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Wallerstein, Immanuel. Utopística, o, Las opciones históricas del siglo XXI.

México, Siglo
XXI, 2003.

La Revolución mundial de 1968 y la crisis del sistema-mundo moderno.

“El derrocamiento del liberalismo como evidente metalenguaje del sistema mundial
condujo a alejar tanto a los conservadores como a los radicales de la ideología liberal. El
mundo regreso a una división ideológica realmente trimodal. La derecha política revivida,
que a veces se etiquetaba como neoconservadora y otras (en forma confusa) como
neoliberal, represento un conservadurismo social muy tradicional que defendía el papel
socio moral central de la iglesia, los personajes locales y la comunidad, así como hogares
patriarcales, más una actitud de oposición extrema al Estado benefactor, y que se
combinaron con una retórica ingenua de laissez-faire que podría haber sorprendido a sus
predecesores. El papel del centro liberal ha sido desempeñado en gran medida por los
partidos que siguen llamándose socialdemócratas, que en su mayoría han renunciado a todo
vestigio de oposición histórica al capitalismo como sistema y han abrazado abiertamente la
tradición del bentamismo-millsianismo de la reforma administrada por expertos, además de
una economía levemente social” (Wallerstein, 2003: 31).

“¿Y los radicales? Las tres décadas siguientes a la revolución mundial de 1968 fueron años
de creciente desorden […] los movimientos antisistémicos tradicionales (la llamada vieja
izquierda) perdió el apoyo popular en todas partes del mundo donde estaba en el poder, que
en realidad, en la década de 1970, era en muchos lugares […]. El elemento esencial que
provocó el retiro del apoyo popular a estos partidos fue la desilusión, el sentimiento de que
ya habían tenido su oportunidad histórica, que habían conseguido el apoyo con base en una
estrategia de dos etapas para transformar el mundo, y que no habían cumplido con su
promesa histórica. En amplios ámbitos del mundo imperaba el sentimiento de que la brecha
entre los ricos y los pobres, los privilegiados y los desposeídos, lejos de haberse reducido,
había crecido. Y esto después de uno o dos siglos de lucha continúa. Fue algo más que una
decepción temporal ante el desempeño de un equipo gubernamental específico: era la
pérdida de la fe, de la esperanza” (Wallerstein, 2003: 31-32).
“La pérdida de la esperanza reflejaba una profunda duda de que la polarización del sistema
mundial existente fuera autocorregible o pudiera ser contrarrestada de manera efectiva por
la acción reformista del Estado. Por lo tanto, era una pérdida de la convicción en la
capacidad de las estructuras del Estado de lograr el objetivo primordial de mejorar la
mancomunidad. Resultó en un antiestatismo generalizado y amorfo…”(Wallerstein, 2003:
33).

“El antiestatismo popular era ambivalente. Por un lado implicaba una deslegitimación
general de las estructuras del Estado y un giro hacia las instituciones extraestatales de la
solidaridad moral y la autoprotección pragmática. El movimiento conservador revivido
trato de usar este sentimiento para desmantelar la protección del Estado y se encontró con
una gran resistencia por parte de los estratos populares que trataban de aferrarse a los
beneficios adquiridos y se oponían a las medidas que disminuirían aún más sus ingresos
reales.” (Wallerstein, 2003: 31-32).

Lejos de representar el triunfo del liberalismo, y mucho menos del conservadurismo


renovado, este antiestatismo generalizado, al deslegitimar las estructuras del Estado, ha
vulnerado un pilar esencial del moderno sistema mundo, el sistema de los estados. Un pilar
sin el cual no es posible la acumulación incesante de capital. La celebración ideológica de
la llamada globalización es en realidad el canto de cisne de nuestro sistema histórico.
Hemos entrado en la crisis de este sistema. La pérdida de la esperanza y el miedo que le
acompaña son parte de la causa y el síntoma principal de esta crisis” (Wallerstein, 2003:
33-34).

“La era del desarrollo nacional como meta plausible ha terminado. La expectativa de que
pudiéramos alcanzar los objetivos de las revoluciones francesa o rusa cambiando a quien
tiene el control de las estructuras del Estado, se enfrenta ahora con el escepticismo
generalizado que la historia ha demostrado se merecía” (Wallerstein, 2003: 34).
Wallerstein, Immanuel. La crisis estructural del capitalismo. Contrahistorias, México,
2005.

“Con el estancamiento mundial, la derrota de los guevarismos, y el repliegue de los


intelectuales latinoamericanos, los poderosos no necesitaban mas las dictaduras militares,
no mucho más en todo caso, para frenar los entusiasmos izquierdistas. Así […] vino la
democratización. […]. Con esta democratización parcial (incluidas las amnistías para los
verdugos), venían los ajustes del FMI, y la necesidad para los pobres de apretarse los
cinturones aún más” (Wallerstein, 2005: 159).

“Después de cinco siglos de fortalecimiento da las estructuras estatales, en el seno de un


sistema interestatal también en fortalecimiento continuo, vivimos actualmente la primera
gran retracción del rol de los Estados, y necesariamente, por lo tanto, también del rol del
sistema interestatal” (Wallerstein, 2005: 173).

“La democracia no puede coexistir con una gran polarización socioeconómica, ni a nivel
nacional, ni a nivel mundial. No obstante existe una ola de sentimiento democratizador que
se fortalece estos días […]. Lo que es más interesante es la presión continua, no únicamente
en el sur, sino inclusive y de modo más fuerte en los países del norte para aumentar los
gastos destinados a la salud, la educación y la vida de los más atrasados. Pero esto agudiza,
y muchísimo los dilemas fiscales de los Estados. La ola de democratización será el último
calvo del ataúd del Estado liberal” (Wallerstein, 2005: 178).

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