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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Filosofía
Seminario de énfasis: Rawls – Justicia como equidad y constructivismo político
Miguel Camilo Pineda Casas
28 de mayo de 2018

ESCAPANDO AL UTILITARISMO

Al comienzo de Una teoría de la justicia Ralws reconoce que una de las posturas mayormente aceptadas
para el ejercicio político ha sido el utilitarismo. Sin embargo, a pesar de que la postura utilitarista parezca
ser la más intuitiva para un modelo de una sociedad justa, Rawls se propone construir una teoría de la
justicia que vaya mucho más allá del utilitarismo. Para lograr su objetivo será necesario replantear
algunos aspectos fundamentales de la justicia; entre ellos, Rawls incluye la razón pública como uno de
los aspectos necesarios que harán posible una concepción política justa que se aparte del utilitarismo.

La definición de utilitarismo que toma Ralws es la de Sidgwick, según el cual

La idea principal es que cuando las instituciones más importantes de la sociedad están
dispuestas de tal modo que obtienen el mayor equilibrio neto de satisfacción distribuido
entre todos los individuos pertenecientes a ella, entonces la sociedad está correctamente
ordenada y es, por tanto, justa. (Rawls, 1978, 34)
Siguiendo esta definición, el bienestar de una sociedad consiste básicamente en constituirse a partir de la
satisfacción de los sistemas de deseos de los individuos que pertenecen a dicha sociedad. De esta manera
se busca promover el bienestar del grupo de la misma forma en la que cada individuo se procura para sí
mismo su bienestar individual. Es decir, en la medida en que un individuo procura para sí la satisfacción
de sus deseos y la adquisición de la mayor cantidad de placer posible, se puede pensar que el bien grupal
opera del mismo modo. En pocas palabras, lo que busca la empresa utilitarista es asegurar la mayor de
placer posible para la mayoría.

Por otro lado, la razón pública, la cual es nuestro objeto de estudio en este texto, busca discutir,
encontrar, si es posible, y aplicar una concepción de bien público que pueda ser aceptada por todos de
manera razonable. Además, la razón pública, al ser una característica de las sociedades democráticas, se
llevará a cabo por medio del voto, en el cuál tienen la decisión las mayorías. Con este escueto horizonte,
parecería que algo de utilitarismo se asoma en el desarrollo de la razón pública, en tanto que procura
encontrar y proveer una concepción de bien público que sea aceptada y además elegida por la mayoría.
Adicionalmente, si pensamos que el bien público elegido proveerá placer y satisfacción a la mayoría que
ha aceptado, optado y votado por él, entonces, más aún, la razón pública se asemejaría mucho al
utilitarismo.
Así las cosas, la pregunta que guiará el desarrollo del siguiente texto es: ¿hay utilitarismo en la
razón pública? Antes de continuar con el despliegue de la estructura bajo la cual será resulta esta
inquietud, quisiera aclarar que para los lectores de Rawls la pregunta formulada podría parecer un
disparate, empero, para los nuevos lectores, como yo, parece ser bastante intuitivo, al igual que el
utilitarismo, ver este tipo de semejanzas entre el utilitarismo y la razón pública; lo cual, finalmente,
conlleva la formulación de esta pregunta. Por tales motivos, este texto tiene como objetivo resolver esta
inquietud por medio de la precisión conceptual de algunos elementos esenciales de ambas posturas, como
la inclusión de matices que permitirán dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta.

Para poder resolver el problema que nos hemos planteado será necesario adentrarnos un poco en
el utilitarismo y explorar algunas de sus especificidades. Del mismo modo se hará con la razón pública.
Dentro del desarrollo que haremos de la razón pública iremos examinando las posibles razones por las
cuales podría aparecer en ella algo de utilitarismo, como también iremos disipando estas razones.
Finalmente recogeremos algunas conclusiones que justificarán por qué no hay utilitarismo en la razón
pública.

Utilitarismo
Como ya lo hemos descrito en párrafos anteriores, el utilitarismo busca el bienestar de una sociedad a
partir de la satisfacción de sus deseos, esto es, procurando a la mayoría de sus integrantes la mayor
cantidad de placer posible. De lograr esto, aquella sociedad será justa y estará correctamente ordenada.
Con esto en el panorama se hace necesario examinar bajo el lente del utilitarismo las nociones éticas
fundamentales, a saber: el bien, y lo justo. Bajo la concepción utilitarista lo justo maximiza el bien, es
decir, “serán justas las instituciones y actos que entre las alternativas disponibles produzcan el mayor
bien” (Rawls, 1978, 36). En este sentido, la justicia será entendida como una ilusión socialmente útil que
se acomoda a una teleología de la sociedad. Entonces, será justa una sociedad que persiga el bien asociado
con un fin que persigue una sociedad.

En cuanto a la distribución de la suma de satisfacciones que se persigue con el utilitarismo, y la


manera en que estas se distribuyen en el tiempo, es indiferente; como es indiferente también sobre qué
son esos deseos que se busca satisfacer. Entonces “la distribución correcta en cada caso es la que produce
la máxima satisfacción” (Rawls, 1978, 37). De tal modo que no hay un criterio establecido para la dicha
distribución sino que se va adaptando, o incluso creando, a partir de las necesidades y deseos de los
integrantes de la sociedad, para adaptarse a ellas y suplirlas satisfactoriamente; esto para garantizar la
maximización del equilibrio de la satisfacción obtenida por todos sus miembros.
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Sobre esto dice Rawls que el método más natural para llegar al utilitarismo, aunque ciertamente
no sea el único, es adoptar para la sociedad el principio de elección racional 1 por el individuo (Rawls,
1978, 38). Así las cosas, el principio de individualidad se aplica a la sociedad, de tal modo que la
administración eficiente de las herramientas que permitan la satisfacción de estos deseos será el objetivo
de las instituciones justas de dicha sociedad. La correcta administración que hemos referido estará a
cargo del espectador imparcial, el cual tiene la tarea de definir y evaluar los deseos individuales y
volverlos grupales. En este aspecto hemos llegado a un punto determinante del utilitarismo que nos será
útil cuando lo contrastemos con la razón pública. Pues bien, resulta que cuando estos deseos individuales
se convierten en deseos grupales, el utilitarismo no considera seriamente la distinción entre individuos,
entre personas.

Ahora bien, para poder hacer el paso hacia la justicia como imparcialidad que quiere plantear
Rawls haremos algunos contrastes entre el utilitarismo y la postura que adoptará Rawls. En primer lugar,
como ya lo hemos anotado, la justicia para el utilitarismo es una ilusión socialmente útil, mientras que
para la justicia como imparcialidad la justicia se lleva la prioridad, no en vano se llama así, justicia. Sin
embargo, no hay que desconocer que el utilitarismo, en tanto doctrina moral, asimila justicia a
benevolencia, particularmente la benevolencia del observador imparcial, de tal modo que su postura
frente a la justicia no lo hace de ninguna manera un sistema perverso y egoísta de la propia satisfacción
de deseos.

Por otro lado, en cuanto el principio de elección, la justicia como imparcialidad sostiene que no
hay razones para que el mecanismo de elección sea extensión del principio de elección de un solo hombre.
Si bien en la justicia como imparcialidad sí se reconoce el individuo, se apunta a la consecución del bien
por parte de todos sin que por ello se desconozca la individualidad. Es más, con la justicia como equidad
se busca no sólo reconocer la individualidad, sino proteger la pluralidad que caracteriza las sociedades
democráticas en las que se desarrolla, sin que por ello se abandone la esperanza de lograr una concepción
de bien aceptada por todos, para lo cual será indispensable la razón pública.

Además, a diferencia de la postura teleológica del utilitarismo, la justicia como imparcialidad es


deontológica, de tal modo que lo justo y el bien no se separan, por lo cual lo justo no maximiza el bien,
y lo justo es previo al bien. Consecuentemente, como lo afirma Rawls: “Un sistema social justo define
el ámbito dentro del cual los individuos tienen que desarrollar sus objetivos, proporcionando un marco

1
Este tipo de elección racional refiere a la satisfacción racional y no meramente pasional e impulsiva de los deseos del
individuo.

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de derechos y oportunidades así como los medios de satisfacción dentro de los cuales estos fines pueden
ser perseguidos equitativamente.” (Rawls, 1978, 42). Con estas distinciones en mente, podremos
comenzar a construir la noción de razón pública desde al ámbito en el que se desarrolla, esto es, una
sociedad democrática que lleva consigo a la pluralidad en su esencia.

Hacia la razón pública


Ya ha quedado explícito que una de las características fundamentales de las sociedades democráticas es
el pluralismo que las habita. Bajo esta noción surge el concepto de doctrina comprensiva, lo que quiere
decir que cada ciudadano, o determinado grupo de ciudadano, tienen la capacidad de tener un sentido de
la justicia y profesar una concepción de bien. Estas concepciones son determinadas, pues expresan un
esquema de objetivos y vinculaciones finales. Sin embargo, a pesar de que cada ciudadano, o grupo,
pueda tener su propia concepción de bien y justicia en determinados términos, a veces vinculados a
creencias, reflexiones morales, tradiciones filosóficas particulares, es necesario resolver el disenso entre
estas doctrinas comprensivas para llevar a cabo la realización de la justicia como imparcialidad que se
aplica a todos por igual sin distinguir sus doctrinas comprensivas.

Ciertamente las doctrinas comprensivas, que generalmente buscar regir cada aspecto de la vida
de los ciudadanos, pueden ser incompatibles entre ellas, pues determinadas creencias, por ejemplo, tienen
fundamentos contrarios a otras, y por tanto, entran en disputa. Ante esta situación “no hay forma
políticamente practicable de eliminar la diversidad” (Rawls, 2002, 123). Además, no sería deseable para
una sociedad democrática eliminar la diversidad, mucho menos si es por medio de la opresión al imponer
una doctrina comprensiva particular que silencie todas las demás; especialmente porque en la diversidad
típica de la democracia es que se encuentra, a mi modo de ver, la posibilidad de crecimiento y
empoderamiento de este sistema de gobierno.

Ahora bien, sin darle más rodeos al asunto, ¿cómo resolver el disenso entre doctrinas
comprensivas? Pues bien, para ello será necesaria una concepción de justicia que parta de la pluralidad,
pero que sea capaz de discutir sobre asuntos políticos que le competen a todos. Pues la unión social
consiste en “la aceptación por parte de los ciudadanos de una concepción política de la justicia y hace
uso de ideas del bien que se amoldan a ella” (Rawls, 2002, 124). Es decir, es necesario un tipo de justicia
que sea capaz de reconocer las distintas doctrinas comprensivas de cada ciudadano, pero que en cuanto
a aspectos constitucionales o de justicia básica que competen a todos, sea posible dar razones que puedan
ser aceptadas por todos los ciudadanos desde sus propias y particulares concepciones de bien. Es aquí
donde aparece la razón pública.
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Pues la razón pública, según una de las tantas definiciones que aparecen en la obra de Ralws, es
“la forma de razonamiento propia de los ciudadanos iguales que se imponen a sí mismos, como cuerpo
colectivo, reglas que cuentan con el respaldo del poder el Estado” (Rawls, 2002, 132). Es decir, con la
razón pública se hace posible discutir asuntos públicos, como las esencias constitucionales y los asuntos
de justicia básica. Pues la concepción política de una sociedad pluralista debe ser accesible a la común
razón de los ciudadanos, pues es necesario proporcionar una base de legitimidad política más allá de las
doctrinas comprensivas particulares. Es más, aunque para la discusión de asuntos políticos fundamentales
sea necesario encontrar términos que superen las doctrinas comprensivas particulares para que así puedan
ser entendidas y aceptadas por todos, las doctrinar comprensivas pueden ser incluidas en la razón pública,
es más, pueden ayudar a robustecer posturas políticas y ayudar a la estabilidad social, pues pueden brindar
una concepción más profunda de los aspectos políticos desde sus diversos puntos de vista. Además, la
concepción política de la justicia debe ser admisible en las doctrinas comprensivas, de tal modo que a
veces se debe hablar en términos de estas doctrinas para que puedan ser aceptadas.

Para que esto sea posible, es necesario introducir el principio de legitimidad, pues como Rawls
lo explica:

nuestro ejercicio del poder político es apropiado y, por tanto, justificable solo cuando se
ejerce en concordancia con una Constitución, cuyos elementos esenciales todos los
ciudadanos pueden suscribir a la luz de principios e ideales aceptables para ellos como
razonables y racionales (Rawls, 1996, 208).
Según este principio, los elementos constitucionales o los asuntos de justicia básica, que son el contenido
de la razón pública, trascienden cualquier doctrina comprensiva, pero a su vez, deben poder ser aceptados
por ellas. He ahí el reto de la razón pública; lograr su objeto, el bien público, que sea compatible con las
concepciones de bien propias de cada doctrina comprensiva. Además, la razón pública debe apelar al
deber de civilidad, pues según este los ciudadanos deben poder ser capaces de presentarse mutuamente
razones públicamente aceptables que expliquen sus concepciones políticas en los casos que suscitan
cuestiones políticas fundamentales. Esto es necesario debido a que los ciudadanos se encuentran en
inmersos en una estructura de mutua cooperación para que la sociedad sea posible, por lo cual es
necesaria la cooperación política respetuosa. De este modo, se hace posible conciliar los distintos puntos
de vista de unos ciudadanos con los de sus conciudadanos.

Tanto el principio de legitimidad como el deber de civilidad son necesarios para el


funcionamiento de la democracia, pues cuando se logra el consenso los ciudadanos irán logrando
responder a la pregunta sobre cómo conducirse como ciudadanos, lo cual nos lleva hacia otra definición
de la razón pública. En este nuevo sentido, la razón pública es la razón mediante la cual una sociedad
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política formula sus planes, establece sus finalidades y prioridades; esta razón constituye un poder
intelectual y moral basado en las capacidades de sus integrantes (Rawls, 1996, 204).

Ahora bien, la razón pública se materializará en el voto, al estar enmarcada bajo los estatutos de
una sociedad democrática. Aquí es donde parecer colarse un poco de utilitarismo. Pues bien, se puede
pensar que la democracia es el gobierno de la mayoría, y que la mayoría hace lo que le plazca;
generalmente guiada por sus preferencias e intereses. Como también es posible pensar a la democracia
como votar a favor de lo que parece correcto y verdadero según las doctrinas comprensivas sin tomar en
cuenta las razones públicas. Bajo estas dos perspectivas podríamos rastrear un poco de utilitarismo, pues
bajo la primera, la mayoría gobierna y se procura por sus intereses y preferencias la mayor cantidad de
placer posible según sus necesidades del momento. Por otro lado, en la segunda postura, votar a partir de
determinada doctrina comprensiva que se terminará imponiendo hará que se cumpla la voluntad de la
mayoría según sus propias concepciones de bien, que consecuentemente les generan placer.

Ante este panorama la razón pública, más el deber de civilidad, construyen un tercer escenario
posible, aquel en el cual votar sobre cuestiones fundamentales que recuerdan el contrato social según el
cual se promueve la consecución del bien común para todos. Es importante recordar que es para todos
sin menospreciar las individualidades, pero sin tampoco ejercer dominio sobre las mayorías, sino que se
toman las necesidades de todos y se busca la manera de suplirlas. Por otro lado, en la razón pública se
aceptan razones, no deseos, así lo explicita Ralws al decir “nos importa la razón, no simplemente el
discurso” (Rawls, 2002, 133), es decir, no se aceptan los afectos característicos del primer escenario,
como tampoco las doctrinas comprensivas del segundo.

De hecho, puede que en cuanto a la discusión entre razones la mayoría esté equivocada y sea
necesario imponer medidas que no resulten placenteras a esta mayoría. Por ejemplo, saliéndonos un poco
del escenario político, alguien que esté enfermo y necesite una inyección de penicilina se opondrá
instintivamente a someterse a semejante dolor, puesto que no le producirá placer en lo absoluto. Sin
embargo, cuando esta persona ha aceptado las razones por las cuales es necesaria la inyección, se
someterá a ella a pesar de que no esté de acuerdo, no le guste, pero entiende razonablemente que es lo
mejor.

Finalmente, aparece la última definición de la razón pública como un lenguaje de argumentación


para discutir cuál de todas las concepciones políticas debería imponerse.

Lo importante de la razón pública es que los ciudadanos han de conducir sus discusiones
fundamentales en el marco de lo que cada cual considera una concepción política de la

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justicia fundada en valores que los demás puedan razonablemente suscribir y que cada
cual está dispuesto, en buena fe, a defender tal concepción así entendida.
Esto significa que la razón pública consiste en una discusión, un debate ordenado entre las distintas ideas
de los ciudadanos para descubrir cuál sería la concepción más razonable. En este sentido, poco importa
el número de personas que se suscriban a determinada doctrina o concepción de bien, importan las
razones válidas, por lo cual el utilitarismo que podríamos haber pensado en el ejercicio electoral
democrático no es posible. Además, el mecanismo de toma de decisiones puede variar, al utilitarismo le
convendría más preguntar a expertos lo que conviene a la mayoría y dárselos a partir de lo que ellos
dictaminen.

Así, aunque en primera instancia parecería que el utilitarismo aparece en la razón pública, no hay
en ella rastro alguno de él. Pues el utilitarismo además de ser una doctrina moral, mientras que la razón
pública una herramienta jurídica, sus formas de operar son distintas. Vimos ya que el utilitarismo no
determina individuos, mientras que en la razón pública son indispensables. De igual modo vimos cómo
los métodos de elección varían y no se ligan necesariamente a una u otra postura, pues la democracia con
su sistema electoral es un método de elección posible entre otros, por lo cual no necesariamente el sistema
de votación mayoría implica utilitarismo. De tal modo, que parece que Ralws logra su cometido y
conquista una teoría de la justicia que supere el utilitarismo.

Referencias bibliográficas
Rawls J., (1978) Teoría de la justicia. México: Fondo de cultura económica.
Rawls J., (1996) El liberalismo político. Barcelona: Editorial Crítica.
Rawls J., (2002) La justicia como equidad. Una reformulación. Barcelona: Paidós Editorial.

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