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suele hacerse, extraño, raro, inusual. De un nombre rarísimo decían los latinos que era
insolentíssimum nomen. Y a un lugar infrecuentado y solitario, al que nadie iba, lo
llamaban ínsolens locus, lugar insolente.
“Insolencias” dice Cervantes de las cien mil cosas inauditas que hizo Roldán, “dignas de
eterno nombre y escritura”. (Quijote, Parte I, c. 25.)
La insolencia es, pues, lo que no se suele decir, lo que no se suele hacer, y lo que,
por tanto, cuando dicho o hecho, irrita y desconcierta.
Solencia es un deverbal, porque se deriva del verbo soler, así como empuje se deriva de
empujar y salvamento de salvar.
Vejez psicoanalítica
Dice Erich Fromm que Freud inauguró con el psicoanálisis un nuevo mercado; pero pronto
advirtieron los psicoanalistas que si el nuevo mercado quería prosperar tenía que
adaptarse al Orden Establecido. Nadie iba a decir, por ejemplo, como dijo muchos años
después Herbert Marcuse, que lo más sensato que se podía hacer con los medios de
comunicación masiva era intervenirlos, para que no siguieran embruteciendo a la gente.
Ningún psicoanalista con consultorio iba a decir eso. El psiconálisis se había adecentado.
“Al comienzo –dice Fromm– fue una teoría revolucionaria, profunda, liberadora, pero fue
perdiendo paulatinamente ese carácter y se estancó, refugiándose en el conformismo y en
la búsqueda de la respetabilidad.” (Erich Fromm, La Crisis del Psicoanálisis, 16.)