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Tiempos turbulentos: V
enezuela y la revolución
bolivariana
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Las políticas frente a las drogas en la Venezuela bolivariana
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El año con mayor volumen de decomiso fue 2005, con 77.53 toneladas, aunque desde en-
tonces la cifra ha tendido a disminuir. En 2012 se capturaron 45.08 toneladas.
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Para 2008, la prevalencia de uso de drogas ilícitas para Venezuela, según unodc (2009), fue
de 3.3 por ciento para mariguana, 1.1 para cocaína y 0.1 por ciento para opiáceos, aunque se ve-
rifica un aumento con relación a años anteriores. En 2012, María Eugenia Sader, para entonces
ministra de Salud, declaró que 220 mil personas presentaban problemas de consumo de drogas
ilícitas, y que se atendía a 35 mil pacientes en distintas modalidades de tratamiento de la farmaco-
dependencia (El Universal, 2012).
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La respuesta legislativa
La legislación venezolana sobre drogas desde 1984, y en sus sucesivas mo-
dificaciones en 1993, 2005 y 2010, ha sido reflejo fiel de los cambios en
las políticas y normativas internacionales promovidas desde los centros del
poder mundial. Sirva como ejemplo el desarrollo reciente de una legisla-
ción contra el crimen organizado, que profundiza la represión de las dro-
gas, a partir de la Convención de Palermo de 2000. De esta manera, la ley
venezolana penaliza las distintas actividades relacionadas con las drogas
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penal, así como la intervención coercitiva del Estado. Esta tendencia expan-
siva se confirma también en normas colaterales como la Ley Contra la De-
lincuencia Organizada, distintas legislaciones que regulan las materias
financiera y bancaria, la recientemente aprobada normativa sobre aviación
civil que permite el derribo de aviones sospechosos en vuelo, o decisiones
jurisprudenciales como la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia de julio
de 2005, que define los delitos de drogas como delitos de lesa humanidad, y
por ello imprescriptibles y excluidos de cualquier beneficio procesal o penal.
Además del aumento del uso del castigo penal, la legislación antidroga
prevé un cada vez más extenso repertorio de medidas administrativas y
ámbitos de regulación del Estado (materias precursoras, publicidad, pre-
vención, tratamiento, actividades bancarias, etc.) bajo el argumento de la
lucha contra las drogas.
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374 1 296 928 1 359 2 247 3 851 3 604 5 352 7 841 12 725 12 010
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La fase preliminar o de investigación, conducida por el ministerio público (fiscalía), supo-
ne la recolección de indicios suficientes para decidir el juzgamiento de la causa, y conduce a uno
de tres tipos de actos conclusivos: acusación (que implica el pase a juicio), sobreseimiento y ar-
chivo fiscal.
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51%
40% 50%
31%
795 746
Actos conclusivos en
Acusaciones casos de drogas, año 2004
Archivos Actos conclusivos en casos
Acusaciones
Sobreseimientos de drogas, año 2010
Archivos Sobreseimientos
339 535
4 455 3%
9% 1 359
25%
34%
72%
57%
2 229
12 725
51%
8 752 42%
31% 57%
12 010
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Este estudio es anterior a la Ley Orgánica de Drogas, promulgada en 2010, por lo que es
muy posible que las cifras relacionadas con delitos de drogas hayan aumentado sensiblemente.
Para 2013, el número de personas en prisión ascendió a más de 50 mil.
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14%
3 670 86%
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de los Informes Anuales del Ministerio Público (2002-2008).
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2500
2000
1500
1000 809
500
122 4.5 3
0
Tráfico Drogas Posesión Legitimación Consumo
de capitales
Delitos
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Dirección General de Servicios Penitenciarios, Ministerio
de Interior y Justicia (2009).
8 000
7 340
7 000
6 000
5 000
Cantidad
4 000
3 000
2 000
1 488
1 000
326
0 31 14
Posesión Consumo Tráfico Legitimación Lavado
de capitales
Delitos
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La respuesta militar
La “guerra contra las drogas” ha implicado durante estos últimos años un
aumento de la participación de militares activos en labores de interdic-
ción. La reciente Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana
aumenta sus competencias en la materia, mientras que efectivos militares
se involucran en tareas de erradicación de cultivos, destrucción de labora-
torios, destrucción de pistas de aterrizajes, decomisos, control de puertos
y fronteras, allanamientos, detenciones, investigaciones penales, enfrenta-
mientos con presuntos narcotraficantes, intervención en narcomenudeo,
control de actividades financieras, derribo de aviones,11 abordaje de em-
barcaciones, controles de tránsito terrestre, requisas en barrios, cárceles,
centros urbanos, lugares de esparcimiento, etc. En suma, la lucha contra
las drogas ocupa un lugar de primer orden en las actividades rutinarias de
las fuerzas armadas, en especial de la Guardia Nacional, aunque reciente-
mente se intensifica la implicación de efectivos de los otros componentes.
Indistintamente de que se trate de ámbitos tradicionales de su incumben-
cia (control de fronteras y de espacios aéreos, puertos y aeropuertos, cos-
tas), o más bien de áreas que le disputan a la policía y a otros cuerpos
civiles, como las labores de investigación penal, patrullaje, puntos de con-
trol o seguridad ciudadana, el combate de las drogas tiende a convertirse
en un coto exclusivo del ejército.
Por otro lado, la dirección de las políticas antidrogas generalmente ha
recaído en oficiales activos de la Guardia Nacional. Además, la retórica
belicista ha conducido con frecuencia a la adopción, por parte de las po-
licías civiles, de estilos y formas de organización militarizada para el com-
bate contra las drogas, en especial en el caso de las unidades especializadas
en la materia, con frecuencia caracterizadas por un uso extensivo de la
violencia policial.
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El 14 de octubre de 2013 autoridades castrenses informaron la “inmovilización” de dos
aviones que violaron el espacio aéreo venezolano a través del uso de aviones de combate F-16
(Correo del Orinoco, 2013). Este episodio rememora las discusiones “céntricas” sobre el derribo de
aviones post 11-S, que tuvo sus repercusiones en la dogmática jurídico-penal con el tan publicita-
do “derecho penal del enemigo”.
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Las políticas frente a las drogas tienen también efectos sociales deleté-
reos. Las evidencias muestran sobradamente cómo las políticas antidrogas
son absolutamente ineficaces para enfrentar a los grupos de poder detrás
del narcotráfico, ya que se concentran en los eslabones más débiles de la
cadena, lo que sirve sobre todo para criminalizar a los grupos sociales me-
nos favorecidos. Las estrategias redistributivas y los esfuerzos de inclusión
social del gobierno bolivariano son contrariados por un agresivo punitivis-
mo (en el que la persecución de delitos callejeros de drogas tiene un papel
clave), que envía a la cárcel cada vez a más pobres y reproduce las condicio-
nes de exclusión y pobreza.
Durante los últimos años la política hacia los pobres se bifurcó en po-
líticas sociales focalizadas, que han permitido mejorar las condiciones de
vida de ingentes sectores de la población, y políticas represivas dirigidas a
controlar y castigar a aquellos grupos sociales rezagados —fundamental-
mente jóvenes pobres de las grandes ciudades—, lo que genera nuevas
brechas y desigualdades. Finalmente, las políticas antidrogas contribuyen
con el establecimiento de un Estado policial que inhibe los procesos de
democratización, al disminuir las garantías democráticas y deteriorar el
clima necesario para la participación ciudadana, en tanto que se favorece
la violencia institucional y la represión, en especial contra los sectores po-
pulares, como forma de relación entre Estado y sociedad.
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La asociación drogas-seguridad
En las últimas décadas, los discursos legitimadores de la “guerra contra las
drogas” han desplazado su énfasis de la salud pública como justificación a
la seguridad, coincidiendo con la sustitución del Estado de bienestar por
el Estado penal (Del Olmo, 1998; Wacquant, 2000). En el caso de Vene-
zuela las drogas han sido presentadas como una de las principales causas
del aumento de la criminalidad. Por ejemplo, en su acto de proclamación
como candidato presidencial, el luego electo Nicolás Maduro señaló el
consumo y venta de drogas como una razón central de la inseguridad, y
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llamó a una lucha sin cuartel contra los narcotraficantes de los barrios po-
pulares (El Universal, 2012).
Venezuela cuenta con una de las tasas de homicidios más altas del con-
tinente, mientras que la inseguridad se ha convertido en uno de los temas
de mayor preocupación para el público. Pretender que las drogas son la
causa de la violencia es consistente con las explicaciones morales que el
gobierno ha dado en este último tiempo a la persistencia del fenómeno,
abandonando los discursos anteriores que privilegiaban los factores estruc-
turales y la falta de justicia social como explicación (Antillano, 2012).
La asociación entre drogas y delitos cobró fuerza a finales de la década
de 1980 en Estados Unidos, en medio de la crisis del crack y de una oleada
de crímenes violentos (Goldstein, 1985). Hoy se cuestiona esta relación, o
al menos se matiza. En América Latina, aunque los países afectados por la
nueva distribución regional del narcotráfico, como consecuencia de los
efectos regionales del Plan Colombia, encaran un crecimiento sensible de
los homicidios, no puede establecerse una relación lineal y mecánica. De
hecho, distintas investigaciones desestiman la existencia de una relación
causal fuerte entre drogas y delitos para la mayoría de los crímenes que
ocurren en la región (Antillano y Zubillaga, 2013). Factores asociados con
la ilegalidad de las drogas y su interdicción penal (tráfico de armas, co-
rrupción policial y militar, saturación del sistema penal, crecimiento de la
población carcelaria, etc.), tendrían tanta o más relación con la violencia y
el delito que la misma sustancia.
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Bibliografía
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