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REPENSANDO EL QUIJOTE: ROCINANTE Y EL ESLABÓN

DIALÉCTICO

Para mis toñitas y toñitos, para rocinantes y quijotes…

Se puede intentar la Santa Cruzada de ir a rescatar el


sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas,
barberos, duques…

En estos términos se expresaba, allá por 1905, otro Miguel más,


Don Miguel de Unamuno, en su ensayo Vida de Don Quijote y Sancho;
quizá sólo se eche en falta en la relación la presencia de mercaderes y
filósofos… ¿Por qué el egregio y agónico escritor-filósofo? ¿Por qué un
vasco-salmantino, ejemplo de mestizaje, se adentra en el devenir
aventurero del hidalgo manchego, hasta el punto de dedicarle uno de los
tres ensayos filosóficos puros que salieron de su pluma?

Responder a ello exige solventar, de modo previo, un imposible:


¿qué fue primero la clara del lenguaje o la yema del pensamiento? Adopte
cada quien la postura que le satisfaga en la disputa, pero indudable es
que el hablante obligado está a decir algo que piensa; y el pensador sin
un código poco puede pensar.

La historia de las relaciones pensamiento-lenguaje es, pues,


especialmente prolija: El lenguaje se hace arte, esencialmente quizá, al
ser plasmado en el lienzo impreso de la literatura, mercé a una pluma que
vierta belleza y pensamiento en dosis equivalentes. Por otra parte, la

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historia del pensamiento occidental escrito, no viene al mundo en forma
de sesudo tratado metafísico sin más, sino en 154 versos hexamétricos,
rimados y pensados en el siglo VI antes de nuestra era por un tal
Parménides.

Obligado parece pues el camino de la intersección, recorrido, entre


otros muchos ilustres profetas por Nietzsche, Sartre, Freud, Fukuyama,
Goethe, Dalí, Wagner y como no: Unamuno.

Muchos fueron los intentos por extrapolar las enseñanzas del


Quijote al ámbito de la praxis humana, especialmente a la ética y al arte
de la prudencia que Cervantes insiste en prescribir en cada aventura,
pero ¿quién es el prudente? ¿quién ve sosegados molinos o el que se
pone alerta, lanza en ristre, ante lo desconocido?... ¡Cervantes calla!

¿Acaso Don Miguel - el otro-, el más pensador del 98 literario,


podría dejar de re-crear el Quijote, pasar por alto la belleza de la obra
cumbre de la lengua castellana?

Sin extenderme en una erudición de la que carezco – solo la falsa


modestia me empuja a decirlo-, Unamuno intenta hacer suyo el Quijote
acristianándolo engalado con el traje existencialista regalado por
Kierkegaard. La primera perspectiva de su filosofía arranca con la
afirmación del ser-en-lucha: el mundo es conflicto, lucha, oposición
constante. De tal modo que el ser humano es definido por su situación de
angustia y agonía. Una angustia inferida por el más cruento de todos los
frentes, la lucha entre fe y razón que rasga trágicamente su alma: Su
razón lo condena a muerte –se sabe mortal, vivir es agonizar-; sin
embargo, el sentimiento, la facultad más propiamente humana para él -la
fe-, lo empuja al ansia de inmortalidad, al deseo de no morir jamás. Tal es
a mi juicio el clima del Quijote: una tragicomedia existencial unamuniana.

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No hallando satisfacción plena a este trauma griego, a su herida
biográfica, busca efímero consuelo en remedos de inmortalidad: Si el
hombre Unamuno no puede existir siempre, al menos perviva mi alma y
mis sentimientos en mis obras, cree Don Miguel. Cuando deje de ser, tan
sólo quedará un remedo de inmortalidad: ser también es ser-de-la-obra-
en-el-mundo. Así, cuando releemos sus escritos, revivimos al autor,
dialogamos con sus pensamientos y, sabido es que, los que están
totalmente muertos, malos contertulios son…

Entonces, lo que no muere nunca es la obra. La literatura, sobre


todo si es buena, como el Quijote, es, pues, lo único inmortal: revivamos
pues en estos días también a Cervantes.

Pero, ¿en qué coinciden las producciones de dos de los más


célebres migueles del arte escrito en castellano? Los personajes
cervantinos, pese a una imposibilidad cronológica evidente, parecen
diseñados para ejemplificar las tensiones existenciales de Unamuno.
Alonso Quijano y Sancho Panza son la manifestación estética más
adecuada del pensamiento unamuniano: El devenir de sus andanzas, su
camaradería pervertida por la relación de poder caballero-escudero, sus
eternas disputas y divergentes modos de interpretar la realidad y, sobre
todo, su amistad, constituyen un bello ejemplo de la tensión, de la agonía
que produce el conflicto razón y sin-razón o sentimiento. La apuesta de
Unamuno es clara, si alguien merece el calificativo de quijote es él, la
razón está de la mano de la sinrazón, de la locura, del sentimiento
irracional de quien se niega a aceptar una realidad que se autoimpone, ya
sea la caducidad de los tiempos de los caballeros andantes, para Don
Quijote o, para Unamuno, la pérdida de las colonias de ultramar y la
irremisibilidad de su muerte.

Por el contrario, Sancho es un pobre hombre, un mediocre: un ser


racionalmente pragmático que conforme con su suerte, reivindica y se

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regocija en su paupérrimo premio, una ínsula, en palabras de Cervantes,
Barataria… Es decir, asequible, como accesible es la muerte para los
vivos. Quizá Sancho tenga razón, quizá sean odres, labradores y molinos,
es lo que todo ser muriente ve… Pero Unamuno es Alonso Quijano es
loco, es iluso, pero eterno.

Escuchados ya dos migueles, es el turno del tercero.

Osado sería, por mi parte, intentar continuar la saga aventurera del


soñador de la Mancha, como algunos de cuyo nombre no me quiero
acordar… Osado sería también repensar a Unamuno, por ello me limitaré
a dar una interpretación nueva, puede que ingenua, de sanchos, y
quijotes.

El conflicto cervantino traducido en razón y sinrazón puede hacerse


extensivo más allá de la obra y de la agonía existencial de Unamuno. La
oposición es susceptible de una aplicación cosmológica absoluta. El
enfrentamiento entre dos modos de ver el mundo o cosmovisiones
diferentes se muestra como invariable para la historia del pensamiento
occidental y, de algún modo, todo parece indicar que está a punto de
resolverse, de desaparecer en nuestros días. Apenas cuatrocientos años
después, ¿estamos matando al Quijote?...

Sin grandes dificultades, podemos comparar las actitudes


quijotesca y sanchiana ante la vida, con las dos grandes líneas del
pensamiento filosófico occidental, a saber, aquella que arranca del
predominio de la Idea sobre el mundo empírico; y, aquella otra
contrapuesta, la que defiende a ultranza la dictadura de la experiencia
sensible, del mundo del estómago y la codicia, frente al espíritu.
Brevemente decir, que el quijotismo filosófico, lo constituyen los
representantes de la primera tendencia, quedando reservado el mundo
triunfal de Sancho para los segundos.

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Cerrando filas entre quijotes: Están, Platón y la dignidad extra-
mental de las ideas. San Agustín, el santo iluminado, quien con su
defensa de la supremacía del poder divino sobre el civil es probable
inspirador del célebre: Sancho: ¡con la Iglesia hemos topado! esencia del
agustinismo político. Descartes y Spinoza con su, a veces, delirante
racionalismo…, y, sobre todo Hegel; éste, Hegel confirma que son
gigantes…

Los sanchos proliferan: el Aristóteles que huye de Atenas por si


Sancho yerra. Tomás de Aquino, quien por poner pone hasta a Dios en el
mundo real con las pruebas de su existencia. Hume, apologista de la idea
ilegítima de gigante; y más que ningún otro: Locke. Locke el sabio teórico
del liberalismo, el que antes que nadie ha descubierto que el futuro es del
sanchismo: y es que, los gigantes solo atemorizan y duermen infantes;
por el contrario, los molinos, los molinos producen riqueza, los molinos
sirven al capital, existen. Ellos, propiamente, son los que son.

Navegando entre aguas, junto a estos, también marchan al trote de


la filosofía síntéticos rocinantes: Kant capaz de poner a priori barriga de
gigante en aspas de molino. Marx inventor de un imposible, de una
metafísica tan ideal que es materialista: capaz de intercambiar
creíblemente los papeles de la idea y la materia en la explicación
hegeliana del mundo… Pero dejémoslo, estos son protagonistas de otra
novela menos célebre, son cadáveres del todo, solo rezuman caducidad,
mortandad: filosofía…

Algún día, pasada ya la actual moda de las conmemoraciones,


saldrá a la luz la edición postrera del Quijote. En un día no muy lejano la
obra mudará su título, por este otro más adecuado, escueto y eficaz, un
simple: ¡Sancho tenía razón!, eso sí, con introducción, prólogo y
anotaciones de Rocinante.

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¿Por qué Rocinante? Sobre todo por respeto al tan denostado en
nuestros días arte ecuestre (¡Líbrete Dios Sancho de que te esculpan a
caballo! podría recomendar Don Quijote). ¿Por qué Sancho? Por ser el
triunfador. Sancho es básicamente orondo cuerpo, es realidad
indiscutible, eficacia pragmática, homo-mercancia, por excelencia. Sus
herederos son económicos en el sentido más laso del término: son
mercado y pensamiento único, son neoliberales lobos globalizadores…
Sancho es máscara, símbolo fálico de la nueva mitología, es profeta del
estado del bienestar, adalid del ande yo caliente multinacional, su
herencia material es muestro mundo: La Vuelta a la caverna de Gustavo
Bueno. El único defecto de Sancho es ser un hombre pobre, es decir, en
nuestra era, ¡más que nunca!: un pobre hombre.

La topicología, mejor toxicología, sobre el Quijote es más lírica y


romántica, por tanto nietzschenamente decadente. Alonso Quijano, opone
espíritu al cuerpo de su escudero, es alma, idea, fantasía que recrea y
construye lo que ve, es transubstanciación, arte de magia: birlibirloque. El
Hidalgo es mesíanico, es amor, su reino ya no es de este mundo; el
hidalgo busca alternativas, piensa, ¿y si la globalización no constituye la
única vía? ¿y si existe la utopía? Apaleado, descabalgado, quebradas
sus costillas, reprimido con violencia… ¡No cabe duda!, Don Quijote es la
ONG del malfario y la locura. Dulcinea su anhelo, su Atenea, su Locura
de amor en Portoalegre.

Si Sancho y su Hidalgo (ahora parece más correcto invertir el titular


de la propiedad), si las antagónicas cosmologías a ellos asociadas, están
prontas a superarse, entonces, si matamos de todo a los quijotes, tan sólo
queda reivindicar la figura de Rocinante: ¡Con Rocinante hemos topado!
Con el flaco rocín, Cervantes convierte la literatura en arte ecuestre, a la
vez que sin intención, aporta el papel futuro del pensamiento crítico en
nuestras sociedades de capitalismo avanzado. Rocinante es el medio
asimétrico entre quijotismo y sanchismo. Actúa regulando el flujo de la

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energía sanchista hacia el ilustre loco: Rocinante es lo más asimilable a
los pies de la Idea, es el lado pragmático del Hidalgo, lo único que
realmente lo vincula al suelo, es virginal síntesis kantiana. El suelo es
Sancho, él es principio de realidad, Cuerdo Panza. Rocinante es el
cuádruple pilar de la imaginación, acerca el loco de la Mancha a Sancho
pero, soporta material y físicamente su locura… Rocinante es, pues, sin
lugar a dudas, el eslabón dialéctico.

Rocinante es, también, palabra de resentido, último reducto


idealista, anticipación del fracaso del amor, obscena apertura al sexo
remunerado. Es, pues, Rocinante, sobre todo pezuña endeble de la idea,
raquítica osamenta atípica en un mundo preñado de escasas y
vigoréxicas almas… Muerta, pues, la ilusión queda la desoladora miseria
del reducionismo económico, gastronómico y panzudo: jubón nuevo de
viejas dominaciones…

La ensoñación manchega fue viva, dinámica, fue dialéctica. Hoy,


siglo XXI, pura simpleza, puro negocio: añoranza de aventuras
quijotescas…

Sabido es que, ahora, en nuestro mundo, sólo se protege


oficialmente del exterminio a alimañas y asnos, malos tiempos, pues, para
quijotes, rocines flacos y mucho peores para filósofos…

Estas y no otras son las razones que me llevaron a aceptar


desmerecidamente el ofrecimiento de dedicarles tan ingenuas palabras.
Al igual que Cervantes y Unamuno, soy Miguel; añado a mi currículo el
mérito de nacer en una zona de Mondoñedo (sí del Mondoñedo del
obispo aludido en el Prólogo del Quijote, amigo carnal de Lamia, Laida y
Flora) que se llama Os Muiños -Los Molinos-, y quizá, básicamente por
ello, tenga complejo de gigante.

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Discúlpenme si les he hecho perder demasiado su tiempo
pensando. Discúlpenme también ambos migueles. Y, sobre todo,
discúlpeme el Ingenioso y Cuadrúpedo Hidalgo Rocinante. GRACIAS

Cangas del Narcea, en la cuatrocientas primavera de la era quijotesca.

Miguel A. Freire Sánchez

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