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Literatura

Española II – Tema especial (final libre)


Irene Jones – Leg. 95.142/8


La literatura perspectivista en José Cadalso y Mariano José de Larra

Yo voy a hablar de la Literatura Perspectivista en José Cadalso y Mariano José de Larra, un

tema que me generó interés por lo novedoso que puede resultar para estudiar el cambio axiológico

que se da en el siglos XVIII España; cambio que, entre otras cosas, se caracterizó por: las tensiones

entre fuerzas conservadoras y fuerzas renovadoras, entre cultura escolástica y cultura secularizada, el

reordenamiento de valores y la conciencia de crisis, la cultura de la Ilustración que llegó tarde a

España y nunca se terminó de establecer -y por tanto un Romanticismo débil que no tuvo Ilustración a

la que oponerse-, etc. En este contexto de cambio axiológico, entonces, es donde el concepto de

perspectivismo se torna interesante para analizar cómo se plasma esta experiencia de cambio en un

corpus escogido de textos de estos dos autores.

El perspectivismo aparece caracterizado por Baquero Goyanes, en un texto que lleva el mismo

nombre, como un enfoque (narrativo) que se sirve de distintas perspectivas y distintos enunciadores

para ejercer una crítica o una sátira en forma oblicua; es decir, no se critica directamente, sino que la

crítica es un efecto del texto ante el rechazo que provoca el choque de un sistema de valores hasta

entonces considerado “normal”, con una mirada extrañada, extranjera, de seres que son ajenos a ese

sistema y que por lo tanto lo juzgan de otro modo. Entonces por medio de este contrapunto de este

choque de miradas, dice Goyanes, se logra un efecto de perspectiva.

Por supuesto que el perspectivismo no nació en la época a la que voy a referirme (S. XVIII-

XIX) sino que es previo, ya hay rastros de literatura Utópico-Perspectivista en el Renacimiento.

Goyanes hace una filiación de textos -no españoles- a los que considera pertenecientes a este género y

que bien pueden haber influido en la escritura de las Cartas Marruecas (1789), de Cadalso. Ellos son:

Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift y las Cartas persas (1717), de Montesquieu, en

donde la mirada extranjera o extraña se emparenta a una mirada adánica, ingenua, sin historia ni

experiencia, y que se le otorga a ciertos personajes para que –desde una perceptibilidad no utilizada-

observen un mundo desconocido que se revela como grotesco o desquiciado. El mundo se convierte,
así, en un juego de doble visión (la interior y la exterior) que, bien utilizada, puede llevar a percibir

verdades.

En los dos autores que voy a analizar se da este efecto de perspectiva, aunque de distinto modo

y a partir de mecanismos distintos que –en gran medida- tienen que ver con la época (Cadalso escribe

en el siglo XVIII y Larra en el siglo siguiente). Por eso quiero proponer 2 motivos perspectivistas en

cada uno y analizarlos a la luz de 2 textos en cada caso (2 cartas y 2 artículos).

En el caso de José Cadalso (1741-1783) y sus Cartas Marruecas (publicadas póstumas en

1789) el principal rasgo de perspectivismo está en 1) el género epistolar ficticio (muy en boga en

esa época) que introduce un juego de 3 corresponsales que actúan alternativamente como

remitentes y destinatarios: dos marroquíes –uno joven y otro viejo- y un español, pertenecientes al

mismo siglo pero no a la misma cultura ni sociedad. Ellos son Ben-Gazel, un joven viajero marroquí

que se halla en Madrid por la comitiva de un embajador (y luego decide quedarse), Ben-Beley, el

segundo marroquí y tutor de Gazel, que permanece en África y es más bien receptor de las cartas, y

Nuño Nuñez, el amigo español de Galzel y (por la similitud moral) alter-ego del autor, que se muestra

como separado del mundo por su imparcialidad, cosmopolitismo y hombría de bien. De manera que

este juego de interrelaciones cruzadas permite la exposición y enfoque de la realidad española a la

luz de distintas perspectivas. El segundo motivo –que ya un poco lo presenté- es el del 2) extranjero

en España: el caso de Gazel. Por coincidir con los textos ya aludidos, este motivo coincide con en la

mirada adánica, según la cual las costumbres españolas consideradas normales adquieren, desde la

nueva perspectiva, un carácter insólito, extraordinario o grotesco. Para ilustrar estas cuestiones, elegí

la Carta 8 (De Gazel a Ben-Beley) y la Carta 20 (De Ben-Beley a Nuño).

En la Carta 8, que Gazel envía a Ben-Beley, este le cuenta que Nuño está componiendo un

nuevo diccionario de la lengua castellana (etimológico?) en el cual se distinga el sentido primitivo y

genuino de cada voz y luego el abuso que de ella se ha hecho, para que nadie se engañe al confiar en

los sentidos de determinadas palabras (amar, servir, favorecer, estimar) que ya no significan lo mismo

que en el pasado. Desde el punto de vista de su estructura, la carta presenta un sistema de cajas

chinas, comentarios encastrados donde se citan distintas voces: el diálogo en discurso directo de
Nuño, luego la lectura de la Advertencia del diccionario y –a su vez- un diálogo imaginado en forma de

pregunta retórica que sirven de explicación del sentido del diccionario (en la Advertencia). Teniendo

en cuenta que el remitente de la carta es Gazel, la misma ofrece a su vez un nuevo juego de

perspectivas y reafirma el carácter protagonista de Nuño que, aunque no sea el firmante de la mayoría

de las cartas, tiene un lugar preponderante en casi todas (de hecho, en esta carta, sus palabras ocupan

más de la mitad del texto).

La Carta 20, de Ben-Beley a Nuño, se acerca más bien al motivo de la extranjería, aunque desde

un ángulo diferente. En ella, Ben-Beley quiere saber si los juicios de Gazel acerca de lo que ve (y

escribe) son correctos, de manera que le escribe a su amigo español para una constatación. Se observa

aquí un tópico Quijotesco (y Quevediano), a saber, lo movedizo y engañoso que puede ser a veces el

mundo: “Me temo que su juventud le engañe en algunas ocasiones y me represente las cosas no como

son sino como son, sino cuales se le representaron”. Esta diferencia entre “las cosas como son” y

“como se le representan” también puede ser una advertencia al lector acerca de que lo que está

leyendo tampoco es fijo, sino sometible a juicio crítico. Entra en juego, en este punto, la figura del

filósofo que Cadalso de alguna manera busca encarnar: un hombre de bien que busca el justo

medio, habla con moderación y sólo expresa sus ideas cuando las tiene bien claras: “Suspendo el

juicio hasta ver tu respuesta”, dice Ben-Beley.

El caso de Mariano José de Larra (1809-1837) y el Artículo de Costumbres es otra

manifestación de la literatura perspectivista, puesto que opera con dos grupos de información: el de lo

conocido/normal y el de desconocido/extraordinadio. Por eso, para conseguir el efecto de

perspectiva, el articulista tiene que ofrecer lo conocido bajo una luz nueva y reveladora, que produzca

un distanciamiento y desorientación respecto de lo cotidiano para sorprender al lector. Larra hace

esto a partir de dos motivos: la sátira y la lengua política. En cuanto a 1) la sátira, esta consistía en

mostrar los vicios y ridiculeces de una sociedad desde un lugar crítico, pero alejado del filósofo (tan

criticado después de la Revolución francesa por ser una de las casusas de los desastres del

continente), y adoptando un justo medio (postura que recuerda a Cadalso). Por eso, el escritor

satírico dice venir a “decir la verdad”, como una estrategia para ganarse al público –puesto que el
patrimonio de un autor son sus lectores. Larra es un escritor satírico que descree de todo, figura en la

que se vuelven a presentar reminiscencias del Quijote y Quevedo (Sueños). Por último, como todo

escritor satírico necesita del anonimato, Larra se figuró pseudónimos, siendo Fígaro uno de los más

populares. El segundo motivo perspectivista en este autor es el de 2) la lengua política. Para un

escritor que trabaja con la censura, la plasticidad del lenguaje se torna imprescindible para sortear

esta prohibición, haciendo que las palabras signifiquen más de lo que denotan y desborden así los

límites impuestos por el censor. Sin embargo, también por un estilo llano, alejado de cultismos y

extranjerismos, porque –en consonancias con la sátira- la palabra es vehículo de la verdad y para ello

debe mostrarse sin metáforas. Estos dos motivos se pueden ejemplificar en dos artículos: “Un reo de

muerte” (El mensajero, marzo 1835) y “Lo que no se puede decir, no se debe decir” (octubre,

1835).

“Un reo de muerte” (El mensajero, marzo 1835) es un texto costumbrista, más no satírico,

sino que tiene un tono grave y solemne para hablar de una costumbre de la sociedad española que es

necesario erradicar: la pena de muerte. A través de una mirada que combina las propias

contradicciones del autor (porque dice que el hombre no puede vivir sin matar) y una fugaz

extranjería, Larra da una imagen del pueblo asistiendo casi festivamente a una ceremonia de

ejecución: “Un pueblo entero obstruye ya las calles del tránsito. Las ventanas y balcones están

coronados de espectadores” (293), y hasta recupera la figura de un extranjero: “-¿Qué espera esa

multitud? – diría un extranjero que desconoce las costumbres.” (293).

“Lo que no se puede decir, no se debe decir” (octubre, 1835) es un texto irónico-satírico, de

contenido político, ya que Larra le habla al censor utilizando la cavilación (hablar o no hablar) y el

silencio como materia textual. La lengua adquiere así el carácter plástico de alusión (Cfr: Cadalso).

Habla con ironía acerca del cumplimiento de la ley y al final, ha escrito un artículo altamente crítico

del gobierno bajo la premisa de no escribirlo. De esta forma, podemos ver cómo –para Larra- las

palabras y su uso están vinculadas con el orden político, puesto que el cuestionamiento que hace de

las mismas coincide con el cuestionamiento que hace de las sociedad, en un gesto de ruptura con la

sociedad en la que vive. Este desengaño de las palabras tiene que ver con su conciencia de cambio.

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