Se dice que lo personal es político. Por supuesto, esto no es cierto;
en el meollo de la lucha por los derechos políticos está el deseo de protegernos, de impedir que la política se entrometa en nuestra vida individual. Lo personal y lo político son interdependientes, pero no son la misma cosa. El reino de la imaginación es un puente entre las dos instancias y remodela constantemente a la una en función de la otra. El rey filósofo de Platón lo sabía, y también lo sabía el censor ciego, así que no es de extrañar que la primera misión de la República Islámica fuera borrar la frontera entre lo personal y lo político, y por tanto, destruir los dos planos. (p. 354)
Todo cuento de hadas ofrece la posibilidad de traspasar los límites
presentes, así que en cierto sentido el cuento de hadas ofrece libertades que la realidad niega. En todas las grandes obras de ficción, indistintamente de la cruel realidad que presenten, hay una afirmación de la vida frente a la transitoriedad de esa vida, un desafío esencial. Esta afirmación descansa en la forma en que el autor controla la realidad contándola a su manera y, por tanto, crea otro mundo. Toda gran obra de arte, podría añadir yo solemnemente, es una celebración, un acto de insubordinación contra las traiciones, horrores e infidelidades de la vida. La perfección y la belleza de la forma se rebelan contra la fealdad y la mezquindad del tema. Por eso nos gusta Madame Bovary y lloramos por Emma, por eso orgullosamente leemos Lolita mientras nuestro corazón se rompe por la pequeña, vulgar, poética y provocadora huérfana. (p. 74)
“La más alta forma de moralidad es sentirse extraño en la propia
casa” [T. W. Adorno]. Expliqué que la finalidad de casi todas las grandes obras de imaginación era hacer que nos sintiéramos como extraños en nuestra propia casa. La mejor literatura siempre nos obligaba a cuestionarnos lo que dábamos por sentado. Ponía en duda las tradiciones y las esperanzas cuando parecían inmutables. (p. 131)
Una buena novela es la que muestra la complejidad de los individuos
y crea un espacio para que estos personajes tengan voz; así, una novela es democrática, no porque defienda la democracia, sino porque lo es por su propia naturaleza. (p. 179)