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La música popular

sonorense y su
expresión en el género
musical norteño.
Por Juan Lucero Andrade

Como estudioso de la Música Popular Sonorense, me encuentro atrapado en la


aventura fascinante de conocer cómo el sonorense de ayer hizo la fiesta, cómo
expresó el dolor, el amor y el desamor, cómo conceptuó el heroísmo, la lealtad, el
honor, la sinceridad y sus antítesis.

Cómo describió y valoró a su patria y a tierra, el poder político y económico, la


lucha armada, la justicia, la religión, la muerte, el delito, el crimen, el homicidio y
el suicidio. También cómo habló de su entorno, al que enfrentó cotidianamente,
como el campo, el rancho, la casa, el caballo, la familia, la mujer, los hijos, la
madre, el padre, los hermanos, los amigos, la amante y tantos otros temas
humanos de ayer, hoy y siempre.

Don Néstor Fierro Moreno (q.e.p.d.) nos ilustra diciéndonos que la música nuestra
se formó a partir de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, de tal
manera que entre las décadas de 1920 a 1960 se consolida lo que será la música
popular sonorense.

La obra del maestro Rodolfo Rascón Valencia titulada Compositores sonorenses


1860-1940, editada por la Universidad de Sonora en 1992, da cuenta de
prodigiosos compositores que definieron nuestra personalidad musical colectiva a
través de las diversas especificaciones o géneros musicales como el vals, la
polka, las mazurcas o los corridos, entre otros géneros. Reconoce el maestro
Rascón Valencia que existen muchos compositores en el anonimato, pero que su
obra musical está ahí, gracias a la transmisión oral que ha convertido en
verdaderos iconos sonorenses a muchas de sus piezas musicales.

Sonora vivió un fenómeno interesantísimo en materia de cultura, pues llegó un


nuevo género que transmitió a la música popular sonorense que hoy disfrutamos
y gozamos. Al iniciarse la década de los cincuenta, la radio era el medio
electrónico por excelencia al cual muchas de las familias sonorenses tenían
acceso. Su objetivo, como lo es actualmente, era divertir, entretener, informar y
educar promoviendo la cultura (recordemos la leyenda que ordenaba la
Secretaría de Gobernación a cada disco: “el disco es cultura”).

Además de divertir, entretener y educar, la música jugó un papel preponderante.


La radio de la época promovió diferentes géneros musicales. Reafirmó a los
ídolos del pueblo que el cine había creado, intérpretes de música ranchera
acompañados por mariachi invadieron el mundo artístico; se difunde la música
romántica de tríos y solistas y se promueve la música de las grandes orquestas
que, con ritmos importados de Estados Unidos y de la región del Caribe,
responde a los jóvenes asiduos a los grandes salones de baile.

Justo en ese mismo tiempo, a través de la radio aparece la música del norte. Sus
iniciadores fueron Los Alegres de Terán, don Tomás Ortiz y don Eugenio Ábrego,
originarios de Nuevo León; poco después surgirían otros grandes duetos como
Los Donneños de Tamaulipas, Los Broncos de Reynosa de Durango y muchos
más que destacaron entre los años sesenta y principios de los setenta.

Los sonorenses nos identificamos con ellos porque los pioneros de la música
norteña incluían en sus primeras grabaciones música de compositores
sonorenses.

Así, Los Alegres de Terán convirtieron en clásico de la música norteña al chotis


Amor de Madre del compositor nativo de Villa de Seris, Jesús “El Chito” Peralta;
Cuatro Milpas, Mundo Engañoso, El Venadito, La Higuerita y El Tarachi del
sahuaripense Aristeo Silvas Antúnez, La Barca de Guaymas del Lic. José López
Portillo (no el expresidente de México). Los Broncos de Reynosa que hicieron
éxito Ausencia Eterna de don Ildefonso “El Kilo" Morales de Arizpe. De los
compositores anónimos sonorenses, estos duetos norteños grabaron El Novillo
Despuntado, El Pájaro Prieto, La Cárcel de Cananea, El Cuervo y el Escribano,
El Corrido de Joaquín Murrieta, y muchos más.

La música del acordeón con el bajo-sexto impactó a un gran sector de los jóvenes
de aquella época, especialmente de las clases sociales más humildes; aquellos
que trabajaban en los campos agrícolas de los grandes valles o en las ex-
haciendas post- revolucionarias de la parte baja del estado. Estos jóvenes
tuvieron su encuentro primario con la música a través de los conjuntos musicales
conformados por indios y mestizos que ambientaban las fiestas populares y
familiares. Dichos grupos estaban integrados por músicos inigualables que con
maestría tocaban un violín, una guitarra y un contrabajo utilizando la “vara”.

Al momento en que los jóvenes comienzan a interesarse por aprender y ejecutar


la música norteña, se inicia el movimiento supletorio instrumental para hacer una
nueva forma de música popular. Se cambió el violín por el acordeón, la guitarra
española por el bajo-sexto (guitarra de origen árabe) y deja de utilizarse la vara o
arco del contrabajo se le suspende.
En 1955, aparece en Hermosillo el primer grupo formal norteño: Los Cuatreros de
Sonora de los Hermanos Carvajal; a diferencia del norte de México, los
sonorenses hicimos tríos y no duetos. Posteriormente, estos tríos se convirtieron
en cuartetos y quintetos con la inclusión de la “redova” y el “saxofón”. La redova
dura poco en el conjunto norteño, se elimina a principios de los años setenta y se
remplaza por la “tarola”, instrumento de percusión que surge como producto del
avance modernizador de la electrónica.

Uno de los atractivos para propios y extraños es nuestra música regional con la
que el pueblo canta y baila y que con la que festeja y adereza los momentos
importantes de la vida cotidiana. Es en las fiestas patronales de los pueblos y
ciudades donde los conjuntos norteños tienen participación importante; sin ellos,
la fiesta no se daría ni se haría. En estas ferias, es común que los amantes de la
música y curiosos se arremolinen junto al grupo que toca para disfrutar, gozar y
bailar al escuchar las notas bien conjugadas de un acordeón, con la armonía de
un bajo-sexto, los bajos “chicoteados” del “tololoche”, las percusiones de la tarola
y la melodía graciosa de un saxofón en el ritmo de una polka como La Pilareña,
un son o zapateado como La Vaquilla Colorada o La Loba Catrina, un corrido
como El Novillo Despuntado, Pancho Guzmán o Manuel de la Vara, o bien las
nostálgicas canciones de Las Cuatro Milpas, El Cuervo y El Escribano, La
Pajarera o Dos Seres que se aman.

Sin duda, estamos ante un hermoso género musical que los sonorenses
adoptamos hace 50 años y que sostienen vivo, humildes, pero magníficos
músicos empíricos que no estudiaron la metodología académica de las reglas de
la métrica y de la interpretación musical. Estos músicos reúnen en su innata
inspiración la maestría musical que llevan en su ser por naturaleza. Sin
instrucción musical alguna, marcan sobriamente su melodía, su armonía o sus
bajos, precisando con su musical lenguaje la belleza embriagadora de nuestra
canción popular sonorense. Con todo y lo que hemos descrito, hasta hace pocos
años, la música norteña era poco aceptada. Para las clases media y alta, era
signo de subdesarrollo y de niveles socioeconómicos y socioculturales ínfimos.
Esta actitud tenía un fundamento real. Recordemos que esta música había sido
asumida por los pobres y para los pobres. Lo mismo había sucedido con el
mariachi en Jalisco.

Hoy, el conjunto norteño se ha convertido en el grupo musical típico preferido en


una vasta región del estado; su fisonomía y gracia es conocida en muchos
ámbitos y ha roto con el clasismo y elitismo social del ayer. Actualmente, los
“taca-tacas”, como hoy se les conoce, alegran los festejos familiares de la clase
humilde como los de la clase media y alta. Están en los festejos de jóvenes y
viejos, de hombres y mujeres del campo y de la ciudad; niños y ancianos cantan y
bailan al compás de sus notas; están presentes en eventos académicos como
seminarios, simposios y congresos, ilustrando o reafirmando, con documentos
musicales, algunas de las tesis que proponen los estudiosos y especialistas de
las ciencias sociales. Evidentemente, estamos ante un promisorio panorama de
aceptación de esta expresión musical popular, pero corre peligro su originalidad
ante la aparición de la alta tecnología y la digitalización en esta civilización
cibernética.

Ante este peligroso fenómeno, es urgente impulsar la creación de un Centro de


Enseñanza e Investigación que privilegie: promover el conocimiento y el amor al
género musical norteño

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