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Una investigación sobre los usos históricos de la Plaza en el siglo XIX me lleva a
encontrar coincidencias inquietantes entre el imaginario edil de la época y el actual. El
punto de encuentro es un núcleo duro e inamovible, articulado entre la peregrina y
dieciochesca idea de ciudad y su construcción bajo parámetros de “civilización,
modernidad y progreso”, apropiada por una oligarquía trasnochada que veía en la
“plebe” ‘representación de la incultura, la violencia y la irracionalidad’, el elemento
opositor a sus anhelos citadinos, y a la que por tanto debía disciplinar, reprimir y
excluir. A más de cien años de distancia, dicha mentalidad no cambió un ápice.
Las chicherías fueron las primeras en ser estigmatizadas. Ya una primera ordenanza
municipal emitida en 1840 establecía su alejamiento de la Plaza Principal, a dos
cuadras de ella. Las siguientes impondrán una distancia mayor. El cronista del
conservador diario El Comercio proponía también alejar a las “hojalaterías” y las
“herrerías” por bulliciosas, ya que irrumpían la tranquilidad y el silencio requerido por
las personas que ejercían nobles profesiones laborales. Otras disposiciones no
permitían “lavar ropa, cocinar, amarrar bestias, soltar animales de ninguna especie, ni
descargar cargas”. “Nada que obstruyera el tránsito y comprometa la salud de los
ciudadanos como depositar huano, basuras o cualquier materia infecta” (2). La
presencia de los indígenas tampoco fue tolerada. Sus manifestaciones culturales
expresadas en el baile y la fiesta o fueron prohibidas o sujetas a altas tasas
impositivas. Ellos, que venían a la ciudad acompañados de sus productos
provenientes del campo cargados en mulas, fueron muy mal vistos y peor recibidos.
La prensa no cesaba de protestar al considerar dicha presencia invasiva como un
abuso (3).
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(1) Foucault. Michel (2006).
mire_sanchez@hotmail.com