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Desarrollos en la neurociencia cognitiva. II.

Implicaciones para las teorías


de transferencia
Publicado en la revista nº012

Autor: Westen, Drew; Gabbard, Glenn

“Developments in cognitive neuroscience: II. Implications for theories of transference” fue publicado
originariamente en el Journal of American Psychoanalytic Association, vol. 50, No. 1, p. 99-133. Traducido
y publicado con autorización del Journal of the American Psychoanalytic Association.

Traducción: Joaquín Ingelmo

Revisión: Hugo Bleichmar

Resumen: Una integración de la teoría psicoanalítica con los desarrollos contemporáneos en la


neurociencia cognitiva ofrece una perspectiva útil para las controversias de larga data sobre la naturaleza
de la transferencia y una mejor comprensión de los precisos mecanismos por los cuales ocurren los
procesos transferenciales.

Se revisan las perspectivas psicoanalíticas contemporáneas de la transferencia y se describen los


numerosos procesos que constituyen la transferencia. Dos cuestiones que han surgido de formas
diferentes durante varias décadas –el papel del analista en desencadenar la transferencia y la naturaleza
de los componentes “reales” y “transferenciales” de la relación terapéutica– son considerados a la luz de
conceptos como los de redes conexionistas. Aunque una actitud analítica útil es la que permite que las
dinámicas permanentes del paciente dominen el campo analítico, se sugiere que el anonimato no es ni
una posibilidad cognitiva ni la fuerza impulsora que está detrás de la mayoría de las reacciones
transferenciales, y la distinción entre percepciones “reales” y “transferenciales” es de interés terapéutico,
no de mecanismo. Determinadas características de la situación analítica hacen que algunas dinámicas
tengan más posibilidades que otras para entrar en la relación terapéutica, en especial aquellas
relacionadas con la autoridad, la intimidad y el cariño y la sexualidad. Las reacciones transferenciales se
entienden mejor como construidas a partir de una combinación de las disposiciones permanentes del
paciente para reaccionar de formas determinadas en condiciones determinadas, las características de la
situación analítica y del analista y las interacciones entre paciente y analista. Estas reacciones no se
despliegan irremediablemente a partir de la mente del paciente en la sala de consulta, ni son
construcciones cognitivas de la pareja paciente-analista o co-construcciones de miembros de una pareja
relativamente iguales que ejercen su influencia en el campo analítico.

Una integración de la teoría psicoanalítica con los desarrollos contemporáneos en la


neurociencia cognitiva puede ofrecer una perspectiva útil en algunas controversias de
muchos años sobre la naturaleza de la transferencia – controversias que se han ido
acrecentando a medida que el psicoanálisis ha entrado en una era de pluralismo.
Mientras que el análisis de la transferencia sigue siendo una piedra angular de la
mayoría de las teorías, el concepto de transferencia varía hasta cierto punto con el
modelo de proceso psicoanalítico. Una perspectiva que integra la comprensión
psicoanalítica del conflicto, la defensa, el afecto y las relaciones de objeto derivadas de
la observación clínica con los modelos contemporáneos de cognición y memoria
derivados de la observación experimental ofrece una comprensión de algunos de los
mecanismos precisos por los cuales ocurren los procesos transferenciales.

Comenzaremos revisando brevemente las visiones psicoanalíticas contemporáneas de


la transferencia. Partiendo de los desarrollos en la ciencia cognitiva, a continuación
examinaremos los procesos de la transferencia. Después exploramos los componentes
de las implicaciones de una visión de los procesos de transferencia más sistemática e
integradora para dos debates teóricos de muchos años- sobre el papel del anonimato
del analista en desencadenar la transferencia y sobre la naturaleza de los componentes
“reales” y “transferenciales” de la relación terapéutica.

Conceptos de transferencia

La noción original de Freud de la transferencia como un “cliché” (1912) implicaba la idea


de desplazamiento, en el que los deseos libidinosos desarrollados en la infancia
temprana se transfieren del objeto parental original al analista. En sus documentos
referentes a esta técnica, se esforzó por aclarar si la transferencia es una forma de
resistencia al proceso o la revelación de una relación de objeto interno central, la cual es
el epicentro del trabajo analítico (Friedman, 1991).

Freud también luchó con la cuestión de en qué medida la transferencia refleja lo viejo y lo
nuevo. En su trabajo clásico sobre el amor de la transferencia, Freud (1915) negó en un
momento dado que el amor de la transferencia esté relacionado con ningún aspecto de
la situación actual de la relación, afirmando que está “enteramente compuesto de
repeticiones y copias de reacciones anteriores...” (p.167). Sin embargo, sólo dos años
después describió la transferencia como algo que implica “nuevas ediciones de los
viejos conflictos” (1917, p.454), sugiriendo algún tipo de compleja amalgama de
representaciones viejas y nuevas.

Diversos enfoques recientes (véase por ejemplo Renik, 1993) focalizan las actuaciones
transferenciales y la matriz transferencia-contratransferencia tanto como un reflejo de la
dinámica del paciente como una oportunidad de reelaborarlas. El concepto de Sandler
de la respuesta de rol (1976) y el concepto de Wachtel de la psicodinámica cíclica
(1997), mediante los cuales los pacientes pueden producir lo que temen, apuntan al
papel de las actuaciones contratransferenciales en el diagnóstico y tratamiento de la
dinámica nuclear. Psicoanalistas norteamericanos como Jacobs (1993), McLaughlin
(1991), Chused (1991) y Gabbard (1995) sugieren que los pacientes actualizan un
escenario interno dentro de la relación analítica que da como resultado que el analista
sea arrastrado a jugar un papel creado por el mundo interno del paciente.

La noción de identificación proyectiva ha llevado a los analistas kleinianos y a aquellos


asociados con la escuela británica de las relaciones de objeto a conceptualizar la
transferencia como algo que implica la proyección de aspectos del paciente en el
analista. Muchas contribuciones recientes (por ejemplo Feldman, 1997; Gabbard, 1995;
Joseph, 1989; Ogden, 1979; Spillius, 1992) han resaltado cómo el paciente puede
comportarse de una forma determinada para ejercer una presión interpersonal que
“empuje” al analista a responder de una forma similar a aquella de los objetos pasados
proyectados sobre él. Desde esta perspectiva, una representación del self o de objeto
puede ser proyectada “dentro” del analista de tal forma que el paciente puede
identificarse con un objeto interno mientras que al analista se le induce a sentirse y
comportarse como un aspecto o una representación del paciente. Puesto que el paciente
no proyecta en un contenedor vacío, una serie de autores han reconocido recientemente
que debe haber algo que “enganche” en el analista que facilite la introyección de lo que
se haya proyectado (Gabbard, 1995). De esta forma, que la percepción de transferencia
sea confirmada o no puede depender del mundo interno del analista y de la
contratransferencia construida en común.

Kohut (1971,1977,1984) proporciona otro modelo de transferencia, un modelo centrado


en las transferencias “objetoself” (A). Intrínseco a esta noción es que el self del paciente
(el núcleo de las ambiciones, los ideales y el sentimiento de coherencia) está incompleto
y se completa de hecho por las funciones realizadas por el analista. El término objetoself
implica la idea de que el objeto de la transferencia es una extensión muy necesaria del
self- un objeto externo experimentado en ciertos aspectos como parte del self (por
ejemplo, un otro que idealiza a un self grandioso y está incluido en la “órbita” del
paciente, o un otro idealizado alrededor del cual el paciente orbita y por lo tanto adquiere
autoestima, coherencia, etc.). En esta visión, la transferencia es una forma de
“automejora” (Lawrence Friedman, comunicación personal), por la que el analista puede
satisfacer funciones que el paciente no puede, funciones que no fueron satisfechas
adecuadamente por los objetoself originales del paciente.

Apoyándose en la comprensión psicológica del self en la transferencia, intersubjetivistas


como Stolorow (1995) han sugerido que es fundamentalmente bidimensional. Una
dimensión es un aspecto repetitivo íntimamente relacionado con la noción de
transferencia de Freud de un cliché que guía a la percepción. La segunda es un aspecto
reparador que tiene mucho en común con las transferencias de objetoself. De acuerdo
con esta visión, que guarda alguna similitud con las teorías de control maestro (Weiss,
1993), el paciente busca inconscientemente repetir una vieja relación de objeto mientras
que al mismo tiempo espera que la nueva versión de la relación sea diferente de forma
que sea reparatoria o curativa.

Otra visión contemporánea de la transferencia es la perspectiva constructivista (Hoffman,


1998). De acuerdo con las perspectivas hermenéuticas y postmodernistas, este
acercamiento cuestiona la visión de una transferencia objetiva que pueda ser
reconocida, interpretada y separada de las contribuciones del analista. El modelo
constructivista se centra en la implicación personal del analista, que se contempla como
algo que tiene un efecto continuo en lo que el analista entiende del paciente y de la
interacción. Además, Hoffman considera que el analista influye, a través de su
comportamiento real, en la experiencia que el paciente tiene de la situación analítica. Por
ejemplo, si el analista está en silencio y alejado emocionalmente, el paciente puede
desarrollar una transferencia hacia el analista como una figura remota y fría. Mientras que
parte de esta percepción puede estar relacionada con objetos del pasado del paciente,
gran parte de ella está relacionada con el comportamiento del analista en el marco
analítico.

Transferencia y neurociencia cognitiva

Solicitamos indulgencia al lector por haber presentado una visión tan condensada del
pensamiento contemporáneo sobre la transferencia pero esperamos que esta revisión
aclare algunos de los temas más importantes que pueden ser reexaminados
fructíferamente a la luz de convergencias recientes, poco tratadas hasta ahora, entre el
psicoanálisis y la neurociencia cognitiva. (Para otros esfuerzos en integrar las teorías
cognitivas con el concepto de transferencia, véase Horowitz, 1988; Levin, 1997; Singer,
1985; Wachtel, 1981; Westen, 1988.) Sin embargo, antes de acometer tal estudio,
presentaremos un resumen aún más breve de algunas proposiciones básicas de una
perspectiva integrada de la cognición que puede tener relevancia para las teorías de
transferencia. (Para una exposición más detallada, véase nuestro “Desarrollos en la
Neurociencia Cognitiva. I” que precede inmediatamente a este artículo, en el mismo
número del Journal of Psychoanalytic Association).

Las siguientes consideraciones son básicas para esta perspectiva: (1) La mayoría de las
representaciones son multimodales, consistentes en constelaciones de componentes
asociados semánticos, sensoriales y emocionales con conexiones con un amplio
repertorio de otras constelaciones semejantes. (2) Las representaciones existen como
potenciales para la activación, es decir, como tendencias a la activación que pueden ser
más o menos fuertes en un momento dado. Así, una representación del self es una forma
potencial de ver el self que será modelado continuamente por una combinación de
representaciones activas de forma crónica (formas por las cuales la persona se ve a sí
misma) y cambios momentáneos en la situación, en otras redes asociativas activadas
etc. (3) Las redes pueden incluir conocimiento genérico (hechos), conocimiento
episódico (recuerdo de sucesos específicos), conocimiento procedimental
(conocimiento del “cómo” o habilidades), afectos y motivos. La activación de una red
puede así provocar una serie de procesos cognitivos y afectivos, algunos de los cuales
son conscientes, aunque la mayoría son inconscientes. (4) Los procedimientos
inconscientes para regular el afecto –es decir, las defensas- son posiblemente activados
por fuera de la conciencia junto con los motivos y los afectos, de tal forma que puede que
la persona nunca se dé cuenta de la activación del afecto, el motivo o la defensa. En qué
medida los conflictos son activados y por lo tanto requieren regulación o construcción de
soluciones de compromiso depende del balance de las representaciones, los afectos,
los motivos y los procesos defensivos activos en ese momento y su relativa fuerza de
activación. (5) Las representaciones conscientes son sólo un subconjunto de
representaciones. La conciencia, un sistema de procesamiento serial, superimpuesto
sobre un sistema de procesamiento paralelo, parece haber evolucionado para permitir a
los humanos (y a otros animales que tienen elementos de conciencia humana) guardar y
mantener cierto control flexible sobre su pensamiento, comportamiento y memoria. Si el
material alcanza o no la conciencia refleja algún tipo de combinación de: (a) su nivel de
activación cognitiva, (b) la atención afectiva a la información que es emocionalmente
significativa y relevante para los motivos o fines activados conscientes e inconscientes;
(c) la inhibición afectiva de ideas, sentimientos y motivos desagradables y (d) la
excitación afectiva de las agradables.

De particular relevancia para dar cuenta de una manera integrada el tipo de experiencias
ricas y cargadas de afectividad que constituyen gran parte del material de las horas
analíticas son los modelos conexionistas (B). Estos modelos enfatizan lo siguiente: (1)
Las representaciones usadas para percibir, recordar, categorizar y pensar surgen a
través de la acción paralela de múltiples unidades de procesamiento, cada una de las
cuales atiende a una pequeña parte de la representación. (2) Las representaciones se
distribuyen por una red de unidades neuronales cuya activación simultánea constituye la
representación. (3) El conocimiento yace en las conexiones entre los nodos en una red.
Estos nodos, que son análogos a las neuronas, pueden inhibirse o excitarse los unos a
los otros, dependiendo de su asociación anterior (es decir, la medida en que hayan
ocurrido a la vez o se hayan inhibido mutuamente). (4) Un nodo en una red es como una
hipótesis. Puede estar “encendido” o “apagado”, señalando si alguna parte de la
representación parece adaptarse a la entrada sensorial actual, encaja con otros detalles
de un recuerdo de un encuentro, o parece útil como una solución potencial para un
problema. (5) El pensamiento y la memoria implican procesos de satisfacción de las
restricciones paralelas (C), en los que el cerebro procesa simultánea e
inconscientemente múltiples características de un estímulo o situación para llegar a una
óptima, si no perfecta, solución para un problema (ya sea ese problema tan “simple”
como categorizar una expresión como una sonrisa de alegría o una sonrisita de
complicidad o desdén, o tan compleja como decidir si un paciente es apropiado para el
psicoanálisis).

Un modelo conexionista psicodinámico integrador (Westen, 1998, 1999ª; Westen y Feit,


2001) distingue entre los constreñimientos cognitivos (los datos que influyen en las
soluciones equilibradas a las que la gente llega inconscientemente) y los
constreñimientos afectivo-motivacionales (deseos, miedos y emociones asociados con
la selección de una solución en potencia u otra). Así, en un momento dado, las redes que
representan realidades percibidas variadas, sentimientos y motivos competirán y
colaborarán inconscientemente para equilibrar una solución que sea tan válida y
emocionalmente tolerable como sea posible para la persona. Por lo tanto, dentro de los
confines de las realidades percibidas, todo suceso mental –todo acto de pensamiento,
comportamiento, memoria o afecto- es al mismo tiempo un acto de regulación del afecto.

Como punto de partida, se hacen necesarias dos advertencias. Porque encaramos


algunos temas clásicos – si podemos hablar de una neurosis de transferencia unificada,
o incluso la “transferencia”; si podemos diferenciar la transferencia de la “relación real”; y
si el anonimato es un punto de apoyo esencial para la transferencia- es posible que
algunos lectores lleguen a la conclusión de que “estamos apaleando a un conjunto de
caballos muertos”, que tales temas están pasados. Creemos que nada más lejos de la
realidad. Aunque muchos de estos temas han sido reformulados, pocos se han resuelto y
todos persisten con nuevas apariencias en los debates contemporáneos. Por ejemplo, el
debate sobre el anonimato analítico subsiste en las descripciones constructivistas del
papel que la presencia del analista juega en la transferencia. El debate sobre la “relación
real” subsiste en los enfoques relacionales en el psicoanálisis y en el cambio de
perspectivas sobre la interacción terapéutica al nivel de técnica (por ejemplo, ¿hasta qué
punto reconoce uno los sucesos reales, hace uso del sentido del humor, la
autorrevelación, desvía o explora cuestiones sobre el analista?).

En segundo lugar, en varias ocasiones, el propio Freud y otros que le siguieron


propusieron modelos de la transferencia como representación, proyección, motivación,
resistencia, fantasía, etc. Freud nunca intentó reconciliar sus propias teorías de la
transferencia – por ejemplo, la transferencia como una ventana a los conflictos centrales y
a la repetitiva dinámica relacional de objeto, y la transferencia como una resistencia en
contra de explorar esa dinámica (véase Westen, 1988)- y el psicoanálisis en tanto
disciplina ha sido lento en colocar concepciones variables de la transferencia dentro de
un marco de referencia común. Aunque ciertamente no creamos que la neurociencia
cognitiva nos va a resolver estos problemas, sí pensamos que los conceptos que están
surgiendo acerca de la motivación, regulación del afecto y representación que integran el
pensamiento clínico con datos y conceptos de las neurociencias pueden ayudarnos a
situar algunas de estas visiones divergentes bajo una cobertura más amplia.

Contexto y Multiplicidad en la Transferencia


Desde el punto de vista actual, el concepto de la transferencia es una simplificación que
debería evitarse. Una perspectiva cognitiva sugeriría que los pacientes no tienen una
transferencia; tienen muchas transferencias en el curso de un tratamiento, reflejando
diferentes procesos psicológicos (por ejemplo, la activación de motivos versus a la
activación de expectativas), diferentes paradigmas de transferencia (por ejemplo, las
reacciones hacia los hombres de mayor edad, a las figuras de autoridad, a las figuras de
apego, a los hermanos, a las personas con las que están enfadadas) y diferente material
activado por diferentes aspectos del analista y la situación analítica. La mayoría de los
analistas contemporáneos tienen una visión multifacética de la transferencia,
reconociendo que la construcción conceptual de una neurosis de transferencia que
abarque todo puede ser limitante (Cooper, 1987).

Aquí apuntamos al modo en que una visión orientada por la neurociencia cognitiva puede
enriquecer y aclarar esta posición. Usaremos el ejemplo de la Srta. C, una paciente en
análisis, no porque sus dinámicas de transferencia sean extraordinarias sino,
precisamente porque están bien dentro del campo de lo que la mayoría de nosotros
vemos normalmente y, por lo tanto, puede ilustrar una serie de puntos que intentamos
señalar, y mostrar cómo el concepto de transferencia tal y como se describe aquí puede
abarcar un abanico de procesos que a menudo han hecho surgir teorías de la
transferencia distintas y contradictorias. Empezaremos describiendo el trabajo clínico y,
a continuación, examinaremos cómo se puede entender el material usando un concepto
de transferencia multifacético e integrador.

La Srta. C era una mujer soltera de treinta años que trabajaba como administrativa de
alto nivel en una institución gubernamental. Empezó el psicoanálisis con una frecuencia
de cuatro sesiones a la semana porque se sentía profundamente preocupada en los
temas de tener éxito en el trabajo y de establecer relaciones de intimidad con los
hombres. Durante las primeras semanas, la Srta. C a menudo mostraba oposicionismo.
Dijo a su analista que no haría libre asociación. Cuando el analista intentaba sintonizar
con sus ansiedades respecto a decir lo que le viniera a la cabeza, ella señalaba las
inexactitudes de éste. Por ejemplo, el analista dijo: “ si la estoy entendiendo bien, está
preocupada de que si dice lo que tiene en la cabeza yo la criticaré.” La Srta. C
respondió: “No, no exactamente. Es más bien que usted discreparía”. En este punto el
analista barajó una serie de hipótesis clínicas: que su postura reticente expresaba miedo
a mirar dentro de ella misma, miedo a que la avergonzaran, miedo a ser malinterpretada,
miedo a ser controlada; o una actitud característica de oposición en la relación de objeto
que reflejaba la internalización de una actitud parental hacia ella o una forma de
responder a las demandas o la crítica parental; o una actitud hacia los hombres; o una
actitud hacia las figuras de autoridad; o una actitud hacia las figuras de autoridad
masculinas; o alguna combinación de éstas.

Tras varios meses de examinar sus ansiedades ante el abrirse al analista, la Srta. C
empezó a expresar la preocupación de que su analista “la dominaría” si realmente le
dijera lo que estaba sufriendo en su interior. El analista la invitó a reflexionar acerca de
dónde procedía ese pensamiento. La paciente describió cómo su madre se volvía
intrusiva cuando ella se hacía vulnerable al revelarle sus miedos, lo que le hacía sentirse
avergonzada y humillada. Continuó diciendo, “Mi madre se veía a sí misma en mí y
pensaba que debíamos ser imágenes exactas y tener exactamente las mismas
ansiedades. Se enfadaba a la más mínima señal de diferencia.” Era incluso peor cuando
la Srta. C intentaba compartir sus sueños sobre la vida con su madre. Recordó
conmovida un incidente en que dijo a su madre que le encantaría ser astrónomo. Su
madre se rió con mofa de su sueño y replicó, “La única razón por la que alguien querría
ser astrónomo es para presumir.” Su madre era una mujer inteligente que se había
contenido toda su vida dejando de alcanzar metas en su carrera y se consumía de
envidia cuando su hija tenía sus propias aspiraciones.

En ocasiones en el análisis, la Srta. C estaba convencida de que su analista estaba


aburrido y no tenía interés. Imaginaba que soñaba despierto o estaba dormido. A veces
esta convicción era tan intensa que se daba vuelta y le miraba para asegurarse de que
estaba despierto y prestando atención. Cuando el analista exploró esta convicción con
ella, la paciente la asoció con la insensibilidad de su padre con ella. Dijo que su padre
era lo contrario de su intrusiva madre. Era pasivo y no se inmiscuía, hasta el punto de que
no parecía tenerla en cuenta o preocuparse de su vida interior.

Otro problema para la Srta. C que tenía manifestaciones en la relación en el tratamiento,


en parte a causa de la respuesta que su actitud poco interesada hacia el síntoma
despertaba en el analista, era su tendencia a gastar periódicamente de forma
compulsiva. Su analista se preocupaba cada vez más, porque se estaba
autodestruyendo contrayendo grandes deudas. Cuando se mostraba preocupado, la
paciente parecía divertirse y no veía por qué reducir sus gastos. Esta aparente falta de
preocupación perturbaba al analista, que la confrontó con su negativa a tomarse sus
intervenciones seriamente. Ella señaló que siempre pagaba la factura del analista y que
él no tenía por qué vigilar sus gastos.

Esta lucha transferencia–contratransferencial persistió durante un tiempo, hasta que un


día la paciente comentó cómo su madre solía denigrar a la gente que tenía dinero y los
acusaba de gastar demasiado para hacer sentir mal a los demás. El analista reconoció
que la Srta.C estaba recreando una versión de la relación madre–hija con él, e interpretó
la similitud entre la situación de la infancia y la situación actual en el campo analítico. La
Srta. C dejó de hablar tras esta intervención.

Tras un prolongado silencio, el analista se preguntó qué había dicho que hiciera a la Srta.
C cerrarse en banda. Ella dijo con una voz emotiva, “es usted como mi madre. Intenta
relacionarlo todo consigo mismo. No estaba hablando de usted. Mi madre siempre hacía
eso. Pensaba que todo lo que yo o cualquier otra persona hacíamos estaba
directamente relacionado con ella. Incluso cuando John Glenn salió al espacio con
setenta años, dijo que estaba intentando humillarla, como si ella debiera estar haciendo
algo más con su vida que disfrutar de su jubilación. ¿No entiende que no todo lo que
hago está relacionado con usted?”

¿Qué podemos decir de las transferencias de la Srta. C durante el primer año de


tratamiento? Múltiples procesos, activos simultáneamente, daban forma a sus modos de
relacionarse con el analista. Al principio del tratamiento se mostraba como restringida y
cuidadosa. Hablar con un analista revivía los miedos que sentía cuando intentaba hablar
con su madre. Temía una interacción dolorosa en la que el analista se volviera intrusivo y
humillante. Le preocupaba concluir la interacción con un profundo sentimiento de
humillación. Es más, temía que su propia subjetividad no fuera reconocida, que el
analista, como su madre, no la escuchara.
En este sentido, un aspecto de la transferencia de la Srta. C hacia su analista podría ser
entendido como una defensa: contra ser entendida, contra sentirse vulnerable, contra una
humillación anticipada. Al ser temerosa en abrirse y escéptica de que el analista pudiera
ayudarla realmente ella podía preservar un sentido de dignidad y dejar la vergüenza a un
lado.

Sin embargo, el miedo era peor que estar simplemente avergonzada. La representación
consciente de su madre –y su experiencia inconsciente del analista- era la de que éstos
eran personas amenazadas por su éxito. Sus aspiraciones profesionales provocaban
una envidia furiosa en su madre, y compartir sus fantasías con el analista podrían
despertar los mismos ataques de envidia en él que había experimentado con su madre.
Conforme se profundizó en el análisis, en un momento dado entró en contacto con una
preocupación relacionada: que su éxito destruyera a su madre. Reaccionaba hacia el
analista como si él también pudiera sentirse muy herido al enterarse del éxito que ella
tenía en su trabajo. A menudo pensaba en dejar el trabajo para el gobierno y buscarlo en
el sector privado, más lucrativo, pero estaba convencida de que el analista estaría en
desacuerdo y se sentiría herido como su madre. La exploración de sus sentimientos
hacia el analista condujo hacia una representación inconsciente de su madre no sólo
como envidiosa y destructiva, sino, también, como frágil.

¿Qué quiere decir que la paciente experimentó una serie diferente de representaciones,
miedos, deseos y conflictos a medida que se profundizaba en la relación? Creemos que
estaban en funcionamiento dos procesos, los cuales están normalmente presentes
cuando hablamos de una “profundización” de la transferencia. En primer lugar, una mayor
intimidad y dependencia marcaron su relación con el analista, activando redes que no
habrían entrado en juego en una relación más superficial -como no lo habían hecho en la
relación analítica durante un período anterior en el tratamiento– porque las características
del prototipo (la representación de self-con-madre(D)) no habían alcanzado un estado
suficientemente elevado de activación inconsciente. Así, los paradigmas relacionales
que los pacientes pueden expresar inicialmente en el tratamiento psicoanalítico son
normalmente muy diferentes a las transferencias más específicas, variadas y complejas
que se ponen de manifiesto a medida que el proceso se intensifica, particularmente si el
paciente forma una relación de apego con el analista (Gabbard, 2001). En segundo
lugar, la exploración explícita y declarativa de los significados de los sentimientos y
recuerdos de la Srta. C hacia su madre llevaban a un “andamiaje” cognitivo para sus
experiencias –un esquema de una narrativa coherente que la ayudaba a que tuviera
sentido quién era con respecto a su madre, su analista y otros–, y a una activación más
profunda de los recuerdos, pensamientos y sentimientos relacionados, porque las
representaciones conscientes extendían la activación a redes inconscientes
relacionadas.

Esta visión de los mecanismos de “profundización” transferencial apuntan a una


consideración más amplia en cuanto a la importancia de entender las condiciones de
activación para transferencias específicas. De alguna forma, cuando exploramos los
procesos transferenciales, estamos (o deberíamos estar) atendiendo no sólo a su
expresión en la sala de consulta sino, también, al papel más amplio que desempeñan en
la vida del paciente. Hacemos esto implícitamente todo el tiempo, centrando la atención
en las transferencias que creemos que son significativas; lo cual es otra forma de decir
que hemos observado, o al menos sospechado, que se generalizan en una clase
importante de relaciones, como con las figuras de apego o de autoridad. Entender el
significado de un paradigma de transferencia en concreto requiere por lo tanto que
paciente y analista lleguen a entender con qué amplitud se aplica el paradigma – por
ejemplo, si el paciente piensa, siente o actúa de esta forma en todas las relaciones, o
sólo en las relaciones de apego, o en las relaciones de apego específicamente con
hombres o sólo en las relaciones de apego con hombres experimentadas como
frustrantes (Westen, 1997). En este sentido, la exploración de las transferencias está
siempre guiada por creencias implícitas o explícitas sobre las relaciones
extratransferenciales del paciente.

Como sugiere la discusión hasta aquí, aparte de los aspectos defensivos de su reacción
transferencial, desde una perspectiva cognitiva (es decir, considerando cómo los
pensamientos, los sentimientos o los comportamientos pueden surgir sin tener en cuenta
su “tirón” afectivo–emocional), era probable que la Srta. C percibiera a cualquiera que se
intentara acercar a ella y meterse en su mente como un intruso amenazador que quería
“aguarle la fiesta” y sentir esto cuanto más se profundizaba en la relación (y por lo tanto
se activaban redes bien entrelazadas cargadas de afecto). No tenía el pensamiento de
que alguien en un papel de tipo parental pudiera genuinamente regocijarse con su éxito.
Cuando esa experiencia había ocurrido alguna vez en su vida, se había mostrado muy
escéptica y había supuesto que la otra persona la estaba engañando.

Esta falla en reconocer un tipo de reacción diferente por parte de otro significativo, refleja
probablemente una interacción de procesos dinámicos (afectivo–motivacionales),
cognitivos e interpersonales, como ocurre con muchos fenómenos que requieren acción
terapéutica y que se entienden normalmente desde uno u otro de estos puntos de vista.
Distinguir estos puntos de vista puede ayudarnos a aclarar conceptos como la noción de
los sentimientos, las representaciones o identificaciones que son proyectadas “dentro”
del analista.

Desde un punto de vista dinámico, la Srta. C posiblemente aprendió pronto a conectar


sus deseos de que se le respondiera con orgullo materno ante sus logros con la
decepción y la crítica, y por lo tanto llegó a defenderse en contra de interpretar las
respuestas de las figuras parentales o de autoridad de modos que pudieran reavivar sus
esperanzas. Su incapacidad para conceptualizar al analista como otro tipo de figura
parental partía de su conflicto entre el deseo de ser objeto de orgullo y el miedo a la
decepción, y reflejaba una solución defensiva que la dejaba insatisfecha.

Desde un punto de vista cognitivo, la experiencia reiterada con su madre era que el éxito
llevaba al sufrimiento, así es que tenía buenas razones para creer eso y pocas razones
para creer lo contrario. Esta regularidad en su experiencia fue codificada en redes
asociativas forjadas en la infancia y reforzadas en la experiencia posterior. En otras
palabras, una representación de una figura parental rechazante, narcisísticamente
amenazante, era un estado atractor –un camino neurológico bien asentado fácilmente
activado en circunstancias similares– para el que ella no tenía una alternativa
frecuentemente activada (E).

Desde un punto de vista interpersonal, su forma de comportarse con el analista desde el


principio del tratamiento hizo que lo más probable fuera que en realidad no provocase el
tipo de orgullo cálido y parental que deseaba inconscientemente con tanta
desesperación. Había evitado cualquier posibilidad de ser recipiente de tales
sentimientos durante mucho tiempo. Este patrón interpersonal se convertiría en un foco
de atención del tratamiento que requeriría el examen de experiencias transferenciales y
de otro tipo. De este modo, la representación del self como rechazado por una figura de
autoridad crítica y no disponible emocionalmente no era sólo una construcción infantil
atrapada en el tiempo como un “mamut lanudo” (Wachtel, 1997). Era, más bien, una
dinámica viva, apoyada no sólo en experiencias infantiles sino también en experiencias
posteriores a las que la paciente contribuía, que hacían que su pasado se pudiera
recapitular con más probabilidad en el presente y, por supuesto, en la relación con el
analista.

Aparte de las transferencias maternales que hemos descrito, el hecho de que el analista
fuera varón y estuviera relativamente tranquilo mientras intentaba despertar sus
asociaciones parecía predisponer la activación de las representaciones de su padre. Al
contrario que su madre, el padre era percibido como pasivo y no intrusivo hasta el punto
de la indiferencia. Las acciones del analista activaban involuntariamente
representaciones parentales, llevando a la fantasía de que el analista estaba aburrido y
soñaba despierto.

A medida que el análisis continuaba, surgían más hilos de transferencia parental. La


actitud de la paciente desenfadada con respecto al gasto excesivo estaba conectada
con la fantasía de que estaba provocando a su padre y al analista. Su padre era un
contable emocionalmente reprimido del que ella quería provocar una respuesta
emocional a través de su modo de manejar el dinero. Tal reacción le permitiría saber que
él se preocupaba lo suficiente como para intentar controlarla. Un novio con el que había
roto tras repetidas disputas financieras comentó una vez, al ver a la Srta. C anotar sus
movimientos financieros, que estaba “colocando en su sitio las sillas de cubierta del
Titanic.” De este modo, se activaban aspectos de las representaciones padre – hija en
las relaciones transferenciales y extratransferenciales.

Desde un punto de vista conexionista, igual que desde un punto de vista psicoanalítico, la
activación simultánea de representaciones maternales y paternales no significa que se
“anulen entre sí”. En algún caso los dos grupos de representaciones pueden inhibirse
mutuamente, particularmente en la percepción consciente. Sin embargo, en otros casos,
pueden activar respuestas específicas que conducen a derivados en las asociaciones
del paciente y formas de comportarse con el analista que pueden llevar a diferentes
caminos asociativos y de relación de objeto.

Este ejemplo de la activación de las transferencias paternas en medio de una


transferencia principalmente materna apunta a problemas no sólo con el concepto de una
transferencia que está psíquicamente preordenada para desarrollarse de una forma
determinada sólo si el analista ejerce una técnica apropiada (un punto al que
volveremos), sino también con la noción antiguamente usada de transferencia como algo
que es relativamente “puro”, determinado desde dentro, sin ninguna influencia de la
situación actual. Ejemplifica cómo la investigación de la neurociencia cognitiva puede
ayudarnos a revisar conceptos psicoanalíticos centrales de una forma que evite
posiciones nihilistas como la visión de que, puesto que el analista tiene una influencia, la
transferencia no es más que una co-construcción que sería completamente diferente si el
analizado fuera tratado por otra persona. Ningún pensamiento o sentimiento está libre de
influencias pasadas no más de lo que pueda estarlo de las actuales. Todos los procesos
mentales –sentimientos, representaciones, etc.– reflejan la integración “continua” de
potenciales previamente establecidos con nuevos patrones de percepción y
pensamiento. Ninguna de las reacciones transferenciales de la Srta. C estuvo
determinada solamente por experiencias pasadas dado que es probable que
representaciones previamente activas alcancen una elevada activación sólo en la
medida en que algo del presente las ponga en funcionamiento. De este modo, cuando el
analista de la Srta. C hizo una interpretación de la relación de ésta con él, aumentó
inconscientemente el nivel de activación de una red relacionada con la modalidad de su
madre por el cual relacionaba todo lo que hacían los demás con ella misma. Cuando él
hizo un comentario sobre sus gastos, también incrementó la activación de las redes
forjadas inicialmente en la relación con su padre. De esta manera, como han sugerido
los pensadores constructivistas, el comportamiento del analista puede en ocasiones ser
tremendamente importante al activar representaciones concretas. Al mismo tiempo, las
redes activadas no son aleatorias; no están de ninguna manera construidas
exclusivamente, ni siquiera principalmente, en la sala de consulta, aunque su forma
concreta refleja inevitablemente elementos del pasado y el presente, como ocurre en
toda percepción o recuerdo.

En este sentido, los patrones transferenciales que surgen en el curso de un tratamiento


siempre tienen un “resto diurno” (la influencia de la experiencia actual en el proceso
analítico). Este resto algunas veces causa “ruido” que puede llevar al analista por
caminos secundarios que no producen mucha información del paciente, y no son muy
útiles terapéuticamente, ya que cuando un paciente cuyos padres estaban relativamente
cuerdos se enfrenta diariamente a alguien con una posición de autoridad (por ejemplo,
un jefe) que está paranoide o a la ofensiva, esto hace al paciente vulnerable a sentirse
criticado. En otras ocasiones, este resto puede proporcionar una profundización en
importantes paradigmas relacionales, conflictos, motivos, etc., que surgen en
circunstancias concretas. En otras palabras, las reacciones transferenciales siempre
ocurren dentro de un contexto, punto al que volveremos al retomar el concepto del
anonimato analítico.

Al pensar en las experiencias transferenciales de la Srta. C al principio del tratamiento,


está claro que no tenía una transferencia hacia su analista, aunque los supervisores
normalmente sugieren esta noción implícitamente cuando hablan a los que están en
formación de qué está sucediendo “en la transferencia.” (Esta expresión, residuo de una
visión anterior acerca de la neurosis de la transferencia, se perpetúa así, aunque la
perspectiva que implica ya no es aceptada). Más bien la Srta. C tenía múltiples
transferencias que reflejaban las muchas redes activadas al estar tumbada en el diván de
la consulta del analista y al tratar de hablar de su vida y preocupaciones. Desde el
principio, estuvo atrapada en un conflicto entre querer librarse de los sentimientos
dolorosos que la llevaron al tratamiento y el querer evitar la humillación y el ridículo que
llenaron sus pasadas experiencias cuando se abría en la expresión de sí. Cuando
hablaba con su analista de su gasto excesivo, lo hacía con una actitud despectiva similar
a la que había usado con sus padres. Este modo de relación, con su aparente falta de
preocupación por las consecuencias reales de sus acciones, provocaba respuestas
críticas del analista como las que había provocado por parte de su madre. También
representaba un intento de provocar en su padre la respuesta anhelada.

La transferencia implica, pues, una activación incrementada y una expresión de patrones


perdurables de pensamiento, sentimiento, motivación, regulación del afecto o
comportamiento en la relación analítica. La transferencia ocurre cuando aspectos de la
relación analítica activan redes que existen en un estado potencial, llevándolas a influir en
la percepción consciente e inconsciente, el sentimiento, la motivación, el
comportamiento, etc. En la medida en que redes como éstas estén crónicamente
activadas y sean disfuncionales en algunos aspectos, su activación se convierte en un
área crucial de la exploración y en objetivo de la acción terapéutica (véase Gabbard y
Westen, 2001). Como veremos, los pacientes tienen muchas transferencias
“inobjetables” con el analista, las cuales pueden ser útiles o no para explorar en un
momento dado, junto con las transferencias más idiosincráticas que proporcionan una
ventana a cómo se perciben a sí mismos y a los demás, y una oportunidad inigualable de
reconstruir el paisaje sobre el que esa ventana proporciona una vista importante.

Componentes de la transferencia

Usando la definición sugerida anteriormente, ahora podemos ofrecer una descripción


más sistemática de la clase de procesos que pueden ser correctamente llamados
transferencia, reconociendo, por supuesto, que la mayoría de estos procesos se
entrelazarán cuando ocurran a la vez en la práctica diaria (1). Algunos procesos
transferenciales implican la activación de memoria declarativa, como creencias y
expectativas, muchas de las cuales son inconscientes (es decir, memorias declarativas
implícitas). Por ejemplo, la Srta. C tenía la convicción firmemente enraizada de que su
analista estaría resentido y envidiaría su éxito, una creencia que le hacía no compartir
abiertamente sus logros. Esta creencia era en su mayor parte inconsciente (o, para ser
más precisos, preconsciente, puesto que estaba activa pero no se defendía de ella)
hasta que la reticencia a compartir sucesos positivos fue explorada sistemáticamente en
el análisis.

La mayoría de las relaciones transferenciales implican la activación de respuestas


afectivas, no sólo representaciones o creencias, en buena medida porque las
representaciones de gente y relaciones siempre están unidas al afecto. Estas
respuestas no son necesariamente eróticas, como Freud había supuesto al principio de
su carrera analítica, aunque los sentimientos eróticos, como otros afectos, se pueden
activar con frecuencia en el curso de un tratamiento, por razones que describiremos.
Varias líneas de investigación sugieren que cuando una representación o categoría (por
ejemplo, mujeres, mujeres mayores, mujeres que se parecen a la madre) está asociada
al afecto, las experiencias actuales desencadenarán respuestas emocionales similares
en la medida en que coincidan con el prototipo (Fiske, 1982). En términos conexionistas,
las ideas, imágenes y otras experiencias sensoriales que constituyen los componentes
más estrictamente cognitivos de una representación están normalmente relacionadas
con redes afectivas –desde el nivel cortical hacia abajo a través de sistemas
neurológicos límbicos, hipotalámicos filogenéticamente más primitivos–, de manera que
la activación de una parte de la red extenderá la activación al resto de ella, incluyendo
sus componentes afectivos.

Como sabemos por la experiencia clínica, la activación de la representación y sus


asociaciones afectivas no necesitan ser conscientes para afectar al comportamiento. Es
más, estamos cognitivamente construidos de forma tal que la activación de las redes
implica procesos que son inaccesibles a la conciencia independientemente de si nos
estemos defendiendo de ella (Westen, 1985). En una investigación ingeniosa, Andersen
ha demostrado que la inclusión de aspectos de las representaciones que la gente tiene
de sus padres en descripciones de otros nuevos personajes (insertando en la
descripción de una persona rasgos tomados de las descripciones que los sujetos han
hecho de sus padres) las lleva a transferir reacciones afectivas a la nueva persona
(Andersen, Reznick y Manzella, 1996). Una investigación ulterior ha documentado que
esto puede ocurrir incluso cuando se incorporan subliminalmente rasgos parentales en
las descripciones de otras personas (Glassman y Andersen, 1997).

Los afectos pueden ser activados por aspectos de una persona, una situación o ambas.
Por ejemplo, en el caso de la Srta. C, la situación de confiar pensamientos y
sentimientos íntimos al analista activaba sentimientos de ansiedad relacionados con su
preocupación de que sería atacada, ignorada o que tomarían el control sobre ella. Los
afectos, al igual que los motivos, son representados a lo largo de redes asociativas y así
serán desencadenados en la medida en que esas redes se activen. A medida que la
Srta. C empezó a desarrollar un conjunto diferente de asociaciones para confiar en su
analista, y a medida que tomaba conciencia de sus patrones inconscientes habituales y
la nueva forma de responder, sus relaciones con los demás empezaron a cambiar. En
otras palabras, mediante las interacciones con su analista empezó a desarrollar nuevas
redes asociativas que se activaban fuera de la sala de consulta. Estas nuevas relaciones
le permitían, a su vez, desarrollar sentimientos, expectativas, motivos y habilidades que
traería luego a la relación analítica.

Al igual que las reacciones transferenciales pueden implicar la activación de recuerdos


declarativos y lo que describimos en la parte I (publicada en este mismo número del
JAPA) como procesos cuasi declarativos, como sentimientos y motivos conscientes,
pueden también implicar la activación de memoria procedimental. Éstos pueden ir desde
procedimientos o habilidades que desde un punto de vista clínico son relativamente
triviales para la mayoría de los pacientes porque están intactos (por ejemplo, habilidades
sociales tales como saber responder cuando se nos hace una pregunta) hasta los que
son emocionalmente significativos porque representan patrones relacionales activados
sin ser conscientes de ello (Clyman, 1991; Stern, 1985; Stern et al., 1998). Las memorias
procedimentales pueden ser activadas con o sin una activación inconsciente simultánea
de contenido declarativo relevante. En muchos aspectos, el proceso de aprendizaje
procedimental que constituye el condicionamiento operante (en el que un afecto
agradable o doloroso queda asociado a una representación de una acción) es una forma
implícita y procedimental de expectativa, mediante la cual las cosas normales del mundo
se trasforman en estructura psíquica, es decir, en formas automáticas de sentir y
responder en circunstancias similares.

Las defensas se pueden conceptualizar como procedimientos implícitos que se han


codificado a lo largo de redes asociativas en la medida en que se han asociado a la
regulación de estados afectivos (Westen, 1985,1997). Son procedimentales porque
representan el conocimiento del “cómo”, en este caso, conocimiento sobre cómo regular
un afecto. Si una defensa, como el aislamiento del afecto o la intelectualización, alivia un
sentimiento desagradable, quedará asociada a la reducción del afecto negativo en
situaciones similares. De esta forma, al igual que los procesos de condicionamiento
operante, normalmente considerados una forma de aprendizaje procedimental, la
defensa es posiblemente activada en circunstancias que se asemejan al prototipo.
Nuevamente, es importante desde el punto de vista clínico distinguir las defensas que un
paciente usa caracterológicamente en muchas situaciones (como la intelectualización en
una persona con un estilo obsesivo) de las usadas sólo en determinadas circunstancias.
Desde una perspectiva conexionista, las defensas en situaciones determinadas se
activan mediante redes sumamente específicas o confluencias de redes activadas
(como una red que represente vergüenza o una red que represente vergüenza activada
simultáneamente con una que represente una relación asimétrica).

Esta visión de cómo las percepciones que el paciente tiene de su analista y de la


situación analítica coinciden con representaciones del pasado es sólo una parte del
panorama. La transferencia se refiere no sólo a pensamientos, sentimientos y defensas
sino, también, a los motivos activados en el marco del tratamiento. Podemos suponer
que la intimidad y la dependencia cada vez más intensas que la paciente llegó a sentir en
ocasiones eran una faceta de un conflicto entre un deseo de ser cuidada y un miedo a
ser humillada y herir a los demás con su éxito. Es más, la situación analítica dio a la Srta.
C una oportunidad para expresar una identificación con su madre que condujo a una
mezcla de sentimientos positivos y negativos. Su crítica respecto a la habilidad del
analista para ayudarla y sus sospechas sobre la presentación de éste como profesional
competente parecían tener la “voz” de su madre. Quizá sólo estaba “presumiendo.”
¿Cuáles eran sus motivos? ¿Estaba realmente interesado en ella? ¿Osaría ella
permitirle tener éxito como analista? En parte, las identificaciones de este tipo pueden
ser activadas sin motivación, puesto que el paciente expresa inconsciente y
automáticamente comportamientos que ha internalizado como suyos, que se han
automatizado como procedimientos inconscientes (sobre los múltiples significados de la
internalización, véase Westen y Gabbard, 1999). En otras ocasiones, la atracción
identificatoria parece más motivada: un esfuerzo para estar cerca de los padres, ser
como ellos, mostrarles respeto, evitar traicionarles, etc. Por supuesto, estas dos
explicaciones -cognitiva y motivacional– generalmente se superponen.

Está implícito en estos numerosos ejemplos de procesos transferenciales


experimentados por la Srta. C que muchos, sino la mayoría, de los paradigmas de
transferencia clínicamente significativos implican la activación de una constelación de
relación de objeto. Esta constelación puede incluir representaciones del self,
representaciones de los otros influenciadas por una experiencia anterior, afectos y
motivos asociados con esta constelación del self en relación (en la que las
representaciones del self y de los objetos también se pueden invertir), procedimientos
relacionales implícitos (patrones de interacción) y defensas contra cualquier aspecto de
la red o contra la respuesta del analista que genere un afecto desagradable. Esta es, en
muchos sentidos, una extensión y elaboración de los argumentos de Fairbairn (1952),
Kernberg (1975), Fast (1979), Horowitz (1998) y otros que sugieren que la internalización
de las relaciones de objetos durante el desarrollo conlleva el desarrollo de
representaciones moldeadas de un self en conexión afectiva con otro u otros. Estas
constelaciones relacionales pueden verse en reacciones transferenciales, como la
experiencia de la Srta. C de un self avergonzado en relación con un objeto avergonzante.

Nada requiere que los paradigmas relacionales activados transferencialmente reflejen


interacciones “reales” que el paciente haya experimentado. Como propuso Sandler
(1990) al describir los procesos reparadores, un objeto deseado que proporcionara
validación empática o amor incondicional puede ser una figura poderosa en los sueños
de un niño. Una representación del self en relación con esa figura creará con el tiempo
una red cargada de afecto que está en el mismo tipo de estado potencial que las redes
que reflejen mejor las experiencias reales del niño con los otros significativos. Esta
fantasía de objeto reparador puede ser activada simultáneamente con un patrón
transferencial repetitivo relacionado con experiencia real. Por tanto, la Srta. C a pesar de
su miedo a los ataques de envidia persistió en sus esfuerzos por abrirse al analista,
esperando en cierta medida que él pudiera responder de forma diferente.

Estas consideraciones apuntan de nuevo a formas en las que un punto de vista orientado
por la neurociencia cognitiva puede ayudar a clarificar construcciones dinámicas, como
los modelos de transferencia de relaciones de objeto y de identificación proyectiva.
Cuando hablamos del analista “introyectando” las representaciones o proyecciones del
paciente, hablamos de un proceso por el cual las señales afectivas, cognitivas y
conductuales del paciente pueden activar redes en el analista. Hablar de
representaciones “proyectadas en el analista” es una forma sintética de expresarse que
puede parecer fenomenológicamente descriptiva pero que oscurece los mecanismos
mediante los cuales los pacientes pueden provocar formas de responder por parte del
analista. Algunas “representaciones proyectadas” van a “encajar” mejor en unos analistas
que en otros en dos sentidos: pueden describir con más precisión las auténticas
características del analista independientemente de la conducta del paciente, de forma
que el analista sea ya, en cierto sentido, lo que el paciente está proyectando; y un
analista determinado puede ser más o menos vulnerable a diferentes tipos de trampas
contratransferenciales tendidas por el paciente sin ser consciente de ello.

Esta última forma mediante la que el paciente puede provocar una respuesta, que se
acerca más a los usos clínicos del término identificación proyectiva simplemente refleja
el hecho de que los analistas, como todo el mundo, difieren en la medida en que su
temperamento y experiencia han establecido fuertes “vías” neurales que les predisponen
a desempeñar determinados papeles, tales como convertirse en un objeto avergonzante
en determinadas circunstancias. Por tanto, la presión interpersonal del paciente tendrá
más probabilidades de activar una respuesta avergonzante en un analista que en otro- o
el paciente puede que tenga que “trabajar más” para encontrar los puntos de activación
de un analista determinado. Esta conceptualización se relaciona con la idea de que debe
ser necesario un “enganche” para que una proyección “cale”, y explica en parte el hecho
de que se puedan producir desarrollos variados de transferencia–contratransferencia
con diferentes analistas tratando al mismo paciente (Gabbard, 1995). El analista que sea
menos vulnerable a la evocación de una respuesta avergonzante tiene más
probabilidades de darse cuenta de los esfuerzos del paciente por provocarla porque
probablemente estos esfuerzos serán más fuertes y más persistentes, y porque la propia
respuesta del analista estará más ajena a su yo que la de otro analista
cararacterológicamente “preparado” para actuaciones que impliquen sentirse
avergonzado.

Así, una formulación más precisa de lo que a menudo describimos de manera más
general como identificación proyectiva (o como receptividad de rol o actuación
transferencia-contratransferencial) es que cada miembro de la díada pude tener una
propensión a percibir, evocar o percibir de forma errónea aspectos de la conducta verbal
y no verbal del otro de formas clínicamente significativas basadas en un combinación de
factores. En primer lugar, están las propias redes perdurables del paciente y el analista,
que se activan en condiciones concretas. En segundo lugar están las expresiones
conductuales de estas redes provocadas en el otro miembro de la díada que, a su vez,
son percibidas consciente e inconscientemente y por lo tanto alteran las redes activadas
actualmente. De este modo, en su forma displicente de discutir sus excesivos gastos, la
Srta. C puede haber adoptado el papel de un niño provocando la crítica parental y por
tanto haber observado correctamente las reacciones del analista como críticas. Al mismo
tiempo, puede haber estado representando el papel contrario, en el que ella veía al
analista como el ostentosamente rico y esencialmente le regañaba por su único
propósito de búsqueda de riqueza en su comentario sobre que no tenía que preocuparse
porque estaba pagando la factura a tiempo (implicando que esto era lo único que a él le
preocupaba de su forma de gastar). El tercer factor que influye en la forma en la que el
analista y el paciente pueden responderse es la nueva situación creada entre los dos
miembros de la situación analítica en un momento determinado: la intersección
intersubjetiva de múltiples redes intrasubjetivas.

De esta forma, la situación analítica en un momento dado refleja la influencia de la


subjetividad del paciente (consciente e inconsciente), la subjetividad del analista, la
influencia de los “tirones” del paciente sobre el comportamiento del analista, y viceversa,
y las complejas interacciones de estos procesos que a menudo describimos como
“intersubjetividad”. Una de las ventajas de la perspectiva ofrecida aquí es que se aparta
de conceptos sobreincluyentes que a menudo parecen explicaciones (por ejemplo, la
comunicación entre el inconsciente del paciente y el del analista), pero que a menudo
describen más que explican y nos dejan con la impresión de que estamos hablando de
un fenómeno singular cuando estamos hablando de una multiplicidad (Westen, en
prensa). La idea de dos inconscientes entablando una conversación es poética pero
mistifica un proceso que debe ser entendido para que paciente y terapeuta puedan llegar
a comprender con precisión qué aspectos de su experiencia inconsciente han servido de
condiciones de activación para qué aspectos concretos de la experiencia y la conducta
del otro. Sospechamos que esto es lo que mayoría de nosotros hacemos en la práctica -
intentar desenredar las complejas redes de significado y representación expresadas y
creadas en la situación terapéutica – pero una teoría más sistemática a este respecto
puede contribuir a una práctica más efectiva.

Dos temas persistentes: una reconsideración

Reconsiderar el concepto de transferencia en el contexto de los avances en la


neurociencia cognitiva tiene implicaciones para una serie de cuestiones y controversias
persistentes. Aquí tratamos dos: el concepto del anonimato analítico y la distinción entre
la transferencia y la alianza terapéutica.

Anonimato analítico

La teoría clásica suponía que el anonimato del analista permite que la transferencia se
despliegue y, por lo tanto, fue considerado una precondición para un análisis efectivo de
la transferencia. Cuanto más pudiera el analista retroceder al fondo de la escena, era el
argumento, más se desplazaría el mundo intrapsíquico del paciente hacia el analista y se
haría disponible para su examen. Sin embargo, esta perspectiva ha caído en desuso
hace tiempo, y el descarte del analista como pantalla en blanco ha sido bien
documentando (Renik, 1993). La subjetividad y las características personales del
analista no se pueden eliminar con una máscara de anonimato. También sabemos por
notas de Freud, además de los informes de sus analizandos, que Freud podía ser todo
menos anónimo en su práctica real (Lipton, 1977; Lohser y Newton, 1996). Ahora hay un
amplio consenso sobre el hecho de que analista es siempre un participante en la
interacción analítica, y de que la forma en la que el analista participa influye en las
transferencias del paciente (Gabbard, 1995; Hoffman, 1998; Mitchell, 1997; Racker,
1968; Sandler, 1976).

Por lo tanto, desde una perspectiva analítica, así como desde un punto de vista orientado
por los avances en la neurociencia cognitiva, toda interacción entre dos personas –
incluyendo todo gesto, mirada, todo acto de entonamiento o falta de éste que sea
percibido- tiene significado para el paciente en relación con su experiencia previa. Sin
embargo, el problema inherente en este reconocimiento era precisamente lo que
motivaba a los analistas de la época anterior a defender la noción de una transferencia
no contaminada. Si las transferencias del paciente reflejan en cierta medida
características del analista determinado o de la interacción paciente-analista, entonces,
¿cómo saber cuándo estamos haciendo algo útil con nuestros pacientes cuando
analizamos las transferencias? Si la experiencia que el paciente tiene del analista como
distante y no revelador, o intrusivo y controlador, refleja en gran medida la realidad de la
actitud que el analista está tomando (lo que seguramente es el caso en la mayoría de los
análisis), entonces, ¿hasta qué punto es la transferencia una ventana a las “patrones” de
transferencia importantes del paciente más que a la personalidad o disposiciones
técnicas del analista?

Aunque con frecuencia escribimos como si el material analítico en sí mismo guiara de


alguna manera el proceso analítico, un componente crucial de la técnica psicoanalítica
recae de hecho en el arte de seleccionar de entre los miles de puntos de entrada en una
sesión determinada el material que pueda ir a algún sitio, es decir, que tenga más
amplia relevancia en la vida del paciente. Un crítico podría apuntar que si la transferencia
es un reflejo parcial de características de la persona o la subjetividad del analista es
difícil justificar por qué tales reacciones transferenciales tendrían un lugar privilegiado
para la exploración, excepto quizá para proporcionarnos a aquellos de nosotros que
practicamos una técnica terapéutica diseñada para focalizar en la subjetividad de otra
persona de ocho a diez horas al día una forma de hablar de nosotros mismos, incluso
mediante el desplazamiento (una versión del cuestionamiento de la Srta. C a cualquier
interpretación de transferencia). El reconocimiento del impacto del analista en el material
analítico, particularmente en las transferencias, requiere que pensemos más
detenidamente en cómo distinguir los fenómenos de transferencia que son: (1)
importantes porque reflejan las formas de responder del paciente en tipos de relaciones
que en el pasado han sido problemáticas (por ejemplo, la expectativa de la Srta. C de
que las figuras parentales pueden no ser cariñosas ni estar orgullosas); (2) importantes
porque son esenciales para la capacidad y la disposición del paciente a hablar
libremente con el analista; o (3) sin importancia con relación a las otras cosas que
podrían ser el foco de la hora de consulta. Pensar en la transferencia de esta forma nos
desafía una vez más a pensar en el contexto de la transferencia.

Una perspectiva basada en los desarrollos de la neurociencia cognitiva puede ayudarnos


a desarrollar una comprensión más matizada de los límites al anonimato analítico y las
implicaciones de esos límites para el tratamiento. Desde el punto de vista del paciente,
el analista diverge de una posición neutral o anónima desde el momento en que los dos
empiezan a comprometerse en el análisis. En el nivel más básico, la gente de una cultura
comparte una serie de expectativas sobre la forma en que los demás responderán y se
comunicarán afectivamente con ellos, especialmente en una relación de ayuda. Los
patrones conversacionales asimétricos de un análisis o psicoterapia analítica constituyen
un alejamiento sustancial de los patrones de comunicación normal y serán interpretados
por el paciente –correctamente- como una violación de la convención social a menos que
el paciente tenga, o se le ofrezca, una comprensión de porqué el analista está adoptando
este patrón y cree que es útil (2). Cuanto más anónimo y reservado sea el analista, mayor
será la violación. En otras palabras, el intento de enmascarar las características
personales del analista puede representar una declaración muy efectiva para el paciente
sobre qué tipo de persona es el analista, cómo se enmarcará la relación entre ellos,
quién tiene la supremacía a la hora de definir la relación, y un grupo de significados de
otro tipo, algunos idiosincráticos y otros muy influidos por las normas culturales.

La posición supina posiblemente también active una serie de respuestas que no se


activarían tan pronto en otras condiciones. Quizá la forma menos examinada mediante la
cual la situación analítica estructura inherentemente las respuestas de los pacientes es
su evocación de material sexual. Para todas las combinaciones de género, el proceso
de tumbarse en presencia de otro seguramente crea asociaciones con la sexualidad, la
vulnerabilidad sexual y temas relacionados. Por supuesto, los pacientes pondrán su
propio sello a la forma de expresar estos temas, pero el hecho de que los sentimientos y
conflictos sexuales se evoquen con frecuencia en la relación analítica no está libre de la
influencia de la situación en sí misma.

Desde una perspectiva conexionista, el acto de presentarse al tratamiento evoca una


serie de deseos, miedos, afectos y construcciones cognitivas muy específicas,
incluyendo expectativas de ser ayudado, acerca de los médicos, acerca de confiar
material íntimo, de confiar material vergonzoso, etc. Todo contacto inicial que el paciente
tiene con el analista –el haber sido derivado a ese analista, el primer contacto telefónico,
la forma en la que el analista saluda al paciente en la sala de espera– se procesará a la
luz de estos deseos, miedos y expectativas. Características del analista como la edad, el
género, la apariencia, las formas, el dialecto, la vestimenta y los muebles de la consulta
activarán asociaciones conscientes e inconscientes. Estas características dominarán las
reacciones del paciente al principio del tratamiento porque son inicialmente más
sobresalientes que cualquier otra cosa referente a la relación analítica. No importa lo
anónimo y no intrusivo que el analista intente ser, éste no puede crear nada que se
asemeje a una “pantalla en blanco” para las proyecciones de transferencia del paciente
porque ninguna situación está libre de interpretación de la situación a la luz experiencias
previas.

Al principio del tratamiento, muchos pacientes sienten miedo o vergüenza. Esto influirá
sus asociaciones desde el principio, dado que los sentimientos tienden a activar
pensamientos y recuerdos relacionados afectivamente (véase Dalgleish y Power, 1999;
Power y Dalgleish, 1997). Estos sentimientos iniciales también influirán en las defensas
con las que el paciente se presenta, porque las defensas, como todas las respuestas
humanas, no son procesos invariables que surgen sin tener en cuenta la situación, pero
tienden a suscitarse diferencialmente dependiendo de variables como la fuerza del
afecto activado, el grado de amenaza y la naturaleza de los afectos implicados (Westen,
1985,1994,1997). En la medida en que el analista ayude a los pacientes a sentirse
cómodos y seguros, aquél influirá no sólo en la forma del paciente de experimentar y
relacionarse con el analista, y su facilidad al asociar, sino también en el contenido de las
asociaciones.

Muy tempranamente en el tratamiento, el analista se comporta de modos que limitan la


naturaleza de las transferencias del paciente. El analista no se comporta como un amigo,
un hermano, un subordinado, un extraño o un camarero. Más bien establece
inmediatamente, intencionalmente o no, una relación de autoridad: al establecer un
marco de tratamiento, sugerir ciertas formas de proceder, e imponer implícita o
explícitamente determinadas expectativas sobre el paciente. Esta relación de autoridad
posiblemente active representaciones parentales no sólo porque las relaciones
parentales son las primeras y más fundamentales relaciones de autoridad que la gente
experimenta sino, también, porque el analista implícita o explícitamente establece que no
es una relación mutua sino dedicada al bienestar del paciente.

Cognitivamente, el psicoanálisis está organizado inherentemente de tal forma que dos


relaciones con un papel determinado dominen el campo analítico: relaciones de
autoridad y relaciones de amor íntimas. Las razones de la activación de redes que
implican relaciones de autoridad acaban de ser descritas. Hay dos características de la
situación analítica que tienden a activar redes relacionadas con las relaciones amorosas.
La primera es que los pacientes intiman con sus analistas muy rápidamente de una
forma que no es normal excepto con sus confidentes más cercanos. Su nivel de
autorrevelación, desde el principio del tratamiento, activa sentimientos de cercanía y
vulnerabilidad que nunca experimentan con nadie excepto con amigos íntimos o
amantes. Para una persona sin relaciones terapéuticas anteriores, los únicos prototipos
a los que asimilar esta clase de autorrevelación íntima son las relaciones íntimas (de
hecho, nuestros pacientes comentan con frecuencia la naturaleza anómala de una
relación que se parece tanto a una relación íntima pero es al mismo tiempo una relación
profesional por la que están pagando un dinero). La segunda razón es que el analista
anima al paciente a discutir la relación. Esto raramente ocurre, si alguna vez tiene lugar,
fuera de las relaciones muy íntimas. Si el paciente se siente comprendido, esto
intensificará la intimidad de la relación y por lo tanto la activación de deseos, temores,
pensamientos, sentimientos y comportamientos experimentados normalmente sólo con
los íntimos. (Y en la medida en que el paciente asocia amor, intimidad y lujuria, el
paciente puede desarrollar sentimientos eróticos hacia el analista).

De estas observaciones se deriva una implicación técnica significativa. Posiblemente


muchos, si no todos, de los patrones relacionales importantes se muestran de alguna
forma en el curso de un tratamiento a largo plazo. Freud (1917) apuntó que los conflictos
primarios del paciente no son siempre expresados como conflictos de transferencia,
comentando que “un campo de batalla no tiene por qué coincidir con uno de los
correspondientes a las fortalezas del enemigo. La defensa de una capital enemiga no
tiene por qué tener lugar delante de sus puertas” (pág. 456). Aquellos temas conflictivos
que no surgen en la relación del tratamiento tendrán que ser descubiertos en las
narraciones que los pacientes cuentan sobre sucesos interpersonales significativos y
requerirán métodos de trabajo diferentes a los que se puedan experimentar directamente
en la sala de consulta (Gabbard y Westen, 2001). La mayoría de los aspectos de la
patología del paciente son posiblemente híbridos desde un punto de vista técnico, que
muestran derivados en la relación terapéutica pero que no se pueden entender o trabajar
mediante interacciones transferenciales. Tales aspectos incluyen conflictos sexuales,
reacciones fóbicas, ansiedad por hablar en un grupo y aspectos competitivos con los
compañeros de trabajo.

Es más, la mayoría de los temas relacionales (conflictos con figuras autoritarias,


inhibiciones en las relaciones íntimas, etc.) que surgen en la relación terapéutica lo harán
sólo de forma limitada –con una “forma” particular– porque el analista es sólo una
persona entre muchas, y la situación analítica activa sólo una constelación limitada de
redes relacionalmente relevantes. Por ejemplo, las necesidades del analista, a diferencia
de las necesidades de los participantes en relaciones más simétricas, son (o deberían
ser) muy secundarias. De este modo, la mayoría de los temas que tienen componentes
interpersonales sustanciales se apoyarán en la triangulación de la información provista
por la conducta del paciente, por las narrativas, y por las formas de facilitar el cambio
tanto dentro como afuera de la relación terapéutica.

Si prescindimos de la noción del anonimato analítico como la condición primaria para la


activación de la transferencia, ¿significa esto que ”todo vale” en la forma en que el
analista se comporte hacia el paciente (porque todo lo que el analista hace provocará
alguna reacción, que probablemente afecte a alguna dinámica interesante o a una
constelación de relación de objeto)? Como alguien dijo una vez, sólo porque no
podamos crear un entorno completamente aséptico no significa que debamos realizar
cirugía en una alcantarilla. Es cognitivamente imposible crear un entorno que permita al
paciente explorar todas las dinámicas importantes en la relación transferencial. En
realidad, algunos aspectos de la postura del analista que facilitan transferencias útiles
para explorar restringirán inherentemente el despertar de otras. La amabilidad hacia
paciente hará que sea difícil odiar al analista, del mismo modo que una postura percibida
por el paciente como fría o distante, sin importar cómo de “neutral” sea en la mente del
analista, puede inhibir la internalización de sentimientos hacia el self que son esenciales
para el tratamiento de ciertos pacientes.

De modo que si el anonimato es cognitivamente imposible, ¿cuál es la actitud


terapéutica ”óptima” para el trabajo psicoanalítico? Un prototipo de una actitud (o, con
más precisión, una serie de actitudes) terapéutica útil requiere una teoría coherente de
acción terapéutica pero, como mínimo, nuestro objetivo en el tratamiento es crear una
atmósfera que facilite la exploración en presencia de otra persona íntima. Como sugiere
Sandler (1987), crear una atmósfera así requiere un sentimiento de seguridad por parte
del paciente. En la medida en que el analista pueda alentar la exploración en un contexto
de seguridad, el paciente probablemente se implique profundamente tanto en el proceso
como con el analista y, por lo tanto, traiga muchos patrones relacionales importantes en
contenido y proceso a la sala de consulta, particularmente los que impliquen amor, odio,
frustración, lujuria y autoridad; precisamente las dinámicas que tienden a dar a la gente
más problemas en la vida y que por lo tanto requieren atención terapéutica.

Merece la pena resaltar dos aspectos de esta perspectiva sobre la involucración


analítica. En primer lugar, sugiere que lo ideal es no comportarse de la misma forma con
todos los pacientes sino hacerlo de una forma tal que involucre al máximo a un paciente
determinado en un momento concreto. Desde esta perspectiva, una postura analítica útil
no está guiada principalmente por un prototipo de cómo el analista debería comportarse
(anónimo, amable, etc.), sino de cómo la diada analista-paciente puede crear un proceso
terapéutico útil. Tal actitud debe ser necesariamente autocorregida continuamente,
basándose en la comprensión implícita y explícita del analista de lo que el paciente
experimente como empático y tolerable emocionalmente, y de qué considere el analista
que facilitará el cambio. Este prototipo de cómo debería ser la involucración analítica útil
estará influida sustancialmente por “reglas de involucración” implícitas y explícitas –
creencias sobre la forma en la que el analista tendrá más probabilidades de involucrar a
los pacientes en un proceso analítico útil, y conocimiento procedimental sobre cómo
hacerlo. Sin embargo, desde este punto de vista, un analista que se comporta
esencialmente de la misma forma con todos los pacientes está forzando al paciente a
adaptarse a un guión que especifica el papel del analista y requiere que el paciente se
autocorrija para complementar este papel.

En segundo lugar, de la misma forma que los pacientes provocan sentimientos, fantasías
y actuaciones sutiles en sus analistas, como hemos visto, la presencia del analista
provocará inherentemente ciertas dinámicas e inhibirá otras. La actitud del analista es
terapéuticamente útil si permite que los asuntos del paciente dominen el campo
interpersonal. Esto no sucederá si el paciente no se siente seguro y no percibe
preocupación, competencia y esperanza en el analista, pero tampoco ocurrirá si la
propia dinámica del analista sirve como estímulo primario para las transferencias más
importantes del paciente. Aunque cualquier consideración amplia sobre la
contratransferencia excede el alcance formal de este artículo, la ampliación del concepto
en los últimos años ha suscitado la pregunta de cómo distinguir cuáles podrían
denominarse reacciones contratransferenciales “no objetables” y cuáles “objetables”. Las
primeras facilitan el proceso manteniendo la atención en las dinámicas del paciente
(incluyendo dinámicas que arrastran al analista a actuaciones que puedan entonces
entenderse y que no excluyan la posibilidad de un trabajo analítico posterior). Las
segundas impiden que el paciente traiga dinámicas importantes en actos o palabras a la
sesión de tratamiento. En este sentido, podemos distinguir reacciones de
contratransferencia “medianamente esperables” hacia el material del paciente –tales
como la empatía hacia las experiencias dolorosas, orgullo por los logros del paciente,
placer al ver cambiar al paciente, molestia por las sesiones perdidas o demandas
incómodas que requieren tensas confrontaciones, excitación ante el material sexual y
receptividad al rol que conduce al analista al tipo de actuaciones de las que la mayoría
de los analistas caerían presa con un paciente en concreto–de otras contratransferencias
idiosincráticas que llevan la huella de la dinámica del analista. En la medida en que la
forma del análisis refleje con demasiada fuerza las propias dinámicas y marcos
interpretativos del analista –incluyendo metáforas y modelos teóricos preferidos–
podemos decir que el analista no está estableciendo un buen proceso analítico.

La transferencia y la alianza terapéutica

Estas consideraciones tienen una influencia directa en el largo debate concerniente a la


utilidad del concepto de la alianza terapéutica. Zetzel (1956) y Greenson (1967)
consideraban la alianza una relación entre doctor y paciente relativamente libre de
conflictos, colaborativa y no neurótica. Brenner (1979) por el contrario criticó esta visión
señalando que lo que se considera como la alianza puede en realidad reducirse a una
variedad de transferencia. Stein (1981) sugirió que incluso lo que Freud (1912)
denominaba la “transferencia positiva no objetable” puede encubrir una variedad de
resistencias que acechan tras una máscara de conformidad. Desde una perspectiva
orientada por la ciencia cognitiva, estas distinciones entre formas transferenciales y otras
formas de relación terapéutica se convierten, creemos, en más fluidas y menos
enfrentadas.

Cuando los pacientes entran en la consulta de un médico, ya sea un médico


psicoanalista o un podólogo, tienen ciertas respuestas cognitivas, afectivas y
motivacionales para la situación construidas culturalmente, además de reacciones más
idiosincráticas. Los pacientes normalmente esperan que se les ayude, esperan que el
médico tenga una experiencia relevante, posiblemente tengan miedo de su enfermedad
y del grado de dolor que la curación va a producir, etc. Sus representaciones de la
situación están principalmente moldeadas por su experiencia anterior con los médicos
pero también, hasta cierto punto, con la gente en general, con miembros del mismo
género que el médico, con gente de la edad aproximada del médico, con figuras de
autoridad provistas de poder mágico, con figuras parentales, etc. Estas asociaciones se
activan todas automáticamente y en paralelo.

Desde esta perspectiva, por lo tanto, precisamente los mismos mecanismos cuentan
tanto para las formas adecuadas al rol con que los pacientes responden al marco del
tratamiento como con las formas en que ellos responden que son transferencialmente
significativas. Toda respuesta al analista y a la situación analítica refleja procesos
asociativos y procesos de satisfacción de las restricciones paralelas. Lo que diferencia
la “transferencia” y la “alianza terapéutica” es que la primera nos llama la atención –y
debería hacerlo– porque es anómala, idiosincrática y nos dice algo más significativo que
el hecho de que el paciente ha visitado médicos antes o visto películas que reflejan
interacciones psicoterapéuticas o psicoanalíticas. Dicho de otra manera, lo que difiere
entre ambas es la medida en que las asociaciones del paciente están culturalmente
moldeadas y por lo tanto culturalmente compartidas, o están más organizadas
idiosincráticamente y por lo tanto se convierten en figura más que en campo.

No estamos sugiriendo que algún aspecto de la relación con el analista sea exento del
escrutinio analítico. Como señaló Stein (1981), es probable que lo que aparece como
“relación real” sea complejo y sobredeterminado. Lo que estamos sugiriendo es que el
paciente está respondiendo en el tratamiento en todo momento a la presencia de otra
persona en concreto, y que el papel del analista en la activación de las respuestas del
paciente, y en llevarlas a un punto de atención compartido en un momento dado, es
sustancial. Podríamos llamar la atención en cualquier momento sobre lo que está
ocurriendo en la relación analítica de principio a fin, del mismo modo que podríamos
llamar la atención cada vez que el paciente usa una preposición, pero eso no sería útil.
Siempre ha estado implícito en nuestra comprensión clínica de la transferencia la visión
de que es posible que algunas de las respuestas del paciente a algunos aspectos de la
relación de tratamiento en una sesión determinada guarden relación con algunos
aspectos de la forma en la que el paciente se relaciona con otros, se defiende, etcétera,
y que estas relaciones son problemáticas o tienen algún tipo de consecuencia. Cuando
sentimos la presencia de una reacción de transferencia que puede ser significativa
clínicamente, nuestro objetivo debería ser definir con exactitud qué características de la
historia del paciente, de la situación terapéutica, de la experiencia vital actual del
paciente, de la conducta o el comportamiento del analista, etc., están vinculadas
asociativamente a la manera en la que el paciente está respondiendo.

Comentarios finales

Esta breve descripción apunta a una serie de conclusiones. La transferencia no es una


unidad monolítica. Los datos de la observación clínica y de la neurociencia cognitiva
sugieren que haríamos mejor en hablar de transferencias que de una neurosis de
transferencia unitaria, y que podemos ser más precisos cuando describimos la forma en
que las transferencias pueden “profundizarse” en el curso de un análisis. Quizás en este
sentido la teoría necesita ponerse al día con la práctica clínica, donde es más probable
que reconozcamos y exploremos los componentes específicos de estas transferencias y
las condiciones que las provocan. Sólo sabiendo sus condiciones de activación
podemos entender lo que en realidad significan y si son dinámicamente destacables,
merecedoras de atención, que se generalizan en importantes tipos de relaciones o
situaciones.

El psicoanálisis no termina cuando el paciente “resuelve la transferencia”, porque las


reacciones de transferencia son múltiples, continuas, en continuo cambio y
omnipresentes. Ni tenemos razones para suponer que las dinámicas más importantes
del paciente se presentarán invariablemente “en la transferencia”, ni tampoco las
tenemos para asumir que cualquier cosa que se presente “en la transferencia” tenga
probablemente valor terapéutico. Sin embargo, es posible que las reacciones
transferenciales arrojen bastante luz sobre importantes configuraciones relacionales,
defensas y conflictos, porque la situación analítica activa inherentemente ciertos tipos de
paradigmas de relación (como los relacionados con la autoridad, la conexión y la
intimidad) y porque las reacciones transferenciales suceden en la sala de consulta y, por
lo tanto, dan al paciente y al analista acceso a formas de respuesta del paciente a los
otros significativos que de otra manera podrían permanecer opacas.

La noción de la pantalla en blanco o del analista anónimo deberían dejarse a un lado.


Mientras que la circunspección y la reflexión tranquila siguen siendo parte de la técnica
analítica válida, debemos dejar de abusar de la noción de que podemos comportarnos
de tal forma que evitemos “contaminar” la transferencia. En sí misma, la situación
analítica provoca ciertas transferencias, como lo hacen ciertas características del
analista que activan inherentemente algunas representaciones e inhiben otras. En este
sentido, los desarrollos en la neurociencia cognitiva proporcionan apoyo a la noción
constructivista de que el analista ejerce una influencia continua sobre la transferencia del
paciente. Otros conceptos, tales como la identificación proyectiva, se pueden
perfeccionar uniendo la riqueza de la observación clínica con la actitud sistemática de
desentrañar mecanismos que característica de las aproximaciones empíricas a la mente.

Finalmente, la transferencia no es simplemente una defensa o un desplazamiento de


energía libidinal hacia el analista, como Freud propuso en diferentes ocasiones en su
intento de dar cuenta de lo que estaba viendo clínicamente. Tampoco es simplemente la
activación de una vieja representación en estado de espera. Es más, la transferencia no
es para nada sobre transferir; trata sobre la continua construcción y reconstrucción de
pensamientos, sentimientos, deseos, temores, patrones de relación y formas de regular
el afecto en el contexto de nuevas experiencias de relaciones que sólo se pueden
entender en el contexto de las viejas. Los procesos transferenciales siempre reflejan una
integración de la experiencia presente y pasada, del mismo modo que los patrones de
activación que resultan de las experiencias actuales de la vida, dentro y fuera de la
consulta, interactúan con formas estables de responder en circunstancias concretas para
llevar al paciente a comportarse de una forma determinada –y para provocar ciertas
formas de comportamiento en el analista– en la situación profundamente íntima y
cargada de autoridad que constituyen las formas psicoanalíticas del tratamiento.

Notas de los autores

(1) Gran parte de este material es una actualización y elaboración del modelo de componentes de
transferencia sugerido por Westen (1988).

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(2) Una falla en responder de formas convencionalmente empáticas o receptivas a las desgracias o las
tragedias en la vida del paciente sería del mismo modo interpretada por un paciente relativamente sano
como una falta de empatía, sin tener en cuenta lo que el analista tenga en mente. Si una persona, analista
o no, respondiera a una frase como “Mi padre acaba de morir” con el silencio o “¿Qué le viene a la mente
sobre eso?” el paciente haría atribuciones sobre el comportamiento del analista que no tienen nada que ver
con respuestas previas de figuras parentales; una falla en responder de cierta forma se interpreta
automáticamente basándose en un conocimiento esquemático o predeterminado de lo que es un
comportamiento social apropiado. Los datos sociales-psicológicos que muestran dos etapas en el
procesamiento de la información cuando la gente hace atribuciones –una reacción inicial automática e
inconsciente y una reacción posterior más reflexiva (véase Gilbert, 1989)– sugieren que la atribución inicial
de falta de empatía tendría lugar independientemente de lo bueno que fuera el individuo como paciente
analítico, y afectaría a la relación terapéutica durante un período de tiempo considerable, fueran el paciente
o el analista conscientes de ello o no.

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Notas de la Redacción de “Aperturas Psicoanalíticas”

A- “Selfobject” ha sido traducido como “objetoself” y no como objeto del self pues corresponde al uso que
Kohut empezó a hacer en un momento dado, uniendo ambas palabras, para indicar que el self siente al
objeto como una extensión de sí mismo, empleándolo para sus necesidades sin verlo como exterior e
independiente de sí.

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B- "Conexionismo". Término introducido por J. Feldman para referirse a un modo de computación que
enfatiza el patrón de conexiones en una red de elementos.

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C- Cuando varias unidades funcionan simultáneamente, en paralelo, influenciándose entre sí, cada una de
ellas establece una restricción a las posibilidades de funcionamiento de las otras y, por tanto, al conjunto
de todas. El estado que se alcanza en un momento dado es el que satisface al mayor número de
unidades del sistema, o sea, al conjunto de restricciones que imponen a las demás. La expresión
“satisfacción de las restricciones paralelas” indica, precisamente, que se alcanza un estado en que se han
satisfecho las restricciones que las unidades del sistema funcionando simultáneamente –en paralelo- van
imponiéndose. Ejemplo: alguien, ante una observación por parte de otra persona que le señala una mejor
forma de hacer una tarea, si se trata de un paciente narcisista este sistema motivacional “restringe“ las
codificaciones posibles a una en que la observación es vivida como crítica humillante. Si, a su vez, su
forma de reaccionar frente al sufrimiento narcisista fuera la agresividad –podría ser otra, la retracción y la
huida- esta modalidad “restringe” su tipo de respuesta de modo que ésta sea de tipo agresivo. Y si,
simultáneamente, se trata de una personalidad fóbica, con temor a la venganza del otro, este rasgo
caracterológico “restringirá” su respuesta posible con la finalidad de no ofrecer blanco al otro. Su
psiquismo puede encontrar, como forma de “satisfacción” de los distintos sistemas que imponen
restricciones, el responder mediante una agresión encubierta, de modo que se “satisface” el sistema
narcisista, el sistema agresivo, y el sistema fóbico. De esta manera, una determinada conducta puede ser
el resultado que satisfaga a distintos sistemas motivacionales que están simultáneamente en juego.

Para una ampliación del tema, ver especialmente McLeod, P., Plunkett, K., Rolls, E.T. (1998) Introduction
to Connectionist Modelling of Cognitive Processes. New York: Oxford University Press, p. 45. También: 1)
Churchland, P.S., Sejnowski, T.J. (1996). The Computational Brain. Cambridge, MA: Bradford; 2) Parks,
R.W., Levine, D.S., Long, D.L. (eds.) (1998). Fundamentals of Neural Network Modeling. Neuropsychology
and cognitive neuroscience. Cambridge, MA: Bradford; 3) Glick, M.A., Myers, C.E. (2001) Gateway to
Memory. An introduction to neural network modeling of the hippocampus and learning. Cambridge, MA:
Bradford.

Volver al texto
D- “Self-with-mother” ha sido traducido como “self-con-madre”, con el mismo sentido que se indica en la
nota A respeto a “objetoself”.

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E- “Atractor”, en teoría de los sistemas no lineales, es el punto que “atrae” hacia sí una serie de
condiciones que vuelven, una y otra vez, a ese punto. En el artículo es utilizado en el sentido de punto de
fijación.

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