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Toda sociedad construye una forma de representarse al mundo y de explicarse los distintos
fenómenos tanto naturales como aquéllos en los que interviene el hombre. La cultura es el
conjunto de símbolos, normas, creencias, ideales, costumbres, mitos y rituales que se transmite
de generación en generación, otorgando identidad a los miembros de una comunidad y que
orienta, guía y da significado a sus distintos quehaceres sociales. La cultura da consistencia a
una sociedad en la medida en que en ella se hallan condensadas herencias, imágenes
compartidas y experiencias colectivas que dan a la población su sentido de pertenencia, pues
es a través de ella que se reconoce a sí misma en lo que le es propio.
La política es el ámbito de la sociedad relativo a la organización del poder. Es el espacio donde
se adoptan las decisiones que tienen proyección social, es decir, donde se define cómo se
distribuyen los bienes de una sociedad, o sea, que le toca a cada quién, cómo y cuándo.
Los valores, concepciones y actitudes que se orientan hacia el ámbito específicamente político,
es decir, el conjunto de elementos que configuran la percepción subjetiva que tiene una
población respecto del poder, se denomina cultura política.
La noción de cultura política es tan antigua como la reflexión misma sobre la vida política de
una comunidad. Para referirse a lo que hoy llamamos cultura política, se ha hablado de
personalidad, temperamento, costumbres, carácter nacional o conciencia colectiva, abarcando
siempre las dimensiones subjetivas de los fenómenos sociales y políticos. Dicho de otra
manera, desde los orígenes de la civilización occidental ha existido una preocupación por
comprender de qué forma la población organiza y procesa sus creencias, imágenes y
percepciones sobre su entorno político y de qué manera éstas influyen tanto en la construcción
de las instituciones y organizaciones políticas de una sociedad como en el mantenimiento de
las mismas y los procesos de cambio.
1.1 Antecedentes
La cultura política ha sido objeto de diversos análisis a lo largo de la Historia y han sido muchos
los sistemas propuestos para explicar cómo el individuo se relaciona y se comporta con el
entorno político.
Quizás los autores más destacados en la materia han sido Gabriel Almond y Sidney Verba con
su obra La cultura cívica publicada en 1963. Otro autor destacable que contribuyó a la creación
del concepto de cultura política y sus diferentes tipos fue Arend Lijphart. Estas clasificaciones
surgieron como respuesta a otros esquemas anteriores como el institucionalismo o la teoría de
las élites.
A efectos de esta voz utilizaremos la clasificación propuesta por Almond Y Verba, asimismo,
para entender más profundamente el significado que estos autores le dan a la cultura política y
sus diferentes clasificaciones resulta necesario encuadrar su obra en la corriente conductista y
relacionarla con el proceso de modernización.
La cultura igualitaria se caracteriza por una fuerte relación de grupo pero no sometida a
ningún reglamento o autoridad coercitiva, sino movida por los mecanismos del consentimiento
y la voluntad. Esta cultura conduce a la creación de comunidades con pocas desigualdades,
que colaboran en la repartición de la riqueza más que en su creación. Se caracteriza, de
hecho, por la sencillez en el estilo de vida y la no ostentación.
En este modelo las élites y los liderazgos no son deseadas de modo que los conflictos a
menudo se resuelven de forma drástica y se procura evitar cualquier contacto con otros grupos
externos, expulsando del mismo a cualquier elemento que pudiera poner en jaque su forma de
vida.
Si por cultura política se entiende el conjunto de orientaciones y actitudes que los ciudadanos
manifiestan hacia el sistema político, es imprescindible aludir los tipos de cultura política dentro
de la definición de Almond y Verba, los cuales pueden establecerse en función a dos variables:
La primera de ellas es la conciencia del sistema político entendida como el conocimiento, en
mayor o menor grado, de la existencia y funcionamiento del sistema en sí y del impacto o
trascendencia que tienen las mismas.
La segunda es la participación el mismo, en mayor o menor grado y a través de cualesquiera
mecanismos dentro de la sociedad concreta (afiliación a un sistema político, pertenencia a un
grupo de interés, participación en el sufragio…).
Cabe matizar que estas categorías puras no se dan de forma universal y única en ningún
Estado, sino que la realidad tiende a una mezcla entre los distintos tipos de cultura en función
de los individuos o grupos sociales que profesen una u otra:
La cultura política parroquial se caracterizan por una ignorancia del sistema político y no
participación en el mismo. Suele darse en áreas profundamente rurales.
La cultura política de súbdito, existe una consciencia del sistema político, pero los individuos
muestran a una actitud pasiva ante el mismo, es decir, se limitan a la obediencia sin
participación. Es habitual en los regímenes autoritarios.
La cultura política participativa es aquella en la que el ciudadano es consciente del sistema
político y participa en él de forma más o menos activa. Consideran que pueden contribuir con el
sistema y que tienen capacidad para influir en la formulación de las políticas públicas.
Estos autores llegan a la conclusión de que una democracia estable se logra en sociedades
donde existe esencialmente una cultura política participativa, pero que está complementada y
equilibrada por la supervivencia de los otros dos tipos de cultura. Vale decir, por ello, que es
una cultura mixta a la que llaman cultura cívica y que está concebida en forma ideal. Esa
denominada cultura cívica es una cultura política que concibe al gobierno democrático como
aquél en el que pesan las demandas de la población, pero que también debe garantizar el
ejercicio pacífico y estable del poder, vale decir, su funcionamiento efectivo o gobernabilidad.
A pesar de que el modelo de Almond y Verba sigue siendo el esfuerzo teórico más acabado y
el marco de referencia obligado, se le han hecho cuatro grandes críticas:
a) la cultura política puede ser un reflejo del sistema político más que un determinante del
mismo, puesto que si bien los elementos culturales son más persistentes que los estructurales,
para que se mantengan vigentes requieren de nutrientes que provengan de las estructuras
políticas en funcionamiento.
b) la cultura cívica fomenta la estabilidad política en general y no sólo la de la democracia en
particular. Y es que una población con una cultura moderada y equilibrada es una palanca
estabilizadora porque sirve para legitimar al sistema al tiempo que asegura su gobernabilidad.
c) el esquema dedica muy poca atención a las subculturas políticas, o sea, a aquellas culturas
que se desvían o chocan con la cultura política nacional y que no pueden ser desdeñadas
porque en ocasiones han llegado a poner en duda la viabilidad de la noción misma de cultura
nacional.
d) el esquema no otorga importancia a la cultura política de la élite gobernante. Aunque es
cierto que en las democracias bien implantadas las actitudes y concepciones de la población
hacia la política no dependen tanto de la cultura política de las élites como sucede en países
donde dominan culturas parroquiales o súbdito, el solo peso social que ésta tiene obliga a no
ignorar el tema.
3 Diferenciaciones clave
3.1 Legitimidad
Se refiere a cómo se valora el sistema político, y tiene que ver con el desarrollo de un
sentimiento nacional de identidad comunitaria. La legitimidad es mayor cuando se considera
que el propio es el mejor sistema posible. El efecto inmediato es que se obedece al poder,
haciéndose la coacción no tan necesaria.
La legitimidad se refuerza en los sistemas políticos en que se da satisfacción a las demandas
planteadas por los grupos sociales, pero donde hay problemas de legitimidad, éstos llevan a la
crisis del sistema.
3.2 Ideología
La diferencia entre ideología y cultura ha sido objeto de debate intenso y se han dado múltiples
respuestas pero podemos concluir que la mayor diferencia se basa en que la ideología se
encarga de una subjetivización de lo real, es decir, de la construcción de un conjunto de
valores y símbolos a través del que la realidad es explicada y asimilada por el individuo
mientras que la cultura política consiste en la reproducción de esos valores como mecanismo
para la supervivencia de la propia cultura, pero también del establecimiento de una serie de
patrones de actuación legitimados que van a regular la interacción social en su conjunto.
No obstante, para la tradición marxista, ambos elementos están íntimamente relacionados y las
barreras que se pueden establecer entre ellos son difusas.
4 El caso español
Un buen número de factores se han concitado en la conformación de la cultura política de los
ciudadanos españoles: dos siglos de historia político - democrática caracterizada más bien por
las discontinuidades y los largos periodos de regímenes autoritarios; una reciente Guerra Civil y
sus repercusiones en la memoria colectiva en tanto división ciudadana; también un largo
régimen autoritario que socializó a los ciudadanos en los valores antidemocráticos, de apatía y
desinterés por la política; un proceso de transición democrática pacífica y moderada llevada a
cabo mediante acumulación de reformas graduales, …
Al analizar las actitudes de los españoles hacia el sistema político se ha de diferenciar entre el
amplio, establey mayoritario apoyo del que goza el sistema democrático (lo que le confiere
unos altos niveles de legitimidad) desde antes incluso de su reinstauración, y el grado de apoyo
o satisfacción hacia su funcionamiento, que no goza de un respaldo semejante.
Las actitudes de los ciudadanos son de desinterés, desconocimiento, apatía y desconfianza;
entienden que no tienen posibilidades reales de influir en el sistema político; que este funciona
al margen de ellos y sin interesarse por sus problemas reales. Por todo ello, consideran que lo
mejor que pueden hacer es dedicarse a sus asuntos privados, no implicándose ni participando
en el proceso político (del que desconocen casi todo) y, piensan, sirve a intereses distintos de
los generales.
Las actitudes que priman entre los españoles (acogiéndose al horrible vicio de generalizar) son
el desinterés, apatía, desafección, baja competencia y eficacia subjeticas, y de cinismo político,
en tanto que legitiman abrumadoramente el sistema democrático en abstracto, pero están
altamente insatisfechos con su funcionamiento cotidiano y efectivo.
La dimensión ideológica es la que mejor define las actitudes políticas de la población española.
En ella, los ciudadanos han dado claras muestras de una moderación poco común en la
tradición política del país. Desde mediados de la década de 1970, los ciudadanos se han
ubicado mayoritariamente en torno a posiciones "del centro" de la escala ideológica (espacio
que goza de alto prestigio, muy influenciado por la acción de UCD y el presidente Adolfo
Suárez), siendo esos posicionamientos estables y constantes en todos los grupos de edad,
ocupación o clase social. La mayor parte del electorado se aleja de los extremos de la escala,
centrándose en la misma. Estas actitudes han provocado que las fuerzas políticas extremistas
apenas hayan logrado respaldo en las urnas. De esta forma, la tendencia de la competencia
entre lso partidos ha sido de carácter centrípeto, evitándose políticas radicales, de conflicto o
confrontación ideológica. Esta moderación también ha llevado a que los españoles optaran por
reformas paulatinas y moderadas progresivas, tanto en lo económico como en lo político y lo
social.
Pero hay determinadas regiones del territorio estatal en las que para entender la articulación de
las actitudes de los ciudadanos hay que atender a otra dimensión: el cleavage centro -
periferia. En Cataluña, País Vasco y, en menor medida, Navarra, Canarias y Galicia, la
cuestión nacionalista tiene una considerable relevancia para la vida política. Al cruzarse esta
línea de fractura con la dimensión ideológica, da lugar a pautas y actitudes políticas bastante
más complejas. Entre otras consecuencias, está la existencia de partidos regionalistas o
nacionalistas en el seno de esas Comunidades.