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PRECIO PRIVADO Y ESTADO

Matías Calero Pérez1

RESÚMEN

Los precios están constantemente presentes en nuestra vida puesto que, en una economía de
mercado como la nuestra, nuestras necesidades son satisfechas sólo (y sólo si)
desembolsamos cierta cantidad de dinero previamente.

Mientras que el pensamiento económico ha dedicado extensa bibliografía al estudio de los


mecanismos de formación de precios en el mercado (interno e internacional), la ciencia
jurídica ha entendido al precio simplemente como un criterio normativo del contrato de
compra-venta, no atendiendo a la relación del precio privado con el aparato coactivo del
Estado.

¿Por qué el Estado debe respetar los precios que fijan los particulares? Aún más, ¿por qué
el Estado debe “defender” esos precios mediante la aplicación de su aparato coactivo? Las
respuestas a estas preguntas serán el objeto del presente trabajo.

Palabras claves: precio, Estado, equivalencia subjetiva, mercado, cambio

I. El sistema de precio privado

Normativamente, el precio, dice GAMARRA, “es la contraprestación que asume el


comprador como contrapartida de la transferencia del derecho que realiza el vendedor”2.
La sustancialidad económica de dicha prestación el en número de unidades monetarias fijado
para cada unidad de un bien o servicio3.

Llamaré “previo privado” a la cantidad de unidades monetarias que una persona jurídica paga
para adquirir una mercancía determinada a través de un contrato de compra-venta. Llamaré
“precio efectivo” a la cantidad de unidades monetarias que deben ser pagadas por una

1
Estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República.
2
GAMARRA, Jorge, Tratado de Derecho Civil Uruguayo. T.III, v.2, Fundación de Cultura Económica,
Montevideo, 2012, p.19.
3
HAVEMAN, Robert y KNOPF, Kenyon, El sistema de precios, Amorrortu, Buenos Aires, 1970, p. 57.
mercancía para evitar una posible intervención coactiva en la trasferencia. Es “efectivo”
desde un punto de vista jurídico porque permite una circulación estable de mercancías, y por
ende ajena de cualquier control institucional sobre ésta. Este precio será el defendido por las
autoridades públicas mediante la aplicación del aparato coactivo. Por último, llamaré
“sistema de precios privados” al conjunto de relaciones entre el “precio privado” y el “precio
efectivo”, recogidas en una serie de normas jurídicas.

El “precio efectivo” puede estar determinado directamente por alguna autoridad, o bien ser
consecuencia (directa o indirecta) del “precio privado” determinado por las partes del
contrato de compra-venta. Pero no toda determinación del “precio efectivo” crea un “sistema
de precios privados”. Este solo surge cuando el Estado reconoce en el precio fijado por los
particulares algún tipo de fuerza vinculante para su actuar coactivo. Por esta razón no trataré
la situación de fijación estatal del “precio efectivo” o sistema de precio tasado, ya que en
este los precios de los particulares no tienen ninguna fuerza vinculante para el aparato
coactivo socialmente organizado.

Podemos encontrar tres tipos de sistemas de precio privado. Cuando el “precio privado” para
ser “efectivo” debe ajustarse a una regulación material determinada por las autoridades
públicas, estaremos ante un sistema de precio privado provisoriamente definitivo. En cambio,
cuando deba ajustarse a una regulación de tipo formal, estaremos ante un sistema de precio
privado relativamente definitivo. Por último, cuando no deba ajustar a ninguna regulación,
estaremos ante un sistema de precio privado absolutamente definitivo.

El precio privado es provisorio cuando vincula al aparato coactivo de una comunidad política
sólo, y sólo si, el mismo respeta ciertos criterios relacionales y objetivos entre los términos
del intercambio. Históricamente ese criterio ha sido el principio de equivalencia entre el valor
de la mercancía transferida y la cantidad de unidades monetarias pagada por ella; principio
que encuentra su estudio más profundo en la teoría del “justo precio”.

El precio privado es definitivo cuando las autoridades públicas no realizan ningún análisis
sobre la relación entre la cantidad de unidades monetarias pagadas por la mercancía y el valor
de ésta. No obstante, ello no quiere decir que estas autoridades no puedan emitir enunciados
prescriptivos sobre otros aspectos del precio como fenómeno jurídico. Será relativamente
definitivo cuando la autoridad pública condiciona la recepción del precio privado como
efectivo al respeto de ciertas reglas formales y generales sobre la formación del precio. En
cambio, será absolutamente definitivo cuando estas autoridades lo reciben como efectivo sin
ningún tipo de análisis normativo, debido a que no existe ninguna regulación sobre el precio
(ni formal ni material).

II. ¿Cuál es el sistema de precios privados que rige en nuestro ordenamiento?

El juego de los artículos 1277 y 1250 de nuestro Código Civil imposibilita el funcionamiento
de un sistema de precio privado provisoriamente efectivo. Esto es así porque la desproporción
que puede llegar a existir entre las prestaciones de un contrato de compra-venta (a saber, la
obligación de entregar la cosa y la obligación de pagar el precio) es jurídicamente irrelevante
ya que la misma no incide en manera alguna sobre la suerte del contrato, porque la lesión no
vicia el consentimiento de las partes (art. 1277)4.

La expresión “se miran como equivalentes” contenida en el artículo 1250 de nuestro Código
Civil es otro argumento a favor de la imposibilidad de un sistema de precio privado
provisoriamente efectivo en nuestro ordenamiento. Si la equivalencia está determinada por
la percepción que las partes tienen del valor de lo intercambiado, cualquier vara o criterio
objetivo de medición de utilidades queda automáticamente desterrado; elemento que cumple
la función de limite sustancial en un sistema de precio privado provisorio. La equivalencia
de las prestaciones es, entonces, un juicio subjetivo de las partes librado a su criterio
personal5.

La relación de proporcionalidad entre los valores intercambiados (la equivalencia objetiva)


se reduce a un aspecto de la actitud moral de los partícipes del negocio de compra-venta.
Pero tal relación tendrá nulos efectos jurídicos. En este sentido, POTHIER es claro al decir:

“No es sin embargo necesario que la cantidad convenida sea exactamente igual al justo
valor de la cosa6; porque en los contratos de compra y venta el precio no representa

4
GAMARRA, Jorge, Tratado de Derecho Civil Uruguayo. T.III, v.2, Fundación de Cultura Económica,
Montevideo, 2012, p.29.
5
GAMARRA, Jorge, op.cit., p. 30.
6
En el pensamiento de POTHIER, justo precio equivale a precio de mercado puesto que es “aquel á que las de
igual naturaleza y bondad se acostumbran vender en los lugares en que se hallan situadas, si son heredades, ó
en el lugar en que son puestas en venta, si son cosas muebles (POTHIER, Robert, Del Contrato de Compra y
Venta, Imprenta y Litográfica de J. Roger, Barcelona, 1844, p. 128).
precisamente el verdadero valor de la cosa, sino la cantidad en que la estiman los
contraentes, y puede muy bien suceder que hagan una estimación muy baja. Así es que
mientras la cantidad convenida no sea despreciable, de manera que no guarde la menor
proporción con el valor de la cosa; por pequeña que ella sea, no dejará de ser un precio,
habrá una verdadera venta”7. La obligación de vender una cosa a su justo precio aplica solo
en el fuero interno, reportándose como jurídicamente irrelevante8.

Lo dicho no quiere decir que en nuestro ordenamiento rija un sistema de precios privados
absolutamente definitivo. Existe un conjunto de regulaciones formales sobre el precio, tanto
en la legislación civil como mercantil, cuyo objeto no es la cantidad de unidades monetarias
pactadas por las partes (puesto que, como ya vimos, ello no es posible debido a la regla de la
equivalencia subjetiva contenida en el artículo 1250 de nuestro Código Civil), sino las
condiciones de formación del precio. De aquí se derivan los requisitos normativos del precio,
siendo estos el carácter mayoritariamente dinerario (arts. 1661 y 1662), la certeza (inc 2º del
art. 1666), y obviamente la ausencia de cualquier vicio en el consentimiento del precio.

De los requisitos enumerados, solamente la falta de certeza y la presencia de vicios en el


consentimiento del precio evitan que el precio privado se transforme en efectivo, debido a
que la compra-venta que contiene ese precio privado no regular es pasible de ser anulada, y
por ende, el aparato coactivo no la respaldará. En cambio, el carácter no dinerario (o
minoritariamente dinerario) de la contraprestación pagada por la cosa, no anula la compra-
venta, sino que transforma el contrato en una permuta.

Si quedaba alguna duda sobre la opción realizada por nuestro ordenamiento, valga este
fragmento del Informe de la Comisión de Codificación de 1867 (integrada por Manuel
Herrera y Obes, Antonio Rodríguez Caballero, Joaquín Requena y el propio Tristán Narvaja)
emitido el 31 de diciembre de 1867, en el que los comisionados dicen lo siguiente:

“ Cuando la ciencia económica enseña de un modo incontestable que el precio convencional


se determina por la libre transacción del vendedor y el comprador, y ese precio es el
verdadero y justo de las cosas, expresión de su valor en el cambio en el instante en que el
contrato se celebra; cuando este principio se encuentra consignado expresamente en una ley

7
POTHIER, p. 158
8
POTHIER, p. 129.
del Fuero Juzgo (7, tít.3, libro 5); cuando se observa en los asuntos mercantiles por
disposición del Código Oriental, y no ofrece inconveniente alguno, ¿por qué no
aceptaríamos en lo civil, como justo, como acertado y bueno ese principio? ¿Se puede
preferir que continúe esa multitud de litigios temerarios o notoriamente maliciosos a que da
lugar la extraña teoría de lesión enorme y enormísima? Ciertamente que no; y tenemos por
mucho más conforme a la moral, la sencilla consignación de esta regla: cada cosa en venta
vale la cantidad en que se vende; no habiendo vicios en ella, y no mediando error, ni dolo,
ni coacción”(la negrita es mía). 9

III. Los efectos normativos del sistema de precios privados relativamente definitivos

Ahora bien, si se toma por bueno mi concepto de sistema de precios privados y sus
respectivas clasificaciones, y además, si se acepta que en nuestro ordenamiento rige un tipo
específico de ese sistema, es posible afirmar que la aplicación de uno u otro es una cuestión
contingente y no necesaria.

Un sistema de precios privados relativamente definitivos es la condición necesaria para el


funcionamiento del mercado, y por ende el hecho de que el Estado haya optado por él para
definir los precios que él defenderá (es decir, los precios efectivos) no es un azaroso. Pero
este especial tipo de sistema implica algunas otras cuestiones. El sistema de precios privados
relativamente definitivos transforma a un dato de la realidad (del ser) como es la cantidad de
unidades monetarias fijadas como la condición de transferencia del bien objeto del contrato
de compra-venta, en una norma, es decir, en algo que debe ser o debe producirse10. Esta
norma ordena tanto la conducta del Estado como la del individuo que prometió dar la esa
cantidad de unidades monetarias, pero en los hechos termina siendo relevante únicamente la
ordenación de la conducta del Estado.

De esta norma surgen un serie de relaciones jurídicas (obligaciones) que vinculan al Estado,
todas ellas subsumibles en el clásico esquema prescriptivo “Si A entonces B”. Tanto “A”

9
Este fragmento, así como también la totalidad del respectivo Informe, se encuentra en la edición del
Código Civil de la República Oriental del Uruguay, anotado y concordado por Eugenio B. Cafaro y Santiago
Carnelli, Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, Uruguay, 2011, pp. 28-29.
10
Cfme.KELSEN, Hans, Teoría pura del derecho, UNAM, México, 1982, p. 18
como “B” tienen varios alcances, lo que da lugar a varias relaciones obligacionales: una de
no hacer y otra de hacer.

La obligación de no hacer es la de no intervenir en la fijación cuantitativa privada puesto que


las prestaciones (y entre ellas la obligación de pagar el precio) se miran como equivalentes
por las partes, y el Estado no está facultado a intervenir en ella. Solamente podrá intervenir
en el contrato de compra-venta (y no en el precio), si el precio no cumple con la regulación
formal por él establecida. La formulación prescriptiva quedaría, entonces, en los siguientes
términos: Si el precio fijado por las partes cumple con la regulación formal establecida por
el Estado (A) entonces el Estado deberá abstenerse de cualquier manipulación coactiva sobre
el cálculo realizado por las partes (B).

La obligación de hacer es la de exigir el cumplimiento coactivo de la obligación de pagar el


precio acordado voluntariamente en caso de que se verifique un incumplimiento por parte
del obligado. En este caso, la intervención coactiva del Estado no es sobre la cantidad fijada
privadamente, sino sobre el patrimonio del deudor incumplidor. Esto no es nada particular
puesto que es el efecto necesario de todo sistema de pretensiones privadas coactivamente
garantizadas. La formulación prescriptiva tendría la siguiente estructura: Si no se verificó en
la realidad un desplazamiento voluntario de las unidades monetarias prometidas por el
comprador (A) el Estado deberá estar dispuesto a intervenir coactivamente el patrimonio del
deudor incumplidor con la finalidad de realizar la transferencia de las unidades monetarias
prometidas en favor del acreedor reclamante (B).

Coincido con PASHUKANIS (aunque no totalmente con su visión de la relación entre


normas jurídicas y realidad) que el conjunto de normas escritas “adquiere una significación
real gracias a las relaciones a las que se concibe derivadas de estas normas y que derivan
efectivamente de las mismas”11. Por ello, para afirmar la existencia objetiva del derecho es
necesario conocer, además de su contenido normativo, la efectiva manifestación de éste en
la vida12. La manifestación de nuestro sistema de precios privados en la vida práctica se da
en un tipo muy especial de relaciones humanas: las relaciones de mercado.

11
PASHUKANIS, Evgeni B., Teoría general del derecho y marxismo, Labor Universitaria, 1976, p. 74.
12
Cfme. PASHUKANIS, ibídem.
IV. Precio privado y lucro: el cambio agonal

El mercado responde, enseña WEBER, a una relación asociativa de racionalidad


instrumental con arreglo a fines, y de ahí deriva, cuando es llevado este proceso a sus últimas
consecuencias, su carácter impersonal, objetivado y anti-fraterno, a diferencia de lo que
ocurre en una relación comunitaria donde sí hay “consideración a la persona” y predomina
una relación con arreglo a valores”13.

Es interesante percibir que paulatinamente se fue dejando imponer exigencias morales a las
relaciones de mercado, en favor de la libre actuación de su propia legalidad; legalidad que
no repara más que en la cosa, o en la persona, no conoce ninguna obligación de fraternidad
ni de piedad, ninguna de las relaciones humanas originarias portadas por las comunidades
de carácter personal”14. La legalidad del mercado exige que la relación asociativa con los
poseedores actuales de los poderes de disposición sobre cosas se haga mediante el cambio y
no mediante una “asociación” que oriente la producción y consumo de utilidades15.

Un sistema de precio libre permite un cambio racional entre los agentes económicos puesto
que permite la realización de su beneficio mutuo, previa pugna de intereses. Esta pugna,
según WEBER se dirige siempre, “por un parte, como lucha por el precio, contra los que
están interesados en el cambio en calidad de partes (medio típico: regateo), mas por otra,
como competencia, contra los terceros reales o posibles (actuales o en el futuro) en calidad
de concurrentes en la obtención (medio típico: encarecer y rebajar)”16.

Antropológicamente, el cambio mediante relaciones de mercado, es un fenómeno


relativamente particular. En una comunidad sin mercado, las relaciones entre los individuos
y los bienes son radicalmente diferentes. Al respecto dice Marcel MAUSS:

“En los derechos y economías que nos han precedido, jamás se veré el cambio de bienes,
riquezas o productos durante una compra llevada a cabo entre individuos. No son los
individuos, sino las colectividades las que se obligan mutuamente, las que cambian y
contratan; las personas que están presentes en el contrato son personas morales: clanes

13
WEBER, Max, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 694, nota.3.
14
WEBER, Max, op.cit., p. 695.
15
WEBER, Max, op.cit, p. 197
16
WEBER, Max, op.cit, p. 197
tribus, familias, que se enfrentan y se oponen, ya sea en grupos que se encuentran en el lugar
del contrato o representados por medio de sus jefes, o por ambos sistemas”17.

En las comunidades estudiadas por MAUSS (algunas tribus polinesias y norteamericanas),


las prestaciones intercambiadas nacen por medio de regalos y presentes voluntarios, aunque
ellas en realidad sean obligatorias bajo la pena de conflicto privado o público18. MAUSS
bautiza a todo este fenómeno como “sistema de prestaciones totales”19, y cuando el
intercambio se realiza en virtud de un principio de rivalidad entre las comunidades, estaremos
ante un potlach o “prestaciones totales de tipo agonístico”20.

Desde las reflexiones de MAUSS, el intercambio de mercancías por precio en un mercado


podría llamarse cambio agonal voluntario para diferenciarlo de los que podríamos llamar el
cambio agonal obligatorio derivado del “sistema de prestaciones totales de tipo agonístico”
descrito por MAUSS. Lo “agonal” en el cambio voluntario viene dado por la tendencia hacia
el regateo y a la maximización de la utilidad: el comprador quiere adquirir la mercancía al
menor precio posible y el vendedor transferir la misma mercancía por el mayor precio
posible. Y el “precio privado” viene a ser el “punto de corte” de las tendencias antagónicas
de los individuos.

En cambio, lo agonístico en las relaciones de cambio entre comunidades que practican el


potlach nada tiene que ver con la persecución de un interés de tipo económico-personal, sino
más bien con uno de tipo político-penal orientado hacia la demostración de autoridad política
por parte del jefe de la tribu, tanto para con los miembros de ésta, como también para con los
demás jefes21.

El hecho de que el clan contrate todo lo que posee por medio de su jefe es lo que le infunde
el carácter de total al sistema de prestaciones. Por ello, los miembros de las tribus, clanes o
familias a las que se refiere MAUSS carecen de lo que hoy podemos denominar como “poder
normativo negocial”, es decir, esa posibilidad que tiene cada sujeto de derecho de crear

17
MAUSS, Marcel, Ensayo sobre los dones. Razón y forma del cambio en las sociedades primitivas, en
Sociología y Antropología, Editorial Tecnos, Madrid, 1979, pp. 159-160.
18
Cfme. MAUSS, Marcel, op.cit, p. 160.
19
MAUSS, Marcel, op.cit.p. 160
20
MAUSS, Marcel, op.cit. p. 160
21
Cfme, MAUSS, Marcel, op.cit, p. 204.
normas jurídicas a través de negocios particulares, como afirmación de su autonomía y poder
de disposición22. Y esto no es un dato menor, al menos, por razones. Primeramente porque
el estudio de las prácticas económicas en comunidades tan diferentes a las nuestras nos
permite observar que las facultades negociales de los individuos son producto de una
específica regulación jurídica, y nada tienen que ver con atributos inherentes a la persona
humana o conceptos similares. El hecho de que los individuos puedan auto-obligarse en las
relaciones de intercambio dista mucho de ser un fenómeno necesario. En segundo lugar,
podemos afirmar que el poder normativo negocial de poco sirve si no puede aplicarse sobre
una economía de mercado en la cual el lucro y la persecución del interés particular sean las
máximas que ordenan el comportamiento de los individuos en las relaciones económicas.

V. Breves consideraciones sobre un sistema de precio provisorio

Para comprender mejor el funcionamiento del sistema de precios que rige en nuestro
ordenamiento, es conveniente analizar (aunque sea brevemente) las historia de su contrario:
el sistema de precio privado provisoriamente definitivo. El precio privado es provisorio
porque el Estado entenderá que éste le será vinculante sólo (y solo sí) respeta algún tipo de
proporcionalidad o equivalencia entre los términos del intercambio. En términos más
técnicos: el Estado condiciona la validez del intercambio a la ausencia de lesión.

En la Antigüedad clásica, el precio efectivo era el que las partes fijaban de común acuerdo.
En la Grecia Antigua, por ejemplo, la intervención del Estado sobre los precios era realmente
excepcional. La intervención coactiva del poder político sobre el mercado estaba orientado
principalmente a obtener un abastos alimento y maderas23. La kyria ekklesia ateniense tenía
como principal deber controlar el justo precio de la venta del grano, y la venta del pan a un
precio proporcional en relación a aquel24. Cuando fracasaba la fijación privada del precio
justo, enseña FINLEY, que “el Estado, como último recurso, nombró unos funcionarios
llamados sitonai, compradores de grano, que buscaban abastos por donde podían,

22
Cfme. CAFARO, Eugenio B. y CARNELLI, Santiago, Eficacia contractual, Fundación de Cultura Universitaria,
Montevideo, 2012, pp. 13-15.
23
Cfme. FINLEY, La economía en la Antigüedad, Fundación de Cultura Económica, México, 1986, p. 206.
24
Cfme, FINLEY, op.cit. p.206
emprendían suscripciones públicas para obtener los fondos necesarios e introducían
reducciones de precios y racionamiento” (la negrita es mía)25.

En la Roma Clásica, el punto es aún más evidente. La compra a un precio vil o


desproporcionado era una señal de pericia y habilidad en las actividades comerciales,
entendiéndola como una manifestación de un dolus bonus26. Es recién con el emperador
Dioleciano, en los últimos tiempos del Imperio, que la desproporcionalidad entre los
términos del intercambio afecta la validez del negocio de compra-venta. Con la crisis
económica que atravesó el imperio a comienzos del siglo IV, el Edicto de pretiis rerum
venalium del año 303, estableció por primera vez la rescisión de la venta de un inmueble, si
su precio no llegaba a la mitad de su verdadero valor27. La razón que motivaba la norma era
la equidad como sentimiento de dignidad humana en el intercambio. Lo curioso de esta
disposición es su singularidad puesto que ni en el Digesto ni en el Código Teodosiano, hay
texto alguno que admita la rescisión por lesión respecto del precio pactado, y si por el
contrario una vigencia plena del sistema de precio privado relativamente definitivo, propio
de la normativa clásica en materia de compra-venta28.

Durante la Baja Edad Media, la recisión por lesión desapareció de la práctica jurídica
continental europea, y son los glosadores medievales los que rescataron esta figura del olvido.
Los comentaristas del Corpus Iuris Civilis produjeron una consolidación de las innovaciones
introducidas en los siglos anteriores, asumiendo que la rescisión por laesio enormes aplicaba
en todos los contratos sin distinción alguna29. El Derecho canónico agrega una nueva
categoría: la laesio enormissima, al distinguir entre la enormis, cuando el vendedor obtenía
dos tercios del verdadero precio (verum pretium), y la enormissima, cuando se supera esa
cantidad30.

25
FINLEY, op.cit, p. 207
26
Cfme, RIVERA FARBER, Octavio, La lesión en los contratos civiles, en Revista de Derecho Notarial
Mexicano, núm.103, México, 1993, p. 177.
27
GARCÍA SÁNCHEZ, Justo, La laesio enormis: del rescripto de Dioclciano (C.4, 44, 2) al Código d Comercio
Hispano de 1829, pasando por Hevia Bolañó, p. 120. Disponible en:
http://local.droit.ulg.ac.be/sa/rida/file/2001/Garcia%20Sanchez.pdf
28
GARCÍA SÁNCHEZ, Justo, op.cit, pp.121-122.
29
GARCÍA SÁNCHEZ, Justo, op.cit. p. 124.
30
GARCÍA SÁNCHEZ, Justo, op.cit. p. 125.
Las disposiciones del Derecho Canónico en materia de precio estaban fundamentadas en su
ética económica”31 en la cual la condena del intercambio injusto, así como la prohibición de
la actividad usuraria32 fueron los pilares. Si bien es cierto que WEBER deja muy claro que
la religión es uno de los factores (y sólo uno) que inciden en la ética económica33, la especial
condena católica al lucro y a la acumulación de riquezas, contribuyó en gran manera a formar
una ética económica bastante severa con el intercambio de mercancías y con la libre fijación
del precio de intercambio.

El justo precio es una característica propia del pensamiento económico medieval, producto
de la enfática condena del lucro realizada desde la ética económica del catolicismo. El control
moral de los precios se muestra, entonces, como un intento de una asociación muy concreta
(la Iglesia Católica) de transformar una relación tal impersonal como la de mercado, en una
de corte comunitaria y orientada a valores.

La “ética económica” del catolicismo condenó a la actividad lucrativa que suponía el


comercio, y por ende a quien la practicaban: los mercaderes. Una famosa frase extraída de
un complemento al decreto de Graciano (obra fundamental del derecho canónico del siglo
XII) resume la actitud del pensamiento religioso católico con respecto al mercader: El
mercader no puede complacer a Dios…o muy difícilmente34. En los manuales de confesión,
estatutos sinodales y demás documentos eclesiásticos, la práctica del comercio era casi
siempre considerada como ilícita negocia u oficio deshonroso35.

La particular postura católica con respecto al lucro, hizo de la compra-venta un negocio en


principio mal visto por los escolásticos. El riesgo de caer en pecado era realmente alto para
el mercader puesto que, según MOLINA, la compra-venta “que nace de un afecto

31
La ética económica es definida por Weber como “las tendencias prácticas a la acción que se basan en el
nivel psicológico y pragmático de las religiones” (Sociología de la religión, Editorial La Pléyade, Buenos Aires,
1978, pp.5-6). Una ética económica no es una mera función del ordenamiento económico, ni tampoco ella
determina unilateralmente a la organización económica.
32
No me expediré sobre la condena católica a la usura porque significaría desviarme demasiado de mi objeto
de análisis. Sobre el punto recomiendo: LE GOFF, Jaques, La Bolsa y la vida, Gedisa, Barcelona, 1987, así
como también WOOD, Diana, El pensamiento económico medieval, Crítica, Barcelona, 2003, pp.223-285.
33
WEBER, Max, Sociología de la religión, La Pléyade, Buenos Aires, 1978, p. 6
34
LE GOFF, Jaques, Mercaderes y banqueros en la Edad Media, Eudeba, Buenos Aires, 1982, p. 87
35
LE GOFF, Jaques, ibidem
desordenado al lucro será mortal cuando alguien, por razón del lucro, quebrantase o esté
dispuesto a quebrantar algún precepto que obliga bajo culpa grave”36.

La compra-venta era moralmente lícita, solo en tres situaciones, según MOLINA: a. la


compra-venta motivada por la necesidad de sustentarse a sí mismo o a la propia familia, y su
práctica es lícita porque “ciertamente, no se ordena al lucro, sino al conveniente sustento de
la familia, y su práctica corresponde a los administradores (oeconomos) y políticos, no a los
negociantes” 37; b. la compra-venta que practican aquellas personas que compran bienes, no
ya para consumo propio o de la familia, sino para trabajarlos y modificarlos de algún modo38;
c. La compra-venta en las que las condiciones económicas espacio-temporales justifican una
diferencia de valor entre la compra y la venta. Se deben estas diferencias a lo que podríamos
llamar “transformación extrínseca” del bien en cuestión. Si la transformación intrínseca es
aquella en la que se modifican las cualidades propias del bien, la “extrínseca” es aquella en
la que, sin que necesariamente tenga lugar un cambio en las cualidades del bien, sí cambian
las circunstancias externas que los rodean, por ejemplo, la escasez o abundancia del bien39.

En las tres formas de practicar la compra-venta, cuya licitud moral admite Molina, existe un
elemento común que justifica esa licitud: en todas ellas se busca satisfacer una necesidad, es
decir, se busca un valor de uso. En el primer caso, el valor de uso se evidencia en la finalidad
misma de la compra-venta: satisfacer una necesidad de consumo. En el segundo, la finalidad
productiva sería inconcebible separada de la utilidad del bien que se transforma
intrínsecamente. En el mismo sentido se explica la compra-venta en la que se verifica una
“transformación extrínseca”; el servicio que con ella e presta a la comunidad constituye
suficiente título legitimador. En definitiva, para Molina, la compra-venta es moralmente lícita
cuando su finalidad no es exclusivamente el lucro sino la satisfacción de una necesidad, sea
ésta de consumo directo o indirecto (producción). Por esta razón es que la teoría del justo
precio de Luis de MOLINA constituye un buen ejemplo del esquema intelectual con el que
funciona un sistema de precio privado provisorio.

36
MOLINA, Luis de, Teoría del Justo Precio, Editora Nacional, Madrid, 1981, p.153
37
MOLINA, Luis de, op.cit, p. 128
38
MOLINA, Luis de, op.cit, p. 128
39
Cfme. MOLINA, Luis de, op.cit, p.173
La teoría de MOLINA defiende a la utilidad como la fuente del valor económico de los
bienes. Pero limitar el problema del valor y el justo precio a su origen en la utilidad de los
bienes equivaldría a mutilar el pensamiento económico de Molina, puesto que él nos presenta
un análisis de la transacción de la compra-venta que considero esencial para comprender la
teoría del justo precio en todo su alcance y significado analítico y social.

La necesidad de que los bienes que se intercambian en la compra-venta sean equivalentes


constituye uno de los principios básicos del pensamiento molinista sobre el justo precio, y el
núcleo de toda su ideología. Será justa la compra-venta en la que le precio pagado respete la
equivalencia entre los bienes que se intercambian (mercancía y precio), y será injusta aquella
en la que no se respete. Igualmente, será justo el precio que establezca la equivalencia, y será
injusto el que no la establezca.

Llamaré “transferencia equivalente” a la exigencia mantenida por los defensores de la teoría


del justo precio y, más concretamente, por Luis de MOLINA, de que los bienes
intercambiados en la compra-venta sean bienes económicamente equivalentes, es decir,
cuyos valores sean iguales. En la transacción de compra-venta, dichos bienes son la
mercancía y el precio, por lo que si la mercancía que se entrega tuviera el mismo valor que
el precio que por ella se paga existirá equivalencia y se podrá hablar de una compra-venta
justa. Este postulado constituye un límite evidente al precio privado.

No hay en el pensamiento molinista ningún indicio que nos lleve a pensar que el equilibrio
en las transacciones se alcanza en forma “natural” o “espontánea” como creen los defensores
del paradigma de libre mercado. El problema del precio en Molina es de corte moral, y por
ende normativo. Interpretar la responsabilidad (personal) de los ajustes en términos
automáticos equivaldría a “des-moralizar” el problema.

El análisis del precio de una compra-venta determinada, para MOLINA, se hace desde las
razones hacia la realidad. Cuando afirma que dos o más bienes son equivalentes, está
afirmación que entre los valores de dichos bienes existe, en el nivel empírico, una armonía
con el concepto de igualdad de valores definido en el plano de lo inteligible. Por esta razón,
en mi opinión, para MOLINA existe un precio ideal que rige para cada compra-venta en
particular, tomando la relación entre las razones de mercancía y precio. Este es el real límite
del precio privado.
Lo provisorio del precio privado es palmario: las partes pueden fijar el precio que deseen,
pero las relaciones de valor entre los bienes no cambian por el simple hecho de que los
hombres dispongamos de una medida de valor. El dinero, como medida de valor, podrá
ayudarnos a conocer si dos o más bienes tienen o no igual valor, pero no podrá realizar el
“milagro” que supondría el que bienes con distinto valor fueran equivalentes o el que bienes
con igual valor dejasen de serlo.

Si, luego de la comparación entre el valor de la mercancía y el precio pagado, los contratantes
se percatan de que la transferencia no es equivalente, éstos deberán reducir a igualdad la
transacción (reduce ad aequalitatem), o lo que es lo mismo, “equilibrar” la transacción. El
destinatario a quien se pide que establezca el equilibrio no es otro que el sujeto económico
que, al intercambiar sus bienes, descubre que lo entregado (oferta) no es igual a lo recibido
(demanda). Pero ese “descubrimiento” solo es posible cuando los contratantes interiorizan
las razones de precio de y mercancía.

Cuando el hombre, utilizando el dinero no como unidad de medida y término de


comparación, comprueba que dos bienes no tienen igual valor, y por tanto, no son
equivalentes económicamente, si puede actuar sobre dichos bienes si es que desea
intercambiarlos respetando la relación de equivalencia. La comparación con el dinero, si bien
no altera la relación entre los bienes, le permite al individuo que quiere intercambiar
justamente, cuál es la necesidad de la acción equilibradora. Si luego de comprobar que el
precio pactado es diferente del justo, el individuo no reduce el precio y vende por encima de
la mitad del justo precio o compra por debajo de dicha mitad, estará incurriendo en pecado y
el perjudicado podrá reclamar la satisfacción del justo precio o bien solicitar la rescisión del
contrato40.

La justificación moral de la equivalencia en la transacción es para MOLINA la necesidad de


que la compra-venta sirva a la utilidad común de las partes en ella implicadas. La compra-
venta se introdujo para la utilidad común de los individuos, ya que nadie es autosuficiente
hasta el punto de poder prescindir de los bienes y servicios que los demás pueden
proporcionarle, y lo que se introduce para utilidad común no debe gravar a uno más que a

40
MOLINA, Luis de, op.cit, p. 179.
otro. Si el intercambio se hiciera a valores desiguales, la justicia conmutativa, cuya función
es establecer la igualdad en las transacciones, se vería comprometida.

Cuanto más se asienta la racionalidad de la economía capitalista y ésta se acomoda a sus


propias leyes, tanto más se dificulta toda relación posible con una ética religiosa de
fraternidad41, y por lo tanto se vuelve cada vez más complejo un control moral y jurídico de
los precios en términos de equivalencia objetiva. No es casualidad que cuando la actividad
comercial llegó a ser tan impersonal por el volumen de la circulación de mercancías y dinero,
los intentos de los pensadores cristianos de imponer algún tipo de normatividad moral a las
transacciones económicas fracasaron estrepitosamente. El sistema de precio provisorio,
condicionado al respeto de una proporcionalidad objetiva, estaba condenado a desaparecer.

VI. ¿Por qué el Estado debe respetar y defender el precio acordado por las partes?

Más arriba afirmé que en nuestro ordenamiento, el Estado tiene el deber de respetar la
cantidad de unidades monetarias fijadas por los particulares en sus negocios privados, y
además deberá utilizar su aparato coactivo para exigir la transferencia forzosa de esa cantidad
de dinero, en caso de incumplimiento. Ahora bien, ¿por qué? ¿Por qué Estado debe respetar
y proteger al precio privado? En mi opinión pueden darse dos explicaciones claramente
diferenciables: una de corte liberal clásico, con énfasis en la libertad natural y el deber que
tiene el Estado de respetarla, y otra, de filiación marxiana, que pone el foco en la
funcionalidad de la Estado con respecto a los intereses burgueses.

VI. a La explicación liberal: el respeto de la libertad natural

El pensamiento económico de los fisiócratas generó una verdadera revolución (y ruptura) en


la relación entre la actividad orientada al lucro y la normatividad moral o social. No me
detendré en las tesis específicamente económicas de los autores fisiócratas42, sino un
concepto más global y fundante: el orden natural de la sociedad.

41
WEBER, Sociología de la religión, p. 68
42
Al respecto véase: ROLL, Eric, Historia de las doctrinas económicas, pp.130-139; MARX, Karl, Teorías sobre
la plusvalía, t. I, pp.37-60.,
Según los fisiócratas, la sociedad posee, en estado latente, con conjunto de relaciones que
garantizan la organización más “ventajosa” para la sociedad43. Las leyes naturales (físicas y
morales) de la Sociedad según QUESNAY están basadas en un “principio económico”
básico: conseguir la mayor satisfacción con el menor gasto o fatiga44. El orden natural es
aquel que garantiza la situación “más ventajosa” para la sociedad, y para lograr la realización
de tal situación, es necesario dejar que cada sujeto actúe libremente según su propio interés
individual45.

Según QUESNAY, los gobernantes deberían tener, entonces, como tarea estudiar la sociedad
para descubrir su “orden natural” y legislar conforme al mismo. El estudio de la
jurisprudencia humana “no basta para formar hombre de Estado, es necesario que los que
se destinan a los Empleos de la Administración, se sujeten al estudio del orden natural, más
ventajoso a los hombres reunidos en Sociedad”46. La conclusión política (y por ende jurídica)
que se deriva del pensamiento de QUESNAY es la de la necesidad de dejar que las leyes de
la economía actúen libremente47, justamente porque tal actitud es conforme al “orden
natural”. Sobre esto el autor es claro en sus Máximas al recomendar que “se dé entera libertad
al Comercio; pues la policía del Comercio interior y exterior más segura, exacta, y
provechosa a la Nación, y al Estado, consiste en la plena libertad de la concurrencia”48.

La exigencia de una libertad para comerciar no es lo realmente relevante del pensamiento de


QUESNAY, puesto que ella ya se encuentra en el pensamiento de otros autores anteriores.
GROCIO, por ejemplo, afirma que la libertad para comerciar tiene una causa natural y
perpetua, y por ende no puede ser suprimida, y aunque pueda serlo, esto no podría realizarse
sin la voluntad de todas las naciones49.

43
CUEVAS, Homero, Teoría Económica del Mercado, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2002, p.
41.
44
CUEVAS, op.cit, p. 42.
45
CUEVAS, op.cit, p. 43.
46
QUESNAY, op.cit.p. 3.
47
HEIMANN, Eduard, Historia de las doctrinas económicas, Ediciones Arayú, Buenos Aires, 1954, p.72.
48
QUENSAY, François, Máximas generales del Gobierno de un Reino Agricultor, pp-24-25.. Versión
digitalizada
en:https://books.google.com.uy/books?id=4kY4AQAAMAAJ&printsec=frontcover&dq=quesnay&hl=es419
&sa=X&ved=0ahUKEwjxp7aV_JXUAhXJx5AKHTBdDAoQ6AEILDAB#v=onepage&q=orden%20natural
&f=falseop.cit.
49
PERDICES DE BLAS, Luis, Historia del pensamiento económico, Editorial Síntesis, Madrid, 2004, p. 65.
Lo novedoso en QUESNAY es la obligación que tienen las autoridades públicas de fomentar
o generar las condiciones necesarias para el libre comercio, sobre todo a través de la
seguridad de la propiedad ya que “es el fundamento esencial del orden económico de la
Sociedad. La seguridad de la posesión permanente estimula al trabajo y empleo de riquezas,
a la mejor y cultura de las tierras, y a las empresas del Comercio y de la industria.”50.

Las reflexiones de QUESNAY respaldan un sistema de precio libre justamente porque la


actividad económica no puede someterse a otras reglas que no sean las del “orden natural”.
La proporcionalidad objetiva de tipo aristotélico o la equivalencia subjetiva de los
escolásticos salamanquinos son desterradas del pensamiento económico: la única
normatividad tolerada en las actividades económicas es la inherente a ella. Por lo tanto, al
dejar que los individuos procuren su mayor satisfacción en un contexto de comercio libre, el
precio que ellos acuerden será inobjetable para la Administración Pública puesto que él no
es más que una manifestación concreta del actuar del “orden natural” en el intercambio de
mercancías.

SMITH continuará con esta idea de que existe una normatividad inmanente a las actividades
económicas, con su noción de mano invisible. En palabras del escocés:

“Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su
propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él
busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo
conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es
necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente
fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo”(
la negrita es mía)51.

SMITH tiene una particularidad con respecto a QUESNAY: la libre concurrencia de los
individuos ya no es beneficiosa para la sociedad solamente por ser la manifestación del orden
natural; la libertad económica de los individuos genera, además, una materialización del

50
QUESNAY, François, op.cit., pp. 5-6.
51
SMITH, Adam, La riqueza de las naciones, Alianza, Madrid, 2016, p.554.
interés social al mismo tiempo que ejecuta el interés egoísta. Esa libertad es, según SMITH,
natural:

“Toda persona, en tanto no viole las leyes de la justicia, queda en perfecta libertad para
perseguir su propio interés a su manera y para conducir a su trabajo y su capital hacia la
competencia con toda otra persona o clase de personas. El soberano queda absolutamente
exento de un deber tal que al intentar cumplirlo se expondría a innumerables confusiones, y
para cuyo correcto cumplimiento ninguna sabiduría o conocimiento humano podrá jamás
ser suficiente: el deber de vigilar la actividad de los individuos y dirigirla hacia las labores
que más convienen al interés de la sociedad”52.

La libertad natural genera ciertos efectos normativos de tal magnitud que obligan al
“soberano”, en tres aspectos:

“Primero, el deber de proteger a la sociedad de la violencia e invasión de otras sociedades


independientes. Segundo, el deber de proteger, en cuanto sea posible, a cada miembro de la
sociedad frente a la injusticia y opresión de cualquier otro miembro de la misma, o el deber
de establecer una exacta administración de la justicia. Y tercero, el deber de edificar y
mantener ciertas obras públicas y ciertas institucionales públicas…”.53

El respaldo coactivo de los precios privados entraría, entonces, como manifestación concreta
del respeto, por parte del Estado, de su segundo deber: proteger a los individuos de la
injusticia. Si entendemos que el único criterio de justicia es la consensualidad del precio (tal
como lo hace la regla de la equivalencia subjetiva), el no respeto del precio acordado
constituiría una injusticia que deberá ser enfrentada por el Estado.

En definitiva, la ideología de mercado defendida por los economistas liberales reduce a la


racionalidad económica al juego “libre” de las leyes del mercado y de los precios. Cualquier
modificación será considerada como la introducción de un componente irracional al mercado.
Me detendré un momento en este punto a través de las reflexiones de Ludwig Von MISES.

La política de precios, dice MISES, se concreta “en la imposición de unos precios de los
bienes y servicios distintos de los que espontáneamente se formarían en el mercado” (la

52
SMITH, Adam, op.cit.,p. 660
53
SMITH, Adam, op.cit, p.660
negrita es mía)54. Continúa el austríaco diciendo que, cuando los precios se forman de manera
espontánea en el mercado, “los costes de producción son cubiertos por los ingresos. Si el
gobierno impone un precio más bajo, los ingresos son inferiores a los costes”55. Las
consecuencias de una intervención política sobre los precios serían nefastas: “los
comerciantes y los productores, a menos que se trate de mercancías perecederas que se
desvalorizan rápidamente, se abstendrán de vender las mercancías en cuestión, en espera
de tiempos mejores, cuando se hayan derogado las disposiciones intervencionistas”56.

El carácter irracional de la intervención es claro en el siguiente pasaje: “Esa intervención o


sólo no ha alcanzado el fin de quien la puso en práctico, sino que incluso ha sido
contraproducente respecto a ese objetivo, ya que el “mal” que con ella se quería combatir
sigue en pie e incluso se ha agravado. Antes que el precio se impusiera por decreto, la
mercancía –en opinión del gobierno- era demasiado cara; ahora incluso ha desaparecido
del mercado. Este resultado no estaba en las intenciones de la autoridad, que deseaba más
bien hacerla más accesible a los consumidores mediante la reducción del precio. Su
intención era la contraria: desde su punto de vista, el principal mal es la penuria de esa
mercancía, la imposibilidad de conseguirla. En este sentido, puede decirse que la
intervención del gobierno ha sido ilógica y contraria al objetivo prefijado y, más en
general, que cualquier programa de política económica que pretende servirse de tales
intervenciones es impensable e irrealizable” (la negrita es mía)57.
Si entendemos que los precios se forman “espontáneamente” por y en el mercado, cualquier
fuerza o voluntad externa a él que desee incidir en el nivel de precios será totalmente
irracional y estará destinada al fracaso.

V. b. La explicación marxiana: el egoísmo burgués y la circulación de capital

El pensamiento de Karl MARX puede otorgar una justificación radicalmente diversa (y


podría decir que hasta antagónica) a la liberal clásica. Podríamos detectar un argumento de
corte antropológico, y otro de tipo económico.

54
MISES, Ludgwig Von, Crítica del Intervencionismo, Unión Editorial. S.A, Madrid, 2001, p. 48
55
Mises, Crítica, p. 48
56
Mises, p. 48.
57
MISES, pp. 50-51.
El argumento antropológico se concentra en su obra colectiva con Frederich ENGELS
titulada “La Sagrada Familia”. En ella MARX piensa la relación entre egoísmo burgués y
Estado de la siguiente manera: “Se demostró que el reconocimiento de los derechos del
hombre por el Estado moderno no tiene otra significación que el reconocimiento de la
esclavitud por el Estado antiguo. La esclavitud era la base del Estado antiguo; la base del
Estado moderno es la sociedad burguesa, el hombre de la sociedad burguesa, es decir, el
hombre independiente unido a los otros hombres por el vínculo del interés privado y de la
inconsciente necesidad natural, el esclavo del trabajo utilitario, de sus propias necesidades
y de las necesidades egoístas de otro. Esta base natural, el Estado moderno la ha reconocido
como tal en los derechos universales del hombre”(la negrita es mía)58.

Continúa MARX en el mismo sentido diciendo que: “Cada una de sus actividades y de sus
propiedades, cada una de sus aspiraciones deviene una necesidad, una necesidad que lleva
a su egoísmo a reclamar otras cosas y otros hombres. Pero como la necesidad de cada
individuo particular no es naturalmente inteligible para el otro individuo egoísta que posee
los medios de satisfacer esa necesidad, como la necesidad no tiene, pues, relación directa
con su satisfacción, todo individuo se halla obligado a crear ese vínculo, haciéndose, de
cierto modo, el intercambio entre la necesidad de otro y los objetos de esa necesidad. Por lo
tanto, es la necesidad natural, son las propiedades esenciales del hombre –por muy extrañas
que puedan parecer-, es el interés, los que los mantienen unidos a los miembros de la
sociedad burguesa, cuyo lazo real está constituido por la vida burguesa, y no por la vida
política. El Estado no es, por lo tanto, lo que mantiene reunidos a los átomos de la sociedad
burguesa; es el hecho de que esos átomos no son átomos más que en la representación, en
el cielo de su imaginación y que, en realidad, son entidades muy diferentes a los átomos: no
son egoístas divinos, sino hombres egoístas. Únicamente la superstición política puede
imaginar en nuestros días que la vida burguesa es mantenida por el Estado, mientras que,
por el contrario, el Estado mantenido por la vida burguesa”59 .

¿Cómo se relacionan estas ideas de MARX con el sistema de precios privados relativamente
efectivos? Pues muy simple. Si este sistema permite que el Estado respalde y garantice los

58
MARX, Karl y ENGELS, Frederich, La Sagrada Familia, p. 133.
59
MARX, Karl y ENGELS, Frederich, La Sagrada Familia, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1971, p. 142
precios privados sin que éste considere la relación de valor o de utilidad entre los extremos
intercambiados (a saber, la mercancía y el precio), y si los precios privados fijados mediante
una relación de mercado son la síntesis de un pugna por la máxima utilidad, el Estado termina
garantizado (mediante este sistema de precios) las actitudes egoístas del hombre burgués;
hombre que solo se relaciona con sus pares con la finalidad de satisfacer sus propias
necesidades. Un sistema de precios privados como el adoptado por nuestro ordenamiento es
enteramente funcional a la vida burguesa porque permite el “libre intercambio” entre las
necesidades de los individuos egoístas y sus respectivos objetos.

Pero las ideas de MARX pueden explicar el sistema de previo privado relativamente efectivo,
desde una óptica económica. El argumento derivado del análisis que MARX efectúa en el
Primer Libro de “El Capital”, puede resumirse de la siguiente manera: un sistema de precios
privados relativamente definitivos permite la formación y circulación del capital.

El precio supone circulación de mercancías y justamente la circulación de mercancías, para


MARX, es el punto de partida del capital60. Pero la relación entre precio y capital no se agota
en la mera circulación de mercancías, ya que ambos son manifestaciones de la circulación
del dinero. “El dinero como dinero y el dinero como capital se diferencian, por de pronto,
solamente por su distinta forma de circulación”61, afirma MARX.

Las mercancías soportan dos tipos de circulación. La forma directa de circulación es M-D-
M, o sea, “transformación de mercancía en dinero y reconversión del dinero en mercancía,
vender para comprar”62. La otra forma de circulación es la específica del capital: D-M-D, o
sea “transformación de dinero en mercancía y reconversión de ésta en dinero, comprar para
vender”63.

El ciclo D-M-D termina siendo un intercambio de dinero D-D, pero afirma MARX que tal
ciclo no depende de una diferencia cualitativa justamente porque los dos extremos del mismo
son la misma cosa: dinero. Lo que transforma a la circulación del dinero en circulación de
capital es una diferencia cuantitativa: el plusvalor64. La introducción del plusvalor completa

60
MARX, Karl, El Capital. Libro I. Tomo I., Akal, Madrid, 2014, p. 199
61
MARX, Karl, El Capital. Libro I. Tomo I., Akal, Madrid, 2014, p. 200
62
MARX, Karl, El Capital. Libro I. Tomo I., Akal, Madrid, 2014, p. 199
63
MARX, p. 200
64
Cfme. MARX, p.204.
el proceso de formación del capital con la fórmula D-M-D´, en donde D´= D + ΔD, es decir,
igual a la suma de dinero inicialmente desembolsada más un incremento (la plusvalía)65.

Tenemos entonces que el proceso completo de creación del capital D-M-D´ solo es posible a
través de un sistema de precio privado relativamente efectivo, ya que justamente éste es el
único que permite una venta de la mercancía (M-D´) por encima del precio de compra (D-
M). En otras palabras, es el único que permite que el poseedor de dinero se convierta en
capitalista, ya que la ausencia de reglas objetivas imperativas sobre la relación del valor del
dinero y de la mercancía circulantes (ya que el sistema de precio privado relativamente
efectivo funciona con la regla de la equivalencia subjetiva de las prestaciones), permite fijar
un precio tal que facilite lo que MARX denominó “la apropiación progresiva de riqueza
abstracta”66, fin de todo capitalista.

De la mera constatación de la funcionalidad del sistema de precio privado relativamente


efectivo con respecto de los intereses de todo capitalista, no se deriva ningún efecto
normativa o vinculante para el Estado. El respeto del Estado a los precios privados se explica
por la visión marxista del Estado como instrumento clasista de dominación67. En otras
palabras, si un sistema de precios privados relativamente definitivo es el que mejor se adapta
a las características del proceso de formación y circulación de capital y es el que más
beneficios le reporta a la clase dominante, el Estado no puede hacer más que adoptarlo y
garantizarlo coactivamente.

Me detengo aquí por obvias razones: desarrollar la teoría marxista del Estado sería una tarea
que excedería en mucho el objeto de mi trabajo. A modo de síntesis, me parece pertinente la
siguiente cita FOLADORI y MELAZZI:

“La actuación del Estado depende del sector dominante en la sociedad, y se orienta en
términos generales a garantizar el proceso de acumulación o desarrollo económico. El
Estado establece las condiciones económicas y sociales de este proceso, y adopta las
medidas necesarias para que no sea cuestionado; legitima y garantiza la apropiación del
excedente económico por sectores distintos a quienes lo producen; impulsa la política

65
Cfme. MARX, p.204
66
MARX, p.207
67
PASHUKANIS, op.cit. p.117
económica de coyuntura; en fin, establece toda una serie de complejas, variadas y, en
ocasiones encontradas medidas en el marco de la acumulación. El proceso histórico y las
formas en que este se desarrolla- que analizaremos de inmediato- muestran claramente el
carácter clasista de todo su accionar”68.

VI. Conclusiones

Mediante la interacción de ideas económicas y jurídicas he intentado demostrar algo: no es


casual que el Estado garantice a los precios privados, y además se abstenga de realizar
cualquier cálculo económico sobre los valores intercambiados como condición para la tutela
coactiva del intercambio.

Limitarnos a entender el precio fijado por los individuos como un fenómeno puramente
privado significa, a mi juicio, una comprensión parcial del asunto. De nada sirven los
contratos si el Estado no está dispuesto a respaldar coactivamente lo pactado, ya que
justamente es la probabilidad de coacción socialmente organizada lo que transforma la
promesa como acto moral en un contrato. Si bien los liberales afirman que el mercado posee
su propia normatividad, son plenamente conscientes que sin una garantía coactiva de los
acuerdos privados, es muy difícil que funcione una economía de mercado.

Por último me gustaría hacer una reflexión final. El asunto de la aplicación de uno u otro
sistema de precio privado puede reducirse a un conflicto de paradigmas. En el paradigma de
una determinada comunidad científica, como la liberal, el universo económico cuenta con
leyes del mercado que automáticamente determinan el nivel que deben alcanzar los precios.
Por otro lado, en el paradigma de la comunidad científica escolástica, el universo económico
debe contar con alguna institución destinada a determinar el nivel de los precios por los cuales
deben venderse las mercancías.

Ahora bien, el salto de un paradigma a otro sólo fue posible gracias a la “revolución
científica” que, en el campo económico, representaron A. Smith y la escuela fisiocrática con
su defensa del laissez-faire. Dese otra perspectiva, pero en el mismo sentido, los liberales
defienden que la racionalidad científica liberal coincide con la racionalidad moral y que, en

68
FOLADORI, Guillermo y MELAZZI, Gustavo, Economía de la sociedad capitalista, Ediciones de la Banda
Oriental, Montevideo, 1987, p.182.
consecuencia, no tenía sentido contraponer una a la otra; aceptar y someterse a la razón
científica del libre mercado era la mejor forma de cumplir con las exigencias de la razón
moral. Pero esa revolución en el pensamiento económico, de poco hubiera servido sin la
adhesión de los juristas de la época la máximas derivadas de tal cambio radical, tal como lo
hicieron los Comisionados de 1867.

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