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EL ENTE POR ACCIDENTE (APÉNDICE)

Comentario a los libros metafísicos, lib. 6 l. 3 n. 1-32


1. Ente por accidente, destino y providencia
“Después de que el Filósofo ha caracterizado al ente por accidente, aquí excluye cierta
opinión, por la cual se elimina todo ente por accidente. En efecto, algunos supusieron que todo lo
que sucede en el mundo tiene alguna causa por sí; y, a su vez, que una vez puesta cualquier causa,
es necesario que se siga su efecto. De esto se seguía que, en virtud de cierta conexión de las
causas, todas las cosas sucederían por necesidad, y nada sucedería por accidente en la realidad.
[…]
Hay que considerar que lo que el Filósofo expone aquí parece suprimir algunas cosas que
algunos sostienen según la filosofía, a saber, el destino [fatum] y la providencia. En efecto, aquí
el Filósofo pretende afirmar que no todas las cosas que suceden se reducen a alguna causa por sí,
a partir de la cual se sigan necesariamente: de otro modo se seguiría que todas las cosas suceden
por necesidad, y nada ocurriría por accidente en la realidad. Ahora bien, aquellos que sostienen el
destino dicen que las cosas contingentes que aquí suceden y que parecen accidentales, son
reductibles a alguna virtud de los cuerpos celestes, en virtud de cuya acción aquellas cosas que
parecen suceder por accidente, si las consideramos en sí mismas, se producen con cierto orden. Y,
del mismo modo, aquellos que sostienen la providencia dicen que las cosas que suceden aquí
están ordenadas según el orden de la providencia.
De ambas posiciones parece seguirse dos cosas que son contrarias a aquellas que el
Filósofo sostiene aquí. La primera de ellas es que en las cosas no sucede nada por accidente o por
fortuna o casualidad. En efecto, las cosas que proceden según un cierto orden, no suceden por
accidente, pues o suceden siempre o en la mayor parte de los casos. La segunda es que todas las
cosas suceden por necesidad. Pues si suceden por necesidad todas aquellas cosas cuya causa se
pone en el presente o ha sido puesta en el pasado –como razona al Filósofo–, y de aquellas cosas
que caen bajo la providencia o el destino se pone una causa en el presente o ya ha sido puesta en
el pasado –dado que la providencia es inmutable y eterna, y también el movimiento del cielo es
invariable–, parece seguirse que aquellas cosas que caen bajo la providencia o el destino
acontecen por necesidad. Y así, si todas las cosas que aquí suceden, caen bajo el destino y la
providencia, se sigue que todas las cosas provienen de la necesidad. Por consiguiente, parece que
no es intención del Filósofo proponer ni la providencia ni el destino”.
2. Grados de causas según su universalidad
“Para entender esto hay que considerar que cuanto más alta es una causa, a más cosas se
extiende su causalidad. […] Como en las cosas artificiales es evidente que el arte política, que es
superior al [arte] militar, se extiende a todo el estado de la comunidad. [El arte] militar, en
cambio, sólo [se extiende] a aquellos que están contenidos bajo el orden militar. Ahora bien, la
ordenación que hay en los efectos de una determinada causa se extiende tanto cuanto se extiende
la causalidad de dicha causa. Pues toda causa por sí tiene determinados efectos, que produce
según algún orden. Por consiguiente, es manifiesto que los efectos relativos a algunas causas
inferiores no parecen tener ningún orden, sino que coinciden entre sí por accidente; no obstante,
si son referidos a una causa superior común, se encuentran ordenados, y no unidos por accidente,
sino que son producidos simultáneamente por una causa por sí.

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Así como el florecer de esta hierba o de aquella, si se refiere a la virtud particular que está
en esta planta o en aquella, no parece haber ningún orden –por tanto, parece ser por accidente– en
que al florecer esta hierba florezca aquella. Y esto sucede porque la causalidad de la virtud de esta
planta se extiende al florecer de esta y no de aquella otra; por lo cual, ciertamente, es causa de
que florezca esta planta, pero no de que lo haga simultáneamente con aquella. Ahora bien, si se
relaciona con la virtud del cuerpo celeste, que es una causa común, se encuentra que no sucede
por accidente que al florecer esta hierba florezca aquella, sino que está ordenado por una causa
primera que ordena esto, y que mueve simultáneamente a ambas hierbas a florecer.
Ahora bien, en las cosas se encuentran tres grados de causas. En efecto, en primer lugar
está la causa incorruptible e inmutable, a saber, la divina; en segundo lugar, debajo de esta, está la
causa incorruptible, pero mudable, a saber, el cuerpo celeste; en tercer lugar, debajo de esta están
las causas corruptibles y mudables. Estas causas, pues, que existen en este tercer grado, son
particulares, y están determinadas a sus efectos propios según sus especies singulares: pues el
fuego genera el fuego, el hombre genera al hombre, y la planta a la planta.
Ahora bien, la causa del segundo grado es de algún modo universal y de algún modo
particular. Particular, en efecto, porque se extiende a algún género particular de entes, a saber,
aquellas cosas que se producen en el ser mediante el movimiento; pues es causa motora y
movida. Universal, en cambio, porque su causalidad no se extiende a una sola especie de cosas
móviles, sino a todas las que se alteran, se generan y se corrompen: pues aquello que es lo
primero movido conviene que sea causa de todas las cosas subsiguientes que se mueven.
Pero la causa del primer grado es absolutamente universal, pues su efecto propio es el ser;
por eso, todo lo que es, y del modo que sea, está contenido bajo la causalidad y la ordenación de
aquella causa”.
3. Ente por accidente, disposición de la materia y destino
“Por consiguiente, si aquellas cosas que aquí son contingentes las reducimos únicamente a
las causas próximas particulares, encontramos que muchas cosas suceden por accidente, ya sea en
virtud del concurso de dos causas, de las cuales una no está contenida bajo la otra, como cuando
fuera de mi intención me salen al encuentro unos ladrones (aquí, pues, el concurso es causado por
una doble virtud motora, a saber, la mía y la de los ladrones); ya sea también a causa del defecto
del agente, al cual le sobreviene la debilidad, de tal forma que no puede alcanzar el fin intentado,
como cuando alguno cae por el camino a causa del cansancio; ya sea también a causa de la
indisposición de la materia, que no recibe la forma intentada por el agente, sino de otro modo,
como sucede en los partos monstruosos de los animales.
Ahora bien, si reducimos estas cosas contingentes en las causas celestes, encontraremos
que muchas de ellas no suceden por accidente; pues aunque las causas particulares no estén
contenidas recíprocamente unas bajo otras, sin embargo están contenidas bajo una causa celeste
común; por lo cual su concurrencia puede tener alguna causa celeste determinada. Además, dado
que la virtud del cuerpo celeste e incorruptible es impasible, ningún efecto puede escapar al orden
de su causalidad por defecto o debilidad de su virtud. Ahora bien, dado que actúa moviendo, y
todo agente que es de tal naturaleza requiere una materia determinada y dispuesta, puede
acontecer que en las cosas naturales la virtud celeste no alcance su efecto a causa de la
indisposición de la materia; y esto sucede por accidente.

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Por consiguiente, aunque muchas cosas que, al reducirlas a sus causas particulares,
parecen suceder por accidente, encontramos que no son por accidente al reducirlas a una causa
común universal, como la virtud celeste, sin embargo, incluso hecha esta reducción, encontramos
que algunas cosas son por accidente, como ha mostrado el Filósofo más arriba. Pues cuando un
agente produce algún efecto en la mayoría de los casos, pero no siempre, se sigue que decae en
algunos pocos casos, y esto sucede por accidente”.
4. Ente por accidente, destino y libre arbitrio
“También por otra razón se encuentran algunas causas por accidente, una vez hecha la
reducción a los cuerpos celestes: a saber, porque entre las cosas inferiores encontramos algunas
causas agentes que pueden actuar por sí sin la impresión de los cuerpos celestes, a saber, las
almas racionales, a las cuales no se extiende la virtud de los cuerpos celestes (dado que son
formas no sujetas al cuerpo), a no ser por accidente, es decir, en cuanto la impresión del cuerpo
celeste produce alguna inmutación en el cuerpo, y, por accidente, en las potencias del alma que
son actos de algunas partes del cuerpo, a partir de lo cual el alma racional se ve inclinada a actuar,
aunque no [la] induzca [a obrar con] ninguna necesidad, pues tiene libre dominio de sus pasiones,
de modo que puede contradecirlas. Por lo tanto, aquellas cosas que encontramos que suceden por
accidente en estas cosas inferiores, deben ser reducidas a estas causas, a saber, las almas
racionales; pues, en cuanto no siguen las inclinaciones que provienen de la impresión [de los
cuerpos] celestes, no encontraremos que suceden por sí por medio de la reducción a la virtud de
los cuerpos celestes.
Así, es evidente que la suposición de que hay destino [fati], que es una cierta disposición
inherente a las cosas inferiores por acción de los cuerpos celestes, no suprime todas aquellas
cosas que suceden por accidente”.
5. Ente por accidente y providencia
“Pero si reducimos de otro modo todas estas cosas contingentes en la altísima causa
divina, no se puede encontrar nada que quede fuera de su orden, dado que su causalidad se
extiende a todas las cosas en cuanto son entes. Por consiguiente, su causalidad no puede ser
impedida por la indisposición de la materia; pues la materia misma y sus disposiciones no caen
fuera del orden de aquel agente, que es agente a modo de dador del ser, y no sólo a modo de
motor o alterador. No puede decirse, pues, que la materia esté presupuesta al ser, como está
presupuesta al mover, como su sujeto; de hecho, es parte de la esencia de la cosa. Por lo tanto, así
como la virtud del que altera o mueve no se ve impedida por la esencia del movimiento o por su
término, sino por su sujeto, que está presupuesto, del mismo modo, la virtud del que da el ser no
se ve impedida por la materia, o por cualquier cosa que advenga de cualquier modo al ser de la
cosa. Por esto es también evidente que no puede haber ninguna causa agente en las cosas
inferiores que no se someta al orden de aquella.
Sólo resta concluir, pues, que todas las cosas que suceden, en cuanto se relacionan a la
primera causa divina, se encuentran ordenadas, y no existen por accidente; aunque, por
comparación a otras causas, se encuentre que suceden por accidente. Y a causa de esto, según la
fe católica, se dice que no hay que temer que nada sea fortuito en el mundo, y que todas las cosas
están sometidas a la divina providencia. Ahora bien, Aristóteles habla aquí de las cosas
contingentes que suceden aquí, en orden a sus causas particulares, como se ve por sus ejemplos”.

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6. La providencia como causa de la necesidad y la contingencia
“Ahora sólo queda ver cómo el destino y la providencia no suprimen la contingencia de
las cosas, como si todas las cosas sucedieran por necesidad. Con respecto al destino, es evidente a
partir de lo dicho. Pues ya se ha mostrado que aunque los cuerpos celestes, su movimiento y sus
acciones, en cuanto están en ellos, tienen necesidad, sin embargo su efecto en las cosas inferiores
puede decaer, o bien en virtud de la indisposición de la materia, o bien en virtud del alma
racional, que tiene libre elección para seguir o no las inclinaciones que provienen de la impresión
celeste. Y así, se concluye que tales efectos no suceden por necesidad, sino contingentemente.
[…]
Pero con respecto a la providencia hay una dificultad. Pues la providencia divina no puede
fallar. Pues estas dos cosas son incomposibles, que algo sea provisto por Dios y que no suceda: y
así, parece que por el hecho de que se pone la providencia, es necesario que se siga su efecto.
Es conveniente saber, que de una misma causa dependen tanto el efecto como todas
aquellas cosas que son de suyo accidentes de aquel efecto. Pues así como el hombre llega a ser a
partir de la naturaleza, del mismo modo también todos los accidentes que tiene de suyo, como el
ser risible y susceptible de ser instruido. […]
Ahora bien, como ha sido dicho, el ente, en cuanto es ente, tiene por causa al mismo Dios:
por consiguiente, dado que el ente mismo está sometido a la divina providencia, del mismo modo
lo están también todos los accidentes del ente en cuanto es ente, entre los que se encuentran lo
necesario y lo contingente. Por consiguiente, pertenece a la divina providencia no sólo el que
produzca este ente, sino también el que le de contingencia o necesidad. Pues, según que ha
querido dar a cada uno contingencia o necesidad, les preparó causas intermedias, a partir de las
cuales se siguieran necesaria o contingentemente. Por consiguiente, encontramos que cada efecto,
según que se encuentra debajo del orden de la providencia divina, tiene necesidad. Por lo cual
sucede que esta condicional es verdadera: si algo es provisto por Dios, sucederá.
Ahora bien, según que algún efecto se considera bajo el orden de su causa próxima, así no
todo efecto es necesario; sino que algunos son necesarios y algunos contingentes, según la
analogía de su propia causa. Pues los efectos, considerados en sus propias naturalezas, se
asimilan a sus causas próximas, y no a las remotas, cuya condición no pueden alcanzar.
Así, pues, es evidente que, cuando hablamos de la providencia divina, no hay que decir
únicamente ‘esto ha sido provisto por Dios para que sea’, sino ‘esto ha sido provisto por Dios
para que sea contingentemente, o para que sea necesariamente’. Por lo cual no se sigue, según la
razón de Aristóteles aquí presentada, que del hecho de poner la providencia divina todos los
efectos son necesarios; sino que es necesario que el efecto se produzca contingentemente o con
necesidad. Lo cual, ciertamente, es algo peculiar de esta causa, a saber, la divina providencia. En
efecto, las demás causas no constituyen la ley de la necesidad y la contingencia, sino que gozan
de ellas, constituidas por una causa superior. Por eso la causalidad de cualquier otra causa se
extiende sólo a lo que el efecto es. Que sea necesario o contingente depende de una causa más
alta, que es la causa del ente en cuanto ente; de la cual proviene el orden de la necesidad y la
contingencia en las cosas”.

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