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Azar Nafisi: Leer Lolita en Teherán

(Barcelona, El Aleph, 2003)

Se dice que lo personal es político. Por supuesto, esto no es cierto;


en el meollo de la lucha por los derechos políticos está el deseo de
protegernos, de impedir que la política se entrometa en nuestra vida
individual. Lo personal y lo político son interdependientes, pero no
son la misma cosa. El reino de la imaginación es un puente entre las
dos instancias y remodela constantemente a la una en función de la
otra. El rey filósofo de Platón lo sabía, y también lo sabía el censor
ciego, así que no es de extrañar que la primera misión de la
República Islámica fuera borrar la frontera entre lo personal y lo
político, y por tanto, destruir los dos planos. (p. 354)

Todo cuento de hadas ofrece la posibilidad de traspasar los límites


presentes, así que en cierto sentido el cuento de hadas ofrece
libertades que la realidad niega. En todas las grandes obras de
ficción, indistintamente de la cruel realidad que presenten, hay una
afirmación de la vida frente a la transitoriedad de esa vida, un
desafío esencial. Esta afirmación descansa en la forma en que el
autor controla la realidad contándola a su manera y, por tanto, crea
otro mundo. Toda gran obra de arte, podría añadir yo solemnemente,
es una celebración, un acto de insubordinación contra las traiciones,
horrores e infidelidades de la vida. La perfección y la belleza de la
forma se rebelan contra la fealdad y la mezquindad del tema. Por eso
nos gusta Madame Bovary y lloramos por Emma, por eso
orgullosamente leemos Lolita mientras nuestro corazón se rompe por
la pequeña, vulgar, poética y provocadora huérfana. (p. 74)

“La más alta forma de moralidad es sentirse extraño en la propia


casa” [T. W. Adorno]. Expliqué que la finalidad de casi todas las
grandes obras de imaginación era hacer que nos sintiéramos como
extraños en nuestra propia casa. La mejor literatura siempre nos
obligaba a cuestionarnos lo que dábamos por sentado. Ponía en duda
las tradiciones y las esperanzas cuando parecían inmutables. (p.
131)

Una buena novela es la que muestra la complejidad de los individuos


y crea un espacio para que estos personajes tengan voz; así, una
novela es democrática, no porque defienda la democracia, sino
porque lo es por su propia naturaleza. (p. 179)

***Nabokov, Invitado a una decapitación

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