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“Developments in cognitive neuroscience: II. Implications for theories of transference” fue publicado
originariamente en el Journal of American Psychoanalytic Association, vol. 50, No. 1, p. 99-133. Traducido
y publicado con autorización del Journal of the American Psychoanalytic Association.
Conceptos de transferencia
Freud también luchó con la cuestión de en qué medida la transferencia refleja lo viejo y lo
nuevo. En su trabajo clásico sobre el amor de la transferencia, Freud (1915) negó en un
momento dado que el amor de la transferencia esté relacionado con ningún aspecto de
la situación actual de la relación, afirmando que está “enteramente compuesto de
repeticiones y copias de reacciones anteriores...” (p.167). Sin embargo, sólo dos años
después describió la transferencia como algo que implica “nuevas ediciones de los
viejos conflictos” (1917, p.454), sugiriendo algún tipo de compleja amalgama de
representaciones viejas y nuevas.
Diversos enfoques recientes (véase por ejemplo Renik, 1993) focalizan las actuaciones
transferenciales y la matriz transferencia-contratransferencia tanto como un reflejo de la
dinámica del paciente como una oportunidad de reelaborarlas. El concepto de Sandler
de la respuesta de rol (1976) y el concepto de Wachtel de la psicodinámica cíclica
(1997), mediante los cuales los pacientes pueden producir lo que temen, apuntan al
papel de las actuaciones contratransferenciales en el diagnóstico y tratamiento de la
dinámica nuclear. Psicoanalistas norteamericanos como Jacobs (1993), McLaughlin
(1991), Chused (1991) y Gabbard (1995) sugieren que los pacientes actualizan un
escenario interno dentro de la relación analítica que da como resultado que el analista
sea arrastrado a jugar un papel creado por el mundo interno del paciente.
Solicitamos indulgencia al lector por haber presentado una visión tan condensada del
pensamiento contemporáneo sobre la transferencia pero esperamos que esta revisión
aclare algunos de los temas más importantes que pueden ser reexaminados
fructíferamente a la luz de convergencias recientes, poco tratadas hasta ahora, entre el
psicoanálisis y la neurociencia cognitiva. (Para otros esfuerzos en integrar las teorías
cognitivas con el concepto de transferencia, véase Horowitz, 1988; Levin, 1997; Singer,
1985; Wachtel, 1981; Westen, 1988.) Sin embargo, antes de acometer tal estudio,
presentaremos un resumen aún más breve de algunas proposiciones básicas de una
perspectiva integrada de la cognición que puede tener relevancia para las teorías de
transferencia. (Para una exposición más detallada, véase nuestro “Desarrollos en la
Neurociencia Cognitiva. I” que precede inmediatamente a este artículo, en el mismo
número del Journal of Psychoanalytic Association).
Las siguientes consideraciones son básicas para esta perspectiva: (1) La mayoría de las
representaciones son multimodales, consistentes en constelaciones de componentes
asociados semánticos, sensoriales y emocionales con conexiones con un amplio
repertorio de otras constelaciones semejantes. (2) Las representaciones existen como
potenciales para la activación, es decir, como tendencias a la activación que pueden ser
más o menos fuertes en un momento dado. Así, una representación del self es una forma
potencial de ver el self que será modelado continuamente por una combinación de
representaciones activas de forma crónica (formas por las cuales la persona se ve a sí
misma) y cambios momentáneos en la situación, en otras redes asociativas activadas
etc. (3) Las redes pueden incluir conocimiento genérico (hechos), conocimiento
episódico (recuerdo de sucesos específicos), conocimiento procedimental
(conocimiento del “cómo” o habilidades), afectos y motivos. La activación de una red
puede así provocar una serie de procesos cognitivos y afectivos, algunos de los cuales
son conscientes, aunque la mayoría son inconscientes. (4) Los procedimientos
inconscientes para regular el afecto –es decir, las defensas- son posiblemente activados
por fuera de la conciencia junto con los motivos y los afectos, de tal forma que puede que
la persona nunca se dé cuenta de la activación del afecto, el motivo o la defensa. En qué
medida los conflictos son activados y por lo tanto requieren regulación o construcción de
soluciones de compromiso depende del balance de las representaciones, los afectos,
los motivos y los procesos defensivos activos en ese momento y su relativa fuerza de
activación. (5) Las representaciones conscientes son sólo un subconjunto de
representaciones. La conciencia, un sistema de procesamiento serial, superimpuesto
sobre un sistema de procesamiento paralelo, parece haber evolucionado para permitir a
los humanos (y a otros animales que tienen elementos de conciencia humana) guardar y
mantener cierto control flexible sobre su pensamiento, comportamiento y memoria. Si el
material alcanza o no la conciencia refleja algún tipo de combinación de: (a) su nivel de
activación cognitiva, (b) la atención afectiva a la información que es emocionalmente
significativa y relevante para los motivos o fines activados conscientes e inconscientes;
(c) la inhibición afectiva de ideas, sentimientos y motivos desagradables y (d) la
excitación afectiva de las agradables.
De particular relevancia para dar cuenta de una manera integrada el tipo de experiencias
ricas y cargadas de afectividad que constituyen gran parte del material de las horas
analíticas son los modelos conexionistas (B). Estos modelos enfatizan lo siguiente: (1)
Las representaciones usadas para percibir, recordar, categorizar y pensar surgen a
través de la acción paralela de múltiples unidades de procesamiento, cada una de las
cuales atiende a una pequeña parte de la representación. (2) Las representaciones se
distribuyen por una red de unidades neuronales cuya activación simultánea constituye la
representación. (3) El conocimiento yace en las conexiones entre los nodos en una red.
Estos nodos, que son análogos a las neuronas, pueden inhibirse o excitarse los unos a
los otros, dependiendo de su asociación anterior (es decir, la medida en que hayan
ocurrido a la vez o se hayan inhibido mutuamente). (4) Un nodo en una red es como una
hipótesis. Puede estar “encendido” o “apagado”, señalando si alguna parte de la
representación parece adaptarse a la entrada sensorial actual, encaja con otros detalles
de un recuerdo de un encuentro, o parece útil como una solución potencial para un
problema. (5) El pensamiento y la memoria implican procesos de satisfacción de las
restricciones paralelas (C), en los que el cerebro procesa simultánea e
inconscientemente múltiples características de un estímulo o situación para llegar a una
óptima, si no perfecta, solución para un problema (ya sea ese problema tan “simple”
como categorizar una expresión como una sonrisa de alegría o una sonrisita de
complicidad o desdén, o tan compleja como decidir si un paciente es apropiado para el
psicoanálisis).
Aquí apuntamos al modo en que una visión orientada por la neurociencia cognitiva puede
enriquecer y aclarar esta posición. Usaremos el ejemplo de la Srta. C, una paciente en
análisis, no porque sus dinámicas de transferencia sean extraordinarias sino,
precisamente porque están bien dentro del campo de lo que la mayoría de nosotros
vemos normalmente y, por lo tanto, puede ilustrar una serie de puntos que intentamos
señalar, y mostrar cómo el concepto de transferencia tal y como se describe aquí puede
abarcar un abanico de procesos que a menudo han hecho surgir teorías de la
transferencia distintas y contradictorias. Empezaremos describiendo el trabajo clínico y,
a continuación, examinaremos cómo se puede entender el material usando un concepto
de transferencia multifacético e integrador.
La Srta. C era una mujer soltera de treinta años que trabajaba como administrativa de
alto nivel en una institución gubernamental. Empezó el psicoanálisis con una frecuencia
de cuatro sesiones a la semana porque se sentía profundamente preocupada en los
temas de tener éxito en el trabajo y de establecer relaciones de intimidad con los
hombres. Durante las primeras semanas, la Srta. C a menudo mostraba oposicionismo.
Dijo a su analista que no haría libre asociación. Cuando el analista intentaba sintonizar
con sus ansiedades respecto a decir lo que le viniera a la cabeza, ella señalaba las
inexactitudes de éste. Por ejemplo, el analista dijo: “ si la estoy entendiendo bien, está
preocupada de que si dice lo que tiene en la cabeza yo la criticaré.” La Srta. C
respondió: “No, no exactamente. Es más bien que usted discreparía”. En este punto el
analista barajó una serie de hipótesis clínicas: que su postura reticente expresaba miedo
a mirar dentro de ella misma, miedo a que la avergonzaran, miedo a ser malinterpretada,
miedo a ser controlada; o una actitud característica de oposición en la relación de objeto
que reflejaba la internalización de una actitud parental hacia ella o una forma de
responder a las demandas o la crítica parental; o una actitud hacia los hombres; o una
actitud hacia las figuras de autoridad; o una actitud hacia las figuras de autoridad
masculinas; o alguna combinación de éstas.
Tras varios meses de examinar sus ansiedades ante el abrirse al analista, la Srta. C
empezó a expresar la preocupación de que su analista “la dominaría” si realmente le
dijera lo que estaba sufriendo en su interior. El analista la invitó a reflexionar acerca de
dónde procedía ese pensamiento. La paciente describió cómo su madre se volvía
intrusiva cuando ella se hacía vulnerable al revelarle sus miedos, lo que le hacía sentirse
avergonzada y humillada. Continuó diciendo, “Mi madre se veía a sí misma en mí y
pensaba que debíamos ser imágenes exactas y tener exactamente las mismas
ansiedades. Se enfadaba a la más mínima señal de diferencia.” Era incluso peor cuando
la Srta. C intentaba compartir sus sueños sobre la vida con su madre. Recordó
conmovida un incidente en que dijo a su madre que le encantaría ser astrónomo. Su
madre se rió con mofa de su sueño y replicó, “La única razón por la que alguien querría
ser astrónomo es para presumir.” Su madre era una mujer inteligente que se había
contenido toda su vida dejando de alcanzar metas en su carrera y se consumía de
envidia cuando su hija tenía sus propias aspiraciones.
Tras un prolongado silencio, el analista se preguntó qué había dicho que hiciera a la Srta.
C cerrarse en banda. Ella dijo con una voz emotiva, “es usted como mi madre. Intenta
relacionarlo todo consigo mismo. No estaba hablando de usted. Mi madre siempre hacía
eso. Pensaba que todo lo que yo o cualquier otra persona hacíamos estaba
directamente relacionado con ella. Incluso cuando John Glenn salió al espacio con
setenta años, dijo que estaba intentando humillarla, como si ella debiera estar haciendo
algo más con su vida que disfrutar de su jubilación. ¿No entiende que no todo lo que
hago está relacionado con usted?”
Sin embargo, el miedo era peor que estar simplemente avergonzada. La representación
consciente de su madre –y su experiencia inconsciente del analista- era la de que éstos
eran personas amenazadas por su éxito. Sus aspiraciones profesionales provocaban
una envidia furiosa en su madre, y compartir sus fantasías con el analista podrían
despertar los mismos ataques de envidia en él que había experimentado con su madre.
Conforme se profundizó en el análisis, en un momento dado entró en contacto con una
preocupación relacionada: que su éxito destruyera a su madre. Reaccionaba hacia el
analista como si él también pudiera sentirse muy herido al enterarse del éxito que ella
tenía en su trabajo. A menudo pensaba en dejar el trabajo para el gobierno y buscarlo en
el sector privado, más lucrativo, pero estaba convencida de que el analista estaría en
desacuerdo y se sentiría herido como su madre. La exploración de sus sentimientos
hacia el analista condujo hacia una representación inconsciente de su madre no sólo
como envidiosa y destructiva, sino, también, como frágil.
¿Qué quiere decir que la paciente experimentó una serie diferente de representaciones,
miedos, deseos y conflictos a medida que se profundizaba en la relación? Creemos que
estaban en funcionamiento dos procesos, los cuales están normalmente presentes
cuando hablamos de una “profundización” de la transferencia. En primer lugar, una mayor
intimidad y dependencia marcaron su relación con el analista, activando redes que no
habrían entrado en juego en una relación más superficial -como no lo habían hecho en la
relación analítica durante un período anterior en el tratamiento– porque las características
del prototipo (la representación de self-con-madre(D)) no habían alcanzado un estado
suficientemente elevado de activación inconsciente. Así, los paradigmas relacionales
que los pacientes pueden expresar inicialmente en el tratamiento psicoanalítico son
normalmente muy diferentes a las transferencias más específicas, variadas y complejas
que se ponen de manifiesto a medida que el proceso se intensifica, particularmente si el
paciente forma una relación de apego con el analista (Gabbard, 2001). En segundo
lugar, la exploración explícita y declarativa de los significados de los sentimientos y
recuerdos de la Srta. C hacia su madre llevaban a un “andamiaje” cognitivo para sus
experiencias –un esquema de una narrativa coherente que la ayudaba a que tuviera
sentido quién era con respecto a su madre, su analista y otros–, y a una activación más
profunda de los recuerdos, pensamientos y sentimientos relacionados, porque las
representaciones conscientes extendían la activación a redes inconscientes
relacionadas.
Como sugiere la discusión hasta aquí, aparte de los aspectos defensivos de su reacción
transferencial, desde una perspectiva cognitiva (es decir, considerando cómo los
pensamientos, los sentimientos o los comportamientos pueden surgir sin tener en cuenta
su “tirón” afectivo–emocional), era probable que la Srta. C percibiera a cualquiera que se
intentara acercar a ella y meterse en su mente como un intruso amenazador que quería
“aguarle la fiesta” y sentir esto cuanto más se profundizaba en la relación (y por lo tanto
se activaban redes bien entrelazadas cargadas de afecto). No tenía el pensamiento de
que alguien en un papel de tipo parental pudiera genuinamente regocijarse con su éxito.
Cuando esa experiencia había ocurrido alguna vez en su vida, se había mostrado muy
escéptica y había supuesto que la otra persona la estaba engañando.
Esta falla en reconocer un tipo de reacción diferente por parte de otro significativo, refleja
probablemente una interacción de procesos dinámicos (afectivo–motivacionales),
cognitivos e interpersonales, como ocurre con muchos fenómenos que requieren acción
terapéutica y que se entienden normalmente desde uno u otro de estos puntos de vista.
Distinguir estos puntos de vista puede ayudarnos a aclarar conceptos como la noción de
los sentimientos, las representaciones o identificaciones que son proyectadas “dentro”
del analista.
Desde un punto de vista cognitivo, la experiencia reiterada con su madre era que el éxito
llevaba al sufrimiento, así es que tenía buenas razones para creer eso y pocas razones
para creer lo contrario. Esta regularidad en su experiencia fue codificada en redes
asociativas forjadas en la infancia y reforzadas en la experiencia posterior. En otras
palabras, una representación de una figura parental rechazante, narcisísticamente
amenazante, era un estado atractor –un camino neurológico bien asentado fácilmente
activado en circunstancias similares– para el que ella no tenía una alternativa
frecuentemente activada (E).
Aparte de las transferencias maternales que hemos descrito, el hecho de que el analista
fuera varón y estuviera relativamente tranquilo mientras intentaba despertar sus
asociaciones parecía predisponer la activación de las representaciones de su padre. Al
contrario que su madre, el padre era percibido como pasivo y no intrusivo hasta el punto
de la indiferencia. Las acciones del analista activaban involuntariamente
representaciones parentales, llevando a la fantasía de que el analista estaba aburrido y
soñaba despierto.
Desde un punto de vista conexionista, igual que desde un punto de vista psicoanalítico, la
activación simultánea de representaciones maternales y paternales no significa que se
“anulen entre sí”. En algún caso los dos grupos de representaciones pueden inhibirse
mutuamente, particularmente en la percepción consciente. Sin embargo, en otros casos,
pueden activar respuestas específicas que conducen a derivados en las asociaciones
del paciente y formas de comportarse con el analista que pueden llevar a diferentes
caminos asociativos y de relación de objeto.
Componentes de la transferencia
Los afectos pueden ser activados por aspectos de una persona, una situación o ambas.
Por ejemplo, en el caso de la Srta. C, la situación de confiar pensamientos y
sentimientos íntimos al analista activaba sentimientos de ansiedad relacionados con su
preocupación de que sería atacada, ignorada o que tomarían el control sobre ella. Los
afectos, al igual que los motivos, son representados a lo largo de redes asociativas y así
serán desencadenados en la medida en que esas redes se activen. A medida que la
Srta. C empezó a desarrollar un conjunto diferente de asociaciones para confiar en su
analista, y a medida que tomaba conciencia de sus patrones inconscientes habituales y
la nueva forma de responder, sus relaciones con los demás empezaron a cambiar. En
otras palabras, mediante las interacciones con su analista empezó a desarrollar nuevas
redes asociativas que se activaban fuera de la sala de consulta. Estas nuevas relaciones
le permitían, a su vez, desarrollar sentimientos, expectativas, motivos y habilidades que
traería luego a la relación analítica.
Estas consideraciones apuntan de nuevo a formas en las que un punto de vista orientado
por la neurociencia cognitiva puede ayudar a clarificar construcciones dinámicas, como
los modelos de transferencia de relaciones de objeto y de identificación proyectiva.
Cuando hablamos del analista “introyectando” las representaciones o proyecciones del
paciente, hablamos de un proceso por el cual las señales afectivas, cognitivas y
conductuales del paciente pueden activar redes en el analista. Hablar de
representaciones “proyectadas en el analista” es una forma sintética de expresarse que
puede parecer fenomenológicamente descriptiva pero que oscurece los mecanismos
mediante los cuales los pacientes pueden provocar formas de responder por parte del
analista. Algunas “representaciones proyectadas” van a “encajar” mejor en unos analistas
que en otros en dos sentidos: pueden describir con más precisión las auténticas
características del analista independientemente de la conducta del paciente, de forma
que el analista sea ya, en cierto sentido, lo que el paciente está proyectando; y un
analista determinado puede ser más o menos vulnerable a diferentes tipos de trampas
contratransferenciales tendidas por el paciente sin ser consciente de ello.
Esta última forma mediante la que el paciente puede provocar una respuesta, que se
acerca más a los usos clínicos del término identificación proyectiva simplemente refleja
el hecho de que los analistas, como todo el mundo, difieren en la medida en que su
temperamento y experiencia han establecido fuertes “vías” neurales que les predisponen
a desempeñar determinados papeles, tales como convertirse en un objeto avergonzante
en determinadas circunstancias. Por tanto, la presión interpersonal del paciente tendrá
más probabilidades de activar una respuesta avergonzante en un analista que en otro- o
el paciente puede que tenga que “trabajar más” para encontrar los puntos de activación
de un analista determinado. Esta conceptualización se relaciona con la idea de que debe
ser necesario un “enganche” para que una proyección “cale”, y explica en parte el hecho
de que se puedan producir desarrollos variados de transferencia–contratransferencia
con diferentes analistas tratando al mismo paciente (Gabbard, 1995). El analista que sea
menos vulnerable a la evocación de una respuesta avergonzante tiene más
probabilidades de darse cuenta de los esfuerzos del paciente por provocarla porque
probablemente estos esfuerzos serán más fuertes y más persistentes, y porque la propia
respuesta del analista estará más ajena a su yo que la de otro analista
cararacterológicamente “preparado” para actuaciones que impliquen sentirse
avergonzado.
Así, una formulación más precisa de lo que a menudo describimos de manera más
general como identificación proyectiva (o como receptividad de rol o actuación
transferencia-contratransferencial) es que cada miembro de la díada pude tener una
propensión a percibir, evocar o percibir de forma errónea aspectos de la conducta verbal
y no verbal del otro de formas clínicamente significativas basadas en un combinación de
factores. En primer lugar, están las propias redes perdurables del paciente y el analista,
que se activan en condiciones concretas. En segundo lugar están las expresiones
conductuales de estas redes provocadas en el otro miembro de la díada que, a su vez,
son percibidas consciente e inconscientemente y por lo tanto alteran las redes activadas
actualmente. De este modo, en su forma displicente de discutir sus excesivos gastos, la
Srta. C puede haber adoptado el papel de un niño provocando la crítica parental y por
tanto haber observado correctamente las reacciones del analista como críticas. Al mismo
tiempo, puede haber estado representando el papel contrario, en el que ella veía al
analista como el ostentosamente rico y esencialmente le regañaba por su único
propósito de búsqueda de riqueza en su comentario sobre que no tenía que preocuparse
porque estaba pagando la factura a tiempo (implicando que esto era lo único que a él le
preocupaba de su forma de gastar). El tercer factor que influye en la forma en la que el
analista y el paciente pueden responderse es la nueva situación creada entre los dos
miembros de la situación analítica en un momento determinado: la intersección
intersubjetiva de múltiples redes intrasubjetivas.
Anonimato analítico
La teoría clásica suponía que el anonimato del analista permite que la transferencia se
despliegue y, por lo tanto, fue considerado una precondición para un análisis efectivo de
la transferencia. Cuanto más pudiera el analista retroceder al fondo de la escena, era el
argumento, más se desplazaría el mundo intrapsíquico del paciente hacia el analista y se
haría disponible para su examen. Sin embargo, esta perspectiva ha caído en desuso
hace tiempo, y el descarte del analista como pantalla en blanco ha sido bien
documentando (Renik, 1993). La subjetividad y las características personales del
analista no se pueden eliminar con una máscara de anonimato. También sabemos por
notas de Freud, además de los informes de sus analizandos, que Freud podía ser todo
menos anónimo en su práctica real (Lipton, 1977; Lohser y Newton, 1996). Ahora hay un
amplio consenso sobre el hecho de que analista es siempre un participante en la
interacción analítica, y de que la forma en la que el analista participa influye en las
transferencias del paciente (Gabbard, 1995; Hoffman, 1998; Mitchell, 1997; Racker,
1968; Sandler, 1976).
Por lo tanto, desde una perspectiva analítica, así como desde un punto de vista orientado
por los avances en la neurociencia cognitiva, toda interacción entre dos personas –
incluyendo todo gesto, mirada, todo acto de entonamiento o falta de éste que sea
percibido- tiene significado para el paciente en relación con su experiencia previa. Sin
embargo, el problema inherente en este reconocimiento era precisamente lo que
motivaba a los analistas de la época anterior a defender la noción de una transferencia
no contaminada. Si las transferencias del paciente reflejan en cierta medida
características del analista determinado o de la interacción paciente-analista, entonces,
¿cómo saber cuándo estamos haciendo algo útil con nuestros pacientes cuando
analizamos las transferencias? Si la experiencia que el paciente tiene del analista como
distante y no revelador, o intrusivo y controlador, refleja en gran medida la realidad de la
actitud que el analista está tomando (lo que seguramente es el caso en la mayoría de los
análisis), entonces, ¿hasta qué punto es la transferencia una ventana a las “patrones” de
transferencia importantes del paciente más que a la personalidad o disposiciones
técnicas del analista?
Al principio del tratamiento, muchos pacientes sienten miedo o vergüenza. Esto influirá
sus asociaciones desde el principio, dado que los sentimientos tienden a activar
pensamientos y recuerdos relacionados afectivamente (véase Dalgleish y Power, 1999;
Power y Dalgleish, 1997). Estos sentimientos iniciales también influirán en las defensas
con las que el paciente se presenta, porque las defensas, como todas las respuestas
humanas, no son procesos invariables que surgen sin tener en cuenta la situación, pero
tienden a suscitarse diferencialmente dependiendo de variables como la fuerza del
afecto activado, el grado de amenaza y la naturaleza de los afectos implicados (Westen,
1985,1994,1997). En la medida en que el analista ayude a los pacientes a sentirse
cómodos y seguros, aquél influirá no sólo en la forma del paciente de experimentar y
relacionarse con el analista, y su facilidad al asociar, sino también en el contenido de las
asociaciones.
En segundo lugar, de la misma forma que los pacientes provocan sentimientos, fantasías
y actuaciones sutiles en sus analistas, como hemos visto, la presencia del analista
provocará inherentemente ciertas dinámicas e inhibirá otras. La actitud del analista es
terapéuticamente útil si permite que los asuntos del paciente dominen el campo
interpersonal. Esto no sucederá si el paciente no se siente seguro y no percibe
preocupación, competencia y esperanza en el analista, pero tampoco ocurrirá si la
propia dinámica del analista sirve como estímulo primario para las transferencias más
importantes del paciente. Aunque cualquier consideración amplia sobre la
contratransferencia excede el alcance formal de este artículo, la ampliación del concepto
en los últimos años ha suscitado la pregunta de cómo distinguir cuáles podrían
denominarse reacciones contratransferenciales “no objetables” y cuáles “objetables”. Las
primeras facilitan el proceso manteniendo la atención en las dinámicas del paciente
(incluyendo dinámicas que arrastran al analista a actuaciones que puedan entonces
entenderse y que no excluyan la posibilidad de un trabajo analítico posterior). Las
segundas impiden que el paciente traiga dinámicas importantes en actos o palabras a la
sesión de tratamiento. En este sentido, podemos distinguir reacciones de
contratransferencia “medianamente esperables” hacia el material del paciente –tales
como la empatía hacia las experiencias dolorosas, orgullo por los logros del paciente,
placer al ver cambiar al paciente, molestia por las sesiones perdidas o demandas
incómodas que requieren tensas confrontaciones, excitación ante el material sexual y
receptividad al rol que conduce al analista al tipo de actuaciones de las que la mayoría
de los analistas caerían presa con un paciente en concreto–de otras contratransferencias
idiosincráticas que llevan la huella de la dinámica del analista. En la medida en que la
forma del análisis refleje con demasiada fuerza las propias dinámicas y marcos
interpretativos del analista –incluyendo metáforas y modelos teóricos preferidos–
podemos decir que el analista no está estableciendo un buen proceso analítico.
Desde esta perspectiva, por lo tanto, precisamente los mismos mecanismos cuentan
tanto para las formas adecuadas al rol con que los pacientes responden al marco del
tratamiento como con las formas en que ellos responden que son transferencialmente
significativas. Toda respuesta al analista y a la situación analítica refleja procesos
asociativos y procesos de satisfacción de las restricciones paralelas. Lo que diferencia
la “transferencia” y la “alianza terapéutica” es que la primera nos llama la atención –y
debería hacerlo– porque es anómala, idiosincrática y nos dice algo más significativo que
el hecho de que el paciente ha visitado médicos antes o visto películas que reflejan
interacciones psicoterapéuticas o psicoanalíticas. Dicho de otra manera, lo que difiere
entre ambas es la medida en que las asociaciones del paciente están culturalmente
moldeadas y por lo tanto culturalmente compartidas, o están más organizadas
idiosincráticamente y por lo tanto se convierten en figura más que en campo.
No estamos sugiriendo que algún aspecto de la relación con el analista sea exento del
escrutinio analítico. Como señaló Stein (1981), es probable que lo que aparece como
“relación real” sea complejo y sobredeterminado. Lo que estamos sugiriendo es que el
paciente está respondiendo en el tratamiento en todo momento a la presencia de otra
persona en concreto, y que el papel del analista en la activación de las respuestas del
paciente, y en llevarlas a un punto de atención compartido en un momento dado, es
sustancial. Podríamos llamar la atención en cualquier momento sobre lo que está
ocurriendo en la relación analítica de principio a fin, del mismo modo que podríamos
llamar la atención cada vez que el paciente usa una preposición, pero eso no sería útil.
Siempre ha estado implícito en nuestra comprensión clínica de la transferencia la visión
de que es posible que algunas de las respuestas del paciente a algunos aspectos de la
relación de tratamiento en una sesión determinada guarden relación con algunos
aspectos de la forma en la que el paciente se relaciona con otros, se defiende, etcétera,
y que estas relaciones son problemáticas o tienen algún tipo de consecuencia. Cuando
sentimos la presencia de una reacción de transferencia que puede ser significativa
clínicamente, nuestro objetivo debería ser definir con exactitud qué características de la
historia del paciente, de la situación terapéutica, de la experiencia vital actual del
paciente, de la conducta o el comportamiento del analista, etc., están vinculadas
asociativamente a la manera en la que el paciente está respondiendo.
Comentarios finales
(1) Gran parte de este material es una actualización y elaboración del modelo de componentes de
transferencia sugerido por Westen (1988).
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(2) Una falla en responder de formas convencionalmente empáticas o receptivas a las desgracias o las
tragedias en la vida del paciente sería del mismo modo interpretada por un paciente relativamente sano
como una falta de empatía, sin tener en cuenta lo que el analista tenga en mente. Si una persona, analista
o no, respondiera a una frase como “Mi padre acaba de morir” con el silencio o “¿Qué le viene a la mente
sobre eso?” el paciente haría atribuciones sobre el comportamiento del analista que no tienen nada que ver
con respuestas previas de figuras parentales; una falla en responder de cierta forma se interpreta
automáticamente basándose en un conocimiento esquemático o predeterminado de lo que es un
comportamiento social apropiado. Los datos sociales-psicológicos que muestran dos etapas en el
procesamiento de la información cuando la gente hace atribuciones –una reacción inicial automática e
inconsciente y una reacción posterior más reflexiva (véase Gilbert, 1989)– sugieren que la atribución inicial
de falta de empatía tendría lugar independientemente de lo bueno que fuera el individuo como paciente
analítico, y afectaría a la relación terapéutica durante un período de tiempo considerable, fueran el paciente
o el analista conscientes de ello o no.
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A- “Selfobject” ha sido traducido como “objetoself” y no como objeto del self pues corresponde al uso que
Kohut empezó a hacer en un momento dado, uniendo ambas palabras, para indicar que el self siente al
objeto como una extensión de sí mismo, empleándolo para sus necesidades sin verlo como exterior e
independiente de sí.
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B- "Conexionismo". Término introducido por J. Feldman para referirse a un modo de computación que
enfatiza el patrón de conexiones en una red de elementos.
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C- Cuando varias unidades funcionan simultáneamente, en paralelo, influenciándose entre sí, cada una de
ellas establece una restricción a las posibilidades de funcionamiento de las otras y, por tanto, al conjunto
de todas. El estado que se alcanza en un momento dado es el que satisface al mayor número de
unidades del sistema, o sea, al conjunto de restricciones que imponen a las demás. La expresión
“satisfacción de las restricciones paralelas” indica, precisamente, que se alcanza un estado en que se han
satisfecho las restricciones que las unidades del sistema funcionando simultáneamente –en paralelo- van
imponiéndose. Ejemplo: alguien, ante una observación por parte de otra persona que le señala una mejor
forma de hacer una tarea, si se trata de un paciente narcisista este sistema motivacional “restringe“ las
codificaciones posibles a una en que la observación es vivida como crítica humillante. Si, a su vez, su
forma de reaccionar frente al sufrimiento narcisista fuera la agresividad –podría ser otra, la retracción y la
huida- esta modalidad “restringe” su tipo de respuesta de modo que ésta sea de tipo agresivo. Y si,
simultáneamente, se trata de una personalidad fóbica, con temor a la venganza del otro, este rasgo
caracterológico “restringirá” su respuesta posible con la finalidad de no ofrecer blanco al otro. Su
psiquismo puede encontrar, como forma de “satisfacción” de los distintos sistemas que imponen
restricciones, el responder mediante una agresión encubierta, de modo que se “satisface” el sistema
narcisista, el sistema agresivo, y el sistema fóbico. De esta manera, una determinada conducta puede ser
el resultado que satisfaga a distintos sistemas motivacionales que están simultáneamente en juego.
Para una ampliación del tema, ver especialmente McLeod, P., Plunkett, K., Rolls, E.T. (1998) Introduction
to Connectionist Modelling of Cognitive Processes. New York: Oxford University Press, p. 45. También: 1)
Churchland, P.S., Sejnowski, T.J. (1996). The Computational Brain. Cambridge, MA: Bradford; 2) Parks,
R.W., Levine, D.S., Long, D.L. (eds.) (1998). Fundamentals of Neural Network Modeling. Neuropsychology
and cognitive neuroscience. Cambridge, MA: Bradford; 3) Glick, M.A., Myers, C.E. (2001) Gateway to
Memory. An introduction to neural network modeling of the hippocampus and learning. Cambridge, MA:
Bradford.
Volver al texto
D- “Self-with-mother” ha sido traducido como “self-con-madre”, con el mismo sentido que se indica en la
nota A respeto a “objetoself”.
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E- “Atractor”, en teoría de los sistemas no lineales, es el punto que “atrae” hacia sí una serie de
condiciones que vuelven, una y otra vez, a ese punto. En el artículo es utilizado en el sentido de punto de
fijación.
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