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Pierre Pastré1
Traducido del francés por Elisabeth Muñoz de Corrales (UNIPE)
Resumen
Cuando hablamos de situación, es importante articular tres conceptos: situación, actividad y
aprendizaje. Por un lado, toda actividad humana se despliega en situación. Por otro lado,
aprendemos situaciones cuando estas comportan un problema que requiere del que aprende una
actividad de conceptualización. Este texto comporta dos partes: la primera es una reflexión
epistemológica, ella propone un debate entre quienes sostienen la teoría de la enacción y los que
sostienen la de la conceptualización en la acción, teoría a la cual adhiere el autor. La segunda
parte, empírica, muestra en dos ejemplos cómo los aprendizajes profesionales combinan
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conceptualización y recursos con la experiencia.
1
Profesor titular. Titular de la Cátedra de investigación del Canadá sobre la intervención educativa,
Universidad de Sherbrooke.
2
Este artículo está tomado de Recherches en Education, N°12 – « Revisiter la notion de situation :
approches plurielles » p. 12-25, Nov 2011, Coordonné par Yves LENOIR et Frédéric TUPIN.
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nosotros mismos transformando lo real. Dicho de otro modo, la situación (la parte de real
a la cual el sujeto es confrontado) supone una transformación del sujeto, lo que podemos
traducir como una “construcción”, un desarrollo de su experiencia y de su competencia.
Podemos pensar entonces que en la confrontación entre un actor y una situación se juega
un proceso didáctico en el sentido amplio: uno aprende situaciones. Pero se plantean dos
interrogantes: ¿Son todas las situaciones susceptibles de generar aprendizaje? Cuando
hay aprendizaje a través de las situaciones, ¿ese aprendizaje está en la base de
conceptualización? Mi punto de vista será el de la didáctica profesional, definida como el
análisis de la actividad en vistas del desarrollo de esta misma actividad3. En este artículo
no trataré acerca de la primera cuestión sino someramente para poder decir
especialmente que no hay verdadero aprendizaje a través de las situaciones sino cuando
estas comportan un problema a resolver, es decir, a construir. Yo remito sobre este punto
a un capítulo (“Actividad y aprendizaje”) de la obra que hemos co-dirigido Yves Lenoir y yo
(2008). Sin embargo, quisiera centrar esta contribución en la segunda cuestión: el
aprendizaje mediante las situaciones ¿está en la base de conceptualización?
Este artículo tendrá dos partes: una parte epistemológica y una parte empírica. La primera
parte pondrá momentáneamente entre paréntesis la cuestión del aprendizaje mediante las
situaciones para presentar el debate teórico que se ha desarrollado entre los partidarios
de “la acción situada”, más precisamente de “la enacción” y los que sostienen “la
conceptualización en la acción”, marcando al mismo tiempo las importantes cuestiones
que nos unen y los puntos sobre los cuales probablemente hay divergencias. En cuanto a
los puntos en común, lo esencial aportado por la noción de situación es hacernos salir de
una concepción exclusivamente cognitivista para comprender la actividad humana y el
aprendizaje, que es una dimensión esencial. En cuanto a los puntos de divergencia, creo
poder señalar el lugar acordado por unos y otros a la conceptualización. La segunda parte
volverá sobre la cuestión del aprendizaje mediante las situaciones a la luz del debate
desarrollado en la primera parte. La importancia que tienen las situaciones en el
aprendizaje profesional es un hecho masivo. Pero declina según formas que pueden ser
muy diferentes. Yo quisiera presentar dos tipos de situaciones que permiten esclarecer un
poco estas diferentes formas.
3
Para más precisiones, me permito remitir al lector a mi obra “La didáctica profesional. Aproximación
antropológica del desarrollo en los adultos” (2011).
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considera al ser humano como un sistema de tratamiento de la información, información
elaborada bajo la forma de “representaciones” a partir de datos determinados extraídos
del entorno. La metáfora de la computadora nunca está lejos del cognitivismo: base de
datos y motor de inferencia, memoria a largo y a corto plazo, conocimientos
procedimentales y conocimientos declarativos. La acción situada, Lave especialmente, me
parece, es una reacción salubre contra esos excesos del cognitivismo. Vayamos a la
distinción entre arena y setting, lo que es una manera de volver a la noción de situación:
en su relación con la actividad, la situación está presente de dos maneras. Por una parte,
la situación es presentada bajo la forma de arena, en el sentido de que ella existe
independientemente de toda acción. Por otra parte, bajo la forma de setting, la situación
es lo que es aprehendido y modificado por los actores. Hay un gran parentesco entre esta
distinción y la que encontramos en Ochanine (1981), entre imagen cognitiva e imagen
operativa: la imagen cognitiva representa un objeto independientemente de toda acción
efectuada sobre él; la imagen operativa representa ese mismo objeto en relación a la
acción ejercida sobre él por un actor, que no retiene del objeto más que una
representación lacónica y deformada, precisamente eficaz para guiar y orientar la acción.
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extremo anti-cognitivista. Pero el autor agrega dos cosas interesantes. Por un lado, la
construcción de una competencia es un proceso de tipicalización. Volveremos sobre esto
más adelante. Por otro lado, se menciona el concepto de esquema, lo que acerca el
pensamiento de Theureau al de Vergnaud cuando éste último caracteriza el esquema
como una “totalidad dinámica funcional” (1990), que integra una dimensión conativa, una
dimensión cognitiva, y una dimensión emocional. Podríamos decir que para Theureau
describir correctamente la actividad implica estar particularmente atento a su dinámica (de
allí el tema del acoplamiento y de la emergencia) y a su globalidad (percepción, acción,
relato, interpretación, y emoción forman una totalidad).
Marc Durand (2006) se inscribe en esta orientación de la acción situada. Sin retomar aquí
los temas que él desarrolla siguiendo a Theureau, insistiré sobre dos puntos teóricos, que
podrán nutrir la discusión. Primer punto: si la acción es siempre singular, hay en ella una
parte de generalización. Pero esta generalización no se hace mediante un movimiento de
abstracción sino mediante “tipicalización”. Durand utiliza el análisis de Rosch sobre los
tipos. Conocemos esta teoría de los tipos, que cuestionan fuertemente el marco teórico de
la lógica aristotélica. Siguiendo a Aristóteles se define una clase por dos propiedades, su
comprensión y su extensión, que varían de manera inversamente proporcional: cuanto
más aumenta la extensión de una clase (el número de individuos pertenecientes a esta
clase), más disminuye su comprensión (el número de propiedades que definen esta
clase); e inversamente. Es así que hay menos cocker Spaniel que perros, pero que la
sub-clase cocker Spaniel comporta menos propiedades que la de perros, puesto que ella
comporta todas las propiedades de la clase de los perros, más las específicas de la clase
de los Spaniels. La relación entre estas dos clases es una relación de inclusión. Lo que
subyace a este marco teórico que, es necesario recordarlo, ha fundado la lógica formal,
es la equivalencia entre una clase y un concepto. Un concepto se define por sus dos
propiedades de comprensión y de extensión. Consecuencia: todos los individuos
pertenecientes a una clase tienen rigurosamente las mismas propiedades. Así, una
golondrina y un avestruz tienen rigurosamente las mismas propiedades, en el sentido de
que ambas pertenecen a la clase de las aves. Es este punto el que Rosch (1976) pone en
cuestión: un avestruz y una golondrina no son equivalentemente pájaros. Hay una, la
golondrina (pero podríamos decir, el gorrión) que es mucho más ave que la otra (pues, al
menos ella vuela). En ese reagrupamiento de individuos que forman las aves, ella
representa un “tipo”. Así, un tipo representa el mejor representante de una clase o, habría
que decir, de una configuración, puesto que el concepto de clase está demasiado
marcado por su origen aristotélico.
En toda acción hay lo general y lo singular. La lógica clásica piensa que lo general es
extraído de lo singular por un proceso de abstracción. Durand, como consecuencia de los
planteos de Rosch y Theureau, piensa que la generalización emerge de las acciones
singulares por tipicalización, es decir que ella no requiere ni abstracción ni
descontextualización. Un tipo es una realidad concreta y no abstracta, una realidad
concreta que lleva consigo una cierta generalización.
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Volvamos ahora a la noción de situación. Durand estima que no hay clases de situaciones
-lo que vendría a suponer que lo real está estructurado y organizado por invariantes
conceptuales- sino configuraciones de situaciones, que emergen como el resultado
provisorio del acoplamiento entre uno o varios actores y su entorno. Postular clases de
situaciones es, para quienes sostienen la enacción, caer en el prejuicio cognitivista; es
considerar que la acción humana se reduce a una respuesta a las propiedades
determinadas del entorno, es creer que la actividad no es más que un pensamiento
aplicado. Durand da un ejemplo de estas configuraciones de situaciones en emergencia:
él observa la circulación de automóviles a la entrada de una gran ciudad. La situación
geográfica incluye una rotonda que da acceso a un gran número de caminos; y sobre uno
de los accesos principales, un poco antes de la rotonda, un camino adyacente señalado
mediante un stop. Cuando la circulación es poco abundante, la configuración corresponde
a las normas del código vial: los autos que vienen por el acceso principal tienen prioridad
y pasan antes que los otros; los autos que vienen por la vía adyacente se detienen en el
stop y esperan que no haya más circulación sobre el acceso principal para avanzar e ir
hasta la rotonda. Pero cuando la circulación se vuelve intensa se instala otra
configuración: los conductores que vienen por la vía adyacente no esperan más que no
haya más autos sobre el acceso principal. Se produce una suerte de equilibrio en el que
los dos flujos, muy lentos, tienden a volverse equivalentes (figura del cierre-iluminación)
cuando los conductores que “pasan” el stop hacen un pequeño signo de cortesía a la
persona que tienen enfrente para disculparse por su “transgresión”. Una configuración
puede establecerse de manera intencional o no intencional., como es el caso de este
ejemplo. Si queremos realmente ligarla a invariantes, sería necesario, como lo hace
Theureau, hablar de “invariantes relativos”.
La conceptualización en la acción
He aquí como Astolfi (1997) precisa lo que Piaget entiende por esquema: “El esquema no
es una virtualidad y no designa a la acción misma sino la estructura general común a un
conjunto de acciones. Los esquemas no son pues las acciones ni las operaciones en sí
mismas sino lo que hay de trasladable, de generalizable o de diferenciable de una
situación a la siguiente” (p. 45). Los invariantes operatorios son la parte propiamente
conceptual presente en todos los esquemas. Piaget da de ello un ejemplo remarcable
cuando muestra cómo se construye en todos los niños pequeños el “concepto de objeto
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permanente: en su nacimiento los bebés no tienen conciencia de la permanencia de los
objetos. La prueba: ellos no los buscan cuando no los ven más. Luego, poco a poco, va a
construirse la convicción de que los objetos (su biberón, sus osos de peluche…)
continúan existiendo cuando ellos ya no los ven: se ponen a buscarlos, incluso cuando
estos son escondidos detrás de una o varias pantallas. Piaget interpreta esta conquista en
términos de conceptualización: pues los niños vienen a hacer la diferencia entre la cosa
que ven y el objeto permanente que continúa estando incluso cuando no lo vemos más.
Es por eso que podemos hablar de conceptualización a propósito de la construcción del
objeto permanente: por primera vez hay una ruptura entre los datos de la percepción y la
concepción del objeto permanente. Ciertamente los niños pequeños continúan captando
al objeto en su globalidad, sin ser capaces de aprehender el objeto según sus
propiedades, lo que se logrará con las conservaciones piagetianas (cantidad de materia,
peso, volumen). Además, este primer esbozo de concepto se ubica antes que el lenguaje,
es decir, antes que un sistema de significantes-significados venga a estructurarlo. Pero a
pesar de esas reservas podemos pensar que con el objeto permanente se pone en
marcha un primer proceso de conceptualización. Eso quiere decir que la primera
propiedad de un conocimiento es ser operatorio: esta representa la principal manera en
que los humanos llegan a adaptarse a su entorno. La primera función del conocimiento es
la adaptación a lo real. Articulando de manera muy estrecha los conceptos de esquema y
de invariante operatorio, la conceptualización en la acción presenta una teoría de la
actividad humana que permite comprender cómo ella es organizada, y entonces, a la vez,
eficaz, reproducible y analizable.
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es insignificante. Estamos allí en una perspectiva de conceptualización para y en la
acción.
Pero en ese caso, para convertirse en herramientas que guíen la acción, esos conceptos
científicos y técnicos exigen ser pragmatizados: entre todas las relaciones existentes
entre las variables que caracterizan el sistema, los profesionales seleccionan aquellas, en
pequeño número, que van a serles útiles para hacer un diagnóstico de la situación y
guiara su acción. Ellos hacen exactamente lo mismo que hacen los médicos especialistas
de Ochanine.
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estructura conceptual de la situación, es necesario establecer familias empíricas de
situaciones para que la acción siga siendo eficaz porque está adaptada. Así, la estructura
conceptual de una situación no está constituida por el conjunto de conocimientos que
poseemos sobre un dominio. Ella es el producto de un acoplamiento entre la acción y su
fin y la situación misma: ella pertenece a la vez a la acción de los actores y a la situación.
Por esto, es el acoplamiento lo que permite seleccionar los conceptos que, en la
representación de los profesionales, van a servir para guiar la acción.
¿Tipicalización o conceptualización?
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La novedad de este texto es que define el concepto no a partir de un proceso que pasa de
lo singular a lo general, sino a partir de un proceso que opone y distingue seres como
“totalidades individuales singulares” y ciertas propiedades de esos seres que son el
resultado de una actividad de abstracción, en el sentido de que hablamos de “hacer
abstracción” de algo (aquí los seres como totalidades individuales singulares). Dicho de
otro modo, para definir un concepto no partimos de la generalización sino de la
abstracción. Se me replicará que si admitimos el teorema que funda la lógica formal,
generalización y abstracción evolucionan en sentido inverso una de otra. Ese teorema es
sin duda indispensable para la constitución de la lógica, pero se vuelve un obstáculo
cuando buscamos comprender la actividad de conceptualización. Pues, inevitablemente,
confundimos conceptos y clases, y definimos los conceptos como el resultado de una
generalización. Es lo que encontramos en Aristóteles, pero también en Rosch: un tipo es
una suerte de singular generalizable; no permite extraer (abstraer) de una totalidad
individual una o varias propiedades, lo que, subraya Ladrière, es una propiedad notable
de la actividad humana. Sin embargo, cuando partimos del proceso de abstracción para
comprender cómo llegamos a separar, a considerar aparte una propiedad perteneciente a
una totalidad individual singular, vemos cómo los conceptos no tienen el mismo estatus
ontológico que los seres percibidos como totalidades individuales y singulares. Esto tiene
como consecuencia desatar la articulación entre abstracción y generalización. Podemos
muy bien imaginar que una propiedad (conceptual) sea separada a partir de un solo
individuo, o de algunos, sin perder su pertinencia. Por supuesto habrá casos en que la
extensión de la clase va a evolucionar en razón inversa a la comprensión del concepto. Es
lo que ocurre especialmente en lo que Cassier llama los “conceptos-sustancias” (1910,
1969). Pero ese teorema pierde su significado cuando tiene que vérselas con los
“conceptos-funciones”: la validez de la ley de Ohm no depende del número de casos que
permite generalizarla.
¿Esto quiere decir que la tipicalización de Rosch pierde todo interés? No, pues si ella no
permite fundar el proceso de abstracción, permite comprender cómo nosotros operamos
conceptualizaciones psicológicamente. Yo parto de la hipótesis de que existe una
estructura conceptual para una situación. Pero la situación en su globalidad no se reduce
a esta estructura conceptual. Entre el nivel del concepto y el nivel empírico de la situación,
el juego es generalmente complejo y dialéctico. Es así como yo comprendo la manera en
que un campo profesional puede volverse, más o menos, un “campo conceptual”
(Vergnaud, 1990). Llamamos campo profesional al conjunto de las situaciones empíricas
de un dominio profesional evaluadas por los expertos del dominio en términos de
dificultades de prácticas, luego, de nivel de competencias a movilizar. Llamamos campo
conceptual, en el sentido que le da Vergnaud, al conjunto de las situaciones
correspondientes a problemas cuya resolución requiere operaciones que implican un
conjunto de conceptos. Dicho de otro modo, un campo conceptual está compuesto por
cuatro elementos: conceptos, problemas, operaciones y situaciones. Es posible que un
campo profesional pueda ser transformado en campo conceptual. En ese caso, la
variedad de las situaciones es transformada en una variación ordenada. Pero en la
mayoría de los casos la transformación de un campo profesional en campo conceptual no
es sino parcial. Cuando hay recuperación entre campos profesionales y campos
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conceptuales no podemos hablar de clases de situaciones: no se puede analizar la
distribución de estas clases refiriéndolas al valor de las variables, de los conceptos que
definen la estructura conceptual de las mismas. Pero cuando no hay recuperación entre
campos profesionales y campos conceptuales, no podemos hablar sino de
configuraciones de situaciones, en el sentido de que una configuración de situación puede
ser analizada como el resultado de un proceso de conceptualización que no llega a
establecer una relación estable entre el dominio empírico de las situaciones y el nivel de
abstracción alcanzado por los conceptos.
Como conclusión de esta parte, volvamos sobre dos nociones avanzadas por Durand:
tipicalización y configuraciones de situaciones. La tipicalización permite economizar la
conceptualización, pero al precio de un desconocimiento de ésta, si se la considera como
el resultado de un proceso de abstracción y no de generalización. En cambio, la noción de
configuración de las situaciones me parece conservar todo su interés. Podemos incluso
decir que una clase de situaciones representa un caso particular de un conjunto más
general, el de las configuraciones de situaciones.
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Utilizando el término de pedagogía de las situaciones yo no tengo en absoluto la intención de inmiscuirme
en el debate entre pedagogía y didáctica(s). La expresión no tiene otro objetivo más que designar la
utilización de situaciones para el aprendizaje.
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situación y su presentación (la puesta en escena), pero también asegurar una mediación
en relación con en aprendiente para que el aprendizaje se logre.
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Para decirlo en el lenguaje teórico de la didáctica profesional, es necesario que la
estructura conceptual de la situación sea la misma en una y otra parte. Son esas dos
propiedades, capacidad para aprender y fidelidad, las que presiden la elección y la puesta
en escena de las situaciones para aprender.
¿Qué podemos decir del aprendizaje que opera un actor cuando él es confrontado a una
situación? Podemos indicar un proceso general que permite describir ese momento del
aprendizaje. Podemos darlo a conocer en cinco etapas que son: 1/ la espera del actor, 2/
la “respuesta” de la situación, 3/ la reacción del actor: contradicción o convergencia, 4/ la
génesis conceptual que él opera, 5/ el intento de generalización. Retomaré esas
diferentes etapas explicitándolas.
1/ La espera del actor es un punto que descuidamos muy a menudo. Ningún actor se
confronta a una situación sin que haya por lo menos algunas ideas preconcebidas, incluso
cuando la situación es nueva y desconocida para él. Frente a una situación todo el mundo
toma de su experiencia y moviliza un modelo operativo provisorio: uno espera tal o cual
reacción y uno es capaz de hacer inferencias, verdaderas o falsas, para precisar esas
expectativas y emprender una o varias acciones sobre la situación.
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la clase. Él será llevado a proceder a un “equilibración mejorante” (Piaget), que yo he
calificado de “génesis conceptual” (Pastré, 2004).
Vemos que este esquema de aprendizaje pone en evidencia dos fuentes que interactúan
en el curso del proceso. La primera fuente es empírica: ella está constituida por todas las
respuestas de la situación. Como mucho, podemos imaginar un aprendizaje que no
funcionaría sino sobre esa base: se parecería a una tarea de seguimiento para alcanzar
un objetivo. El fin de la acción constituye el objetivo (por ejemplo restaurar un sistema
técnico para su equilibrio, o corregir los defectos de un producto fabricado) y cada
respuesta de la situación permite al sujeto evaluar si se acerca o se aleja del objetivo. La
segunda fuente del aprendizaje es el modelo operativo que un sujeto puede movilizar para
tratar una situación crítica. Ese modelo operativo depende de las competencias y la
experiencia de los actores. Como mucho, podemos imaginar un tipo de aprendizaje que
sería puramente “conceptual”, en el sentido de puramente a priori: uno hace inferencias
desde su modelo operativo y resuelve el problema a partir de allí. Pero en la gran
mayoría de los casos, incluso cuando los actores se apoyan sobre un modelo operativo,
ellos controlan la progresión del proceso teniendo en cuenta la “respuesta” de la situación.
Y cuando hay contradicción, ellos pueden ya sea volver a una estrategia empírica, o
proceder a una génesis conceptual. Vemos entonces que la articulación entre experiencia
y conceptualización es una buena entrada para analizar los aprendizajes profesionales.
Hay varios puntos en común en ambas situaciones. En primer lugar los operadores tienen
que administrar un sistema técnico complejo y dinámico, lo que quiere decir que las
conclusiones que podremos extraer de este análisis no son necesariamente
generalizables al análisis de actividades que no conllevan la gestión de un sistema
técnico.
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escape radiactivo en el manejo de centrales nucleares; en el otro una tormenta del tipo de
la de 1999 con ruptura de la red de la corriente eléctrica.
Podríamos decir que esta primera etapa consiste en aprender la “gramática” del dominio.
La segunda etapa de la construcción de la competencia profesional es muy diferente: ella
se dirige a profesionales confirmados y los confronta a situaciones atípicas, es decir
extremas, para las cuales se estima que estos profesionales deben poseer un nivel de
experticia suficiente. Esto quiere decir que no es requisito para todos los dominios y todos
los oficios. Pero en los oficios de riesgo, se estima indispensable este nivel de experticia.
Es a propósito de estos aprendizajes que podemos preguntarnos cómo se articulan
conceptualización y recurso a la experiencia: ¿en qué la experiencia acumulada es un
recurso o por el contrario un obstáculo para la conceptualización de esas situaciones
atípicas? Sin embargo, constatamos una gran diferencia entre los dos ejemplos
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mencionados. En la industria nuclear, lo esencial de la competencia consiste en
establecer un diagnóstico sobre la causa del disfuncionamiento (incidental o accidental) y
en concebir una estrategia de intervención adaptada en función de los instrumentos de
los cuales se dispone. Si retomamos la terminología de Hatchuel y Weill (1992) sobre los
tres niveles de competencia, saber-hacer, saber-analizar, saber-combinar, estamos en un
saber analizar5, donde el fin de la acción está determinado (restablecer la instalación en
su equilibrio de funcionamiento identificando la causa del disfuncionamiento actual), pero
donde la investigación de la causa del disfuncionamiento puede ser muy abierta. Desde
ese punto de vista, hay continuidad entre las situaciones aprehendidas en formación
profesional inicial y las encontradas en las formaciones de perfeccionamiento.
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Recordemos en algunas palabras el análisis de Hatchuel y Weill: en una competencia de tipo saber-hacer,
el fin de la acción es definido tanto como el modo operatorio permita alcanzarlo. En una competencia de
tipo saber-analizar, el fin de la acción es definido (restablecer el sistema en su equilibrio de funcionamiento),
pero el modo operatorio no está enteramente definido: no podemos hacer la lista exhaustiva de todas las
causas posibles de una falla. En una competencia de tipo saber-combinar, ni el fin ni el modo operatorio son
definidos: hay entonces teóricamente una infinidad de soluciones posibles al problema, soluciones a evaluar
en función de su mayor o menor pertinencia.
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instalación en equilibrio6. Al no poder apoyarse en los instrumentos habituales, el
responsable se apoya entonces sobre la sensación de un operador para evaluar la
importancia y la evolución de la fuga. Sin embargo, ocurre que esta conducta en el
esquema resulta bastante justa: ella no podía tener la precisión de una conducta en los
instrumentos, pero era pragmáticamente pertinente en relación con la situación7. Tenemos
aquí un buen ejemplo de articulación entre recurso a la experiencia y conceptualización: la
“conducta en el esquema” reposa sobre la sensación de algunos actores; sólo su
experiencia permite este tipo de conducta. Pero esa sensación no tendría ningún
significado si no se apoyara sobre un modelo operativo sólidamente construido: el jefe del
equipo es capaz de interpretar la sensación de su operador para evaluar de manera
creíble la evolución del nivel de agua en el circuito primario del sistema. Es porque hay
una sólida articulación entre experiencia y conceptualización que, en una situación
degradada que podemos considerar como extrema, la “conducta en el esquema” resulta
pragmáticamente pertinente.
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El operador primario tiene a su disposición dos medios: calentadores o duchas, para aumentar o bajar la
temperatura del sistema que debe pilotear (el presurizador). Él puede ya sea calentar el agua del
presurizador (en el cual se encuentra la fuga) o enfriarla. El escape lo obliga a accionar los calentadores.
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Aunque considerada como no aceptable por los formadores, en razón de su imprecisión. Yo presenté la
continuación del incidente en (Pastré, 2004). El lector podrá remitirse allí.
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materia no son ni “conceptos-clase”, ni “conceptos-función” en el sentido en que yo lo
retomé de Cassier (Pastré, 2008), sino lo que podríamos llamar siguiendo a Paul Veyne
(1978), “conceptos sublunares”: ellos permiten una abstracción suficiente para guiar y
orientar la acción, pero siguen en contacto con la experiencia de terreno. Segunda
característica de la competencia: se trata de un “saber combinar” (Hatchuel & Weill,
1992). Tiene que ver con una red con mallas más o menos ajustadas. Cuando se produce
una ruptura en el seno de la red, hay un gran número de soluciones posibles para
restablecer la corriente, al menos en parte (el caso de constitución de redes separadas).
Es necesario entonces prever por anticipado “contrapartidas”8 (es el término de los
profesionales) que permitan reconfigurar la red en caso de crisis.
8
N T: Traduje “parades” (desfile, cabalgata, parada) como contrapartida puesto que aparece utilizada en la
frase “trouver la parade”: hallar la contrapartida.
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Conclusión
Volvamos al texto de Ladrière sobre el concepto: “El concepto pone en evidencia un
aspecto de la realidad que es considerado aparte, como si constituyera un objeto de
conocimiento por su propia cuenta, mientras que no se da en estado aislado en la
experiencia perceptiva”. Cuando un jefe de red presenta su red según las tres
configuraciones geográficas específicas que yo he mencionado, opera una
conceptualización que le servirá para orientar su estrategia. El concepto que él moviliza
permite describir la red en términos de figura y de densidad de mallas. Ese concepto
permite identificar configuraciones de situaciones en el sentido dado por Durand a ese
término, pues en ese caso no se trata de clases de situaciones. Y, sin embargo, las clases
podrían ser deducidas formalmente de los valores tomados por el concepto. La parte
empírica en el concepto mismo sigue siendo muy importante. Los conceptos así
construidos en relación con la experiencia son igualmente diferentes de lo que yo he
llamado la estructura conceptual de la situación. Esta existe: se trata de respetar un valor
de frecuencia de corriente eléctrica. Pero esta estructura conceptual no permite orientar
totalmente la acción en su dimensión concreta: ella describe obligaciones a respetar; deja
mucho espacio al interior de la envoltura así definida (Valot, 2006). Es aquí donde vemos
la diferencia que hay que hacer entre concepto y conceptualización. Si seguimos a
Ladrière, cuando un actor ha logrado aislar un aspecto de la realidad considerada aparte,
él ha constituido un concepto, que puede volverse un concepto-objeto. Pero existen
numerosos casos en la actividad humana donde esta actividad de abstracción no llega a
una separación formal. La mayoría de nuestros conceptos siguen enganchados a la
experiencia que permitió constituirlos; conservan en ellos lo que podríamos llamar una
cola de lo sensible. Y así formados de manera un poco híbrida, ellos son muy eficaces
para orientar la acción. Podemos incluso ir más lejos reflexionando sobre la situación de
transporte eléctrico. Todo ocurre como si el proceso de conceptualización se hiciera en
dos tiempos.
En el caso de las redes eléctricas, la figura geométrica dibujada por la red, la densidad del
mallado (no siendo estas dos variables independientes una de la otra) aparecerán como
variables pertinentes, que permiten comprender las semejanzas y diferencias entre una
red de media montaña y una red de alta montaña. Constatamos entonces que la
conceptualización es seguida por un momento de abstracción, en el sentido que Ladrière
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da a ese término: se aíslan, de totalidades concretas, una o varias propiedades que van a
ser tratadas como variables. Podríamos decir que se construyen “conceptos pragmáticos”
(Pastré, 2004).
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