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Louis Leroy. “La Exposición de los Impresionistas”. Artículo en Le Charivari, 25 de abril de 1874.

http://www.spectacles-selection.com/archives/expositions/fiche_expo_I/impression-soleil-levant-
V/charivari/le-charivari.htm

Oh! Fue realmente una jornada agotadora, cuando me aventuré hacia la primera exposición del
Boulevard des Capucines en compañía de M. Joseph Vincent; paisajista, pupilo de Bertin, receptor
de medallas y premios por distintos gobiernos!

El imprudente había venido sin sospechar nada; creía que iría a ver pinturas como aquellas que se
ven por doquier, buena y mala –más bien mala que buena– mas no un atentado a las buenas
maneras artísticas, al respeto hacia las formas y la devoción hacia los maestros. – ¡Ah! ¡La forma!
¡Ah! ¡Los maestros! ¡Ya no necesitamos nada de eso, mi pobre amigo! Hemos cambiado todo
aquello.

Al entrar en la primera sala, Joseph Vincent recibió un primer golpe ante la Danseuse [Bailarina] de
M. Guillaumin1. “Qué pena”, me dijo, “que el pintor, con un cierto entendimiento del color, no
logre dibujar mejor: las piernas de esta bailarina son tan ligeras como la gaza de su falda.

“Creo que está siendo muy duro con él”, repliqué, “Al contrario, este dibujo está más bien muy
bien terminado”.

El alumno de Bertin, asumiendo que estaba siendo irónico, se contentó sacudiendo sus hombros,
sin tomarse la molestia de responder. Luego, dulcemente, con actitud naif, lo conduje hacia el
Champ Labouré [Campo arado] de M. Pissarro. Ante la vista de este paisaje formidable, el buen
hombre pensó que los vidrios de sus anteojos estaban sucios. Los limpió cuidadosamente y luego
los volvió a reposar sobre su nariz.

“¡Por Michalon!”, exclamó, “¿qué es esto?”

“Vea usted…. Una helada blanca sobre zanjas profundamente excavadas”

“¿Eso son zanjas? ¿Eso una helada?... Pero si son restregaduras de paleta puestas uniformemente
sobre un lienzo mugriento. Esto no tiene ni pies ni cabeza, ni arriba ni abajo, ni delante ni detrás.”

“Pude ser…. Pero la impresión está.”

“¡Pues vaya curiosa impresión!... ¡Oh!... ¿y aquello?”

“Un Verger [Huerto], de M. Sisley. Le aconsejo prestar atención al pequeño árbol de la derecha; es
vistoso; pero la impresión…”

“¡Ya déjeme tranquilo, con su impresión!.... no está ni aquí ni allá. Pero aquí tenemos una Vue de
Melun [Vista de Melun] de M. Rouart, en el que hay algo en las aguas. Por ejemplo, la sombra del
primer plano es bien peculiar.

1
Aparentemente Leroy se equivoca ya que se trata de una Bailarina de Renoir.
“Es la vibración lo que le sorprende”

“Llámelo torpeza de tono, y lo comprenderé mejor. - ¡Oh! ¡Corot, Corot, los crímenes que se
comenten en tu nombre! Fuiste tú quien puso a la moda este trazo burdo, estos frotados, estas
salpicaduras, delante las cuales, el amante del arte se ha rebelado por treinta años y que ha
terminado por aceptar forzadamente solo por tu tranquila terquedad. Una vez más, ¡la gota de
agua logró pulir la roca!”

El pobre hombre iba así, divagando pasiblemente, y nada pudo prevenirme de anticipar el
incidente desafortunado que resultaría de su visita a esta exposición que pone los pelos de punta.
Incluso soportó sin mayor prejuicio la vista de los Bateaux de pêche sortant du port [Botes
pesqueros saliendo del puerto] de M. Claude Monet; puede ser porque logré arrebatarlo de esta
peligrosa contemplación antes de que las pequeñas figuras perniciosas del primer plano
produjeran su efecto sobre él.

Desafortunadamente, cometí la imprudencia de dejarlo demasiado tiempo delante del Boulevard


des Capucins del mismo pintor.

“¡Ah! ¡Ah!” Comenzó a reír sarcásticamente cual Mefistófeles, “¡éste sí que le resultó bien! … O
tenemos aquí impresión, o ya no entiendo nada…. Dígame solamente ¿qué representan estos
indescifrables gusanitos negros en la parte inferior de la pintura?”

“Pero”, respondí, “si son personas paseando”.

“¿Con que a eso me parezco yo cuando paseo por el Boulevard de los Capuchinos?.... ¡Rayos y
truenos! ¿Finalmente su burla usted de mí?

"Le aseguro, M. Vincent. ... "

“Pero estas manchas se obtuvieron utilizando el mismo método que se usa para pintar el granito
de una fuente: ¡pif! ¡paf! ¡vlin! !vlan! ¡Van como vengan! ¡Es terriblemente inaudito! ¡Está por
darme un infarto!”

Intenté calmarlo mostrándole el Canal de Saint-Denis de M. Lépine, y la Butte Montmartre [Colina


de Montmartre], de M. Ottin, ambos muy delicados de tono; pero la fatalidad fue más fuerte; las
Choux [Coles] de M. Pissarro lo detuvieron mientras pasaba, y de rojo se volvió escarlata.

“Esas son coles”, le dije en una voz dulcemente persuasiva.

“¡Ah! ¡Qué maltrechas! ¡Están demasiado caricaturizadas!.... Juro que no las volveré a comer más
en mi vida!”

“Sin embargo, no es culpa suya si el pintor….”

“¡Cállese!.... ¡o terminaré por hacer un infortunio!

De repente, dio un alarido al percibir la La Maison du pendu [La casa del ahorcado] de M. Paul
Cézanne. Los empastes prodigiosos de esta pequeña joya terminaron por lograr el trabajo iniciado
por el Boulevard des Capucins; el padre Vincent deliraba.
Hasta ahora, su locura había sido más bien leve. Poniéndose desde el punto de vista de los
Impresionistas, hizo suyos sus sentidos.

“Boudin tiene talento”, me dijo delante de una escena de playa de dicho artista; “pero ¿por qué
pinta así a los marinos?”

“¡Ah!, le parece a usted esta pintura muy hecha?

“Sin duda… Pero mire a la Mlle. Morisot! Esta joven no pierde el tiempo reproduciendo una
multitud de detalles ociosos. Ella sí que tiene una mano para la pintura (la Lecture [la Lectura]),
ella da tantas pinceladas como hay de dedos, y el trabajo está hecho. Los ingenuos que buscan los
pequeños detalles en una mano no entenderán nada del arte impresionista, y el gran Manet los
echará de su República.”

“Entonces M. Renoir está siguiendo el camino correcto; no hay nada que exceda en su
Moissonneurs. Incluso osaría decir que sus figuras…”

“Aún están demasiado estudiadas”.

“¡Ah! ¡Señor Vincent!… Pero fíjese en los tres toques de color utilizados para representar un
hombre entre el trigal.

“Hay dos líneas que están demás; una sola bastaba.”

Lancé una ojeada al aluno de Bertin: su rostro se tornaba de un rojo oscuro. Una catástrofe
pareció inminente, y estaba reservado a M. Monet dar el último golpe.

“¡Ah! ¡Aquí está, aquí está!” gritó en frente del No. 98. “¡Éste es el favorito de Papá Vincent! ¿Qué
representa esta tela? Mira qué dice el catálogo”.

“Impression, Soleil levant [Impresión, Sol naciente]”.

“Impresión, estaba seguro. Me lo estaba diciendo, porque como quedé impresionado, tenía que
haber algo de impresión en él…. ¡Qué libertad, que soltura en el trazo! ¡Incluso un boceto en su
estado embrionario está aún más terminado que esta marina que vemos aquí!”

“Sin embargo, qué habrían dicho Michalon, Bidault, Boisselier y Bertin si hubieran estado delante
de esta tela impresionante?

“¡Ni me menciones a esos anticuados horrendos!” Gritó padre Vincent. “¡Apenas llegue a casa voy
a lanzarlos a la chimenea!”

El pobre renegaba de sus dioses.

En vano intenté reanimarlo a su agonizante razón mostrándole un Levée d’étang [estudio de


estanque] de M. Rouart, al cual le faltaba muy poco para estar bien hecho; también un estudio de
un castillo en Sannois, de M. Ottin, muy luminoso y muy fino; pero a él le atraía lo horrible. La
Blanchisseuse [Lavandera], muy mal lavada, de M. Degas, le hizo poner los pelos de punta de
admiración.

Incluso Sisley le parecía dulce y precioso. Para seguirle la corriente y por miedo a irritarlo, buscaba
aquello que había de tolerable en las pinturas impresionistas y reconocí sin mucho esfuerzo que el
pan, las uvas y la silla del Déjeuner [Desayuno], de M. Monet, eran buenos tropezones de pintura.
Pero él rechazó mis concesiones.

“¡No, no!” exclamó. “Monet se está debilitando aquí. Se está sacrificando a los falsos dioses de
Meissonier. ¡Demasiado terminado, demasiado terminado, demasiad terminado!.... Hábleme de la
Moderne Olympia [Olimpia Moderna], ¡a buenas horas!

“¡Por favor! ¡Venga a ver éste! Una mujer plegada en dos de la cual una mujer negra le está
quitando el último velo para dejarla en toda su fealdad a la mirada encantada de una suerte de
títere oscuro. ¿Te acuerdas de la Olympia de M. Manet? Pues bien, era una obra maestra en el
dibujo, la corrección del terminado, comparada con esta de M. Cézanne.”

Finalmente el vaso se desbordó. La mente clásica del padre Vincent, atacada por tantos frentes,
terminó por enloquecer completamente. Se detuvo frente al guarda parisino que cuidaba todos
estos tesoros y, tomándolo por un retrato, se puso a hacerle una crítica muy elevada de tono.

“¡Si es malo!” dijo encogiéndose de hombros, “¡En la cara tiene dos ojos… y una nariz…. Y una
boca! Estos no son los impresionistas, quienes se ahorran todo detalle. ¡Con todo lo que el pintor
gastó en inutilidades en esta figura, Monet hubiera hecho veinte guardias de París!”

“Por favor, siga circulando”, dijo el retrato.

“¡Lo escuchó! ¡Ni siquiera le falta la palabra! …. ¡Imagina el tiempo que pasó el presumido que lo
pintó en terminarlo!”

Y para dar a su teoría estética toda la seriedad conveniente, el padre Vincent se puso a bailar la
dansa del scalp delante del guardián desconcertado, gritando con una voz sofocada:

“¡Huy!... ¡Soy una impresión que camina, el cuchillo de pintura vengador, el Boulevard de
Capucines, de Monet, la Casa del colgado y la Olimpia Moderna, de M. Cézanne! ¡Huy! ¡Huy! ¡Huy!

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