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La historia del comercio no puede ser confundida con la historia del derecho comercial,
pues la primera nace desde el momento en que el hombre siente la necesidad de
intercambiar productos con otros semejantes para satisfacer sus necesidades; mientras
que el surgimiento de la segunda como disciplina autónoma se presenta en la Edad Media.
En consecuencia, en las relaciones mercantiles de la Antigüedad se debieron adoptar
reglas en las que es posible encontrar algunos aspectos del derecho comercial. Un
ejemplo de lo dicho se encuentra en la civilización egipcia, aunque el comercio era
ejercido por extranjeros caldeos, judíos y griegos, no cabe duda que había una actividad
comercial muy activa y avanzada; en el Código de Hammurabi (promulgado veinte siglos
antes de Cristo) se encuentran disposiciones sobre préstamo a interés, el depósito,
algunas formas de comisión, arrendamiento de barcos, responsabilidad del dueño de la
nave y del barquero y el abordaje.
Por otro lado, los semitas promulgaron las Leyes Rodias, en las cuales se mencionaban las
averías marítimas, la responsabilidad del cargador y armador de un buque, la reparación
al promotor de una expedición cuyas mercaderías habían sido arrojadas al mar para
aligerar la nave y salvarla, la llamada echazón.
Teniendo en cuenta que el derecho comercial es parte del derecho privado, consideremos
que los romanos crearon un sistema jurídico muy fuerte que continúa siendo un pilar de
algunas instituciones de este. Pero en lo que se refiere a reglas de carácter comercial no
dieron demasiada importancia, puesto que consideraban que el comercio y la industria
eran actividades de esclavos y libertos; porque en el régimen esclavista las relaciones
entre el amo y el esclavo no eran jurídicas, sino regidas por aspectos administrativos y de
contabilidad. Dado lo anterior surge el ius gentium, encargado de reglar las relaciones
entre los romanos y los extranjeros, y dotado de flexibilidad y adaptabilidad que le
permitían satisfacer los requerimientos de simplicidad y rapidez del tráfico mercantil.
En renglones anteriores comentábamos que el derecho comercial hacía parte del derecho
privado, así las cosas, digamos que el derecho privado, según el Diccionario Jurídico Temis
(1999), es el “conjunto de normas que regulan las relaciones entre los particulares y las
relaciones jurídicas entre la administración y los particulares cuando no exceden los
límites del derecho común”, por esta misma vía nace el derecho comercial, definido en el
Diccionario Jurídico Temis (1999) como el “conjunto de normas jurídicas aplicables a los
comerciantes en el ejercicio de su actividad profesional, y que rigen también, aunque más
excepcionalmente, la actividad comercial, es decir, los actos de comercio, realizados por
cualquier persona”; podemos decir entonces que esta rama del derecho privado da sus
primeros pasos en la Edad Media con múltiples cambios y transformaciones, con las
invasiones de las tribus bárbaras, con el fraccionamiento del Imperio romano y con el
choque entre los pueblos de tradición germana y romana; lo que ocasionó una parálisis
general en el florecimiento comercial de estas civilizaciones.
Por todo lo anterior se pensaba que el derecho comercial era simplemente la autoridad
teórica del Estado, porque desde la caída del Imperio romano hasta el siglo 1100 d. C., la
economía cambió su estructura haciendo de cada castillo, villorrio, conjunto de cabañas,
un mundo cerrado, un mercado autosuficiente que producía solo para sí y consumía solo
lo que producía. Pero un hecho político cambiaría la historia, la coronación de
Carlomagno, esto significó la ruptura con el Imperio de Oriente y determinó profundos
cambios de orden económico. Como las fuerzas feudales y la Iglesia detentaban la única
fuente de subsistencia y riqueza, vale decir la tierra, la economía era de tipo cerrado y las
mercancías no circulaban puesto que cada quien se limitaba a satisfacer sus propias
necesidades. El sistema feudal desintegró todavía más el poder público que pasó a los
señores feudales, y la condición normal de la población rural era la servidumbre.
Como consecuencia de estos hechos surgen las legislaciones de las ciudades libres, que
regulaban el acto de agrupación de los siervos sin tierra alrededor de los castillos de los
señores feudales. Floreciendo el artesanado y el intercambio de productos; esos burgos se
convirtieron más tarde en ciudades y cada una de ellas se erigió en una especie de estado
independiente. Por el surgimiento de una realidad socioeconómica diferente, era
obligatorio crear normas jurídicas más elásticas, apoyadas en la multiplicidad de formas,
en la buena fe y en el predominio de la costumbre. Se formularon entonces legislaciones
locales diferentes en cada ciudad, otorgando parte del poder de que gozaban los señores
feudales a los gremios organizados con cierto poder jurisdiccional.
A los hechos anteriores se unió la creciente influencia del derecho canónico, advirtiendo,
claro, que la Iglesia desconfiaba de la actividad productora de ganancias fáciles y prontas a
crear y satisfacer costumbres sensuales, pero, sobre todo, dificultaba el desarrollo del
comercio, en especial la posibilidad de estipular intereses, fundamentada en que el capital
moneda es improductivo y que no puede ganarse dinero sin trabajo. En el siglo XI se inició
el florecimiento de las ciudades, lo cual contribuyó decisivamente al auge del comercio. La
nueva clase de los comerciantes, impulsada por razones de seguridad, se asoció en
guildas, hernadades, hansas y toda suerte de corporaciones cerradas y exclusivistas que se
dictaban sus propios estatutos, imponían su propia autoridad y dirimían las controversias
por medio de magistrados designados por los propios mercaderes asociados; con todo
esto, las ciudades libres se dieron sus propios ordenamientos, los cuales reaccionaron
contra: el formalismo del derecho romano, los procedimientos bárbaros del incipiente
derecho germánico como el duelo judicial, la ordalía, el juicio de Dios, las pruebas del agua
y del fuego, y contra los esquemas limitados e insuficientes del derecho canónico. Dentro
de las reglamentaciones de este derecho se encontraba la prohibición del préstamo con
interés, exceptuando tres casos:
Esta autonomía corporativa impulsó lo que se llamó jurisdicción consular, cuya función
principal era encomendar a sus cónsules la solución de los conflictos que surgían entre sus
asociados o entre estos y sus empleados, aprendices y obreros. La jurisdicción consular
contaba con procedimientos libres de formalismos, los cónsules fallaban con base en
principios de verdad sabia y buena fe guardada, sus sentencias podían ser apeladas ante el
consejo o grupo de comerciantes.
Toda esta historia cobra sentido en la compilación de usos mercantiles o lex mercatoria
que llegó a tratar de resolver el problema del ámbito de competencia del derecho
comercial o mercantil; ya que no todas las actividades de los mercaderes eran
profesionales y, como dicho elemento no era suficiente para fijar la competencia en todos
los inconvenientes, tuvo que ampliarse su campo en el sentido de que quienes sin ser
mercaderes y negociaban con inscritos en las corporaciones, quedaban cobijados por el
derecho comercial. Dando paso a la primera noción de acto de comercio, todo lo cual
favoreció las costumbres propias del comercio, caracterizadas por la celeridad y
simplicidad que los negocios requerían. Pero esta simplicidad desaparecería cuando la
costumbre se convirtió en ley escrita. Con la ley escrita y la Revolución Francesa de la
mano se dio la proclamación de la libertad de comercio; conservó los tribunales de
comercio con jueces consulares elegidos, pero imprimió un cambio de rumbo en la
orientación del derecho mercantil, la Ley XVII de marzo de 1791 proclamó el derecho de
toda persona a realizar los negocios y operaciones que tuviera a bien, bajo la condición de
pagar un impuesto nuevo: la patente. Tal libertad de comercio acabó con las
corporaciones y abrió la puerta al movimiento codificador (Rusia 1794), creado con el
propósito de codificar las normas mercantiles cuyo mérito histórico empujaran el
desarrollo del derecho comercial o mercantil. Por su parte, la Asamblea Nacional
Constituyente de Francia ordenó la redacción de los códigos civil y de comercio, pero
posteriores guerras civiles y crisis políticas retrasaron la expedición de los mismos.
La Ley del 23 de mayo de 1835 en la que se dispuso que cuando las partes no
fijaran intereses en los contratos de mutuo, si el negocio era comercial, se
entendía pactado por el 6% anual, y el 5% en los demás negocios.
La del 23 de mayo de 1836, mediante la cual se ordenó que los juicios de comercio
se sometían al procedimiento de juicios comunes y al conocimiento de los jueces
ordinarios, quienes decidirán conforme a lo dispuesto en las Ordenanzas de Bilbao,
y en su defecto por las leyes comunes vigentes.
La del 25 de mayo de 1844 sobre comercio de cabotaje y costanero.
La del 4 de mayo de 1852 que estableció la jurisdicción especial de comercio.
A todos los códigos anteriores se suma la gestación del nuevo código, se pensó por
primera vez actualizar la Ley orgánica mercantil en el año de 1935, para tal propósito la
Ley 73 del mismo año dispuso crear una comisión encargada de adelantar la revisión
general del Código de Comercio a fin de dotar al país de una legislación completa y
moderna; esta comisión redactó varios proyectos sobre sociedades anónimas,
instrumentos negociables y quiebras. El proyecto de quiebras fue convertido en ley
mediante Decreto Ley 750 de 1940, que rigió hasta el 29 de mayo de1969, fecha en que la
Corte Suprema de Justicia declaró su inexequibilidad. Por virtud de los decretos
legislativos 1813 de 1952 y 817 de 1953, se crearon comisiones revisoras de los códigos
civil, de comercio, penal, de procedimiento penal y civil. A su vez, la comisión encargada
del Código de Comercio, redactó un proyecto de 2391 artículos distribuidos en un título
preliminar y siete libros, que fue presentado a consideración del Congreso en 1958. El
proyecto presentó, entre otros, los siguientes defectos:
La espina dorsal del proyecto era la teoría general del acto de comercio,
cuestionada en el mundo jurídico.
Después de conocer un poco de la historia del derecho mercantil, entremos a las fuentes
del derecho comercial o mercantil, es decir, la raíz misma del derecho, en lo que se
fundamenta o basa para reglar las relaciones comerciales de las personas. Lo primero que
se debe considerar es que existen fuentes formales y fuentes materiales, las primeras son
las normas que válidamente pueden ser impuestas a la comunidad, es decir, la forma que
necesariamente deben adoptar ciertos preceptos de conducta para imponerse
coercitivamente; mientras que las segundas son los actos o hechos pasados de los que
deriva la creación, modificación o extinción de normas jurídicas, o sea, los hechos que
generan la necesidad de reglamentarlos (Urrutia, 2008).
Fuentes formales
Las leyes civiles: en lo que respecta a las leyes civiles cabe aclarar que están las
leyes civiles invocadas expresamente y las normas civiles no invocadas
expresamente; en el caso de las invocadas expresamente son fuente del derecho
comercial porque pueden equipararse a la ley mercantil, en tal caso se recurre al
préstamo de las normas civiles para suplir los vacíos que existan para determinado
asunto en la ley comercial; este préstamo se conoce con el nombre de
mercantilización de la norma civil. Por otra parte, están las no invocadas
expresamente que se utilizan para cubrir espacios en la ley mercantil, es decir,
llenar los vacíos de dicha norma en aspectos generales.
Las estipulaciones contractuales: por remisión directa del artículo 822 del Código
de Comercio y acorde con el artículo 1602 del Código Civil, los contratos
válidamente celebrados son ley para las partes.
Como se dijo en renglones anteriores, las fuentes materiales del derecho comercial se
caracterizan por carecer del atributo vinculante de las fuentes formales, estas son:
Al conocer las fuentes del derecho comercial podemos adentrarnos en los actos de
comercio, esto es, todo acto o hecho jurídico sometido a las reglas del derecho comercial,
en razón de su naturaleza (la compra para revender), de su forma (la letra de cambio), o
por la calidad de comerciante de su autor (Diccionario jurídico Temis, 1999). Entonces
serán actos de comercio, aquellos actos jurídicos regulados por la ley mercantil; para tales
efectos agreguemos también la definición de comerciante, art. 1º Código de Comercio:
“Son comerciantes las personas que profesionalmente se ocupan en alguna de las
actividades que la ley considera mercantiles. La calidad de comerciante se adquiere
aunque la actividad mercantil se ejerza por medio de apoderado, intermediario o
interpuesta persona”. Así las cosas, los actos de comercio vienen de estas personas, de
sus intermediarios y apoderados; lo que significa que toda persona que tenga capacidad
para contratar y obligarse es hábil para ejercer el comercio.
Volviendo con el tema que nos ocupa, Gaviria E. (citado por Urrutia O., 2008), considera
que es posible definir un acto mercantil como:
Todos aquellos actos en que interviene una empresa, puesto que las definiciones
de operaciones civiles se convierten en mercantiles cuando se llevan a cabo a
través de una empresa, como los actos de consumo que para el usuario es
típicamente civil, por la concepción mercantil se convierte en comercial, ya que la
empresa que le expende es comercial; las profesiones civiles como abogados,
médicos, contadores, ingenieros que aisladamente son civiles, si adecuan una
infraestructura de bufetes, clínicas, consorcios, firmas de contadores, se
convierten en mercantiles; los ganaderos, agricultores, pescadores y en general
quienes explotan los recursos naturales si lo hacen por intermedio de una
hacienda, una reforestadora, o en general a través de la infraestructura de una
empresa, se convierten en mercantiles.
3) El recibo de dinero en mutuo a interés, con garantía o sin ella, para darlo en préstamo,
y los préstamos subsiguientes, así como dar habitualmente dinero en mutuo a interés;
11) Las empresas de transporte de personas o de cosas, a título oneroso, cualesquiera que
fueren la vía y el medio utilizados;
Al enumerar los actos mercantiles se puede considerar que estos poseen una serie de
características que posibilitan el entendimiento de los mismos; son actos con ánimo de
lucro, es decir, que buscan la obtención de una ganancia; son actos de intermediación en
el cambio, lo que significa que lo que se intercambia no es para uso o consumo personal,
pues el beneficio que se busca está en las transacciones comerciales; son actos masivos,
lo que se refiere a la cantidad de personas que llevan a cabo un determinado tipo de acto
con respecto a una sola persona.
Existe una clasificación doctrinal de los actos de comercio, según Molina R. (citado en
Dávalos, M., p. 56, 2014), los actos absolutamente mercantiles son aquellos que están
regulados por el Código de Comercio o alguna de las leyes mercantiles especiales y no es
posible encontrar regulación alguna en la ley civil; los actos de mercantilidad
condicionada son aquellos que están regulados tanto por la ley civil como por la
comercial, por ejemplo, un contrato de compraventa; los actos unilateralmente
mercantiles o actos mixtos son aquellos que para una de las partes es un acto civil y para
la otra es un acto de comercio, ejemplo de ello es la compra de un automóvil, para quien
lo compra, por ser sólo para su uso personal, es un acto civil, en cambio para el
concesionario es una acto comercial porque se realiza con el fin de obtener una ganancia.
Tengamos en cuenta que si se suscita un conflicto de intereses la solución será tomada de
la ley comercial o mercantil.
Para finalizar, recordemos que distinguir la naturaleza de los actos jurídicos resulta
trascendente para identificar el tipo de legislación que es aplicable para celebrar, regular y
hacer cumplir los términos y condiciones a las que se sujetan las operaciones realizadas en
el diario vivir.
El establecimiento de comercio
Con los actos de comercio o mercantiles definidos, podemos iniciar con el concepto de
establecimiento de comercio.
Dentro de estas operaciones, el art. 528 del Código de Comercio hace referencia a la
responsabilidad, diciendo que el enajenante y el adquirente del establecimiento
responderán solidariamente de todas las obligaciones que se hayan contraído hasta el
momento de la enajenación, en desarrollo de las actividades a que se encuentre destinado
el establecimiento, y que consten en los libros obligatorios de contabilidad; y que, a su
vez, la responsabilidad del enajenante cesará transcurridos dos (2) meses desde la fecha
de la inscripción de la enajenación en el registro mercantil, siempre que se hayan
cumplido los siguientes requisitos:
Que dentro del término indicado en el inciso primero no se hayan opuesto los
acreedores a aceptar al adquirente como su deudor.
Parágrafo. El acreedor del enajenante que no acepte al adquirente como su deudor,
deberá inscribir la oposición en el registro mercantil dentro del término que se le concede
en este artículo.
Ahora bien, el art. 529 del Código de Comercio nos dice que las obligaciones que no
consten en los libros de contabilidad o en documento de enajenación, continuarán a cargo
del enajenante del establecimiento, pero si el adquirente no demuestra buena fe exenta
de culpa, responderá solidariamente con aquel de dichas obligaciones. Posteriormente el
mismo código, en su art. 530, consagra que los acreedores que se opongan tendrán
derecho a exigir las garantías o seguridades del caso para el pago de sus créditos, y si estas
no se prestan oportunamente, serán exigibles aun las obligaciones a plazo. Este derecho
solo podrá ejercitarse dentro de los dos (2) meses siguientes a la fecha del registro de la
enajenación del establecimiento. Es oportuno aclarar que si la enajenación se hiciere con
base en los libros de contabilidad y en estos resultaren inexactitudes que impliquen un
menor valor del establecimiento enajenado, el enajenante deberá restituir al adquirente
la diferencia del valor proveniente de tales inexactitudes, sin perjuicio de la indemnización
a que haya lugar (art. 531). La regulación de la diferencia de valor y de los perjuicios se
hará por peritos, esta acción prescribe en seis (6) meses.
Cancelar el valor de los derechos de matrícula, que liquidará el cajero con base en
el valor comercial del establecimiento declarado en el formulario.
La matrícula de los establecimientos de comercio facilita:
Es una fuente de información comercial para quienes deseen conocer los datos del
establecimiento (actividad, ubicación, valor, etc.).
Que el arrendatario empresario haya ocupado al menos dos años (2) consecutivos
el inmueble a título de arrendamiento.
Cuando el inmueble deba ser reconstruido o reparado con obras necesarias que no
puedan ejecutarse sin la entrega o desocupación, o demolido por su estado de
ruina o para la construcción de una obra nueva. En caso de que el inmueble deba
ser reconstruido o reparado con obras necesarias que impliquen la entrega o
desocupe, no habrá lugar a la renovación.
Tengamos en cuenta, también, que es costumbre en los contratos de arrendamiento
pactar la prohibición para el arrendatario de ceder o subarrendar el inmueble, lo cual
llevaría a pensar que, de hacerlo, el inquilino, estaría violando el contrato de
arrendamiento y por lo tanto perdería el derecho a la renovación. El subarriendo del local
no puede ser realizado por el arrendatario en forma total sin el consentimiento expreso o
tácito del arrendador, aunque sí podría válidamente subarrendar hasta la mitad del
inmueble, para lo cual bastará con que no se lesionen los derechos del arrendador. Con
esta misma limitación puede el arrendatario variar la destinación prevista en el contrato
para el inmueble; art. 332 del Código de Comercio.
Así las cosas, Pinilla R. (1998) considera que la empresa se entiende según los
presupuestos del Estado social de derecho, como un medio y no un fin, en la vasta
maquinaria que constituye el cuerpo social, por lo que la razón de ser de su existencia y
garantía de su libertad se determina conforme con la labor que realiza en la obra social.
Por lo tanto, la empresa tiene una función social que implica obligaciones en términos
sociales; los principios de solidaridad, equidad y justicia social someten los intereses
particulares de la empresa a objetivos comunes que se encuentran plasmados en el
conjunto de programas elaborados por toda la sociedad, los cuales desarrollan y aplican
los propósitos constitucionales.
Se podría decir, entonces, que la empresa es base del desarrollo de un país, pero a su vez
presenta una permanente tensión entre el principio de libertad, fundamento de la
garantía constitucional de la libre iniciativa económica que permite la asunción de riesgos
con fines lucrativos privados, y el de igualdad, que es una idea implícita en el principio de
equidad, el cual da origen a exigencias de justicia distributiva y a la imposición de buena
parte de las obligaciones legales que desarrollen la función social de la empresa y de la
propiedad privada. Concordante con lo anterior, destaquemos que la mayoría del empleo,
del desarrollo económico, y de la industria, lo generan las empresas, sería ideal tener
mejores empresas porque, debido a las condiciones socioeconómicas del país, cada día se
ve el detrimento en la protección que se supone debe garantizar el Estado social de
derecho a través de sus estamentos gubernamentales; lo que significa que, entre más
difícil sea crear empresa, más complicado será alcanzar las garantías que por ley
constitucional merecemos aquellos que vivimos en el territorio nacional. Hoy, más que
nunca, las personas son el principal activo de las empresas y la clave de su ventaja
competitiva sostenible. Sin embargo, el carácter cambiante e impredecible de la economía
global y de las circunstancias locales no permite a los ejecutivos bajar la guardia y confiar
en que el futuro será próspero y se podrá brindar mayor seguridad laboral al personal que
trabaja en sus empresas; lo que conlleva una crisis en la función social de la misma y
quebrará la garantía dada en el artículo 1o de la Constitución Política de Colombia, en la
que se menciona que el Estado social de derecho es el garante del bienestar de los grupos
sociales y el que evita las desventajas de los mismos; tal y como lo afirma Bobbio N. (1986)
“las sociedades modernas buscan actualmente los mejores medios para transitar hacia un
modelo de organización política en el que la democracia formal se vuelva más real”, lo que
significa que las sociedades actuales siempre buscarán un camino para alcanzar el respeto
por la dignidad humana que promulga un Estado social de derecho.
Los contratos mercantiles
Capacidad legal.
Consentimiento.
Objeto lícito.
Causa lícita.
Por capacidad legal se entiende que la persona que interviene en el contrato sea
legalmente capaz, es decir, que pueda obligarse por sí misma, sin la autorización de otra;
art. 1502 del Código Civil. El consentimiento es la expresión de voluntad de las personas
que intervienen en el acto jurídico, es decir, la voluntad manifestada en forma válida sea
expresa o tácita. El objeto lícito, por su parte, es aquello que el deudor debe, es decir, la
prestación, que puede consistir en una acción o en una abstención; este objeto lícito debe
cumplir unos requisitos como lo son: existir en el momento de la declaración de voluntad,
o en su defecto que se espere que exista, los bienes a que se refiere deben ser
comerciales, ser determinado o determinable, ser física y moralmente posible, y, por
último, ser lícito. La causa lícita será, entonces, el motivo que induce al acto jurídico, es
decir, el motivo determinante que han tenido los contratantes para celebrar el contrato,
por ejemplo, Juan compra una casa porque le agrada el vecindario. Siendo así, la
formación de los contratos mercantiles inicia con la oferta, la cual debe contener todos
los elementos sustanciales, de modo que, la parte a quien se dirige, solo dé su
consentimiento; lo que no descarta que se retracte o revoque la negociación antes o al
momento de recibir la oferta; recordemos que el objeto del contrato mercantil debe
versar sobre cosas lícitas, derivadas de las relaciones comerciales de quienes deciden
realizar el acto jurídico.
Contrato de cuenta corriente: es aquel en virtud del cual los créditos y débitos
derivados de las remesas mutuas de las partes se consideran como partidas
indivisibles de abono o de cargo en la cuenta de cada cuentacorrentista, de modo
que solo el saldo que resulte a la clausura de la cuenta constituirá un crédito
exigible; art. 1245 del Código de Comercio. Puede ser materia de la cuenta
corriente todas las negociaciones entre comerciantes, o entre comerciante y
persona que no lo sea, y todos los valores transmisibles en propiedad; la clausura
de la cuenta y la liquidación del saldo se harán en los plazos estipulados en el
contrato o por la costumbre. Es el contrato que acostumbran a utilizar los
almacenes de ropa femenina, con sus proveedores o con sus clientes
directamente, de manera que los pagos mutuos o los abonos dejan tras de sí unos
saldos netos pendientes.
Contrato de edición: este contrato está regulado por la Ley 23 de 1982 (derechos
de autor), que lo define como aquel por el cual “el titular del derecho de autor de
una obra literaria, artística o científica, se obliga a entregarla a un editor que se
compromete a publicarla mediante su impresión gráfica o propagarla y distribuirla
por su cuenta y riesgo”. La prestación a cargo del editor es la remuneración
(estipendio o regalía) que le corresponde al autor o titular de la obra, y será la que
pacten las partes. A falta de estipulación, se presumirá que corresponde el 20% del
precio de venta al público de los ejemplares editados; estos honorarios o regalías
deben de pagarse según lo acordado en el contrato. Es el contrato que protege los
derechos de autor, pues el editor se encarga de publicar la obra y distribuirla para
la venta.
Bibliografía Unidad 1
López, Carlos (s. f.). Fuentes del derecho comercial. Disponible en:
http://www.derechocomercial.edu.uy/RespDerechoComercialFuentes01.htm
Pinilla, Reynaldo (1998, febrero). Función social de la empresa privada. Revista 21.
Universidad de los Andes. Disponible en:
http://derechoprivado.uniandes.edu.co/index.php?option=com_content&view=article&id
=281:funcion-social-de-la-empresa-privada&catid=29:21&Itemid=81&lang=es
Velásquez, Carlos Alberto (2012). Instituciones del derecho comercial. Fuentes del derecho
comercial. Documento PDF. Disponible en:
http://contratosmercantilesosmarose.files.wordpress.com/2012/01/fuentes-del-derecho-
comercial-carlos-alberto-velc3a1squez.pdf