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De Nicolás “Firu” Fernández

Dedicado a
Benjamín y Martina, mis enanos de piernas cortas y corazones gigantes

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Siempre tuve las piernas cortas.
Cuando iba a la escuela, era el primero en la fila. El clásico enanito de
jardín que todos se reían. No por eso, dejaba de ser feliz.

Tener las piernas cortas no es algo tan malo como puede parecer. Por
ejemplo, caerse al suelo, es mucho más rápido; y levantarse aún más.
Esconderte bajo una mesa es una tarea sencilla. Para mamá seguís
siendo el chiquito de la casa, aunque sea tan literal. La ropa te dura
más tiempo, porque no creces tanto. Y en caso de pelea en el recreo,
es mucho más fácil eludir un golpe, al escaparte por la entrepiernas
de tus enemigos.

Pese a todo esto, yo sabía que mi baja estatura también tenía sus
contras… por ejemplo, los apodos: “Chichón de piso”, “Elfo de
Santa”, “El enano de Blancanieves”, entre otros. Que la tía gorda viva
agarrándote los cachetes como si fueran de plastilina, porque sos su
“Chiquito”.

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Fue así que un día, sin dudarlo demasiado, o si… no, no lo dudé… ta,
capas que lo dudé un poco, pero no demasiado, decidí explorar el
mundo mediante los libros. En cada página encontraba algo que me
motivaba a pensar: “Che, capas que ser distinto, así sea siendo el más
chiquito de estatura, no es tan malo”. El primer libro fue “Pulgarcito”,
puede ser que me fui al punto más crítico de mi problema. Porque
hablar de un niño del tamaño de un dedo, ya es un poco extremista.

Pero ese libro, me demostró que por más chiquito que sea, no hay
gigante barbudo y mal humorado que pueda detenerme.

Seguí leyendo… uno, dos, tres, mil libros más. Hasta que un día
escribí el mío. Como no suelo tener muchas ideas inteligentes, de
esas que la gente dice “Uy que inteligente”, empecé a buscar
historias asombrosas, de personajes increíbles, en escenarios
fantásticos, de mundos maravillosos… pero me di cuenta que
básicamente, es lo que hay en todos los libros.

Cuando ya me daba por vencido, se encendió la lamparita de mi


cabeza, y una idea me llegó. Iluminó tanto esa idea, que todos los
que estaban a mí alrededor, tuvieron que ponerse lentes de sol y
bronceador. ¿Cuál fue esa idea? ¿Cuál fue esa “brillantes ideológica”

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que paseó por todo mi cerebro y cerebelo? Simple, ser un enano
poco creativo.

Y así, soltando palabras, una tras otra, escribí este libro… y la lista de
los mandados que mamá me dictó para ir hasta el almacén. Que
también la compartiré con ustedes.

Ahora, sin perder más tiempo, porque el tiempo es tirano, y los


tiranos son malos como los abrojos, porque no sé si les dije que los
abrojos son malos, que digo malos, ¡¡¡Malísimos!!! Porque vos no les
haces nada, y ellos son tan malos que de puro malo malo que son
vienen y así re malos te pinchan las patas. Por eso, sostengo he
insisto que los abrojos son malo malo malísimos, daré comienzo con
este libro poco creativo que pase a llamar… “Don Quijote de la
mancha” ¡No! Perdón, tampoco fui TAN poco creativo… decía, daré
comienzo con este libro poco creativo que pase a llamar: “Cuentos
cortos para niños con piernas largas”.

¡¡¡Pasen la página!!!

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Mi cumpleaños número ocho, fue muy especial… lo recuerdo como si
hubiera sido ayer… porque fue ayer.

Me levanté temprano como todos los días… a las siete de la mañana,


de una patada, a lo karateka, volé las sabanas de mi cama; y de un
salto, como un karateka, quedé parado. Como un karateka salí
corriendo hacia el baño. De un puñetazo, como un karateka, abrí la
puerta. Con la fuerza de un karateka, apreté el pomo de la pasta, y
como un buen karateka, me lavé los dientes. No sé si les dije que
cuando sea grande quiero ser… astronauta. Odio los karatekas, pero
a mi papá pasa todo el día viendo películas de karatekas; y ya nombre
tanto a los karatekas, que no se si quiero ser un astronauta chino y
llegar a la luna a patadas, o ser un karateka que vive en la luna.

Volvamos al tema importante, los karate… ¡No! Mi cumpleaños. Me


lavé los dientes y salí corriendo a la cocina como… un buen niño. Los
karatekas no van a la cocina. Porque ahí está el sensei, y cuando el
sensei está en la cocina, los karatekas no entran. Por si no lo saben, el

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sensei vendría a ser como la maestra Aida. El que le enseña todo a los
que quieren ser karatekas. Desde cómo dar una patada, romper un
ladrillo con las manos, o comer arroz con palitos.

Cuando llegue a la cocina, mi madre me estaba esperando con el


desayuno pronto. De un trago me baje la leche y de cuatro gritos
calme el calor de haberme quemado la garganta. En dos mordidas
me comí las tostadas, y con dos palmadas en la espalda me ayudo
mamá a des atragantarme.

Rocío, mi hermana más chica, estaba en su sillita prendida al biberón.


Para ella comer era la pasión más grande, como para mí los karatekas
y para mi papá los astronautas. ¡No! Al revés… para mí los biberones,
para mi hermana los karatekas y para mi padre los astronautas. ¡No!
Para mí los astrotekas… bueno, no importa… ustedes ya entendieron.

Sonó la bocina y era la bañadera que venía a buscarme para ir a la


escuela. Beso a mamá, beso a Rocío… agarrar la túnica y la mochila y
salir corriendo a encontrarme con mis amigos… que venían
durmiendo en el bus.

Mi escuela es una escuela como cualquier otra. Sin mucha ciencia…


pero con mucha matemática. Lo que más me importaba, de ese día,

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es que en la mochila llevaba las tarjetas para invitar a mis
compañeros de clase, a vivir una fiesta increíble en casa. Solo faltaba
un día para cumplir un año más.

La clase transcurrió de la forma más normal del mundo. Lo misterioso


comenzó en el recreo…

Cuando salí al patio, como todos los días (menos los sábados y los
domingos que no voy a la escuela), noté algo muy particular en
Carolina. Ustedes se preguntarán ¿Quién es Carolina?... ¿Ya se lo
preguntaron? ¿No? ¡Háganlo! Así puedo seguir con el cuento…



¿Listo? ¡¡¡Bien!!! Sigo entonces, Carolina era mi compañera de
banco; aclaro por las dudas, que yo no trabajo en un banco; esos
lugares enormes donde la gente va a dormir en asientos duros,

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esperando que un señor detrás de una ventanilla, diga un numero
para que alguien se acerque, le ponga cara de interesante y el señor
le de plata. A lo que me refiero con “compañera de banco”, es que en
mi clase, tenemos unos pupitres súper archi híper mega viejos, los
cuales compartimos entre dos. Volviendo a Carolina, Yo noté una
actitud muy rara en ella cuando llegue, y era que no dejaba de
tocarse la cabeza. Se me ocurrieron muchas cosas cuando la vi, como
por ejemplo:

1- Tiene una “idea remolona”, que quizás todavía estaba


dormida, y lo que hacía era rascarse el coco para intentar
despertarla.
2- Se estaba quedando calva como el tío Hugo, el marido de la
Tía gorda, y lo que intentaba era acomodarse los pelos para
que no se le notara.
3- No sabía qué hacer con las manos y trataba de guardárselas
en la cabeza.
4- Le picaban las uñas y se las estaba rascando con el pelo.

¡Pero no! Ninguna de mis brillantes ideas era la respuesta correcta.

Con mi grupito de amigos, decidimos investigar y descubrir que


estaba pasando por la cabeza de Carolina.

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La seguimos por patio, nos escondimos detrás de los árboles, dentro
del arenero y hasta logramos infiltrar a una niña como espía en el
baño. Y pese a nuestros esfuerzos, nada de eso consiguió la
información que estábamos buscando. Algo le pasaba… algo la
molestaba… ¿pero qué? No solo no dejaba de rascarse, sino que
encima, ponía cara de chupar limón. Así como toda arrugada, como si
estuviera molesta por algo.

El misterio nos estaba explotando la cabeza.


Fue entonces cuando Ismael, uno de mis amigos tuvo la mejor idea
de todas…
-“¿Y si voy y le pregunto?”.
¡¡¡Aplauso, medalla y beso!!! ¡¡Todos de pie ovacionando la idea!!
Todo un recreo perdido para resolver ir y preguntarle.

Como buenos espías, ultra híper mega secretos, nos dividimos en el


patio para cuidar la retaguardia de nuestro colega, que se aventuraba
a resolver el misterio más grande de todos.

Fue así que organizamos la estrategia… lo abrazamos deseándole


suerte. Con lágrimas en los ojos, siendo consciente de la arriesgada
misión que debía cumplir, nos pidió que de suceder lo peor (O sea,

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que se enterara la maestra y nos mandara a la dirección), le
dijéramos a su mamá que la quería mucho, que su sopa era un asco y
que todos sus juguetes los donara a un hogar de perros.

Sincronizamos relojes… nos miramos todos a los ojos… y comenzó la


tarea de estos intrépidos detectives.

Ismael dio uno… dos… tres pasos. Ya podía oler el tufo insoportable
de los “chicitos” que estaba comiendo Carolina de merienda. Dio
cuatro… cinco… seis pasos. Ahora, el sonido de la rascada de cabeza
se percibía… siete… ocho… nueve pasos… ¡¡¡¡Y sonó el timbre!!!

¡¡¡Maldito régimen escolar!!! ¿Qué investigador puede resolver un


caso en menos de treinta minutos de recreo? Así jamás llegaríamos al
FBI… o a tener nuestra propia película… o nuestro video juego… o un
libro… o una serie… o un Play Station 4 (aproveche estas líneas para
ponerlo, capaz que mi padre lee esto y me lo compra, ¿Si, papá?).

Volvimos a la clase y la incertidumbre era insoportable. Ella, ahí…


sentada a una nalga de mi… ¿Y si le pregunto yo y listo? Admito que
me moría de la vergüenza. ¿Y si Carolina se enojaba conmigo por
metiche? ¿Y si le decía a la maestra que la estaba molestando? ¿Y
si…? ¡Atención! Algo extraño acaba de sucederme… algo

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extrañísimo… sumamente extraño, tan extraño como esos individuos
que le ponen mayonesa a todo lo que comen. Esa cosa extraña que
comencé a sentir era como si un enano, sumamente enano, tan
enano que era un enano para los enanos, comenzaba a escalarme
por la cabeza. Sentía como que algo me caminaba por el coco. Y
repentinamente, la cabeza me picaba… mucho, cada vez más.

¡¡¡¡Carolina me había contagiado de ese perverso virus, “Picasonius


cabeciuscus mortálitis”!!!!! (Nombre científico de este espantoso
virus, que estaba invadiendo toda la escuela 224).

No podía demostrarle a mis compañeros que pronto me convertiría


en uno de ellos. De esos niños zombis que andan por el patio rasca
que te rasca el coco. Trate de aguantarme lo más que pude…
discretamente me pasaba el lápiz… luego los colores… creo que hasta
la mochila me pase por la cabeza y la comezón no aflojaba.

Nuevamente el timbre. Era hora de irme… salí como bólido para la


bañadera. Me senté en una ventanilla para que el viento calmara mi
picazón. Pero ni eso lo consiguió.

Cuando entre a casa, mamá esperaba con la comida servida. Sobre el


fogón ya había algunas pizzas prontas, una torta de fiambre a medio

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hacer y el bizcochuelo del pastel. ¿¡¡¡Cómo le digo a mamá que estoy
infectado con un virus letal, que te convierte en un zombi rasca
cabezas y que quizás, para mi cumpleaños no podía prestar atención
a nada… ni a los regalos!!!?

Sentía que algo me apretaba el pecho… fuerte… una presión


insoportable… luego me di cuenta que era la campera, me quedaba
algo chica.

Comí tan pero tan rápido, que hasta ahora me pregunto: “¿Qué fue el
almuerzo que comí?”. Salí corriendo a mi cuarto sin dar muchas
explicaciones. Es más, lo único que se me ocurrió, fue decir que iba a
hacer los deberes. Mi madre no daba crédito de lo que oía.

Hay dos cosas en la vida que son sumamente difíciles, la primera


lamerse el codo. No hay ser humano sobre la faz de la tierra que
llegue con su propia lengua a lamerse el codo. Y la segunda, que se
me antoje por cuenta propia hacer los deberes.

Ya en el cuarto, me enfrenté al espejo. Primero con los ojos cerrados,


no me animaba a ver si ya me estaba convirtiendo en un extraño ser
con los pelos parados de tanto rascármelos. Lentamente comencé a
abrir los ojos… un escalofrío cruzo mi espalda de punta a punta. Así

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que di media vuelta y cerré la ventana. Es lo malo que tiene junio,
hace un frio de novela. Volví al espejo. Ya con los ojos abiertos. Y me
vi… todito… de punta a punta, del primer pelo al último barro de la
punta de mis zapatillas. Pero no tenía nada extraño… todo era
normal. A no ser que la cabeza me picaba como si me hubiera
atrapado una horda de mosquitos asesinos picadores de cabeza
marca ACME.

Empecé rascándome despacito… luego un poco más fuerte… luego


más y más. Iba a terminar agujereándome el coco y quedar como una
alcancía. Pero era inevitable… ya no me alcanzaba una mano, usaba
las dos. En un momento pensé en ir al garaje y buscar los juguetes de
la playa, para poder rascarme con el rastrillo para arena.

El día fue pasando y la picazón cada vez era peor…

Al llegar la noche, ya todos en la mesa cenando, aprovechaba


cualquier distracción para pasarme el tenedor por la cabeza. Para tan
poca suerte que venía teniendo, esa noche comimos tallarines con
tuco y mi cabeza hacia quedado llena de salsa. Mi madre me rezongó.
Me dijo: “Siempre distraído” “A ver si prestas atención” “¿Dónde
dejaste el vuelto del almacén?”. Las madres tienen esa maldita

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costumbre, aprovechan cualquier momento de rezongos para
dispararte todas las que no te dijo en tu vida.

Antes de acostarme tenía que bañarme… primero por ser un niño


limpio. Segundo, porque el olor a tuco que tenía en la cabeza estaba
insoportable.

Apenas terminé de bañarme, entró mi madre para ayudarme a


vestirme y ahí, en ese preciso momento, comenzó la escena
melodramática más grande que presencié en mis casi ocho años de
vida.
Al mejor estilo película de terror, tras pasar el peine por mi cabeza,
mi madre, así, tan pancha y tranquila como todos la conocen,
comenzó a gritar como si en mi cabeza hubiera un alien. Papá, que
estaba tirado en el sillón mirando una película de karatekas, vino
corriendo. Pateo la puerta, que ya estaba abierta, dio un salto
triunfal, se patinó con el agua del piso terminando acostado en el
suelo abrazado al wáter; al grito de “Mi ciático, mi ciático”, se levantó
y le preguntó a mamá “¿Qué le pasaba?”. Mi madre, al mejor estilo
comedia venezolana, con los ojos llenos de lágrimas le dijo, algo que
yo no esperaba escuchar nunca de su boca…
-“Mateo tiene piojos”-

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Piojos… ¡¡¡PIOJOS!!! Lo que Carolina tenía eran piojos y me los había
contagiado. Esos piojos con complejo de Cristóbal Colón, había
conquistado un nuevo continente y era mi cabeza. ¿Ahora de donde
saco espejitos de colores tan pero tan chiquitos para sacarlos de ahí?
¿Qué hago ahora? ¿Acaso los piojos son como el grillo de Pinocho y
van a darme consejos al oído? ¿Acaso los piojos y yo tenemos que
tener un contrato de arrendamiento por vivir sobre mi cabeza?
¿Cuándo pague boleto en el ómnibus, los piojos también pagan? ¿Los
piojos cumplen años, hay que hacerles una torta y festejan conmigo?
¿O como recién llegaron a mi cabeza hay que hacerles un baby
shower?

Papá trató de calmar a mamá… le dijo que era algo normal, que la
escuela, que los niños, que los areneros, que no se quien entró como
titular en Peñarol, que había que retocar la pintura del techo de la
cocina… una cantidad de cosas que aprovechó que mi madre estaba
atenta para decirle.

Mamá revolvió todo el botiquín del baño, pero no encontró nada con
que comenzar la guerra nuclear con mis piojos. Después recordó que
su madre, o sea mi abuela, cuando mi tía, o sea su hermana o sea la
otra hija de mi abuela, cuando eran chicas había tenido piojos y había
usado una formula casera. El problema, es que no se acordaba como

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era la formula. Y fue así que comenzó a experimentar en mi cabeza.
Primero me froto un limón, diciendo que los ácidos de la fruta los
iban a exterminar; pero lo único que consiguió fue llenarme de
semillas la cabeza. Luego no se acordaba si era aceite o vinagre lo
que le ponían… como vinagre no había, me tiro toda una botella en la
cabeza… así estuvo al menos unas dos horas. Los piojos siguen ahí, y
yo ahora ya no tengo olor a perfume en mi pelo, sino más bien, huelo
restaurante barato.

Me volví a duchar, porque mi perro no dejaba de lamerme el pelo, y


me fui a la cama, sabiendo que al otro día, no solo era mi
cumpleaños, sino que además, tenía que ponerme el remedio para
los piojos.

Esa noche, tuve un sueño rarísimo…


Me veía re chiquito, tan chiquito como los chiquitos chiquititos que
son tan chiquitos que de chiquitos ni el más chiquito los puede ver,
viviendo en la cabeza de alguien sumamente grande. Tan grande, que
un chiquito sumamente chiquito, como lo chiquito que era en mí
sueño, se volvía imperceptible para alguien tan grande como el
dueño de la cabeza en la cual vivía.
En aquella cabeza, repleta de pelos… largos… grasosos… mal
peinados… y hasta con caspa. Habitábamos una familia de personitas

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chiquitas chiquititas que son tan chiquitas que de chiquitas ni la más
chiquita los puede ver. Pero pese a ser tan chiquitos, vivimos con el
miedo de una mano gigantesca que nos demolía siempre nuestras
casas. Que quería atraparnos. Que nos perseguía. Y que nos llenaba
de tuco cada vez que comía. En una de las tantas huidas de esa mano
gigante, quede atrapado en sus uñas. Miraba a mi costado y venia
montañas y montañas de tierra que estaban ahí apretadas, y del otro
lado un pedazo de moco. ¡Qué asco! Hacía fuerzas para escaparme
pero era en vano… hasta que el gigante, se percató de mi presencia.
Quise esconderme tapándome con la tierra y no pude. Estaba
demasiado seca. Miré hacia mi otro lado, y ahí estaba el moco. No lo
dudé… dejé que me viera el gigante. ¿Qué? ¿Pensaron que me iba a
esconder dentro del moco? ¡Ni loco! El gigante me observó… y con
voz sumamente grave dijo… “-Fi, fai, fo, fu… (Los gigantes siempre
dicen esas cosas y tienen gallinas que ponen huevos de oro) ese piojo
eres tú”- y cuando intentó atraparme… Me desperté.

Faltaban solo 5 minutos para que el despertador sonara…


Mire el techo… ese sueño, raro, pero sueño al fin, me hizo pensar en
un montón de cosas… ¿Los piojos serán tan malos como creemos?
¿Pensamos que son malos solo porque viven en nuestras cabezas?
¿Si nosotros vivimos en la cabeza del planeta, eso quiere decir que
también somos malos? ¿Qué nos hicieron los piojos para que los

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odiemos tanto? En ese momento, comenzó a picarme la cabeza.
Estuve a punto de clavar una de mis uñas en mi coco para rascarme,
pero opté por hacerlo con la yema de mi dedo. Fue ahí, en ese
preciso momento, en el cual la piedad se apoderó de mí. ¿Quién soy
yo para exterminar al pobre piojito?

La puerta del cuarto se abrió y eran papá y mamá con Rocío en


brazos, traían un alfajor y sobre él una velita. “Que los cumplas
feliz…” comenzaron a cantarme. ¡Qué lindo amanecer con esa
sorpresa! Se sentaron junto a mi cama y me dieron muchos besos y
mimos… menos Rocío, estaba más dormida que la abuela Zulma la
última navidad. Mamá no podía dejar de mirarme la cabeza… ella
sabía que ahí, entre los pelos y las ideas, estaban los piojos. Fue
entonces, cuando una mentira piadosa se escapó de mi boca.
-“Ya no me pica más”-

Mamá festejaba como si Uruguay hubiera salida campeón de los


campeones de campeonatos de campeones. Insistía que la mezcla del
limón y el aceite habían sido la cura milagrosa.

El día transcurrió normal… fui a la escuela… me rasque la cabeza…


jugué en el recreo… me rasque la cabeza… volví a casa y me
esperaban con milanesas para el almuerzo… y ahí no me rasque para

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evitar levantar sospechas… hice los deberes… y ahí si me rasque la
cabeza, porque estaba en mi cuarto… comenzó mi fiesta de
cumpleaños y cuando no me veían me rascaba la cabeza… y así todo
el resto del día.

Mi cumpleaños estuvo demás. Vinieron mis amigos y me trajeron pila


de regalos re lindos y otros no tanto. Había puzles, juegos de caja,
algún pantalón deportivo, un perfume con olor a kerosén, libros para
colorear, y mi papá me regalo un muñeco de acción de Jacky Chan…
si, el karateka.

Y en cuanto a mis piojos, siguen ahí… disfrutando de mi cabeza.


Supongo que a esta altura ya habrán armado toda una mansión o una
cooperativa de viviendas. Y cada tanto, veo como alguno de mis
amigos es conquistado por los hijos de los hijos de mis piojos. Una
familia que crece y se expande.

En definitiva…
Si un día tenés piojos, no te alteres. Hay cosas peores, como
periodistas deportivos que cantan, o cantantes que se hacen
periodistas; Hay gente que a todo le pone mayonesa, o amantes de
los karatekas. Y vos y yo, lo único que somos, es ser un buen par de
piojosos. Además, en un futuro, si tenés buena relación con los

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piojos, hasta podes entrenarlos y armar tu propio circo de piojos, y
recorrer el mundo como el primer domador de piojos.

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Hay tres cosas que odio profundamente… Primero que nada, “La
Sopa”, un plato de agua sucia y caliente, el cual tu madre dice que
tiene proteínas y no sé cuántas cosas más que terminan en “inas” y
que me hacen bien. Segundo, “Los Lunes”. Las semanas deberían
comenzar el martes. Los lunes tienen ese noseque queseyo que se
vuelven interminables. Y Tercero, “Los mocos duros”. Digo yo, si
siempre los mocos son como blanditos y viscosos, que necesidad
tienen de ponerse duuuuuuriiiiiiisimos. Un día voy a llegar hasta el
cerebro intentando sacármelos.

Mi lucha y odio hacia los mocos venía creciendo día a día. Tengo la
mala suerte de ser alérgico, y cada vez que se cambia de estación…
¡Zacate! Los mocos me brotan de la ñata como agua de manantial.
Pero aquel invierno fue el peor de todos; los mocos se habían vuelto
socios vitalicios de mi nariz. El presupuesto de papel higiénico se
había despegado por las nubes, al punto tal, que papá se había
conseguido otro trabajo solo para cubrir los gastos de mis sonadas de
ñata.

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Esta historia, puntualmente, comenzó un lunes… si, un lunes, por eso
los odio tanto. Había ido a la escuela como todos los días (creo que
ya les dije que sábados y domingos no voy), y mientras jugábamos en
el patio, cayó bruto chaparrón y todos terminamos empapados.

Sentía que dentro de mis championes había todo una piscina con
pececitos incluidos. Cada paso que daba me burbujeaban las patas,
porque me quedaban un poco grandes los championes. La maestra
nos dijo que nos sacáramos las túnicas para no estar con ellas
mojadas el resto de la clase, y consiguió unas toallas viejas en el salón
de gimnasia, con las cuales nos secarnos, pero mis pies, funcionaron
como un germinador para que la gripe más grande de todos los
tiempos floreciera en mi interior.

Fue así que a medida que iba pasando la mañana, sentía como
cosquilleos en mi nariz. Y tras estos, un ¡¡¡¡ACHIS!!!! Despeinaba a la
maestra cada vez que se daba vuelta a escribir en el pizarrón.

Intenté lo más que pude concentrarme en la clase, pero fue


imposible… se me mezclaban todas las materias… Parece que José
Pedro Artigas Varela, fue el fundador de América, junto con Juana de
Arco. La poetisa que escribió los poemas sobre el mate de Ansina y
compuso todas las canciones de una banda de chinos, llamada la

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Banda Oriental. Todos residentes de la Republica Oriental de Brasil,
en Buenos Aires.

¡¡¡Achís!!!

Una sinfonía de estornudos era la banda musical de aquella mañana


en la escuela. En la bañadera siguió la serenata y cuando llegue a casa
le hice varias canciones solistas a mi madre. Todas a base de
estornudos.

Cuando mi madre me vio, con tremendo resfrío, no dudo en


mandarme a la cama y decirme que tenía que cuidarme. Me dio un
baño de agua caliente; tan caliente que me sentía como un fideo en
la olla a punto de cocción. Al ratito, mamá apareció con una bandeja
y mi almuerzo. Me sentía un rey comiendo en la cama mirando
dibujitos. Claro que todo se pudrió, cuando vi lo que había en el
plato… si… sopa.

¡¡¡¿¿¿Qué hice para merecer esto???!!! Soy una máquina de generar


mocos, tirado en una cama, con un termómetro bajo la axila, y ahora
con un plato de sopa frente a mis ojos… todo esto ¿Cuándo? ¡¡¡Un
Lunes!!!

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Mire cara a cara a los malditos fideos con forma de letras y les jure,
híper jure, archi ultra recontra juré, que iba a tomar venganza de este
encuentro. Y con el dolor en el alma, cargué la cuchara y comencé a
tomarla. ¡¡Huácala!! Sentir esa cosa espesa con sabor a porquerías
mezcladas en agua sucia y caliente, me hacían sentir, ahora sí,
verdaderamente enfermo.

El teléfono comenzó a sonar… sentí a mamá que lo atendió y que


hablaba. Mucho no se escuchaba de mi cuarto, entre el volumen de
la tele y el llanto de Rocío. Al rato, mamá asomó la cabeza por la
puerta del dormitorio y completo la tarde con otra pésima noticia. La
tía Gorda nos viene a visitar.

Mi tía Gorda, no es una tía como cualquier otra. Mi tía Gorda es…
es… es gorda. Muy gorda. Tan gorda que cuando va a la playa le hace
sombra a todos los que están a su alrededor. Tiene unos dedos que
parecen tubos gigantes y regordetes. Y cada vez que viene, lo
primero que hace es apretarte los cachetes como si fuesen de
plastilina. Usa un perfume asqueroso, que se mezcla con el olor a
naftalina de su ropa. Y se pinta los labios de color rojo fuego. Y entre
cada apretón de cachetes, tiene la manía de darte besos por toda la
cara. Una tortura de 150 kilos, que hace vibrar toda la casa con cada
paso que da.

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Volviendo a mi patético día, y sincerándome, no sé si era el hambre o
qué, pero la sopa estaba “algo” rica. ¡¡No soy un traidor!! Sigo
pensando que la sopa es un asco, pero quizás la mezcla con los
mocos le dio un toque especial. Dejé el plato sobre la mesa de luz y
me acomodé en la cama para ver algo de tele. Agarré el control
remoto y comencé a hacer zapping. Comedias, comedias, comedias,
programa de chimentos, comedia, documental, comedias,
¡¡¡¡dibujitos!!! Amague era una publicidad, comedias, gente hablando
sobre sus problemas con una supuesta abogada que grita y baila
salsa, comedias… y de golpe ¡Pluf! Todo se apagó.

Lunes, mocos, sopa, la tía gorda… ¿y ahora apagón? ¡No emboco


una! Cuando sea grande, me voy a convertir en presidente del
Uruguay, no, mejor presidente del mundo entero y voy a decretar
que no existan más los lunes. Es un día maldito, los lunes siempre
pasan las peores cosas. ¡Nadie vivió algo productivo un lunes! Ni los
que hacen los almanaques. Es más, para ellos, los lunes son peor,
porque tienen que imprimir cientos de miles de papeles que dicen
“lunes”. ¿Y que puede ser peor que eso?

Me volví a acomodar en la cama, con un único fin… tratar de


dormirme una siesta. Me di vuelta para un lado…me di vuelta para el

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otro. Conté ovejitas… tantas, que las ovejas ya se contaban entre
ellas para que yo no me perdiera contando. Canté… me imagine
toooodooo una película hasta con los créditos del final… volví a
contar ovejas y abejas… me di vuelta nuevamente… y ahí sí, me pude
dormir.

La abuela Cleta, siempre dice que las siestas son sanadoras. Por lo
tanto, después de dormir, debería haberme curado.

De repente, así como de golpe, de improvisto, sin esperarlo, de


sorpresa, y cuanto sinónimo se te ocurra, se oye un fuerte golpe que
venia del living. Salte de la cama y asomé mi cabeza por el pasillo…
nada… ni un ruido… lo primero que se me vino a la cabeza fue… “Uy
que frio que hace”, y después de eso, “se le debe haber caído algo a
mamá”. ¡¡¡Chacatraf!!! Otro golpe… Algo no andaba bien. Mamá no
suele ser tan torpe con sus manos. Quizás fue Rocío que tiro un
juguete… o dos…. ¡¡¡Paff!!! O tres… di un paso hacia el pasillo y sentí
como algo viscoso se metía entre mis dedos. Algo re blandito,
chicloso y calentito. ¡¡¡La perra hizo caca en el pasillo!!! Fue lo que
pensé… pero no. Ahí… a lo largo de todo el corredor, había una
especie de moco. Un moco verde y pegajoso que atravesaba de lado
a lado el corredor y que se perdía por el largo de las escaleras. Un frio
recorrió toda mi espalda de punta a punta… y otra vez cerré la

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ventana. Voy a tener que decirle a papá que la arregle, se vive
abriendo sola.

Volví al pasillo y seguí con la mirada aquel moco en el piso. ¿De


dónde habrá salido? ¿La casa se habrá engripado? ¿O dormido largué
tremendo moco y no me di cuenta?

Di un salto y lo esquivé. En puntitas de pie, para no hacer ruido,


comencé a avanzar por el pasillo, hasta llegar al borde de la baranda
de la escalera. Miré hacia abajo, y el panorama era peor. Todo el
living, desde el sillón hasta la tele. De las cortinas a la mesa. De los
cuadros al agujero del ratón, todo embadurnado en ese moco.

¡¡Paff!! Algo nuevamente se cayó, pero ahora el ruido venia de la


puerta del garaje. ¿Qué hago? El julepe que tenía encima me había
dejado inmóvil. ¿Y mamá? ¿Y Rocío? ¿Dónde están todos?

Pese a todo el moco que estaba desparramado por la habitación, la


pantalla de la tele lograba verse; y en ese instante, como en una
película, comenzó un Flash informativo. ¿Por qué en las películas
cuando pasa algo tenebroso, justo empieza el informativo?
Seguramente la noticia que darían sería en referencia a esta extraña

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invasión de mocos en mi casa. Estaba seguro, porque en las películas,
como en los libros, pasan esas cosas.

Un señor algo calvo, con un gran bigote y unos lentes grandes como
el parabrisas del auto de papá, daba la noticia…

-“La ciudad ha sido invadida por una horda de mocos zombis”-

¡¡¡Mocos Zombis!!!

-“Toda la ciudad se encuentra invadida por una extrañe especie de


mocos, que buscan a los humanos para infectarlos y convertirlos en
mocos mutantes asesinos. Como si esto fuera poco, el líder de los
mocos, Don Mocorneole, en conferencia de prensa desde Villa Moco,
dijo lo siguiente…”-
Un moco enorme, con cara de malo, un pequeño bigote sobre su
boca, un montón de anillos en sus manos, y la voz súper difónica
dijo…
-“Mis mocos invaden la tierra… y que parezca un accidente”-
Hizo una giñada a la cámara, una sonrisa y pulgar para arriba, le
mando un saludo a su mamá moco que lo mirada por la tele, y se
cortó la transmisión. Paso seguido, volvió el conductor del
informativo para seguir con la noticia.

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-“El presidente ha declarado Estado Moquiento, y ha pedido a todos
los policías que salgan por las calles para detener a los mocos. Para
ello, los oficiales han sido equipados con grandes pañuelos, sobrecitos
de té y grandes dosis de jengibre. Ampliaremos en nuestra edición
central”-

¿Y ahora? Toda la ciudad invadida por mocos… ¿Qué vamos a hacer?


¿Cómo los vamos a combatir? ¿Quién podrá detenerlos? ¿Estamos
todos perdidos? Estas interrogantes las sabrán, en nuestro próximo
capítulo…

ESTA HISTORIA
CONTINUARÁ…

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Simplemente quería darle un poco de misterio a la historia… siempre
pasa lo mismo, cuando estas en la mejor parte de la película; o sale
un “Esta historia continuará” o van a una tanda comercial. Lo bueno
de la tanda comercial, es que te dan el tiempo justo para ir al baño,
comer algo, bañar al perro, hacer los mandados, leer el diccionario
completo de la Real Academia Española, volver al sillón y continuar
con la película. ¿Necesitas ir al baño? Puedo esperar… ¡Enserio!
Apúrate… hace pis rápido que me aburro y no termino el cuento. Te
espero por acá…







¿Y? ¿Seguís en el baño?... ¡Espero!





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¡Muy bien! ¡Ya con la vejiga vacía y con el pichí eliminado, podemos
continuar con…! ¿Te lavaste las manos? ¿¿¡¡No!!?? ¡¡¡Anda a lavarte
las manos, no seas asqueroso!!! Ya bastante tenemos con la invasión
de mocos, como para que vos andes por la vida con olor a pichí entre
los dedos… andá que yo espero por acá…





Ahora sí, con las manos limpias y sin pichí, continuamos con la
historia…
Como les comentaba tres páginas atrás, antes de las 197 palabras, de
los 846 caracteres sin espacio, 1020 con espacio, 23 párrafos y 557
líneas, la ciudad entera había sido invadida por una horda de Mocos
mutantes zombis asesinos. Grandes caravanas de autos tapaban las
carreteras queriendo huir de las bestias moquientas. Mujeres
gritando, niños llorando, viejas chusmeando, perros ladrando y
vendedores callejeros en los semáforos aprovechando la ocasión
para vender pañuelos descartables. La ciudad se había convertido en

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un verdadero caos. Y yo ahí, parado al borde de la escalera, mirando
las imágenes en la tele, queriendo averiguar donde se habían metido
mis padres y mi hermana.

¡¡¡Paff!!! Otra vez algo se cae… Tenía que juntar coraje y bajar.
Quizás mi madre había sido atacada por uno de los mocos… o peor
aún, mi hermana. Tengo que ser sincero, mi hermana es medio
insoportable, pero no se merece para nada que un moco la ataque.
Volví corriendo al cuarto a ponerme mis pantuflas, lo único que
faltaba que por andar descalzo mi madre me rezongara. Otra vez al
corredor, y me deje deslizar por el pasamanos de la escalera. Ya en el
hall de la casa, mire hacia un lado y hacia el otro, no hay moros en la
costa… ¿No hay moros en la costa? ¿Qué son los moros? Nunca
entendí muy bien que quiere decir ese dicho… será algo así como “No
hay enemigos a la vista”. ¿Y no es más fácil decir lo de los
“enemigos”, que hacerle acuerdo a los moros que no pueden ir a la
costa? ¿Serán alérgicos al sol y por eso no van a la playa? ¿Qué
tienen los moros contra las costas que no se animan a ir? ¡Que
alguien me lo responda, por favor!

Abrí la puerta que da a la calle, para mi sorpresa estaba sin llave, y


salí a la vereda. Nadie. Ni un alma… pero mocos a patadas. Estos
mocos zombis estaban por todas partes. Eran como una gran bola

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verde que se iban deslizando por el piso. Como cuando se derrite un
helado de crema, pero la crema pasa a ser moco, el helado pasa a ser
moco y todo es moco, moco y moco. Con dos grandes ojos, una boca
gigante y mucha baba, pero no era baba, sino más moco. Hacían unos
ruidos raros, bien a lo zombi; como un lamento… Aaaaahhh...
Aaaaahhh… algo así.

Enseguida, como buen detective que soy, me metí entre los arbustos
del jardín para espiarlos y ver que hacían. Nada… no hacían
absolutamente nada. Solo se arrastraban y Aaaaahhh para un lado y
Aaaaahhh para el otro. ¡Que embole! Espere 1… 2… 3… 10 minutos y
nada, siempre lo mismo. Ahí me di cuenta de algo importantísimo
para mi misión. Los mocos zombis mutantes son re lentos, porque al
no tener piernas y tener que arrastrarse, no pueden ir muy rápido.
Eran como una babosa… pero más grande… y verde… de moco…
básicamente no tenían nada que ver con las babosas, pero eran como
ellas. Dejando atrás el tema de las babosas y retomando con mi
historia, salí de atrás de los arbustos y comencé a correr por la
vereda. ¿Hacia dónde? ¡Ni idea! ¡Solo corría! Igual que los perros
cuando los soltás en la playa. Parecía Usain Bolt, metía pata a lo loco.
Salté un moco, dos, tres… estaba listo para las olimpiadas, el día que
se agregue la disciplina “salta de mocos como obstáculo”.

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Cuando llegue a la esquina, ya de lengua afuera y sumamente
cansado, me di cuenta que estaba corriendo sin un rumbo y sin una
meta. Mi cometido era poder encontrar a mi familia y asegurarme
que estaban todos sanos y a salvo. Fue ahí que se me prendió la
lamparita… Hoy mamá me había dicho que iba a venir la tía gorda, y
quizás, en el momento que llegaron los Mocos Zombis Mutantes, mi
madre había ido hasta la parada del ómnibus a buscarla. Y a lo que yo
me había acostado a dormir la siesta, no habría querido despertarme.

-“¡¡¡Próximo destino, parada del ómnibus!!!”-

Tomo aire, energía y a correeeeeeeer

La parada no estaba muy lejos de casa, para ser exactos, había que
dar la vuelta a la manzana y listo. Iba rapidísimo. Rápido como quien
se caca y no llega al baño, pero sin agarrarme la cola. ¿Por qué la
gente cuando se hace caca, se agarra la cola? ¿En realidad no es más
peligroso hacer eso? ¿O sea, si se escapa algo lo terminas agarrando?
¡Wuacala!

Para mi sorpresa, al doblar la esquina, me encuentro que ahí estaban


mi madre, mi hermana y la tía gorda, todas de pie sobre el asiento de
hierro de la parada de ómnibus a los carterazos con un moco. No

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podía creer lo que veía… no el que se estuvieran defendiendo, sino el
aguante del banco con mi tía encima. Cuando mamá me vio grito mi
nombre… obvio, no iba a gritar otro nombre, sino yo no lo iba a
reconocer. Supongamos que me veía y gritaba “¡¡¡Juan!!!”, yo no me
iba a dar vuelta porque no me llamo Juan, me llamo Mateo. No tengo
nada con los que se llaman Juan, por el contrario, tengo pila de
amigos que se llaman Juan… como 2. Pero pasa que ya con mis 8
años, me acostumbre a que me diga Mateo. Perdón, me fui por las
ramas… les decía mi madre grito mi nombre, es que Mateo, y no
Juan. Ojo, Juan es un nombre re lindo, pero más me gusta el mío. Eso
no quiere decir que si te llamas Juan te lo cambies por Mateo. No,
para nada. Quedate con tu nombre Juan, y yo me quedo con Mateo
que es el mío. Además, si te llamas Juan, debes de tener cara de Juan
y no de Mateo. Viste que la gente grande dice “Tiene cara de…”, y si
tenés cara de Juan, te tenés que llamar Juan, y no Mateo como yo.
¿Se entendió? Retomo la historia… En el momento en el que mamá
grita mi nombre (Mateo, por si no quedó claro), el Moco Zombi
Mutante giró su cabeza y me vio… y al grito de “Aaaaahhh” salió
disparado hacia donde estaba yo (Mateo, no Juan). Para mi suerte y
la de mi madre, como ya les había dicho, los mocos eran muy lentos.
Tan lentos, que mi madre con Rocío en sus brazos y mi tía Gorda,
bajaron del asiento, vinieron hasta donde estaba yo, me saludaron,
me preguntaron si había comido algo, si llevaba campera, volvimos

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caminando hasta casa, de camino compramos un litro de leche y
unos biscochos, y el moco no había avanzado ni un metro.

Ya en la cocina de casa, todos en la mesa merendando, rodeados de


Mocos Zombis Mutantes, que gracias a que eran re lentos
demoraban más o menos cuatro horas veinticinco minutos cuarenta
y ocho segundos en llegar de la puerta de la cocina a la mesa,
ideamos el plan para poder salvar a toda la humanidad de los mocos.
Todo comenzó por la tía Gorda, que dijo…
-“El limón es lo mejor para cortar los mocos… porque ocupa el primer
lugar entre los frutos curativos, tiene muchas vitaminas. Como la
vitamina C que refuerza las defensas del organismo para evitar
enfermedades y…”

Tengo que admitir que mientras la Tía hacia todo su discurso sobre
los limones, las vitaminas y no se cuentas cosas más, yo no podía
dejar de mirar su ENORME papada. ¿Cómo explicarlo? Digamos así,
debajo de su pera, hay una gran bola de piel, tan pero tan grande,
que papá Noel podría guardar todos los regalos para cuatro o cinco
navidades juntas en ella. Y cuando la tía hablaba, se movía para todos
lados. Era como si tuviera vida propia. Además, para completar la
postal, la Tía transpiraba muy fácil… ya hablar la hacía transpirar, y
ver esa enorme papada, toda rociada de transpiración, ya se

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convertía en un momento para el olvido. Pensar que los profesores
de gimnasia siempre dicen, “Hay que transpirar para quemar grasas”,
pero se ve que la tía no las quemaba… las soldaba a su cuerpo.

Después del discurso de la tía, y que los Mocos Zombis Mutantes que
estaban haciendo “Aaaaahhh” y se dirigían hacia la mesa donde
estábamos todos (Ya casi habían avanzado medio metro, les restaba
como cuatro metros más), Mamá sugirió preparar grandes dosis de té
con muuuuuucho limón y ponerlas en botellas de plástico, para rociar
a los mocos y exterminarlos.

Llenamos 7 botellas… exprimimos unos 30 limones… entre medio de


eso nos hicimos una chocolatada y nos comimos los biscochos…
Mamá le hizo unos agujeritos a las tapitas de las botellas y nos
preparamos cual niño en el desfile de carnaval, con las botellas como
si fueran pomos, y los mocos como si fueran murguistas deseosos de
ser empapados. ¡¡Y comenzó el experimento!! Jugamos un “Piedra,
papel y tijera” para ver quien hacia la primer rociada de té. La
primera en perder fue la tía Gorda. Con sus dedos tan grandotes no
podía cerrar el puño para comenzar el juego. Rocío quedo descartada
porque lo único que hacía era babearse y para colmo se había hecho
popo, por lo tanto la tía la tuvo que cambiar. Era un mano a mano
con mamá… el primer intento yo papel y ella piedra, ¡Punto para

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Mateo! Segundo intento, Mamá Tijera y yo papel, ¡Punto para
Mamá! Ahora se definía todo. Era como ver jugar a la selección que
todo se resuma en un par de penales… que nervios. Sentía mariposas
en la panza… después me di cuenta que era hambre. ¡Como odio la
sopa! Con mamá nos mirábamos fijo a los ojos… parecía un duelo del
lejano oeste. Faltaban las grandes bolas de pasto seco pasando de un
lado al otro. Una palma hacia abajo, la otra en puño apoyada arriba…
chocaron una vez… dos veces… y llegaba la definición. Me imaginaba
el relator del encuentro como si estuviera escuchándolo por la
radio…
-“Mateo se prepara… ajusta un puño… dos… se viene la definición…”-
-“La definición de este encuentro es auspiciada por Almacén Lo De
Chola, venga compre barato y no haga colas… nunca hay gente,
porque Chola siempre esta Chola”-

Piedra…
Papel…
O Tijera…

¡¡Tijera!!
Mala suerte la mía, mamá eligió “Piedra”.
-“Era de esperar… falto táctica, movimiento, poco ejercicio mental,
para poder eludir la estrategia el equipo. Domina Mamá, dejando

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para el repechaje a Mateo, que en esta ocasión tendrá que lidiar por
un lugar en el repechaje”-
Malditos comentaristas de mi cabeza, siempre dando para atrás.

Fue así que mamá apunto… y de un solo tiro le emboco en medio de


la boca al Moco Zombi Mutante.

La primera reacción no fue la esperada. El moco se saboreó el té,


incluso le dijo en un idioma medio raro (como si fuera un turista
americano de recorrida por la ciudad vieja preguntando donde queda
la puerta de la ciudadela), que le agregara, por lo menos, dos
cucharaditas más de azúcar. Mamá que es muy cortes con la visita,
aunque la visita sea un Moco Zombi Mutante, agarró el azucarero y le
agregó dos cucharadas más y nuevamente le disparo al Moco. Ahora
sí, el té había hecho efecto… el Moco Zombi Mutante se retorció para
un lado, se retorció para el otro, se meneo para acá, se meneo para
allá… Parecía que bailaba alguna cumbia de moda, cuando de
pronto… ¡¡¡Plaf!!! Explotó. Si… así como lo leen, el Moco Zombi
Mutante explotó en medio de la habitación. Mi madre antes de
festejar, dijo algunas palabras de “esas” que si yo las digo me lavan la
boca con jabón, porque a lo que el moco reventó, le manchó de
verde todas las cortinas de la cocina.

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Después que se le pasó la bronca, como a los diez o quince minutos
de refunfuñar, continuó disparando té a los demás mocos. ¡¡Pum!!
¡¡Plaf!! ¡¡Chacatras!! ¡¡Aduuuuuquen!! Moco tras moco reventando
en la cocina… siguió con los que estaban en el living… luego los del
patio… al que estaba en el baño, Mamá esperó que terminara de
hacer sus necesidades y luego le disparó… salió a la vereda y continuó
con todos los mocos que se cruzaban. Se sentía el “Exterminator” de
los mocos. Al punto tal que les decía: -“Hasta la vista, baby”-. Se puso
unos lentes de sol y una chaqueta de cuero negra que papá usaba los
días de mucho frio.

La cuestión que dos horas más tarde, no quedaba un solo moco sobre
la ciudad. Mi madre estaba copadísima con eso de ser la súper
heroína de la ciudad. Ya se imaginaba un gran monumento de ella en
medio de la plaza, una calle con su nombre, una película con su
historia y una telenovela de esas venezolanas que pasan en la tarde
que hablara de su vida…

-“Oh, Jose Armando, no puede ser lo nuestro. Debo luchar contra los
mocos para salvar a la humanidad… pero te amo”-
-“Oh, Maria Antonieta, debo decirte algo… que no se si lo tomaras a
bien…”-
-“Oh, ¿Qué Jose Armando?”-

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-“Oh, Maria Antonieta… yo en realidad… ¡¡¡Soy un moco!!!”-
Primer plano cerrado del actor sacándose la máscara de hombre y
mostrando sus facciones moquientas.

Para mala suerte de mi madre, en la ciudad no quedaban ni los


Moros. No sé si les dije que vivimos cerca de la costa. Y vieron que los
Moros con la costa, ¡ni ahí!

Todo el mundo se había ido a la ciudad más cercana, para poder


refugiarse y prepararse para una guerra interestelar con los mocos
que venían del espacio sideral.

A mamá le llevó tres sesiones de terapia el poder consolarse con la


idea de que nadie se había enterado que el mundo estaba a salvo
gracias a su té. En realidad, la genia había sido la Tía Gorda, que fue a
quien se le ocurrió lo del limón. Pero la tía no estaba enterada de
todo lo que pasó, porque todavía sigue buscando los pañales.

Volvimos a casa, y con un par de lampazos corrimos los mocos que


estaban por todos lados. Mamá preparó la cena, y aguardó a que
papá volviera del trabajo. Sí, mi padre ni enterado de la invasión de
Moco Zombis Mutantes que sufrió la ciudad. Todo el día encerrado
en su oficina, llenando papeles que ni él sabe para qué sirven,

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enchufado con sus auriculares al celular, escuchando en youtube las
canciones de una película de karatekas.

Ya todos en la mesa prontos para cenar, incluida la Tía Gorda (que


seguía sin saber dónde estaban los pañales), comenzaron las historias
y anécdotas del día… Papá miraba incrédulo a mamá, no podía creer
la historia que contaba. Ahí, frente a él, estaba la mujer que había
logrado vencer a los mutantes. La mujer que había rescatado al
mundo. Y junto a ella, la tía Gorda comiendo como si se viniera el
apocalipsis. De pronto, papá dejo de comer… su mirada estaba
extraña… como con ira… soltó los cubiertos… se paró y dijo…
-“Todo fue por el limón”-
Mamá no entendía nada… Le preguntó que le pasaba… y el solo atinó
a mirarla fijo a los ojos y le dijo…
-“En realidad yo… ¡¡Yo soy un moco!!”-
Se arrancó su máscara y ahí frente a nosotros, ¡¡¡el Moco Zombi
Mutante líder!!! ¡¡¡Como en la comedia Venezolana de mi madre!!! Si
mi padre es el moco rey, por lo tanto soy el moco príncipe, el
heredero del reino de los mocos… ¡¡Oh, no Jose Armando!!

Mi madre salto de su silla, agarro una de las botellas con té que


habían sobrado, apuntó y… y… y…

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¡Ay me hago pis!
Abrí los ojos…
Miré a mí alrededor y estaba en mi cuarto…

¿Todo fue un sueño? ¿No hubo invasión de Mocos Zombis Mutantes?


¿Y el té súper híper mega poderoso? ¿Y las corridas? ¿Y la batalla con
los mutantes? ¿Nada había pasado?

La luz ya había vuelto… en la tele de mi cuarto una comedia


venezolana. A lo lejos se escuchaban las voces de Mamá y Rocío.
Miré el reloj… solo había dormido 10 minutos…

-“Voy hasta la parada, ya está al llegar la tía Gladys”- Dijo mamá


asomada a la puerta. Así se llama la tía Gorda, Gladys. Un nombre
digno de una Gorda. Ojo, no tengo nada contra las Gladys, como
tampoco lo tengo contra los “Juan”. ¿Creo que ya hablamos de esto,
no?

Apague la tele y escuche los pasos de mamá alejarse por la escalera,


y tras estos, el ruido de la puerta al cerrarse. No pasó llave, eso
quiere decir que no va a demorar.

Que silencio…

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Que paz…

De repente, así como de golpe, de improvisto, sin esperarlo, de


sorpresa, y cuanto sinónimo se te ocurra, se oye un fuerte golpe que
venia del living… Me acordé de mi sueño, me tapé hasta la cabeza y
dije… ¡¡Que se arregle mamá!!

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Lo prometido es deuda… la lista de los mandados que me dictó
mamá…

1 paquete de fideos “letritas”


2 zanahorias
1 caldo de verduras
Apio
Ajo
Papel higiénico
5 sobrecitos de té
2 limones

Ahora que me doy cuenta, mamá tenía todo fríamente calculado…

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Eh… no se me ocurre nada para escribir…





Capaz que una historia sobre… no… mejor no…






No, nada… ¡No se me ocurre nada!

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Es difícil explicar lo que es Pancho para mi… no es cualquiera… ¡Es el
mejor! ¿Qué digo “El mejor”? Me quedo corto, es el más mejor de los
mejores mejorados último modelo de los mejores. Porque cuando lo
necesito está ahí… a mi lado. Me escucha, me rezonga, me
acompaña, juega… ¡Es un crac! ¡El más crac! ¿Qué digo “El mas crac”?
Me quedo corto, es el más crac de los mejores cracs mejorados
último modelo de los cracs. Pese a que entre todo es más grande que
yo, aunque me cueste entenderlo, porque para mí es más chico, pero
mi madre dice que es más grande; compartimos las mismas pasiones:
Salir corriendo como unos locos… hacer mucho barullo cuando
jugamos… rompemos fácilmente cualquier cosa que llega a nuestras
manos… somos re amistosos… y nos encanta la carne. A él más que
nada los huesos. Se come toda la carne y luego mastica el hueso y los
chupa todos. Creo que ahí está la diferencia en él y yo. Además que
yo soy un niño y él un chihuahua.

Por si no saben que lo es un Chihuahua, cosa que sería muy extraño.


Porque todo el mundo sabe lo que es un chihuahua. Menos vos que
debes de venir de marte o de júpiter o de algún planeta aledaño. Los
chihuahuas son perros re chiquitos. Tan chiquitos, que los podes
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sacar a pasear en un bolsillo. Claro que no en cualquier bolsillo. Por
ejemplo, no lo podrías llevar en el bolsillo ese chiquitito que viene
dentro del bolsillo del pantalón de jean (Que nadie sabe para qué
hacen un bolsillo tan chiquito, dentro de otro bolsillo que suele ser
chiquito y ajustado). Pero supongamos que llevas puesto uno de esos
camperones de inverno, suponiendo que es invierno, porque si fuera
verano lo usarías, a no ser que una ola de frio venga de golpe en
pleno verano, bueno, en uno de los bolsillos de esos camperones
entraría lo más bien.

A papá se le había antojado comprar un perro, preferentemente


chino. Creo que ya le dije que mi padre es fanático de los chinos, los
karatekas y todas esas cosas. Y como no entiende mucho de razas de
perro, por internet compró a Pancho. Él se imaginaba que una bestia
peluda gigantesca iba a llegar por el correo. Con dientes gigantes
como los de un tiburón, músculos enormes como los de gorila y los
ojitos finitos como un chino. Y nada de eso paso. Básicamente, en
una caja como de zapatos, llegó Pancho. Ese alfeñique perruno, que
mucho no sabe hacer. Había llegado a casa con menos de un mes de
vida. Un moquito chiquito, casi sin pelos, con los ojos saltones y un
ladrido finito como el horrible aparato que usan los dentistas.

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Papá tenía la esperanza que como todo lo que hacen los chinos, tarde
o temprano, el perro se hiciera el “Hulk” de los perros. Probó
mojándolo, soplándolo, y hasta dándole pastillas para perros
grandes. Pero Pancho, siguió tan pancho como en un principio. Y ni
miras de crecer de ese talle de enanes, al cual denomine “Perro de
bolsillo”.

Según mi madre, pese a que pancho ya cumplió 2 años, insiste que es


mucho más grande que yo. Es más, según mamá, Pancho ya es
adolescente. En esas revistas que hay en la peluquería, mamá
encontró un informe donde decía que los perros cumplen por siete.
¿Qué quiere decir? Que a la edad que tenga tu perro la tenés que
multiplicar por siete. ¡Un locura! Más que nada para los perros.
Imagínate festejar tu cumpleaños por siete. Siete tortas, siete
piñatas, siete payasos haciendo malos chistes, siete tías Gordas
agarrándote las orejas creyendo que son goma y columpiándose en
ellas como si fueran lianas y ella Tarzán, Tantor y la mona chita todos
juntos.

Así que mi perro, que era más chico pero más grande, era uno de mis
más mejores amigos.

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El problema comenzó no hace mucho tiempo… para ser más exactos,
el pasado lunes. ¡¡¡Y otra vez lunes!!! No les dije que los lunes son
horribles, todo lo malo pasa los lunes. Retomando la historia, ese
lunes, como todos los lunes, y los martes, y los miércoles y así los
siete días de la semana, como los siete años del perro, como los siete
meses del año (Que en realidad son doce, pero no se me ocurrió otra
cosa que fuera con siete), en la tarde, cuando el sol se comenzaba a
esconder, sacamos a pasear a Pancho.

A unas cuadras de casa, valga las casualidades, 7 cuadras, hay una


placita con juegos y areneros, y muchos pero muchos árboles… como
siete. Llevamos a Pancho para que hiciera Pis. Mi padre dice que los
perros cuando hacen pis, lo que realmente quieren hacer es marcar
territorio. Como diciendo “Esto es mío”. Claro que apenas el perro
levanta la pata, al ratito viene otro y hace lo mismo, y otro y otro y
otro y así tooooodooo el santo día. Por lo tanto, al final la plaza está
libre de dueños perrunos, o son tantos los que se apropiaron de ella
marcando con el pis, que ya no se sabe que parte es de quien.
Obviemos el patronato de la plaza y centrémonos en lo que
realmente importa… lo que le pasó a Pancho.

Venía todo con total normalidad… Pancho hizo pis… Yo me tiré por el
tobogán… Mamá tomo mate… Rocío hizo pis (pero en los pañales, no

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quedaba muy bien que hiciera contra el árbol)… Pancho volvió a
hacer pis… yo me volví a tirar por el tobogán, pero en esta ocasión no
me frené bien y termine tragando la suficiente arena como para
armar mi propia playa privada en mi estómago… Mamá siguió
tomando mate… Roció siguió haciendo pis en sus pañales… Pancho…
Pancho… ¿Dónde se metió Pancho?

¡¡¡ATENCIÓN A TODOS!!! ¡¡¡PERRO EXTRAVIADO!!!


Perdí de vista a Pancho y eso era relativamente sencillo, porque
como les conté anteriormente, Pancho era súper chiquito. De
tamaño, porque según mamá ya era todo un adolescente. Primero no
le quise decir nada Mamá, para que no se preocupara. Igual ella no se
había dado cuenta, estaba súper entretenida escribiendo en el grupo
de WhatsApp de las madres de la escuela. Comencé a buscarlo por
los lugares que el habituaba en la plaza… y en ninguno de los siete
árboles lo encontré… revolví en la arena y nada… en los túneles de
lata y nada… entre los arbustos y nada… y de repente, lo ví… muy
sentadito arriba del tobogán, con la mirada perdida y hasta me
atrevo a decir que con una sonrisa en su pequeña cara de chihuahua.

Subí la escalera y lo miré… ni bolilla. Le pregunté qué hacía ahí


arriba… ni bolilla. Pancho, el chihuahua más crac del mundo, el mejor
amigo de todos… me ignoraba. Miré hacia un lado y hacia el otro,

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tratando de darme cuenta que llamaba su atención, pero no, no pude
ver que era lo que hacía que mi más mejor amigo me convirtiera en
un cero a la izquierda.

Los días fueron pasando y cada vez estaba más raro Pancho. Pasaba
todo el día mirando por la ventana, como esperando ver pasar algo a
alguien. Comía despacio, como cuidando no ensuciarse. Y cada tarde,
se desesperaba por ir a la plaza. Y una vez en ella, subía como bólido
a la cima del tobogán, y ahí, por un largo rato, contemplaba a la
nada.

El sábado, como todos los sábados, casi que religiosamente, toda la


familia con pop de por medio, terminábamos tirados en la cama
mirando una película. Primero venia la guerra por el control remoto,
papá tenía prohibido encargarse de la selección del film, porque
seguramente terminábamos viendo alguna de karatekas. La semana
anterior, elegí yo. Vimos una peli que trataba de unos juguetes que
tenían vida y se perdían y debían volver a su hogar, antes que el
dueño de casa se diera cuenta que faltaban. A ustedes no les voy a
mentir, la elegí porque había un astronauta. La anterior había elegido
Rocío y terminamos viendo las aventuras de una chanchita rosada.
¡¡¡Que cosa tan horrible!!! Primero, hablaban como si los que
estábamos mirando no comprendiéramos el idioma. Segundo, los

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dibujitos miraban a la pantalla y preguntaban cosas esperando a que
respondamos… ¿Si yo respondo mal, el dibujito me va a corregir? ¿O
peor aún, va a cambiar el final de la historia? Y Tercero, ¡¡¡las
canciones eran terribles!!! Cantaban feo y no tenían rima… pero
bueno, a Rocío le gustaba, y como le tocaba elegir a ella, no dijimos ni
“mu”. Que dicho más raro ese… “No dijimos ni MU”. Si alguien en
una charla o en una discusión, dice “MU”, ¿Es malo? ¿Se puede
generar una gran pelea por un “MU”? ¿En qué países “MU” es mala
palabra? ¿En esos países no pueden vivir las vacas por lógicas
razones, no? ¿Y si en lugar de “MU” digo “BEEEEE”, como una oveja,
se toma como un insulto menor? Si alguien tiene la respuesta, puede
mandármela a mateonoentiendenada@gmail.com y con gusto le
contestaré.

Volviendo a la película del sábado, Mamá eligió una comedia


romántica. De esas en la que los protagonistas pasan las mil y una por
un amor. Donde la empleada doméstica se enamora del chico rico,
pero resulta que es hija del hombre rico, por ende es hermana de su
enamorado, pero su enamorado resulta hijo del jardinero, por lo
tanto no son hermanos, se casan son felices y comen perdices. ¡Qué
ricas deben ser las perdices! En los cuentos todos terminan
comiéndolas. En mis cuentos, todos van a comer hamburguesas con

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papas fritas… ¿Qué? ¿Acaso las hamburguesas con papas fritas no
son la comida más rica del mundo entero?

Retomo la historia… básicamente la película trabada de una chica


pobre que se enamora del chico rico, y pasan las mil y quinientas
para ser novios. Se dan besos asquerosos. Se dicen cosas cursis. Se
enfrentan al malo. Se casan. Tienen hijos rubios de ojos azules,
porque en las películas todos los bebes son rubios y de ojos azules, y
terminan bailando alguna canción de moda en la escena del
casamiento. Terminando en una gran charla sobre la cama entre
mamá y papá. A mamá se le entendía fenómeno lo que decía, a papá
no, tenía la boca llena de pop y cada tanto tomaba de su jarra repleta
de refresco con burbujas que lo hacían eructar. Cosa que mamá odia.
No el refresco, los eructos. Y hubo algo de esa charla que me llamó
muchísimo la atención…

-“Veo estas películas y me acuerdo de cuando nos conocimos”-


-“Me pasa igual, vuelvo a sentir esas mariposas en la panza”-
-“Que lindo es estar enamorado… incluso esos síntomas especiales,
que te hacen darte cuenta que el amor llego a vos”-
-“La mirada perdida…”-
-“Cuidarte para estar bello”-
-“Enredarte en sueños y no escuchar lo que pasa a tu alrededor”-

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-“Hacer lo imposible por verla…”-
-“Así tengas que subir a la montaña más alta”-

¿Se dan cuenta? ¡Es obvio! ¡Súper obvio! ¡Aclaró todas mis
sospechas! Si… lo que pensaba se estaba demostrando en esta
charla… El amor es cursi. ¿Qué dicen? ¿Qué Pancho qué? No…
imposible… dame un segundo que vuelvo unas líneas atrás…



¿Ustedes están seguros de lo que dicen? ¿Cómo se llama este
cuento? Pará… ¿Ustedes me están queriendo decir que Pancho, mi
pancho, el chihuahua más crac del mundo mundial está enamorado?
Analicemos y comparemos la situación…

COMENTARIO DE MIS PADRES


-“La mirada perdida…”-
ANÁLISIS DE PANCHO
Sí, es verdad, Pancho cuando va a la plaza no me da mucha bolilla. Se
queda como en las nubes, mirando a la nada. Pero eso no quiere
decir que esté enamorado. Capaz que es solo de despistado.

COMENTARIO DE MIS PADRES

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-“Cuidarte para estar bello”-
ANÁLISIS DE PANCHO
Puede ser que no esté comiendo como siempre… capaz que un poco
menos. Pero es re chiquito, debe tener un estómago súper híper
mega ultra pequeño y se llena más rápido. ¿Qué antes comía más?
Eso tiene una explicación lógica, y es que… eh… bueno… Pancho…
después se las explico.

COMENTARIO DE MIS PADRES


-“Hacer lo imposible por verla…”-
-“Así tengas que subir a la montaña más alta”-
ANÁLISIS DE PANCHO
En mi ciudad no hay montañas, así que queda totalmente descartada
la teoría de que Pan… ¿Qué? ¿El tobogán?

¡¡¡Maldito tobogán enamorador de perros!!! No… es imposible,


Pancho no se puede haber enamorado… ¿O sí? No me va a quedar
otra que averiguarlo.

El domingo volvimos a ir a la plaza, y esta vez, me dedique a observar


detenidamente todos y cada uno de los movimientos de mi perro.
Primero que nada Pancho hizo pis como siempre. Olfateó todo, como
siempre. Se lamió una pata y se acomodó el jopo de la cabeza, como

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nunca. Arrancó una rosa con los dientes, como nunca; y salió como
un torpedo dirigido al tobogán. Y atrás de él, salí yo. Busco por un
lado, buscó por el otro… se lo veía desesperado. Hasta que un suspiro
salió de su ocio. En la vereda de enfrente, había un perro. Y desde
ahí, aquel can, observaba a MI PANCHO. ¡¡¡Pancho movía la cola!!!!
Estaba feliz… estaba… estaba… no quiero decirlo… ena… enam…
¡¡Enamorado!!

Escuche mil veces la frase de: “Para el amor, no existen límites mi


barreras. No existe edad, ni credos, ni razas”. Pero este caso era
complicado. Más que nada por el tema de las razas. Porque Pancho,
era un chihuahua. Un bonsái de perro. Un perro de bolsillo. Y lo que
estaba en la vereda de enfrente, moviendo su cola, con cara de feliz
cumpleaños… ¡¡Era un Gran Danés!! Para que Pancho le pudiera dar
un beso, necesitaba un ascensor.

Pancho se dio vuelta y me miró. Él sabía, que yo me había dado


cuenta de todo. Y esa mirada, de ojos más grandes que toda su
cabeza, pedía a gritos que lo llevara hasta la vereda de enfrente.

Intente explicarle de la mejor manera que esa historia de amor no iba


a funcionar. Le di como ejemplo la novela espantosa que mira mamá
en las tardes, que era igual a otra que vio antes de esa, y a la anterior

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y a la anterior y a la anterior de las anteriores. Pero creo, y casi no
tengo dudas, que aquel chihuahua no estaba prestándome atención.

Tengo que admitir que la situación hasta me daba un poco de


ternura. Aunque por otro lado, me partía el corazón. No me
imaginaba aquellos dos perros, paseando de la mano, comienzo
espaguetis y pasándose la albóndiga con la nariz, y mucho menos con
cachorritos gigantes de ojos enormes y orejas puntiagudas. Así que
opté por lo más sencillo… lo simple… lo que un niño como yo debía
hacer… en sí, lo que cualquier persona con un poco de sentido común
hubiera hecho en mi lugar.

Fui a hablar con mi madre… le puse el collar y cruzamos la calle.

Es imposible decirle que no a Pancho cuando te pone esa cara de


“pobrecito de mi”. Se vuelve algo irresistible. Es casi como cuando mi
hermana se pone a llorar como una loca porque se le antoja algo. O
como cuando yo lo agarro del buzo a papá y con los ojos empapados
en lágrimas, tan falsas como las de un cocodrilo, le digo en un tono
de súplica y muy pero muy agudo… “¿Me compras? ¿Sí?”.

En la vida hay cosas que son sumamente irresistibles para cualquier


ser humano… ¿Cómo qué? Cito Tres ejemplos…

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EJ. 1- “El irresistible olor de las milanesas un sábado al mediodía”
¿Quién puede ser capaz de no ser atraído por un buen pedazo de
carne lleno, llenito de pan rallado, acompañado de una gran montaña
de papas fritas? ¡¡¡Nadie!!! ¡¡¡Es irresistible!!! ¡¡Aunque sean
milanesas de pollo!! Porque hay que decir la verdad, las verdaderas
milanesas son de carne… las otras, son simple imitaciones.

EJ.2- “El Irresistible sonido de la campanita del señor que vende


helados en la playa”
Pese a que el calor juega su buen parte en este tema; el estar metido
en el agua, con 40 grados a la sombra, corriendo, chapoteando y
jugando sin parar, y que se escuche esa campanita… ¡¡¡Es la
perdición!!! Esa campanita… esa, ninguna otra, esa campanita es el
disparador de una necesidad infernal de deglutir una barra de jugo
helado adherida a un palito de madera… esa campanita, vuelve al
helado algo IRRESISTIBLE. Claro que mamá la tiene re clara, y el día
anterior compró jugo en polvo (de ese que viene sin azúcar por ella
todos los lunes empieza la dieta), lo metió en vasitos descartable en
el frezzer, y una vez congelados, manotea la heladerita que llevo a la
escuela, mete cuanto cubo de hielo se encuentra, y entre estos, los
helados caseros. “Todo sea por el ahorro”, con ese lema, ya
gastadiiiiiiisimo, verano a verano, tarde o temprano, terminamos

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comiendo esos helados sin azúcar con sabores como “Mango-
Melón”, “Tanjarina- Pera” o una mezcla de todos juntos. Esto último
se da cuando quedan restitos de jugos en la heladera, y mamá jura
que eso termina siendo “Multi Fruta”, pero para cualquier ser vivo,
eso no es más que agua sucia congelada.

EJ.3- “Meter el dedo en la trota de cumpleaños, debería


considerarse una de las siete maravillas del mundo”
¿Quién no aprovechó cuando mamá busca por todos los bolsillos un
encendedor para prender la velita, o cuando la tía gorda intenta
aprender a usar la cámara de fotos y todo el mundo le explica, o
cualquier tipo de actividad que distraiga la atención en la mesa, para
meter hasta lo más profundo de la torta, casi hasta el medio de los
bizcochuelos donde está el dulce de leche, para después chuparse
con sumo placer el mismo? ¡¿Eh?! ¡¡¿Quién no lo hizo al menos una
vez?!! Es más, eso se vuelve tan pero tan sabroso, que cuando cortan
la torta, decís “No gracias”, porque sabes que nada fue ni será tan
rico como haber metido el dedo en medio del pastel. Claro que por el
bien de los demás invitados hay que tener ciertas precauciones… por
ejemplo nada de luchar cuerpo a cuerpo con un moco. Pueden
quedar restos del vil gomoso verde en el medio del pastel. Nada de
jugar al futbol en la previa a la torta y venir con todas las manos
llenitas de barro. La única que disfrutaría algo así sería Rocío, ella vive

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jugando con la tierra y chupándose los dedos. Así que para ella, esto
sería un manjar, pero al resto no les caería ni un poquitito en gracia.

Ya me olvide de lo que estábamos hablando… no era de mocos…


tampoco era de extraterrestres con olor a pata ultra hedionda…
tampoco de tías rezongonas… ¡¡Ya se!! Era sobre Pancho, mi perro
que se enamoró. Por las dudas voy a hacer un breve resumen sobre
lo anterior por si no lo recuerdan bien… lo voy a hacer tipo
esquema…

Día 1 – Plaza – Pancho desaparece – Luego aparece (Porque si no


aparecía el cuento sería sobre la desaparición de Pancho, y sería re
triste y esas cosas… perdón, retomo el esquema) – Decía que Luego
aparece – Comportamiento raro en el canino.
Día 2… y varios días más adelante – Pancho tiene una rara actitud –
siempre está sobre el tobogán con cara de nabo mirando a la nada.
Día no sé cuál porque pasaron muchos días – Papá y mamá miran
una peli con nosotros – zapping zapping zapping – Papá quiere ver
ninjas – vemos una peli de amor – charlan sobre el amor y otras
porquerías cursis sobre besos y enamorarse – ahí descubro que
Pancho padece esos síntomas cursis.
Al otro día de no sé cuál porque pasaron muchos días como dije
anteriormente – Nuevamente vamos a la plaza – Pancho vuelve al

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tobogán – descubre que está enamorado de un Gran Danés – Me
pone cara de “Dale, no seas botón llévame que es re linda y yo un
galán de comedias como Rin tintín”- Le pido a mamá para cruzar y me
autoriza – le pongo la correa a Pancho – Pancho se rasca una pulgas
que tiene el lomo y cruzamos.

¿Quedó claro? ¿No? Bueno, entonces tenés dos opciones, o volver a


leer tooooodooooo el capítulo, o seguir de largo haciéndote el que la
tenés re clara, que sos un capo de los capos de la literatura universal
y en caso de no entenderlo, entrar a google y poner “Análisis y
resumen de “Pancho tiene novia”, y en base a lo que se encuentre
intentar interpretar esta historia. En caso de no encontrar nada en
internet, bueno… ¡suerte empila!

Ahora sí, retomamos la historia…


A medida que íbamos avanzando, Pancho se iba poniendo nervioso.
Como cuando yo voy al dentista, que me pongo re nervioso. En un
momento sentía que no paraba de temblar… y temblaba y temblaba
y temblaba… lo miré queriendo darle confianza… y solo se estaba
rascando las pulgas. Seguimos caminando y en un momento sentí un
tirón, como que Pancho no avanzaba. Lo primero que pensé fue que
le había dado mucho miedo la situación, pero nada de eso, me di
vuelta y mi pequeño chihuahua, estaba con la tapa levantada

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haciendo pichi en un árbol. Ya con la vejiga vacía y las pulgas
mareadas de tanto rascarlas, cruzamos la calle.

Inmediatamente, Pancho se asomó a las rejas que se erguían en un


pequeño murito de bloques. El otro individuo movía la cola. Era tan
pero tan grande, que aquella cola parecía un gran ventilador. El
hocico todo arrugado, la baba cayéndose por el costado de la boca, y
un ladrido casi que desganado pero súper grave salía de aquella
bocota que sería capaz de comerse a la abuelita, a caperucita, al
cazador y el bosque entero.

-“Nelson, dale para adentro”- Gritó su dueña mientras salía al…


¿Nelson? O sea que aquella mole gigante babeante y con una cola
grande como la hélice de un helicóptero, no era nena… ¡¡¡¡Era
Nene!!!!

Lo primero que pensé, además de que ya me estaba entrando


hambre y quería volver a casa para merendar, era la desilusión que
se iba a llevar Pancho… pobre, él creía que era una hermosa perra y
no era así.

Aquella muchacha, flaquita flaquita, y alta alta, le enganchó una


enoooorme correa (digna de un perro con esa magnitud), y salió a la

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vereda. Me pregunto por cosas de Pancho, sobre su raza, como era,
si era amigable… lo mismo que todo el mundo pregunta cuando ve
un perro tan pero tan sexy como Pancho. Luego, y para que no se
sintiera menos le pregunté por “Nelson”, y ella me contó muchas
cosas. Que era súper cariñoso, amigable y que vivía jugando. Que
pese a ser tan grande era un cachorro, que apenas tenía 2 años. Al
toque me acordé de los cálculos matemáticos de mamá y la teoría de
los 7 años de los perros. Por ende, Nelson y Pancho, tenían la misma
edad.

Mientras ella hablaba… y lo hacía de forma casi ininterrumpida, no


dejaba espacio ni para meter una publicidad, yo no dejaba de mirar
de reojo Pancho y a Nelson. Sabía que en breve, Pancho, se iba a dar
cuenta. ¡¡Atención!! Algo llamó mi atención… su actitud ante Nelson
no cambió. Él seguía feliz de la vida, y cada tanto me mirada como
dándome las gracias. Y Nelson, el abominable perro de las nieves,
también lo hacía. Se olían, se movían la cola, ladraban y hasta
querían jugar. Claro que en más de una oportunidad, Pancho se
comió un “patazo” de Nelson que casi lo deja como pegotín en la
vereda.

Después de un rato, Luz, porque así se llamaba la dueña de Nelson,


me dijo que debía entrar, que su pareja estaba por llegar de trabajar

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y debería hacer la cena. Que cuando quiera traiga a Pancho, que será
bien recibido y que puede jugar cuando quiera con Nelson. Le dije
que todas las tardes venía a la plaza, y me dijo que cruzara tranquilo,
y que entrara al patio sin ningún problema. La salude… acaricié el
lomo de Nelson y volvimos con mi madre y mi hermana, que desde
lejos me hacían seña que ya nos íbamos a casa.

Ya en la plaza, le conté a mamá de aquel enorme perro que se


divertía jugando con Pancho. Mientras ella juntaba el termo y el
mate, Pancho no dejaba de mirar hacia aquella casa donde estaba
aquel enorme perro. Un auto paró en la puerta del garaje. Nelson
comenzó a ladrar y a mover la cola. Había llegado su otro dueño…
aquel al cual Luz le iba a preparar la cena. La puerta se abrió, y del
auto bajo una chica. Igual a Luz… Flaquita flaquita y alta alta, la cual
entro al patio, acaricio a Nelson, abrió la puerta y gritó… “¡¡Llegué!!”

Aquella tarde había descubierto cosas nuevas… y mi cabeza, no deja


de hacerse mil y un preguntas.

Tarde en la noche, ya en la cama, cuando mamá vino a darme el beso


antes de dormirme, le conté. Desde la historia de Pancho y Nelson,
incluso lo de Luz.

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Un pequeño silencio se generó… mamá hizo una cara rara, como
diciendo “¿Cómo te lo explico?”, pero supo resumirlo de una forma
muy sencilla… -“La gente se ama. Y digamos que no importa a quien
ames, mientras que lo importante sea descubrir el verdadero amor. Y
que por sobre todas las, te haga feliz”-. Me dio un beso, me dijo que
me amaba y que soñara con los angelitos. Apagó la luz y salió del
cuarto.
Me acomodé en mi cama… aquellas palabras de mamá habían sido,
creo yo, hermosas. Pancho roncaba junto a mi cama en una pequeña
alfombra. Se lo veía feliz. Casi en un susurro le dije: -“Te amo Pancho,
y que bueno que hallas descubierto a quien te hace muy feliz”-. Le
acaricié el lomo, me di vuelta y me dormí.

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Había una vez… ¡y se acabó!

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Aquel viernes no era un viernes cualquiera… y menos que menos,
una noche cualquiera. Aquel viernes era “Noche de Machos”. Si, así
como lo leen. Noche de hombres recios… de esos con pelos en el
pecho… que escupen en la calle… que se sacan los mocos y te los
muestran… ¡¡¡Hoy era noche de amigos!!! Y como debía ser, íbamos a
hacer cosas re zarpadas… ¿Cómo cuál? Comer Pizza, tomar refresco y
quedarnos hasta tarde jugando al Play. Lo que hacen los verdaderos
machos. Eso sí, antes tuve que ordenar el cuarto, hacer los deberes,
ayudar a mamá a hacer los mandados y cambiarle el pañal a Rocío…
pero después de eso, ¡Noche de amigos en casa!

Como el carnet de la escuela vino con buenas notas, no fue muy


difícil de convencer a mamá para que Benja y Fran se quedaran.

El plan era simple… Haríamos una pijamada en el living, porque ahí


tenemos una tele híper súper archi recontra mega grande, conectaría
papá la consola, tiramos unas colchonetas al suelo, y disfrutaríamos
de una noche de reyes a todo Play.

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Cerca de las siete de la tarde llegaron mis amigos. Con ellos juego en
todos los recreos. Tuvimos la mala suerte que nos tocó en grupos
separados, pero veníamos desde el jardín juntos. La hora del recreo
era el momento ideal, para que aquel clan se juntara. Y cada vez que
podíamos, inventábamos alguna excusa para vernos fuera de la
escuela. Por suerte entre las madres se llevaban divino, y cada vez
que nos juntábamos, ellas estaban horas y horas conversando. Por
momentos llegamos a creer que hasta podía ser peligroso, porque
parecían tener una lengua atómica. Se contaban todos los chismes de
la cuadra, hablaban de los programas de chismes, de las revistas de
chismes, de los chismes que le contó otra persona, y hasta creo que
inventaban algún chisme nuevo para no ser menos que el chisme que
estaba chismeando una de ellas.

¡Fran y Benja son re cracs! No solo porque son mis mejores amigos,
sino porque son los más mejores de los mejores amigos. Del
“grupete”, Fran es el más tranqui. Le gusta mucho leer. Yo diría que
demasiado. Con decirle que lee hasta los grafitis de los baños
públicos. Y si con eso no le alcanza, se lee la letra chiquita de los
envases, ¡les juro! Al punto tal, que cuando te ve tomando una
chocolatada en cajita te dice: “Esta hecha con fluoruro de no sé qué
cosa y glucosa de no sé qué”. ¡¡Es un verdadero genio!!

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En cambio, Benja es más haragán para leer. Pero hay que admitir que
es casi un técnico de la NASA. Maneja las computadoras como un
verdadero astronauta. Conoce todo sobre el internet, y hasta tiene su
propio Email. No sé muy bien para que, porque ninguno de nosotros
tiene email, por lo tanto no tiene a quien escribirle, pero igual es feliz
porque él ya tiene el suyo.

Después que nuestras madres se aburrieron de hablar, cosa que


parecía casi imposible, y cada cual marchó para su casa, dimos
comienzo a la invasión del living.

Benja y Fran me dieron una mano a bajar el colchón de mi cuarto,


mientras que mamá nos servía refresco y pizza en una mesa ratona
que estaba junto a la tele.

Una pila de video juegos aguardaba junto a la consola.


Teníamos de todo para jugar. Aventuras, futbol, autos, peleas, hasta
uno de peluquería donde había que peinar a las muñecas. Cuando se
trataba de jugar, no importaba que fuese, mientras tuviéramos
niveles que conquistar.

Pancho bajo de mi cuarto y se tiró a dormir sobre uno de los sillones,


por suerte la tele tenía el volumen relativamente alto, porque los

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ronquidos de aquel perro eran insoportables. ¿Cómo un perro tan
pero tan chiquito podía generar esos ronquidos tan pero tan
estruendosos?

Ya eran como las once de la noche… medio cuerpo tapado por una
colcha vieja, las cabezas asomadas junto a la cabecera, cada quien
con su joystick y la adrenalina a mil… creo que tanto refresco
azucarado nos estaba jugando una mala pasada.

En la pantalla, un erizo azul con guantes blancos, championes rojos y


una híper velocidad atravesaba todos los niveles, esquivando
pinchos, pozos, y extraños aliens que querían destruirlo. “Monics”
era un juego súper viejo pero que se había vuelto moda nuevamente.
Mi padre siempre me decía que él lo había jugado y que lo “había
dado vuelta”.

No sé por qué, pero en un momento, tanto Fran, como Benja y yo,


habíamos dejado de lado la idea de conquistar nuevos mundos. Y
habíamos comenzado a “matar” a nuestro erizo. Lo dejábamos caer
en los pozos… que las piedras lo aplastaran… que los bichos lo
empujaran y hasta que el tiempo llegara a su final. El cartel de “Game
Over” ya se había gastado de aparecer en pantalla.

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Hasta que algo sucedió… “Monics” no corría más. Se había quedado
quietito como una estatua en medio de la pantalla. Apretamos X O y
nada. Triangulo y Cruz, y nada. Los escenarios se movían, pero el
erizo estaba ahí, sin nada que hacer. Pensamos que se habían rotos
los controles, pero no. Pusimos unos que estaban guardados, y el
erizo nada. Reiniciamos la consola, y al volver el juego el erizo seguía
ahí, quietito, de brazos cruzados mirando hacia nosotros.

-“Este juego es una porquería”- Se quejó Fran.


-“Tendríamos que haber jugado al de futbol y hacer un
campeonato”- Reclamó Benja.
-“Se debe haber rallado… supongo”- Me excusé.

-“¡¡No me rallé!!”- Se oyó desde la tele.

Del julepe que nos pegamos, volamos los controles al diablo y nos
tapamos la cabeza casi que coreográficamente.

-“¿Qué se esconden? ¡¡No sean cobardes!!”- Se oía.

Benja, Fran y yo nos mirábamos, o mejor dicho hacíamos el intento


porque bajo la colcha estaba todo oscuro, sin dar crédito de lo que
nos estaba pasando. El video juego nos hablaba. No solo no

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reaccionaba a los mandos del joystick, sino que ahora estaba
enojándose y… Algo se estaba moviendo afuera de la colcha. Algo
caminaba por la habitación. Algo estaba sirviendo un vaso de
refresco… algo lo estaba bebiendo… algo… algo… algo eructó. ¡Qué
asco!

¡¡¡Zacate!!! La colcha que nos cubría voló por los aires. Habíamos
quedado al descubierto. Desprotegidos (Es cierto que una colcha no
es la mejor protección, pero es lo que había). Frente a nosotros, ahí,
a escasos centímetros de nuestras narices, había un par de
championes rojos. ¡Y no solo un par de championes rojos! Sino que
dentro de esos championes rojos, había unos pies. ¡Y no solo eran un
par de pies dentro de unos championes rojos! Sino que esos pies
tenían piernas, y esas piernas tenían un tronco, y ese tronco tenia
brazos, y esos brazos manos, y esas manos guantes, y si volvemos al
tronco, también tenía un cuello y del cuello salía una cabeza y de esa
cabeza salían unos largos pelos azules. Aunque todo era azul. Brazos,
tronco, cuello, piernas y championes, que eran rojos. Ahí frente a
nuestras narices, el mismísimo “Monics”. El protagonista de mi video
juego. De brazos cruzados y cara de pocos amigos. Quisimos decir
algo, pero no nos salía ni una sola palabra. El erizo azul se agachó
hacia nosotros, y con el ceño fruncido dijo…

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-“¿Con que les divierte tirarme en los pozos? ¿Les divierte que me
aplasten grandes piedras? ¿Qué me pateen aliens enanos?”-
-“Un poco”- ¡¡¡Callate Benja!!! Que manía de abrir la boca cuando no
tiene que hacerlo. Aquella respuesta, hizo que el erizo se enojara aún
más. De un manotazo nos arrancó los controles, nos apuntó con uno
de ellos, y con una gran sonrisa en su cara nos dijo…
-“Es tiempo de comenzar a jugar…”- Y presionó “Star”.

Oscuro.
Todo se volvió totalmente oscuro. Como cuando hay apagón. O como
cuando te ponen un pañuelo en los ojos para romper la piñata. Nada,
absolutamente nada se veía. Hasta que una música comenzó a sonar.
La luz comenzó a volver, y para sorpresa nuestra, ya no estábamos en
el living. Y mucho menos rodeados de pizzas y refrescos. Estábamos
en una especie bosque. Sobre un camino de ladrillos. A nuestras
espaldas un castillito con una bandera. La cara de un dragón estaba
dibujada en la tela. En el aire flotaban cubos y como si esto fuera
raro, estaba lleno de grandes caños color verde, de los cuales salían
unas horribles plantas carnívoras.

-“¿Dónde estamos?”- Preguntó Fran con un miedo que se olía de


kilómetros y kilómetros de distancia.

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-“¿No se dieron cuenta…? Estamos en el universo de la Princesa J”-
Benja estaba fascinado, no daba crédito que estuviera ahí.
Yo no sabía que decir, lo único que pensaba era en el lío que se iba a
armar si mi madre descubría que no estábamos en casa, y encima
que había un erizo azul gigante en el living.

-“¡Vamos! Yo sé cómo llegar al final del nivel”- Dijo Benja y salió


corriendo por el bosque. Obviamente, Fran y yo no lo dudamos y
salimos tras él. Ni locos nos íbamos a quedar ahí paraditos como
unos panchos.

Benja corría y saltaba pegándole a esos cubos flotantes. Cada vez que
los golpeaba, caían monedas. O aparecían hongos, o flores, o colas de
mapaches, o enredaderas que subían hasta el cielo. Él estaba
fascinado… hasta que una voz lo hizo detenerse.

-“¡Tranquillo Ci Intrusi!”-
Frente a nosotros estaba parado él. ¿Él quien? Un hombre petizo.
Bigotón. Con una nariz súper gorda y redonda. Vestía un jardinero
rojo con una “M” en el pecho y sombrerito del mismo color y el
mismo grabado. En una de sus manos una sopapa. En la otra, una
estrella súper brillante.

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-“Nessuno può entrare nel regno della principessa J”-
-“Esattamente, fratello”-
Ahora un flaco, igual pero alto y con las ropas de color azul y una “L”
en lugar de la “M”, apareció en escena.

-“Hola… nosotros somos…”-


-“¡¡¡Per attaccare!!!”- Gritó el enano y salió corriendo hacia nosotros.
Por la cara y el gesto de revolear la sopapa, deducimos casi
inmediatamente, que si no salíamos corriendo nos iban a reventar. Y
obviamente, eso hicimos. Atrás de estos dos italianos mal
humorados, venían unos hongos con patas y dientes, unos patos con
caparazón, y otra cosa que hasta ahora me pregunto que son pero
tenían unos martillos en las manos y con eso era lo suficientemente
claro para darnos cuenta que no venían a darnos la bienvenida.

¡¡Corrimos como locos!! Ni en las clases de gimnasia en la escuela


habíamos corrido así. Hasta que Benja gritó: -“¡¡Entren a esa
tubería!!”-. Y eso hicimos.

Oscuro.
Todo se volvió totalmente oscuro. Como cuando jugas a la gallinita
ciega. O como cuando te despertás en la noche y la tele del cuarto

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está apagada. Nada, absolutamente nada se veía. Hasta que otra
música comenzó a sonar.

Tubos de neón, como esos que ponen los bares comenzaron a


encenderse a nuestro alrededor. Parecía un gran laberinto. En el
techo flotaban como unas bolas brillantes amarillas. Algo se movía a
lo lejos. No podíamos verlo bien.
-“¡¡¡Corran!!!”- Gritó Benja y salió disparado, como cuando queres ir
al baño y no te aguantas más. Nosotros salimos atrás de él, no
íbamos a descubrir por nuestra cuenta que era lo que estaba
pasando.

-“¿Dónde estamos ahora?”- Pregunte.


-“Estamos en el universo de MANPAC. Lo que veíamos a los lejos eran
unos fantasmas”-

¿Fantasmas? ¡Odio los fantasmas! Una vez, me hice el dormido


acostado en la cama de mis padres, y ellos se pusieron a mirar una
película de miedo. Creo que demoré como 300 días en poder volver a
dormirme del julepe que me había dado. La película trataba de una
casa embruja, una herencia y no sé qué más. Lo importante era que
el fantasma del mayordomo se aparecía a cada rato, y mamá se
asustaba cuando aparecía y gritaba como loca. Cada vez que se oía la

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música tenebrosa, apretaba los ojos tan pero tan fuerte, que hasta
me llegaron al cerebro.

Seguíamos corriendo por esos corredores de luces flúor, esquivando


las piedras amarillas brillantes. Al doblar una esquina nos
enfrentamos a uno de esos fantasmas. Para serles sincero, aquel
fantasma no era tan fantasmagórico como me lo hubiera imaginado.
Era como si alguien se hubiera tirado una sábana encima. Tenía unos
ojos enormes y ponía cara de miedo. Me daba la sensación, que ellos
no intentaban asustarnos a nosotros, sino todo lo contrario. Como si
ellos huyeran de alguien o algo.

Ñaca – Ñaca – Ñaca – Ñaca


Algo así era el sonido que oímos a espaldas nuestras. El fantasma
puso una cara de susto increíble y salió corriendo… o flotando,
porque no tenía pies. Lentamente nos dimos vuelta, y lo que
descubrimos no fue nada bueno. A toda velocidad, por el pasillo de
luces flúor venia una gran bola amarilla, con ojos negros y una boca
GIGANTE. Así como se los digo, una boca enorme. Tan enorme que
perfectamente podría ser la puerta de un garaje.

-“¡¡¡¡¡ManPac!!!!!!”- Gritó Benjamín y salió que le hervía el copete.

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Otro dicho que jamás voy a entender y que mi abuela vive diciendo
cuando alguien sale apurado. “Le hervía el copete”. ¿A quién le
hierve el copete? ¿Qué es el copete? ¿Por qué hierve? ¿Quién
invento estos dichos tan espantosos?

A pocos metros estaba aquella bola amarilla que todo lo comía.


Cuando Fran sea grande quiere ser pianista y yo Astronauta, por
ende, ninguno soñaba con convertirse en almuerzo de una bestia
redonda amarilla, por lo tanto, seguimos los pasos de Benja y
corrimos como unos locos.

El aliento de aquella bestia ya se podía sentir. Y por lo visto era


insaciable. En la persecución, se comió a tres fantasmas y como
doscientas de las piedras brillantes y nada lo detenía ni lo llenaba.

-“¡¡Por acá!!”-
Era Benja que nos esperaba en una especie de túnel. Nosotros nos
apuramos cada vez más, pero mi despiste fue mayor y tropecé con
una de las piedras amarillas. Fran se detuvo al ver que me había
caído. Le dije que siguiera, que era muy peligroso. Pero él no lo dudó,
se cómodo los lentes y volvió hacia donde estaba, me ayudo a
pararme y cuando íbamos a comenzar a correr…
¡¡¡¡¡GRRRRRAAAAAAAAA!!!!! La bestia estaba a nuestro lado. Una

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respiración fría y fuerte nos daba contra la cara. Aquel monstruo
gigante de boca enorme y ojos negros, estaba sobre nosotros. Era el
final. El “Game Over” de nuestras vidas. Cerré los ojos, no quería ver
cuando me estuviera masticando.

-“Bicho malo”- Y le dio una palmadita en la boca.


Abrí los ojos y lo que vi ante mí, no lo podía creer.

Fran estaba rezongando al monstruo amarillo. Le había dado un


cachote en la boca, y con el dedo índice levantado lo rezongaba… le
decía “Que feo tratar así a la visita”, “Anda a lavarte los dientes”, “No
te hagas el malo por ser tan grandulón”. Y aquella mole gigantesca,
lloringueaba como un cachorrito.
-“A pensar al rincón”- Y el MANPAC se fue a una esquina a llorar.

Fran se gozaba su victoria, pero no le di mucho tiempo para festejos.


Lo agarré de la mano y salí corriendo con él de arrastro para el túnel
donde estaba Benja. Una vez que entramos a ese lugar, la oscuridad
de hizo presente… otra vez.

Del otro lado de la pantalla, “Monics” muy tirado en el sillón, con las
patas sobre la mesa, un pedazo de pizza en la boca y tomando
refresco de ¡¡¡MI vaso!!! ¡¡Que emoción!! Mi video juego favorito

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está usando mi vaso… mirando atentamente todo lo que nosotros
hacíamos.

Volviendo a la consola… les decía que la oscuridad era impresionante.


Estaba todo tan oscuro como una tormenta de invierno. O como
cuando cerras los ojos que todo queda oscuro por razones lógicas.
No se veía nada, absolutamente nada. Hasta que una música
comenzó a sonar.

Ante nosotros había una huerta. Repleta de plantas. Una casa vieja.
Una furgoneta parada a un costado llena de cosas, como rastrillos,
palas, bolsas de estiércol y semillas. Y frente a nosotros una cerca
alta de madera. Detrás del muro venían unos lamentos. Como
alguien sufriendo. Llorando. Lentamente nos acercamos. Dimos uno…
dos… tres pasos… hasta que Benja se frenó, nos miró con una cara de
espanto total y nos dijo…
-“No se acerquen… son Zombis”-

¡Que divino todo esto! Y lo digo irónicamente. Hace un rato unos


italianos enanos con sopapas de arma nos sacaron corriendo. Una
bestia amarilla casi nos come y ahora somos invadidos por zombis.

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La cerca comenzó a temblar. Lo que fuese que hubiese del otro lado
la estaba empujando. Las maderas rechinaban, mucho no iban a
soportar. Cada vez era más fuerte el sonido de los lamentos. Benja
miró hacia todos lados y nos señaló la puerta de la casa. ¡¡Plaff!! Un
gran golpe contra la cerca. –“¡Vamos!”- gritaba Benja. Yo estaba
paralizado el miedo. Fran y Benja llegaron hasta la puerta y me
gritaban para que fuera, pero no podía moverme del miedo. Estaba
como en “Pausa”. Volvieron hacia mí, me agarraron de las manos y
comenzaron a cincharme… arrastro me llevaron hasta la puerta.
Abrieron, entró Benja… entró Fran… y en el momento en que estaba
por entrar, el muro se cayó. Del otro lado, una horda de Zombis
avanzaba. ¡Eran cientos! ¿Qué digo cientos? ¡Eran Miles! ¡¡Y
asquerosos!! A algunos le colgaban los ojos… a otros le faltaban las
manos y eran todo huesitos… no caminaban arrastraban los pies. Se
les caía la baba. Y de sus bocas asomaban unos dientes todos
podridos. Parecían los personajes de una serie que mira mi padre en
internet.

El piso comenzó a temblar y unas plantas comenzaron a salir de entre


la tierra. Pero no eran cualquier tipo de plantas, eran mágicas. Unas
escupían hielo contra los zombis, y otras, grandes bocanadas de
fuego. Aquellas extrañas plantas, no estaban protegiendo.

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Benja se asomó por la puerta, me agarró por los hombros y me
empujó hacia adentro.

Todo a nuestro alrededor de pixeló por un segundo. Era tanta la


mezcla de colores que cerramos los ojos para que no nos encandilara.

Repentinamente, comencé a sentir un fuerte sonido en mis oídos.


Como de aire que chocaba contra mi cabeza. Era un aire caliente,
denso. Como el del aliento del MANPAC. Admito que me dio miedo
abrir los ojos, pero no quedaba otra.

Estábamos en la peluquería de Lucy. Si, en la peluquería. Lucy era una


de las muñecas de moda, y sinceramente, no sé cómo había llegado
este video juego a mi colección. Sobre mi cabeza, un secador de pelo.
A Fran le estaba pintando las uñas y a Benja le lavaban la cabeza. De
fondo una música súper cursi, pero muy contagiosa. “La felicidad ah
ah ah ah”, cantaba un señor con una voz finita y una tonalidad como
si tuviera tres kilos de mocos tapándole la nariz.

Lo realmente extraño era ver a los demás clientes de aquella


peluquería. En un sillón, leyendo una revista de chimentos, había un
gran gorila. Tenía una corbata puesta y llevaba bajo su brazo un
barril. Tenía puesta una toalla enroscada en la cabeza, y por lo visto,

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se estaba haciendo tratamiento para el cutis, porque tenía toda una
crema en la cara con pedazos de pepinos. En la misma fila de asientos
donde estaba Fran, un Hombre X apoyaba sus garras de acero en la
mesa, para que una muñeca le pasara esmalte rosado. El Caballero de
la Noche, le explicaba a la recepcionista como quería el corte de pelo
porque tenía una cita con La Chica Gato. Mientras Araña-Man se
hacia el brushing en sus telas.

Aquel Spa para muñecas era muy reconfortante, hay que admitirlo.
La música, los masajes en el pelo, bomboncitos de chocolate sobre la
mesa… ¿Qué más se podía pedir? ¿Nada podía salir mal?

Las campanitas colgadas en la puerta anunciaban que un nuevo


cliente ingresaba a la peluquería de Lucy. Y para desdicha nuestra,
ese cliente era el enano con la sopapa.

Cuando nos vio comenzó a los gritos, decía cosas en italiano que
nadie le entendía. Lucy quiso oficiar de traductora, pero fue peor. La
comunidad de personajes de video juego, resolvió hacer un “dígalo
con mímica”.

3 Palabras… La primera… él… la… ¡¡Ellos!!

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La segunda… cortada… Sol… SO… segunda parte de la palabra…
(Señala la paleta de colores de las tintas) ¡¡Negro!!... cortado… ¡¡¡N!!!
“Ellos Son…..”
Faltaba la última palabra… señalo el televisor, en el que estaban
pasando un programa de chimentos. ¡¡¡Intrusos!!! Gritó el Caballero
de la Noche.

“ELLOS SON INTRUSOS”

Todos aplaudieron y festejaron el acierto en el juego. Hasta que se


percataron de lo que el enano de jardinero rojo y sopapa en mano
quiso decir. Ahí se aromó la debacle total… el lio maximizado en su
máxima expresión. El gorila se arrancó la toalla de la cabeza y se
limpió la cara. El Hombre X se paró de su asiento, pero puso las
manos hacia arriba para que no se le corriera el esmalte de las garras.
Y Araña-Man se enrosco las telas en la cabeza y se puso una pinza
para no despeinarlas. Y ahí, como si fuese una gran película de
acción, todos los súper héroes en pleno tratamiento de belleza, se
lanzaron sobre nosotros.

Una épica persecución en aquel extraño mundo de los videos juegos


comenzó a darse. Volaban bolas de fuego, lanzas y piedras de colores
por todos lados.

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Al doblar en una esquina de aquella rara ciudad, nos topamos con un
pequeño hombrecito de traje metalizado azul. Era extraño. No era ni
un niño, ni un robot… sino, que era ambos a la vez. Se acercó a
nosotros y nos dijo que era Mega Hombre. Benja dijo conocerlo, que
había jugado su juego. Nos dijo que lo siguiéramos, que él conocía la
salida.

Comenzamos a correr detrás de él. Mientras tanto, la horda de


personajes animados, con esmalte y crema incluidos, seguía atrás de
nosotros.

Un enorme galpón fue el destino final.

Al entrar ahí, nos encontramos con algo sumamente sorprendente.


¿Qué? Era el corazón nuestro Play. Ahí, frente a nuestros ojos estaba
el disco girando. La Memory Card y hasta los conectores de los
joysticks.

Mega Hombre nos dio las siguientes indicaciones:

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1) Cuando nos dijera “Ahora”, deberíamos correr hasta la
plaqueta central de la consola donde estaba el disco y
detenerlo.
2) Cuando nos dijera “Ya”, deberíamos tocar el interruptor que
decía “Reset”.
3) Cuando no nos dijera nada, nos quedábamos quietitos como
peinado de la Tía Gladys. La tía es fanática del Gel fijador, y
siempre tiene los pelos duros duriiiiiiisimos. Todos
engominados y con peinados tan pero tan raros que hasta el
hombre con los pelos más raros se sorprendería de lo raros
que son sus peinados.

Cuando entramos al galpón, Mega Hombre puso una enorme barra


de acero sobre la puerta para evitar que entraran los demás. Nos dio
las indicaciones y algo, que solo pasa en los videos juegos y en las
películas basadas en video juegos, o en los programas basados en los
videos juegos, o en las personas que están encerradas dentro de un
video juego, pueden vivir.

Las luces bajaron de su intensidad… comenzó a sonar una música re


triste… y todo lo que él decía, salía subtitulado a sus pies…

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-“Yo de niño fui convertido en un robot. Mi corazón es de metal, mi
estómago es de metal y mis sentimientos…”-
-“¿Son de metal?”-
-“¡No! Son verdad”- dijo, mientras que una lagrima de metal recorría
su rostro… de metal.
-“Yo fui uno de los juegos más populares de los 90… pero un día una
corporación china creó a Monics”-

Los chinos son así… cuando menos lo esperas te inventan un juego


que es revolución. Y claro, el pobre Mega Hombre no pudo contra él.
Ahora muchas cosas comenzaban a cerrarnos. Extra a la puerta que
él ya la había cerrado.

-“Todos esos juegos que están ahí afuera intentando atraparlos,


fueron creados por la misma empresa. Y lo que quieren es
discontinuar a los juegos como yo”-

Ya se le habían caído tantas lágrimas de metal, que había hecho un


agujero en el piso.

Después nos contó, que vive en una eterna lucha contra el erizo azul
y que por eso nos estaba ayudando a nosotros. Que debíamos salir
de la consola, porque si no, quedaríamos encerrados para siempre.

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¡¡¡Plaaaaa!!! Sonó el portón del galpón. Los animados estaban del
otro lado.
-“Rompé el portón con tus garras”-
-“¿Estás loco? Recién me las pinté”-
Se escuchaba del otro lado.

-“No hay tiempo que perder, debemos detener el disco para que
ustedes puedan salir”-

¡¡¡Plaaaaa!!! Un nuevo golpe, pero ahora el portón comenzó a


doblarse.

Cada uno se colocó en su posición… Fran Junto al disco. Benja en el


botón de “Reset”, y yo me comía las uñas de los nervios.

¡¡¡¡Plaaaaaa!!! Otro golpe más.

Mega Hombre se apoyó contra el portón para intentar detener a los


villanos. Cada vez los golpes eran más fuertes y el portón se veía más
endeble.

Dio la señal y comenzamos con el plan.

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Había un pequeño detalle que Mega Hombre había obviado. Él era
súper poderoso, pero nosotros éramos solo niños. Ni Fran podía con
el disco, y menos aún Benjamín presionar un botón tan grande.

¿Y ahora? ¿Cómo detenemos esta consola? ¿Monics se saldrá con la


suya? ¿No hay vidas extras? ¿No se supone que el hombrecito de la
sopapa es bueno?

Fue entonces que el genio de Fran tuvo una idea simplemente


perfecta.

-“¡¡Escuchen con atención!!”- Gritó Fran.

-“Toda equipación que utilice una carga eléctrica, cuenta con un


dispositivo cableado que se utiliza como puente entre la fuente
energética y el bobinado central del equipo. Si logramos inactivar la
fuente, eliminado la carga de Kilowatts, la central suspenderá sus
funciones dejando inactivo el mismo”-

Hay que admitir que tanto leer le enseño palabras preciosas, pero
para niños de ocho años se nos complica el comprender la mitad del

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plan… ¿Qué digo la mitad? Yo hasta el “Toda equipación…” entendí
bárbaro, pero del resto ni idea.

-“En español Fran, en español”-


-“¡¡Que hay que desenchufarlo!!”-

¡¡Claro!! Tan simple como eso, ¡desenchufarlo!

Comenzamos a mirar todo el sistema del equipo, mientras los villanos


estaban meta que meta dar golpes al portón.

-“¡Ahí!”- Señaló Fran un gran cable que se unía a una fuente que
emanaba mucho calor. Fuimos los tres e intentamos cinchando pero
nada. El cable era muy grande y pesado.

¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo zafamos de esta? ¿Cómo termino el


libro si quedo encerrado en una consola?

-“¿Y si apretamos ese botón?”- Consultó Benjamín.

Nos acercamos y junto a la fuente, había un pequeño botón. Junto a


este un cartelito también pequeño, y en el cartel tenía letras más

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pequeñas. Fue entonces que Fran se sacó sus lentes y los usamos
como si fueran una lupa.

“En caso de emergencia, colapso interno entre personajes o que


usted sea un niño atrapado en un mundo virtual, presionar este
botón para desactivar la corriente del equipo”

No había mucho para hacer, ni tantas opciones para elegir; solo


debíamos apretar aquel botón.

De pronto, la claraboya del techo estalló en mil pedazos. Y desde lo


alto de aquel galpón comenzó a descender en un vuelo perfecto, un
zorro amarillo con dos colas. Si, un zorro con dos colas. Lástima que
no era un perro, porque dicen que no hay nada “más feliz que un
perro con dos colas”. ¿Por qué hace feliz a un perro tener dos colas?
No lo sabemos, pero lo que sí es seguro, es que el mismo que inventó
ese dicho, fue el autor de “Los moros en la costa” y “Le hierve el
copete”.

-“Tranquilo Mega Hombre, he venido a ayudarte”- Dijo el zorro.

Aquel zorro no era un zorro cualquiera. Evidentemente ya lo hacía


diferente el mero hecho de que tenía dos colas y que las usaba como

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la hélice de un helicóptero, y de su color amarillo “patito”. Sino que
aquel zorro, que decía venir a ayudarnos, era el mejor amigo de
Monics.

-“Ese maldito erizo me tiene cansado. Él se lleva todo el


protagonismo, y uno queda simplemente como una simple opción
para el segundo jugador”-

Ahí estaba el conflicto. Problema de egos entre el erizo azul y el zorro


amarillo.

Los golpes en el portón no paraban, y este, estaba cada vez más


arruinado.

-“No pierdan tiempo y presionen el…”-

¡¡¡¡Plum!!!! Una gran explosión voló el portón, y con él, al zorro y al


mega hombre. Detrás de la bola de humo y polvo que había dejado el
portón que acaban de derrumbar, aparecieron los villanos. El petizo
de jardinero rojo, cargaba una bola de fuego en su mano, y en su cara
una sonrisa al mejor estilo el Guasón.

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Mega Hombre y Zorro, se levantaron y se pusieron en postura de
combate.

-“¡Rápido, no hay tiempo que perder!”- Exclamaba Mega Hombre, al


tiempo que le daba tremenda piña al italiano de mameluco azul.

Gritos, golpes y explosiones por todos lados. Parecía la Ámsterdam


en un día de clásico. Solo faltaba una garrafa de 13 kilos.

Miré a Fran… mire a Benja… sabía que ese era el momento indicado…
-“Prontos… voy a presionar el botón… a la una… a las dos… y a las…”-
-“¡Para! Dejame mirar esta pelea épica”-
-“¡Apretálo!”- Grito Fran. Pero antes que pudiera reaccionar, lo
apretó él.

No sé si era el hambre o qué, pero el olor a los bizcochos calentitos


me despertó. Miré a mí alrededor, y efectivamente, estábamos otra
vez en el living de casa, tirados en la colchoneta enfrente al televisor.
En la pantalla, el cartel de “Game Over”, y el erizo azul tirado en el

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suelo. Fran y Benja dormían a pata ancha. Y sobre el sillón, Pancho no
dejaba de roncar.
Que sueño tan raro… quizás, tanto refresco azucarado me hizo tener
aquella extraña pesadilla.

Al rato ya estábamos todos desayunando en la cocina. Mamá había


preparado leche con cacao y cocinó unos bizcochos caseros. Eran
cerca de las 10, y no faltaba mucho para los vinieran a buscar a mis
amigos. Así que decidimos, jugar una última partida antes de que
Benja y Fran se fueran. Les dije que prendieran la tele y la consola,
mientras yo ayudaba a mamá a levantar la mesa del desayuno. Y allá
fueron mis dos compinches. No pasó mucho, cuando Fran comenzó a
llamarme.

-“Mateo, vení que está pasando algo raro en uno de los juegos”-

¿Y ahora qué pasó? Salí corriendo hacia el living. Cuando llegué, Fran
y Benja miraban extrañados la tele. MANPAC, aquel bichito amarillo
cómelo todo, no avanzaba en el juego. Estaba paradito en un rincón
de la pantalla llorando, mientras que unos fantasmas trataban de
consolarlo.

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Hay un montón de cosas que quisiera entender, pero mis 8 años me
limitan a conocerlas. No porque no pueda entenderlas, sino porque
los grandes, tienen esa maldita costumbre de cuando les decís algo
que los incomoda, Te ponen su mejor cara de “¡Oh socorro sáquenme
de aquí!”, y recurren a la misma y trillada excusa: “Sos muy chico
para entenderlo”.

¿Sos muy chico para entenderlo? ¡¡Basta de esa excusa!! ¿Qué? ¿Si
quedo petizo para siempre, no me lo van a contar? ¿Qué tan grande
hay que ser para que te expliquen las cosas? Entiendan adultos que
no estoy pidiendo que me develen el código Da Vinci, que bastante le
costó a Tom Hans, sino que respondan a esas dudas existenciales a
las cuales un niño como yo no puede acceder.

Hágannos el favor de ponerse un poco en nuestros lugares… ¿Sí?


Alguna vez fueron niños… menos Doña Esther. Es una viej… perdón,
quise decir que es una señora mayor… o sea, una vieja. Muy vieja,
sumamente vieja, tan vieja que los años no los cumple, los
colecciona. Es alguien que tiene tantos años, pero tantos años, que
los guarda en el banco. Cuando Doña Esther nació, el mundo era a
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blanco y negro. Los dinosaurios todavía eran bebes y Mirtha recién
debutaba en televisión. Claro que ser tan pero tan pero tan pero tan
pero tan pero tan vieja tiene sus ventajas. Ella lo sabe todo. No
porque lo aprendió, sino por haberlo vivido. Un día me la crucé en la
placita y quise hacerle muchas de estas preguntas, pero está tan
sorda que nunca me respondió. Dicen en el barrio, que su sordera no
es por los años. Sino por tanta cosa que aprendió y vivió, que se le
apelmazó todo en la cabeza y le terminó tapándole el agujero de las
orejas.

Volvamos a lo que realmente nos importa, que son esas 10 dudas


existenciales que todo niño de 8 años tiene, y ningún adulto es capaz
de contestarnos.

Las siguientes preguntas pueden herir la sensibilidad de los adultos.

DUDA Nº 1- ¿DE DONDE VIENEN LOS BEBES?


El día que le pregunté esto a papá, me sentí un verdadero “yo-yo”.
¿Por qué? Automáticamente a mi pregunta, papá me dijo:
“Preguntále a tu madre”. Cuando llegue a mamá, y se lo pregunté,
me dijo: “Preguntále a tu padre”. Y así sucesivamente, hasta que me
aburrí de esperar una respuesta, y de hacer un surco en las baldosas
del living hasta la cocina y viceversa.

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Como no obtuve aquella noche la respuesta, comencé a investigar y
me encontré con 4 posibles teorías:
TEORÍA 1- “Los bebes vienen de París”. Esta primer teoría la
descarté casi que automáticamente. ¿Por qué? Porque no se hablar
francés. Y evidentemente, si hubiera nacido en París lo haría. Ojo,
que esta teoría no se descarta para los nacidos en Francia. Lo otro
que me genera dudas es, ¿Si nos trajeron en una encomienda desde
París, además de un cartel de “Frágil” en el paquete en que
veníamos, nuestros pagues tuvieron que pagar impuestos por
nuestras importación? ¿Nos eligen por catálogo? ¿Hay una página
web donde se ven los bebes y les das clic para ponernos en el
“carrito” y comprarnos?
TEORÍA 2- “Nacimos de un repollo”. Odio el repollo, ¿Será la culpa
de haber nacido de uno de ellos? Quizás eso explica por qué las
madres detestan que sus hijos jueguen con tierra, deben de tener el
miedo de que hagamos un pozo y nos volvamos a meter en otro
repollo. Los que tiene patio con pasto pueden plantar repollos, ¿Y los
que viven en edificio como hacen? ¿Hay macetas lo suficientemente
grandes como para un repollo del tamaño de un bebe? ¿El repollo
madre es una regallina?
TEORÍA 3- “Nos trajo la cigüeña”. Indiscutidamente estamos
hablando de una Cigüeña fisicoculturista. Porque esos pajarracos, son
como súper flaquitos. Y aguantar el peso de un bebe en el pico no es

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para cualquiera. Ahora… Nos trae una cigüeña, ¿pero de dónde? ¿De
parís o de un repollo? ¿Las cigüeñas son francesas? ¿Vive en el
campo una cigüeña? ¿Las cigüeñas tienen un GPS de futuros padres?
Porque no de tenerlo ¿Cómo saben a qué casa llevar al bebe? ¿Y si se
equivocan? ¿Y si yo en realidad era el hijo de un rey o un Sultán y la
cigüeña no tenía ganas de volar tan lejos?
TEORÍA 4- “Estamos en la panza de mamá por 9 meses”. Esta
teoría es la que más me perturba. ¿Mamá se comió un bebe? ¿Cómo
llegue a la panza de mi madre? Una de las ideas que se me ocurre, es
que mamá se tomó una pastilla, que al mojarse con la saliva se
hincho y aparecimos nosotros en su panza. Seríamos algo así como
bebes transgénicos. Escuche por ahí, que estando en la panza, nos
alimentaríamos por una especie de cordón. En este proceso de
investigación, logré descartar ese rumor. ¿Cómo? Un día mamá había
preparado churrasco con papas fritas. Aproveché su distracción, me
saque los cordones de los championes y lo metí en la comida. Hice
mucha pero mucha fuerza absorbiendo desde la otra punta del
cordón, pero nada. No pude comer el churrasco por el cordón.

DUDA Nº 2- ¿POR QUÉ LOS PADRES SIEMPRE DICEN: “PREGUNTALE


A TU MADRE”?
Las madres tienen grandes facultades que los padres no consiguen.
Por ejemplo, mi madre te cocina lo que quieras. Mi padre, solo

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asado. Mamá puede limpiar la casa, cuidarnos a Rocío y a mí, mirar la
novela y preparar la comida para cuando venga papá, todo a la vez. Si
a Papá le hablas cuando está jugando Peñarol, no puede armarte una
oración entera. A que voy con estos ejemplos, que evidentemente,
las madres son mucho más inteligentes que los padres. Por lo que
recepcionan más información en su cabeza. Y cuando le preguntas
algo a papá y no lo puede responder, el hámster que corre en una
rueda en su cerebro, automáticamente deriva la orden al sector
“excusas” de su cerebro, y emite la frase “Preguntále a tu madre”,
acompañada de una cara de pánico maravillosa. Es bueno aclarar,
que esta teoría es totalmente personal.

DUDA Nº 3- ¿POR QUÉ A LA CACA DE LOS BEBES LE DICEN


“CAQUITA SANTA”?
¡Es caca! Siempre será caca por más que venga de una cola tan
chiquita. Es igual de asquerosa y con el mismo olor a podrido que la
mía. Aunque me pregunto lo siguiente: ¿Se canonizó la cola de los
bebes? ¿Hay estampitas de “San Caca”? ¿Se tiene que rezar algo
especial cuando vemos que un bebe está colorado y con la cara
hinchada por hacer fuerza? ¿Si él bebe está seco de vientre es un
hereje? ¿Por qué cuando un bebe se tira un cuete todos se ríen y se
lo festejan, y cuando lo hago yo me dicen “cerdo” y me mandan en
penitencia al cuarto? ¿En qué momento mi cola deja de ser “santa”?

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DUDA Nº 4- ¿QUÉ ES EL BIGOTE?
Tengo claro que es el pelo que les sale a los varones arriba del labio.
¿Pero para qué? ¿Solo para identificar que son varones? Mi tío
Bernardo está casi pelado ¿No sería mejor que en lugar de barba y
bigote, los pelos se le subieran y le salieran en la cabeza? Mi primo
Martín es igual a mi tía ¿Por eso mi tía Zulma también tiene bigotes?

DUDA Nº 5- ¿CUÁNTOS ELEFANTES SOPORTAN UNA TELARAÑA?


Según el mito urbano, los elefantes se columpian sobre una tela de
araña, como ven que resiste, van a buscar a otro y así sucesivamente.
Por lo visto la tela de araña es sumamente resistente. Las casas de
moda deberían aprovechar para hacer cosas más constructivas con
esa tela. Por ejemplo, rodilleras para los pantalones. Si puede
soportar 100 elefantes, perfectamente me debería durar todo un
ciclo escolar sin romperse. Tengo la sospecha que los pantalones de
Hulk deben haber sido confeccionados con ese material. Vieron que
el crece y crece y lo único que no le explotan y se estiran a morir son
los pantalones.

DUDA Nº 6- ¿QUIÉN LE DIJO A MI TIA QUE SU PERFUME ES RICO?


Mi tía Gorda hace poco se compró un perfume que es horrible. Tan
horrible, que perfectamente lo podes usa de fly para espantar a los

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mosquitos. Es una mezcla entre fragancia de wáter (y no es
exactamente “agua” en inglés, sino en referencia al trono del baño) y
a kerosén. Yo tengo miedo que un día se le caiga una gota de ese
perfume en el piso y con el ácido del mismo, termine haciendo una
reacción nuclear, la cual lleve a la extinción de toda la humanidad.
Por mis investigaciones, puede averiguar que lo adquirió en su viaje
al Chuy. Así que por favor, si van al Chuy y ven un perfume que viene
en botella de un litro con un peine fino de regalo, no lo compren.
Puede ser nocivo para su salud.

DUDA Nº 7- ¿QUIÉN DISEÑO EL CATALOGO DE ARTESANIAS PARA EL


“DÍA DE…” A LAS MAESTRAS?
Yo sé que las maestras le ponen toda su buena voluntad a los
adornos artesanales que arman en clase. ¿Pero ellas son conscientes
de la cerdada que son? O peor aún, ¿Tienen idea de lo que estamos
haciendo y lo inútiles que pueden ser estos regalos? Por citar algunos
ejemplos… “Porta retratos de cartón y fideos”: Ponele que el cartón
vaya y pase, ¿Pero los fideos, con qué necesidad? Es como empañar
algún lindo recuerdo de una foto, con algo tan allegado a la sopa. Por
no hacer referencia a los adornos de papel higiénico, las flores con
medias cancan, y lo más deprimente de todo, los dibujitos hechos
con yerba.

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DUDA Nº 8- ¿Qué TAN ADENTRO DE MI CABEZA PUEDE LLEGAR UN
MOCO?
Yo tengo la triste sensación, que un día en plena lucha por intentar
sacarme un moco, voy a llegar gasta el cerebro. Y lo peor de todo,
que ese moco, en fuga a mi dedo, va a salir corriendo por todo mi
interior como si fuera un prófugo del dedo justiciero. Ahora, lo que
me intriga es saber ¿Hasta dónde puede llegar ese moco? ¿Puede
escaparse en una lacha hecha de bacterias y atravesar mi torrente
sanguíneo? ¿Es capaz de infiltrarse entre mis venas para irse de
vacaciones al corazón? La Nariz es el punto de salida… ¿Pero dónde
se crean? ¿Tenemos un aparto de mocos dentro de nosotros? ¿El
aparato se activa cuando nacemos o es dependiente de la edad de
uno? ¿Los mocos crecen en proporción a la edad y al tamaño del
individuo?

DUDA Nº 9- ¿POR QUÉ LOS SÚPER HÉROES SE PONEN LOS


CALZONES POR ARRIBA DEL PANTALÓN?
Esa es una pregunta que da vuelta y vueltas en mi cabeza, como piojo
en motoneta. Los súper héroes se mandan a hacer tremendos trajes
pero siempre terminan poniéndose los calzoncillos por arriba del
pantalón. ¿Con que necesidad? ¿No pierde un poco de credibilidad
que aparezca un héroe de este tipo con calzas ajustadiiiiisimas y el

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bóxer por encima? ¿En lugar de tanta malla alicrada, porque no se
ponen un pantalón deportivo y listo?

DUDA Nº 10- ¿PORQUÉ A LA MAESTRA SE LE REGALA UNA


MANZANA?
Es un clásico el hecho de regalarle una manzana a la maestra. No es
que tenga nada contra las manzanas, pero no se le puede regalar algo
mejor. No sé, una milanesa al pan con papas fritas o una tira de
asado. Entiendo que si vas a la escuela en la mañana, la milanesa se
le va a enfriar hasta la hora del recreo. Y que si la maestra es media
flojita para comer, una mila a las 10 de la mañana le puede caer
pesada. Por no hablar del olor a frito en la clase, que sería
insoportable. De igual manera, propongo organizar una movida para
erradicar las manzanas en el escritorio de la maestra. ¡¡¡Bizcochos en
la mañana y milanesas en el turno de la tarde!!!

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Desde que somos chicos, nos llenamos la boca diciendo que
queremos crecer. Que “somos grandes”. Que podemos hacer esto y
aquello, porque ya no somos “bebitos”. ¿Pero estamos seguros que
queremos crecer? ¿Está bueno convertirse en un adulto? ¿O lo mejor
es ser siempre los nenes mimados de mamá y papá?

Admito que por momentos, la simple idea de crecer me fascina. Pero


a la vez me asusta.

Ser un niño está demás. Jugas todo el día, comes golosinas, vas a la
plaza, miras dibujos… ¿Qué más se puede pedir? Obvio que tiene sus
contras también. Ir a la escuela, juntar los juguetes, consulta con el
pediatra, y lo peor de lo peor del mundo mundial… soportar a la tía
Gorda. En realidad lo de la tía es un rato, y sé que ella no lo hace de
mala. Para ella, esos besos re babosos y con ese lápiz labial colorado,
es lo máximo. Pero a mí no me gusta… en realidad me gusta, porque
es una muestra de cariño, pero estoy horas pasándome el jabón en la
cara para sacar esa pintura colorada.

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El problema de crecer, es que te volves alguien amargo. Si, súper
amargo como el mate que toma mamá. Los adultos se vuelven
personas aburridas y sin imaginación. Ellos no tienen amigos
invisibles, no sueñan con convertirse en astronautas y no salen a
mojarse bajo la lluvia porque se pueden enfermar. Ellos están
pendientes de otras cosas… que el trabajo, la comida, el vecino, el
perro, la casa, las películas de karatekas, que viene la tía y hay que
guardar las sillas de plástico, que ir a hacer mandados… una infinidad
de cosas, que además de ser re aburridas, los cansan. Y los cansa
tanto, que les quita las ganas de jugar, de soñar, de cantar parados
sobre el sillón con un peine de micrófono. De imaginarse que están
en un teatro repleto, haciendo un recital de rock y que la gente grita
su nombre. Pero no pueden hacerlo… porque ya están cansados de
ser grandes.

Tengo primos que ya son adolescentes, y por eso viven adoleciendo


sus días. Ellos comenzaron a conocer cosas, que recién a su edad
conocen. Uno de mis primos tiene novia, y dice haber conocido el
amor. Otro, comenzó a ir a bailar, y dice haber conocido la noche. Y
mi prima consiguió su primer trabajo, y dice haber conocido el
esfuerzo. Todo, por haber crecido. Lo que no puedo entender, es
como recién descubrieron todo eso, cuando yo ya lo conocía. Tengo
el amor de los mejores padres del mundo. La noche es momento

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mágico bajo las estrellas, y me esfuerzo por ser el mejor hijo y el
mejor hermano cada día. Cuando lo hablé con mis padres, me dijeron
que era distinto, que cuando crezca lo voy a entender. Que disfrute
de ser niño, que es una etapa única.

¿Qué es para mí ser niño? Lo es todo. Y por eso lo quiero compartir


con ellos, con mis padres. Lo quiero compartir con mis primos que
son adolescentes. Y lo quiero compartir con mis amigos, que son tan
niños como yo. Lo comparto con Pancho todos los días cuando
vamos a jugar a la plaza con Nelson. Lo comparto con la Tía Gorda
que siempre me enseña a jugar distintas cosas con las cartas. Lo
comparto con la abuela que me cuenta sus historias. Lo comparto
con todo aquel que vea que necesita un poco de esa locura que es
ser niño.

Por eso quise contarles esto y proponerles algo… algo que podría
cambiar el mundo… algo que solo nosotros, los más chicos podemos
hacer…

Vamos a reírnos de todo. Vamos a mostrar que los problemas se


pueden solucionar o verlos de otra manera con una sonrisa. Que
cuando un adulto se amargue, trate de ver “el vaso medio lleno y no
el medio vacío”. Ayudemos a que ese niño que llevan dentro se

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despierte. Porque él sigue ahí, adentro de ellos. Tapado entre
montañas de archivos, recibos y cartas de quejas.

Tengamos siempre una almohada lista para organizar una guerra de


almohadones. Tengamos pronto un cepillo como micrófono y una
escoba como guitarra, para subirnos al escenario del sillón y cantar
muchas canciones para una demencial tribuna que implora por la
banda de rock que papá siempre quiso tener, pero que su carrera de
abogado no le permitió seguir. Guardemos hojas viejas y crayones a
medio gastar, y dibujemos mapas de tesoros perdidos para que
mamá nos ayude a encontrarlos. Escondamos los cargadores de
todos los celulares, para que nuestro hermano mayor deje de
sociabilizar “Face to Face” y lo haga cara a cara. Consigamos el sillón
más cómodo del mundo para sentarnos a oír una y mil veces los
cuentos de la abuela. Busquemos palitos y huesos para correr en el
jardín o en la placita con nuestras mascotas. Inventemos juegos más
increíbles para nuestra imaginación, que superen los de la consola de
video juegos. Demostremos al mundo, que la sonrisa de un niño es el
arma más poderosa de todas. Y que solo con ella, se pueden
conseguir las metas más grandes del mundo.

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Preparémonos para crecer, para ser adolescentes, para ser adultos…
pero con una sonrisa. Riéndonos, jugando, soñando… sin dejar que
nadie nos borre la alegría de ser nosotros mismos.

Salgamos corriendo por la vereda y saludemos a todos los vecinos.


Que las viejas chusmas de la cuadra tengan para decir lo felices que
somos, y ellas, se alegren por eso.

Seamos el motor del cambio… ese cambio, que hará que los grandes
se vuelvan niños al llegar a sus casas. Que antes de ponerse a mirar
noticias tristes, quieran agarrar un puzle y armarlo mil veces con
nosotros, por más que ya se sepan el dibujo de memoria. Que cada
noche, se abra la página de un nuevo libro y que ese cuento avance
antes de irnos a dormir. Plantemos un árbol, escribamos ese libro, y
hagamos que los grandes sean niños. Para después, colgar una
hamaca en nuestro árbol, le leamos a nuestros hijos ese libro, y
nuestros padres sean los amigos de nuestros hijos.

Quizás suene medio locura este plan. Quizás para muchos esta idea
se vuelva un poco fantasiosa, o digna de la cabeza de un niño… y si es
así, aplaudo por eso. Porque eso es lo que somos… niños.

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Hace mucho tiempo atrás, no tanto sobre la extinción de los
dinosaurios, ni de cuando a Julio Ríos se le dio por cantar… entre
medio de todo eso, en una pequeña ciudad al sur del sur, nace un
botija precioso… uf! Hermoso si los hay… dulce, tierno, con una
mirada enternecedora, la delicadeza de una montaña nevada, y con
un futuro prometedor… mientras que en la habitación de al lado
nacía yo. Un 21 de mayo de 1984, al grito de “buaaa, buaaaa”, llegué
a este mundo.

Graciela y Ángel, fueron los desdichados padres que pensaron tener


entre sus brazos al futuro crac del futbol, a un neurocirujano grado
cinco, al arquitecto más renombrado del país, o al futuro presidente
de la república, pero la vida les presento a un artista. Por suerte,
luego nació Virginia y salvó a la familia.

Desde muy chico, ya en la época de la primaria, amaba el teatro.


Siempre había una escena nueva que interpretar… más que nada
cuando me olvidaba de hacer los deberes. Ahí descubrí mi vocación.

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Comencé a pulular por distintos talleres de teatro… Alejandro
Camino y Andrea Fantoni fueron los primeros en soportarme… luego
Imilce Viña… y finalmente Washington Sassi. Hicieron lo que
pudieron, pero no lograron detenerme. Con el correr de los años, fui
perfeccionando mi técnica, demostrando al mundo que siempre,
siempre, hay actores mejores que uno.

Como no me bastaba con actuar comencé a escribir. Empecé por la


libreta de los mandados, luego alguna cartita para una novia, algún
blog, el muro del Facebook, hasta que un día me decidí y comencé a
escribir para teatro. Del teatro, pasamos a escribir para televisión, de
la televisión a la radio, y de la radio al carnaval. Hasta que un día, un
pequeño Minion que pasea en mi cabeza me dijo… “En la vida hay
que hacer tres cosas… plantar un árbol, tener un hijo y escribir un
libro”. Tomé como base que una vez enterré las semillas de una
tanjarina en el patio, el árbol no creció pero hice el intento. Hijos, 2
hermosos pichones llamados Benjamín y Martina, si dios quiere, los
mantendrá lejos de la vida hippie de su padre y los hará: crac del
futbol, un neurocirujano grado cinco, el arquitecto más renombrado
del país, o el futuro presidente de la república. Y escribir un libro…
bueno… hacemos lo que se puede y no lo que se quiere, pero
siempre habrá un roto para este descosido que le agradarán mis
letras.

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La vida me sigue regalando sonrisas… y me deja vivir el día a día
sobre el escenario. Disfrutando del teatro y del carnaval. Compartir el
escenario con amigos y grandes directores, disfrutando del aplauso y
las carcajadas… con un único objetivo: dejarme lejos de las ocho
horas… aunque normalmente, se ensaya mucho más.

RECONOCIMIENTOS
Ganador Premio Florencio “Texto de Autor Nacional” 2011
Nominado Florencio Mejor Dirección 2011
Nominado Florencio Mejor Espectáculo Preadolescente 2011
Nominado Florencio Mejor Dirección 2012
Nominado Florencio Mejor Espectáculo Preadolescente 2012
Ganador Florencio Mejor Espectáculo Musical 2014
Nominado Florencio Mejor Espectáculo para niños 2015
Nominado Florencio Director 2015
Ganador Florencio Voto del público “Espectáculo” 2015
Ganador Florencio Actor 2016
Nominado Florencio Dirección 2016
Nominado Florencio Actor de Reparto 2016
Nominado Florencio Espectáculo Musical 2016
Ganador Premio Graffiti Mejor álbum de música para niños 2012
Nominado Premio Iris Mejor programa infantil (LaboraToon) 2012

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