Bruno Huber describe su largo camino para encontrar una profesión que se ajustara a sus muchos intereses y capacidades. Fue probando diferentes áreas hasta que descubrió que la astrología le permitía combinar su amor por el arte, la ciencia y la psicología. Aunque inicialmente esperaba tener un mayor impacto en el mundo, la astrología le ha dado la libertad creativa que buscaba para desarrollar sus múltiples talentos de manera polifacética.
Bruno Huber describe su largo camino para encontrar una profesión que se ajustara a sus muchos intereses y capacidades. Fue probando diferentes áreas hasta que descubrió que la astrología le permitía combinar su amor por el arte, la ciencia y la psicología. Aunque inicialmente esperaba tener un mayor impacto en el mundo, la astrología le ha dado la libertad creativa que buscaba para desarrollar sus múltiples talentos de manera polifacética.
Bruno Huber describe su largo camino para encontrar una profesión que se ajustara a sus muchos intereses y capacidades. Fue probando diferentes áreas hasta que descubrió que la astrología le permitía combinar su amor por el arte, la ciencia y la psicología. Aunque inicialmente esperaba tener un mayor impacto en el mundo, la astrología le ha dado la libertad creativa que buscaba para desarrollar sus múltiples talentos de manera polifacética.
Soy polifacético. Demasiado polifacético, al menos lo era
en mi juventud, en la época de la elección de la profesión. Por eso, durante mucho tiempo, estuve buscando y probando diferentes áreas de interés hasta que, finalmente, encontré el campo en el que podía funcionar de una manera lo más polifacética posible.
Ya de joven tenía la idea (aunque un tanto difusa) de que
tenía que hacer algo importante, algo que produjera un efecto en todo el mundo. Y, realmente, ha sido algo así... aunque el ámbito no ha sido tan grande como esperaba pues se ha visto limitado al mundo de la astrología. La astrología me ha dado lo que buscaba desde mi pubertad: un espacio libre para la creación.
Bruno Huber, 29.11.1930, 12:55 Zúrich (CH)
Había una gran cantidad de requisitos que debían cumplirse para que me sintiera satisfecho con lo que hiciera:
1. Tengo un gran afán de libertad. No me
dejo influenciar fácilmente ni me gusta que me digan qué debo hacer.
2. No soy un buen receptor de órdenes
pues, al llevarlas a la práctica, incluyo siempre cosas de mi propia cosecha.
3. Además, no soporto el trabajo rutinario. Sin embargo, soy bueno
creando rutinas de todo tipo.
4. Tengo una memoria extraordinaria que sincroniza imágenes, textos
y sonidos de manera asociativa. (A los 25 años tenía un cociente intelectual de 140).
5. Gracias a mi buena memoria, tengo una gran facilidad para los
idiomas. En alemán dispongo de un vocabulario inmenso y me gusta construir mundos con palabras. Algo parecido sucede con el inglés pues, según la opinión de expertos, mi vocabulario (inglés) es más amplio que el de un británico nativo con buena formación. También tengo unos niveles aceptables de francés e italiano. Además, hablo estos idiomas sin acento pues no los aprendí en la escuela sino de oído. Curiosamente, no tomé conciencia de esta capacidad hasta que empecé a dar clases de astrología.
6. Tengo intensas inclinaciones artísticas, sobre todo hacia las artes
visuales. Mi sensibilidad estética, mi intenso sentido del estilo y mi sutil sentido del color están acompañados de un gran deleite por realizar trabajo creativo (que emerge y se desvanece por oleadas). Durante bastante tiempo pensé que mi única opción era convertirme en un artista.
7. Mi percepción sensorial es muy aguda. El paladar y el olfato, sobre
todo, me permiten captar sutilezas que nadie en mi entorno percibe (a pesar de que fumo intensamente desde hace más de 50 años). Estas cualidades son buenas para un catador de vinos. En cuanto a mis ojos, tuve una gran agudeza visual hasta bien entrados los cuarenta (la edad de las prótesis). Esto es bueno para la astronomía y la fotografía. 8. Soy un frenólogo por naturaleza. A partir de la observación de las formas de la cara, la cabeza y el cuerpo, y del lenguaje corporal de una persona, puedo realizar afirmaciones comprobables sobre su carácter, procedencia y formación. Debe formar parte de mi instinto... Esto me aporta tanto conocimiento del ser humano que es muy difícil que no perciba cualquier tipo de intento de engaño (¡Por supuesto hay excepciones!). Esta capacidad me ha ayudado mucho en mis investigaciones. Me ahorra una gran cantidad de cuestionarios (¡Que, de todos modos, pueden ser manipulados!).
9. Si bien a veces soy bastante extrover-
tido, la mayor parte del tiempo soy introvertido, pues me siento mucho más cercano a esta manera de ser. Por eso tengo un marcado comportamiento defensivo. Sólo me vuelvo ofensivo cuando veo la posibilidad de dominar la situación o de influir en ella.
10. En realidad soy un observador de la vida, me gusta mirar y
escuchar a distancia. Esto me permite observar de manera objetiva y, al mismo tiempo, reflexionar sobre lo observado (actividades que, en mí, se dan siempre juntas).
11. Siempre me pregunto el porqué de las cosas (es algo crónico en
mí). Quiero conocer las causas de todo lo que sucede, saber qué lo ha originado, cuáles son las raíces de lo ocurrido. Y, en el proceso de averiguarlo, soy persistente, exhaustivo y minuciosamente exacto. Esto me hace lento. Mi pensamiento es sutil pero funciona siempre según estrictas leyes orgánico-lógicas. En esto soy implacablemente autocrítico. (En mi vida he desestimado más razonamientos de los que he creado y han acabado mostrándose útiles y positivos).
12. Soy un esteta que exige la mejor calidad en todo. Esto llega incluso a detalles hilarantes en la vida cotidiana.
13. Soy un perfeccionista que tiene un problema sobre todo con la
técnica, cuando no es fácil y agradable de usar (ergonómica). Pero también con aquellas personas que, con una lógica lineal rígida, plantean teorías alejadas del ser humano que, luego, emplean para asesorar o incluso hacer terapia (¡Esto me pone furioso!). Pero, ante todo, con mi propio pensamiento que es capaz de hacer todo tipo de trucos (véase punto 11). 14. Un apátrida por naturaleza. Vengo de ninguna parte y estoy siempre de camino en el aquí y ahora, persiguiendo constantemente una meta que, una vez alcanzada, sustituyo por otra. Los únicos sentimientos patrios (hogareños) que reconozco en mí tienen que ver con la historia de la humanidad, la geografía de nuestro planeta Tierra y, más allá de esto, con la pertenencia al Todo.
15. Tengo dificultades con los colectivos. No puedo reír simplemente
porque «todos ríen». El ajetreo del grupo me resulta absurdo. Además, me horrorizan los lugares donde se realizan rituales mundanos o espirituales. En los santuarios y lugares de peregrinación me sobrevienen problemas físicos (corazón, achaques de debilidad...). Por eso evito intencionadamente todo tipo de manifestaciones en la calle, conciertos masivos y cosas parecidas.
16. Debo empezar siempre de cero. Esto
significa que debo observar todo lo que me encuentro y reflexionar sobre ello partiendo de cero. Nada de lo que alguien haya pensado antes (ninguna conclusión a la que haya llegado) tiene validez para mí simplemente porque esté bien argumentado. Y mucho menos si, como argumento, se invoca a alguna autoridad o la antigüedad de su origen.
17. Los «peces gordos» no me producen temor. No me impresionan ni
los rangos ni las posiciones. Y siempre me resulta divertido señalar fallos o errores a cualquier tipo de autoridad. Además, tengo la suficiente sangre fría para exponerme a hacerlo.
18. Probablemente debido a esto, soy incorruptible. No se me puede
hacer chantaje bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, con amor (aunque eventualmente pudiera ser fingido) se puede hacer conmigo lo que se quiera, pues...
19. ... una de mis debilidades más pronunciadas es mi irrenunciable
ética filantrópica (altruista, humanitaria). No tengo ningún control sobre ella. No puedo negarme a prestar ayuda (siempre y cuando no perciba ningún indicio de manipulación consciente). Y, aún en ese caso, me veo en la obligación de comprobar si esto sucede debido a una atormentada y desesperada necesidad interna de la otra persona. 20. Tengo una intensa conciencia de mí mismo que está sólidamente fundamentada en mis capacidades. Muchos me admiran por mi imperturbabilidad (firmeza). Esto está, en parte, relacionado con mi inteligencia (véase punto 4), que me permite reflexionar de manera práctica en cualquier situación. Pero, por otra parte, parece que también tiene que ver con mi sentido de misión, pues me veo claramente como una figura que vive en esta Tierra para hacer algo por el desarrollo de la conciencia del ser humano. No puedo encontrar ningún otro sentido a mi vida ya que, entre seis mil millones de seres humanos, la persona física Bruno Huber no es más que un cero a la izquierda. Como persona normal, lo intenté con todo tipo de trabajos corrientes pero nunca salió bien. Ya fuera por cuestiones externas o porque soy demasiado lento (ante las modernas exigencias de rendimiento soy un «inútil») (véanse puntos 3 y 11), o bien por cuestiones internas, pues mi ética me impedía aceptar determinadas condiciones establecidas para lograr el éxito (por eso me he visto obligado a abandonar varias carreras exitosas).
21. Y por último, aunque no menos importante, los demás constatan en
mí una paciencia casi inagotable, sobre todo en el trato con otras personas, pero también en relación conmigo mismo. Destaca de manera especial la enorme paciencia que tengo hacia mi inquieto aparato mental, cualidad que me permite no precipitarme a la hora de sacar conclusiones. Para mí no representa ningún problema mantener cuestiones abiertas o preguntas sin respuesta durante el tiempo que sea necesario hasta que, finalmente, los hechos proporcionan una respuesta irrefutable.
Todos estos requisitos son, en conjunto, una exigencia bastante elevada
al entorno. En las profesiones habituales no es fácil poder satisfacer todos estos requerimientos y, por eso, tuve que encontrar una profesión por mi cuenta.
De manera resumida, podría decirse que soy un
artista, un científico y un psicólogo, todo en uno. Y, así, tras una larga búsqueda y después de descartar muchas opciones inadecuadas, acabé aterrizando de manera oficial en la astrología (eso sí, como un reformador de la misma). Con esta síntesis de arte, ciencia y psicología (que en mi experiencia es una realidad) me encuentro en medio del biotopo que conforman el ser humano y su mundo. En este ámbito, la investigación debe avanzar hacia caminos nuevos y holísticos, y desarrollar nuevos métodos globales e integrales. La disociación de las ciencias humanistas en disciplinas individuales promovida en las universidades está diametralmente en contra de esta nueva exigencia. Haciendo justicia al fenómeno «ser humano», la idiotez de especializar tanto las materias hace incluso llorar por su inutilidad.
Me acerqué a la astrología por puro espíritu investigador. Me pareció un
instrumento extraordinariamente prometedor (aunque un tanto raro) para la clarificación de cuestiones fundamentales referentes al ser humano (¿De dónde viene y hacia dónde va?). Y debo decir que en ella encontré mucho más de lo que esperaba hallar. Por ejemplo, encontré un modelo conceptual claro de la esencia del ser humano que podría incorporarse perfectamente a los conocimientos psicológicos actuales (y, al mismo tiempo, unos instrumentos extremadamente sutiles para el diagnóstico del carácter individual de las personas y sus problemas específicos. Ningún otro método o disciplina pueden ofrecer nada equivalente).
Aproximadamente un año después de haber
empezado a estudiar astrología por mi cuenta con la reducida bibliografía disponible en la época, no tuve más remedio que dejarla de lado, pues las contradicciones que constataba entre los diferentes elementos metódicos hacían que «me subiera por las paredes». Obrando con una consecuencia total, decidí tirar todos los libros de astrología a la basura y volví a dedicarme intensamente a mis estudios psicología. Pero la psicología me llevaba una y otra vez a conceptos clave que ya había encontrado previamente en los libros de astrología. Y esto hizo que, finalmente, regresara de nuevo a la astrología. Pero, eso sí, esta vez con la clara intención de ir a las raíces del asunto.
Esto exigió, en primer lugar, una fase de clarificación de conceptos,
pues muy pronto me quedó claro que en la disciplina astrológica imperaba una confusión lingüística babilónica. Esto se había producido, sobre todo, debido a la interacción de la astrología con las diferentes culturas y religiones por las que había pasado en su larga historia. La pregunta: «¿De dónde proviene este término?», que tantas veces me formulé, hizo que finalmente me resultara imprescindible abordar la investigación histórica. En los siguientes años fui realizando progresivamente una formulación cada vez más clara y diferenciada de los significados de los símbolos básicos, delimitándolos claramente entre sí. Era esencial evitar el solapamiento de significados (es decir, que un mismo concepto apareciera asignado a dos planetas distintos), pues esto se traduciría inevitablemente en inexactitudes inaceptables en la interpretación psicológica. Este trabajo requirió una elevada disciplina mental durante bastantes años y, hoy, no tengo ninguna duda que pude llevarlo a cabo gracias al claro pensamiento analítico-lógico que aprendí de los jesuitas, que hace posible depurar los puntos débiles y las inconsistencias del lenguaje oral y escrito.
En esta primera fase ya empecé a reflexionar sobre la forma de
representación de los horóscopos, pues me resultaba muy poco satisfactoria. Los dibujos, sobrecargados de cifras y símbolos, y de líneas que se entrecruzaban aunque pertenecieran a órdenes diferentes, producían un efecto desconcertante. Además, los aspectos (que muestran la unión de planetas entre sí) no se dibujaban y había que determinar su existencia haciendo una comparación de cifras abstractas. La «escalera de aspectos» que se empleaba al efecto me pareció desde siempre una abominación. Yo quería dibujar unos horóscopos que pudieran captarse sensorialmente, en los que pudiera verse lo esencial «de un vistazo». A medida que avanzaba en la clarificación de conceptos y en la investigación de base, la representación de los horóscopos que dibujaba iba mejorando. La forma a la que finalmente llegué ha dado la vuelta al mundo. Tras ser aceptada por diversos programadores de software astrológico (que incorporaron pequeñas modificaciones), muy pronto se convirtió en una norma.
La siguiente fase (la investigación de base) empezó también durante la
primera etapa de clarificación de conceptos. Debía resolverse la cuestión de cómo estaba construido un horóscopo de manera concreta. En la bibliografía disponible no estaba claro (en parte debido, probablemente, a la falta de conocimientos astronómicos de los diversos autores). Muy pronto quedó claro que los elementos del horóscopo provenían de cuatro planos diferentes y que esta diferenciación de niveles tenía que ser enormemente significativa para la interpretación.
Los planetas, sus aspectos y los signos
en que se encontraban provenían del cielo y, en consecuencia, no se podía acceder directamente a ellos desde la conciencia de la persona (no se podían manipular). Las casas, en cambio, eran la representación de la «perspectiva de rana» con la que los seres humanos interpretamos el cielo (por el hecho de encontrarnos en la superficie de la Tierra). Y esto sí podemos manipularlo, por ejemplo, desplazándonos geográficamente o dejando transcurrir el tiempo. El espacio y el tiempo en que nos movemos son dimensiones en las que nos sentimos como en casa. Pero nuestra interpretación terrestre desplazada no cambia nada en el cielo.
Esta primera diferenciación geocósmica es muy relevante en la
interpretación puesto que lo que muestran los planetas, los aspectos y los signos son cualidades profundamente innatas, características que traemos con nosotros al nacer. Los reflejos (las reacciones reflejas) heredados de los genes de nuestros padres y antepasados determinan nuestras reacciones ante los intentos de condicionamiento por parte del entorno, que pretende que interpretemos la vida a su manera. Con la ayuda del horóscopo, es muy fácil observar lo distintas que son estas reacciones en diferentes niños de una misma familia. El condicionamiento que el entorno nos quiere inculcar proviene de la «perspectiva de rana» condicionada por el tiempo y el espacio de la generación de nuestros padres. Este es el punto de vista (la perspectiva) que nos proporciona el sistema de casas.
«¿Qué tiene mayor importancia? ¿Los signos o las casas?». Esta
cuestión ha sido motivo de disputa entre astrólogos desde hace mucho tiempo. En realidad, partiendo solamente del horóscopo, no podemos dar una respuesta válida para todos los casos. Lo que debemos hacer es clarificar cada caso hablando con el propietario del horóscopo. Hacerlo es muy importante, pues nos permite constatar si la persona en cuestión está más determinada por la educación o por la disposición hereditaria. Además, el horóscopo no debe interpretarse igual en un caso que en el otro. Las personas que están fundamentalmente determinadas por la educación (esto es, por el sistema de casas) suelen estar más «adaptadas» o, al menos, se esfuerzan por estarlo. En una de mis últimas investigaciones descubrí cómo hacer esta diferenciación en el horóscopo, al menos en cierta medida.
También debemos distinguir niveles en el cielo. Es evidente que cuando
dibujamos un horóscopo estamos teniendo en cuenta exclusivamente el sistema solar. Más concretamente, el sistema solar tal como lo percibimos y experimentamos desde la Tierra. Desde nuestra perspectiva subjetiva (la que nos ofrece nuestra situación en la superficie de la Tierra) vemos como el Sol, la Luna y los planetas giran alrededor de la Tierra en una órbita claramente delimitada. Esta órbita no tiene corporalidad alguna. Dividimos el año (= 1 vuelta completa de la Tierra en su movimiento de traslación alrededor del Sol) en doce meses. Y, del mismo modo, dividimos también la órbita del Sol y de los planetas (= zodíaco) en 12 segmentos, en cada uno de los cuales el Sol (referencia fundamental para la medición del tiempo) se encuentra aproximadamente durante un mes. Esto es nuestro zodíaco (sistema zodiacal). El zodíaco está, pues, en el espacio exterior y es inmaterial (existe sólo para la Tierra). El zodíaco no está fijado al Sol sino al eje de la Tierra que, en su oblicuidad, no gira alrededor del Sol como los planetas sino que se mantiene alineado de una manera (casi) fija con respecto a un punto de apoyo cósmico (desconocido). Probablemente el zodíaco sea una función del manto magnético de la Tierra, cuya orientación depende del giro de la Tierra alrededor del Sol.
De este modo, distinguimos las diferentes cualidades de 12 sectores de
campo magnético que denominamos zodíaco y a las que, basándonos en la experiencia de miles de años, asignamos diferentes cualidades. En el zodíaco (eso se dice y personalmente creo que es cierto) residen las cualidades de los arquetipos. En otras palabras, allí se encuentran almacenadas las proyecciones de deseos y miedos de la humanidad desde su origen, que se condensan en los 12 tipos humanos primordiales o fundamentales.
El zodíaco funciona como un filtro para las energías que provienen de
los planetas que, en su cualidad original, se mueven fuera del sistema terrestre. Cuando decimos que Júpiter está en Escorpio, estamos diciendo que el color de Júpiter (digamos verde) debe producir su efecto a través del filtro (digamos azul) del sector de Escorpio, es decir, que Júpiter se mostrará (se manifestará) con un color verde más oscuro (verde azulado) de lo que en realidad corresponde a su esencia (o mucho más intenso y profundo que, por ejemplo, el claro y un tanto superficial color verde amarillo que se produciría en el caso de que su luz tuviera que pasar por el filtro del sector de Libra).
Así pues, nunca percibimos las cualidades de los planetas de manera
pura sino siempre «coloreadas», es decir, modificadas por el efecto de filtro de los signos en los que se encuentran. Las cualidades de los planetas están sujetas a una interpretación continuamente cambiante debido a la también cambiante proyección de la humanidad. Por eso nos parecen algo alejado e intocable. No en vano, antiguamente, fueron considerados dioses inescrutables. O se les adjudicaron conceptos muy particulares de alguna determinada cultura de manera muy intensa y, posteriormente, hubo que hacer correcciones a lo largo de la historia (hasta llegar a confundir e intercambiar los principios, como sucedió con Marte y Saturno en la transición de Babilonia a Grecia).
Los planetas no se pueden corporeizar (encarnar)
pues, en realidad, son principios de magnitud cósmica. Así pues, se los debe representar como principios abstractos y no como características humanas. Por eso, en el caso de los planetas es tan especialmente importante la delimitación de conceptos. El solapamiento de conceptos se traduce tarde o temprano en errores de interpretación. Los principios son únicos e indivisibles. Y, precisamente, el efecto combinado de los principios es lo que origina la diversidad de formas de nuestro mundo de fenómenos sensoriales.
Y la estructura de aspectos nos muestra la combinación de los efectos
de los planetas. Los aspectos nos permiten ver el sentido de la distribución de los planetas en los signos y las casas. Los aspectos son relaciones entre planetas. Muestran el funcionamiento conjunto de diferentes principios con el objetivo de crear una función concreta que, en la vida, equivale a una tarea (misión). Un planeta en un signo no es todavía una tarea sino tan sólo un punto de vista, es decir, sólo la elección de determinadas posibilidades (selección).