole vueltas
a la pregunta '¿Quién soy yo?' No le hablé a nadie de
aquello. Unos meses después mis padres volvieron a estar
juntos."

De ese modo, aquel evento emocionalmente


poderoso, algunos momentos de silencio y el intenso
deseo (de formar parte de una estrella), bastaron para que
Lynn se plantease la cuestión más importante sobre su
propia identidad: ¿Quién soy yo? Otra niña de diez años,
llamada Ellen, también tuvo una experiencia que la
obligó a cuestionarse quién era, según explica, "tras haber
estado corriendo y montando en bicicleta toda la
mañana". De pronto, Ellen se sintió "muy cansada" y,
aunque era mediodía, decidió subir a su dormitorio, en el
ático, a descansar un rato. Ellen prosigue diciendo:

183
"Apenas me tumbé en la cama, todo el cuarto se puso a
dar vueltas y, en un instante, me pareció que estaba en el
techo y que mi cuerpo estaba dormido sobre la cama. Me
veía tumbada en la cama pero no estaba segura de lo que
ocurría. ¿Dónde estaba yo realmente? ¿Quién era yo?
¿Estaba en el techo o en la cama? A partir de esa
experiencia empecé a concebirme de otro modo. Yo no
era tan sólo un cuerpo, sino algo más".

Soy aire

La profundidad de las dudas y las preguntas de los


niños no deja de sorprenderme. Jesse estaba a punto de
cumplir nueve años. La noche antes de su cumpleaños su
padre le daba las buenas noches besándola en la frente,
pero la pequeña rompió a llorar. "¿Qué te ocurre?", le
preguntó el padre, pero Jesse no dejaba de sollozar
inconsolablemente sin que su padre supiese lo que le
ocurría. ¿Lloraba porque tenía miedo de no recibir un
determinado regalo? ¿Tenía algún problema escolar? El
padre estaba completamente perdido. Finalmente, Jesse
se tranquilizó lo bastante como para poder explicarse:
"Mi cumpleaños significa que estoy un año más cerca de
la muerte y eso quiere decir que tú también lo estás. Sé
que existe la reencarnación, pero no quiero que las cosas
cambien". El padre se quedó perplejo y no pudo sino
abrazar a su hija mientras ambos lloraban. A los niños les

184
preocupan, sin duda, sus juguetes y sus problemas
escolares, pero también se ven conmovidos
profundamente por los misterios del ser humano —como
el amor y la muerte— y, en consecuencia, sus preguntas y
sus preocupaciones merecen toda nuestra consideración y
respeto.

Los seres humanos somos constructores de


significado tenemos hambre de significado y creamos
significado de continuo. Es inevitable que probemos con
distintas respuestas a nuestras preguntas y veamos cuán
bien y cuánto tiempo perduran. Denise también
reflexiona sobre las grandes preguntas y ha aportado
algunas respuestas notables. Yo la llamo la filósofa
cuántica porque sus reflexiones sobre la naturaleza de la
materia y la realidad se parecen a las explicaciones de la
física cuántica y también son una revelación mística
sobre la interconexión y la indestructibilidad. Suelen
emerger espontáneamente como, por ejemplo, por la
mañana a la hora del desayuno o cuando va en el coche
pero, de vez en cuando, también son respuestas a las
preguntas planteadas por su padre, como ya hemos
reseñado anteriormente. El padre, quien tiene la presencia
mental suficiente para escucharla respetuosamente y
recoger por escrito sus pequeñas joyas, afirma: "Aunque
soy su padre, trato de no responder nunca
categóricamente a sus preguntas importantes. En lugar de
eso, siempre le aconsejo que, primeramente, intente

185
pensar un poco y trate de resolverlo por sí misma".
Seguidamente, una pequeña muestra de las reflexiones de
que Denise hacía gala entre los cuatro y los seis años:

Soy aire y creo que todo es aire como yo: plantas, rocas,
animales, edificios, etc. Cuando el viento sopla puedo
sentirlo. Cada persona tiene un aire de distinto sabor. El
mío sabe a uva y cereza. Dios no nos hizo porque él
también es aire como nosotros. Todo es aire: el hámster,
el cuadro y el resto de las cosas. Todos somos lo mismo.
No soy mi cerebro. No soy nada. [Entonces señaló lejos de
sí misma.] Yo soy aire como todo lo demás. Antes no era
nada. Yo vine de la nada. Vine del aire.
En realidad, no estamos hechos de materia alguna. Nada
de lo que hay en este cuarto está hecho de verdadera
mate​ria. La verdadera materia no puede ser cambiada ni
dañada. Por ejemplo, el cubre de la cama no es verdadera
materia puesto que se puede romper. Estamos hechos de
algo, pero no de verdadera materia. La, única verdadera
materia es el aire.
Somos aire. Somos los colores del aire. No creo que el
aire duerma siquiera puesto que siempre está en
movimiento. Sin embargo, nosotros dormimos pero, si
somos aire, ¿por qué tenemos que dormir? ¿Seremos
aire?
¿Sabes cómo sé que soy aire? Lo sé porque es lo que era
antes de nacer. Procedo de ahí.
[¿Qué sucede cuándo un animal muere?] Él sigue siendo

186
aire. El aire está dentro de nosotros, alrededor de
nosotros, en todas partes. Ese aire sigue moviéndose aun
cuando no haya viento.
[¿Por qué estamos vivos?] No lo sé ahora. [¿Quieres
decir que lo sabrás cuando seas más mayor?] ¡No!
Quiero decir que puedo saberlo cualquier día a partir de
hoy.

El filósofo contemporáneo Gary Zukov nos brinda


una perspectiva muy similar a la de Denise: "Si el
universo está constituido por algún tipo de componente
último, éste debe ser la energía pura. El mundo es,
fundamentalmente, una danza de energía, una energía
ubicua, capaz de asumir una forma tras otra y así
sucesivamente".[12]

¿Cómo invitar a la reflexión? En ocasiones, es


necesario que la información básica sea transmitida de la
manera más precisa posible con preguntas "concluyentes"
como, por ejemplo, "¿A qué hora tengo que recogerte del
partido?" o "¿Tienes deberes para mañana?" Sin
embargo, las preguntas que suscitan respuestas, tópicas o
prefabricadas reducen y constriñen el conocimiento y no
son, en modo alguno, una invitación a la epifanía. Por el
contrario, las sugerencias flexibles nos abren más
profundamente al mundo. "¿Qué ha pasado hoy en la
escuela?" "¿Ves algo en esas nubes?" "Por favor,
enséñame el dibujo que has hecho", son preguntas mucho
más atractivas que un brusco "¿Qué crees que estás

187
haciendo?"

Tanto los profesores como el resto de las personas


podemos equilibrar nuestro enfoque completamente
dependiente de las respuestas con otro que invite a una
indagación más profunda: "Bien, [dirigiéndose, por
ejemplo, a la clase], acabáis de leer este relato [capítulo,
artículo o lo que sea] pero, en lugar de comentar cosas al
respecto, quiero que hagáis tantas preguntas como os sea
posible". Un pequeño giro como éste puede cambiar el
foco desde una actitud que trata de zanjar definitivamente
las cuestiones hacia una actitud de mayor apertura, que es
el resultado del equilibrio entre la necesidad de hechos
concluyentes con el afán de preguntas más amplias. Cada
vez que lo, he puesto en práctica, tanto en el aula como la
sala de estar, siempre quedo sorprendido al escuchar
algunas preguntas que nunca se me hubiesen ocurrido.

Pero los padres, los profesores, o los amigos sólo


podremos mantener la apertura suficiente para que los
niños formulen sus propias preguntas en el caso de que
nosotros mismos también sigamos formulándonos esa
clase de preguntas. Recuerdo la sensación de misterio y
curiosidad que me acometía cada vez que, en sexto curso
entraba en la clase de ciencias del profesor Simpson. El
señor Simpson era un ecologista y naturista que, al menos
en mi pequeña población rural, parecía un adelantado a su
tiempo. Siempre veía cómo ese hombre alto y respetable

188
recogía, al volver a casa de la escuela, toda la basura que
encontraba en el camino. Hablaba de los pesticidas que se
utilizan en los frutales y de las secuelas de la coloración
artificial en las aves. Él señor Simpson había construido
una ruta natural en el patio trasero de la escuela y, en su
aula, había toda clase de objetos fascinantes como un
avispero, un esqueleto humano y distintas rocas y
minerales.

Si bien yo ya tenía cierto interés por esas cuestiones,


era su fascinación por el mundo que le rodeaba y su
personalidad ligeramente excéntrica lo que nos cautivaba
tanto a mí como a mis compañeros de clase. Había
misterio en él, pero lo más notable, la cosa más
importante era que aún se sentía fascinado por las cosas y
no lo ocultaba. De ese modo, podía "salirse del
programa" durante unos minutos para especular sobre la
formación de una roca o, simplemente, para formularse
preguntas y "pensar en voz alta". Y lo más interesante es
que, en esos momentos, nos sentíamos tan fascinados y
maravillados como él. A pesar de nuestra creciente
preocupación por la estigmatización social y nuestro
deseo de parecer "correctos", no teníamos prevención
ninguna a la hora de mostrar nuestra propia fascinación.
El padre o el profesor que se maravilla al mismo tiempo
que sus alumnos y que sabe penetrar en el misterio sin
mistificarlo, nos muestra claramente el camino. Su
fascinación es una invitación a emularle que siempre

189
conduce a mayores profundidades.

Hoy en día, la mayor parte de nuestra sociedad se


entrega a una carrera vertiginosa. Las demandas de
nuestra época y el gasto de energía nos agotan totalmente
y, a la postre, nos decantamos por las respuestas más
tópicas y artificiales. No hay tiempo para más. Por su
parte, nuestro sistema pedagógico promueve un rígido
aprendizaje completamente superficial y entrena a los
niños a repetir respuestas prefabricadas en detrimento de
la búsqueda de preguntas más profundas, una
superficialidad que, a la larga, puede privar al conjunto de
la sociedad de la claridad de la educación y de la
reflexión ponderada. La educación no suele cumplir todas
sus promesas y, en consecuencia, engaña a los
estudiantes, a los profesores y a la sociedad. Y lo peor de
todo es que, si los profesores y los estudiantes quieren
adaptarse y encajar en el sistema, deben traicionarse a sí
mismos mostrándose superficiales y perdiendo, de ese
modo, el sustento procedente de la profunda apertura. Tal
vez no podamos efectuar cambios radicales en el
precipitado ritmo de nuestra sociedad ni hacer frente a la
inundación de información, entretenimiento y publicidad
que se disputan nuestra atención, pero sí que podemos
intentar un cambio en esta situación de dentro hacia
fuera, es decir, tratando de alentar la apertura natural de
los niños, animándoles a plantear las grandes preguntas y
dejándoles el tiempo necesario para la reflexión.

190
Nuestras vidas están llenas de momentos en los que
tenemos la opción de profundizar más o de avanzar al
siguiente ítem, persona o tarea. Por ejemplo, cuando
estamos comiendo, ¿saboreamos cada bocado
percibiendo su textura en nuestro paladar antes de dar el
siguiente bocado? Cuando tenemos una nueva idea, ¿nos
abrimos a ella o no le hacemos caso alguno y,
sencillamente, la archivamos en nuestra mente? En los
momentos en que nos permitimos profundizar un poco
más, las percepciones no se miden por la cantidad sino
por su cualidad e intensidad. Aunque ambos tipos de
experiencia tienen su utilidad, nuestras vidas son
modeladas principalmente por las experiencias de más
intensidad, profundidad y significado.

En mi libro anterior, From Información to


Transformación: Education for the Evolution of
Conciousness, expongo seis estratos interrelacionados
cuyo conocimiento profundizaría nuestra práctica
pedagógica.[13] El estrato más superficial es el de la
información, que tiene su legítima función como moneda
de intercambio educativo. Pero, si profundizamos un
poco más, la experiencia directa tiene que reunir los
fragrnentos de información para formar una síntesis
práctica y eficaz y, entonces, la información se
transforma en conocimiento. El conocimiento posibilita el
cultivo deliberado de la inteligencia, que es capaz de
analizar, modelar y crear nueva información y

191
conocimiento mediante la dialéctica de la intuición y el
análisis. Por su parte, el entendimiento —que reside en
una capa aún más profunda— nos lleva más allá del
poder de la inteligencia para ver con el ojo del corazón,
una modalidad de conocimiento que sirve tanto a la
comunidad como al individuo. La experiencia entonces
tiene la posibilidad de convertirse en sabiduría, la cual
combina la visión de la verdad con una conducta ética
correcta. Y, por último, en lo más profundo de todo,
reside la posibilidad de la transformación. Este proceso
de profundización puede ocurrir en cualquier momento a
lo largo de alguna tarea o ejercicio. La apertura al
momento presente y la inmersión en sus profundidades
no tiene por qué suponer ningún menoscabo en el
intercambio de información sino que, muy al contrario, lo
enriquece, le aporta el contexto adecuado y mantiene vivo
su espíritu. Las grandes preguntas siempre se hallan en el
centro del proceso de aprendizaje.

Un conocimiento oscuro

Las preguntas y los comentarios de los niños nos


revelan que no acostumbran a dar por sentadas las
mismas cosas que los adultos. Una madre describe del
siguiente modo un momento en el que su hija y ella
estaban sentadas en el sofá viendo la televisión: "Me reía
de algo que había visto en la tele y, de pronto, mi hija de

192
ocho años se sintió asustada y me dijo, "¿Sabes, mamá?,
todavía no sé lo que es real y lo que no' ", un comentario
que refleja una profunda auto-conciencia y plantea una
cuestión filosófica fundamental sobre la prueba y la
certeza. ¿Cómo sabemos lo que es real? ¿Cuáles son los
requisitos para determinar la verdad?

Tras ponderar la idea de que Jesús era la única


persona perfecta, tal como le habían explicado en la
iglesia, Kathy, de nueve años de edad, planteó una batería
de preguntas. "Es tan extraño —decía—. No puedo
entender cómo puede ser el único. ¿Qué ocurre con toda
la gente del mundo que no cree en Jesús? ¿También
piensan que es el más perfecto? ¿En qué creen ellos? ¿ Y
por qué no pueden ir al cielo también?" Y, entonces, fue
un paso más allá: "¿Cómo llegasteis a saber que Dios
existe?"

Krista recuerda una experiencia que, cuando sólo


tenía cinco años, le hizo cambiar radicalmente su visión
del mundo: "Estaba jugando en el jardín frontal de mi
casa intentando ver el mundo desde la perspectiva de una
hormiga. Había convencido a un par de amiguitos para
que también hiciesen lo mismo, pero no tardaron en
cansarse del juego. Yo me quedé tumbada poniendo los
ojos tan cerca del suelo como me fue posible. Y debió de
funcionar porque, de pronto, la hierba me pareció
enorme. Me sorprendió el trabajo tan duro que llevaban a

193
cabo las hormigas. Pero tuve que volver a sentarme
rápidamente porque la altura de la hierba me resultaba
abrumadora. En aquel momento, supe que también yo
formaba parte de algo mucho más grande. Lo que
comprendí en ese momento (y no he olvidado desde que
tenía cinco años sino que lo tengo muy presente con todo
lujo de detalles, claridad e intensidad) es que mi casa y el
planeta formaban parte de una suerte de mesa o silla
gigante o que una familia similar a la mía podía vivir en
mi camiseta. Bueno, aquello me intrigaba realmente, así
que fui a ver a mi inteligente papá y le pregunté algo así
como, '¿Formamos parte de algo tan grande que nuestro
planeta cabría en la mesa de un gigante?' Él se limitó a
reír. Su risa no era mala, pero creo que la pregunta le
sorprendió por completo. Sin embargo, ése fue el
principio de mi bloqueo".

El cuestionamiento de nuestras creencias —ya se


refieran a la iglesia o al universo de las hormigas—puede
ser algo más que un mero ejercicio intelectual y servir de
práctica espiritual que nos ayude a liberar nuestra mente
para ver de un modo más claro y directo. El teólogo
Thomas Merton denomina "conocimiento oscuro" a esta
clase de revelación puesto que, según él, se trata
fundamentalmente de un "desconocer", de una
sustracción más que de una adición.[14] El método del
budismo madhyamika deconstruye deliberadamente todos
los conceptos, incluido el del budismo.[15] Por su parte, el

194
método que aconseja el enfoque de la llamada teología
negativa del cristianismo consiste en poner en suspenso
sistemáticamente nuestras principales asunciones,
incluidos los dogmas básicos del cristianismo. Por último,
la deconstrucción postmoderna también pone en tela de
juicio el origen de nuestras creencias y de nuestras
estructuras de poder y conocimiento.[16]

Los cuentos sufíes de Mulla Nasrudin constituyen


otro ejemplo de denuncia de las propias creencias.
Aunque Nasrudin era un sabio muy elevado, tenía la
apariencia de un rufián y solía ponerse a sí mismo en
situaciones absurdas o inesperadas con el fin de
desenmascarar los prejuicios y reorganizar los procesos
mentales. La siguiente historia nos transmite algo del
peculiar sabor de Nasrudin. Un transeúnte advierte que
Nasrudin se arrastra por el suelo buscando algo
aparentemente. Nasrudin le dice: "He perdido mi llave".
El transeúnte se detiene y también se pone a buscarla.
Después de que ambos dediquen largo rato a inspeccionar
cuidadosamente el terreno polvoriento, el hombre
pregunta a Mulla Nasrudin por el lugar donde se le cayó
la llave. Entonces Nasrudin, señalando a una cierta
distancia, responde: "Por allí, cerca de la casa". Sin dar
crédito a sus oídos, el hombre le pregunta entonces por
qué no están buscando allí. Y la respuesta de Nasrudin es
la siguiente: "Porque aquí hay más luz".[17]

195
El hecho de atender seriamente a las preguntas y las
experiencias, en apariencia anodinas, de los niños, puede
ayudarnos a liberar nuestra mente ya que también nos
obligan a preguntarnos qué es la realidad, quiénes somos
nosotros o si Dios es una entidad iracunda y distante o
está más cerca de nosotros que la palma de nuestra mano.
¿Estamos buscando en un determinado lugar
sencillamente porque allí hay más luz? El estudioso de
comunicación Marshall McLuhan afirma que, cuando
descubrimos la falsedad de las creencias que sostienen
nuestra vida, experimentamos el "colapso de nuestro
mundo". En el caso de los niños, el colapso y la
consiguiente reconstrucción del mundo ocurren de
manera natural y constante. William de Baskerville,
personaje creado por el escritor Umberto Eco, reflexiona
del siguiente modo sobre el proceso de construcción del
conocimiento: "El orden que nuestra mente imagina se
parece a una red o una escalera construida para alcanzar
algo. Pero, con el tiempo, nos vemos obligados a arrojar
la escalera, porque descubrimos que, aunque haya
servido, carecía de sentido".[18]

El colapso y la reconstrucción inevitable de nuestra


visión del mundo también es una práctica espiritual que
tiene su paralelismo, en el ciclo inevitable de la muerte y
el renacimiento el cual no solo es fundamental para la
vida en general, sino también para la vida de nuestras
ideas. Cuando dejamos de apegarnos rígidamente a

196
nuestras creencias y buscamos nuevos modos de vernos
sorprendidos por lo sagrado y de erigir nuestro
entendimiento —ya sea sobre nuestra identidad o sobre la
naturaleza del mundo—, estamos participando
conscientemente de ese ciclo. La rigidez es ajena a la
practica espiritual, y las preguntas de los niños pueden
ayudar a romper su maldición.

Las preguntas de los niños nos permiten comprender


que damos por sentadas muchas cosas como si fuesen
hechos irrefutables. En consecuencia, cuando les
prestamos la debida atención, sus preguntas pueden poner
al descubierto nuestras asunciones y ayudamos a
reconsiderar nuestra comprensión de las cosas. Los niños
nos aportan una mirada fresca capaz de ver con más
claridad. Los padres y los profesores tendríamos que
devolverles el favor planteando genuinas preguntas sobre
la naturaleza y el sentido de la vida:

• Grandes preguntas: "¿Qué piensas acerca de Dios?"


• Influencias locales y lejanas: "¿Cómo podrían mejorar
la escuela, la sociedad y los padres para que el mundo
fuese mejor?"
• Ética: "¿Cómo sabes lo que hay que hacer?" "¿Qué
harías si tú fueses el presidente, el maestro o el
padre?"
• ¿Quiénes somos?: "¿Cuál es la cosa más importante
sobre ti mismo?" "¿Qué es lo más divertido?" "¿Si no

197
fueses tú, quién querrías ser?"
• Nuevas perspectivas: "¿Cómo crees que ve el mundo una
hormiga o un marciano?" "¿Qué crees que dicen tus
padres cuando tú no estás presente?" "¿Qué harías si
sólo te quedase una semana de vida?" "¿Cómo crees
que se siente por dentro un terrorista y explícame la
razón?".

Otro modo de desenmascarar los falsos supuestos —


sobre todo cuando tenemos que adoptar decisiones
difíciles— es el denominado "comité de clarificación",
utilizado por los cuáqueros y concebido para facilitar la
toma de decisiones.[19] En este caso, el cuestionamiento
se transforma en una actividad compartida donde un
miembro de la comunidad convoca a los otros y les pide
que le planteen preguntas sobre el problema o la elección
en cuestión ("¿Debo aceptar este trabájo?" "¿Qué tengo
que hacer con mi vida?" "¿Debo abandonar el equipo de
gimnasia?"). Entonces, el comité vuelve a formular
preguntas a la persona que los ha convocado. La tarea del
comité no es dar su opinión o su consejo, sino tan sólo
plantear preguntas sinceras y escuchar las respuestas de la
persona. El objetivo es liberar su mente para que pueda
acceder con más facilidad a su propio conocimiento
interior.

Eso es algo que también podemos intentar en nuestro


hogar. Lo único que debemos tener bien presente es que

198
las preguntas contribuyan a desenmascarar
verdaderamente nuestros prejuicios y nos permitan
escuchar nuestra propia voz interior, sin tratar de dirigir
el proceso de un modo predeterminado. En muchos casos,
los adultos también invitan a los niños a formar parte del
mencionado "comité de clarificación".

Experimentos mentales

Solemos creer que la filosofía es una actividad


mortalmente seria (e incluso aburrida). Sin embargo, la
reflexión funciona mucho mejor cuando sabemos
combinarla con el juego, una de las actividades que más
gustan a los niños. Las preguntas divertidas e inteligentes
—como los versos citados a continuación de El libro de
las preguntas, de Pablo Neruda— hacen que nuestro
pensamiento se mueva por rumbos poco convencionales:

¿ El 4 es 4 para todos?
¿Todos los sietes son iguales?
Cuando el preso piensa en la luz,
¿es la misma que te ilumina?[20]

Esa clase de preguntas nos permite poner el mundo


del derecho y del revés. El doctor Seuss —autor clásico
de libros sobre niños muy imaginativos—sabía hacerlo
perfectamente, al igual que el psicólogo suizo Carl Jung,
incluso cuando era niño. "A menudo, cuando estaba solo

199
—escribe Jung—, me sentaba en una piedra y jugaba a un
juego imaginario que consistía en que, si bien yo estaba
encima de la piedra y ella debajo, la piedra era capaz de
pensar y decir: 'Estoy tumbada aquí en este terraplén y él
está sentado sobre mí'. Entonces, surgía inevitablemente
la siguiente pregunta: '¿Soy yo el que se sienta sobre la
piedra o soy la piedra sobre la que él está sentado?' "[21]

Los juegos mentales y los "acertijos filosóficos" nos


abren a todo un mundo de posibilidades inagotables.[22]
De ese modo, tenemos que ejercitar nuestra imaginación
al máximo. Cuando no sé qué historia contarle a mi hija
pequeña a la hora de acostarse, tratamos de mantener
vivo el espíritu del juego enlazando nuestras frases para ir
formando con ellas un relato.

—Había una vez... —comíenzo diciendo.


—Había una vez un gorila... —prosigue ella.
—Con el pelo rojo... —añado yo.
—Había un gorila pelirrojo llamado Rudy que quería
hacer un largo viaje... —sigue diciendo ella.

Y, a partir de ahí, nos sumergimos en el misterio,


inesperado, absurdo y, en ocasiones, asombroso, pero
siempre abiertos a toda clase de preguntas. "¿Los gorilas
pueden ser pelirrojos? ¿Cómo es su familia? ¿Les gusta
vivir en el zoológico? ¿Cuentan historias también?"

Albert Einstein —tal vez el más grande y más

200
travieso pensador del siglo XX— conocía el poder del
juego conceptual y desarrolló la totalidad de su
importante trabajo en el laboratorio de su mente, en
forma de "experimentos mentales". Básicamente, solía
plantearse cuestiones como las siguientes: "¿Qué
ocurriría si viajase a la velocidad de la luz montado en un
cohete? ¿Y qué le sucedería al Universo?" Él era muy
consciente de que "la imaginación es más importante que
la razón", precisamente porque nos permite trascender la
visión que tenemos del mundo.[23] Como afirmaba el
filósofo ArthurSchopenhauer: "El asunto no consiste
tanto en ver lo que nadie ha visto, como en pensar lo que
nadie ha pensado todavía sobre lo que ve todo el mundo.
[24] Y eso no sólo conduce a las revoluciones científicas,

sino también a las espirituales.

Pat —de cinco años de edad— estaba escondido


entre los arbustos que había cerca de la calzada esperando
que llegasen unos importantes invitados que iban a visitar
a sus padres. Aunque era una visita de adultos, Pat quería
echar un vistazo al nuevo coche que, según tenía
entendido, vendrían conduciendo. Cuando llegaron los
invitados, hubo bastante "expectación" con el vehículo,
pero no tardaron en entrar en la casa. Sin embargo, Pat se
quedó un rato entre los arbustos, entregado a sus
fantasías. "Ésa fue la primera vez —explica— que
comprendí que mis pensamientos eran sólo míos y que
nadie más los conocía. Nadie sabía que estaba entre los

201
arbustos y, mientras jugaba con esa idea, comencé a
reparar en el hecho de que yo estaba precisamente allí y
no en ninguna otra parte, es decir, con otra familia o en
otra época. Me encontraba en ese espacio único y no
podía estar en ningún otro lado. Intenté recordar entonces
dónde estaba yo antes de vivir con mi familia, pero me
fue imposible. Sólo podía remontarme hasta un punto
concreto de mi memoria y, después, nada en absoluto. No
obstante, seguí insistiendo y, en un momento dado, me
pareció percibir un rostro cuyo cuello se fundía en el
espacio como si el resto de su cuerpo fuese el universo.
Entonces tuvo lugar una especie de escena retrospectiva
sobre un evento dificultoso en el que yo miraba una pared
muy alta construida con troncos cuadrados y pintados con
alquitrán. Aunque esa imagen resultaba incomprensible
para mí, podía verla con toda claridad. Pero, poco
después, se produjo como un destello a corta distancia y
me vino el pensamiento de que, ésta vez, tendría que
prestar más atención a las cosas, que el final todavía
estaba muy lejos pero que no sería tan malo. A
continuación, salí de los arbustos sintiendo que la
realidad era mucho más grande que lo que me rodeaba,
que mi vida estaba imbricada con ella y que, con
independencia de mis elecciones y mis deseos, yo tenía
un camino trazado. Tuve la sensación de que la vida tenía
un propósito diferente a cualquier cosa que yo hubiese
imaginado o querido. Posteriormente, comprendí que la
felicidad consiste en desear aquello que se cruza,

202
inevitablemente, en nuestro camino".

Jenelle recuerda la hora de acostarse en un atardecer


estival, cuando sólo tenía seis años: "Quedaba un poco de
luz pues el sol aún no se había puesto del todo, pero yo
me acostaba muy temprano. Sabía que mis amigos
todavía estaban jugando afuera, de modo que salté de la
cama, metí el camisón dentro de mis vaqueros y me puse
mis botas camperas. Me las arreglé para salir por la
puerta trasera sin que mis padres se diesen cuenta. Mis
amigos estaban jugando delante de la casa de un vecino.
Era nuestro punto de reunión favorito porque había
grandes escalones donde podíamos sentarnos. Yo estaba
de pie en la escalera, un escalón por encima de mis
amigos, mirándolos desde arriba, cuando se me ocurrió
que esa manera de ver —desde arriba— era,
probablemente, el modo en que Dios nos veía. Estaba
pensando en eso cuando, de pronto, sentí que salía de mi
cuerpo y me veía a mí misma como Jenelle, esa otra
persona, esa persona a la que podía mirar por vez
primera. Fui despojada por completo del "yo" que,
habitualmente, creía ser y vi que era algo muy distinto a
lo que había pensado. Al retornar, intenté hablar de ello
con mis amigos y les pregunté, "Eh, chicos, ¿alguna vez
habéis tratado de ver las cosas del mismo modo que las
ve Dios?" Pero nadie me respondió. ''¿Sabéis?, es cómo
salir del cuerpo y verse a uno mismo". Y, de nuevo, no
obtuve respuesta alguna. Incluso, hoy en día, puedo

203
recordar perfectamente cómo miraba por encima de mi
misma, viéndome junto a mis amigos, cuestionándome
profundamente quién era yo y sabiendo que, de algún
modo, eso se parecía a ver con los ojos de Dios".

El comentario de Jenelle evoca la siguiente cita del


místico y teólogo Meister Eckhart: "El ojo con que veo a
Dios es el mismo ojo con que Dios me ve... una misma
visión y un solo ojo, un mismo conocimiento y un solo
amor".[25] "¿Quién soy? ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué
ocurre cuando morimos? Tal vez pueda "saberlo
cualquier día a partir de hoy". Todas esas preguntas y
afirmaciones nos revelan que los niños tienen muy en
cuenta las cuestiones últimas, es decir, su lugar en el
mundo, la naturaleza del conocimiento y tanto su ser
como su devenir. De ese modo, sus vidas van
modelándose de acuerdo con sus descubrimientos. Al
igual que ocurre con los grandes filósofos como, por
ejemplo, Platón, esas preguntas constituyen una auténtica
tarea espiritual. La reflexión, la deliberación y el juego
con toda clase de preguntas, son la manera idónea de
entablar diálogo con el misterio y con la espiritualidad.
La frescura, la sinceridad y la inocencia de los niños los
convierten en notables filósofos naturales.

204
5 VER LO INVISIBLE

Fue Shakespeare quien escribió: "Hay más cosas


entre el cielo y la tierra que las que el hombre haya
soñado jamás con todas sus filosofías",[1] una frase que
coincide con el mensaje de los místicos y los sabios de
que el mundo es mucho más que lo que pueden ver
nuestros ojos. El universo es tan misterioso y
multidimensional que excede nuestra capacidad de
medición o, como Shakespeare afirma, incluso nuestros
sueños. La práctica totalidad de las tradiciones
espirituales reconocen la existencia de planos invisibles
que coexisten con el nuestro. El sabio jesuita Teilhard de
Chardin tuvo, en su infancia, un atisbo de dichos reinos:
"No tendría más de seis o siete años cuando comencé a
sentirme atraído por la Materia o, mejor dicho, por algo
que "brillaba" en el corazón de la materia".[2] De ese
modo, la percepción de lo invisible le proporcionó el
ímpetu necesario para una vida de dedicación a la
búsqueda espiritual.

Para sorpresa de no pocos adultos, hay niños que


tienen conciencia de ese mundo oculto. Mi hija pequeña,
por ejemplo, distingue formas y colores que rodean a las
personas y los objetos. Un niño refiere que un ángel lo

205
consuela antes de entrar en el quirófano. Una niña afirma
recordar su "vida anterior", cuando vivía con su "otra
familia". Un muchacho sale ileso de una caída desde la
ventana de un tercer piso y dice que lo han sostenido
"unas personas vestidas de oro".

Sabemos que el mundo es más que lo que pueden ver


nuestros ojos. La ciencia sigue descubriendo dimensiones
anteriormente invisibles, mientras que las investigaciones
de los místicos revelan la existencia de un mundo
multidimensional, interconectado, vivo, en evolución y,
tal vez, cada vez más transparente. Son tantos los
individuos respetables que, en distintas épocas y culturas,
han hecho referencia a esas dimensiones alternativas que
es difícil desestimarlas como meras fantasías, ilusiones o
engaños.

Los diferentes mapas de ese universo


multidimensional, procedentes de las tradiciones
sapienciales tanto antiguas como modernas, presentan
muchos puntos en común. Por ejemplo, las escrituras de
la antigua Cábala sostienen que todo cuanto existe en el
plano material procede del dominio inmaterial de los
sefirot. Según el Zohar, el universo y el individuo están
constituidos por diez dimensiones o sefirot, que son las
"diez emanaciones" de la luz y que pueden ser
concebidas, en consecuencia, como distintas ondas
luminosas que emanan de un núcleo condensado o de un

206
"manantial de luz inagotable",[3] donde cada onda
constituye un estrato o nivel de conciencia diferente de la
realidad. Llama la atención que, más de dos milenios
después, la teoría de las supercuerdas de la física teórica
sostiene que hay diez dimensiones de existencia que
dimanan igualmente de una especie de luminiscencia
divina, el Big Bang. De ese modo, los físicos explican
nuestro familiar universo de cuatro dimensiones
afirmando que, en el momento del Big Bang, seis de estas
diez dimensiones quedaron plegadas o "compactadas",
mientras que las otras cuatro se expandieron en la gran
explosión que dio origen al universo que percibimos.[4]

En Oriente, la afirmación efectuada por él hinduismo


de que "Atman es Brahman" significa que la divinidad y
el ser humano individual son una y la misma cosa. Es
posible decir, en ese sentido, que también nos hallamos
"compactados" y que nuestro camino espiritual consiste
en el reconocimiento progresivo de nuestra divinidad
intrínseca, en la misma medida en que vamos revelando
la naturaleza multidimensional del universo y de nosotros
mismos. Sin embargo, sólo podremos lograrlo superando
la maya o la ilusión de que el mundo material que
percibimos a través de nuestros sentidos es todo cuanto
existe. Emanuel Swedenborg —el científico del siglo
XVIII que se convirtió en místico— se refiere a "la ley de
correspondencia", según la cual todo lo que vemos en el
plano material tiene su correspondencia en las

207
dimensiones superiores.[5] De ese modo, la creación va
descendiendo, como la electricidad que discurre a través
de una serie de transformadores, y se manifiesta en los
distintos planos de la existencia. La materia y el cuerpo
físico tan sólo son la expresión más densa de dicha
energía.

Hay quienes afirman que esas múltiples dimensiones


son los distintos planos o "cuerpos" sutiles energéticos
que conforman tanto al universo como al individuo y que
podemos concebir como sucesivas envolturas energéticas,
progresivamente más sutiles, que rodean a nuestra forma
material. Estos cuerpos o planos del ser suelen recibir la
denominación de cuerpo etérico, astral, mental y causal
aunque, más allá de éstos también existen cuerpos
espirituales más sutiles. El plano etérico está relacionado
con la energía sutil que la medicina china denomina chi o
fuerza vital y que se halla muy vinculada al cuerpo físico.
[6] Por encima de éste —y en una configuración muy

similar, o cuanto menos análoga, a la teoría de las


supercuerdas del hiperespacio—, se hallan las
dimensiones no-espaciales e intemporales de la
existencia. Por ejemplo, el plano astral se refiere a un tipo
de conciencia incorpórea donde las emociones tienen
realidad propia y, de hecho, pueden ser percibidas como
formas, colores, etc.

Podemos imaginar ahora que nuestra conciencia se

208
desplaza entre las distintas dimensiones a través de una
especie de "agujero de gusano" al que podemos acceder
espontáneamente en estados alterados como el sueño o,
deliberadamente, utilizando prácticas como la
meditación. Por ejemplo, durante las experiencias extra-
corporales y las experiencias cercanas a la muerte, así
como en la Época del Sueño —como la denominan los
aborígenes australianos—, nuestra conciencia vence la
atracción magnética que ejerce el cuerpo físico y se abre
a las otras dimensiones. Hay evidencias incuestionables
de que algunas personas son capaces de percibir el mundo
desde posiciones privilegiadas (como, por ejemplo, el
techo de una sala de operaciones o un lugar distante) que
resultan imposibles para nuestro cuerpo físico.

En ciertos casos, es posible incluso comunicar con la


frecuencia más elevada del cuerpo/plano causal donde
conectamos con una guía superior que suele ser menos
personal que en los planos anteriores. En el capítulo 1 ya
nos hemos referido a este particular cuando hablábamos
de la noción del Yo superior. De ese modo, al utilizar la
expresión ver lo invisible queremos decir que, cuando los
niños sintonizan con los planos sutiles de Ia realidad, ven
visiones, oyen voces, sienten energías, conocen eventos
distantes, pero también encuentran inspiración y
comprensión.

La conciencia multidimensional no suele arribar

209
como un meteorito que aterriza en nuestro patio trasero
sino que se parece, más bien, a la suave brisa que nos
acaricia en el rostro. Sin embargo, aunque lo que nos
revela es mucho más sutil que un meteorito, no es menos
real. La visión multidimensional del mundo —de lo
invisible— exige una cierta sensibilidad y apertura a
infinitud de la conciencia que los niños parecen poseer de
manera natural. Para ellos, el velo que separa los distintos
planos de existencia puede ser muy fino. De ese modo,
esta clase de experiencia entra dentro de la categoría de lo
espiritual cuando (1) conlleva la apertura y la expansión
de la conciencia, (2) nos muestra más de lo que somos y
lo que es el universo y modela, en consecuencia, nuestra
visión del mundo y, por último, (3) refleja un
conocimiento intuitivo e inmediato que suele ser la ruta
de acceso a la sabiduría espiritual.

Thomas Jefferson dijo en cierta ocasión que sólo


aquellos que ven lo invisible pueden hacer lo imposible.
En esta época de tantas dificultades y de no menos
posibilidades, en que la pobreza y la violencia, la
degradación medioambiental y el colapso de las normas
políticas, económicas y morales, parecen imposibles de
entender y, mucho menos, de resolver, tal vez
necesitemos el poder de ver lo invisible para llevar a cabo
lo imposible. Y los niños pueden ayudarnos a
conseguirlo.

210
Creer para ver

El credo de la ciencia moderna afirma que hay que


ver para creer. Nos dice, en suma, que sólo debemos creer
en las cosas que vemos directamente. Para la mayoría de
la gente ese credo es bastante aceptable puesto que les
proporciona algún tipo de certeza que les ayuda a evitar
la superstición y la locura. Sin embargo, en lo que
respecta a las cuestiones espirituales, muchas veces es
necesario creer para ver. Más concretamente, eso
significa que, para abrirnos a lo que es anterior a
nosotros, debemos dejar en suspenso nuestra
incredulidad. Sin embargo, eso no quiere decir que
tengamos que renunciar a nuestra capacidad crítica o
convertirnos en ciegos seguidores de alguna idea o
doctrina, sino tan sólo que tenemos que desactivar
provisionalmente nuestro juicio crítico para abrirnos a
otras posibilidades. Ése es el sentido de fe. La fe erige
puentes entre lo conocido y lo desconocido, abre nuestra
conciencia a nuevas posibilidades y nos permite
vislumbrar lo invisible. La historia de Hugh, que viene a
continuación, evidencia el poder inherente a dicha
apertura.

Cuando ingresó en el instituto, Hugh era un


preocupado y preocupante candidato al fracaso escolar
que parecía encarrilado hacia una vida plagada de
frustraciones. Sin embargo, durante esa época, el instituto

211
había iniciado un insólito experimento que consistía en
trasladar periódicamente en autobús a Hugh y varios de
sus compañeros al cercano campus de Princenton
University para asistir como oyentes a las clases de los
físicos más eminentes del momento (Einstein entre ellos),
en la esperanza de que los científicos tuviesen un impacto
positivo en la vida de aquellos adolescentes
problemáticos.

Un día, tras una larga y árida disertación llevada a


cabo por un grupo de físicos, una muchacha que estaba
sentada en la parte posterior de la sala de conferencias,
levantó su mano y preguntó irónicamente a aquellos
hombres de ciencia cuál era su opinión sobre los
fantasmas. Tras reír nerviosamente, uno de los físicos se
levantó y con clara e inequívoca seguridad señaló que no
creía en la posibilidad de su existencia. Cuando concluyó,
se levantó un segundo científico haciendo uso de su turno
y, con gran autoridad, rechazó cualquier posibilidad de
que los fantasmas existiesen aduciendo la falta de pruebas
científicas al respecto. Luego, le llegó el turno a Robert
Oppenheimer —un personaje crucial en el desarrollo de
la bomba atómica y, posteriormente, un decidido opositor
a su uso—, quien se puso en pie y, tras un breve silencio,
dijo: "Es una pregunta fascinante. Para mí, todas las cosas
son posibles. Antes de aceptar o de rechazar cualquier
posibilidad es necesario que dispongamos de nuestras
propias evidencias".

212
Para Hugh, ese momento fue toda una revelación que
cambió su vida para siempre. En lugar de cerrarse en sí
mismo y de aceptar el mundo como algo dado, la
perspectiva de Oppenheimer le devolvió al misterio y la
posibilidad de todas las cosas, pero también a la
responsabilidad de tener que descubrir la certeza por sí
mismo. Eso era una doble invitación. Por un lado, de
apertura a la posibilidad infinita, o lo que el poeta W.B.
Yeats denomina "inocencia radical" o el momento de
suspensión de nuestras creencias[7] y, por el otro, la
necesidad de averiguar por uno mismo, de ser
consecuentes con nuestros propios estándares.

Así pues, en la medida en que Hugh comenzó a


definirse a sí mismo a partir de su propia experiencia
directa, su vida interior experimentó un cambio radical.
En lugar de bloquearse y de plegarse a lo que otras
personas decían que era real y verdadero, comenzó a
creer de nuevo en la posibilidad y el misterio y a confiar
en su propia experiencia. Con el tiempo, Hugh se
convirtió en un notable, innovador y, en ocasiones,
irreverente profesor que contribuyó a que muchas
personas aceptasen la existencia de otras dimensiones.
Más de cincuenta años después, Hugh recuerda
vivamente la respuesta de Oppenheimer y el considerable
impacto que tuvo sobre su vida. Aquel momento le
ayudó, esencialmente, a creer en todas las posibilidades, a
creer para poder ver.

213
Poco tiempo después de que mi hija me hablase de
su ángel, mi familia y yo decidimos visitar Asheville, en
Carolina del Norte, para pasar allí un fin de semana.
Varios amigos nos habían dicho que era un lugar muy
hermoso y pensamos que sería interesante explorar la
zona acompañados de nuestras hijas, que por aquel
entonces tenían tres y siete años respectivamente. Un par
de días antes de nuestra partida, recibí una llamada
telefónica de una amiga que mencionó una página web,
creada por una niña y su madre, que mi amiga
consideraba muy interesante. Cuando encontré la página
en cuestión, constaté que era verdaderamente extraña,
pero despertó en mí una sensación positiva y decidí
volver a visitarla en el futuro. Entonces, también descubrí
que, precisamente, madre e hija vivían en Asheville.
Pocos minutos después, estaba hablando con Nancy —la
madre—, que nos invitó a visitarla en nuestro viaje del fin
de semana.

Ese sábado nos encontramos en su casa, situada en


una arbolada colina de Asheville. Nancy nos dio la
bienvenida y, poco después, Llael, su hija, se unió a la
charla sentándose junto a su madre. En esa época, Llael
era una niña de unos doce años que parecía tan segura de
sí misma como tímida y que, en ningún momento, pareció
querer convertirse en el foco de atención.

Sin fanfarria ninguna, Llael habló de sus tres guías,

214
que formaban una especie de consejo y que, a veces,
respondían a sus preguntas como una tríada a la que ella
había dado el nombre de STJ. El primer guía es una loba
gris llamada Sanka y según explicaba Llael: "Me protege,
me hace compañía y juega conmigo pero, sobre todo, me
trae información sobre cada cosa. Es como si me diese
acceso al Internet del universo. Cuando tenía nueve años,
conocí a Sanka en Town Creek Indian Mount, en las
afueras de Charlotte".

El segundo miembro del consejo es un nativo


americano llamado Tank-too-wa, de quien Llael decía:
"Él me guía en mi trabajo curativo y vino a mí un día en
que aplicaba un emplaste de arcilla sobre el vientre de mi
madre. Después, él y yo llevamos a cabo una danza
ceremonial india para celebrar que había recuperado mis
poderes de sanación". Llael añadió que Tank-too-wa
estaba dispuesto a ser su consejero y a enseñarle el arte de
la curación siempre que ella quisiera. En cuanto a su
tercer guía, de nombre Juangwa, dijo lo siguiente:
"Cuando conocí a Juangwa me explicó que su misión es
la armonía universal y que desea reunir a todos los niños
del mundo que son como yo". Y, según comentó a
continuación, a partir de un determinado momento,
también comenzó a aparecérsele otra figura: "Celentien es
un ángel de más de dos metros de altura que me orienta
en mis comunicaciones y que, en todo momento,
mantiene un canal abierto para mí".

215
Aunque estas descripciones son interesantes, también
podrían ser el producto de una fantasía desaforada. Hay
personas que podrían preocuparse incluso de que Llael
estuviese engañándose a sí misma. Pero, en mi calidad de
psicólogo y de terapeuta con una dilatada experiencia,
tengo una cierta capacidad para evaluar el estado mental
de las personas. Llael —como muchos otros niños y
adultos de los que hemos hablado— desafía todos los
mapas psiquiátricos puesto que parece perfectamente
adaptada y sana psicológicamente. Sin embargo, habla de
cosas que cualquier psiquiatra diagnosticaría de "delirio",
un posible síntoma de esquizofrenia o, más
benignamente, como una mera fantasía o un intento de
llamar la atención.

Sin embargo, lo que infunde una notable credibilidad


a Llael no sólo es su cualidad personal sino también la
cualidad de sus respuestas. Por ejemplo, en el curso de
nuestra conversación, le pregunté si sus guías estarían
dispuestos a charlar conmigo y, pasados unos instantes,
Llaei reajustó su "foco" atencional relajándose y
"concentrándose en su energía". A partir de ese momento
,me comunicó una información muy profunda, exacta y
privada sobre mi vida que, en modo alguno, podía
conocer por medios convéncionales. Ella fue capaz, a
partir de cero, de manifestar un considerable
conocimiento de mi propia vida. Aunque fue muy breve
el período que pasamos juntos, bastó para que su historia

216
me resultara perfectamente creíble.

Según Llael, cada uno de ésos guías representa un


aspecto diferente de su conciencia que, como acabamos
de mencionar, le proporciona un tipo especial de ayuda.
Poco antes de dejar a Llael y su madre, le pregunté si ella
o sus guías sabían por qué había ido allí a hablar con ella
puesto que no estaba muy seguro. Tras una breve pausa,
Llael volvió a concentrarse en sus guías y me dijo: "Usted
tiene que escribir un libro para los niños como yo.
Escriba ese libro para los niños y también para sus hijos".
En aquella época yo no tenía intención alguna de escribir
este libro pero, si usted está leyendo estas páginas,
comprobará que la predicción se ha cumplido. He
mantenido un estrecho contacto con Llael durante todos
estos años y no han dejado de impresionarme tanto su
capacidad para sintonizar con otras dimensiones, como la
cualidad de la información que transmite. Pero lo que
más me sorprende son sus cualidades personales, es decir,
su madurez y su gran equilibrio intelectual, psicológico y
espiritual.

¿Pero son tan inusuales el caso de Llael y el de otros


niños con quienes he tenido oportunidad de hablar? Llael
es un claro ejemplo de que existen distintos planos y
facetas en nuestro desarrollo, así como de que el
conocimiento multidimensional es accesible a cualquier
persona. Estos niños no son tan raros ni tan especiales

217
como parece a primera vista. Si bien algunos niños tienen
más fácil acceso que otros a esas dimensiones; y existen
distintos estilos y grados de profundidad; todos los niños
poseen, de un modo u otro, la capacidad de ver más allá
de las apariencias.

Cuando la sociedad valora una determinada


capacidad humana, comienza reconociéndola
primeramente en los adultos excepcionales (como los
místicos y los sabios), luego en los niños prodigio
(posiblemente como Llael) y, por último, acaba
reconociéndola en el resto de las personas, Llael afirma:
"A veces me parece que lo que experimento no es, en
absoluto, otra realidad sino una visión más amplia de esta
misma realidad". Cuando cumplió los quince años, le
pregunté cuál era la diferencia entre alguien que, como
ella, tiene acceso al mundo invisible y alguien que no lo
tiene, y su respuesta fue: "Tan sólo que yo me abro a él.
Para los niños, el factor más importante es que se les
respete y se les permita expresar todo lo que ven y
sienten. En mi opinión, todos los niños poseen esa
capacidad innata pero, si los adultos la desalientan y ra:
desdeñan como una mera fantasía, entonces, los niños no
tienen oportunidad de desarrollar esa capacidad y
tampoco dispondrán de ella cuando sean adultos. Muchos
adultos ni siquiera están dispuestos a dedicarle un solo
pensamiento: no existe y basta. Pero, para los niños, es
mucho más fácil creer, y tenemos que creer que existe

218
para poder hacerlo. Algunas personas piensan que eso es
muy extraño y que hay que ver para creer porque, de lo
contrario, es un engaño. La diferencia reside en la
apertura. En lo que a mí concierne, no tengo que conectar
con nada ni viajar a ningún lugar porque mis guías
siempre están aquí conmigo".

Los sentidos internos

Los imperativos culturales nos inducen a creer que


nuestros sentidos están separados entre sí y, en
consecuencia, nos enseñan a describir la buena comida
por su sabor y la música por su sonido. Sin embargo, las
percepciones de los niños no están necesariamente
diferenciadas. El filósofo Maurice Merleau-Ponty afirma
que somos sinestésicos por naturaleza, es decir, que
nuestros sentidos se hallan originalmente mezclados y
fusionados. Pero, según afirma también, la sociedad va
cambiando el centro de gravedad de nuestra experiencia,
de modo que todos desaprendemos a ver, oír y,
generalmente hablando, a sentir con el fin de poder
deducir [lo que sentimos]".[8] Durante las experiencias de
expansión de la conciencia —como el éxtasis y, en
ocasiones, la meditación—, muchas personas tienen
experiencias sinestésicas y, por su parte, los niños
pequeños también las tienen a menudo. De ese modo, al
escuchar una determinada música, por ejemplo, podemos

219
ver colores y formas o tener una sensación táctil o
escuchar un sonido al oler una flor. "Escuché flores que
sonaban y veía notas que brillaban", escribe Saint Martín,
filósofo espiritualista del siglo XVIII.[9]

Sin embargo, las impresiones sinestésicas no sólo


ocurren en el ámbito de la percepción externa —el cielo
azul o el canto de un pájaro— sino también interiormente
como, por ejemplo, en el nacimiento de una idea. Mozart
(recordemos que era un niño prodigio) describía el
proceso de composición de la siguiente manera: "De un
vistazo, puedo contemplar la totalidad en mi mente como
si fuese un hermoso cuadro... No escucho en mi
imaginación una sucesión de notas, sino que las percibo
todas simultáneamente".[10] Así pues, la inspiración le
llegaba a Mozart en forma de visión musical, "de un
vistazo", como "un cuadro".

Podemos compartir la riqueza del conocimiento


multisensorial de los niños haciéndoles preguntas del
tipo, "¿Qué forma tiene ese sonido?" "¿Qué sonido tiene
aquel árbol ?" "¿Qué te hace sentir esa canción en tu
cuerpo y en qué zona lo sientes?" "¿Cuál es la forma y el
movimiento del alimento que estás comiendo en este
momento?" También podemos sugerirles que intenten
dibujar una pieza musical, que empleen colores para
explicar un sabor, que muevan su cuerpo para describir
que les parece un color (un alimento, un sonido, etc.) o

220
que dibujen la silueta de una persona en una hoja en
blanco y, a continuación, escuchando una pieza musical,
señalen en el papel la posición, la forma, el color o
cualquier otra impresión que reciban en su propio cuerpo.
Todos esos juegos ayudan a que los niños exploren la
riqueza natural de sus percepciones.

Tan sólo una pequeña advertencia. Estas sugerencias


no tienen por qué arrojar resultados excesivamente
interesantes en el caso de que planteemos el ejercicio
cuando nuestros hijos están, por ejemplo, desayunando a
toda prisa para ir a la escuela, sino que exigen la creación
de un espacio lúdico y comprensivo donde no haya
problema alguno en hacer o decir cosas absurdas. De ese
modo, la expansión de la percepción nos introduce en un
mundo mucho más rico y profundo. El poeta inglés
William Blake —también un místico en su infancia—
escribe: "Si las puertas de la percepción estuviesen
purificadas, todo aparecería al hombre tal cual es:
infinito. Pero el hombre se ha cerrado y, desde entonces,
ve todas las cosas a través de las estrechas grietas de su
caverna".[11]

A menudo, los niños se refieren a lo que podemos


llamar "sentidos internos que les dan acceso a un entorno
multidimensional, Meg, una niña de seis años, anunció a
un invitado que "veía colores a su alrededor". Tras
charlar: un rato sobre esos colores y formas, el invitado le

221
preguntó:

—¿De qué modo los ves?


—Los veo aquí dentro —dijo Meg señalándose la frente.
—¿No los ves con los ojos? —siguió preguntando el
visitante.
—No Los veo dentro de mí.

El sentido interno del que nos habla Meg es un


sistema perceptivo paralelo al sentido físico de la vista.
Tenemos que diferenciar a este respecto, cuatro posibles
modos de percepción de lo invisible: vista, audición,
sensación y conocimiento. Si bien todos tenemos el
potencial requerido para acceder a esas modalidades de
conocimiento (y, tal vez, a algunas más), los niños
pueden manifestar de manera natural una cierta
preferencia por un modo de conocimiento en detrimento
del resto. De igual manera, el aprendizaje escolar puede
ser más visual o más auditivo dependiendo de cada niño.

Peter Sanders —escritor y licenciado del MIT—


propone que los sentidos internos están relacionados con
distintas localizaciones corporales y que, en
consecuencia, pueden verse potenciados en el caso de que
concentremos la conciencia en dichas localizaciones.[12]
Como sugiere Meg, el sentido interno de la visión se
corresponde con el entrecejo o el "tercer ojo" de la
antigua tradición hindú. La sensación —por ejemplo,
"siento que algo no va bien con John"—, que hemos

222
explorado fundamentalmente en el capítulo 2, suele
localizarle en el abdomen (la zona del plexo solar),
aunque también puede dar lugar a un aumento de la
sensibilidad táctil, como en el caso de las personas que
reciben información sosteniendo un Objeto o sanando a
alguien. Por ejemplo, cuando damos un masaje, tal vez
experimentemos más calor y energía o, sencillamente,
permitimos que nuestras manos se muevan de la manera
que "sentimos correcta". Por su parte, la audición —de
voces o sonidos interiores— se potencia cuando
concentramos la atención en la zona situada encima de
los oídos (es interesante mencionar que esta área
anatómica recibe, en inglés, el nombre de temple [sien],
como el lugar donde muchas personas se congregan
regularmente para escuchar y recibir "la palabra"). Pero,
en ocasiones, también conocernos sin mediación de
ningún sentido interior como la vista o el oído, y ese
conocimiento intuitivo se asocia a la apertura del chakra,
situado en parte alta de la cabeza, que la tradición tántrica
denomina de la coronilla.

Como padres, nunca podemos estar plenamente


seguros de cuál va a ser el momento en que nuestros hijos
depositarán su confianza en nosotros. Desde muy
pequeña, Maia, nuestra hija menor, hablaba de cosas que,
muchas veces, nos dejaban un tanto sorprendidos.
Recuerdo una ocasión —Maia tendría poco más de año y
medio— en que le pregunté, mientras estábamos sentados

223
en la mesa de la cocina, si se acordaba de haber estado en
la "barriguita de mamá" antes de nacer. Y su respuesta
inmediata fue la siguiente: "¡Sí!" Entonces le pregunté
cómo era y, después de una pausa y de mirar a su
alrededor, respondió: "[Piscina!", señalando a la piscina
que hay en el jardín. Y, a los dos años de edad, ambos
estábamos viendo en silencio un funeral por la televisión,
cuando Maia —que estaba muy atenta— señaló a la
pantalla y, de pronto, señaló: "¡Vuelve a casa!"

Cuando Maia cumplió cinco años de edad,


comenzamos a apreciar mejor cuál era su perspectiva de
las cosas. Maia había acudido a una gran fiesta
relacionada con mi trabajo a la casa que un amigo mío
tiene en plena naturaleza. Este amigo había construido
una cabaña en un enorme árbol y la había adornado con
faroles chinos y luces navideñas, el lugar perfecto en un
cálido anochecer de agosto para duendecillos traviesos
como Maia. Ella estuvo jugando en la cabaña del árbol
pero, al descender por la escalera de cuerda, se cayó
rodando por un terraplén muy escarpado que daba a un
arroyo. Fue una caída bastante aparatosa —de más de dos
metros de altura— para una niña tan pequeña.
(Probablemente, lo más positivo del incidente fue que
nosotros no lo vimos pues era el tipo de escena que se
queda grabada en la memoria de los padres y sigue
provocándoles pesadillas mucho tiempo después.)

224
Mi amigo me la trajo y me explicó lo que había
sucedido. Aunque Maia estaba asustada, parecía
perfectamente, exceptuando que sentía un gran dolor en
el cuello. Comprobamos que no tenía ninguna fractura
pero, durante los dos días siguientes, andaba con el
hombro encogido casi hasta la oreja y, cuando se giraba
para mirar algo, movía todo el cuerpo en vez de girar
solamente su cuello. El diagnóstico fue que sufría una
distensión muscular. Nos sentíamos muy agradecidos de
que no hubiese ocurrido algo más grave.

Transcurridos otro par de días, decidimos llevarla a


un terapeuta para que le diese masajes, creyendo que eso
proporcionaría un pequeño alivio a su dolor traumático.
De ese modo, Maia y yo acudimos a la consulta del
terapeuta y, mientras ella permanecía acostada en la
camilla, yo me quedé sentado en una esquina de la sala.
En un momento dado, Maia se quedó mirando fijamente,
durante algunos minutos, a través de la ventana y yo me
preguntaba qué es lo que estaría viendo. Mientras
volvíamos a casa, hablamos un poco acerca de su cuello y
de las sensaciones del masaje. Ella me dijo que se sentía
"bien" y que quería repetirlo. Era obvio que su hombro se
había. reajustado considerablemente y que ahora sus
movimientos eran mucho más sueltos. Le mencioné que
la había visto mirar fijamente por la ventana mientras
estaba en la camilla y le pregunté qué era lo que había
estado mirando, ¿un pájaro tal vez? Pero ella me

225
respondió que no había estado mirando ninguna ventana
¡sino tan sólo un cuadro en la pared!

—Por la noche, veo caras alrededor de mi cama —espetó


Maia, tras una breve pausa, desde el asiento trasero del
coche.
—¿Qué? —le pregunté dudando de si había oído
correctamente.
—Por la noche, veo caras y gente alrededor de mi cama y,
a veces, de la tuya también —repitió ella.
—¿Puedes decirme algo más? —le insistí.
—Puedo verlos cuando se apagan las luces y tengo
abiertos los ojos. También veo muchos colores y formas. A
veces, los veo alrededor de las personas —siguió
explicando con absoluta normalidad.
—¿Ves algo ahora? —le pregunté.
—Veo colores y líneas que te rodean. Puntos verdes en tu
pelo y largas tiras de colores —contestó ella.

Estaba sorprendido de que nunca antes lo hubiese


mencionado. Supongo que tampoco había ningún motivo
para hacerlo. A partir de entonces, Maia ha seguido
contándonos con cierta regularidad (dice que contárnoslo
es bueno) lo que ve, desde formas y colores hasta
personas e ideas. Por ejemplo, cierta noche en que ya
estaba acostada en su cama, me dijo:

—Veo en las paredes gotas de nieve de colores —y


entonces me preguntó—. ¿Cuánto son dos veintes?
—¿Quieres decir cuarenta? —le respondí.

226
—Eso es lo que estoy viendo ahora —precisó ella.

Pero, posiblemente, las percepciones de Maia no


sean tan extrañas. Tan sólo una semana después, Maggie
—una pequeña de cuatro años—, su hermana mayor
Shannon, y Diane, la madre de ambas, acababan de
volver de un campamento de verano. Shannon se había
despertado a las cinco de la mañana para despedir con un
abrazo a su padre antes de que éste partiese al trabajo.
Pero Shannon se sorprendió al oír que Maggie estaba
despierta y se dirigió a la sala de estar para ver por qué
estaba haciendo tanto ruido. La encontró bailando y
parecía que quería atrapar algo con sus manos. Maggie le
dijo que veía "luces que colgaban del techo". Las
describió como "bulbos de los que salían cintas de todos
los colores" y añadió que podía atraparlos. Tras hablar un
poco más con la hermana, Maggie le explicó que, nada
más despertarse, había visto "hilos" de colores que
flotaban encima de su cama. Al principio había pensado
que no podía salir de la cama, pero luego decidió que sí
podía. También veía "pelos" rojos y verdes que salían de
sus brazos y luces ondulantes de color rosa que surgían
de sus manos.

Al igual que otros niños de los que estamos


hablando, Laura también veía luces y colores en torno a
las personas. Su madre relata lo siguiente: "Cuando tenía
tres años, y sin que antes nadie se lo indicase o sugiriese
en modo alguno, Laura dibujaba colores alrededor de la

227
gente y, en ocasiones, interpretaba esos dibujos y
explicaba el significado exacto que tenían los colores de
cada persona. A veces, ponía un poco de negro sobre mi
silueta y me decía, 'Eso es por pelearte con papá' ".

Cuando era pequeña, Ellen descubrió que, si miraba


fijamente un punto —sobre todo en una superficie limpia
como una pared blanca—, podía percibir con toda
claridad caras y colores. Ellen, que en la actualidad ayuda
a que otras personas desarrollen sus propios sentidos
internos, afirma lo siguiente: "Les enseño a fijar la
mirada. Si les pedimos a los niños que miren fijamente
una superficie blanca, a los pocos minutos comenzarán a
ver auras e incluso es posible que haya algunos que
distingan rostros y guías. Por lo general, cuando no hay
ningún temor ni prejuicio implicado, todo ocurre muy
rápidamente. Muchos también son capaces de interpretar
lo que ven. Es como si les acompañase siempre una
oleada de intuición. Cuando no están bloqueados, sólo
tienen que sentir el conocimiento".

Un sencillo ejercicio —utilizado en el campamento


de verano en el que colaboro— puede ayudar a que los
niños exploren y comparen sus percepciones intuitivas.
Se proporciona a los niños (y también a los adultos) una
hoja de papel con el esbozo de una silueta humana. Uno
de los presentes se sitúa en el centro del círculo y le
pedimos que sostenga una esencia floral, que piense en

228
algo o que, sencillamente, sea él mismo. Los miembros
del grupo deben dibujar entonces todo lo que sienten:
colores, formas, palabras, sentimientos, escenas o
cualquier cosa que se les ocurra. Además, situamos a los
niños bastante alejados entre sí para que no puedan ver lo
que dibujan los demás.

Una vez concluye el ejercicio, pedimos a los


participantes que muestren sus dibujos con el fin de
comparar sus percepciones y cobrar conciencia de las
similitudes y las diferencias (o lo que, en cualquier
investigación, se denomina "validación intersubjectiva").
No es extraño constatar entonces que, si bien los dibujos
presentan notables diferencias en cuanto al modo en que
cada uno percibe y representa el mundo, también
contienen sorprendentes semejanzas. De ese modo, la
elección, la forma, el tamaño y la disposición de los
colores e incluso las palabras utilizadas, suelen presentar
muchas similitudes cuando no son completamente
idénticos. Este ameno ejercicio brinda a los pequeños la
oportunidad de comparar sus impresiones, de constatar la
manera en que los otros perciben las cosas y de respetar
adecuadamente tanto sus propios sentidos internos como
los de los demás. No podemos olvidar que la percepción
es un proceso activo en el que filtramos, construimos e
interpretamos lo que percibimos o, dicho. de otro modo,
que formamos parte de nuestras percepciones. No hay
límites precisos que separen el "interior" del "exterior".

229
¿Pero qué son esas luces y colores que ven los,
niños? La práctica totalidad de las tradiciones espirituales
recurre al símbolo de la luz para referirse la naturaleza
del espíritu y utilizan términos cómo iluminación,
luminosidad, claridad, etc., o afirman —tal como hace El
Corán en el Islam— que "Dios es la luz de los cielos y la
tierra".[13] También hay referencias a la zarza ardiente, el
corazón en llamas y las aureolas con que se representa a
los seres espirituales. Dichas aureolas, que con frecuencia
adoptan la forma de un disco brillante o dorado situado
detrás de la cabeza, son el símbolo de la propia
iluminación, la unión y la encarnación del espíritu. Así
pues, Jesús es el Cristo porque, según se afirma, es la
encarnación de dicha luz.

A pesar de su carácter metafórico, el uso de luz


también reviste un sentido literal. Una de las
explicaciones más detalladas a este respecto es la teoría
hindú de los chakras que cuenta con cuatro mil años de
antigüedad. Tanto los Vedas como los Upanishads tardíos
y, más concretamente, un texto del siglo XVI titulado
Sat-Chakra- Nirupana, hacen referencia a los chakras.
Éstos son discos o ruedas de energía (como aureolas)
ubicados en determinadas zonas corporales que vibran en
distintas frecuencias y que producen diferentes
variedades de luminosidad (colores). Como hemos
mencionado antes, la idea subyacente es que el cuerpo
físico es la manifestación más densa de diferentes

230
cuerpos energéticos o, si se prefiere, el resultado de la
intersección de distintos campos energéticos. Estos
campos están conectados entre sí mediante una compleja
red de "hilos de energía" comparables a transformadores
que permiten que la vida, la energía o el prana, fluya
entre el cuerpo material y los cuerpos energéticos
constituidos por distintas vibraciones. En esa red,
nuestras emociones, pensamientos e intenciones son
energía y, en consecuencia, las visiones de colores, hilos,
cadenas y esferas que experimentan muchos niños son
percepciones de dicha energía e información.

Jenna es madre de tres niños y explica lo siguiente


acerca de los colores y formas que ve su hijo de cinco
años. Una noche, estábamos en una fiesta organizada por
la parroquia. De pronto, me di cuenta de que Avalon
estaba hablando muy atentamente con una señora que
trabajaba de maestra en la iglesia y yo me preguntaba qué
es lo que estaría contándole. No pensé más en ello y me
dediqué a la fiesta hasta que la mujer vino y me dijo,
"Sólo quería decirle que Avalon es tan adorable y
extraordinario". Casi tuve que reprimir la risa porque
Avalon y yo solemos discutir mucho. Somos tan distintos
que, a veces, me olvido de que tiene una faceta amable.
Como es natural, le agradecí sus palabras y le pregunté si
sería tan amable de contarme de qué habían hablado
puesto que los había visto muy enfrascados en la
conversación. Ella me dijo que Avalon le había

231
explicado, con todo lujo de detalles, distintas cosas sobre
los cristales. "Me ha dicho que cada persona posee unos
colores diferentes y que cada color significa algo
diferente. La verdad es que me ha dado tantos detalles
que no estoy segura de si percibe todo eso en realidad o,
sencillamente, se lo ha inventado pero, en cualquier caso,
es encantador". Avalan nunca me había hablado de eso.
Sé que tengo que ser muy cuidadosa a la hora de
preguntar sobre esas cosas porque, si lo atosigo, se queda
callado como un muerto. No obstante, estoy empezando a
darme cuenta de lo especial que es".

La ciencia ha comprobado muy recientemente que la


superestructura geométrica de los cristales constituye un
modelo perfecto de la estructura profunda de la realidad:
las moléculas, las matemáticas, los cristales de cuarzo de
nuestros relojes, la geometría fractal utilizada para la
compresión de datos en los archivos adjuntos del correo
electrónico, la forma geométrica del ADN, las pantallas
de cristal líquido de los ordenadores, la estructura de los
copos de nieve," el láser de rubí desarrollado por los
Laboratorios Bell en la década de los sesenta, la
geometría molecular y el almacenamiento de información
en cristales de silicona (o chips) que constituye el corazón
de la informática moderna. Tal vez lo que Avalon,
Maggie, Maia y tantos otros niños afirman percibir no sea
más que una faceta de la geometría sagrada del universo,
ese entramado de materia y conciencia que apenas

232
comenzamos a desentrañar.

En un sentido más práctico, los colores también se


utilizan para enseñar a leer a los niños. Algunos
educadores han descubierto que, si los niños colocan una
transparencia con un color concreto sobre las frases que
están leyendo, su rendimiento mejora sensiblemente. Hay
quienes afirman incluso que, si el niño se concentra
mentalmente en la imagen de una determinada forma
(diamante, cubo, etc.), su capacidad se fortalece todavía
más. Aunque aún no comprendemos completamente
cómo funciona este mecanismo, podemos conjeturar que
la frecuencia y la forma de las distintas formas y colores
activan determinadas energías y actividades neuronales.
Sin embargo, el punto fundamental a destacar es que ya
hay muchos niños que perciben ese mundo invisible y
que están bajo su influencia.

En su autobiografía, Jacques Lusseyran —notable y


jovial personaje que, durante la Segunda Guerra Mundial
y siendo tan sólo, un adolescente, fue dirigente de la
resistencia francesa y que también sobrevivió al campó
de concentración de Buchenwald— describe que, en
cierta ocasión, estaba observando el jardín de sus abuelos,
que vivían en una pequeña población en la campiña
francesa. Las vacaciones de Pascua habían concluido y el
vehículo que los llevaría al tren de vuelta a París ya había
llegado. Pero Jacques estaba llorando en el jardín.

233
"Lloraba —escribe en su autobiografía— porque sabía
que era la última vez que miraba aquel jardín.
Sencillamente, acababa de darme cuenta de eso. No podía
decir cómo, pero no tenía la menor duda. Cuando mi
madre... me encontró por fin y me preguntó cuál era el
problema, no pude sino decirle, 'Nunca más veré este
jardín' ".[14] Tan sólo tres semanas después, cuando sólo
tenía siete años, perdió la vista a causa de un accidente
que sufrió en la escuela.

Sin embargo, su ceguera le permitió ver las cosas de


otro modo ya que aprendió a ver la luz. Un día, varios
meses después del accidente, menciona que le ocurrió lo
siguiente:

Me percaté de que, hasta entonces, no había mirado del


modo correcto. Me parecía que miraba las cosas
superficialmente o desde mucha distancia... Entonces
comencé a mirar de una manera más próxima, no ya a las
cosas sino a un mundo mucho más cercano a mí, como si
mirase desde mi interior a otro lugar que era incluso más
recóndito... Era consciente del resplandor que emanaba
de ese lugar y del que no sabía nada en absoluto... Pero el
resplandor o, por decirlo más exactamente, la luz estaba
allí. Sentí un alivio indescriptible y la felicidad que
experimenté fue tan grande que casi me hizo reír... El
descubrimiento de la luz y del gozo fue simultáneo... Cada
hora que pasaba despierto, e incluso en sueños, vivía
inmerso en esa corriente luminosa... Podía sentir el modo
en que la luz emergía, se expandía y reposaba sobre los

234
objetos dándoles forma... Veía que el mundo era luz,
reposaba en la luz y existía por su causa... La luz era la
razón de mi existencia...
La luz cubría con sus colores todas las personas y cosas.
Mi madre y mi padre, la gente que encontraba o que
corría por la calle, todos tenían sus colores
característicos, colores que, antes de quedarme ciego,
nunca había visto.[15]

Jacques habla también de una joven de la que se


enamoró: "Yo podía seguirla por la estela roja que
siempre la acompañaba y que iba dejando tras de sí.
Aunque no entendía lo que sucedía, me importaba muy
poco puesto que era algo que estaba experimentando. No
obstante, también había períodos en los que la luz se
debilitaba... Solía ocurrir cuando me sentía asustado... El
miedo... me cegaba". Asimismo, los sentimientos de
enojo, impaciencia, celos y ansiedad por querer vencer a
cualquier precio, surtían el mismo efecto y lo sumergían
todo en la confusión. Jacques sigue explicando: "Ya no
podía sentirme celoso o enojado porque, tan pronto como
albergaba esa clase de sentimientos, era como si una
venda me cubriese los ojos... Así pues, armado de
semejante herramienta, ¿para qué iba a necesitar un
código de conducta? Sólo tenía que observar las
variaciones de la luz para aprender a vivir".

Jacques también descubrió nuevos matices en los


sentidos del oído y el tacto. De ese modo, relata: "Mis

235
manos descubrieron que los objetos no se hallan
confinados rígidamente dentro de una forma... sino que se
expanden en todas direcciones. Sólo tenía que mover mis
manos de una rama a otra [de un manzano] para sentir las
corrientes que circulaban entre ellas".[16]

Al igual que Jacques, los niños perciben el mundo de


un modo más profundo de lo que creemos y sus sentidos
internos les revelan que nuestro mundo es mucho más
rico de lo que jamás habíamos imaginado.

Rostros en la luz y la oscuridad

Una noche mi hija más pequeña había invitado a


dormir a una amiga. Aunque estaban agotadas, todavía
intentaban sacar algo de partido a la inercia de un
fabuloso día de juegos. De modo que tomé las medidas
habituales para atenuar la luz, me quedé admirando en la
oscuridad el brillo de las nuevas estrellas que habíamos
colocado en la pared y accediendo a toda clase de
peticiones como las gafas de bucear y otras "urgencias"
del tipo "Tengo que ir al baño", "Necesito traer a la cama
mis caballitos de plástico" o "¿Puedes dejar una luz
encendida". Tras una nueva ronda de besos y abrazos y
apagar de nuevo las luces, salí de la habitación
sospechando que las niñas se quedarían despiertas
hablando un buen rato. Habrían pasado unos veinte

236
minutos cuando escuché que todavía estaban hablando y,
puesto que ya era muy tarde para unas niñas tan
pequeñas, decidí que había llegado el momento de zanjar
inevitablemente la conversación y de hacer que se
durmiesen.

Sin embargo, al acercarme a la puerta de la


habitación, pude escuchar claramente su conversación.
No es que quisiera escuchar a escondidas, pero oía
perfectamente que Ashley, la amiga de mi hija, estaba
hablando acerca de sus visiones de espíritus. "Una vez
estaba en la iglesia y sentí que un espíritu me atravesó de
pronto. No supe lo qué era hasta que no lo sentí. A veces,
también puedo oírlos. Otra vez, escuché la voz de mi
bisabuela que me decía que ella siempre me protegía y
cuidaba de mí".

Mi hija respondió diciendo que ella no oía nada pero


sí que veía gente y colores.

—¿Conoces a esa gente? —preguntó Ashley.


—No —respondió Maia.
—¿A quién se parecen? —inquirió su amiga.
—Son muy diferentes entre sí. Una vez había una niña
pequeña.
—La vez que me caí, sentí que algo me recogía —dijo
Ashley como reaccionando a la frase de mi hija.

Recuerdo que sus padres habían hablado de un

237
espeluznante golpe a gran velocidad en el que la pequeña
dio una vuelta de campana y que podía haber acabado en
un desastre, pero del que salió apenas con unos rasguños.
Las niñas siguieron hablando de diferentes cuestiones
durante varios minutos. No había ninguna señal de que
estuviesen compitiendo entre sí, sino que tan sólo estaban
compartiendo sus experiencias. Yo me sentía
enormemente agradecido de poder escuchar aquellas
palabras, pero ya no quería seguir escondido más tiempo,
de modo que entré en la habitación, les recordé que era
muy tarde y les pregunté por qué estaban despiertas
todavía. Entonces, ellas me permitieron entrar en su
conversación y añadieron nuevas historias y matices hasta
que, finalmente, conseguí que se durmieran.

Cuando los niños —como Ashley y Maia—


comparten sinceramente sus experiencias con alguien que
también ve lo invisible, obtienen el beneficio adicional
del aprendizaje mutuo y de la comparación de sus
impresiones. Una de las cosas que los niños perciben es la
presencia de determinados seres que no todo el mundo es
capaz de ver. En las siguientes páginas, veremos el
alcance de algunos de estos encuentros.

Aunque las descripciones que siguen son bastante


comunes, no por ello son menos sorprendentes. Una
amiga de la familia, llamada Alison, había fallecido, y
Julie asistía a su entierro acompañada de sus hijos

238
pequeños. "Teníamos una amiga que murió el pasado
diciembre —éxplica la mujer—, los chicos y yo fuimos al
entierro y vimos el féretro. Tres o cuatro días después,
Jamie, que tiene tres años y medio, vino a mi habitación y
me dijo, 'Alisen ha venido. Ahora es un ángel' ".

Sydney, de tan sólo un año y medio, comenzó a


hablar de la "señora" que vivía en su vieja casa
victoriana. La madre de Sydney relata: "A veces, cuando
voy a su habitación a despertarla de la siesta, se pone el
dedo en los labios y, haciéndome callar, señala a una
pequeña mecedora que hay en su cuarto. Es como si sus
ojos siguieran el balanceo de la mecedora, aunque yo no
puedo ver nada. No parece asustada. Aparentemente, la
mujer se queda sentada en la mecedora mientras Sydney
duerme su siesta. El otro día —prosigue diciendo la
madre de Sydney—, Fran [una empleada y amiga] estaba
ordenando algunas fotos que había en su escritorio,
cuando cayó al suelo una foto de Lydia Hicks. Sydney
fue hasta ella y, señalándola, dijo muy excitada,
"¡Señora!". Entonces Fran le preguntó si ésa era la mujer
que veía en su habitación, a lo que Sydney respondió
afirmativamente. La foto pertenecía a su tatarabuela,
quién vivió y murió en esa casa Veinte años antes de que
Sydney naciese".

Sarah, otra niña de once años, pasaba una temporada


en casa de su abuelo unos días antes de que éste falleciese

239
en un accidente automovilístico. Su abuelo y ella siempre
habían mantenido una relación muy estrecha, pero la
muerte del abuelo fue tan repentina que Sarah no pudo
despedirse de él. Ella explica lo siguiente: "Incineraron
sus restos y todos asistimos al funeral, aunque yo no
sentía que estaba dándole el adiós definitivo a mi abuelo.
Pero creía que ya no iba a volver a verlo y lo añoraba
mucho. Esa noche dormí en su habitación. La casa estaba
llena de gente puesto que el resto de la familia también
había venido. Yo no podía conciliar el sueño porque lo
extrañaba mucho. A eso de las nueve, me dormí durante
una hora pero, al dar las diez, me puse a pensar otra vez
en él. En torno a la medianoche, tuve la extraña sensación
de que había alguien más en la habitación. Podía percibir
el aroma de la pomada "Ben Gay" desplazándose por el
cuarto. Antes de eso, la habitación no olía en absoluto.
Yo había utilizado esa habitación desde que tenía nueve
años y no comenzó a oler hasta esa medianoche, cuando
todo el mundo estaba durmiendo. El olor era muy débil al
principio y creí que lo estaba imaginando, pero después
se hizo cada vez más intenso. Cuando vivía, mi abuelo
usaba mucho esa pomada. Supe sencillamente que era él.
Después, el aroma fue desvaneciéndose poco a poco.
Creo que tan sólo estaba diciéndome adiós".

La explicación metafísica más común afirma que,


cuando el cuerpo muere, la esencia o alma sigue
existiendo en un dominio inmaterial. Siempre me han

240
fascinado los relatos sobre experiencias cercanas a la
muerte de personas que, tras haber estado clínicamente
muertas, explican el modo en que flotan por encima de su
cuerpo, siendo también muy frecuente que vean a
parientes, amigos, antiguas mascotas y, en ocasiones,
seres angelicales que les dan la bienvenida. Sin embargo,
en el tránsito de la muerte, hay quienes avanzan y parecen
evolucionar, mientras que otros se sienten aterrorizados y
confusos.

No todos los encuentros con lo invisible son


placenteros sino que también pueden ser profundamente
inquietantes, tanto para los niños como para sus confusos
padres. Esto es lo que cuenta una madre: "Cuando mi hijo
mayor estaba aprendiendo a andar, vivíamos en una isla
y, como no teníamos coche, solía llevarlo a todas partes
con un trineo. A él le gustaba mucho y, siempre que
montaba, se sentía muy contento. Muchas veces
explorábamos así los pequeños senderos. que recorrían la
isla de un extremo a otro. Cierto día, sin embargo,
descendimos por un pequeño sendero que no habíamos
visto anteriormente. Nos adentramos en él sin ningún
problema hasta que, de pronto, mi hijo comenzó a llorar,
saltó del trineo y se negó a montar de nuevo, sumiéndose
en una rabieta monumental y comportándose como nunca
antes lo había hecho. Después de calmarse, volvió a subir
al trineo y nos pusimos en movimiento de nuevo como si
nada hubiese ocurrido. Al día siguiente le conté este

241
extraño incidente a la canguro y ella me dijo que, haría
cosa de treinta o cuarenta años, un niño que iba en un
trineo había muerto en ese mismo sendero".

Desde su infancia, Ellen no ha dejado de ver toda


clase de seres inmateriales. "Algunos de ellos se sentían
bloqueados y confusos —explica—. Había veces en que
mostraban un gesto de miedo, confusión o dolor dibujado
en su rostro y parecía que buscaban ayuda. Pero los seres
que comenzaron a aparecer tras la muerte de mi madre
son angelicales. Ellos son mis maestros. Recuerdo que el
rostro del primer ser con quien hablé tras el fallecimiento
de mi madre emanaba una luz resplandeciente y su piel
parecía iluminada. Estos maestros no parecen personas de
verdad sino que son seres inmateriales, construidos de
energía. Cuando miras su cara, puedes percibir el
movimiento de cada partícula. Es como un centelleo".

Una extraña noche, hace más de sesenta años, Bill


también vio a seres angelicales. Bill —antes
vicepresidente de una gran empresa y, en la actualidad,
terapeuta profesional— recuerda ese momento de su
infancia que le sirvió de referencia durante el resto de su
vida: los rostros que vio eran hermosos y cordiales. "Yo
vivía en un suburbio de Chicago —relata— con mi
numerosa familia de inmigrantes italianos formada por
catorce personas. Muchas veces me despertaba en medio
de la noche, pero mi dormitorio carecía de electricidad y

242
estaba muy oscuro. Sin embargo, cuando desperté en
aquella ocasión, había mucha luz y era como si el techo y
las paredes hubiesen desaparecido. Donde antes estaba el
techo del dormitorio, había ahora una escalera de oro que
conducía hacia la luz. Algo me dijo que me acercase a ver
la luz y estar junto a ella, así que comencé a ascender por
la escalera. No tenía barandilla sino que estaba construida
con escalones de oro. Había entidades a ambos lados de
la escalera para impedir que me cayese. (Lo que
comprendí muchos años después, cuando comencé a leer
sobre serafines, ángeles, etc., es que había una jerarquía
de ángeles custodiando el camino hacia aquella luz
fabulosa. Términos como "belleza" y "pureza" son toscas
descripciones de lo que sentí entonces.) Así que subí para
escuchar lo que es la vida y lo que es el cielo. Tan sólo
tenía cinco años y aquello me resultaba pavoroso y
sobrecogedor, pero la "luz" se dio cuenta de mi estado.
Aunque no mediaron palabras entre nosotros, hubo en
todo momento algún tipo de comunicación que, desde
entonces, no me ha abandonado y que puede asumir, en
ocasiones, la forma de voces y palabras. Ya no estaba en
mi cama, sino que miraba atrás y veía mi cuarto y
también a mi tío, que compartía la habitación conmigo.
Cuando descendí, entré en la casa por el recibidor. En los
momentos difíciles de mi vida, siempre trato de recordar
las lecciones que me fueron mostradas a los cinco años,
esto es, que todos estamos relacionados, que vamos en
una determinada dirección y, sobre todo, que somos

243
amados."

Los niños también tienen amigos imaginarios. En los


momentos más intensos del juego, una niña puede tratar a
su muñeca con gran cuidado como si fuese un bebé o
bien, en el fragor de un día difícil, un animal de peluche
se transforma en un confidente al que abrazar y en quien
refugiarse. Puede incluso que los niños conviertan a estos
amigos imaginarios en sus compañeros. Ese interesante
juego posibilita que los pequeños experimenten con
distintos roles y situaciones. Sin embargo, hay ocasiones
en que los amigos imaginarios pueden ser algo más que
una mera fantasía. Por ejemplo, Laura, una pequeña de
dos años y medio, tenía una amiguita que era invisible
para su madre, pero que ella afirmaba ver con toda
claridad. Su madre afirma: "Laura le puso el nombre de
Hana Melocotón. Hana Melocotón venía a jugar con
Laura y, muchas veces, Laura me hablaba de su amiga
con todo lujo de detalles. Me explicaba, por ejemplo, que
su amiga era una pequeña niña japonesa. Aunque Laura
nunca había tenido contacto con la cultura japonesa, años
después supimos que la palabra japonesa hana significa
melocotón. Y Laura siempre nos dio ambos nombres".

A sus cuatro años, Tammy también tenía un amigo,


llamado Robert, al que sólo ella podía ver. Pero Robert
era completamente real para ella, alguien muy diferente
de sus muñecas o de los personajes imaginarios. Al

244
describirlo, Tammy menciona: "Lo más extraño es que,
de hecho, veía a tres seres. Robert era el que más se
relacionaba conmigo. Era pequeño, poco más o menos de
mi tamaño. Pero, si bien parecía un niño, no era infantil
en absoluto puesto que sabía muchas cosas. Yo me
comunicaba mentalmente con él pero, si estaba sola,
también le hablaba en voz alta. Detrás de Robert había
una chica con aspecto de ángel. Ella flotaba y portaba. un
vestido blanco, diáfano y vaporoso. Nos observaba y
protegía tanto a Robert como a mí. Justo detrás de ella,
había ese otro ser, ¡que no tenía forma ni género!
Parecían formar una fila, pero es muy difícil de explicar.
Su recuerdo nunca me abandona".

Una vez que Diana —de la que hablamos en el


capítulo 1— se convirtió en madre, empezó a dudar sobre
la comunicación que mantenía con su difunto padre y se
preguntaba si no sería una pura fantasía que había
mantenido desde los doce años, la edad en que éste
falleció. Cierta noche en que necesitaba alguna prueba:
"Recuerdo que a eso de las 10:30 le dije a mi padre que
necesitaba alguna prueba de que todo había sido real. A
las 2:30 de la madrugada, mi hija, Claire, que sólo tenía
dos años de edad pero ya hablaba mucho, se despertó y se
puso a señalar al vacío, '¡Está aquí, mamá, está aquí!'
Parecía un poco nerviosa y asustada, mientras no dejaba
de señalar al mismo punto. Eso volvió a suceder
prácticamente cada noche a la hora de acostarse. A veces,

245
Claire me decía, 'Esa persona ha vuelto'. Luego comenzó
a decir que también veía a un perro y decía, 'Mi perro'. En
cierta ocasión en que sentí la presencia de mi padre,
Claire apuntó con su biberón hacia ese lugar diciendo,
'Mamá, ese señor está aquí otra vez'. Anoche mismo
estaba leyéndole a Claire en su cuarto cuando, de repente,
sentí la presencia de mi padre. Entonces Claire levantó la
cabeza y dijo, 'El chico grande está aquí otra vez, mamá'.
Extendí la mano en el aire y sentí un hormigueo en mis
dedos. Puse a Claire en su cuna, pero ella siguió mirando
hacia la misma zona de la habitación y, con una sonrisa,
dijo, 'Chico grande aquí ahora, mamá'. A la mañana
siguiente, estaba descolgando un retrato de papá, cuando
Claire sonrió primeramente y, luego, dijo sin dejar de
sonreír, 'Éste es el papá'. Entonces le precisé que ése era
mi papá. 'Es el chico grande', me dijo sonriendo y
asintiendo con la cabeza. A continuación le pregunté si
era quien la miraba y ella volvió a asentir. Cuando le
pregunté dónde estaba en ese momento, Claire tiró de mí
hasta su cuarto y dijo señalando a un determinado punto,
'Está aquí'. Le pregunté si era su amigo y ella se rió y
volvió a asentir con la cabeza".

En su diario, Diana planteó la siguiente pregunta a su


padre, "¿Por qué estás con Claire?" Y su respuesta fue la
siguiente: "Quiero estar con ella mientras tenga la
posibilidad de conocerme. Ella no podrá estar conmigo
siempre y deseo que me conozca mientras pueda hacerlo.

246
Sólo quiero ser su abuelo un poco".

Más allá del tiempo

En el libro de poemas Cuatro Cuartetos, T.S. Elliot


escribe: "Ser consciente significa estar fuera del tiempo".
[17] Muchas veces, los niños parecen "fuera del tiempo" y

su sentido del reloj y del calendario es completamente


distinto de la percepción del tiempo que tenemos los
adultos. Sabemos que el tiempo no se mueve de manera
uniforme hacia el futuro y que hay momentos que se
miden mejor por su cualidad e intensidad que por la
cantidad. Podemos perder la noción del tiempo. cuando
estamos muy concentrados o bien un largo viaje en el
asiento trasero del coche puede parecer una eternidad:
"¿Cuánto falta para llegar?"

Más allá de esas alteraciones normales del sentido


del tiempo, hay niños que son capaces de salvar la
aparente distancia que se cierne entre el pasado, el
presente y el futuro. La evidencia más reveladora a este
respecto es la memoria o el recuerdo de épocas pretéritas
y la precognición del futuro que manifiestan muchos
niños. Físicos como Einstein —así como diferentes
filósofos y místicos— sostienen que nuestro sentido
lineal y secuencial del tiempo tan sólo es uno de los
posibles modos de percibirlo. Por un lado, se afirma que

247
el tiempo es relativo a la velocidad de nuestro
movimiento pero, por el otro, también se dice que es
eterno e instantáneo. La mente racional es incapaz de
comprender las paradojas temporales como, por ejemplo,
¿cómo es posible que algo esté a punto de suceder y
también que haya sucedido? No hace falta pensar
demasiado al respecto para concluir que, en un universo
multidimensional, el tiempo es curvo. Tan sólo
necesitamos considerar la experiencia directa de los
niños. Por ejemplo, Hildegard von Bingen (cuyas
visiones comenzaron cuando era pequeña) predecía, en
ocasiones, eventos futuros. Pero los niños no sólo nos
cuentan lo que sucederá en el futuro sino también lo que
ocurrió hace mucho tiempo.[18]

June comenta: "Sabía que iba a marcharme, pero no


sabía cuándo. Me veía subida a un tren abandonando mi
hogar y trasladándome a una ciudad lejana. Durante
varios años esa imagen se repitió con regularidad. Incluso
estando despierta, la imagen aparecía en mi mente, pero
no estaba segura de su significado. Lo que veía y sentía
no me parecía un evento agradable sino, más bien, un
acontecimiento traumático. La visión parecía devastadora
y, aunque se repitió durante años, nunca hablé de ella.
Pero, a la larga, se cumplió. Mi madre fue ingresada en el
hospital aquejada de tuberculosis y fui enviada con unos
parientes que vivían en otra zona del país. Subí al tren,
que era exactamente como el que había visto muchas

248
veces, y me sentí como me había sentido en mis visiones.
El sueño se había cumplido y hasta que no pasaron tres
años, no volví a ver a mi madre". Los niños nos dicen lo
que pasará y también hablan de cosas que ocurrieron hace
mucho tiempo. Theresa refiere la experiencia que tuvo
con Nicole, una niña de tres años: "El otro día, Nicole y
yo estábamos tomando el desayuno y, sin venir a cuento,
me dijo, 'Hace mucho, mucho tiempo, cuando yo era un
niño pequeño, sabía encender y apagar la luz sin ayuda de
nadie'. Entonces le pregunté cuál era su nombre de
entonces y ella me respondió que no se acordaba en ese
momento, pero que tenía once años y que yo también
había sido su madre. Tras unos cuantos bocados a su
tostada añadió, 'Y hace mucho, mucho más tiempo, tú
eras un chico y yo era tu mamá, y la abuela, el papá y los
tíos también estaban allí'. Hasta ese momento había
estado escuchando en silencio, pero entonces dije algo así
como '¿Ah, sí, también estaban?' Y la respuesta de Nicole
fue, 'Sí, mamá, cada vez le toca a uno. Todo el mundo
tiene su turno', Lo único que pude decirle fue algo así
como 'Mamá no siempre se acuerda tan bien de las cosas
como tú'. Bien, Nicole dejó su tostada, me miró fijamente
a los ojos y dijo, 'Mamá, sé todo lo que tú sabes'. En ese
momento, pareció que Nicole me engullía y sentí un
temor y una humildad tales que no supe que añadir. No
hay nada como mostrarse humilde ante la verdad que nos
transmite una niña de tres años. Es tan fascinante
escuchar lo que ella comparte conmigo sobre los ángeles,

249
las hadas y los "colores" que ve en la gente".

Nancy y Llael —que por aquel entonces tendría diez


áños y a la que ya hemos conocido en la primera parte de
este capítulo— retomaban del trabajo y la escuela
respectivamente por una carretera local que discurría en
paralelo a la vía del ferrocarril. Nancy explica: "Llael
estaba comentándome cómo le había ido el día cuando,
de pronto, el tren lanzó un estruendoso pitido al pasar
justo al lado de su ventanilla. Era una tarde invernal muy
oscura, así que tardé unos instantes en darme cuenta de
que la respiración de Llael estaba muy agitada. Pasaron
entre veinte y treinta minutos antes de que su corazón y
sus emociones se recuperasen. Ella me contó entonces
que había visto a su amante morir atropellado por el tren.
Añadió que eso había sucedido en Bath y que ése era un
hombre muy gracioso. Entonces, le dije que, en
Inglaterra, había una ciudad llamada Bath".

Ian Stevenson —anterior director del departamento


de psiquiatría de la University of Virginia Medical School
— ha analizado documentos históricos como archivos
municipales, partidas de nacimiento, certificados de
matrimonio y defunción, archivos de hospitales, registros
de la propiedad, etc., para tratar de encontrar pruebas que
corroboren esta clase de eventos relativos, presuntamente,
a vidas anteriores.[19] De ese modo, a la hora de
corroborar un informe como el incidente de Llael

250
referente a Bath, Stevenson trata de reunir tantos detalles
como le es posible —nombres, fechas, descripciones de
lugares y eventos— e investiga los archivos para
descubrir si ocurrió un accidente mortal en esa época y
lugar. Y no es infrecuente que esa clase de eventos se
vean confirmados por la documentación existente. Así
pues, la meticulosa investigación llevada a cabo por
Stevenson aporta pruebas tangibles de que, en numerosas
ocasiones, los recuerdos y las reacciones, emocionales de
algunos niños se corresponden con eventos que
sucedieron antes de que ellos viviesen, llegando incluso a
constatar que muchos síntomas crónicos —como
inflamaciones crónicas de garganta, erupciones cutáneas
o incluso marcas de nacimiento— están relacionados con
las zonas del cuerpo donde la persona sufrió heridas en su
presunta vida anterior. Pero exploraremos este fenómeno
más detenidamente en el capitulo 8.

La hija de Karen, de seis años de edad, dijo un día


que había fallecido a causa de la puñalada recibida en una
pelea callejera. Según explica Karen: "Ella me preguntó,
'Mamá, ¿qué significa?' Me dijo que tenía: muchos
sueños sobre ese incidente y también visiones estando
despierta. Me describía el suceso con tanto lujo de
detalles que no podía salir de mi asombro, Además, no es
la clase de evento que suceda en el ambiente en que
vivimos. Karen no parecía asustada, sino tan sólo
extrañada. Decía que era como si le hubiese ocurrido a

251
otra persona pero que, de algún modo, también era ella".

Según una encuesta de Gallop efectuada en el año


1999, buena parte de la población mundial cree en la
noción de la reencarnación y cerca del 15 por ciento de
los estadounidenses también sostienen la misma creencia.
Aunque la reencarnación es la doctrina central del
hinduismo y el budismo, también podemos encontrar
dicha doctrina en otras tradiciones espirituales del
mundo. De ese modo, el Zohar —o Libro del Esplendor
— de la Cábala hebrea explica detalladamente el ciclo de
la muerte y el renacimiento.[20] Por su parte, la
reencarnación también constituye uno de los pilares de la
fe en el sufismo, el núcleo místico del Islam. Y, si bien la
iglesia cristiana ha invertido, desde el siglo IV, una
considerable cantidad de energía en desterrar la idea de la
reencarnación, se afirma que Jesucristo también se refirió
a ella al afirmar que el difunto Elías había retornado
como Juan el Bautista.[21] El poeta libanés Kahlil Gibran
capta esta idea de manera muy elocuente: "No olvides
que retornaré a ti... Un poco de tiempo, un momento de
reposo sobre el viento, y otra mujer me llevará en su
interior".[22]

La conciencia de los niños se extiende hacia el


pasado y el futuro de modo sorprendente, y sus
experiencias pueden ayudarnos a comprender el misterio
del tiempo.

252
Protección

Uno de los sentimientos que más perturban a los


padres es el de contemplar con impotencia el accidente de
algún hijo. Sin embargo, en numerosas ocasiones, los
afortunados niños tan sólo sufren algunos rasguños y
desgarrones. Hay veces en que la explicación más
convincente parece ser la suerte o la buena fortuna pero,
otras, los niños explican e insisten en que la causa es la
intervención directa y divina del dominio invisible. Los
relatos que siguen son bastante comunes y nos hablan de
la protección que puede brindarnos un mundo que somos
incapaces de ver.

Ginger es el nombre de una directora de proyectos


informáticos que está casada con un militar en la reserva.
Cierta noche, antes de que su hija Eryn cumpliese dos
años, ambas estaban jugando en el cuarto de la pequeña,
situado en el tercer piso de la casa. Ginger sigue
explicando: "Estaba arriba jugando con mi hija en su
habitación cuando escuché un zumbido lejano que
indicaba que el programa de la lavadora, situada en la
planta baja, había acabado. Entonces, bajé corriendo para
sacar las sábanas de la lavadora y, en ese mismo
momento, Skip [el marido] llegó a casa. Él y yo subimos
juntos. las escaleras hasta el segundo piso. Skip siempre
cumplía un ritual nocturno consistente en que, al llegar a
casa, Eryn salía corriendo a recibirlo y él la levantaba en

253
brazos besándola y abrazándola. Pero, esa noche, fuimos
testigos de algo que desafía todas las leyes de la física.
Eryn salió a toda velocidad de su habitación. Nosotros
estábamos en el segundo piso y miramos hacia arriba en
el mismo momento en que Eryn quedó suspendida en el
vacío sobre las escaleras del tercer piso. No había manera
de que pudiésemos sostenerla. Fue un momento de pánico
que nos dejó petrificados e impotentes. Pero, de pronto,
mientras estaba en el aire, Eryn fue propulsada
nuevamente contra la pared de la escalera. Subimos a
toda prisa y pudimos verla sentada sonriendo claramente
a algo que nosotros no podíamos ver".

John, de tres años, había ido con su hermanastro


mayor a visitar a unos amigos que vivían en un
apartamento situado en un tercer piso y que tenía una
puerta trasera en la cocina que daba a un balcón. Habían
transcurrido unos pocos minutos desde su llegada y John
ya se las había arreglado para coger una silla que estaba
en el balcón, subirse a ella y caer desde una altura de tres
pisos. Una de las personas que había en la casa, lo vio en
el suelo y llamó de inmediato al teléfono de urgencias
para pedir una ambulancia, mientras el resto de los
presentes bajaba a toda prisa. John estaba consciente y le
dijeron que no se moviese. No lloraba, pero parecía algo
asustado por todo el alboroto. Cuando llegó la
ambulancia, trasladó rápidamente a John al hospital más
cercano. Inexplicablemente, no tenía ningún hueso

254
fracturado, sino sólo un par de rasguños. Su madre acudió
rápidamente al hospital y, una vez que comprobó que
estaba en perfecto estado, le preguntó qué había pasado.
La respuesta de John fue: "Un hombre vestido con un
traje de oro me ha sostenido cuando caía". Y quería saber
quién era ese hombre.

Una maestra de escuela llamada Nancy afirma: "Mi


hijo más pequeño, que entonces tenía cuatro años, estaba
en el porche trasero jugando con sus cochecitos, cuando
uno de ellos cayó fuera del porche y el pequeño salió
corriendo tras él sin mirar. De repente, tropezó, giró
completamente en el aire sobre su lado derecho y aterrizó
de pie. Lo más increíble de todo es que dijo que un ángel
lo había sostenido, lo había enderezado y puesto en pie.
También dijo que el ángel era de color blanco y parecía
una estatua".

Y Mark, piloto de aviones comerciales, nos cuenta lo


que ocurrió cuando su hijo de cinco años se cayó por la
ventana del tercer piso de su casa. Según explica: "Fue
como si nuestra peor pesadilla se hubiese hecho realidad.
Mientras bajábamos a toda prisa por las escaleras
estábamos en un completo estado de pánico. Pero, cuando
llegamos al lugar donde había caído mi hijo, estaba
sentado en el suelo. Se sentía un poco aturdido, pero
parecía estar bien. Miraba a su alrededor y preguntaba
dónde se habían escondido los 'chicos'. Cuando le

255
pregunté a qué se refería, él me respondió, 'Los que iban
vestidos de oro y que me han sostenido' ".

Una nota de cautela

Los místicos y los sabios suelen referirse a la


capacidad de ver lo invisible. Sin embargo, también
advierten contra esa clase de poderes, afirmando que cabe
la posibilidad de quedar fascinado por ellos ya que si no
tenemos mucho cuidado, pueden apartarnos del sendero
espiritual. Por ejemplo, la gente que invierte su energía en
el desarrollo de sus capacidades psíquicas sin desarrollar
simultáneamente su compasión, intelecto, madurez
emocional y responsabilidad personal, se preocupan
excesivamente de su propia realización y pueden acabar
destruyendo su propio "crecimiento" espiritual y el de los
demás. Una muchacha de doce años expresa, en los
siguientes términos, una opinión muy equilibrada sobre
su propia capacidad telepática: "Es difícil pensar cómo
sería la vida sin ella. Ya me he acostumbrado, pero eso no
es lo importante. Sencillamente tengo esa capacidad y la
utilizo".

El desarrollo de nuestro potencial espiritual exige la


integración y el equilibrio de las diferentes instancias de
nuestro ser. Se puede ser muy intuitivo y haber
desarrollado notablemente dicha capacidad y, sin
embargo, no llevar una "vida acorde". Es fácil encontrar

256
casos de personas dotadas de poderes psíquicos cuya vida
está desintegrada. No obstante, cuando tenemos la
suficiente sensibilidad, no es difícil obtener respuestas y
tratar de plasmarlas en nuestra vida. A la postre, no son
las capacidades extraordinarias o las experiencias
maravillosas las que determinan la espiritualidad de una
vida, sino que la medida de nuestra espiritualidad radica
en lo que hacemos con dichas experiencias, es decir, en lo
que aprendemos de ellas y en el modo en que las vivimos.
Las experiencias profundas son importantes puntos de
referencia en nuestro viaje y las capacidades intuitivas
una modalidad de conocimiento tan poderosa como
incomprendida pero, cuando no están dirigidas por la
sabiduría y el amor, son desestabilizadoras. De ese modo,
son muchos los sabios y místicos que nos advierten de
que cualquier poder humano —ya sea físico, intelectual o
intuitivo— se torna destructivo cuando no está guiado por
la fuerza del corazón.

Ciertamente, sólo hemos tocado la punta del iceberg


del conocimiento interior que tienen los niños acerca de
las múltiples dimensiones del universo. He tenido ocasión
de hablar con niños que evidencian notables capacidades
de sanación, refieren complejas tecnologías que todavía
no existen, afirman ver hadas, describen la vida en otros
planetas, conversan con Dios y tienen muchas otras
experiencias extraordinarias. Así pues, la afirmación de
que hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que

257
nunca hemos soñado es especialmente aplicable a los
niños. Así pues, nuestra principal tarea como padres y
amigos consiste en respetar y tratar de entender tanto lo
que ven nuestros hijos como el modo en que lo ven y,
principalmente, infundirles ánimo en lugar de limitarnos
a juzgarlos.

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